miércoles, 3 de octubre de 2012

UN BOHEMIO ENCANTADOR.



                              UN BOHEMIO ENCANTADOR
                                                                                                                                          PARTE 1ª

Fue en el año 80 cuando nos conocimos, accidentalmente pasé delante de su casa, en una urbanización a la que había venido a vivir desde la provincia de Barcelona. Era un hombre alto, recio, con el cabello entre gris y blanco. Después de entablar amistad me dijo que eso era de familia. Me quedé mirando desde fuera de la verja del chalé, estaba terminando de dar los últimos toques a un cuadro fantástico, una mano salida desde el cielo extendía su índice a otra mano que recibía algo parecido a una fuerza, un don, me recordó inmediatamente los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, sin duda era una copia de esa maravilla.
Pero lo auténticamente impactante era lo que había debajo de aquellas manos, el mundo, con todo su esplendor, quedaba retratado, como si fuera un escenario de mil locuras, que los hombres han inventado para destrozarlo, para aniquilarse ellos mismos. Por supuesto que era un cuadro gigantesco, no me extrañó en absoluto que tuviera que pintarlo en el porche de la casa, aquel cuadro no lo hubiera podido pintar dentro. Con un sombrero de paja, tapando los reflejos de sol que le estorbarían para poder aplicar con mayor certeza los colores, volvió su cabeza hacia donde yo estaba. “¿Te gusta la pintura?, pasa hombre, está abierto, acércate”.
Así lo hice, pasé, me presenté y él a mi “Mi nombre es Fidel ¿el tuyo?”. “El mío es Juan para servirte en todo lo que te haga falta”. Rió al tiempo que dije esto, es comprensible, resulta fácil decir esto, en boca de alguien a quién acabas de conocer, es poco menos que absurdo. “Nunca te precipites en dejar caer esas frases lapidarias, no nos conocemos y ya te ofreces a ayudarme en todo cuanto precise, no, eso no debe ser así. Desde mi punto de vista, hay que ser más comedido en todo lo que se dice, de lo contrario, si alguien te toma la palabra, puedes salir muy mal parado ¿no crees?”. “Es verdad, lo que pasa es que decir esto, es como un signo de educación, por lo menos para mí, mis mayores me enseñaron así, supongo que forma parte del carácter de cada cual”.
Hablamos del cuadro y su significado, de lo que representaban los tanques, que eran en algunos puntos, más grandes que los propios continentes. En algunas partes del mundo pintado por Fidel, se dejaban ver unos montículos de tierra agolpados unos junto a los otros. “Oye Fidel, ¿qué significan esos montículos? –señalando con el dedo-,”. “Representan a los millones de víctimas de la locura del hombre, no tienen cruces ni cualquier otro símbolo que identifique su religión, porque para los gobernantes son una mera estadística en su loca carrera para tener poder. ¿Crees que les importan las víctimas?, para nada, a esas personas las consideran mero abono para la tierra”. Guau, vaya manera de plasmarlo, realmente genial, igual que las centrales nucleares que había dibujado, las explosiones atómicas, cadáveres andantes en todos los continentes, ejecuciones de todo tipo.
A su lado, en una pequeña mesa de madera, tenía algunos esbozos de cómo se había pintado el cuadro, me acerqué a mirarlos y aunque eran la base del cuadro, él lo enriqueció con detalles especiales que le daban un toque distintivo, personal. No era ningún pintor reconocido, me refiero a que no expuso en ninguna galería, aunque él se esforzó a lo largo de ese tramo de su vida en hacerlo. Todavía recuerdo como si hubiera sucedido ayer, que me propuso, ya que yo conocía bastante de Francia y también su lengua, el viaje que hicimos al este de Francia a visitar algunas galerías de arte importantes de Perpiñán, Toulouse y Montpelier, habida cuenta de que no estaba contento con las propuestas de algunos galeristas, nos acercamos a Carcasona, pero nos dedicamos a visitar el gran castillo, al hacerlo, Fidel cayó en la tentación de recorrerlo entero, para eso tuvimos que pernoctar allí.
Después de todo eso, lo que implicaba probar el magnífico “cassoulet” que se come en esta región del sur de Francia, se olvidó de la idea de presentar sus cuadros a una galería. Vuelta para casa, por el camino, le pregunté que porqué no aceptó la oferta que le habían hecho en Beziers, “Nunca aceptes lo primero que te ofrezcan, cuando un galerista te quiere exponer una obra o te propone un precio, desprécialo, de otro modo serás considerado un lamentable pedigüeño”. Así era Fidel, ¿querían comprar su obra…?, los dejaba con un palmo de narices y con una tarjeta suya en el bolsillo del cliente.
Fuimos a hacer este viaje con mi coche, era de gasoil, consumía mucho menos que su Volvo 740 automático de gasolina. Siempre decía que no sabía por qué se había comprado aquel tanque, “cada vez que arranco esta bestia, se ponen a chupar gasolina treinta mil chinos, ese coche es una ruina”. Jamás lo vendió, pensaba que formaba parte de él, incluso le hablaba alguna que otra vez que me había subido al Volvo con él.
