lunes, 31 de diciembre de 2012



                                VOSOTROS Y YO.

Padre, siempre recordaré el ejemplo que me dabas cuando al hacernos algo mayores, me decías siempre  “Somos como un pequeño hormiguero, todas se complementan, todas a una, van haciendo su labor, con el fin de ensanchar su hormiguero, de hacerlo más seguro y firme, de ayudarse mutuamente, para que su vida sea más llevadera. Recuerda hijo, yo no soy mejor que tú, ni tú superior a mí, porque seas más fuerte y vigoroso, todos somos iguales, todos dentro de esta familia, igual de importantes”.
Esa pequeña doctrina sencilla, es lo que ha hecho, que llegue a ser un ser humano, digno de llevar el nombre que llevo. He cometido errores, eso es cierto, otras veces he sido un estorbo, pero con ayuda he rectificado a tiempo. Siempre hay tiempo para aprender, siempre hay tiempo para que las heridas se vayan curando, cuando es el caso de haber cometido un error, o cien.
A vosotros os he ocasionado problemas, lo sé, y el caso, es que no se arrepentirme, para mí, el arrepentimiento es un arma de doble filo, lo que tratas de recordar que no se puede repetir, en ocasiones te persigue como una maldita sombra, más allá de la reflexión, del sol que te ilumina. ¿Pediros perdón…?, sí, eso sí, aunque no escuchéis mi voz proclamándolo a los cuatro vientos, lo pido con pesar, porque no tengo edad para cometer determinados errores, pero… ¿qué voy a hacer si me fundieron así?. Todos, queramos o no, nacemos con máculas, que a veces marcan definitivamente nuestro paso por la vida.
No puedo reclamar ser una persona nueva, nadie es una pieza de metal que pueda ser refundida, de modo que hay una cosa que os quiero decir  “No me juzguéis, nadie tiene el derecho de juzgaros a vosotros, no dejéis que esto ocurra, no siempre es juicioso contestar a alguien que cometió un error o setenta, “A mira, has segado lo que has sembrado…”, no, no siempre es así. Eso sería, como poner a la gente que nos rodea en el punto de mira, vigilantes siempre, de todo cuanto dicen y hacen, siempre críticos con cada palabra que sale de nuestra boca, sin ser críticos con su propia actitud y comportamiento.
Las aves vuelan gracias a sus dos alas, jamás podrían hacerlo con una sola. De mismo modo, nosotros estamos obligados a volar del modo que lo hacemos, sin prescindir de los valores y faltas que nos aprisionan, sin atrevernos a subestimar a los demás, por simple hecho de que, a nuestro parecer, tendríamos que haber hecho las cosas, de diferente manera. ¿Quién es aquel que se atreve a poner veto a nuestras palabras?, ¿Qué acciones o actitudes son reprobables?.
Nadie  está en posesión de la verdad absoluta “Pues resulta, que llevo mucho tiempo viendo esta clase de comportamiento, y no me gusta nada, si no cambia me niego a tener tratos con esa persona”. Bien, ahora míralo desde esta otra dimensión, la persona que deduce esto resulta, que queda automáticamente descalificada, por negarse a aceptar, que pueda haber alguien que funcione con otro modelo de mente, con otra filosofía de la vida, puede que no sea agradable para el primero, pero la realidad, exige que acepte puntos de vista diferentes, a menudo, desencuentros en formas y maneras de hacer y decir.
Vosotros y yo somos iguales, somos las mismas hormigas dentro del mismo hormiguero que persiguen el mismo objetivo, hacer crecer la colonia. Todos en su papel, cada cual aportando su esfuerzo, no todas la hormigas tienen la misma fuerza, unas son más poderosas que otras, pero no por ser diferentes se menosprecian, tampoco son expulsadas de la colonia, se miden sus aptitudes, y se las hace trabajar en el lugar que pueden.
Entre vosotros y yo, actuemos de modo consecuente, lo que si se nos ha dado a todos los seres humanos, es, aparte de diversidad, cualidades como la franqueza, la sinceridad, y sobre todo, la comunicación, que nos hace superiores a los demás animales. No aceptar esto, sería una necedad, una falta voluntaria de juicio, un desprecio expreso, de cualquier prójimo nuestro. ¿Nos merece la pena vivir con un constante desasosiego, por no desdoblarnos del modo antes mencionado?. Lo curioso del caso es, que a menudo al hablar con terceras personas, expresemos pena, por haber dejado de lado, la compañía y el afecto de los demás.  “¡Qué pena, con lo bien que estábamos antes… teníamos una relación que iba más allá de padre e hijo, éramos amigos…, no lo entiendo, me siento traicionado”.
Pero a menudo se da el caso, de que, esta lamentable conclusión la sacamos, sin haber hablado con quién supuestamente, nos ha ofendido. Desde esta óptica, me siento responsable, de muchas de las cosas que les hice a mis padres, algunas de ellas, jamás se las conté, murieron con la ignorancia, de saber realmente, como era su hijo en determinados estadios de vida. No me arrepiento, -ya he dicho antes lo que opino sobre el arrepentimiento-, pero me duele pensar que se fueran a la tumba, sin saber realmente, muchas de las cosas que hizo su hijo. A ellos no les trajo ningún oprobio, cargue yo con él, como debe ser, pero después de esto, aprendí una lección de cara al futuro, una máxima en mi vida. Vosotros y yo somos iguales, me debéis decir, todo aquello que pueda suponer no poder adelantar, todo lo que me descalifique, todas las faltas y defectos, decídmelo con franqueza, con dureza si cabe, pero decídmelo por favor.



sábado, 24 de noviembre de 2012



                             CECILIO, EL SACAPUNTAS.


Recuerdo como si fuera ayer, a Cecilio, un compañero de clase, del colegio donde yo estudiaba. Debido a su problema de obesidad, no se podía sentar en los pupitres con los demás de la clase. En consecuencia, tampoco llevaba el obligado uniforme, que consistía en una bata de rayas azules finas con el cuello completamente azul y el final de las mangas del mismo color.
Rubicundo, con el cabello cortado a cepillo, de piel muy blanca y pecosa, con los mofletes de la cara completamente rojos y los diminutos ojos azules, en ocasiones me imaginaba que era un ser de otro planeta. Trataba de ser su amigo, pero era tan impopular por causa de su obesidad, que por temor a ser marginado no me acercaba mucho a él. Los compañeros de clase no tenían nada que decirle, solo le pusieron un apodo, “El sacapuntas”, hasta cierto punto era lógico que le llamaran así, siempre, en todas las diferentes clases, tenía reservada una silla con brazos al lado de la mesa de los profesores.
Cecilio sabía cando entraba en una clase, cuál era su lugar, la silla al lado de la mesa del profesor. Allí estaba anclada con tornillos, la máquina de sacar punta a los lápices, esa era su labor, cuando alguien levantaba el brazo con el lápiz en alto, significaba que necesitaba sacar punta a su lápiz, para preguntar algo al profesor con su bata blanca, levantaba el brazo derecho sin lápiz. A quién se le ocurriera levantar el brazo izquierdo, le daban con la regla de cantos metálicos en las yemas de los dedos tres veces. ¡Y que tres veces…! Lo digo por experiencia propia, te arreaban sin piedad, al fin y al cabo esa mano no la necesitabas para escribir.
Esa era otra, tenía compañeros que eran por naturaleza zurdos, pero estaba prohibidísimo escribir con la izquierda de modo que, uve del orden de tres compañeros que se pasaron medio curso con los ojos clavados en los cuadernos a cuatro dedos de ellos y escribiendo con la lengua afuera. Al margen de un par que eran unos piezas de cuidado y que se quedaban a escribir en la pizarra cien veces –me portaré bien en clase, o no aré más novillos-, los otros tres zurdos, que parecía que entonces significaba ser comunista, se repartían la pizarra para escribir –dejaré de ser rojo pronto-.
El único que se compadecía de ellos era Bernabé, a él, que también fue zurdo en un tiempo, su padre agente de aduanas, enderezó a tiempo el problema en casa, de vez en cuando se le escapaba el coger el lápiz con la izquierda, pero rápidamente corregía el defecto, porque en especial, don Vicente, calvo aunque siempre pulcro y elegante, con su corbata o su lazo al cuello, no hacía más que ir arriba y abajo de los tres pasillos, vigilando a los niños, con el regle en la mano y dándose golpecitos en la palma de la mano.
En la parte de delante de la clase como si fuera un adorno en clase, Cecilio se esforzaba haciendo equilibrios sobre los brazos de la silla de madera, para poder seguir con atención las directrices del maestro. Lo malo es que cuando teníamos dictado, el pobre de manera obligada, se perdía parte de lo que decía el profe, él y el que esperaba con paciencia que Cecilio le sacara punta al lápiz, porque amigos, cuando sacaba punta  Cecilio, lo hacía de forma perfecta, creo que para él, sacar punta era una profesión, escrupuloso con las aristas, que quedaran todas ellas perfectas, que la punta no fuera ni demasiado larga ni demasiado corta, así era Cecilio.
Pero de cualquier forma, aunque fuera muy bueno en esto, que consideraba ya su oficio en el colegio, se veía a sí mismo como un desterrado, un marginado que no tiene los mismos derechos que los demás. Se le notaba por la profunda cara de tristeza que siempre tenía que no era feliz, no podía correr como los demás en el patio. No podía siquiera, caminar con las piernas juntas, sus tobillos estaban extrañamente hinchados, a su paso por los pasillos del colegio, se escuchaban comentarios despectivos, hasta groseros, ya se sabe, los niños no saben, o se recrean con el  mal ajeno sin pararse a pensar, cuando eres niño, tú oficio es sacar buenas notas, estudiar para el día de mañana, ser lo que tus padres desean que seas.
A medida que adelantaba el curso, Cecilio engordaba más, de eso me di cuenta uno de los días que nos hacían revisión médica, ya tenía cuello abajo que iba a ser un mal día para él, imagínate allí a todos los niños desnudos en fila con solo los calzoncillos puestos. El blanco de todas las miradas iban dirigidas a él y al médico, en un aula que no se usaba, con dos estufas eléctricas con forma de paraguas invertido y una resistencia que estaba roja y reflejaba el calor, todos los niños estábamos en fila india firmes, un profesor se cuidaba de que los pies no salieran fuera de  la marca del terrazo, una línea marcada con tiza en el suelo indicaba por donde se tenía que circular.
Cuando Cecilio llegó a su revisión, el médico, un hombre mayor acompañado de una enfermera no reprimió el comentario  “¡Pero que tenemos aquí, una morsa albina en calzoncillos…!”. Cecilio cerró los ojos, lo vi porque estaba en la otra parte del aula vistiéndome, apretó los puños y siguió las instrucciones que le marcó el médico. Hubieron conatos de risas, pero el profesor se quedó mirando a quienes fueron tentados a reírse del comentario, el profesor para la ocasión se llamaba Juan Bosco, se encargaba de la clase de lengua y aprendí mucho de él. Excepcionalmente, era el único, que no dejaba que Cecilio sacara punta a los lápices, el único que dejaba que Cecilio se sentara en su silla al frente de la clase mientras que él, cuando lo hacía tomaba asiento en una silla de madera que crujía por todas partes.
Por su cara vi que no le gustó el comentario que el médico hizo de su alumno, pero era el médico, además en poco más de media hora, sus alumnos habrían terminado el examen médico. Un mal obligado de la jefatura del estado, Ministerio de Sanidad, para muchos aquel examen representaba una humillación, los que tenían piojos por ejemplo eran apartados a un lado. Se les dejaba que se vistieran, pero esperaban de pie apartados de los demás, después se les daba un papel, y sin más se les enviaba de inmediato a casa, aquello era como una especie de documento oficial, con la firma del médico y un sello encima de ella. A mí, me tocó una vez llevar este papel a casa, a decir verdad todos pasamos una vez u otra por este bochorno, a excepción de Cecilio, a él no le dieron jamás un papel de aquel tipo.
Sin embargo en su caso, en varias ocasiones, llamaron a sus padres para ir a hablar con el director del centro, seguro que se trataba de la dimensión del problema que estaba adquiriendo la obesidad de su hijo. Nadie sabía muy bien el porqué de estas reuniones, solo sé que al cabo de tres meses, cuando a las nueve en punto entramos en clase, después de cantar formando como militares, el cara al sol en el patio, entró después de saludar con el obligado “Ave María Purísima, sin pecado concebida”, el cura del centro, porque para que lo sepáis, en el colegio también teníamos capilla, y muy guapa por cierto.
“Levantaos todos y saludar al padre Matías”. Cuando nos hicieron sentar, pensé inmediatamente en Cecilio, ¡la que se iba a llevar por llegar tarde a clase!... “Es una triste noticia la que me trae hoy aquí hijos míos –dijo compungido-, vuestro compañero de clase Cecilio ha muerto esta madrugada, su amorosa madre ha entrado a despertarle para que viniera al colegio, y lo ha hallado muerto en su lecho”.
Desde siempre me había parecido distintivo e ilustrado el modo de hablar de los curas, sobre todo de los de ciudad “su amorosa madre… muerto en su lecho…”, esas son expresiones de una persona ilustrada, de alguien que ha leído mucho, o se ha aprendido bien, determinada lección de oratoria. De cualquier modo, lo importante estaba en que Cecilio estaba  muerto, ya ves, un chaval como yo de solo once años, justamente ese curso estábamos en matemáticas con el tema de los quebrados y las raíces cuadradas, simples y compuestas.
Faltaba poco para las vacaciones de Navidad, me comentaba un día en el patio que su padre fue al bosque a talar un abeto y que en su casa lo decoraron de maravilla, que fuera a verlo, ¡menudas navidades iban a pasar los pobres!.
Después de pasado el entierro, al que no pudimos asistir porque tuvimos clase, me preguntaba, quién sería el que sacaría punta a los lápices a partir de ahora. La respuesta no se hizo esperar,  “A partir de hoy, cada cual sacará punta a su lápiz, tratad de hacerlo rápido si no queréis llevaros un castigo”.
Cuando empezó el siguiente curso, dejé el colegio y me puse a trabajar de aprendiz, en un taller mecánico, les dije a mis padres que no sacaba provecho alguno del colegio, con tanta necesidad que entonces había de dinero mis padres estuvieron de acuerdo –que mala decisión tomamos todos…-, pero a partir de ese día aprendí a desmontar y montar motores de coches. ¿Sabéis una cosa?, jamás me he arrepentido de tomar esa decisión.


