jueves, 13 de septiembre de 2012

LO MÁS CARO NO TIENE PRECIO.



                             LO MÁS CARO NO TIENE PRECIO.


¡¡REBAJAS!! Hasta 70% de Descuento.
Me sorprendió ver estos rótulos en una calle céntrica de la ciudad. ¿Cómo puede ser –pensé-, que hagan estos descuentos, en productos que ayer valían el 70% más?. No es lógico, y cuando hay algo que no es lógico, es que tiene truquillo.
Con la tranquilidad que da el ser un posible cliente, entro en la tienda, buena música, presentación impecable, ambientador exquisito, todo invita a comprar. Me acerco a la encargada y le pregunto “Buenos días, ¿me podría contestar a una pregunta?”. “Claro usted dirá”. “Mire es que paso por delante de su tienda y es evidente que aquí no venden baratijas, mi pregunta es la siguiente ¿cuánto dinero pierden ustedes en las rebajas?, si ayer vendían este traje de señora de punto a 340 euros y hoy lo venden con un 70% de descuento está claro que no pagan ni la luz del establecimiento”. “No mire usted, es que para esta época tenemos que renovar los modelos del año próximo, en consecuencia nos resulta más fácil liquidarlos a casi cualquier precio antes de que nos ocupe almacén para llenar lo que llegue para la próxima temporada”.
Caramba, como no había caído yo en esto, soy un tonto. A lo mejor es que me están tomando el pelo, pero no creo, la explicación me ha parecido plausible.
Lástima que no hay descuentos en otros productos. Por otro lado es comprensible que haya artículos que no tengan precio, así pues estos nunca están de rebajas. Paso a enumerar una pequeña lista, que a voz de pronto se me ocurren, y que sin embargo son muy importantes, vitales diría yo para poder ser personas de clase. No digo de clase media, baja, alta o media. Persona de categoría, y me atrevería decir que categoría se podría escribir con mayúsculas, así, CATEGORÍA.
La categoría no siempre tiene que ver con las cualidades de las personas, eso es punto y aparte, pero sí que derivan de la consideración de esta palabra griega “katigoro”. Las cualidades del ser son la esencia, la cualidad, el lugar, la acción y la pasión, la relación, la cantidad…
Dado que esto es así, se hace fácil entender que, una persona de categoría, queda enmarcada dentro de distintos parámetros. Es difícil no entender que todos los seres humanos tenemos cualidades intrínsecas en nosotros mismos, en nuestra propia esencia. ¿Porqué pues, no explotar este filón?, no hay ninguna excusa razonable para no hacerlo.
La razón es bien sencilla, estamos relacionados tato si queremos como si no, estos productos que no tienen descuento no están a la venta, es imposible que lo estén, dado que son imperceptibles a los insensibles. Cualidades como la sinceridad y la franqueza son elementos sin cartel de descuento, que se deben llevar a la práctica, de otro modo somos robots de los vientos que producen las palabras ajenas. Ropa, bolsos, zapatos, joyas, coches, casas, todo esto puede estar en la lista de lo que se puede calificar “material con descuento”, pero las cualidades que conforman nuestra personalidad, y en consecuencia nuestro desarrollo como personas, NO TIENEN PRECIO, son lo más caro del mundo.
Después de salir de la tienda que he visitado, me he dado cuenta, que todo a mí alrededor es barato, hasta sucio, no tiene el brillo que puede tener una conversación. Francamente, lo único que me parece barato y que también está de rebajas, son los libros,, estos, deberían ser más caros en función de lo que son capaces de enseñar, de ilustrarnos, es por eso que me dirijo a una librería, a una de libros viejos, de libros desballestados, con las tapas a punto de caerse, la portadilla, la portada y la contra portada, estos elementos son los hacen que un libro sea de un valor inapreciable.
