SE ENCENDIÓ LA
LUZ DEL BAR.
“Oye Sergio, fíjate tío, la luz
del bar está encendida. ¿No dijo el alcalde que ya no harían ninguna concesión
a nadie, después del último fracaso que tuvieron, los que lo tenían antes?”.
“Pues sí, así es, por lo menos
eso me pareció oír a mí Elías”.
“Me cago en todo, ese alcalde
hace lo que le sale del rabo, se pasa las ordenanzas por debajo del cigüeñal.
Ya te digo yo, que eso de la política y más cuando es de pueblo, es peor que la
de las grandes ciudades. Allí por lo menos están controlados por eso de los
partidos de la oposición y eso”.
“Alguien tendría que pararle los
pies a este cacique ¿no te parece?, al fin y al cabo nosotros, como todos aquí,
pagamos nuestros impuestos”.
“Es verdad pero… ¿Cuántos años
tienes tú?”.
“Y eso ¿a qué viene ahora?”.
“Cuantos…”.
“Setenta ¿por qué?”.
“Yo tengo setenta y siete, y
nunca he visto que las quejas cambien nada. Al contrario, algunas veces por
quejarte te crujen, con impuestos nuevos o lo que sea, no ves que se las
inventan todas esta gentuza?”.
“Hubo un tiempo en que las quejas
eran consideradas, tenidas en cuenta quiero decir. Tú podías ir a una alcaldía
y decir lo que opinabas sin temor alguno, pero ahora… eso sería como echar
perlas a los puercos. Por un oído les entra y por el otro les sale”.
“Por eso te digo, seguro que el
bar se lo han dado a algún amigo del alcalde o a alguien próximo a él”.
“Pues mira oye, hoy porque ya
vamos de retiro, pero mañana si acaso nos pasamos y comprobamos haber quién es,
a lo mejor conocemos quienes son. De todas formas, ¡qué bien estábamos cuando
estaba abierto el bar!, con una cazalla te podías pasar la tarde jugando al
tute o al dominó, te acuerdas?”.
“Que si me acuerdo?, esos
momentos son inolvidables hombre, allí al lado de la estufa de leña en
invierno… sería cojonudo que fuera gente como aquella los que lo tuvieran”.
“Eso si no están haciendo del
local la oficina de correos, que ya sabes que hace falta desde hace mucho”.
“Bueno chico yo ya he llegado a
casa, maldita cuesta esta, podrán poner una baranda de hierro en mitad de la
calle para subir y bajar, total aquí no hay coches…”.
“Hea pues, hasta mañana”.
Elías y Sergio son amigos desde
siempre, desde que se casaron con dos hermanas de la misma familia, es decir,
son cuñados. Pero cuñados estilo pueblo, quiero decir que no se consideran
parientes en el estricto sentido de la expresión. Son amigos, es verdad que
antes de casarse, que por cierto y por eso del ahorro lo hicieron a la vez,
eran solo conocidos, pero desde la boda no, desde entonces son amigos.
Eso sí, ninguno le va al otro con
cuentos sobre su vida, cada uno va a lo suyo, uno a regentar su alfarería, el
otro su bodega y sus vinos. El bodeguero es bastante más rico que el otro, pero
ellos no consideran esto como un signo de importancia significativa sobre el
otro. Cuando Sergio quiere hacer un buen regalo artesano, acude a Elías, a su
vez, cuando Elías quiere beber un vino de clase o hacer un regalo a un amigo,
va a la bodega de Sergio y deja que este le aconseje sobre que vino beber o
regalar.
Anabel la mujer de Sergio es una
mujer sencilla y sumisa, mientras que Teresa tiene dos ovarios como la copa de
un pino, tiene un genio que para qué contarte. Pero saben que los dos cuñados
se comprenden bien y que no tienen grandes broncas, porque como en todas las
familias, broncas las hay.
Comentan con sus mujeres e asunto
del bar, que han visto la luz encendida de nuevo, aunque estaba cerrado. La
mujer de Elías comenta… “A saber que lleva de cabeza el cabestro ese
–refiriéndose al alcalde-, este idiota es un aprovechado, algo raro tramará”.
Elías no le contesta, sabe de buena tinta que decir algo en esta circunstancia,
sería dar lugar a una discusión, de modo que lo deja ahí.
Por la mañana a eso de las ocho, el
bar ya está abierto, Elías asoma la cabeza, y ve dentro del bar, a una preciosa
mujer de mediana edad, que es algo más alta que él, se queda parado en la
puerta, con un hermoso delantal blanquísimo y almidonado, levanta la vista
desde fuera de la barra, está dando pulimento al pasamanos de latón que adorna
el mármol y la madera superior.
“Buenos días señor, pase usted ya
está abierto, acomódese donde le plazca que le sirvo de inmediato”. Elías no
iba a entrar a consumir nada, solo a mirar, pero la bienvenida lo anima a
entrar sacarse la gorra y la chaqueta.
“¿Qué quiere tomar señor…”.
“Elías, mi nombre es Elías, mire usted, me sirve un café y una copa de
Terry por favor”. “Sin favor, faltaba
más. Soy casi recién llegada sabe usted?, no estoy muy familiarizada con el
pueblo, de hecho espero quedarme aquí, este lugar es muy bonito, y parece que
la gente también es amable”. Habla mientras está haciendo el café en una
cafetera nueva de dos mangas, de inmediato le acerca a la mesa el café una copa
ancha y la botella de brandy. “Le traigo
la botella porque no sé muy bien cuál es la medida de la copa, usted me dirá
basta”.
Elías ha pasado en el bar
cuestión de media hora, antes de apurar la copa ha pedido otro café, está
riquísimo. Sin perder un minuto va a casa de Sergio, llama a la puerta y cuando
sale a abrir la puerta le dice lo sucedido
“Chico, que mujer más amable y que guapa, es más alta que yo…” “Es que para ser más alto que tú no hace
falta mucho, eres un canijo hombre, ¿o es que no te miras al espejo?”.
“Vete a hacer puñetas tonto del
culo, ni que tú fueras Sansón, ¡no te jode…!”
“Oye espera, no te vayas que yo
también la quiero conocer”.
“Pues ves, yo ya he estado
charlando con ella, ha comprado la casita de doña Elena, la que murió el año
pasado, la que está junto al rio”. Le tiene que dar estos detalles, porque Sergio
es un hombre bastante ocupado, y a menudo no se entera de quien viene y quién
se va, aunque sea al otro mundo. Cuando uno se va a vivir a otra parte vale que
no te enteres, pero una persona que ha nacido en el pueblo y según decía el
párroco, se iba a vivir con dios al paraíso, es para poner un poco más de
atención digo yo, ¿no?.
Al final lo convence y se van los
dos al bar, Elías por segunda vez, Sergio se estrena.
“Buenos días señora, aquí mi
amigo y cuñado me ha dicho que estaba abierto, y he pensado… pues vamos a
desayunar juntos. ¿Hace usted bocadillos?”.
“De lo que usted quiera señor,
por lo menos de todo lo que tengo –se ríe y que bien ríe- discretamente
maquillada y con los labios rojos como cerezas”.