                                                      --.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.--                                                                                                                                                                                                  







miércoles, 21 de noviembre de 2012



                                 SE ENCENDIÓ LA LUZ DEL BAR.


“Oye Sergio, fíjate tío, la luz del bar está encendida. ¿No dijo el alcalde que ya no harían ninguna concesión a nadie, después del último fracaso que tuvieron, los que lo tenían antes?”.
“Pues sí, así es, por lo menos eso me pareció oír a mí  Elías”.
“Me cago en todo, ese alcalde hace lo que le sale del rabo, se pasa las ordenanzas por debajo del cigüeñal. Ya te digo yo, que eso de la política y más cuando es de pueblo, es peor que la de las grandes ciudades. Allí por lo menos están controlados por eso de los partidos de la oposición y eso”.
“Alguien tendría que pararle los pies a este cacique ¿no te parece?, al fin y al cabo nosotros, como todos aquí, pagamos nuestros impuestos”.
“Es verdad pero… ¿Cuántos años tienes tú?”.
“Y eso ¿a qué viene ahora?”.
“Cuantos…”.
“Setenta ¿por qué?”.
“Yo tengo setenta y siete, y nunca he visto que las quejas cambien nada. Al contrario, algunas veces por quejarte te crujen, con impuestos nuevos o lo que sea, no ves que se las inventan todas esta gentuza?”.
“Hubo un tiempo en que las quejas eran consideradas, tenidas en cuenta quiero decir. Tú podías ir a una alcaldía y decir lo que opinabas sin temor alguno, pero ahora… eso sería como echar perlas a los puercos. Por un oído les entra y por el otro les sale”.
“Por eso te digo, seguro que el bar se lo han dado a algún amigo del alcalde o a alguien próximo a él”.
“Pues mira oye, hoy porque ya vamos de retiro, pero mañana si acaso nos pasamos y comprobamos haber quién es, a lo mejor conocemos quienes son. De todas formas, ¡qué bien estábamos cuando estaba abierto el bar!, con una cazalla te podías pasar la tarde jugando al tute o al dominó, te acuerdas?”.
“Que si me acuerdo?, esos momentos son inolvidables hombre, allí al lado de la estufa de leña en invierno… sería cojonudo que fuera gente como aquella los que lo tuvieran”.
“Eso si no están haciendo del local la oficina de correos, que ya sabes que hace falta desde hace mucho”.
“Bueno chico yo ya he llegado a casa, maldita cuesta esta, podrán poner una baranda de hierro en mitad de la calle para subir y bajar, total aquí no hay coches…”.
“Hea pues, hasta mañana”.
Elías y Sergio son amigos desde siempre, desde que se casaron con dos hermanas de la misma familia, es decir, son cuñados. Pero cuñados estilo pueblo, quiero decir que no se consideran parientes en el estricto sentido de la expresión. Son amigos, es verdad que antes de casarse, que por cierto y por eso del ahorro lo hicieron a la vez, eran solo conocidos, pero desde la boda no, desde entonces son amigos.
Eso sí, ninguno le va al otro con cuentos sobre su vida, cada uno va a lo suyo, uno a regentar su alfarería, el otro su bodega y sus vinos. El bodeguero es bastante más rico que el otro, pero ellos no consideran esto como un signo de importancia significativa sobre el otro. Cuando Sergio quiere hacer un buen regalo artesano, acude a Elías, a su vez, cuando Elías quiere beber un vino de clase o hacer un regalo a un amigo, va a la bodega de Sergio y deja que este le aconseje sobre que vino beber o regalar.
Anabel la mujer de Sergio es una mujer sencilla y sumisa, mientras que Teresa tiene dos ovarios como la copa de un pino, tiene un genio que para qué contarte. Pero saben que los dos cuñados se comprenden bien y que no tienen grandes broncas, porque como en todas las familias, broncas las hay.
Comentan con sus mujeres e asunto del bar, que han visto la luz encendida de nuevo, aunque estaba cerrado. La mujer de Elías comenta… “A saber que lleva de cabeza el cabestro ese –refiriéndose al alcalde-, este idiota es un aprovechado, algo raro tramará”. Elías no le contesta, sabe de buena tinta que decir algo en esta circunstancia, sería dar lugar a una discusión, de modo que lo deja ahí.
Por la mañana a eso de las ocho, el bar ya está abierto, Elías asoma la cabeza, y ve dentro del bar, a una preciosa mujer de mediana edad, que es algo más alta que él, se queda parado en la puerta, con un hermoso delantal blanquísimo y almidonado, levanta la vista desde fuera de la barra, está dando pulimento al pasamanos de latón que adorna el mármol y la madera superior.
“Buenos días señor, pase usted ya está abierto, acomódese donde le plazca que le sirvo de inmediato”. Elías no iba a entrar a consumir nada, solo a mirar, pero la bienvenida lo anima a entrar sacarse la gorra y la chaqueta.  “¿Qué quiere tomar señor…”.  “Elías, mi nombre es Elías, mire usted, me sirve un café y una copa de Terry por favor”.  “Sin favor, faltaba más. Soy casi recién llegada sabe usted?, no estoy muy familiarizada con el pueblo, de hecho espero quedarme aquí, este lugar es muy bonito, y parece que la gente también es amable”. Habla mientras está haciendo el café en una cafetera nueva de dos mangas, de inmediato le acerca a la mesa el café una copa ancha y la botella de brandy.  “Le traigo la botella porque no sé muy bien cuál es la medida de la copa, usted me dirá basta”.
Elías ha pasado en el bar cuestión de media hora, antes de apurar la copa ha pedido otro café, está riquísimo. Sin perder un minuto va a casa de Sergio, llama a la puerta y cuando sale a abrir la puerta le dice lo sucedido  “Chico, que mujer más amable y que guapa, es más alta que yo…”  “Es que para ser más alto que tú no hace falta mucho, eres un canijo hombre, ¿o es que no te miras al espejo?”. 
“Vete a hacer puñetas tonto del culo, ni que tú fueras Sansón, ¡no te jode…!”
“Oye espera, no te vayas que yo también la quiero conocer”.
“Pues ves, yo ya he estado charlando con ella, ha comprado la casita de doña Elena, la que murió el año pasado, la que está junto al rio”. Le tiene que dar estos detalles, porque Sergio es un hombre bastante ocupado, y a menudo no se entera de quien viene y quién se va, aunque sea al otro mundo. Cuando uno se va a vivir a otra parte vale que no te enteres, pero una persona que ha nacido en el pueblo y según decía el párroco, se iba a vivir con dios al paraíso, es para poner un poco más de atención digo yo, ¿no?.
Al final lo convence y se van los dos al bar, Elías por segunda vez, Sergio se estrena.
“Buenos días señora, aquí mi amigo y cuñado me ha dicho que estaba abierto, y he pensado… pues vamos a desayunar juntos. ¿Hace usted bocadillos?”.
“De lo que usted quiera señor, por lo menos de todo lo que tengo –se ríe y que bien ríe- discretamente maquillada y con los labios rojos como cerezas”.
Los dos se quedan como dos colegiales que no han visto nunca reír a una mujer de verdad, con la boca abierta.
“¿Me podría hacer usted una tortilla de chorizo?, a mi cuñado de… jamón”.
“En cinco minutos vuelvo”.
De reloj, esta mujer parece un cronógrafo, platos grandes con sendos bocadillos de tortillas diferentes. ¡Qué exageración señor!. Con estos bocadillos pasan hasta la noche o casi.
“Por las tardes, antes cuando el otro dueño, veníamos aquí a jugar a las cartas y al dominó, si le parece y el bar permanece abierto retomaremos la costumbre”.
“Pues claro faltaría más, por lo menos me harán compañía, que pasarse el día sola en el bar debe ser la mar de aburrido. Espero tener clientes y que este rinconcito de pueblo se anime”.
“No se preocupe por esto, yo me ocupo”. Sergio se compromete, quizás lo que busca es un nuevo cliente para dar salida a su producción de vinos variados, pero que va, a él no le hacen falta clientes de tan poco consumo.
Sergio paga la cuenta incluidos cafés y dos puritos, le ha salido regalado. No está seguro de que aquella mujer, sepa hacer bien las cuentas. Por eso vuelve y se lo pregunta, si, si, sus números están bien, ella estaba preocupada porque les pareciera mucho, pero ha sido todo lo contrario.
“Prepara usted menús?, se lo pregunto porque a buen precio vendría algún trabajador que otro de los que están a mi servicio en la bodega”.
“Sí los aré, pero estoy esperando a una chica que me ayudará en la cocina, quizás llegue dentro de un par de semanas. De momento, yo sola, no puedo hacerlo todo. Un poquito de paciencia y los podrá traer, sin problemas, además, la cocina parece que está bien equipada”.
“Bien, pues si repasa usted las cosas y ve que le hace falta algo, dígamelo sin falta que se lo aré traer de inmediato. Lo que sea entiende?, somos una pequeña comunidad de vecinos y dependemos los unos de los otros”.
“Así lo aré, muchas gracias por el ofrecimiento, es usted un caballero, quiero decir… los dos lo son”.
Al marchar del bar los dos hombres estiraron sus cuellos, y en la medida que pudieron, se pusieron derechos como palos, querían que los viera como a dos jóvenes dandis. Lo cierto es que los dos, estuvieron merodeando por los alrededores del bar, saludando a vecinos que hacía ya tiempo que ignoraban, algunos de ellos estaban un tanto sorprendidos al ver esta actitud, sobre todo por parte de Sergio el bodeguero, desde que comenzó a marcar distancias como empresario, parecía subestimar a los demás.
Cuando llegó Encarna, la amiga de quién les habló hacía unos días, Alba se convirtió en otra persona. Admiraba a esta mujer, deberá tener unos diez años más que ella, también destacaba por su forma de caminar y hacer las cosas, pero la eficiencia era su referente. De hecho se notaba que Alba la tenía como referente, siempre en tejanos, con el cabello muy corto aunque casi completamente cano, Encarna daba de sí todo lo que podía, la cocina marchaba de maravilla a la hora de satisfacer los estómagos de los trabajadores que comenzaban a llegar al bar.
Las luces se apagaban tarde para ser un bar de pueblo, pero tenía su explicación. Los hombres se encontraban a gusto en aquel ambiente, consumían copa tras copa y no veían la hora de marchar a sus casas. Ese local, le dio una nueva vida al pueblo, y era evidente que estaban agradecidos que así fuera. Al poco tiempo, compraron la casa contigua para transformarla en un pequeño hostal, operarios de los grandes aerogeneradores que se estaban montando en la cima del monte, pasaban allí la noche, la empresa, una multinacional, llegó a un acuerdo con Alba, para que diera comida y alojamiento a varios de sus empleados, eso hizo que el negocio subiera como la espuma.
Fue entonces cuando apareció Tomasa, la chica que contrataron como ayudanta, no tenía más de veinte años, pero estaba acostumbrada a bregar con el trabajo. Casi insignificante, de no más de metro sesenta y delgada, aquella chica parecía frágil, pero cuando fue puesta a prueba se dieron cuenta de que acertaron con su contratación. Parecía una liebre, y frecuentemente, antes de que alguna de las dos fuera a preguntar por ella, ya tenía hecho el trabajo, que hacía solo una hora se le había encomendado. No importaba que fuese pelar patatas, poner lavadoras con la ropa de las camas del hostal, o subir a tenderla, para que estuvieran las sábanas listas para la noche.