Para entonces parecía sobrarle el dinero, siempre llevaba un fajo de billetes, y vestía de manera exquisita. Alguien puede pensar que eso no es ser un bohemio, para mí lo era, lo vi regalar el dinero a gente poco recomendable, “pobrecillos… haber si así se les quita ese vicio de robar”, le vi regalar chaquetas, camisas y hasta zapatos que estaban en muy buen uso a gente desvalida. Eso no era porque pudiera comprarse otros, no, ni hablar, realmente se compadecía de los que no tenían nada o poco. Un día de invierno, llovía a cántaros, me llamó desde una cabina telefónica “Juan, ¿tienes el fuego encendido?”, para entonces yo vivía en una masía grande, con una cocina inmensa, al fondo de la cual había un hogar de leña donde cocinaba a menudo carne, asaba patatas, cabezas de ajos, tostaba pan… “oye escúchame bien, me he encontrado con unos amigos en la calle y he pensado que podríamos ir a tú casa a comer, ¿qué te parece?, no te preocupes por nada yo lo llevo todo, hasta para hacer una gran ensalada”. “De acuerdo, no hay problema, la casa es grande”. “Entonces en media hora estamos ahí”.
Me asusté cuando llegaron, eran ocho personas y habían llegado todos de una vez en el Volvo, pasaron por un camino interior que hay entre el pueblo donde vivían y el mío. “¿Qué tal Juan, cómo estás?, mira estos son unos amigos que he encontrado en la calle, estaban mendigando, mira las caritas de estos niños, están muertos de frio, acercaros al fuego y calentaros mientras nosotros preparamos la carne y la ensalada”. Iba de acá para allá ofreciéndoles refrigerios para sus estómagos vacios. Llegado el momento, todos nos sentamos alrededor de la mesa, Fidel no cabía en sí de gozo, yo también viéndole a él y a aquellas pobres personas, que manifestaban no haber probado bocado tan delicioso en mucho tiempo. Fidel no hacía más que reír y disfrutar el momento, se le veía feliz. Nos comimos un cabrito entero, casi siete kilos de carne, aparte de las otras viandas que preparamos. El postre estaba en el frigo, natillas para todos, estupendas.
El caso es, que este hombre les quería convencer de que si tenían cualquier problema en el futuro, acudiesen a él, que les ayudaría bajo cualquier circunstancia difícil que se encontraran. Se fueron de casa pasadas las cinco de la tarde, todos menos Fidel, él se quedó conmigo a hablar, los dos sentados en balancines delante del fuego.

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             FIDEL ME CUENTA SU VIDA              
                                                                                                                  PARTE 2ª

“Durante mucho tiempo fui guardaespaldas de  Blas Piñar, tenía, de hecho todavía tengo, licencia de armas. Mi padre que tenía mi mismo nombre, era un impulsor de la derecha radical. Había sido militar, y después de la guerra, se hizo por influencias, comandante de la guardia civil, era un hombre de armas tomar. Sacaba la nueve milímetros por cualquier cosa para amenazar a la gente que no le callera bien, de hecho se había llevado de paseo junto a otros colegas, a gente que perteneciera a algún sindicato, o que levantara la más mínima crítica al gobierno de Franco”. “Vaya, yo creía que siempre habías sido pintor, no sé, tienes el aire de ser un bohemio de estos que a menudo se representan en las novelas o las películas”. “Un bohemio es alguien que no desea estar dentro de los convencionalismos de la sociedad, que no tiene  oficio, que es un errante e informal. Además me defino como bohemio, porque soy desordenado, y te diré más, creo que jamás he deseado terminar lo que empiezo a hacer. Ahora estoy en la fase del creativismo pictórico, mañana… quién sabe”. “Me sorprende que tengas este punto de vista, eres todo un señor, se te nota hasta en el porte. Cuando te veo vestido de lino con tú sombrero Panamá de paja, y estos mocasines de gamuza que calzas a veces, me digo a mí mismo… Por ahí viene todo un señor, chaval, haber si aprendes.”
Fidel soltó una gran carcajada, pero no se reía de mí, lo sabía, se reía de la definición que di de lo que creía que era “todo un señor”. Al día siguiente, después de haber apurado un par de botellas de Cuné más la noche anterior, vino el alguacil del pueblo a visitarme, me preguntó si habían estado en casa unas personas con aspecto dudoso, le respondí que no, que había tenido a comer a unos amigos. Concretamente ocho personas, dos matrimonios con hijos que estuvieron con un amigo común. “Te pregunto esto, porque varias familias se han quejado en el ayuntamiento de que les han robado, se conoce que han ido a algunas casas con el pretexto de pedir comida o dinero para poder viajar. A la señora Palmira y su marido los amenazaron con sendos cuchillos, hasta que les dijeron donde tenían el dinero y las joyas. Se llevaron un susto de infarto, a ella se la han tenido que llevar al hospital con un ataque de ansiedad, si sabes algo de esto sería mejor que me lo dijeras”. “No sé nada de todo esto, ¿quién ha dicho que salieron de mi casa, o que fueron los mismos que estuvieron aquí?”. “No si a ti no se te acusa de nada, es más bien para tener alguna referencia para que no vuelva a suceder”. “Pues chico no sé, a lo mejor son los mismos que el año pasado se metieron en mi casa mientras estaba en el patio de atrás regando el huerto, ¿lo recuerdas no?”. “Sí, claro que me acuerdo, aquel día se colaron en varias casas, había entre ellos una chica joven que se enrolló con el hijo mayor de los Pardo, mientras los padres, recorrieron la casa con toda libertad y los limpiaron del todo”.
