LA CHARLA.
Estas dos jóvenes mujeres son Lea y Eva, reconocen que se hicieron amigas porque sus nombres constaban de tres letras, y que aunque la consonante es diferente, las dos tienen las mismas bocales, la e y la a. Bueno, son de estas cosas que a veces se hacen difíciles de explicar, pero en cuanto a ellas, reconocen que fue esto lo que las unió en el instituto.
A ellas dos hay que añadir a Sofía, Sofía es, vista por cualquiera de sus amigas, como una diosa, una mujer simpática y amable, con la cabeza muy bien amueblada, con talento y discreta, quiere pasar desapercibida pero no puede. Cualquier cosa que se ponga encima le sienta como a una modelo, con la diferencia de que no es una esquelética mujer, muy al contrario, bien proporcionada pero sin pretensiones. Al contrario de Lea y Eva no se mira al espejo dos horas antes de salir a la calle, no se maquilla, la adorna su simpatía y unos grandes ojos verdes.
Eva y Lea, se la han encontrado en la granja La Esfinge, lleva un tiempo fuera de circulación porque ha tenido un desengaño amoroso que duró cinco años, se la ve tocada por ello. Lea se le acerca y le dice que si quiere venir este fin de semana de marcha con ellas, acepta la invitación sin vacila, ya va siendo hora de dejar atrás el duelo.
“¿Adonde vais a ir…?”. “Pues no sé, en principio iremos Al cisne, luego ya se verá, ¡la noche es joven! –le dice Eva-, venga mujer anímate y ven con nosotras, nos lo pasaremos pipa”. “Vale, ¿a qué hora nos vamos?”. “Pensábamos salir a eso de las ocho, tenemos casi una hora de camino, antes nos tomaremos algo por el camino, al ir para allí”. Lea le reprocha en broma dándole un codazo… “Sobre todo eso, beber antes de llegar ¿no?, mira que eres guarra tía”. Sofía ríe al ver esa especie de teatro que siempre montan las dos amigas, le divierte verlas enzarzadas en esta especie de jerga que utilizan las dos.
Solo hay un inconveniente que las separa, Sofía no bebe alcohol, antecedentes familiares le hicieron que odiara la bebida y sus consecuencias. Había enterrado a un primo hermano a consecuencia de un accidente de tráfico, y esto le dejó una huella imborrable, también se la dejó a la familia del motorista contra quien se estrelló.
Cuando llega la hora de que salgan las tres, un claxon suena a la perta de su casa, son ellas, el volumen del estéreo y las risas que se oyen dentro del coche le anuncian que la esperan.
“Esta noche voy a todas tías, -eso lo dice Lea-, tengo ganas de marcha, pero no os creáis que solo de baile –esto lo anuncia haciendo gestos de que es lo que precisamente quiere, Eva y Sofía entienden lo que quiere decir, al instante- ¡siii, guardaros los culitos guapos que voy!”. Eva le recuerda que tenga cuidado, que se acuerde de Lucía, otra amiga de correrías que las acompañaba siempre. “Acuérdate de Lucía, que volvió de un fin de semana con la barriga llena, los problemas que les ha causado a sus padres con la criatura que nació. No hagas la tonta, que luego diez minutos de gustillo traen consecuencias para toda la vida, ándate con ojo”.
“¿Y como se supone que debemos vivir la vida, como monjas de clausura?”. Sofía interviene para decir cuatro palabras sentada en el asiento de atrás del coche “Mirad, yo no entiendo de eso pero, la diversión debe de tener sus límites, creo. Esa conclusión equivocada de que para divertirse hay que emborracharse, desgastarse bailando, drogarse y luego echar un polvo, no es el único camino para pasarlo bien, por lo menos yo lo entiendo así”.
“Vaya sermón nos va a soltar esta nena hoy, oye, te advierto que como nos quieras fastidiar el plan te volvemos a llevar a tú casa y se acaba el rollo.” Lea le dice esto con aire simpático, sin enfadarse ni pretender cumplir esta amenaza velada, al fin y al cabo el coche es de Eva, y es ella quien dispone de los planes.
De hecho, Eva es bastante más moderada que su amiga Lea, sabe divertirse sin excesos, y un par de veces que se dejó llevar por su amiga, acabaron en la zona de peligro. Tres chicos algo mayores que ellas querían llevarlas a una zona boscosa para…, bien ya sabéis, menos mal que el buen juicio de Eva y el aparato de electricidad que llevaba en el bolso, los disuadieron de llegar a mayores. Tuvieron un factor a favor, los tres estaban borrachos como una uva, menos mal que no tuvieron ningún accidente y pudieron salir de allí sin problemas. Acabaron los tres echados en el suelo, sujetándose los unos a los otros para ponerse en pié. “¡Qué pena me dan esos chicos Lea!, míralos, un de pié dando tumbos y vomitando –se pararon a cincuenta metros de distancia de ellos con el motor en marcha y la primera puesta- pero Lea se había quedado dormida con el asiento reclinado, un poco más adelante, Eva paró para ponerle el cinturón de seguridad.