El trabajo del hogar cuando se enseña de joven, siempre da sus frutos. Su madre había muerto hacía ya tres años, y sus dos hermanos pequeños dependían de sus cuidados. También su padre, un mal bicho que no se dedicaba más que a beber y dormir, y en más de una ocasión colarse en la habitación de Tomasa, solicitándola para otras labores que no eran las de mantener la casa limpia y ordenada. La Guardia Civil ya había estado en aquella casa por lo menos en tres ocasiones diferentes por este asunto, pero no hacían  nada con él salvo amonestarlo y la última vez amenazarlo con la cárcel.
Era fin de semana, sábado, y Tomasa no apareció, si su hermano con una nota que dio a Alba. Después de leer la nota ésta se enfureció, sin decir nada a nadie, salió del bar a toda prisa, llegó a casa de Tomasa y esta le abrió la puerta, estaba medio lisiada, los ojos hinchados llenos de sangre, el cuerpo con moratones, en el cuello la señal de una correa que estuvo asfixiándola durante determinado tiempo.
“Ven conmigo, vamos a mi casa, coge tus cosas, las más necesarias, mientras voy a buscar a tus hermanos al colegio y traeré el coche, tienes que salir de aquí ya”.
“No por favor, usted no le conoce, si no me encuentra en casa me buscará y aquí no hay donde esconderse, esto es un puño de pueblo”.
“Escucha, haz lo que te he dicho, no discutas conmigo, esto lo arreglaremos de inmediato, no tienes nada que temer, tienes nuestra ayuda y nuestro apoyo incondicional ¿o es que esperas que te mate este cabrón?, siento hablar así de tú padre, pero no merece serlo”.
A regañadientes hizo lo que Alba le dijo mientras esta, estaba temblando por la tensión del momento. Se acercó al bar y llamó por teléfono a la policía, seguidamente llamó a don Sergio, le dijo que si podía venir, que era urgente.
Todo esto sucedió en una hora, Sergio entró por la puerta del bar y preguntó por Alba, estaba en la parte de atrás del bar con todo el pastel montado. El hombre miró todo el entorno, el médico, Lucas era un chico recién salido de la facultad, era el médico del pueblo, de rodillas ante Tomasa le estaba practicando las primeras curas después de inyectarle un sedante,  trataba  de convencerla, para que se dejase hacer una citología en el consultorio del pueblo, pero no había forma. Al final Alba la convenció, le dejó claro que estaría con ella en todo momento, que estaría a su lado, por su parte Lucas le hizo saber que sería solo un instante.
“Pero bueno, ¿qué es lo que ha pasado aquí?, -Sergio no entendía nada-, el panorama que se encontró en la trastienda le sorprendió bastante”.
Alba se levantó, estaba cogiéndole la mano a Tomasa, mientras el médico, con la maleta abierta, echaba mano de los productos de farmacia propios para la ocasión.
“La policía va a llegar de un momento a otro, su padre la ha atado a la cama con la correa del pantalón por el cuello, la ha golpeado y luego la ha violado, ¿qué le parece?. Si me encuentro a este hijo de puta soy capaz de cualquier cosa, Tomasa dice que estaba borracho, yo creo que va tras ella desde la muerte de su mujer”.
“Bueno y ¿qué hago yo? Alba, dime lo que tengo que hacer”.
“De este desalmado ya se encargará la guardia civil, pero a ella, después que él médico termine, hay que llevarla a un hospital, para eso lo he llamado, para pedirle si nos puede llevar, lo cierto es que no estoy para conducir ahora mismo, quiero estar a su lado, mire como me ha dejado la mano, -ciertamente la tenía roja, parecía que la hubiera sacado del horno, tenía la señal de los dedos de Tomasa-, no puedo dejarla sola por lo menos ahora”.
“Voy a buscar el coche grande, no os quiero llevar en esta tartana –nombre que le daba a un viejo Land Rover que usaba para moverse por su propiedad-, vuelvo en diez minutos, y aclara cuando venga la policía, lo que vas a hacer mientras con los dos críos, esos son capaces de llevárselos a donde sea”.
“Vaya y no se preocupe, Encarna y yo nos encargaremos de ellos, no creo que vayan a dejar a su hermana ingresada en el hospital, le harán determinadas pruebas y la dejarán volver a su casa. Ya sé cómo funciona esto”.
Cuando salió del bar a toda prisa, Sergio se tropezó con Elías, este lo paró, pero Sergio no se detuvo  “Tengo prisa Elías, luego hablamos, ya te contaré”.  “Bueno hombre vale, parece que vayas a apagar un incendio, joder que prisa, ni que hubieran matado a alguien”.
Esas fueron las únicas palabras que se intercambiaron, tranquilamente con un purito a medio consumir se dirigió al bar. Contrario a la costumbre, era Encarna la que se encargaba del servicio de la barra, eso extrañó mucho a Elías.  “Hola ¿y Alba?, ¿le ha pasado algo?”.  “No, es que ahora mismo está ocupada, ¿le parece bien que le sirva yo? –forzó una sonrisa, en estos negocios siempre hay que transmitir simpatía a pesar de los problemas-, ¿qué le pongo señor Elías?”.  “Me sirves un carajillo de ron por favor, la verdad es que de vez en cuando ver una cara nueva en la barra es bueno, me alegro que estés tú hoy”.
Encarna en ese momento estaba pensando cómo se las arreglaría a la hora de los menús, servir platos, sacarlos y servirlos,  luego encargarse de las bebidas y los cafés, era una tarea a la que nunca se había enfrentado al mismo tiempo. Pero Encarna era resuelta y muy capaz, de manera que ya llevaba rato mentalizada a pasar por aquella prueba. Se escuchó un motor al cabo de unos minutos, que aparcaba en la parte de atrás del bar. Alba dijo a los niños que se quedaran allí quietos un momento. No podía pedirle a Encarna que se encargara también de los niños, pero como llovida del cielo, con Sergio venía su esposa Anabel, toda bondad, aquella mujer a la que todavía no conocía nadie muy bien, bajó del coche y se metió por la puerta de atrás en la trastienda del bar.
“Venga marchad ya, yo me ocuparé de los niños. Aseguraos de que le hacen todas las pruebas bien, hola mucho gusto Alba, mi nombre es Anabel la mujer de Sergio, vete tranquila, ya he llamado al capataz de la finca para que nos recoja a los tres, y nos lleve a nuestra casa, luego Sergio os llevará allí de vuelta, ya lo tenemos todo hablado”.  “Muchas gracias señora, es usted una santa, no sabe el favor que nos hace”. Tomasa estaba ya instalada en el asiento de atrás del gran coche con el cinturón de seguridad atado, a su lado se sentó Alba a la que sujetó la mano como si se tratase de un segundo cinturón de seguridad, de hacho la atrajo hacia sí de modo que Alba tuvo que ponerse en el centro del asiento trasero, delante Sergio y Lucas, el doctor.
Fue un viaje de tres cuartos de hora, el hospital no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, se tenía que llegar hasta Alcubillas desde el pueblo, y luego a Villanueva de los Infantes. Cuando llegaron al centro médico, en admisión comenzaron a ponerle peros de todas clases, Alba se alteró mucho, sin embargo Sergio preguntó dónde podía encontrar a un médico particular, le pasaron la dirección de un médico que visitaba allí pero que ese día no estaba disponible. Después de una llamada de móvil convinieron en que llevaran a Tomasa a su consulta.  “Menudo chollo tienen montados algunos médicos, sacan dinero hasta de debajo de las piedras si es preciso”.  “Lleva usted razón –contestó Lucas-, tengo amigos de facultad que ya son ricos ¿qué le parece?, claro está que no trabajan en zonas rurales, piensan que esto es para bobos, que ya que tienes que estudiar unos cuantos años, lo mínimo que puedes hacer es aprovecharte de ello”.
Llegados a casa del médico, un hombre bien vestido, enfundado en una bata blanca y que rozaba los cincuenta, les abrió la puerta. Rápidamente identificó a la persona de las tres, que necesitaba su ayuda. Los hizo pasar con la cortesía que es habitual en los galenos preguntó, Lucas que se identificó como colega suyo le puso al corriente, pero Tomasa no dejaba de sujetar la mano de Alba en ningún momento. En un susurro le dijo a ésta  “Alba tengo miedo, no llevo bragas”. Levantó la mirada con  los ojos suplicantes  “No temas nada, los médicos están acostumbrados a estas cosas cada día, ¡si supieras la de personas que tienen que ver cada día desnudas…!”. Esto se lo dijo esforzándose por transmitirle confianza, con una leve sonrisa. ¡Cuánto le costó dibujar esta sonrisa en la cara, cuántos recuerdos amargos le traía esta situación!.
Solicitó al médico entrar con ella, don Sebastián no puso impedimento alguno, al fin y al cabo iban de pago, bajo estas circunstancias, si hubiera querido que después la visitara a Alba tampoco habría dicho nada, el euro es el euro.
La visita duró no menos de una hora, el señor Sebastián se escandalizó de lo que había tenido que soportar esa muchacha. Intercambió unas palabras con Lucas su colega y redactó un informe en el ordenador, después lo imprimió. Rezaban en él todos los detalles que había observado, incluso algunas lesiones en determinados lugares de su cuerpo, que a pesar de haber cicatrizado, manifestaban que no era la primera vez que sufría abusos sexuales.
Salieron a la calle y Sergio pensó que lo más oportuno sería comer algo, de manera que preguntó donde había un hostal o restaurante cerca de allí. Se acercaron a pié, las dos mujeres iban delante, Sergio y Lucas detrás. Este le puso al corriente de lo que había observado el otro médico, Sergio se llevó una mano a la cabeza, estaba espantado, sus mandíbulas se apretaron de manera que reflejaron de golpe un rostro frio, casi lúgubre, rabioso aunque contenido.
Todos comieron la mitad de lo servido en el restaurante, pero es que Sergio, no probó bocado, estaba en otra onda, parecía que su mente vagaba por otro mundo, por otra dimensión. Si en ese momento lo hubiera visto Elías que lo conocía bien, sabría qué era lo que estaba pensando sin ningún margen de duda.
De vuelta en el pueblo, un sargento de la guardia civil acompañado por un número, esperaban dentro del Nissan patrol. La emisora no dejaba de emitir órdenes, seguramente para otros guardias que estaban de turno por aquellos lares. Sergio los dejó a los tres delante del domicilio de Tomasa, Alba tenía la mano completamente sudada, no había duda de que Tomasa tenía un gran trauma en este instante. Ves a saber tú desde cuándo llevaba arrastrando ese trauma, Alba lo había sobrellevado durante cuatro años, a mano de su tío, y de su padrino. Rompió todos los lazos con su familia, cuando supo que tanto su padre como su madre, estaban al tanto de lo que estaba sucediendo, por su madre sentía desprecio, ¡pero su padre… que siempre lo tuvo como si fuera Hércules, su héroe de infancia…!, finalmente a escondidas de ellos, se llevó a su hermana a casa de los abuelos paternos que viven en Galicia, en un pueblo de la provincia e Pontevedra.
Les puso en antecedentes de todo, al principio no la creían, pero luego, al darles detalles de lo sucedido durante tanto tiempo, y conociendo de quienes hablaba, pudo dejarla con ellos. Su abuela le dijo que no debía preocuparse, que llamara cuándo quisiera, para hacer un seguimiento de los acontecimientos. Lo hacía casi a diario, hablaba con Matilde que ya estaba escolarizada y muy contenta, luego se ponían al teléfono sus abuelos a quienes agradecía infinito el haberse hecho cargo de la joven.

