VOSOTROS Y YO.
Padre, siempre recordaré el
ejemplo que me dabas cuando al hacernos algo mayores, me decías siempre “Somos como un pequeño hormiguero, todas se
complementan, todas a una, van haciendo su labor, con el fin de ensanchar su
hormiguero, de hacerlo más seguro y firme, de ayudarse mutuamente, para que su
vida sea más llevadera. Recuerda hijo, yo no soy mejor que tú, ni tú superior a
mí, porque seas más fuerte y vigoroso, todos somos iguales, todos dentro de
esta familia, igual de importantes”.
Esa pequeña doctrina sencilla, es
lo que ha hecho, que llegue a ser un ser humano, digno de llevar el nombre que
llevo. He cometido errores, eso es cierto, otras veces he sido un estorbo, pero
con ayuda he rectificado a tiempo. Siempre hay tiempo para aprender, siempre
hay tiempo para que las heridas se vayan curando, cuando es el caso de haber
cometido un error, o cien.
A vosotros os he ocasionado
problemas, lo sé, y el caso, es que no se arrepentirme, para mí, el
arrepentimiento es un arma de doble filo, lo que tratas de recordar que no se
puede repetir, en ocasiones te persigue como una maldita sombra, más allá de la
reflexión, del sol que te ilumina. ¿Pediros perdón…?, sí, eso sí, aunque no escuchéis
mi voz proclamándolo a los cuatro vientos, lo pido con pesar, porque no tengo
edad para cometer determinados errores, pero… ¿qué voy a hacer si me fundieron
así?. Todos, queramos o no, nacemos con máculas, que a veces marcan
definitivamente nuestro paso por la vida.
No puedo reclamar ser una persona
nueva, nadie es una pieza de metal que pueda ser refundida, de modo que hay una
cosa que os quiero decir “No me juzguéis,
nadie tiene el derecho de juzgaros a vosotros, no dejéis que esto ocurra, no
siempre es juicioso contestar a alguien que cometió un error o setenta, “A
mira, has segado lo que has sembrado…”, no, no siempre es así. Eso sería, como
poner a la gente que nos rodea en el punto de mira, vigilantes siempre, de todo
cuanto dicen y hacen, siempre críticos con cada palabra que sale de nuestra
boca, sin ser críticos con su propia actitud y comportamiento.
Las aves vuelan gracias a sus dos
alas, jamás podrían hacerlo con una sola. De mismo modo, nosotros estamos
obligados a volar del modo que lo hacemos, sin prescindir de los valores y
faltas que nos aprisionan, sin atrevernos a subestimar a los demás, por simple
hecho de que, a nuestro parecer, tendríamos que haber hecho las cosas, de
diferente manera. ¿Quién es aquel que se atreve a poner veto a nuestras
palabras?, ¿Qué acciones o actitudes son reprobables?.
Nadie está en posesión de la verdad absoluta “Pues
resulta, que llevo mucho tiempo viendo esta clase de comportamiento, y no me
gusta nada, si no cambia me niego a tener tratos con esa persona”. Bien, ahora
míralo desde esta otra dimensión, la persona que deduce esto resulta, que queda
automáticamente descalificada, por negarse a aceptar, que pueda haber alguien que
funcione con otro modelo de mente, con otra filosofía de la vida, puede que no
sea agradable para el primero, pero la realidad, exige que acepte puntos de
vista diferentes, a menudo, desencuentros en formas y maneras de hacer y decir.
Vosotros y yo somos iguales,
somos las mismas hormigas dentro del mismo hormiguero que persiguen el mismo
objetivo, hacer crecer la colonia. Todos en su papel, cada cual aportando su
esfuerzo, no todas la hormigas tienen la misma fuerza, unas son más poderosas
que otras, pero no por ser diferentes se menosprecian, tampoco son expulsadas
de la colonia, se miden sus aptitudes, y se las hace trabajar en el lugar que
pueden.
Entre vosotros y yo, actuemos de
modo consecuente, lo que si se nos ha dado a todos los seres humanos, es,
aparte de diversidad, cualidades como la franqueza, la sinceridad, y sobre
todo, la comunicación, que nos hace superiores a los demás animales. No aceptar
esto, sería una necedad, una falta voluntaria de juicio, un desprecio expreso,
de cualquier prójimo nuestro. ¿Nos merece la pena vivir con un constante
desasosiego, por no desdoblarnos del modo antes mencionado?. Lo curioso del
caso es, que a menudo al hablar con terceras personas, expresemos pena, por
haber dejado de lado, la compañía y el afecto de los demás. “¡Qué pena, con lo bien que estábamos antes…
teníamos una relación que iba más allá de padre e hijo, éramos amigos…, no lo
entiendo, me siento traicionado”.
Pero a menudo se da el caso, de
que, esta lamentable conclusión la sacamos, sin haber hablado con quién
supuestamente, nos ha ofendido. Desde esta óptica, me siento responsable, de
muchas de las cosas que les hice a mis padres, algunas de ellas, jamás se las
conté, murieron con la ignorancia, de saber realmente, como era su hijo en
determinados estadios de vida. No me arrepiento, -ya he dicho antes lo que
opino sobre el arrepentimiento-, pero me duele pensar que se fueran a la tumba,
sin saber realmente, muchas de las cosas que hizo su hijo. A ellos no les trajo
ningún oprobio, cargue yo con él, como debe ser, pero después de esto, aprendí
una lección de cara al futuro, una máxima en mi vida. Vosotros y yo somos
iguales, me debéis decir, todo aquello que pueda suponer no poder adelantar,
todo lo que me descalifique, todas las faltas y defectos, decídmelo con franqueza,
con dureza si cabe, pero decídmelo por favor.
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