EL FEO.
El alguacil llegó a casa de Marcial acompañado de dos soldados del príncipe y sin bajar de su caballo con sus solados franqueándole, lo llamó con un grito que resonó en la pequeña hondonada compuesta por cuatro casas sencillas de adobe techadas de paja compacta. Este salió de la parte trasera de la casa donde pastaba una cabra y unas cuantas gallinas acompañadas por su consiguiente gallo, picoteaban aquí y allá restos de grano y pequeños desechos que Marcial aprovechaba para el engorde de estos pocos acompañantes más o menos permanentes.
Se presentó al alguacil; tapándose los ojos con la mano en forma de visera para poder verlo, no fuera que lo acusaran ahora de escuchar alguna sentencia sin mirar a un oficial del principado. El alguacil cuando lo vio ante sí con esa especie de guiño peculiar que cada uno tiene cuando sale de la sombra al sol de pronto enseñando la mitad de su dentadura medio ennegrecida y escasa, no pudo evitar un gesto de cierto asco como si se le hubiera aparecido un demonio desconocido. Efectivamente pudiera considerarse así, no había ninguna duda, Marcial era el hombre más feo que sus ojos vieran desde que naciera, o por lo menos desde que tuvo uso de razón, porque personas feas las hay en todas partes a patadas ¿o iba a ser el único que tuviera este privilegio? de ser feo me refiero, los habría peores.
Bueno no, en eso me engaño, peores no, porque nada tiene que ver el ser feo con el ser bueno o malo, además, ¿quién es quien mide el ser más o menos bueno?. déjame ir más allá, ¿qué es lo bueno y lo malo? .
Bueno está, vamos a seguir con el tema porque comenzaríamos a divagar y eso es malo para el tema que nos ocupa. El alguacil le hizo saber a Marcial que traía una orden de palacio donde se hacía constar que se le daban tres horas para salir fuera de la frontera del principado, no era porque fuera malo, ladrón, pendenciero, asesino, nada de eso. Sencillamente le se expulsaba del principado por ser feo. Lo cierto es que a cualquier persona que se lo tropezara podría repelerlo porque feo lo era un rato largo, sus facciones eran contrahechas como si alguien después de haber nacido Marcial se hubiera querido entretener en modelar una figura que ya estaba bien de por sí. De hecho no es sorprendente que muchos recién nacidos presenten unos rasgos que a los propios padres no les parecen de lo más agraciado, luego con el tiempo sus rasgos se dulcifican y hasta llegan a ser personas con mucho encanto.
Pero parece que los padres tenían mucha prisa en modificar su aspecto y la madre se dedicó a envolver unos paños alrededor de su cabeza con el fin de que esta tuviera una forma más… digamos que asimétrica, lo que llevó a que fuera peor el remedio que la enfermedad como se suele decir coloquialmente. Su cabeza era larga así como su cara, además parecía no tener orejas, estas desaparecieron de entre sus facciones, los ojos eran como dos pinchazos de modo que la gente estaba convencida que era imposible ver por aquellas dos mini ventanas que no tenían pestañas, sin embargo presentaba una boca que atemorizaba cuando la abría para hablar, muchos estaban convencidos que tenía el doble de dientes que cualquier otro ser humano.
Lo cierto es que con aquella cara no encontró trabajo en lugar alguno, nadie lo contrataba por miedo a ser visto por cualquier cliente y espantara a la clientela. Desde ese punto de vista y habida cuenta que trabajo había en el lugar para cualquiera que lo quisiera, era un ser improductivo, un estorbo para el desarrollo de la economía del principado, además de matar dos pájaros de un tiro, imagínate… nos quedamos con tu casa y las pocas tierras que tu padre te dejó y quedas desterrado para hacer contenta a la gente del pueblo. No estaba mal la maniobra. Otra cosa sería su situación personal, pues que se busque la vida, pero en nuestro pueblo no, ja, faltaría más.