Alguna editorial se tomó la molestia o el agrado de publicarlo, aun a riesgo de que solo se vendan unos cuantos ejemplares de este. ¡Qué valentía, qué lujo el conseguir un libro así!. Eso no tiene precio, me paseo por el interior de una librería vieja en el centro de mi ciudad, entonces me doy cuenta de lo poderosa que es la palabra, del esfuerzo que han dedicado miles de personas diferentes, para podernos comunicar algo, puede ser que a veces se nos haga incomprensible, pero ahí están, dispuestos a enseñarnos.
Y… curiosamente, me llevo a casa, después de haber trasteado por la tienda, con la presencia del dueño leyendo un libro de Honoré de Balzac, sentado tras una mesa llena de libros que seguramente deberá establecer en qué lugar debe colocarlos. ¡Qué suerte la de este librero!, que oficio espléndido tiene, como me gustaría estar en su lugar. Antes de marcharme a casa, observo una vitrina con un montón de pequeños libros de aventuras, están numerados, y bajo llave. Le pregunto “¿Que contienen estas estanterías, tebeos?”.  “Si señor, son ejemplares únicos, colecciones enteras de tebeos de humor y de aventuras que se editaban en mis días de joven”. Me acerco y veo un pequeño rótulo deliciosamente escrito con una letra magnifica que lee “Roberto Alcazar y Pedrín”, “El capitán trueno”, “Hazañas Bélicas”, y así hasta diez o doce colecciones diferentes, perfectamente conservadas.
Fíjate tú, alguien ha vendido estos tebeos y los debe haber querido mucho, porque están nuevos, parecen recién impresos. Tendrán un precio desorbitado. Cuando pregunto al hombre sobre el precio de una de las colecciones, y me da el precio, solo sale de mi garganta un silbido, es lógico, yo soy un neófito en estas lides, el llevará toda la vida a juzgar por el guardapolvo gris que lleva encima, y el modo con el que trata los libros.
He regresado un par de veces a la tienda, al principio el señor Matías es reacio a dar conversación, vete tú a saber porqué, pero a base de pasear por el interior de la tienda, y hacerle preguntas sobre diferentes temas que me interesaban para que me buscara información escrita sobre ellos, he podido saber que es viudo, tiene una hija que se llama Úrsula y que es profesora de piano. Por mi parte, le he dicho mi nombre, Anselmo y la primera vez que lo oyó, el hombre se quitó las gafas de montura orada y cristales redondos y se me quedó mirando.
“Yo tengo un hijo con este nombre, hace más de diez años que no sé nada de él –dice encogiendo los hombros-, ¡me gustaría tanto saber que ha sido de mi Anselmo…!”. Me he quedado un poco trastornado, hasta creo que me he ruborizado, es evidente que lo echa de menos. Le pregunto por un libro de Aristóteles, “El arte de la Retórica”, el hombre me mira con cierta nostalgia, se levanta de la silla un tanto mugrienta y se introduce por un pequeño pasillo. Sale con el libro en la mano “Llévatelo, te lo regalo”, “No hombre que va, me dice cuánto cuesta y se lo pago”. Levanta la mano sonriendo e insiste en que es un regalo, “tengo otros por ahí, no te preocupes” me dice, “me gustaría que lo leyeras y que vuelvas para darme tú parecer, si no es de tú agrado me lo devuelves”.
En la parte lateral de la tienda, al fondo se ve una escalera que sube a un piso, en él, siempre o casi siempre se ve luz, hay una ventana de aluminio corredera, que da a la tienda, unas discretas cortinas dejan entrever alguna de las veces que he ido a la tienda la una sombra de alguien que pasa por delante. Sería una indiscreción por mi parte, que le preguntara quién vive con él, bien podría ser Úrsula, me pica un poco la curiosidad pero dejo de mirar, tarde o temprano sabré quién es. También es posible que sea simplemente alguien que tiene contratado, para que le haga las faenas de la casa, Matías es un hombre limpio, se ve a la legua, y siempre que lo he visitado va bien afeitado y con colonia.