Los dos se quedan como dos
colegiales que no han visto nunca reír a una mujer de verdad, con la boca
abierta.
“¿Me podría hacer usted una
tortilla de chorizo?, a mi cuñado de… jamón”.
“En cinco minutos vuelvo”.
De reloj, esta mujer parece un
cronógrafo, platos grandes con sendos bocadillos de tortillas diferentes. ¡Qué
exageración señor!. Con estos bocadillos pasan hasta la noche o casi.
“Por las tardes, antes cuando el
otro dueño, veníamos aquí a jugar a las cartas y al dominó, si le parece y el
bar permanece abierto retomaremos la costumbre”.
“Pues claro faltaría más, por lo
menos me harán compañía, que pasarse el día sola en el bar debe ser la mar de
aburrido. Espero tener clientes y que este rinconcito de pueblo se anime”.
“No se preocupe por esto, yo me
ocupo”. Sergio se compromete, quizás lo que busca es un nuevo cliente para dar
salida a su producción de vinos variados, pero que va, a él no le hacen falta
clientes de tan poco consumo.
Sergio paga la cuenta incluidos
cafés y dos puritos, le ha salido regalado. No está seguro de que aquella
mujer, sepa hacer bien las cuentas. Por eso vuelve y se lo pregunta, si, si,
sus números están bien, ella estaba preocupada porque les pareciera mucho, pero
ha sido todo lo contrario.
“Prepara usted menús?, se lo
pregunto porque a buen precio vendría algún trabajador que otro de los que
están a mi servicio en la bodega”.
“Sí los aré, pero estoy esperando
a una chica que me ayudará en la cocina, quizás llegue dentro de un par de
semanas. De momento, yo sola, no puedo hacerlo todo. Un poquito de paciencia y
los podrá traer, sin problemas, además, la cocina parece que está bien
equipada”.
“Bien, pues si repasa usted las
cosas y ve que le hace falta algo, dígamelo sin falta que se lo aré traer de inmediato.
Lo que sea entiende?, somos una pequeña comunidad de vecinos y dependemos los
unos de los otros”.
“Así lo aré, muchas gracias por
el ofrecimiento, es usted un caballero, quiero decir… los dos lo son”.
Al marchar del bar los dos
hombres estiraron sus cuellos, y en la medida que pudieron, se pusieron
derechos como palos, querían que los viera como a dos jóvenes dandis. Lo cierto
es que los dos, estuvieron merodeando por los alrededores del bar, saludando a
vecinos que hacía ya tiempo que ignoraban, algunos de ellos estaban un tanto
sorprendidos al ver esta actitud, sobre todo por parte de Sergio el bodeguero,
desde que comenzó a marcar distancias como empresario, parecía subestimar a los
demás.
Cuando llegó Encarna, la amiga de
quién les habló hacía unos días, Alba se convirtió en otra persona. Admiraba a
esta mujer, deberá tener unos diez años más que ella, también destacaba por su
forma de caminar y hacer las cosas, pero la eficiencia era su referente. De
hecho se notaba que Alba la tenía como referente, siempre en tejanos, con el
cabello muy corto aunque casi completamente cano, Encarna daba de sí todo lo
que podía, la cocina marchaba de maravilla a la hora de satisfacer los
estómagos de los trabajadores que comenzaban a llegar al bar.
Las luces se apagaban tarde para
ser un bar de pueblo, pero tenía su explicación. Los hombres se encontraban a
gusto en aquel ambiente, consumían copa tras copa y no veían la hora de marchar
a sus casas. Ese local, le dio una nueva vida al pueblo, y era evidente que estaban
agradecidos que así fuera. Al poco tiempo, compraron la casa contigua para
transformarla en un pequeño hostal, operarios de los grandes aerogeneradores
que se estaban montando en la cima del monte, pasaban allí la noche, la
empresa, una multinacional, llegó a un acuerdo con Alba, para que diera comida
y alojamiento a varios de sus empleados, eso hizo que el negocio subiera como
la espuma.
Fue entonces cuando apareció
Tomasa, la chica que contrataron como ayudanta, no tenía más de veinte años,
pero estaba acostumbrada a bregar con el trabajo. Casi insignificante, de no
más de metro sesenta y delgada, aquella chica parecía frágil, pero cuando fue
puesta a prueba se dieron cuenta de que acertaron con su contratación. Parecía
una liebre, y frecuentemente, antes de que alguna de las dos fuera a preguntar
por ella, ya tenía hecho el trabajo, que hacía solo una hora se le había
encomendado. No importaba que fuese pelar patatas, poner lavadoras con la ropa
de las camas del hostal, o subir a tenderla, para que estuvieran las sábanas
listas para la noche.
El trabajo del hogar cuando se
enseña de joven, siempre da sus frutos. Su madre había muerto hacía ya tres
años, y sus dos hermanos pequeños dependían de sus cuidados. También su padre,
un mal bicho que no se dedicaba más que a beber y dormir, y en más de una
ocasión colarse en la habitación de Tomasa, solicitándola para otras labores
que no eran las de mantener la casa limpia y ordenada. La Guardia Civil ya
había estado en aquella casa por lo menos en tres ocasiones diferentes por este
asunto, pero no hacían nada con él salvo
amonestarlo y la última vez amenazarlo con la cárcel.
Era fin de semana, sábado, y
Tomasa no apareció, si su hermano con una nota que dio a Alba. Después de leer
la nota ésta se enfureció, sin decir nada a nadie, salió del bar a toda prisa,
llegó a casa de Tomasa y esta le abrió la puerta, estaba medio lisiada, los
ojos hinchados llenos de sangre, el cuerpo con moratones, en el cuello la señal
de una correa que estuvo asfixiándola durante determinado tiempo.
“Ven conmigo, vamos a mi casa,
coge tus cosas, las más necesarias, mientras voy a buscar a tus hermanos al
colegio y traeré el coche, tienes que salir de aquí ya”.
“No por favor, usted no le
conoce, si no me encuentra en casa me buscará y aquí no hay donde esconderse,
esto es un puño de pueblo”.
“Escucha, haz lo que te he dicho,
no discutas conmigo, esto lo arreglaremos de inmediato, no tienes nada que
temer, tienes nuestra ayuda y nuestro apoyo incondicional ¿o es que esperas que
te mate este cabrón?, siento hablar así de tú padre, pero no merece serlo”.
A regañadientes hizo lo que Alba
le dijo mientras esta, estaba temblando por la tensión del momento. Se acercó
al bar y llamó por teléfono a la policía, seguidamente llamó a don Sergio, le
dijo que si podía venir, que era urgente.
Todo esto sucedió en una hora,
Sergio entró por la puerta del bar y preguntó por Alba, estaba en la parte de
atrás del bar con todo el pastel montado. El hombre miró todo el entorno, el
médico, Lucas era un chico recién salido de la facultad, era el médico del
pueblo, de rodillas ante Tomasa le estaba practicando las primeras curas
después de inyectarle un sedante,
trataba de convencerla, para que
se dejase hacer una citología en el consultorio del pueblo, pero no había
forma. Al final Alba la convenció, le dejó claro que estaría con ella en todo
momento, que estaría a su lado, por su parte Lucas le hizo saber que sería solo
un instante.