Bueno en honor a la verdad se debe apuntar que Marcial tenía más defectos además de ser feo. Por ejemplo… cuando el alguacil le vino a dar la noticia traía al cinto una pequeña bolsa de gamuza cerrada con cordón de piel que contenía unas cuantas monedas de plata que sería como el precio por la expropiación de sus bienes. Fijaos si era mal bicho además de feo el condenado que cuando salía a toda prisa de su casa (recordemos que se le dieron tres horas para abandonar el principado) se acercó a la casa vecina, allí vivía una señora viuda bastante mayor y le dijo…”Justina, debo marcharme por un asunto familiar de última hora, he ahorrado estas monedas en este tiempo y quiero que usted las disfrute, de ese modo no tendrá que ir al mercado cargada como una mula día sí y día también, ala, cuídese mucho y que dios la guarde.”
Menudo pieza era el tal Marcial, no apreció para nada el detalle del príncipe… mintió como un bellaco a la pobre Justina diciéndole que se iba por un asunto familiar, y además le dijo que dios la guarde cuando él no apareció jamás en misa, ni hizo jamás un donativo a los abates del convento. A una persona de ese calibre no se le podía tener confianza, sin duda alguna era un ser despreciable, seguramente estaba lleno de ira y resentimiento, no convenía bajo ningún concepto tenerlo cerca, en este sentido el príncipe mediante el alguacil que lo conocía más a fondo había hecho los deberes. Antes de tomar una decisión como esta, calibró lo que era mejor para sus conciudadanos y para eso tenía que echar mano de todos los elementos que hay en toda buena corte, es decir, espías sacados de todos los ámbitos que seguramente harían bien su trabajo y de forma ecuánime le darían una opinión objetiva de quién era Marcial y a que se dedicaba.
Después de haber pasado por el filtro de la santa iglesia católica y amañar esta los resultados de la investigación se le pasaron los resultados al príncipe que acabó tomando la decisión antes comentada. Eso era justicia, y lo demás historias, era su responsabilidad y tomó su decisión para bien o para mal. En todo caso los feos no formarían parte de aquel reino así que no cabía esperar que ninguno de ellos pasara a formar parte de lugares de responsabilidad alguna, es más, al príncipe le pareció bien que nadie los contratara para ningún trabajo y fueran marginados de esa sociedad feudal.
Esto en nuestros días es impensable pero entonces… ¡ya lo creo que era el pan nuestro de cada día! No eras guapo, no podías formar parte de la corte. Ya se podía uno empeñar en hacerse ver como alguien inteligente y culto, si no eras guapo, ¡al rio!. Menos mal que cuando uno vive en un estado de derecho tal como entonces se vivía, ya lo tiene asumido y sabe bien que tarde o temprano le tocará palmarla (en el sentido que se fijarán en uno y lo echarán a los leones) eso es lo que precisamente le pasaba a Marcial, sabía que tarde o temprano se fijarían en él. Cuando eso pasó ya tenía sus aperos preparados salvo los asuntos relacionados con su casa, que estos formarían parte rápidamente de propiedad ajena, bueno por lo menos sabía que no caería en cualquier mano, caería en manos del príncipe al que , incluso estando fuera de su pueblo debería pleitesía.
Sin decir nada más a nadie y sabiendo que sería vigilado si no cumplía con la orden palaciega comenzó a cumplir de lleno con el requisito que se le mandaba. Ya era hora de que empezara a espabilar aquel parásito, que comenzara a desarrollar sus cualidades si es que las tenía y convenciera a alguien para que le diera trabajo si era capaz de maquillar de algún modo esa cara y ese cuerpo malformado. Por su parte, con la garrota como único acompañante de camino empezó a subir por una cuesta que lo llevaba directamente a una torre de guardia con un pequeño fuerte alrededor y la guarnición de constaba de unos diez hombres armados, estos a su vez se comunicaban con otra torre que estaba a una distancia de unos trescientos metros y que tenía la misma función.