Cosas de la vida, aquellos sí que eran verdaderos bohemios, paro claro, vivían a costa de lo que mangaban por ahí. Personas sin oficio, pero con beneficio, algunos de estos, luego de robar, se subían en impresionantes coches de gama alta para volver a sus chavolas. Las drogas eran otro medio con el que se ganaban la vida, en determinados lugares, se apostaban para que en este caso, gente de alto poder adquisitivo, les compraran hachís, cocaína y ves tú a saber qué más.
Fidel conocía muy bien los entresijos de todo este comercio ilegal, pero era una persona que creía en el hombre, si él había abandonado un tipo de vida peor que la de esta gente, cualquiera lo podía hacer, por lo menos eso era lo que él opinaba. Sin contar obviamente, que para rectificar aspectos de la vida, también se exige un nivel de esfuerzo y constancia.
Justificaba cualquier fechoría que pudiera ver, no es que le agradara, simplemente le parecía algo nimio, sin importancia. En una ocasión en la estábamos de camino a Barcelona, nos paramos en el área de descanso del Llobregat, pasado el peaje de Martorell. Desayunamos y al salir Fidel observó a dos hombres, uno estaba accediendo a un vehículo aparcado un tanto alejado del parking por la ventanilla trasera, el otro con las manos cruzadas en el pecho vigilaba. “Espera un momento Juan”. Se dirigió a ellos, el otro compinche ya estaba desmontando la radio del cochazo aparcado, el que hacía guardia se tensó todo él, yo estaba junto a mi coche, pero estaba tranquilo, sabía cómo se las gastaba Fidel en momentos de violencia, echaba mano del sobaco, y sacaba la nueve milímetros que llevaba como su fiel amiga. Al cabo de unos minutos volvió con los dos cacos, venían con las manos vacías y un corte en una mano, el que rompió el cristal se cortó con él, así que se tuvo que envolver la mano con un pañuelo. Al llegar a mi lado, me presentó. “Aquí el inspector Tarascón, habéis tenido suerte de que os viera y me mandara junto al coche, es un hombre pacífico y tolerante, no le hagáis enfadar, ni os imagináis como se las gasta. Venga vamos a tomar algo a la cafetería, yo le seguí el juego y moví la cabeza lateralmente para indicarles que se pusieran en marcha, tomamos una ginebra vieja y ellos dos un carajillo de coñac, después, apercibidos de que no volvieran por allí, se marcharon.
Experiencias como esa hacen que tú vida se llene de emoción, Fidel sabía hacértelas vivir a cada instante. A pesar de doblarme la edad, Fidel era un tío encantador, se ponía a hablar con quién se lo propusiera sin parpadear siquiera. Un día me dijo que tenía que irse de viaje a Cuba, motivos de viaje. Trabajaba a ratos para una agencia de consultoría de marketing, se iba a Cuba, para relanzar una empresa española a la que no le salían los números. Estuvo fuera quince días, lo acompañé al aeropuerto, allí tenía que coger un avión a Madrid primero y recibir instrucciones. Cuando volvió, me enseño fotografías junto a Fidel Castro y parte de su familia. Este le regaló un uniforme militar completo, incluidas las botas y el sombrero de lona. No me lo podía creer, ¿Cómo puñetas había conseguido estar comiendo en la misma mesa con Castro?. Incluso después de este viaje, mantuvieron correspondencia, increíble.
Fidel es de estos tipos que estaba hecho de otra pasta, además, su esposa Miranda, estaba divorciada de un marqués, era bastante alta, rubia natural y elegante, muy elegante. Se conocieron en una cena que organizó mi amigo, con el fin de recaudar fondos para montar una granja de rehabilitación para drogodependientes, él había comprado la casa de campo, una inmensa masía que se ocupó en reconstruir, con la ayuda de unos cuantos de estos chicos y chicas. No tenían que pagar nada por la estancia, solo trabajar los frutales que estaban allí y cuidar del huerto ecológico, eran autosuficientes, tenían su propio suministro de agua de dos pozos, de los que sacaban agua, con la ayuda de dos bombas de agua. Llegó a tener ciento veinte personas viviendo allí, dos furgonetas ligeras que se cuidaban de hacer llegar los productos de la huerta y la fruta a las tiendas. Era un plan perfecto, y eficiente, provechoso para los chicos que allí se olvidaban de sus anteriores vivencias y que poco a poco se rehacían para integrarse a la sociedad. Fidel hizo cavar un agujero en la tierra para construir una inmensa piscina de veinte metros de largo por ocho de ancho, los reunió a todos y les dijo “Hacemos construir esa piscina porque os la merecéis, sois grandes chicos, vuestro esfuerzo bien merece un capricho como este”. Le resbalaban las lágrimas cuando dijo estas sencillas palabras, es cierto, los quería. Les pagaba un pequeño sueldo a cada uno, en función de lo que se podía vender, entonces Miranda que todavía no era su mujer, llevaba los libros de contabilidad.