“Pero bueno, ¿qué es lo que ha
pasado aquí?, -Sergio no entendía nada-, el panorama que se encontró en la
trastienda le sorprendió bastante”.
Alba se levantó, estaba
cogiéndole la mano a Tomasa, mientras el médico, con la maleta abierta, echaba
mano de los productos de farmacia propios para la ocasión.
“La policía va a llegar de un
momento a otro, su padre la ha atado a la cama con la correa del pantalón por
el cuello, la ha golpeado y luego la ha violado, ¿qué le parece?. Si me
encuentro a este hijo de puta soy capaz de cualquier cosa, Tomasa dice que
estaba borracho, yo creo que va tras ella desde la muerte de su mujer”.
“Bueno y ¿qué hago yo? Alba, dime
lo que tengo que hacer”.
“De este desalmado ya se
encargará la guardia civil, pero a ella, después que él médico termine, hay que
llevarla a un hospital, para eso lo he llamado, para pedirle si nos puede
llevar, lo cierto es que no estoy para conducir ahora mismo, quiero estar a su
lado, mire como me ha dejado la mano, -ciertamente la tenía roja, parecía que
la hubiera sacado del horno, tenía la señal de los dedos de Tomasa-, no puedo
dejarla sola por lo menos ahora”.
“Voy a buscar el coche grande, no
os quiero llevar en esta tartana –nombre que le daba a un viejo Land Rover que
usaba para moverse por su propiedad-, vuelvo en diez minutos, y aclara cuando
venga la policía, lo que vas a hacer mientras con los dos críos, esos son
capaces de llevárselos a donde sea”.
“Vaya y no se preocupe, Encarna y
yo nos encargaremos de ellos, no creo que vayan a dejar a su hermana ingresada
en el hospital, le harán determinadas pruebas y la dejarán volver a su casa. Ya
sé cómo funciona esto”.
Cuando salió del bar a toda
prisa, Sergio se tropezó con Elías, este lo paró, pero Sergio no se detuvo “Tengo prisa Elías, luego hablamos, ya te
contaré”. “Bueno hombre vale, parece que
vayas a apagar un incendio, joder que prisa, ni que hubieran matado a alguien”.
Esas fueron las únicas palabras
que se intercambiaron, tranquilamente con un purito a medio consumir se dirigió
al bar. Contrario a la costumbre, era Encarna la que se encargaba del servicio
de la barra, eso extrañó mucho a Elías.
“Hola ¿y Alba?, ¿le ha pasado algo?”.
“No, es que ahora mismo está ocupada, ¿le parece bien que le sirva yo? –forzó
una sonrisa, en estos negocios siempre hay que transmitir simpatía a pesar de
los problemas-, ¿qué le pongo señor Elías?”.
“Me sirves un carajillo de ron por favor, la verdad es que de vez en
cuando ver una cara nueva en la barra es bueno, me alegro que estés tú hoy”.
Encarna en ese momento estaba
pensando cómo se las arreglaría a la hora de los menús, servir platos, sacarlos
y servirlos, luego encargarse de las
bebidas y los cafés, era una tarea a la que nunca se había enfrentado al mismo
tiempo. Pero Encarna era resuelta y muy capaz, de manera que ya llevaba rato
mentalizada a pasar por aquella prueba. Se escuchó un motor al cabo de unos
minutos, que aparcaba en la parte de atrás del bar. Alba dijo a los niños que
se quedaran allí quietos un momento. No podía pedirle a Encarna que se
encargara también de los niños, pero como llovida del cielo, con Sergio venía
su esposa Anabel, toda bondad, aquella mujer a la que todavía no conocía nadie
muy bien, bajó del coche y se metió por la puerta de atrás en la trastienda del
bar.
“Venga marchad ya, yo me ocuparé
de los niños. Aseguraos de que le hacen todas las pruebas bien, hola mucho
gusto Alba, mi nombre es Anabel la mujer de Sergio, vete tranquila, ya he
llamado al capataz de la finca para que nos recoja a los tres, y nos lleve a
nuestra casa, luego Sergio os llevará allí de vuelta, ya lo tenemos todo
hablado”. “Muchas gracias señora, es
usted una santa, no sabe el favor que nos hace”. Tomasa estaba ya instalada en
el asiento de atrás del gran coche con el cinturón de seguridad atado, a su
lado se sentó Alba a la que sujetó la mano como si se tratase de un segundo
cinturón de seguridad, de hacho la atrajo hacia sí de modo que Alba tuvo que
ponerse en el centro del asiento trasero, delante Sergio y Lucas, el doctor.
Fue un viaje de tres cuartos de
hora, el hospital no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, se tenía
que llegar hasta Alcubillas desde el pueblo, y luego a Villanueva de los
Infantes. Cuando llegaron al centro médico, en admisión comenzaron a ponerle
peros de todas clases, Alba se alteró mucho, sin embargo Sergio preguntó dónde
podía encontrar a un médico particular, le pasaron la dirección de un médico
que visitaba allí pero que ese día no estaba disponible. Después de una llamada
de móvil convinieron en que llevaran a Tomasa a su consulta. “Menudo chollo tienen montados algunos
médicos, sacan dinero hasta de debajo de las piedras si es preciso”. “Lleva usted razón –contestó Lucas-, tengo
amigos de facultad que ya son ricos ¿qué le parece?, claro está que no trabajan
en zonas rurales, piensan que esto es para bobos, que ya que tienes que
estudiar unos cuantos años, lo mínimo que puedes hacer es aprovecharte de ello”.
Llegados a casa del médico, un
hombre bien vestido, enfundado en una bata blanca y que rozaba los cincuenta,
les abrió la puerta. Rápidamente identificó a la persona de las tres, que necesitaba
su ayuda. Los hizo pasar con la cortesía que es habitual en los galenos
preguntó, Lucas que se identificó como colega suyo le puso al corriente, pero
Tomasa no dejaba de sujetar la mano de Alba en ningún momento. En un susurro le
dijo a ésta “Alba tengo miedo, no llevo
bragas”. Levantó la mirada con los ojos
suplicantes “No temas nada, los médicos
están acostumbrados a estas cosas cada día, ¡si supieras la de personas que
tienen que ver cada día desnudas…!”. Esto se lo dijo esforzándose por transmitirle
confianza, con una leve sonrisa. ¡Cuánto le costó dibujar esta sonrisa en la
cara, cuántos recuerdos amargos le traía esta situación!.
Solicitó al médico entrar con
ella, don Sebastián no puso impedimento alguno, al fin y al cabo iban de pago,
bajo estas circunstancias, si hubiera querido que después la visitara a Alba
tampoco habría dicho nada, el euro es el euro.
La visita duró no menos de una
hora, el señor Sebastián se escandalizó de lo que había tenido que soportar esa
muchacha. Intercambió unas palabras con Lucas su colega y redactó un informe en
el ordenador, después lo imprimió. Rezaban en él todos los detalles que había
observado, incluso algunas lesiones en determinados lugares de su cuerpo, que a
pesar de haber cicatrizado, manifestaban que no era la primera vez que sufría
abusos sexuales.