Cuando he salido a la calle y he vuelto la vista para despedirme, he visto un rostro de mujer joven que se asomaba a la ventana, apartaba un poco los visillos para ver el exterior. Hago el amago de irme y a dos pasos del negocio me doy la vuelta y abro la puerta de la librería, ahora la he sorprendido “Matías, usted debe de tener libros ilustrados por Gustavo Doré”.  “Sí claro, unos cuantos, ¿qué buscas de él?”.  “Bueno el próximo día que venga hablamos, pensaré en cual me puedo llevar, mi abuela tenía una biblia ilustrada por él, cuando la vi, hace ya algunos años me cautivaron las ilustraciones de este artista. Hasta la vista”.
Ahora me voy definitivamente del local y yo mismo me premio con un “¡Te cacé!”, por fin la vi, no he podido definir como era, solo he visto un rostro a media luz, pero sin duda que ella me conoce a mí, en cuanto he mirado de forma sutil hacia arriba, Úrsula –quiero pensar que es ella-, ha dejado caer el visillo, como si le diera vergüenza ser descubierta.
En los próximos días intentaré con prudencia averiguar más cosas. Después de una salida con los amigos un sábado por la tarde, me despedí de ellos cerca de una iglesia que hay a dos calles de la librería, solo, me dirigí allí. Curiosamente la tienda está abierta y son las nueve de la noche, miro hacia el interior y veo a Matías, en compañía de una mujer joven, poniendo libros en unos estantes más viejos que él. Parece que los están ordenando, ella, subida a una escalera de madera con barandas, va colocando los libros que Matías le indica, en un momento determinado parece corregirla y le dice que “ahí no, en el otro lado, junto a los más pequeños”, sin oír, eso es lo que parece indicarle.
Frecuentemente, los idiomas no son más que pura formalidad, por señas también podemos entendernos con la gente. Entro decididamente en la librería “¿Qué tal Matías y compañía?”.  “¡Hombre Anselmo! ¿Qué te trae por aquí?”.  “Pues mire usted, he salido con unos amigos a tomar un chocolate con nata, como ellos van al cine y a mí no me apetece la película que van a ver, me he descolgado de la fiesta”. La chica parece haberse quedado petrificada en la escalera, yo creo que si Matías no le dice que baje, se queda allí a dormir.  “Baja Úrsula, quiero presentarte a un buen cliente, un hombre con talento –eso lo dice moviendo el índice de su mano-, este señor es Anselmo, el cliente de quién te hablé el otro día”. Para la gente mayor (el otro día puede ser anteayer  o hace un mes), la muchacha baja de la escalera y le ofrezco mi mano para poner los pies en el suelo. “Encantada Anselmo, mi padre me ha hablado de usted, dice que es un lector selectivo y un caballero”. Anselmo contesta riendo “Caballero sin armadura ni plumero, encantado Úrsula”.
Tardamos poco en quedar para tomar algo, ella ha aceptado gustosa, le he dicho que si le parece bien la pasa recoger mañana a las seis  “Quiero traerte de vuelta a casa antes de las diez, ¿te parece bien?”. “De acuerdo”. “Y a usted ¿qué le parece Matías”. “Perfecto, lo que ella diga”.
Ha sido una cita de lo más interesante, al principio estaba un poco retraída pero después se ha ido abriendo y la conversación ha ido mucho más fluida. Tiene treinta y un años de edad y es maestra de piano, da clases en el conservatorio de la ciudad, y aparte tiene unas cuantas clases particulares, que son lo que le reporta un dinero extra. Lejos de lo que me imaginaba, no es nada introvertida, cree que lo mejor que se puede hacer para poder enriquecerse es sabe de los demás, compartir experiencias y tratar de tener conversaciones, según dice Úrsula “elegantes”. “¿Qué son para ti conversaciones elegantes?” –le pregunto, “Pues conversaciones que no estén llenas de las vanidades que hoy día caracterizan a este sistema de cosas”. Lo suelta así, con toda naturalidad, seguido, como si fuera una convicción. “Me hubiera gustado mucho vivir en la época de los griegos cuando estaban en todo su apogeo, cuando debatían sus doctrinas, y cuando peleaban por ellas”.