La guardia civil, le comunicó que tenía que acompañarlos al cuartel para abrir diligencias, pero ella se negó, no quería dejar más tiempo solos a sus hermanos pequeños. En ese instante no sabía nada de ellos y temía por su integridad física.  “No te apures, tus hermanos están vigilados por una persona de confianza, hay con ellos una agente policía que no dejará que les ocurra nada”.  “Me da igual, yo quiero estar con ellos, quiero besarlos y abrazarlos ¿o es que no lo entiende  jolín?, los necesito a mi lado, y quiero verlos ahora”.
Resolvieron hacer el atestado en su casa, no había manera de solucionarlo de otro modo. Se trajo una máquina de escribir y se hizo el atestado estando todos juntos en casa, a mitad de informe llamaron por la radio portátil al sargento, le comunicaban que tenían en custodia al padre de Tomasa, para entonces, todo el pueblo sabía lo  acontecido, no con detalle pero sabían lo que  había pasado ese día.
Los pueblos pequeños con dos o trescientos habitantes son como una gran familia, ahí todo el mundo se entera de lo que pasa, también es cierto que hay opiniones para todos los gustos, que quieres, hay gente que está desocupada, y tiene tiempo para todo. Algunos toman buena nota de quienes no van a misa, otros, de quienes visitan demasiado frecuentemente el bar, y todavía queda tiempo para cuando se va a comprar, fijarse de lo que adquieren los demás vecinos, de ese modo saben lo que comen,  cualquiera de estos pretextos sirve de motivo, para iniciar una –saludable- conversación, que verse sobre los demás.
El detalle de todo el drama llegó de boca de las esposas de los guardias, la casa cuartel estaba a poco más de un kilómetro del pueblo, las seis familias que la habitaban con sus correspondientes niños, aumentaban de forma notable la población, los niños iban a la escuela del pueblo, de manera que estas madres tenían relación con  algunos vecinos, con eso está todo dicho. Ese es un pueblo en el que Berlanga, habría tenido una buena historia para hacer una película.
Algunos lloraron de verdad lo que había pasado con Tomasa y sus hermanos, otros sin embargo lo veían como un suceso más, dentro del ámbito de un pueblo que tiene vida propia.
¡Que se va a hacer la vida es así, real, dura, y a veces siniestra!. A Rafael, el padre de Tomasa, se lo llevaron al cabo de dos días a la capital, allí debía declarar delante del juez. No tenía nada fácil su futuro, considerando las ocasiones previas, en las que la guardia civil lo había visitado, por escándalos relacionados con  la bebida, y los problemas derivados de ella que ya ocasionó anteriormente. El último, lo recordaba todo el pueblo, entró en la iglesia y en plena misa, se orinó en la pila del agua bendita, y era domingo, con la iglesia llena a rebosar, tampoco es que fuera muy grande, pero bueno, era la iglesia. ¡Vaya si la lió gorda entonces…!, además ese día, entró cagándose en dios y la virgen, cosas que hace el alcohol… Mira si te insulta un borracho yendo  por la calle, tiene un pase, no quiero decir que esté bien pero mira, tira que te va, ¡pero cagarse en dios la virgen y todos los santos mientras te meas en la pila del agua bendita…!, eso no, eso no se puede consentir, es como si cometieras un asesinato.
Pero bueno, se llevaron a Rafael al juzgado, y de allí a la cárcel seguro. Hay comportamientos que son más que intolerables, actos criminales, ¡a saber desde cuándo estaba sufriendo estas vejaciones!.
Tardó algo de tiempo en incorporarse al trabajo en el hostal pero poco a poco y con la ayuda de Alba y Encarna, fue poco a poco, recuperándose. Sus hermanos, desayunaban con ella en el hostal, comían y cenaban, eso hizo que poco a poco lo consideraran como su casa. Después de haberse ido el último cliente del bar, se apagaba la luz, solo quedaba encendida la luz del hotelito, esa no se apagaba nunca, no pocas veces sirvió de auxilio a gentes que pasaban por el pueblo sin destino, otras sirvió para ayudar a personas que sufrían averías en sus coches y necesitaban algún tipo de atención.
Con el paso de los años, Alba le comentó a Encarna mientras estaban los dos abrazadas en invierno al calor de la estufa del bar, ya habían cerrado y estaban tomándose un orujo de hiervas  “¿Te das cuenta cariño mío?, desde que llegamos aquí, nunca se ha apagado la luz del bar. Yo veo este lugar nuestro, como la luz de nuestras vidas”. Encarna se acercó a Alba y le dio un beso de los que casi tenían olvidados.