Salieron a la calle y Sergio
pensó que lo más oportuno sería comer algo, de manera que preguntó donde había
un hostal o restaurante cerca de allí. Se acercaron a pié, las dos mujeres iban
delante, Sergio y Lucas detrás. Este le puso al corriente de lo que había
observado el otro médico, Sergio se llevó una mano a la cabeza, estaba
espantado, sus mandíbulas se apretaron de manera que reflejaron de golpe un
rostro frio, casi lúgubre, rabioso aunque contenido.
Todos comieron la mitad de lo
servido en el restaurante, pero es que Sergio, no probó bocado, estaba en otra
onda, parecía que su mente vagaba por otro mundo, por otra dimensión. Si en ese
momento lo hubiera visto Elías que lo conocía bien, sabría qué era lo que
estaba pensando sin ningún margen de duda.
De vuelta en el pueblo, un
sargento de la guardia civil acompañado por un número, esperaban dentro del
Nissan patrol. La emisora no dejaba de emitir órdenes, seguramente para otros
guardias que estaban de turno por aquellos lares. Sergio los dejó a los tres
delante del domicilio de Tomasa, Alba tenía la mano completamente sudada, no
había duda de que Tomasa tenía un gran trauma en este instante. Ves a saber tú
desde cuándo llevaba arrastrando ese trauma, Alba lo había sobrellevado durante
cuatro años, a mano de su tío, y de su padrino. Rompió todos los lazos con su
familia, cuando supo que tanto su padre como su madre, estaban al tanto de lo
que estaba sucediendo, por su madre sentía desprecio, ¡pero su padre… que
siempre lo tuvo como si fuera Hércules, su héroe de infancia…!, finalmente a
escondidas de ellos, se llevó a su hermana a casa de los abuelos paternos que
viven en Galicia, en un pueblo de la provincia e Pontevedra.
Les puso en antecedentes de todo,
al principio no la creían, pero luego, al darles detalles de lo sucedido
durante tanto tiempo, y conociendo de quienes hablaba, pudo dejarla con ellos.
Su abuela le dijo que no debía preocuparse, que llamara cuándo quisiera, para
hacer un seguimiento de los acontecimientos. Lo hacía casi a diario, hablaba
con Matilde que ya estaba escolarizada y muy contenta, luego se ponían al
teléfono sus abuelos a quienes agradecía infinito el haberse hecho cargo de la
joven.
La guardia civil, le comunicó que
tenía que acompañarlos al cuartel para abrir diligencias, pero ella se negó, no
quería dejar más tiempo solos a sus hermanos pequeños. En ese instante no sabía
nada de ellos y temía por su integridad física.
“No te apures, tus hermanos están vigilados por una persona de
confianza, hay con ellos una agente policía que no dejará que les ocurra
nada”. “Me da igual, yo quiero estar con
ellos, quiero besarlos y abrazarlos ¿o es que no lo entiende jolín?, los necesito a mi lado, y quiero
verlos ahora”.
Resolvieron hacer el atestado en
su casa, no había manera de solucionarlo de otro modo. Se trajo una máquina de
escribir y se hizo el atestado estando todos juntos en casa, a mitad de informe
llamaron por la radio portátil al sargento, le comunicaban que tenían en custodia
al padre de Tomasa, para entonces, todo el pueblo sabía lo acontecido, no con detalle pero sabían lo
que había pasado ese día.
Los pueblos pequeños con dos o
trescientos habitantes son como una gran familia, ahí todo el mundo se entera de
lo que pasa, también es cierto que hay opiniones para todos los gustos, que
quieres, hay gente que está desocupada, y tiene tiempo para todo. Algunos toman
buena nota de quienes no van a misa, otros, de quienes visitan demasiado
frecuentemente el bar, y todavía queda tiempo para cuando se va a comprar,
fijarse de lo que adquieren los demás vecinos, de ese modo saben lo que comen, cualquiera de estos pretextos sirve de motivo,
para iniciar una –saludable- conversación, que verse sobre los demás.
El detalle de todo el drama llegó
de boca de las esposas de los guardias, la casa cuartel estaba a poco más de un
kilómetro del pueblo, las seis familias que la habitaban con sus correspondientes
niños, aumentaban de forma notable la población, los niños iban a la escuela
del pueblo, de manera que estas madres tenían relación con algunos vecinos, con eso está todo dicho. Ese
es un pueblo en el que Berlanga, habría tenido una buena historia para hacer
una película.
Algunos lloraron de verdad lo que
había pasado con Tomasa y sus hermanos, otros sin embargo lo veían como un
suceso más, dentro del ámbito de un pueblo que tiene vida propia.
¡Que se va a hacer la vida es
así, real, dura, y a veces siniestra!. A Rafael, el padre de Tomasa, se lo
llevaron al cabo de dos días a la capital, allí debía declarar delante del juez.
No tenía nada fácil su futuro, considerando las ocasiones previas, en las que
la guardia civil lo había visitado, por escándalos relacionados con la bebida, y los problemas derivados de ella
que ya ocasionó anteriormente. El último, lo recordaba todo el pueblo, entró en
la iglesia y en plena misa, se orinó en la pila del agua bendita, y era
domingo, con la iglesia llena a rebosar, tampoco es que fuera muy grande, pero
bueno, era la iglesia. ¡Vaya si la lió gorda entonces…!, además ese día, entró cagándose
en dios y la virgen, cosas que hace el alcohol… Mira si te insulta un borracho
yendo por la calle, tiene un pase, no
quiero decir que esté bien pero mira, tira que te va, ¡pero cagarse en dios la
virgen y todos los santos mientras te meas en la pila del agua bendita…!, eso
no, eso no se puede consentir, es como si cometieras un asesinato.
Pero bueno, se llevaron a Rafael
al juzgado, y de allí a la cárcel seguro. Hay comportamientos que son más que
intolerables, actos criminales, ¡a saber desde cuándo estaba sufriendo estas
vejaciones!.
Tardó algo de tiempo en
incorporarse al trabajo en el hostal pero poco a poco y con la ayuda de Alba y
Encarna, fue poco a poco, recuperándose. Sus hermanos, desayunaban con ella en
el hostal, comían y cenaban, eso hizo que poco a poco lo consideraran como su
casa. Después de haberse ido el último cliente del bar, se apagaba la luz, solo
quedaba encendida la luz del hotelito, esa no se apagaba nunca, no pocas veces
sirvió de auxilio a gentes que pasaban por el pueblo sin destino, otras sirvió
para ayudar a personas que sufrían averías en sus coches y necesitaban algún
tipo de atención.
Con el paso de los años, Alba le
comentó a Encarna mientras estaban los dos abrazadas en invierno al calor de la
estufa del bar, ya habían cerrado y estaban tomándose un orujo de hiervas “¿Te das cuenta cariño mío?, desde que
llegamos aquí, nunca se ha apagado la luz del bar. Yo veo este lugar nuestro,
como la luz de nuestras vidas”. Encarna se acercó a Alba y le dio un beso de
los que casi tenían olvidados.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
SE ENCENDIÓ LA
LUZ DEL BAR.