En cuatro horas he aprendido mucho de esta mujer, tiene valores que van más allá de lo común, no tiene precio conversar con alguien así. Lo cierto es, que echaba de menos estar en compañía de persona que no te habla de nada de lo que nos rodea, Úrsula se concentra en discutir de elementos que forman el carácter de la gente, huye de todo aquello que tiene que ver con el materialismo.
Hay personas que sí tienen precio, ella no, me gustaría compararla con alguna joya, con algún palacio lejano, con algún país de ensueño. Es lo que a  menudo hacen poetas y escritores, yo no puedo hacerlo, es demasiado singular, todo es demasiado barato, todo a su alrededor está de rebajas, mientras Úrsula se revaloriza a cada momento que pasa. Seguro que esto lo digo porque estoy enamorado, no sé, tampoco he pensado demasiado en ello, solo sé que deseo verla, cada vez más, que me instruya en todo aquello que creo sinceramente que me falta a mí.
Al final cuando le pido que se case conmigo, acepta con los ojos humedecidos por las lágrimas. Es un gran logro para este pobre espíritu que tiene sed de saber, de saber, cómo se puede llevar a la práctica esa sabiduría encerrada en un ser humano. Su padre, Matías, quiere saber de nuestros planes, donde viviremos, cuales son mis aspiraciones, porque  en lo que se refiere a Úrsula, todavía no se ha puesto metas. Llegamos al acuerdo de vivir en su casa, mientras tranquilamente hablamos de nuestro futuro, él sonríe abiertamente y nos dice que su casa es nuestra  casa, ¡qué gran hombre!. Aunque no lo parezca, porque todo está remecido de libros y encuadernaciones a medio hacer, la parte alta de la casa es bastante grande, la habitación de Úrsula es espaciosa y hasta soleada, da a la parte de atrás de otra calle, desde donde entra el sol casi medio día, en el salón, un piano preside la habitación, es un Steinway & Sons, un piano de caoba alemán, de los mejores que existen.
“Todavía no te he oído tocar el piano, ¿tocarías algo para mí?”. Sin contestar se sienta sobre la banqueta y se pone a tocar una parte de la sinfonía de Franz Schubert “Serenade”. De espaldas a ella, mientras pasea sus largos dedos sobre las teclas, acariciándolas, de espaldas a mí, se me saltan las lágrimas, jamás había estado en un concierto de piano, y ahora… ya ves, en primera fila oyendo aquellas deliciosas notas que flotan por el aire, dejando que me emborrachen con la carencia propia de un genio de la música.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pone punto y final a la tocata y para ese entonces, cuando se vuelve hacia mí y me da un beso en la frente, yo estoy con los ojos cerrados, no duermo, estoy en tal paz interior… le digo que haber cuando puede volver a tocar algo, me contesta “Cuando quieras, la música forma parte de mi vida, no me imagino vivir sin tocar”. Puedo asegurar a quién quiera, que escuchar esta música hace, que uno se considere rico de golpe. Por mi parte me siento la persona más rica del mundo en este instante.
¿Quién cambiaría este momento por una sesión de cine o por ir a una discoteca?. Decididamente, yo no.
 Tengo unos vecinos en mi escalera que consideran que lo más importante en la vida –sobre todo a su edad-, es salir de marcha, subirse a los coches tuneados de sus amigos, que cada dos por tres paran en la puerta, con la música a todo volumen, y salen a pasar todo el fin de semana fuera de sus casas. Vuelven a las tantas de la madrugada del domingo y se acuestan, entonces, cuando comienza la semana laboral de sus padres, les estorba cualquier ruido, y se montan unas broncas imposibles en su casa, la hermana pequeña debe ir al colegio, el padre sale al trabajo a las siete y media, la madre, a las nueve, es dependienta en una tienda de una gran superficie. Se oyen gritos desde las habitaciones de la chica y el chico “¿Queréis dejar dormir a la gente?, sois odiosos, ¡tengo unas ganas de marcharme de aquí!”.