                                                   -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-


























  
                                 SE ENCENDIÓ LA LUZ DEL BAR.


“Oye Sergio, fíjate tío, la luz del bar está encendida. ¿No dijo el alcalde que ya no harían ninguna concesión a nadie, después del último fracaso que tuvieron, los que lo tenían antes?”.
“Pues sí, así es, por lo menos eso me pareció oír a mí  Elías”.
“Me cago en todo, ese alcalde hace lo que le sale del rabo, se pasa las ordenanzas por debajo del cigüeñal. Ya te digo yo, que eso de la política y más cuando es de pueblo, es peor que la de las grandes ciudades. Allí por lo menos están controlados por eso de los partidos de la oposición y eso”.
“Alguien tendría que pararle los pies a este cacique ¿no te parece?, al fin y al cabo nosotros, como todos aquí, pagamos nuestros impuestos”.
“Es verdad pero… ¿Cuántos años tienes tú?”.
“Y eso ¿a qué viene ahora?”.
“Cuantos…”.
“Setenta ¿por qué?”.
“Yo tengo setenta y siete, y nunca he visto que las quejas cambien nada. Al contrario, algunas veces por quejarte te crujen, con impuestos nuevos o lo que sea, no ves que se las inventan todas esta gentuza?”.
“Hubo un tiempo en que las quejas eran consideradas, tenidas en cuenta quiero decir. Tú podías ir a una alcaldía y decir lo que opinabas sin temor alguno, pero ahora… eso sería como echar perlas a los puercos. Por un oído les entra y por el otro les sale”.
“Por eso te digo, seguro que el bar se lo han dado a algún amigo del alcalde o a alguien próximo a él”.
“Pues mira oye, hoy porque ya vamos de retiro, pero mañana si acaso nos pasamos y comprobamos haber quién es, a lo mejor conocemos quienes son. De todas formas, ¡qué bien estábamos cuando estaba abierto el bar!, con una cazalla te podías pasar la tarde jugando al tute o al dominó, te acuerdas?”.
“Que si me acuerdo?, esos momentos son inolvidables hombre, allí al lado de la estufa de leña en invierno… sería cojonudo que fuera gente como aquella los que lo tuvieran”.
“Eso si no están haciendo del local la oficina de correos, que ya sabes que hace falta desde hace mucho”.
“Bueno chico yo ya he llegado a casa, maldita cuesta esta, podrán poner una baranda de hierro en mitad de la calle para subir y bajar, total aquí no hay coches…”.
“Hea pues, hasta mañana”.
Elías y Sergio son amigos desde siempre, desde que se casaron con dos hermanas de la misma familia, es decir, son cuñados. Pero cuñados estilo pueblo, quiero decir que no se consideran parientes en el estricto sentido de la expresión. Son amigos, es verdad que antes de casarse, que por cierto y por eso del ahorro lo hicieron a la vez, eran solo conocidos, pero desde la boda no, desde entonces son amigos.
Eso sí, ninguno le va al otro con cuentos sobre su vida, cada uno va a lo suyo, uno a regentar su alfarería, el otro su bodega y sus vinos. El bodeguero es bastante más rico que el otro, pero ellos no consideran esto como un signo de importancia significativa sobre el otro. Cuando Sergio quiere hacer un buen regalo artesano, acude a Elías, a su vez, cuando Elías quiere beber un vino de clase o hacer un regalo a un amigo, va a la bodega de Sergio y deja que este le aconseje sobre que vino beber o regalar.
Anabel la mujer de Sergio es una mujer sencilla y sumisa, mientras que Teresa tiene dos ovarios como la copa de un pino, tiene un genio que para qué contarte. Pero saben que los dos cuñados se comprenden bien y que no tienen grandes broncas, porque como en todas las familias, broncas las hay.
Comentan con sus mujeres e asunto del bar, que han visto la luz encendida de nuevo, aunque estaba cerrado. La mujer de Elías comenta… “A saber que lleva de cabeza el cabestro ese –refiriéndose al alcalde-, este idiota es un aprovechado, algo raro tramará”. Elías no le contesta, sabe de buena tinta que decir algo en esta circunstancia, sería dar lugar a una discusión, de modo que lo deja ahí.
Por la mañana a eso de las ocho, el bar ya está abierto, Elías asoma la cabeza, y ve dentro del bar, a una preciosa mujer de mediana edad, que es algo más alta que él, se queda parado en la puerta, con un hermoso delantal blanquísimo y almidonado, levanta la vista desde fuera de la barra, está dando pulimento al pasamanos de latón que adorna el mármol y la madera superior.
“Buenos días señor, pase usted ya está abierto, acomódese donde le plazca que le sirvo de inmediato”. Elías no iba a entrar a consumir nada, solo a mirar, pero la bienvenida lo anima a entrar sacarse la gorra y la chaqueta.  “¿Qué quiere tomar señor…”.  “Elías, mi nombre es Elías, mire usted, me sirve un café y una copa de Terry por favor”.  “Sin favor, faltaba más. Soy casi recién llegada sabe usted?, no estoy muy familiarizada con el pueblo, de hecho espero quedarme aquí, este lugar es muy bonito, y parece que la gente también es amable”. Habla mientras está haciendo el café en una cafetera nueva de dos mangas, de inmediato le acerca a la mesa el café una copa ancha y la botella de brandy.  “Le traigo la botella porque no sé muy bien cuál es la medida de la copa, usted me dirá basta”.
Elías ha pasado en el bar cuestión de media hora, antes de apurar la copa ha pedido otro café, está riquísimo. Sin perder un minuto va a casa de Sergio, llama a la puerta y cuando sale a abrir la puerta le dice lo sucedido  “Chico, que mujer más amable y que guapa, es más alta que yo…”  “Es que para ser más alto que tú no hace falta mucho, eres un canijo hombre, ¿o es que no te miras al espejo?”. 
“Vete a hacer puñetas tonto del culo, ni que tú fueras Sansón, ¡no te jode…!”
“Oye espera, no te vayas que yo también la quiero conocer”.
“Pues ves, yo ya he estado charlando con ella, ha comprado la casita de doña Elena, la que murió el año pasado, la que está junto al rio”. Le tiene que dar estos detalles, porque Sergio es un hombre bastante ocupado, y a menudo no se entera de quien viene y quién se va, aunque sea al otro mundo. Cuando uno se va a vivir a otra parte vale que no te enteres, pero una persona que ha nacido en el pueblo y según decía el párroco, se iba a vivir con dios al paraíso, es para poner un poco más de atención digo yo, ¿no?.
Al final lo convence y se van los dos al bar, Elías por segunda vez, Sergio se estrena.
“Buenos días señora, aquí mi amigo y cuñado me ha dicho que estaba abierto, y he pensado… pues vamos a desayunar juntos. ¿Hace usted bocadillos?”.
“De lo que usted quiera señor, por lo menos de todo lo que tengo –se ríe y que bien ríe- discretamente maquillada y con los labios rojos como cerezas”.
Los dos se quedan como dos colegiales que no han visto nunca reír a una mujer de verdad, con la boca abierta.
“¿Me podría hacer usted una tortilla de chorizo?, a mi cuñado de… jamón”.
“En cinco minutos vuelvo”.
De reloj, esta mujer parece un cronógrafo, platos grandes con sendos bocadillos de tortillas diferentes. ¡Qué exageración señor!. Con estos bocadillos pasan hasta la noche o casi.
“Por las tardes, antes cuando el otro dueño, veníamos aquí a jugar a las cartas y al dominó, si le parece y el bar permanece abierto retomaremos la costumbre”.
“Pues claro faltaría más, por lo menos me harán compañía, que pasarse el día sola en el bar debe ser la mar de aburrido. Espero tener clientes y que este rinconcito de pueblo se anime”.
“No se preocupe por esto, yo me ocupo”. Sergio se compromete, quizás lo que busca es un nuevo cliente para dar salida a su producción de vinos variados, pero que va, a él no le hacen falta clientes de tan poco consumo.
Sergio paga la cuenta incluidos cafés y dos puritos, le ha salido regalado. No está seguro de que aquella mujer, sepa hacer bien las cuentas. Por eso vuelve y se lo pregunta, si, si, sus números están bien, ella estaba preocupada porque les pareciera mucho, pero ha sido todo lo contrario.
“Prepara usted menús?, se lo pregunto porque a buen precio vendría algún trabajador que otro de los que están a mi servicio en la bodega”.
“Sí los aré, pero estoy esperando a una chica que me ayudará en la cocina, quizás llegue dentro de un par de semanas. De momento, yo sola, no puedo hacerlo todo. Un poquito de paciencia y los podrá traer, sin problemas, además, la cocina parece que está bien equipada”.
“Bien, pues si repasa usted las cosas y ve que le hace falta algo, dígamelo sin falta que se lo aré traer de inmediato. Lo que sea entiende?, somos una pequeña comunidad de vecinos y dependemos los unos de los otros”.
“Así lo aré, muchas gracias por el ofrecimiento, es usted un caballero, quiero decir… los dos lo son”.
Al marchar del bar los dos hombres estiraron sus cuellos, y en la medida que pudieron, se pusieron derechos como palos, querían que los viera como a dos jóvenes dandis. Lo cierto es que los dos, estuvieron merodeando por los alrededores del bar, saludando a vecinos que hacía ya tiempo que ignoraban, algunos de ellos estaban un tanto sorprendidos al ver esta actitud, sobre todo por parte de Sergio el bodeguero, desde que comenzó a marcar distancias como empresario, parecía subestimar a los demás.
Cuando llegó Encarna, la amiga de quién les habló hacía unos días, Alba se convirtió en otra persona. Admiraba a esta mujer, deberá tener unos diez años más que ella, también destacaba por su forma de caminar y hacer las cosas, pero la eficiencia era su referente. De hecho se notaba que Alba la tenía como referente, siempre en tejanos, con el cabello muy corto aunque casi completamente cano, Encarna daba de sí todo lo que podía, la cocina marchaba de maravilla a la hora de satisfacer los estómagos de los trabajadores que comenzaban a llegar al bar.
Las luces se apagaban tarde para ser un bar de pueblo, pero tenía su explicación. Los hombres se encontraban a gusto en aquel ambiente, consumían copa tras copa y no veían la hora de marchar a sus casas. Ese local, le dio una nueva vida al pueblo, y era evidente que estaban agradecidos que así fuera. Al poco tiempo, compraron la casa contigua para transformarla en un pequeño hostal, operarios de los grandes aerogeneradores que se estaban montando en la cima del monte, pasaban allí la noche, la empresa, una multinacional, llegó a un acuerdo con Alba, para que diera comida y alojamiento a varios de sus empleados, eso hizo que el negocio subiera como la espuma.
Fue entonces cuando apareció Tomasa, la chica que contrataron como ayudanta, no tenía más de veinte años, pero estaba acostumbrada a bregar con el trabajo. Casi insignificante, de no más de metro sesenta y delgada, aquella chica parecía frágil, pero cuando fue puesta a prueba se dieron cuenta de que acertaron con su contratación. Parecía una liebre, y frecuentemente, antes de que alguna de las dos fuera a preguntar por ella, ya tenía hecho el trabajo, que hacía solo una hora se le había encomendado. No importaba que fuese pelar patatas, poner lavadoras con la ropa de las camas del hostal, o subir a tenderla, para que estuvieran las sábanas listas para la noche.