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                  LA DECADENCIA
                                                                                                                     PARTE 3ª

En la casa vivían con ellos dos, sus respectivas madres, las dos se hallaban postradas en sillas de ruedas, la madre de Fidel tenía una pierna amputada, vivían bien, tenían dentro de sus circunstancias una vida de calidad, cualquier otra persona las habría internado en un centro, tenían sobrados medios para hacerlo. Pero ni Fidel ni Miranda querían oír hablar de este asunto, vivirían con ellos hasta el final de sus días, por eso las dos madres les legaron todo cuanto poseían. Unos cuantos millones de cada una, le permitían a Fidel y Miranda llevar a cabo sus planes sin dejarlas jamás de atender y mimar. Eso permitió a Fidel llevar a cabo uno de sus sueños, desplegar todo su altruismo, hacer todo aquello que su padre siendo militar, le tenía restringido. El problema es que el dinero es muy goloso, a menudo deshace las esperanzas de aquellos que depositan la confianza en él, aunque sea un medio para conseguir metas como las suyas.
El dinero se fue consumiendo como las brasas que no están siendo alimentadas por leña nueva, en este caso, era que no vendía ningún cuadro. En una exposición que montó en una sala de La Caixa, expuso todo lo mejor que tenía de su obra dedicada a Ángel Guimerá y a Antonio Gaudí. Eran cuadros de diferentes tamaños, una obra absolutamente comercial, atrajo muchos visitantes, él la apreciaba mucho, su mujer Lucinda fue la encargada de escoger los marcos para aquellas preciosas telas. Tenía un gusto exquisito para escoger los colores de los marcos y los grosores que tenían que contener los cuadros. Un día por la tarde, -hacía cinco días que estaban expuestos-, un señor mayor apoyado sobre su bastón, se presentó en la pequeña galería para visitar la obra, iba acompañado de dos hombres jóvenes, uno de ellos su nieto, el otro era su chofer. Se sentó en un lado de la sala y se puso a observar  -contemplar-, los cuadros, apoyado sobre su bastón, Fidel se acercó a él y le preguntó si le gustaba lo que veía. “Si señor, me gustan mucho, es una obra magnífica, estoy esperando conocer al autor”. “Lo tiene delante señor, yo soy el autor, esa firma que usted ve debajo de los cuadros es la mía, Fidel L S.”. “Magnífico, ¿en cuánto valora usted estos cuadros?”. Yo en otra esquina de la sala, estaba hablando con unos amigos que habían venido de Zaragoza a visitarme, y ver de paso la exposición. Me disculpé con ellos y me acerqué al lado de Fidel, el hombre estaba interesado realmente en aquellos cuadros. El chofer permanecía a su lado como si fuera un perrito faldero, con los brazos cruzados. “He estado trabajando en estos cuadros cerca de cuatro años, el precio sería alto, no sé si usted está interesado de verdad en ellos. La obra de un pintor no se cuenta por las horas que ha estado…”. “Señor Fidel, soy un hombre de negocios, además de un amante del arte, ¿Qué es lo que pide por ellos?”. “Doce millones de pesetas, eso es lo que considero que valen”. “De acuerdo, cuando termine de exponer me los lleva a mi casa, esta es mi tarjeta”.
Fidel no manifestaba jamás sus emociones en el campo de la venta de sus cuadros, cogió la tarjeta y respondió a aquel hombre “Le digo algo en un par de días”. “No amigo mío, o me lo dice ahora o no hay trato, si quiere corregir el precio lo discutimos, pero el sí o el no, lo tengo que tener ahora”. Fidel se quedó algo contrariado, no estaba acostumbrado a tener una oferta con el dinero sobre la mesa, y menos por esa cantidad de dinero. La respuesta fue tajante, no, el anciano se quedó mirándolo con cara de poker, puedo subir el precio un poco más si a usted le parece que es poco”. Devolviéndole la tarjeta… “Lo siento, esta obra no está en venta todavía, pero gracias por valorarla”. ¿Por valorarla?, yo pillo esos millones y al cabo de poco me pongo a pintar como un loco –disculpad la expresión-, otras cosas, porque la cabeza de Fidel bullía de ideas que quería pintar.