Viven para y por la diversión, no estudian ni trabajan, solo se divierten, creen que es su momento, que nadie está autorizado a que les quiten su porción de vida, esa que necesitan para ser importantes, sino para la familia, si para los amigos, ellos sí que los quieren y desean.
He dejado el piso en manos de una agencia para que lo alquilen, nos casamos hace dos semanas, Úrsula estaba preciosa, adornada con su enorme personalidad, vestida de calle, le he manifestado que por mi parte, me gustaría casarme de forma sencilla, sin pompas ni demasiados invitados, por lo civil. “Yo quiero, lo que tú quieras amor”. Eso me ha dicho, y me ha hecho muy feliz saber que ella no quiere llamar la atención, no lo ha hecho por no contradecirme, simplemente está de acuerdo, porque ella piensa igual que yo. La comida la hemos celebrado en un pequeño restaurante que yo conocía con anterioridad, es un lugar acogedor a veinte minutos en coche de los juzgados.
Los invitados y nosotros cabíamos todos en una misma mesa, quince personas, entre ellas Raimundo, un viejo poeta conocido de Matías al que les une una vieja amistad, y la misma pasión por la poesía. Después de servirse los postres, Raimundo se ha levantado, se ha calado sus gafas redondas, seguramente tan viejas como él, bifocales y de un maletín de mano, saca un pergamino enrollado con una cinta azul sujetándolo. Después de dar unos golpecitos en la copa de cava para llamar la atención de todos, lo ha leído. Me ha parecido en este momento, estar siendo transportado a otra época, no sé muy bien porqué, Úrsula apretando mi mano, está atenta, se la nota jubilosa, su vestido estilo años veinte de color crudo, resalta su belleza y sus pómulos cobran vida propia.
Después de leer el hermoso poema que ha escrito para nosotros y antes de que tome asiento de nuevo, Úrsula se  precipita hacia él y le da dos besos “Gracias Raimundo, ¡es tan hermoso…!, lo conservaremos toda la vida”. Al hombre se le nota azorado, levanta la cabeza cual si fuera un cisne, mirando a todo el mundo pero sin mirar a nadie en concreto, luego se sienta y apura la media copa de cava que le queda.
En todo este tiempo, Matías que está expectante a todo lo que sucede –no quiere que nada salga mal en la boda de su hija-, de pronto parece derrumbarse. Cierto que aunque sencilla, la  boda ha estado llena de emociones, puede que hayan sido demasiadas para él. Se disculpa, se levanta y se sienta en un pequeño sofá que está al otro lado de la sala, su hija se levanta, lo sigue, se sienta ante un piano de cola que hay sobre una tarima de parquet y comienza a tocar parte de la sinfonía “Spirit” de Schubert. No solo se hace un silencio sepulcral en el restaurante, se respira ambiente de sala de conciertos en ese instante, mientras escucho esta fantástica música, miro alrededor, todo el mundo está pendiente de las notas que salen de aquel piano Yamaha blanco.
Termina levantando suavemente las manos del teclado, todo el mundo aplaude a rabiar, incluso los comensales de las diferentes mesas que llenan el local, el metre y tres camareros hacen lo propio, mientras, Matías se ha quedado dormido, igual que si a un bebé le hubieran cantado una canción de cuna. Demasiado alcohol para un cuerpo tan frágil, sus apenas sesenta quilos de peso poco acostumbrados a estas celebraciones, han podido con él, tendremos que llevarlo a casa en brazos, le digo a Úrsula. Ella, con todo el cariño del mundo, pasa sus manos por la cara de su padre esbozando una ligera sonrisa de comprensión.