El trabajo del hogar cuando se enseña de joven, siempre da sus frutos. Su madre había muerto hacía ya tres años, y sus dos hermanos pequeños dependían de sus cuidados. También su padre, un mal bicho que no se dedicaba más que a beber y dormir, y en más de una ocasión colarse en la habitación de Tomasa, solicitándola para otras labores que no eran las de mantener la casa limpia y ordenada. La Guardia Civil ya había estado en aquella casa por lo menos en tres ocasiones diferentes por este asunto, pero no hacían  nada con él salvo amonestarlo y la última vez amenazarlo con la cárcel.
Era fin de semana, sábado, y Tomasa no apareció, si su hermano con una nota que dio a Alba. Después de leer la nota ésta se enfureció, sin decir nada a nadie, salió del bar a toda prisa, llegó a casa de Tomasa y esta le abrió la puerta, estaba medio lisiada, los ojos hinchados llenos de sangre, el cuerpo con moratones, en el cuello la señal de una correa que estuvo asfixiándola durante determinado tiempo.
“Ven conmigo, vamos a mi casa, coge tus cosas, las más necesarias, mientras voy a buscar a tus hermanos al colegio y traeré el coche, tienes que salir de aquí ya”.
“No por favor, usted no le conoce, si no me encuentra en casa me buscará y aquí no hay donde esconderse, esto es un puño de pueblo”.
“Escucha, haz lo que te he dicho, no discutas conmigo, esto lo arreglaremos de inmediato, no tienes nada que temer, tienes nuestra ayuda y nuestro apoyo incondicional ¿o es que esperas que te mate este cabrón?, siento hablar así de tú padre, pero no merece serlo”.
A regañadientes hizo lo que Alba le dijo mientras esta, estaba temblando por la tensión del momento. Se acercó al bar y llamó por teléfono a la policía, seguidamente llamó a don Sergio, le dijo que si podía venir, que era urgente.
Todo esto sucedió en una hora, Sergio entró por la puerta del bar y preguntó por Alba, estaba en la parte de atrás del bar con todo el pastel montado. El hombre miró todo el entorno, el médico, Lucas era un chico recién salido de la facultad, era el médico del pueblo, de rodillas ante Tomasa le estaba practicando las primeras curas después de inyectarle un sedante,  trataba  de convencerla, para que se dejase hacer una citología en el consultorio del pueblo, pero no había forma. Al final Alba la convenció, le dejó claro que estaría con ella en todo momento, que estaría a su lado, por su parte Lucas le hizo saber que sería solo un instante.
“Pero bueno, ¿qué es lo que ha pasado aquí?, -Sergio no entendía nada-, el panorama que se encontró en la trastienda le sorprendió bastante”.
Alba se levantó, estaba cogiéndole la mano a Tomasa, mientras el médico, con la maleta abierta, echaba mano de los productos de farmacia propios para la ocasión.
“La policía va a llegar de un momento a otro, su padre la ha atado a la cama con la correa del pantalón por el cuello, la ha golpeado y luego la ha violado, ¿qué le parece?. Si me encuentro a este hijo de puta soy capaz de cualquier cosa, Tomasa dice que estaba borracho, yo creo que va tras ella desde la muerte de su mujer”.
“Bueno y ¿qué hago yo? Alba, dime lo que tengo que hacer”.
“De este desalmado ya se encargará la guardia civil, pero a ella, después que él médico termine, hay que llevarla a un hospital, para eso lo he llamado, para pedirle si nos puede llevar, lo cierto es que no estoy para conducir ahora mismo, quiero estar a su lado, mire como me ha dejado la mano, -ciertamente la tenía roja, parecía que la hubiera sacado del horno, tenía la señal de los dedos de Tomasa-, no puedo dejarla sola por lo menos ahora”.
“Voy a buscar el coche grande, no os quiero llevar en esta tartana –nombre que le daba a un viejo Land Rover que usaba para moverse por su propiedad-, vuelvo en diez minutos, y aclara cuando venga la policía, lo que vas a hacer mientras con los dos críos, esos son capaces de llevárselos a donde sea”.
“Vaya y no se preocupe, Encarna y yo nos encargaremos de ellos, no creo que vayan a dejar a su hermana ingresada en el hospital, le harán determinadas pruebas y la dejarán volver a su casa. Ya sé cómo funciona esto”.
Cuando salió del bar a toda prisa, Sergio se tropezó con Elías, este lo paró, pero Sergio no se detuvo  “Tengo prisa Elías, luego hablamos, ya te contaré”.  “Bueno hombre vale, parece que vayas a apagar un incendio, joder que prisa, ni que hubieran matado a alguien”.
Esas fueron las únicas palabras que se intercambiaron, tranquilamente con un purito a medio consumir se dirigió al bar. Contrario a la costumbre, era Encarna la que se encargaba del servicio de la barra, eso extrañó mucho a Elías.  “Hola ¿y Alba?, ¿le ha pasado algo?”.  “No, es que ahora mismo está ocupada, ¿le parece bien que le sirva yo? –forzó una sonrisa, en estos negocios siempre hay que transmitir simpatía a pesar de los problemas-, ¿qué le pongo señor Elías?”.  “Me sirves un carajillo de ron por favor, la verdad es que de vez en cuando ver una cara nueva en la barra es bueno, me alegro que estés tú hoy”.
Encarna en ese momento estaba pensando cómo se las arreglaría a la hora de los menús, servir platos, sacarlos y servirlos,  luego encargarse de las bebidas y los cafés, era una tarea a la que nunca se había enfrentado al mismo tiempo. Pero Encarna era resuelta y muy capaz, de manera que ya llevaba rato mentalizada a pasar por aquella prueba. Se escuchó un motor al cabo de unos minutos, que aparcaba en la parte de atrás del bar. Alba dijo a los niños que se quedaran allí quietos un momento. No podía pedirle a Encarna que se encargara también de los niños, pero como llovida del cielo, con Sergio venía su esposa Anabel, toda bondad, aquella mujer a la que todavía no conocía nadie muy bien, bajó del coche y se metió por la puerta de atrás en la trastienda del bar.
“Venga marchad ya, yo me ocuparé de los niños. Aseguraos de que le hacen todas las pruebas bien, hola mucho gusto Alba, mi nombre es Anabel la mujer de Sergio, vete tranquila, ya he llamado al capataz de la finca para que nos recoja a los tres, y nos lleve a nuestra casa, luego Sergio os llevará allí de vuelta, ya lo tenemos todo hablado”.  “Muchas gracias señora, es usted una santa, no sabe el favor que nos hace”. Tomasa estaba ya instalada en el asiento de atrás del gran coche con el cinturón de seguridad atado, a su lado se sentó Alba a la que sujetó la mano como si se tratase de un segundo cinturón de seguridad, de hacho la atrajo hacia sí de modo que Alba tuvo que ponerse en el centro del asiento trasero, delante Sergio y Lucas, el doctor.
Fue un viaje de tres cuartos de hora, el hospital no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, se tenía que llegar hasta Alcubillas desde el pueblo, y luego a Villanueva de los Infantes. Cuando llegaron al centro médico, en admisión comenzaron a ponerle peros de todas clases, Alba se alteró mucho, sin embargo Sergio preguntó dónde podía encontrar a un médico particular, le pasaron la dirección de un médico que visitaba allí pero que ese día no estaba disponible. Después de una llamada de móvil convinieron en que llevaran a Tomasa a su consulta.  “Menudo chollo tienen montados algunos médicos, sacan dinero hasta de debajo de las piedras si es preciso”.  “Lleva usted razón –contestó Lucas-, tengo amigos de facultad que ya son ricos ¿qué le parece?, claro está que no trabajan en zonas rurales, piensan que esto es para bobos, que ya que tienes que estudiar unos cuantos años, lo mínimo que puedes hacer es aprovecharte de ello”.
Llegados a casa del médico, un hombre bien vestido, enfundado en una bata blanca y que rozaba los cincuenta, les abrió la puerta. Rápidamente identificó a la persona de las tres, que necesitaba su ayuda. Los hizo pasar con la cortesía que es habitual en los galenos preguntó, Lucas que se identificó como colega suyo le puso al corriente, pero Tomasa no dejaba de sujetar la mano de Alba en ningún momento. En un susurro le dijo a ésta  “Alba tengo miedo, no llevo bragas”. Levantó la mirada con  los ojos suplicantes  “No temas nada, los médicos están acostumbrados a estas cosas cada día, ¡si supieras la de personas que tienen que ver cada día desnudas…!”. Esto se lo dijo esforzándose por transmitirle confianza, con una leve sonrisa. ¡Cuánto le costó dibujar esta sonrisa en la cara, cuántos recuerdos amargos le traía esta situación!.
Solicitó al médico entrar con ella, don Sebastián no puso impedimento alguno, al fin y al cabo iban de pago, bajo estas circunstancias, si hubiera querido que después la visitara a Alba tampoco habría dicho nada, el euro es el euro.
La visita duró no menos de una hora, el señor Sebastián se escandalizó de lo que había tenido que soportar esa muchacha. Intercambió unas palabras con Lucas su colega y redactó un informe en el ordenador, después lo imprimió. Rezaban en él todos los detalles que había observado, incluso algunas lesiones en determinados lugares de su cuerpo, que a pesar de haber cicatrizado, manifestaban que no era la primera vez que sufría abusos sexuales.
Salieron a la calle y Sergio pensó que lo más oportuno sería comer algo, de manera que preguntó donde había un hostal o restaurante cerca de allí. Se acercaron a pié, las dos mujeres iban delante, Sergio y Lucas detrás. Este le puso al corriente de lo que había observado el otro médico, Sergio se llevó una mano a la cabeza, estaba espantado, sus mandíbulas se apretaron de manera que reflejaron de golpe un rostro frio, casi lúgubre, rabioso aunque contenido.
Todos comieron la mitad de lo servido en el restaurante, pero es que Sergio, no probó bocado, estaba en otra onda, parecía que su mente vagaba por otro mundo, por otra dimensión. Si en ese momento lo hubiera visto Elías que lo conocía bien, sabría qué era lo que estaba pensando sin ningún margen de duda.
De vuelta en el pueblo, un sargento de la guardia civil acompañado por un número, esperaban dentro del Nissan patrol. La emisora no dejaba de emitir órdenes, seguramente para otros guardias que estaban de turno por aquellos lares. Sergio los dejó a los tres delante del domicilio de Tomasa, Alba tenía la mano completamente sudada, no había duda de que Tomasa tenía un gran trauma en este instante. Ves a saber tú desde cuándo llevaba arrastrando ese trauma, Alba lo había sobrellevado durante cuatro años, a mano de su tío, y de su padrino. Rompió todos los lazos con su familia, cuando supo que tanto su padre como su madre, estaban al tanto de lo que estaba sucediendo, por su madre sentía desprecio, ¡pero su padre… que siempre lo tuvo como si fuera Hércules, su héroe de infancia…!, finalmente a escondidas de ellos, se llevó a su hermana a casa de los abuelos paternos que viven en Galicia, en un pueblo de la provincia e Pontevedra.
Les puso en antecedentes de todo, al principio no la creían, pero luego, al darles detalles de lo sucedido durante tanto tiempo, y conociendo de quienes hablaba, pudo dejarla con ellos. Su abuela le dijo que no debía preocuparse, que llamara cuándo quisiera, para hacer un seguimiento de los acontecimientos. Lo hacía casi a diario, hablaba con Matilde que ya estaba escolarizada y muy contenta, luego se ponían al teléfono sus abuelos a quienes agradecía infinito el haberse hecho cargo de la joven.