“Oye Sergio, fíjate tío, la luz
del bar está encendida. ¿No dijo el alcalde que ya no harían ninguna concesión
a nadie, después del último fracaso que tuvieron, los que lo tenían antes?”.
“Pues sí, así es, por lo menos
eso me pareció oír a mí Elías”.
“Me cago en todo, ese alcalde
hace lo que le sale del rabo, se pasa las ordenanzas por debajo del cigüeñal.
Ya te digo yo, que eso de la política y más cuando es de pueblo, es peor que la
de las grandes ciudades. Allí por lo menos están controlados por eso de los
partidos de la oposición y eso”.
“Alguien tendría que pararle los
pies a este cacique ¿no te parece?, al fin y al cabo nosotros, como todos aquí,
pagamos nuestros impuestos”.
“Es verdad pero… ¿Cuántos años
tienes tú?”.
“Y eso ¿a qué viene ahora?”.
“Cuantos…”.
“Setenta ¿por qué?”.
“Yo tengo setenta y siete, y
nunca he visto que las quejas cambien nada. Al contrario, algunas veces por
quejarte te crujen, con impuestos nuevos o lo que sea, no ves que se las
inventan todas esta gentuza?”.
“Hubo un tiempo en que las quejas
eran consideradas, tenidas en cuenta quiero decir. Tú podías ir a una alcaldía
y decir lo que opinabas sin temor alguno, pero ahora… eso sería como echar
perlas a los puercos. Por un oído les entra y por el otro les sale”.
“Por eso te digo, seguro que el
bar se lo han dado a algún amigo del alcalde o a alguien próximo a él”.
“Pues mira oye, hoy porque ya
vamos de retiro, pero mañana si acaso nos pasamos y comprobamos haber quién es,
a lo mejor conocemos quienes son. De todas formas, ¡qué bien estábamos cuando
estaba abierto el bar!, con una cazalla te podías pasar la tarde jugando al
tute o al dominó, te acuerdas?”.
“Que si me acuerdo?, esos
momentos son inolvidables hombre, allí al lado de la estufa de leña en
invierno… sería cojonudo que fuera gente como aquella los que lo tuvieran”.
“Eso si no están haciendo del
local la oficina de correos, que ya sabes que hace falta desde hace mucho”.
“Bueno chico yo ya he llegado a
casa, maldita cuesta esta, podrán poner una baranda de hierro en mitad de la
calle para subir y bajar, total aquí no hay coches…”.
“Hea pues, hasta mañana”.
Elías y Sergio son amigos desde
siempre, desde que se casaron con dos hermanas de la misma familia, es decir,
son cuñados. Pero cuñados estilo pueblo, quiero decir que no se consideran
parientes en el estricto sentido de la expresión. Son amigos, es verdad que
antes de casarse, que por cierto y por eso del ahorro lo hicieron a la vez,
eran solo conocidos, pero desde la boda no, desde entonces son amigos.
Eso sí, ninguno le va al otro con
cuentos sobre su vida, cada uno va a lo suyo, uno a regentar su alfarería, el
otro su bodega y sus vinos. El bodeguero es bastante más rico que el otro, pero
ellos no consideran esto como un signo de importancia significativa sobre el
otro. Cuando Sergio quiere hacer un buen regalo artesano, acude a Elías, a su
vez, cuando Elías quiere beber un vino de clase o hacer un regalo a un amigo,
va a la bodega de Sergio y deja que este le aconseje sobre que vino beber o
regalar.
Anabel la mujer de Sergio es una
mujer sencilla y sumisa, mientras que Teresa tiene dos ovarios como la copa de
un pino, tiene un genio que para qué contarte. Pero saben que los dos cuñados
se comprenden bien y que no tienen grandes broncas, porque como en todas las
familias, broncas las hay.
Comentan con sus mujeres e asunto
del bar, que han visto la luz encendida de nuevo, aunque estaba cerrado. La
mujer de Elías comenta… “A saber que lleva de cabeza el cabestro ese
–refiriéndose al alcalde-, este idiota es un aprovechado, algo raro tramará”.
Elías no le contesta, sabe de buena tinta que decir algo en esta circunstancia,
sería dar lugar a una discusión, de modo que lo deja ahí.
Por la mañana a eso de las ocho, el
bar ya está abierto, Elías asoma la cabeza, y ve dentro del bar, a una preciosa
mujer de mediana edad, que es algo más alta que él, se queda parado en la
puerta, con un hermoso delantal blanquísimo y almidonado, levanta la vista
desde fuera de la barra, está dando pulimento al pasamanos de latón que adorna
el mármol y la madera superior.
“Buenos días señor, pase usted ya
está abierto, acomódese donde le plazca que le sirvo de inmediato”. Elías no
iba a entrar a consumir nada, solo a mirar, pero la bienvenida lo anima a
entrar sacarse la gorra y la chaqueta.
“¿Qué quiere tomar señor…”.
“Elías, mi nombre es Elías, mire usted, me sirve un café y una copa de
Terry por favor”. “Sin favor, faltaba
más. Soy casi recién llegada sabe usted?, no estoy muy familiarizada con el
pueblo, de hecho espero quedarme aquí, este lugar es muy bonito, y parece que
la gente también es amable”. Habla mientras está haciendo el café en una
cafetera nueva de dos mangas, de inmediato le acerca a la mesa el café una copa
ancha y la botella de brandy. “Le traigo
la botella porque no sé muy bien cuál es la medida de la copa, usted me dirá
basta”.
Elías ha pasado en el bar
cuestión de media hora, antes de apurar la copa ha pedido otro café, está
riquísimo. Sin perder un minuto va a casa de Sergio, llama a la puerta y cuando
sale a abrir la puerta le dice lo sucedido
“Chico, que mujer más amable y que guapa, es más alta que yo…” “Es que para ser más alto que tú no hace
falta mucho, eres un canijo hombre, ¿o es que no te miras al espejo?”.
“Vete a hacer puñetas tonto del
culo, ni que tú fueras Sansón, ¡no te jode…!”
“Oye espera, no te vayas que yo
también la quiero conocer”.
“Pues ves, yo ya he estado
charlando con ella, ha comprado la casita de doña Elena, la que murió el año
pasado, la que está junto al rio”. Le tiene que dar estos detalles, porque Sergio
es un hombre bastante ocupado, y a menudo no se entera de quien viene y quién
se va, aunque sea al otro mundo. Cuando uno se va a vivir a otra parte vale que
no te enteres, pero una persona que ha nacido en el pueblo y según decía el
párroco, se iba a vivir con dios al paraíso, es para poner un poco más de
atención digo yo, ¿no?.
Al final lo convence y se van los
dos al bar, Elías por segunda vez, Sergio se estrena.
“Buenos días señora, aquí mi
amigo y cuñado me ha dicho que estaba abierto, y he pensado… pues vamos a
desayunar juntos. ¿Hace usted bocadillos?”.
“De lo que usted quiera señor,
por lo menos de todo lo que tengo –se ríe y que bien ríe- discretamente
maquillada y con los labios rojos como cerezas”.
