miércoles, 15 de junio de 2011

JOAQUINA

  Del pueblo al pantano, y después de silbar un rato a los pajarillos que sabía que esperaban su paso por el camino empezaba poco a poco a subir la cuesta que la llevaba a su trono en lo alto de la pequeña montaña, con el bastón de avellano que en su día su marido le hiciera para compensar un poco esa cadera que la tenía sumida en eternos dolores, iba pisando fuerte con sus zapatos de esparto la gravilla junto con el polvillo del camino que ese verano abundaba porque escaseaban las lluvias. De pronto, un trueno de espanto, la hizo asustarse tanto, que mirando sin saber donde pero a todos los lados la hizo sentarse cerca, junto al camino, mirando y sin saber que, mirando al cielo ¿Qué está pasando? Se preguntó con urgencia, no se oía ningún canto, ¿acaso los pajarillos se habían muerto del susto? . Nada de eso Joaquina, el asunto estaba, que al otro lado de su adorada colina, de su querido campo, alguien empezó una guerra sin avisos, con bombas de no se sabe que calibre pero que del cielo no caían, ¿entonces eso que ha sido? Cuanto horror procuramos los humanos a los que no siguen nuestro mando. Se empeñó Joaquina en saber que era lo que estaba pasando, pero requería un esfuerzo que quizás no fuera capaz de encontrar en su cuerpo maltratado, maltratado por la edad, los achaques y hasta el miedo que podía suponer descubrir algo penoso, algo que le rompiera el alma en dos.
Después de mucho andar, olvidándose del tiempo invertido en el camino, sin reloj alguno en su muñeca, llegó a un altozano desde el que vio lo que andaba buscando. Gigantescas máquinas se hacían paso en medio del bosque trinchando maleza y pinos, jóvenes y viejos caían bajo una poderosa cuchara que daba fin a sus pretensiones de crecer y hacerse grandes, poderosos árboles que quizás algún día albergarían a aves de paso o servirían para que otras que no eran peregrinas constantes, hicieran allí sus nidos y criaran a sus polladas. Es por eso que en cuanto crecían un poco extendían sus brazos a los lados llamando con un grito silencioso a padres y madres como diciendo ¡he, que estoy aquí para vosotros, venid y nos aremos compañía mutua! Esos brazos generosos, ahora caídos al lado del camino agonizando y lanzando gritos de dolor inaudibles para el ser humano, no hallaban respuesta en nadie, todos aquellos hombres llevaban tapada además de sus cabezas los oídos con aparatos, ¿Cómo iban a escuchar aquellos pobres diablos?
Joaquina se quedó perpleja, mientras esas máquinas, destrozaban su bosque, otras que había en algún lugar que escapaba de su vista, martilleaban algo de forma constante, ¿Qué podría ser aquello tan molesto y malsonante? De pronto cesó todo el ruido y una sirena se apuntó a aquella orquesta maquiavélica, sonó durante quizás un minuto y en cuanto cesó… otra bomba que sonó como si el mismo diablo quisiera salir del fondo de la tierra. Eso ocurrió, toda una ladera de montaña cayó a peso como si con un gigantesco cuchillo la hubiesen cortado, dioses si me escucháis, decidme que no es cierto lo que veo pensó Joaquina, ¿Qué mundo es este que ahora nos arranca las tripas de forma tan descarada? Después del segundo susto Joaquina se dio por vencida, nada ni nadie puede contra esos monstruos ambulantes. Se sentó cual si fuera una reina entre dos piedras de granito que le servían de trono y luego se dejó llevar… la vida se le escapaba junto a esta tierra querida. Después de dos días la hallaron muerta como su montaña querida.                      -.-.-.-.-.-.-.-.--.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-..-

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