La guardia civil, le comunicó que tenía que acompañarlos al cuartel para abrir diligencias, pero ella se negó, no quería dejar más tiempo solos a sus hermanos pequeños. En ese instante no sabía nada de ellos y temía por su integridad física.  “No te apures, tus hermanos están vigilados por una persona de confianza, hay con ellos una agente policía que no dejará que les ocurra nada”.  “Me da igual, yo quiero estar con ellos, quiero besarlos y abrazarlos ¿o es que no lo entiende  jolín?, los necesito a mi lado, y quiero verlos ahora”.
Resolvieron hacer el atestado en su casa, no había manera de solucionarlo de otro modo. Se trajo una máquina de escribir y se hizo el atestado estando todos juntos en casa, a mitad de informe llamaron por la radio portátil al sargento, le comunicaban que tenían en custodia al padre de Tomasa, para entonces, todo el pueblo sabía lo  acontecido, no con detalle pero sabían lo que  había pasado ese día.
Los pueblos pequeños con dos o trescientos habitantes son como una gran familia, ahí todo el mundo se entera de lo que pasa, también es cierto que hay opiniones para todos los gustos, que quieres, hay gente que está desocupada, y tiene tiempo para todo. Algunos toman buena nota de quienes no van a misa, otros, de quienes visitan demasiado frecuentemente el bar, y todavía queda tiempo para cuando se va a comprar, fijarse de lo que adquieren los demás vecinos, de ese modo saben lo que comen,  cualquiera de estos pretextos sirve de motivo, para iniciar una –saludable- conversación, que verse sobre los demás.
El detalle de todo el drama llegó de boca de las esposas de los guardias, la casa cuartel estaba a poco más de un kilómetro del pueblo, las seis familias que la habitaban con sus correspondientes niños, aumentaban de forma notable la población, los niños iban a la escuela del pueblo, de manera que estas madres tenían relación con  algunos vecinos, con eso está todo dicho. Ese es un pueblo en el que Berlanga, habría tenido una buena historia para hacer una película.
Algunos lloraron de verdad lo que había pasado con Tomasa y sus hermanos, otros sin embargo lo veían como un suceso más, dentro del ámbito de un pueblo que tiene vida propia.
¡Que se va a hacer la vida es así, real, dura, y a veces siniestra!. A Rafael, el padre de Tomasa, se lo llevaron al cabo de dos días a la capital, allí debía declarar delante del juez. No tenía nada fácil su futuro, considerando las ocasiones previas, en las que la guardia civil lo había visitado, por escándalos relacionados con  la bebida, y los problemas derivados de ella que ya ocasionó anteriormente. El último, lo recordaba todo el pueblo, entró en la iglesia y en plena misa, se orinó en la pila del agua bendita, y era domingo, con la iglesia llena a rebosar, tampoco es que fuera muy grande, pero bueno, era la iglesia. ¡Vaya si la lió gorda entonces…!, además ese día, entró cagándose en dios y la virgen, cosas que hace el alcohol… Mira si te insulta un borracho yendo  por la calle, tiene un pase, no quiero decir que esté bien pero mira, tira que te va, ¡pero cagarse en dios la virgen y todos los santos mientras te meas en la pila del agua bendita…!, eso no, eso no se puede consentir, es como si cometieras un asesinato.
Pero bueno, se llevaron a Rafael al juzgado, y de allí a la cárcel seguro. Hay comportamientos que son más que intolerables, actos criminales, ¡a saber desde cuándo estaba sufriendo estas vejaciones!.
Tardó algo de tiempo en incorporarse al trabajo en el hostal pero poco a poco y con la ayuda de Alba y Encarna, fue poco a poco, recuperándose. Sus hermanos, desayunaban con ella en el hostal, comían y cenaban, eso hizo que poco a poco lo consideraran como su casa. Después de haberse ido el último cliente del bar, se apagaba la luz, solo quedaba encendida la luz del hotelito, esa no se apagaba nunca, no pocas veces sirvió de auxilio a gentes que pasaban por el pueblo sin destino, otras sirvió para ayudar a personas que sufrían averías en sus coches y necesitaban algún tipo de atención.
Con el paso de los años, Alba le comentó a Encarna mientras estaban los dos abrazadas en invierno al calor de la estufa del bar, ya habían cerrado y estaban tomándose un orujo de hiervas  “¿Te das cuenta cariño mío?, desde que llegamos aquí, nunca se ha apagado la luz del bar. Yo veo este lugar nuestro, como la luz de nuestras vidas”. Encarna se acercó a Alba y le dio un beso de los que casi tenían olvidados.


                                                   -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-

































viernes, 16 de noviembre de 2012



                                 VIRTUDES ANTIGUAS, VIDAS MODERNAS.