Hemos decidido no ir de viaje de novios, ahora no es oportuno, las clases de Úrsula y mi trabajo en la fábrica de papel lo desaconsejan, al fin y al cabo los dos son negocios pequeños que requieren de una supervisión continua. No nos importa, hay cosas más importantes que no tienen precio, que hay que atender. Estamos juntos y ese objetivo está cumplido, tanto buscar y mira tú por dónde, nos hemos encontrado, lo cierto es que Úrsula, no estaba buscando a nadie, esto lo he sabido después.
Yo tampoco, pero el devenir de los acontecimientos, hace que las personas con ideales comunes, se encuentren, o que pasen de largo y no se conozcan nunca. Al llegar a casa, y después de acostar a Matías, nos vamos a nuestra habitación, nos pesa un poco el estar todo el día con los vestidos que no son los habituales, ni los zapatos, quieras que no, al ser nuevos se hacen incómodos. Sobre la cómoda, un lujoso sobre abultado reza “Que seáis muy felices, os quiero mucho”, dentro, quinientas mil pesetas en billetes de mil y cinco mil pesetas nos sorprenden. “Pero… ¿qué significa esto?”. Úrsula responde “Significa que quiere ayudarnos a que nuestra relación matrimonial sea un poco más desahogada. Será su forma de agradecernos lo que estamos haciendo por él. Hace una semana me dijo que quería darnos las gracias por quedarnos a vivir aquí, que lo agradecía mucho, él solo me tiene a mí”.
Junto al dinero una caja de madera de cedro pisaba una nota escrita con una impecable letra gótica, en ella se leía “Esta caja, contiene algo que no tiene precio, que podría venderse, yo no lo he hecho, nunca me ha sido necesario hacerlo. Es el mejor libro que jamás ha pasado por mis manos, no lo vendáis hasta que sea imprescindible, tampoco es necesario que lo leáis, vosotros cumplís con lo esencial  que enseña. Ahora os corresponde a vosotros conservarlo”.
Extraña nota esta, como extraño parecía el regalo. Los dos nos miramos extrañados aunque felices, al saber que nos confía algo tan valioso. No es el caso de mover la caja para saber si es grande o pequeño, podemos dañarlo, Úrsula lo pone dentro del armario ropero junto a la ropa de cama, lo deposita con todo el cuidado del mundo, y lo cubre con unas sábanas de hilo bordadas a mano. Cierra la puerta del armario como si fuera la vitrina de un joyero, se vuelve y me dice “Te amo Anselmo, vamos a dar un poco de rienda suelta a ese amor que sentimos mutuamente. Ten cuidado, no he conocido a otro hombre más que a ti”.
Me acerco a la ventana que da a la tienda, la luz del pequeño escritorio de Matías, vuelve a estar encendida, mi suegro aun con la vestimenta de la boda está sentado en él, rodeado como siempre de libros a medio encuadernar y papeles, está dormido sobre sus brazos. Cuando me dispongo a bajar Úrsula me coge del brazo “Déjalo, papá es feliz así, no es la primera vez que lo hace, te lo aseguro”. Para él parece que todo lo que hay fuera de la tienda es fútil, banal, un lugar lleno de ruidos y rumores, un mundo que no es el suyo, que no pertenece a él. Me paro a pensar un instante y lo comprendo, toda su vida se la ha pasado entre libros, las letras han absorbido su sociabilidad con el exterior, no sé si es bueno o no, pero es su vida, nadie tiene el derecho a cambiarla.
Nos acostamos, después de beber de la fuente de nuestros deseos, nos quedamos dormidos. Úrsula es una mujer apasionada, pero todavía queda mucho por aprender el uno del otro, ella de su entrega confiada, yo de mi timidez, debida quizás al nuevo entorno que me rodea.
Mientras tanto, continua nuestra vida en pos de lo que es verdaderamente importante, de la búsqueda de aquello que no tiene precio, seguro que al paso que vamos lo encontramos, los dos nos hemos puesto esto, como única meta.


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