Los dos se quedan como dos
colegiales que no han visto nunca reír a una mujer de verdad, con la boca
abierta.
“¿Me podría hacer usted una
tortilla de chorizo?, a mi cuñado de… jamón”.
“En cinco minutos vuelvo”.
De reloj, esta mujer parece un
cronógrafo, platos grandes con sendos bocadillos de tortillas diferentes. ¡Qué
exageración señor!. Con estos bocadillos pasan hasta la noche o casi.
“Por las tardes, antes cuando el
otro dueño, veníamos aquí a jugar a las cartas y al dominó, si le parece y el
bar permanece abierto retomaremos la costumbre”.
“Pues claro faltaría más, por lo
menos me harán compañía, que pasarse el día sola en el bar debe ser la mar de
aburrido. Espero tener clientes y que este rinconcito de pueblo se anime”.
“No se preocupe por esto, yo me
ocupo”. Sergio se compromete, quizás lo que busca es un nuevo cliente para dar
salida a su producción de vinos variados, pero que va, a él no le hacen falta
clientes de tan poco consumo.
Sergio paga la cuenta incluidos
cafés y dos puritos, le ha salido regalado. No está seguro de que aquella
mujer, sepa hacer bien las cuentas. Por eso vuelve y se lo pregunta, si, si,
sus números están bien, ella estaba preocupada porque les pareciera mucho, pero
ha sido todo lo contrario.
“Prepara usted menús?, se lo
pregunto porque a buen precio vendría algún trabajador que otro de los que
están a mi servicio en la bodega”.
“Sí los aré, pero estoy esperando
a una chica que me ayudará en la cocina, quizás llegue dentro de un par de
semanas. De momento, yo sola, no puedo hacerlo todo. Un poquito de paciencia y
los podrá traer, sin problemas, además, la cocina parece que está bien
equipada”.
“Bien, pues si repasa usted las
cosas y ve que le hace falta algo, dígamelo sin falta que se lo aré traer de inmediato.
Lo que sea entiende?, somos una pequeña comunidad de vecinos y dependemos los
unos de los otros”.
“Así lo aré, muchas gracias por
el ofrecimiento, es usted un caballero, quiero decir… los dos lo son”.
Al marchar del bar los dos
hombres estiraron sus cuellos, y en la medida que pudieron, se pusieron
derechos como palos, querían que los viera como a dos jóvenes dandis. Lo cierto
es que los dos, estuvieron merodeando por los alrededores del bar, saludando a
vecinos que hacía ya tiempo que ignoraban, algunos de ellos estaban un tanto
sorprendidos al ver esta actitud, sobre todo por parte de Sergio el bodeguero,
desde que comenzó a marcar distancias como empresario, parecía subestimar a los
demás.
Cuando llegó Encarna, la amiga de
quién les habló hacía unos días, Alba se convirtió en otra persona. Admiraba a
esta mujer, deberá tener unos diez años más que ella, también destacaba por su
forma de caminar y hacer las cosas, pero la eficiencia era su referente. De
hecho se notaba que Alba la tenía como referente, siempre en tejanos, con el
cabello muy corto aunque casi completamente cano, Encarna daba de sí todo lo
que podía, la cocina marchaba de maravilla a la hora de satisfacer los
estómagos de los trabajadores que comenzaban a llegar al bar.
Las luces se apagaban tarde para
ser un bar de pueblo, pero tenía su explicación. Los hombres se encontraban a
gusto en aquel ambiente, consumían copa tras copa y no veían la hora de marchar
a sus casas. Ese local, le dio una nueva vida al pueblo, y era evidente que estaban
agradecidos que así fuera. Al poco tiempo, compraron la casa contigua para
transformarla en un pequeño hostal, operarios de los grandes aerogeneradores
que se estaban montando en la cima del monte, pasaban allí la noche, la
empresa, una multinacional, llegó a un acuerdo con Alba, para que diera comida
y alojamiento a varios de sus empleados, eso hizo que el negocio subiera como
la espuma.
Fue entonces cuando apareció
Tomasa, la chica que contrataron como ayudanta, no tenía más de veinte años,
pero estaba acostumbrada a bregar con el trabajo. Casi insignificante, de no
más de metro sesenta y delgada, aquella chica parecía frágil, pero cuando fue
puesta a prueba se dieron cuenta de que acertaron con su contratación. Parecía
una liebre, y frecuentemente, antes de que alguna de las dos fuera a preguntar
por ella, ya tenía hecho el trabajo, que hacía solo una hora se le había
encomendado. No importaba que fuese pelar patatas, poner lavadoras con la ropa
de las camas del hostal, o subir a tenderla, para que estuvieran las sábanas
listas para la noche.
El trabajo del hogar cuando se
enseña de joven, siempre da sus frutos. Su madre había muerto hacía ya tres
años, y sus dos hermanos pequeños dependían de sus cuidados. También su padre,
un mal bicho que no se dedicaba más que a beber y dormir, y en más de una
ocasión colarse en la habitación de Tomasa, solicitándola para otras labores
que no eran las de mantener la casa limpia y ordenada. La Guardia Civil ya
había estado en aquella casa por lo menos en tres ocasiones diferentes por este
asunto, pero no hacían nada con él salvo
amonestarlo y la última vez amenazarlo con la cárcel.
Era fin de semana, sábado, y
Tomasa no apareció, si su hermano con una nota que dio a Alba. Después de leer
la nota ésta se enfureció, sin decir nada a nadie, salió del bar a toda prisa,
llegó a casa de Tomasa y esta le abrió la puerta, estaba medio lisiada, los
ojos hinchados llenos de sangre, el cuerpo con moratones, en el cuello la señal
de una correa que estuvo asfixiándola durante determinado tiempo.
“Ven conmigo, vamos a mi casa,
coge tus cosas, las más necesarias, mientras voy a buscar a tus hermanos al
colegio y traeré el coche, tienes que salir de aquí ya”.
“No por favor, usted no le
conoce, si no me encuentra en casa me buscará y aquí no hay donde esconderse,
esto es un puño de pueblo”.
“Escucha, haz lo que te he dicho,
no discutas conmigo, esto lo arreglaremos de inmediato, no tienes nada que
temer, tienes nuestra ayuda y nuestro apoyo incondicional ¿o es que esperas que
te mate este cabrón?, siento hablar así de tú padre, pero no merece serlo”.
A regañadientes hizo lo que Alba
le dijo mientras esta, estaba temblando por la tensión del momento. Se acercó
al bar y llamó por teléfono a la policía, seguidamente llamó a don Sergio, le
dijo que si podía venir, que era urgente.
Todo esto sucedió en una hora,
Sergio entró por la puerta del bar y preguntó por Alba, estaba en la parte de
atrás del bar con todo el pastel montado. El hombre miró todo el entorno, el
médico, Lucas era un chico recién salido de la facultad, era el médico del
pueblo, de rodillas ante Tomasa le estaba practicando las primeras curas
después de inyectarle un sedante,
trataba de convencerla, para que
se dejase hacer una citología en el consultorio del pueblo, pero no había
forma. Al final Alba la convenció, le dejó claro que estaría con ella en todo
momento, que estaría a su lado, por su parte Lucas le hizo saber que sería solo
un instante.