Miranda no se enteró de aquella oferta, fue a toro pasado que él mismo le hizo saber lo sucedido en el banco. Lógicamente, se subía por las paredes cuando se enteró. Sin embargo lejos de ponerse a discutir con ella, se puso literalmente a bailar solo, contento de que alguien con buen criterio, se hubiera fijado en sus cuadros. Encendió su equipo de música y nos dijo a los que estábamos presentes, que nos invitaba a una mariscada. Fidel estaba acusando la enfermedad que le rondaba desde hacía tiempo, era un neurótico y no lo quería reconocer. Al poco, Miranda sin aviso previo, se fue de casa, sacó el dinero que tenían en dos cuentas diferentes y lo dejó con quinientas pesetas en el bolsillo. Su vida se trucó por la mitad. Tuvo que dejar el piso donde vivía, y estuvo dando tumbos por diferentes lugares de la costa. No supe nada de él hasta que un día apareció por casa, con un Renault familiar literalmente empapelado con obra gráfica de su obra, previamente plastificada. Se convirtió en un anuncio ambulante, y no pocas veces lo paró la policía, era algo inédito que fuera con el coche empapelado, creo que una cosa así solo se le podía ocurrir a Fidel. Llamó a nuestra puerta, vestido de safari con un salacot, fue algo inolvidable, paseaba por la calle de aquella guisa, sin vergüenza alguna. La gente que lo veía se apartaba de él, y esto, por difícil que sea de creer, le gustaba, decía que lo distinguía de los demás. “Te debo mucho Juan, te he traído algo que quiero que conserves, como pago por todos los favores que me has hecho”. Era un cuadro, un cuadro un poco sombrío pero bonito, en un prado se veían a unas ovejas, y en primer plano, a un pastor con su bastón largo, a su lado un perro que descansaba junto a su amo. “A mí no me debes nada Fidel, pero sí que me gustaría, si aprecias en algo nuestra amistad, que vinieras conmigo al médico. Te noto deprimido y algo cansado. “Sí, es verdad, estoy muy cansado, pero… oye no debes preocuparte, ¿tú sabes la de veces que me he encontrado en situaciones peores que esta?. Yo soy Fidel –eso lo dijo poniéndose de pié de un salto y golpeándose el pecho con ambas manos-, y soy de una estirpe que ya ha desaparecido”. Apuró el vaso de tinto que me pidió y se despidió. Me dio un abrazo que casi me rompe los huesos, no sabía si eso era un adiós, o solo un hasta pronto.
Fue un hasta pronto, al cabo de dos meses me dijo que quería verme y presentarme a alguien. Quedamos en una taberna de playa muy concurrida de la playa de San Salvador, cerca de Tarragona, estaba a dos pasos de nuestra casa. Cuando me vio entrar por la puerta “Hombre Juan… ven aquí que te voy a comer a besos”. -estaba desatado, fuera de sí de gozo-, el pequeño restaurante estaba lleno de gente, me cogió de la mano y de pronto enrojecí, me arrastró al rincón donde tenía una mesa reservada para él, había mucha obra gráfica de la que para entonces vivía, cuatro personas estaban mirando láminas puestas sobre un caballete, sobre la mesa había más obra gráfica apilada en sendas carpetas. Justo en un extremo se veía a una mujer de treinta y tantos años, vestida con vaqueros shorts y camisa, era evidente que algo tenía que ver con él.
“Juan, quiero presentarte a la mujer que me ha cambiado la vida, levántate África quiero presentarte al mejor amigo que tengo”. Esta chica era algo serio, me pareció que era una mujer perfecta, conociendo a Fidel pensé que no se podía conformar con menos, era un hombre exigente con las mujeres, del mismo modo que escogió a Miranda, aunque su anterior mujer, casaba más con su edad, solo les diferenciaban tres años. África tenía como mínimo, quince años menos que él, estaba de veraneo en casa de sus padres, estaba sola, ellos estaban de viaje en Tailandia ese año. Tenía muy buenas formas, me contó cuando ya estábamos cenando, que era relaciones públicas de un banco, mientras que Fidel no dejaba de mirarla, como si estuviera contemplando una visión. “¿No te parece una preciosidad Juan?, me ha organizado una exposición en Barcelona, podré llevar toda mi obra, esta vez si encontramos un comprador la venderemos y nos casaremos”. “Oye, ¿y quién te ha dicho a ti que yo quiera casarme?”. “Cuando me conozcas un poco más no lo podrás evitar, hemos nacido el uno para el otro. ¡¡Señoreas y señores, amo a esta mujer, me voy a casar con ella!!”. Se oyeron tímidos aplausos, unos cuantos de los que allí estaban esta noche parecían divertidos con esa especie de teatro en vivo que estaban contemplando.
Mi amigo Fidel no era de los que hablan bajo cuando los embarga la euforia, no sé cuantas copas habrían bebido, pero en la mesa se veía una botella de Maker’s 46 –bourbon- a medio consumir. Caramba pensé para mí, este bourbon es del bueno, menudo fiestón tiene montado Fidel, no era habitual en él derroche semejante, tenía muy buena boca pero para determinadas ocasiones. No sé cuál era el arreglo que tenía con el restaurante, pero a su señal comenzaron a desfilar platos que un poco de tiempo atrás no se hubiera podido permitir. Mientras, los dos, ella y él no dejaban de hacerse arrumacos y besos, me pareció estar viendo a un Fidel diferente.