“Hasta cierto punto tienes razón Lucía, no sabemos divertirnos de otro modo, es como si fuera una herencia que tenemos de la generación anterior, muchos de los padres de personas de nuestra edad se conocieron en discotecas, y se casaron, y nos tuvieron a nosotros. Ahora si no hiciéramos esto, parecería que estamos depreciando nuestra cultura, la que nos han dejado de herencia nuestros ancestros”. “Vaya coñazo me estáis dando –Lea-, por favor no lleguéis a los reyes católicos que me muero, si lo sé no invitamos a Lucía, flaco favor te está haciendo diciéndote estas cosas, la semana que viene ya me veo rezando el rosario en lugar de salir a divertirnos”. Eva y Lucía estallan a reír, no hay para menos, Lea es divertidísima, eso la hace atractiva, y le da un aire de persona eternamente feliz.
“Para en el Ding Dong Eva que necesito una copa antes de seguir oyendo tanta tontería anda”. Este bar es un lugar de encuentro de muchos jóvenes que ya se conocen, para las dos amigas es como su casa, ahí contactan con otros y otras, que llevan habitualmente el mismo camino, la discoteca La Esfinge, entran y se besan con otros chicos que las esperan ver, hablan de los planes que tienen antes de legar a la disco.
Esta es una disco con varios ambientes de música, ubicada en un polígono industrial cerca de un pueblo llamado Los Reales, allí en la entrada y salida de la calle de esta disco, dos coches de policía controlan posibles problemas que puedan haber con la gente que asiste al lugar. En un bar próximo, preparan bocadillos y otros tente en pie para los jóvenes que van a pasar allí la noche y muchos de ellos que tienen una economía limitada, pasan el fin de semana. Durante el resto de la semana se preparan menús para los trabajadores del lugar, hasta del pueblo tienen clientes fijos. qué comen allí, por nueve euros incluyendo bebida y postre.
Las chicas van a lo suyo, en cuanto entran en esta espiral de diversión, se olvidan completamente de quienes son, todos se entregan a ese dios extraño pero tentador que se llama NO OS PREOCUPEIS DE NADA QUE AHORA ESTAIS EN MIS BRAZOS. Eva y Lea le dicen a Lucía que se deje llevar, es la manera de sacar provecho de estas horas que están diseñadas para ellas. Lucía dice “No sé si me va a gustar este sitio chicas, lo cierto es que tengo algo de miedo. No sabría bien como explicároslo, pero es que no estoy acostumbrada a…”. “¿A qué vamos a ver? –le pregunta Lea-, ¿a divertirte, a pasarlo bien un fin de semana en compañía tus amigas?”. “No es eso exactamente, la cuestión es que me planteo que estaría haciendo a estas horas una noche de viernes, y no encuentro nada que se parezca a esto”.
“Oye Lucía, ¿y qué es lo que haces habitualmente los fines de semana”. “Madre mía, si os lo digo os echaréis a reír”. “Que no mujer, cuenta, nos tienes intrigadas”. “Pues me arreglo un poco y salgo a buscar algún cine donde hacen películas antiguas, de las de blanco y negro, mis preferidas son las de juicios, thrillers sobre todo. Antiguamente había artistas muy buenos, gente que se educó en el teatro y luego se pasaron al cine”. “Creo que me voy a morir –Lea-, por favor darme aire que me asfixio, pero ¿cómo puedes soportar eso?, yo me pongo a ver una película así y me da un jamacuco”. A Eva que se la ve algo interesada… “Y de verdad esto te divierte?, no sé yo antes de eso me haría de unos cuantos amigos y me iría a jugar a los dardos, por decir algo, pero seleccionar películas de este tipo, no me cabe en la cabeza. Más que nada para una persona joven como tú, si fuera una chica de más edad y sin éxito entre los hombres lo comprendería, pero ¿tú?...”.
Lucía se encoge de hombros, (eso es lo que hay) parece decir. “A mí los chicos no se me acercan, no sé porque pero es así, no debo de ser el tipo normal de mujer”. “No guapa, lo que pasa es que eres tan hermosa, que los tontos del culo se piensan que los vas a rechazar, ese es el inconveniente que tenéis las tías de bandera como tú, créeme no es otra cosa”. Eva subraya… “Sí, tiene razón Lea, nosotras somos más, el estereotipo de chavalas que buscan, seguro que es eso, no llevas tatoos, ni piercings ni nada por el estilo, todo esto, les da indicativos a los chavales, son como distintivos de nuestra época moderna”.
Al llegar a la disco, Lucía se rinde, sabe con anterioridad que no se va a comer un rosco, que nadie de los presentes allí le va a hacer caso. Mientras están en la entrada de la disco, se acerca a Eva y le dice “¿No os sabe mal que no entre con vosotras?, estos chicos que salen ahora dicen que me llevan de vuelta sin problema, su amigo se ha puesto malo, venían para una despedida de soltero, mañana se casa, y tiene que estar en forma. Nos vemos esta semana que viene ¿vale?”. “De acuerdo, como quieras, pero ten cuidado que hay mucho salido por ahí”. En ese instante Lea las llama, ya pueden entrar, las dos, porque Lucía ya ha hecho su salida esa noche. Se alegra de volver a casa, y parece que los cuatro chicos que se suben al coche son buena gente.
“Otro rato de distracción”, se dice así misma, ahora da por bien empleada la noche.
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