“Pero bueno, ¿qué es lo que ha
pasado aquí?, -Sergio no entendía nada-, el panorama que se encontró en la
trastienda le sorprendió bastante”.
Alba se levantó, estaba
cogiéndole la mano a Tomasa, mientras el médico, con la maleta abierta, echaba
mano de los productos de farmacia propios para la ocasión.
“La policía va a llegar de un
momento a otro, su padre la ha atado a la cama con la correa del pantalón por
el cuello, la ha golpeado y luego la ha violado, ¿qué le parece?. Si me
encuentro a este hijo de puta soy capaz de cualquier cosa, Tomasa dice que
estaba borracho, yo creo que va tras ella desde la muerte de su mujer”.
“Bueno y ¿qué hago yo? Alba, dime
lo que tengo que hacer”.
“De este desalmado ya se
encargará la guardia civil, pero a ella, después que él médico termine, hay que
llevarla a un hospital, para eso lo he llamado, para pedirle si nos puede
llevar, lo cierto es que no estoy para conducir ahora mismo, quiero estar a su
lado, mire como me ha dejado la mano, -ciertamente la tenía roja, parecía que
la hubiera sacado del horno, tenía la señal de los dedos de Tomasa-, no puedo
dejarla sola por lo menos ahora”.
“Voy a buscar el coche grande, no
os quiero llevar en esta tartana –nombre que le daba a un viejo Land Rover que
usaba para moverse por su propiedad-, vuelvo en diez minutos, y aclara cuando
venga la policía, lo que vas a hacer mientras con los dos críos, esos son
capaces de llevárselos a donde sea”.
“Vaya y no se preocupe, Encarna y
yo nos encargaremos de ellos, no creo que vayan a dejar a su hermana ingresada
en el hospital, le harán determinadas pruebas y la dejarán volver a su casa. Ya
sé cómo funciona esto”.
Cuando salió del bar a toda
prisa, Sergio se tropezó con Elías, este lo paró, pero Sergio no se detuvo “Tengo prisa Elías, luego hablamos, ya te
contaré”. “Bueno hombre vale, parece que
vayas a apagar un incendio, joder que prisa, ni que hubieran matado a alguien”.
Esas fueron las únicas palabras
que se intercambiaron, tranquilamente con un purito a medio consumir se dirigió
al bar. Contrario a la costumbre, era Encarna la que se encargaba del servicio
de la barra, eso extrañó mucho a Elías.
“Hola ¿y Alba?, ¿le ha pasado algo?”.
“No, es que ahora mismo está ocupada, ¿le parece bien que le sirva yo? –forzó
una sonrisa, en estos negocios siempre hay que transmitir simpatía a pesar de
los problemas-, ¿qué le pongo señor Elías?”.
“Me sirves un carajillo de ron por favor, la verdad es que de vez en
cuando ver una cara nueva en la barra es bueno, me alegro que estés tú hoy”.
Encarna en ese momento estaba
pensando cómo se las arreglaría a la hora de los menús, servir platos, sacarlos
y servirlos, luego encargarse de las
bebidas y los cafés, era una tarea a la que nunca se había enfrentado al mismo
tiempo. Pero Encarna era resuelta y muy capaz, de manera que ya llevaba rato
mentalizada a pasar por aquella prueba. Se escuchó un motor al cabo de unos
minutos, que aparcaba en la parte de atrás del bar. Alba dijo a los niños que
se quedaran allí quietos un momento. No podía pedirle a Encarna que se
encargara también de los niños, pero como llovida del cielo, con Sergio venía
su esposa Anabel, toda bondad, aquella mujer a la que todavía no conocía nadie
muy bien, bajó del coche y se metió por la puerta de atrás en la trastienda del
bar.
“Venga marchad ya, yo me ocuparé
de los niños. Aseguraos de que le hacen todas las pruebas bien, hola mucho
gusto Alba, mi nombre es Anabel la mujer de Sergio, vete tranquila, ya he
llamado al capataz de la finca para que nos recoja a los tres, y nos lleve a
nuestra casa, luego Sergio os llevará allí de vuelta, ya lo tenemos todo
hablado”. “Muchas gracias señora, es
usted una santa, no sabe el favor que nos hace”. Tomasa estaba ya instalada en
el asiento de atrás del gran coche con el cinturón de seguridad atado, a su
lado se sentó Alba a la que sujetó la mano como si se tratase de un segundo
cinturón de seguridad, de hacho la atrajo hacia sí de modo que Alba tuvo que
ponerse en el centro del asiento trasero, delante Sergio y Lucas, el doctor.
Fue un viaje de tres cuartos de
hora, el hospital no estaba precisamente a la vuelta de la esquina, se tenía
que llegar hasta Alcubillas desde el pueblo, y luego a Villanueva de los
Infantes. Cuando llegaron al centro médico, en admisión comenzaron a ponerle
peros de todas clases, Alba se alteró mucho, sin embargo Sergio preguntó dónde
podía encontrar a un médico particular, le pasaron la dirección de un médico
que visitaba allí pero que ese día no estaba disponible. Después de una llamada
de móvil convinieron en que llevaran a Tomasa a su consulta. “Menudo chollo tienen montados algunos
médicos, sacan dinero hasta de debajo de las piedras si es preciso”. “Lleva usted razón –contestó Lucas-, tengo
amigos de facultad que ya son ricos ¿qué le parece?, claro está que no trabajan
en zonas rurales, piensan que esto es para bobos, que ya que tienes que
estudiar unos cuantos años, lo mínimo que puedes hacer es aprovecharte de ello”.
Llegados a casa del médico, un
hombre bien vestido, enfundado en una bata blanca y que rozaba los cincuenta,
les abrió la puerta. Rápidamente identificó a la persona de las tres, que necesitaba
su ayuda. Los hizo pasar con la cortesía que es habitual en los galenos
preguntó, Lucas que se identificó como colega suyo le puso al corriente, pero
Tomasa no dejaba de sujetar la mano de Alba en ningún momento. En un susurro le
dijo a ésta “Alba tengo miedo, no llevo
bragas”. Levantó la mirada con los ojos
suplicantes “No temas nada, los médicos
están acostumbrados a estas cosas cada día, ¡si supieras la de personas que
tienen que ver cada día desnudas…!”. Esto se lo dijo esforzándose por transmitirle
confianza, con una leve sonrisa. ¡Cuánto le costó dibujar esta sonrisa en la
cara, cuántos recuerdos amargos le traía esta situación!.
Solicitó al médico entrar con
ella, don Sebastián no puso impedimento alguno, al fin y al cabo iban de pago,
bajo estas circunstancias, si hubiera querido que después la visitara a Alba
tampoco habría dicho nada, el euro es el euro.
La visita duró no menos de una
hora, el señor Sebastián se escandalizó de lo que había tenido que soportar esa
muchacha. Intercambió unas palabras con Lucas su colega y redactó un informe en
el ordenador, después lo imprimió. Rezaban en él todos los detalles que había
observado, incluso algunas lesiones en determinados lugares de su cuerpo, que a
pesar de haber cicatrizado, manifestaban que no era la primera vez que sufría
abusos sexuales.