Después de bañarse en la playa a la una de la madrugada, se despidieron, cogidos por el paseo marítimo, parecía un león marino sobre su cría, pues ella era manuda comparada con el cuerpazo de Fidel, los vi desaparecer en medio de la noche, y en el fondo de mi corazón estaba muy contento de que hubiera encontrado a una mujer a su medida –a pesar de la diferencia de edad que los separaba-. Ojalá prosperara aquella relación, parecía que Fidel iba flotando, casi no tocaba el suelo, así de enamorado se le veía. África, envuelta en un pareo de seda, despojada del bikini húmedo, caminaba como si fuera una diosa de un mundo irreal, de un planeta que todavía estaba por descubrir, lo único que la hacía humana era la gran bolsa de paja trenzada que llevaba colgada sobre uno de sus hombros, y de cuyo extremo de la cinta que la cerraba, un logo metálico indicaba CD, caray, hasta la bolsa de playa es Cristian Dior.
Pero ese amor, duró lo que tardó el verano en estar presente. Al poco, me llamó Fidel pidiéndome asilo en casa, lógicamente no se lo pude negar, a un amigo no se le pueden negar las necesidades más básicas, techo y comida. Contrario a lo que me esperaba encontrar en su caso –una persona destruida y vencida-, llegó una tarde en taxi, en el maletero del cual llevaba material de trabajo, telas a medio pintar, otras que  estaban vírgenes, pinceles y paletas. Con la alegría que lo caracterizaba, se hecho en mis brazos y me estampó dos besos en las mejillas. “Ahora vas a ver quién es Fidel, ¡¡que se preparen los de ahí afuera, que ahora se darán cuenta de lo que es un artista único!!”. Cuando estaba en las últimas, siempre soltaba esa especie de grito de guerra, eso me dio que pensar, ¿qué pretendía hacer?. Quise pensar que solo pintar, moverse en algún círculo que hubiera descubierto para remontarse, no digo para enriquecerse, pero sí más bien para realizarse como buen pintor que era.

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                 EL GOLPE DE GRACIA.
                                                                                                                     PARTE 4ª

Estuvo en casa tres meses alojado. De pronto una mañana que salí a hacer compras, hacia el mediodía al regresar, la vecina de al lado de casa me dijo, que el señor que estaba alojado en casa había dejado algo para mí. Era un sobre postal, con la copia de las llaves de casa, y una nota exquisitamente escrita, en la que se disculpaba por despedirse de mí de ese modo. “No he podido esperarte a que volvieras para despedirme, no lo habría soportado. Sé como recibirte, pero todavía tengo que aprender a dejar a la gente que quiero. Ahora, cuando me marcho de tú casa, siento que mi corazón se rompe, no te dejo ningún número de teléfono porque todavía no sé donde iré a parar. Sea donde sea que esté, siempre formarás parte de mi alma, hermano”. No me avergüenza decir que rompí a llorar después de leer la nota, tiré las llaves contra el suelo, lleno de rabia y sentí un dolor intenso dentro de mí, creo que fue por pensar inconscientemente, adonde habría ido a parar, cuáles serían sus planes, y el porqué no me los hizo saber.
No tienes derecho a saber más de lo que dice –pensé para mis adentros-, sin embargo había algo claro, yo estaba seguro de que estaba enfermo, y esta era una oportunidad de oro para poder ayudarlo en este sentido. ¿Me hubiera hecho caso, se habría dejado ayudar?, es poco probable conociéndolo. Estuve preocupado un tiempo, al paso del invierno me llamó por teléfono. “¡Hombre Juan que alegría!. Me gustaría que nos viéramos y que pudiéramos charlar”. Olvidándome de recriminación alguna por su huída de casa le contesté “¿Dónde paras Fidel?, necesito verte, quiero saber dónde estás y que es de tú vida, dame tú dirección por favor”. “Todo a su tiempo Juan, todo a su tiempo. Ahora no te puedo dar dirección alguna porque estoy de paso en un ático de la playa de Cambrils en Tarragona. Te estoy llamando desde una cabina telefónica, sin embargo de aquí a quince días, nos veremos y celebraremos el éxito de una presentación que estoy haciendo en un local de La Caixa. Si vieras la de gente que está viniendo a ver los cuadros…, tengo apalabrados doce de la obra dedicada a Gaudí, pastita fresca Juan, que hay que salir de este bache. Te he llamado para que no te preocupes por mí, estoy bien y gozo de buena salud, eso es lo importante. Lo dicho, dentro de exactamente quince días te llamo ¿de acuerdo?”. “Bien como quieras, pero no entiendo porqué no me das la dirección del banco de Cambrils donde expones, para pasar a verte”. “No hombre no, así se rompería el encanto de nuestro reencuentro, déjalo de mi mano. Un beso grande amigo mío”. Colgó, en aquel instante pensé en hacer caso omiso de lo que dijo e ir a buscarlo, pero, ¿y si se enfadaba conmigo por eso?.
Al cabo de solo tres días, recibí otra llamada, esta fue de Miranda, me apercibía de qué tenía noticias de Fidel, estaba mal. “Pero… si yo he hablado con él hace poco y me ha dicho que está exponiendo en Cambrils…”  “No hagas caso Juan, mira, tengo una agencia de seguros en la Plaza Lesseps de Barcelona, en el número cuatro, ven a verme, dime el día y la hora aproximada que estarás aquí y te pongo al corriente”. Así quedamos, llegué en transporte público, en bus, es imposible aparcar en esta zona. Me estaba esperando, su secretaría me hizo pasar a su despacho no fui capaz de darle dos besos, un sencillo apretón de manos fue suficiente –ella sabía muy bien porqué-  y con un  café nos pusimos a hablar de Fidel. Quería justificarse ante mí de porqué resolvió marcharse de casa, contesté que ese no era el motivo de que nos viéramos, pareció un poco frustrada al ver que no quería saber nada, debería haber comprendido que estas cosas son cosas de pareja o de familia, y que a nadie debe importarle, lo que sucede más allá del interior de la puerta de su casa.
