HABLA SAZONADA CON SAL
No es complicado hablar de forma
edificante, como trato en el tema que antecede a este escrito, nuestra habla
siempre tendría que estar sazonada con sal. Cualquiera que sea el plato que
comamos, si no tiene un poco de sal, se puede echar a perder. Para aquellos
aficionados a la buena cocina, sabrán que la sal, es un elemento clave para
realzar el sabor de cualquiera que sea el plato que se consuma.
Encontrar la sal apropiada para
sazonar determinados requisitos gastronómicos, son la clave de los grandes
maestros de la cocina, la eligen cuidadosamente y la aplican a sus platos, los
clientes vuelven al lugar porque saben la maestría con la que trabajan estos
artistas.
En nuestro trato con el resto de
personas con las que queremos establecer una amistad duradera, pasa exactamente
lo mismo. Una pizca de sal puesta en su lugar, en su momento oportuno mientras conversamos
puede hacer que nuestros interlocutores regresen, nos busquen, se ven arropados
por palabras animosas, comprensivas, cercanas a nuestras ideas y a diferencia
de los cocineros de alto copete, no tenemos que recorrer países hasta hallar la
sal que es la clave para nuestros platos.
Tener sal en nosotros mismos
significa comprender, asumir las inquietudes de la persona preocupada por
determinado tema, y darles sugerencias prácticas, sin alterar su parecer de aquello
de lo que están convencidos. Yo llamo a esto suavizar una conversación sin
necesidad de entrar en polémicas que no conducen a nada, quizás no hayan
pensado en ese punto de sal que podría haber minimizado cualquier problema que
sin el uso de la sal de la palabra, pudiera causar problemas mayores. Fijémonos
en eso, solo pellizcar un poco de sal de nuestra palabra, y las cosas cambian de
color, en este caso de sabor. No hacerlo es buscar indirectamente peleas,
diferencias, puntos de vista diferentes, que alejan a la familia de un
acercamiento total.
O vale la pena exponerse a perder
una relación por grave que sea la cuestión que sea. “Ya estoy cansada de ceder…
siempre soy yo la que tiene que dar el brazo a torcer, si me mantengo ahí es
por mis hijos, por nada más” El caso es que desde el principio del problema no
se ha echado mano de la sal que todos tenemos en nuestros labios siempre a
punto de ser utilizada, está siempre a nuestra disposición, en cualquier momento.
Es posible que tengamos que dar a
torcer nuestro brazo a torcer, es cierto, pero que la otra persona sepa por qué
estamos dispuestos a ceder, y que todos los humanos, tenemos nuestros límites
que son innatos en nuestra personalidad, para que sepa que no se debe abusar de
nuestro tacto a la hora de comer de determinado plato, al que le falta esa sal
indispensable para ser unificador. Ahora bien, si nuestra intención es pasar
por alto esta situación, nos comemos el plato sin sal y punto, no estamos
obligados a aguantar o soportar más de lo que creamos que podemos soportar.
“Mira chico, tú toma tú camino y a
mí me dejas en paz con mis criterios, estoy dispuesta a comer de aquí en
adelante sin usar la sal para nada” Negativa esta que se repetirá a lo largo de
nuestra vida, de aquí en adelante, nada ni nadie podrá convencernos, porque ya
hemos pasado por la experiencia, de soportar a nadie que quiera hacernos comer
una carne o un pescado con sal, hemos decidido que no, y es que no.
Todos somos meros aprendices del
uso de la sal, a medida que pasa el tiempo, si nos aplicamos, podremos dar buen
uso a esta especie tan apreciada. No nos podemos llamar a engaño, la práctica
nos dirá por sí misma como podemos usarla y de qué forma nos beneficiará pellizcar
del salero de nuestro espíritu, cuanta de esa sal debemos usar.
Pero usémosla, ¡está en juego
nuestra felicidad y las de los nuestros, ellos son los que principalmente se
beneficiarán del uso de nuestra lengua, que ahora sí, ya tiene el punto cogido
de cuanta cantidad de sal debemos usar!
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