Salieron a la calle y Sergio
pensó que lo más oportuno sería comer algo, de manera que preguntó donde había
un hostal o restaurante cerca de allí. Se acercaron a pié, las dos mujeres iban
delante, Sergio y Lucas detrás. Este le puso al corriente de lo que había
observado el otro médico, Sergio se llevó una mano a la cabeza, estaba
espantado, sus mandíbulas se apretaron de manera que reflejaron de golpe un
rostro frio, casi lúgubre, rabioso aunque contenido.
Todos comieron la mitad de lo
servido en el restaurante, pero es que Sergio, no probó bocado, estaba en otra
onda, parecía que su mente vagaba por otro mundo, por otra dimensión. Si en ese
momento lo hubiera visto Elías que lo conocía bien, sabría qué era lo que
estaba pensando sin ningún margen de duda.
De vuelta en el pueblo, un
sargento de la guardia civil acompañado por un número, esperaban dentro del
Nissan patrol. La emisora no dejaba de emitir órdenes, seguramente para otros
guardias que estaban de turno por aquellos lares. Sergio los dejó a los tres
delante del domicilio de Tomasa, Alba tenía la mano completamente sudada, no
había duda de que Tomasa tenía un gran trauma en este instante. Ves a saber tú
desde cuándo llevaba arrastrando ese trauma, Alba lo había sobrellevado durante
cuatro años, a mano de su tío, y de su padrino. Rompió todos los lazos con su
familia, cuando supo que tanto su padre como su madre, estaban al tanto de lo
que estaba sucediendo, por su madre sentía desprecio, ¡pero su padre… que
siempre lo tuvo como si fuera Hércules, su héroe de infancia…!, finalmente a
escondidas de ellos, se llevó a su hermana a casa de los abuelos paternos que
viven en Galicia, en un pueblo de la provincia e Pontevedra.
Les puso en antecedentes de todo,
al principio no la creían, pero luego, al darles detalles de lo sucedido
durante tanto tiempo, y conociendo de quienes hablaba, pudo dejarla con ellos.
Su abuela le dijo que no debía preocuparse, que llamara cuándo quisiera, para
hacer un seguimiento de los acontecimientos. Lo hacía casi a diario, hablaba
con Matilde que ya estaba escolarizada y muy contenta, luego se ponían al
teléfono sus abuelos a quienes agradecía infinito el haberse hecho cargo de la
joven.
La guardia civil, le comunicó que
tenía que acompañarlos al cuartel para abrir diligencias, pero ella se negó, no
quería dejar más tiempo solos a sus hermanos pequeños. En ese instante no sabía
nada de ellos y temía por su integridad física.
“No te apures, tus hermanos están vigilados por una persona de
confianza, hay con ellos una agente policía que no dejará que les ocurra
nada”. “Me da igual, yo quiero estar con
ellos, quiero besarlos y abrazarlos ¿o es que no lo entiende jolín?, los necesito a mi lado, y quiero
verlos ahora”.
Resolvieron hacer el atestado en
su casa, no había manera de solucionarlo de otro modo. Se trajo una máquina de
escribir y se hizo el atestado estando todos juntos en casa, a mitad de informe
llamaron por la radio portátil al sargento, le comunicaban que tenían en custodia
al padre de Tomasa, para entonces, todo el pueblo sabía lo acontecido, no con detalle pero sabían lo
que había pasado ese día.
Los pueblos pequeños con dos o
trescientos habitantes son como una gran familia, ahí todo el mundo se entera de
lo que pasa, también es cierto que hay opiniones para todos los gustos, que
quieres, hay gente que está desocupada, y tiene tiempo para todo. Algunos toman
buena nota de quienes no van a misa, otros, de quienes visitan demasiado
frecuentemente el bar, y todavía queda tiempo para cuando se va a comprar,
fijarse de lo que adquieren los demás vecinos, de ese modo saben lo que comen, cualquiera de estos pretextos sirve de motivo,
para iniciar una –saludable- conversación, que verse sobre los demás.
El detalle de todo el drama llegó
de boca de las esposas de los guardias, la casa cuartel estaba a poco más de un
kilómetro del pueblo, las seis familias que la habitaban con sus correspondientes
niños, aumentaban de forma notable la población, los niños iban a la escuela
del pueblo, de manera que estas madres tenían relación con algunos vecinos, con eso está todo dicho. Ese
es un pueblo en el que Berlanga, habría tenido una buena historia para hacer
una película.
Algunos lloraron de verdad lo que
había pasado con Tomasa y sus hermanos, otros sin embargo lo veían como un
suceso más, dentro del ámbito de un pueblo que tiene vida propia.
¡Que se va a hacer la vida es
así, real, dura, y a veces siniestra!. A Rafael, el padre de Tomasa, se lo
llevaron al cabo de dos días a la capital, allí debía declarar delante del juez.
No tenía nada fácil su futuro, considerando las ocasiones previas, en las que
la guardia civil lo había visitado, por escándalos relacionados con la bebida, y los problemas derivados de ella
que ya ocasionó anteriormente. El último, lo recordaba todo el pueblo, entró en
la iglesia y en plena misa, se orinó en la pila del agua bendita, y era
domingo, con la iglesia llena a rebosar, tampoco es que fuera muy grande, pero
bueno, era la iglesia. ¡Vaya si la lió gorda entonces…!, además ese día, entró cagándose
en dios y la virgen, cosas que hace el alcohol… Mira si te insulta un borracho
yendo por la calle, tiene un pase, no
quiero decir que esté bien pero mira, tira que te va, ¡pero cagarse en dios la
virgen y todos los santos mientras te meas en la pila del agua bendita…!, eso
no, eso no se puede consentir, es como si cometieras un asesinato.
Pero bueno, se llevaron a Rafael
al juzgado, y de allí a la cárcel seguro. Hay comportamientos que son más que
intolerables, actos criminales, ¡a saber desde cuándo estaba sufriendo estas
vejaciones!.
Tardó algo de tiempo en
incorporarse al trabajo en el hostal pero poco a poco y con la ayuda de Alba y
Encarna, fue poco a poco, recuperándose. Sus hermanos, desayunaban con ella en
el hostal, comían y cenaban, eso hizo que poco a poco lo consideraran como su
casa. Después de haberse ido el último cliente del bar, se apagaba la luz, solo
quedaba encendida la luz del hotelito, esa no se apagaba nunca, no pocas veces
sirvió de auxilio a gentes que pasaban por el pueblo sin destino, otras sirvió
para ayudar a personas que sufrían averías en sus coches y necesitaban algún
tipo de atención.
Con el paso de los años, Alba le
comentó a Encarna mientras estaban los dos abrazadas en invierno al calor de la
estufa del bar, ya habían cerrado y estaban tomándose un orujo de hiervas “¿Te das cuenta cariño mío?, desde que
llegamos aquí, nunca se ha apagado la luz del bar. Yo veo este lugar nuestro,
como la luz de nuestras vidas”. Encarna se acercó a Alba y le dio un beso de
los que casi tenían olvidados.
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