Eliodoro no deja de recordarles a sus nietos ya algo mayores, que recuerden siempre ser educados. Que los hermanos no deben faltarse el respeto, que es muy importante para su vida futura.
Los nietos son dos, una chica y un chico, Anabel y Armando dos adolescentes que crecen sin demasiadas reglas, un poco sin control, sus padres trabajan, y trabajan duro a fin de mantener el nivel de vida al que los chicos han estado acostumbrados desde pequeños.
Sofía la madre, es agente de seguros, hija de Eliodoro, su yerno Antonio es encargado de una agencia de transportes, y a menudo tiene que viajar por casi todo el país, el dueño de la empresa tiene absoluta confianza en su trabajo.
Eliodoro se da cuenta, que la casa que no es pequeña, se ha convertido con el tiempo en una especie de hotel. Él dice esto porque aparte de que los ve poco –los ancianos llevan otra vida diferente a los jóvenes-, pues él se acuesta temprano por la noche y madruga bastante, solo los ve llegar a casa a usar el baño, cambiarse de ropa, perfumarse, poner algo de comida preparada en el microondas, y después de devorarla irse a dormir sin cruzar apeas cuatro frases con los chicos. Eso si están presentes, porque ellos, conociendo las costumbres que reinan en su casa, pasan en ella el menor tiempo posible.
Anabel estudia veterinaria, pero el año pasado les dijo a sus padres que quería estudiar inglés, que necesitaba dinero para matricularse, su madre sin más abrió la cartea y le dio un talón al portador de un montón de euros, aun así le dijo que la semana próxima necesitaría más  “Es para los libros, según Gertru son caros, aunque me ha dicho, que en esta academia hablas inglés a los cuatro días”.
Según dice ella es muy necesario hablar inglés para su profesión futura, ni que los caballos y las vacas hablaran en esta lengua piensa el abuelo. Hace gestos negativos con la cabeza cuando oye todo esto Eliodoro, a lo mejor es que les enseñará a hablar inglés a los animales, ¡que chorrada!.
“Pues me dices cuánto cuestan y te doy el dinero la semana que viene, guapa mía”. Hay que ver que ciega está mi hija, piensa el abuelo. Sofía está tan orgullosa de su hija… es tan guapa, no le importa que no le dé más explicaciones, ni que no le dé las gracias, sabe que su hija es así, tal cual. Es que la muchacha tiene un carácter de un par de narices, cualquiera le dice que no, o que quiere conocer la academia, o que le traiga un recibo, se abría puesto hecha un obelisco.
Ves, sin embargo Armando tiene otro carácter bien diferente, cuando necesita dinero va y lo coge, si no encuentra suficiente en la cartera del padre va al de la madre, y lo peor es que lo hace de noche, cuando están durmiendo. Pero ellos ya lo conocen, así que ya dan por sentado el asunto y antes de salir a trabajar, repasan carteras para saber si tendrán que pasar por el cajero de camino al trabajo. Este no estudia, ni trabaja, dice que quiere ser motorista, en el garaje tiene una moto de carretera de un montón de centímetros cúbicos. Tiene diecisiete años, es decir, no tiene carnet, pero ¡hay que ver como pilota esa bestia!, lo malo es que pueda tener un accidente. La primavera pasada, se pegó una leche con la moto de un amigo que la dejó para el desguace, menos mal que no le dio a nadie, se salió de una curva un sábado, y al ver que se la daba contra un monovolumen, saltó de la moto, rompió el quitamiedos de la carretera, salió volando varios metros, la gente que circulaba paró, pero él dijo que no tenía nada, llevaba un mono de esos con protecciones. Lo acercaron a casa y el amigo cargó con todo el paquete, desde entonces no se hablan.
Al amigo le han quitado los puntos del carnet, toma ya, y él tan contento, no era su moto. Al amigo que lo jodan, que no se la hubiera dejado dice.
Que quieres, el abuelo tiembla cando oye estas cosas, a sus padres no les cuenta nada de esto, bueno, ni de esto ni nada de su vida, ¿pero esto qué es?, se pregunta Eliodoro. Cuando le pregunta a su nieto si cree que hace lo correcto, Armando le contesta  “Venga ya abuelo, no me comas la cabeza”.
Es su nieto, ¿cómo lo va a delatar a sus padres?, que no, que no. Lo que pasa, es que, desde que se entera de estas maniobras de sus nietos le cuesta más dormir al pobre. La noche pasada, oyó una conversación entre los dos hermanos  “No te preocupes, a hablaré yo con mamá, a mí también me hace falta más espacio, la convenceré para que cambie al abuelo de habitación. Pero la compartiremos, yo también necesito más espacio para estudiar y poner el ordenador, ahora lo hago todo encima de la cama. Le diré que pase al abuelo al cuartito de la plancha, total para poner su cama…”. Eliodoro por poco se cae al selo cuando oye esto, a lo mejor es verdad que necesitan más espacio.
Al siguiente día, hace algo que jamás ha hecho, entra en la habitación de Anabel, se queda parado, aquella habitación es un desastre, zapatos por todas partes, ropa sucia mezclada con ropa limpia, el armario abierto de par en par, la cómoda con los cajones a medio cerrar, bragas colgando de los asideros…, dios mío que desastre, parece que le haya caído al cuarto una bomba encima. Cierra la puerta con sumo cuidado, no vaya a ser que se caiga al cerrarla.
Pasa a la habitación de Armando. Abre la puerta y un olor a hierva quemada lo tira para atrás, coño si por aquí no hay campos de labranza, no hay rastrojos que quemar, ¿de dónde viene esta olor?, sobre la mesita de noche encima de unas revistas de motociclismo ve hierva, está metida en una cajita de madera, parece un joyero, pero encima hay un cigarrillo, como los que se liaban antiguamente a mano, está a medio consumir, lo huele. La madre que lo parió, ¡este chico se droga esto es marihuana!, esto se lo tengo que decir a mi hija, pero… en el fondo ¿para qué?, seguro que ella y mi yerno ya saben de qué palo va este sinvergüenza.
No se equivoca, sin embargo hoy más que nunca, está resuelto a que toda la familia se entere de que clase de persona fue, y que todavía es. Quien tuvo retuvo y guardo para la vejez. Espera la ocasión para que estén todos en casa, El matrimonio está sentado en el sofá, Armando viendo un partido de futbol, Sofía en una butaca, repasa papeles, seguramente pólizas que ha hecho esta semana, esta mujer sí que es organizada. Los chicos andan de acá para allá, pero están cerca. Acaban de traer una pizza familiar y la están partiendo por la mitad  “¿Me podéis atender un momento por favor?”.  “Claro papá, ¿qué quieres? –esta es Sofía que le contesta sin levantar la vista de los papeles- está haciendo anotaciones”.  “Quiero que me pintéis mi habitación y que me pongáis una cama articulada, de esas camas mecánicas que puedes conformar como tú quieras, y también que sea un poco más ancha, me muevo mucho por las noches, a veces creo que me voy a caer. He estado mirando en una revista unos suelos de madera que son la mar de prácticos, hasta puedes caminar descalzo por ellos, son cálidos y muy prácticos, de manera que haber cuando os va bien para ir a ver todo esto, de paso haré cambiar la luz del techo, ya es antigua y difícil de limpiar”.
Automáticamente, el volumen de la tele baja, los chicos salen de la cocina con un trozo de pizza en la mano y una lata de refresco en otra, Sofía deja que los papeles caigan sobre su regazo y levanta la vista extrañada.
Eliodoro sonriéndoles a todos enseña su diente de oro  “Sí, ya veis, quiero modernizarme un poco, todavía me quedan algunas virtudes antiguas, que sirven para vivir mejor en estos tiempos modernos”.


                                             -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-


                                       EL HONGO DE LA MUERTE.



Es la desconfianza la que hace al ser humano estúpido y cruel. Necedad que comienza por los políticos, y que termina por contagiarse a todo el pueblo.
Es como una fiebre que puede comenzar a darle a cualquiera cuando come un hongo venenoso. Como en todas las cosas de este carácter, hay síntomas anteriores a la muerte definitiva.
Se necesita atención médica urgente, el asunto está claro, cuando vas por el bosque a buscar hongos, hay que saber distinguirlos, si no es así, es mejor que no los cojas, déjalos, de otro modo por bonitos y saludables que parezcan, si los coges, pueden acarrearte la muerte.
Braulio, un amigo de ciudad, viene cada fin semana a su casita de campo con su familia. Buen hombre este, prudente como no hay dos, sensato, lo mismo. ¡Pero tiene una pasión por los hongos…!.
Siempre dice que él no es tonto, que en cuanto coge un hongo, solo por el olor sabe si es bueno o malo.
De momento no le ha pasado nunca nada, salvo alguna descomposición que otra, y vómitos, que bien mirado esto es bueno, porque sacas del cuerpo aquello que no le sienta bien, el cuerpo humano es sabio.
Pero mira que con la de veces que se le ha advertido, él erre que erre. Cuando vuelve del campo con la cesta a rebosar de setas, en la cantina del pueblo, las enseña como si hubiera descubierto un tesoro.
En El Espolón, el pueblo donde vivo, sus gentes saben dónde encontrar las setas buenas, incluso en primavera dependiendo del tiempo que ha hecho, los ves discretamente con sus cestas de mimbre llegar a su casa.
En definitiva, que es muy fácil morir, y muy difícil vivir sin dificultades, si uno no es precavido y juicioso. Eso es precisamente lo que les hace falta a esos imbéciles de políticos que confían de sus setas.
No hablo de setas de campo, hablo de las setas que llegan al cielo, esas malditas bombas atómicas que forman unas hermosas luces cuando caen, hacen que el cielo se ilumine con millones de luces diferentes, y causan la muerte a millones de personas que quizás a kilómetros, observan este magnífico espectáculo cuando la bomba toma tierra.
Todo el mundo conoce la historia de dos ciudades japonesas que fueron exterminadas por setas gigantes, la historia nos ha ahorrado los detalles del tremendo impacto que tuvo en la gente las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Solo tenemos de testimonio las imágenes del día después.
Quizás a alguien se le ocurrió comenzar a fotografiar el acontecimiento, o a filmarlo, pero sus cámaras, quedaron fundidas con ellos, por el calor abrasador que despidieron aquellas setas. Del otro lado, del lado de los que tiraron las bombas, todo eran aplausos y felicitaciones,  hicieron unas barbacoas tremendas para celebrarlo.
“¿Habéis visto?, tenemos todo el poder del mundo en nuestras manos, ¿quién va a desafiarnos ahora?”. Esto lo dijo un creador de setas, bueno el no las creó, ya estaban ahí cuando él llegó. Me refiero a Harry Truman, presidente de los Estados Unidos de América en 1945, que sucedió a otro listo, Franklin Delano Rossevelt, otro que tal. Este último fue el que impulsó la creación de la bomba atómica después del suceso de Pearl Harbor, otra metedura de pata de los japoneses. ¡Mira que desafiar a los americanos…! En qué cabeza cabe, sabiendo que ellos son los guardianes del mundo, vamos hombre.
Eso es algo parecido a querer cambiar en su día al dios de la guerra egipcio, Upuaut un perro negro de cabeza blanca, sería para disimular “Huy que bonito… míralo que cabecita más bonita”. Igual que las setas oye, la Amanita Faloides, que parece de cuento de adas, ¿cómo puede ser mala una seta así de bonita?, cómetela y verás, luego me lo cuentas. Igual que Braulio, el tonto de ciudad, todas las setas buenas las deja en el suelo del bosque y se trae a casa las más bonitas, y encima se las come ¡será capullo el tío…!, por lo menos pregunta antes, que hay gente que  entiende más que tú.
Me llamo Cosme, soy un pueblerino de El Espolón, ¡y qué orgulloso estoy de ser de aquí!, dice mi abuela que todavía está viva, que en tiempos de la guerra civil española, vivir en el pueblo era una locura. “¿Porqué abuela, que pasaba entonces si vosotros vivíais retirados de todas partes?”.  “Hay hijo mío, no te creas que la vida era fácil aquí, llegó un tiempo que entre los hombres del pueblo que se iban a la guerra y los que mataban en el campo, quedaron diez hombres”.  “¿Y eso porqué?”.  “Venían los milicianos por el camino alto, y se paraban a hacer puntería con los que trabajaban en el campo desde los camiones. Al cabo de unos días llegaban los nacionales, hacían una batida por el pueblo y se llevaban a otros tantos, aparte de los que fusilaban por la más mínima sospecha que tuvieran de ellos. Un coronel nacional, hizo matar de un tiro en la cabeza a don Anselmo para quedarse con su hacienda y su mujer, a los hijos de esta los envió a Madrid y allí se les perdió la pista. La guerra es una mierda, por eso las moscas se alimentan de ella”.
Claro, así se entiende que los egipcios representaran al dios de la guerra con cara de perro, cuando están hambrientos, se comen hasta sus dueños.
Por cierto, y ya para terminar, Braulio y su familia ya no vienen por aquí, un día se dejó ver la mujer por el pueblo, en la carnicería contó que su marido la había palmado detrás de las dichosas setas, y no fue por una estas atómicas, por lo menos desde el pueblo no se ha oído nada de esto.


                                               -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-..-.-.-.-.-.-.-.-