Cuando se dispuso a pasar por ese camino nadie reparó en él salvo tres soldados que algo bebidos buscaban a alguien con quien poder meterse, y claro, pasó Marcial en ese preciso momento, los soldados no sabían que pudiera vivir una persona horrible como aquella y más que increparlo o insultarle, le hicieron parar delante de ellos para contemplarlo dando vueltas a su alrededor lo observaban con curiosidad y con desprecio. Lo tuvieron en aquel emplazamiento durante una hora haciendo desfilar ante él a toda la guarnición. Alguien como Marcial nunca tiene derechos, siempre deberes, y aquello no iba a ser una excepción, de ay que lamentara en su interior el haber salido de su casa, que más que casa era refugio para quien quiere pasar desapercibido y evitar problemas relacionados con la gente que le rodeaba, la mayoría de ellos sin sentido de la lógica ni la comprensión.
Cuando hubieran terminado de la contemplación de aquel monstruo, los soldados volvieron a sus quehaceres llamados eso si por un soldado de rango superior y amenazándolos con llevarlos al calabozo si volvían a abandonar sus puestos. Marcial se dijo para sí “Fíjate que esclavitud tan horrorosa la de estos pobres hombres, sujetos a las voces de mandos superiores que al fin y al cabo no dejan de ser hombres como ellos, y que llegado el momento, si es necesario, deben jugarse la vida a golpe de espada y lanza, sin saber bien porque lo hacen. Los compadezco de todo corazón.”
Andar anduvo durante todo el día hasta bien entrada la tarde, sin parar más que una vez para beber agua de un manantial, recoger unos cuantos frutos salvajes rojos unos, violetas los otros y continuar el camino sin andar por él, no fuera caso que fuera a espantar a algún caballo con su apariencia y todavía lo corrieran a palos, pues aunque llevaba la garrota, ésta le servía solo para lo que había aprendido a usarla, como herramienta de apoyo. Era su muleta, y de paso la única cosa que tenía que jamás se quejaba del uso que le daba, ¡estaba tan orgulloso de la garrota!
Los caminos del señor son inescrutables. Eso lo sabía muy bien Marcial, pero… ¿Qué señor era ese que permitía que una persona fea (desde un punto vista puramente humano) fuera tratada de ese modo? Despreciado por unos, menospreciado por otros, nunca indiferente para los demás salvo para remarcar los signos exteriores de su extremada fealdad. ¡¡Pues vaya dios ese!! Se preguntaba asimismo como consideraba dios (el dios que fuera) a los muy guapos, a aquellos que con sus trajes de terciopelo y con sus otras galas incluidos sus caros aloes para disimular los malos olores corporales, daban una apariencia tan sutilmente hermosa. Después de pensarlo detenidamente a lo largo de aquel destierro permanente y estando en contacto estrecho con la naturaleza, comenzó a dibujar en su rostro una sonrisa hermosa, auténtica y diáfana, una sonrisa que sin lugar a dudas estaba abriendo una frontera desconocida para él, que nunca se había parado a reflexionar sobre este asunto.
Llegó por fin a los límites de su antigua tierra, cabría decir que la tierra no es ni antigua ni nueva, por lo menos Marcial ahora lo veía así. ¿Cómo y porque cambia la tierra? ¿Acaso los frutos del principado que dejó atrás eran diferentes de los que estaba pisando ahora? No, en absoluto, los pastos donde vacas y ovejas pacían tranquilamente estaban colocados en los mismos lugares, los ríos sonaban igual que las aguas que pasaban por la pequeña cañada detrás de su casa. Nada había cambiado, el mismo sol y la misma luna, el rocío de la mañana que señalaba el nacimiento de un nuevo día, refrescaba los pastos que devoraban con avidez los animales del campo. ¡Qué hermoso todo! Hasta le pareció que dos bueyes que arrastraban un viejo carro cargado hasta los bordes de hierba fresca, volvieron sus cabezas como para saludarlo y darle la bienvenida a aquellos nuevos pagos.