Somos meros espectadores del fragor de las batallas familiares, cual si fuéramos asistentes a un teatro, donde no podemos cambiar el texto ni la interpretación del mismo. Siempre tenemos la opción de salir del teatro e inhibirnos de lo que sucede al final, porque sencillamente, no nos interesa. Al final de la conversación con Miranda pude hacerme con la dirección de Fidel, me despedí de ella y salí al encuentro de la calle donde vivía. Me costó un poco encontrarla, era una de esas calles largas y estrechas que están cerca de la Colonia Guell. Todas esas casas son tremendamente antiguas, el olor a alcantarillas tiraba para detrás, llamé al portón de madera, era un bajo con solo un piso encima, no había ni buzón de correos ni ningún otro medio para saber si aquella era la casa. Después de insistir varias veces, una señora sudamericana salió a abrir la puerta “Buenas tardes señora, ¿vive aquí Fidel? es un amigo al que vengo a visitar”, me abrió de par en par la puerta y me hizo pasar. El piso era grande, pero con un ambiente de humedad tremendo, las manchas de las paredes denunciaban que eso era así, al final de un pasillo largo que me indicó aquella mujer, parecía haber otra vivienda, así era. Estaba compartiendo la casa con la señora, ella vivía en la parte delantera de la casa, mientras Fidel ocupaba la parte interior, compartían cocina y baño. Cuando holló que lo llamaba, salió de un cuarto, tenía el rostro macilento, y su largo cabello grisáceo se había convertido en una maraña.
Como siempre, se alegró mucho de verme, dio un par de saltos de alegría y me abrazó efusivamente. “Querido amigo Juan… ¿qué haces aquí, como has dado conmigo?”, no sabía muy bien que contestarle, pero quería hacerlo. “Lo cierto es que tampoco yo, sé muy bien como he logrado encontrarte, el caso es que Miranda me llamó hace unos días y me ha dado esta dirección”. “¿Y cómo sabe esta mujer que vivo aquí?”. Me limité a encogerme de hombros, esa misma tarde después de comer un bocadillo en un bar cercano atamos cabos. Fidel tuvo una aventura con una chica mejicana, que trabajaba en un club de striptis de Barcelona en la zona de Pedralbes, como resultado de las diferentes visitas que le hacía después de terminar el espectáculo, quedó embarazada, dio a luz a un niño al que pusieron por nombre Darío. Vivieron juntos unos años, antes de que conociera a Miranda, siempre se hizo cargo del muchacho. Jamás dejó de asumir su responsabilidad como padre improvisado de Darío, el chico resultó ser una persona responsable. Cuando Fidel se casó con Miranda, ésta lo usaba como criado, aunque su madre siempre estuvo cerca de él en todo momento, vivía a dos manzanas de Fidel, en consecuencia estuvo haciéndole un seguimiento durante varios años.
Cuando la madre de Fidel se casó con otro hombre, al año ya tenía a una niña, y al siguiente otro niño, ahora Darío le dijo a Fidel y Miranda que su madre le necesitaba, se mudó de casa, mientras Miranda maldecía una y mil veces esa decisión. Se quedó sin criado, en el tiempo que estuvo viviendo con su padre y Miranda, hacía todas las labores que a un criado se le hubieran exigido. Ponía lavadoras, limpiaba la casa –lo que incluía quitar el polvo y fregar-, iba a hacer la compra… en fin, la adolescencia de este muchacho comenzó siendo un castigo, y terminó siendo un tormento. Con el tiempo se alejó de todos, incluso de su madre, porque el marido de esta, cuando llegaba un poco húmedo del bar de enfrente de casa, la emprendía a palos con Darío.

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               LA CONCIENCIA ACUSA
                                                                                                                           PARTE 5ª

Se puso a trabajar de lavaplatos en un hotel de cuatro estrellas, a Darío no le daba miedo el trabajo, ya a los catorce años, los sábados y domingos cogía una bicicleta que un amigo le dio, y se iba a veinte kilómetros de su casa, con un bocadillo dentro de una mochila de lona, y cientos de trípticos de propaganda de comercios. Se ponía a repartirlos por todo el parking y a darlos en mano a la gente que salía de la gran superficie, de hecho, tuvo que buscar a dos chicos más que estaban en su misma situación, para que lo ayudaran. No era buen estudiante, pero trabajador… vaya si lo era, y responsable. Ya en el hotel, pasó de lavaplatos a botones, creo que todavía sigue allí. Él fue quien vio a su padre un día por la calle, comieron juntos, y como fuera que no había perdido contacto con Miranda, le dijo donde vivía su padre. Fue así, de ese modo, como yo me enteré finalmente de donde vivía Fidel.