Se percató entonces de que el mismo arriero lo saludó dándole los buenos días, esa noche durmió bajo una encina, recogido por el hueco generoso que mostraba una gran hendidura en la base del tronco, se quedó allí después de despacharse un trozo de queso en aceite con un trozo de pan de hogaza y echarse al goleto un buen trago de vino que llevaba en un odre hecho de piel de cabra. No se fijó en la apariencia del arriero si era feo o guapo, era un arriero sin más, entonces cayó en la cuenta de que en aquel nuevo territorio quizás todos eran desterrados del antiguo principado, eso explicaría el porqué de aquel saludo amistoso del carretero.
Animado por aquel descubrimiento se incorporó al camino y en pocos minutos se acercaron en dirección contraria lo que parecía ser un grupo de labriegos con sus hoces guadañas y un grupo de mujeres de diferentes edades que alegremente les acompañaban. Al llegar a su altura todos le saludaron sin excepción y aparentemente sin reparar en su fisonomía, pero eso a él ya no le importaba, correspondió a su saludo levantando la mano y mostrando con otro saludo la educación correspondiente. Aquello era impresionante, conforme andaba el camino más se levantaban sus pies del suelo y más se ensanchaba su sonrisa, hasta el momento nadie lo había menospreciado, nadie había mostrado el menor atisbo de repulsión hacia él.
Pasado un recodo del camino que venía cuesta arriba se tropezó con una casa de buen ver, hecha con fundamentos sólidos, o por lo menos eso le pareció a él, una verja de hierro recorría todo el perímetro de la propiedad, reparó que en su interior habían una niña y un niño de corta edad jugando junto a unos patos al lado de un pequeño estanque, estaban muy distraídos porque al parecer la mamá pato llevaba tras de sí a una pequeña hueste de patitos que corrían tras la mamá espantada a su vez por los niños. El niño, algo mayor que la niña, al apercibirse de la presencia de Marcial llamó a su madre, casi al instante salió del interior de la casa una mujer feísima (desde su punto de vista) que se limpiaba las manos en un corto delantal que llevaba sobre su largo vestido un poco raído.
Marcial, tras saludar le dijo a la mujer… “Tiene usted unos niños preciosos, disculpe si me he parado en su verja pero… ¡es que hace tanto tiempo que no veo a niños jugar tan felizmente!” “No se disculpe, entre en nuestra casa por favor.” La mujer sacó una gran llave que llevaba en el bolsillo del vestido atada con una guita a la cintura y abrió la puerta, Marcial entró no sin antes advertirle que si le parecería bien a su esposo que estuviera allí. La mujer contestó…”¿Qué esposo? Yo no tengo esposo igual que ellos no tienen padre, las fiebres se lo llevaron hace dos años ya y desde entonces he perdido todo contacto con la gente de afuera de estos muros. Parece una maldición ¿sabe usted?, incluso el llegarme hasta el pueblo para hacer las compras ha resultado ser un problema para mí. Dicen que soy demasiado fea para pisar el embaldosado de sus calles y que mejor deje la lista de lo que preciso, así pues, cuelgo de la verja todos los días las cosas que preciso y ellos me las hacen llegar.
Marcial comprendió rápidamente que la fealdad de aquella mujer no radicaba en sus facciones sino en su espíritu, comenzó mientras ella le hablaba a ver similitudes con su anterior vida y captó la idea (porque para esto no hace falta ningún doctorado) que la fealdad no es más que estereotipo que establecen aquellos que se sienten superiores a nosotros, o con más poder, con mayor poder de persuasión. A él le había sucedido exactamente lo mismo, ¡ahora lo veía claro!, y tenía muchas ganas de poder manifestar su igualdad con los demás, podía ser maestro constructor, o joyero, quizás le iría mejor ser forjador. Sí, eso, forjador de caracteres, maestro de experiencia en observar las debilidades de los demás con el fin de hacerlas herramientas útiles para persuadirles de lo importantes que pueden ser en una sociedad.
A, sí, volvería quizás otra vez a su antiguo principado, esta vez acompañado de personas que habían aprendido a tener éxito sobre la hermosura.
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