Fidel me puso al corriente, de cómo se habían desenvuelto los últimos acontecimientos de su vida, como siempre, aunque se hubiera estado muriendo, no dejaba traslucir ninguna actitud negativa. “Verás Juan, me han ofrecido una galería para exponer mi obra, es una oferta que me llegó de gente muy importante, digamos que son familia del Presidente de la Generalitat. Como lo oyes, pero ya me conoces, mi obra tiene que colgar de algún sitio donde la gente me identifique, esa y no otra, es la razón de porqué no he vendido antes mis cuadros”. “Bien Fidel, ¿pero no crees que con las ofertas que has tenido, este mismo propósito que tú tienes ya lo hubieras visto cumplido?, porque claro, si no vendes, no puedes saber quién o quién no sabrá apreciar tú arte…, bueno, por lo menos es mi parecer”. “Nada Juan, todas las ofertas que me han hecho hasta ahora, han sido de neófitos de la pintura, ¿cómo les voy a vender a esta gente cuadros míos?”. Cuando hablaba así, ¡lo hacía con tal convencimiento, con tanto sentido de su propia razón!, con la mano abierta se golpeaba el pecho violentamente, era imposible hacer que entrara en razón.
La neurosis le tenía cogido por el cuello, esa enfermedad se había apoderado de él de tal modo, que hasta noté de manera ostensible, que su caminar había cambiado. Caminaba de una manera calmada nerviosa, es difícil definirlo, pero cualquiera que lo conociese bien, se daba cuenta de que Fidel, estaba pasando por una especie de metamorfosis. Hasta los movimientos de su cabeza eran mecánicos, movía la cabeza de forma compulsiva y el parpadeo de sus ojos, en otro tiempo calmado, se había convertido en un objetivo de cámara fotográfica, que quería captarlo y abarcarlo todo a la vez. Estaba francamente mal, no podía decírselo, ¿cómo hacerlo?. Mucho tiempo atrás, cuando varios de nosotros, incluso su esposa, tratamos de decírselo, se puso hecho una furia. Por supuesto que nunca le dijimos que era un neurótico, solo que creíamos que debería ir al médico, posiblemente la presión de su profesión le afectara de algún modo.
Viendo en primera persona el lugar donde vivía, y haciendo un recuento de quién era antes, ese encantador bohemio, estaba eclipsándose. El lugar donde vivía le parecía un palacio, un lugar apacible y soleado, cuando la verdad era, que los rayos del sol jamás habían siquiera lamido con un suave rayo aquella vivienda, mientras que las ratas sí que eran pobladoras improvisadas de aquel lúgubre lugar. En todas partes de la vivienda, se podían observar trampas para cazar a aquellos infectos animales. Unos minutos en los que pude estar hablando con la señora que en ese momento estaba en la cocina, le pregunté la razón de tantas trampas “Hay señor si usted supiera… ni sus necesidades puede hacer uno en paz, hasta por el wáter salen en ocasiones, y no vaya usted a creer que son ratones, son ratas de palmo y medio. Cuando entré a vivir aquí, antes que Fidel, en el wáter había instalado un wáter turco, le tuve que decir al dueño de la casa que por favor pusiera un inodoro moderno, pues así y todo, no sé cómo, pero suben por ahí”. Dejé el vaso de agua sobre el mármol de la cocina sin tocarlo, prefería pasar un poco de sed.
Cuando me despedí de Fidel, le di un abrazo exagerado, esta vez fui yo quien lo estrujó, correspondió y al soltarnos le dije “No quiero enterarme de que pasas necesidad alguna, puedes venir a mí casa cuando lo creas conveniente. Si tienes que quedarte a vivir conmigo ya sabes que no hay ningún problema, la casa es suficientemente grande, nos podemos pasar un par de días sin vernos si quieres –rió complacido-.” La casa donde yo vivía era una antigua casa de pueblo de ciento cuarenta metros cuadrados habitables, cinco habitaciones, un despacho con chimenea, la cocina que era inmensa, y en el exterior el huerto. De él sacaba cada verano, tomates, judías, calabacines, repollos… y al fondo el gallinero con diez gallinas ponedoras. Muchas veces me encontré a Fidel haciendo la siesta sobre el chinchorro que colgaba del granado. ¡Como deseaba compartir todo esto de nuevo con él!.
Al cabo de dos meses, su hijo Darío me llamó por teléfono. “Juan, mi padre a muerto, te llamo porque he encontrado tú número en su agenda, sé que hubiera querido que vinieras a su entierro”. Puede parecer extraño, pero no me sorprendí, me partió el corazón, pero no me sorprendió. Esperaba un final como aquel para Fidel, tozudo, egoísta, mal amigo pensé para mí. Pero no era el caso de recriminarle nada, ahora no. Llamé a un amigo común y quedamos para ir a su entierro en el cementerio de Collserola. “¿Recuerdas que es lo que no dijo Fidel que hiciéramos cuando muriera…?”. “Sí, que no lloráramos por él, que el día de su entierro lo celebráramos por todo lo alto, comiendo y emborrachándonos juntos”. “Esta noche quedamos en mi casa para la celebración”.

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