viernes, 16 de noviembre de 2012



                                       EL HONGO DE LA MUERTE.



Es la desconfianza la que hace al ser humano estúpido y cruel. Necedad que comienza por los políticos, y que termina por contagiarse a todo el pueblo.
Es como una fiebre que puede comenzar a darle a cualquiera cuando come un hongo venenoso. Como en todas las cosas de este carácter, hay síntomas anteriores a la muerte definitiva.
Se necesita atención médica urgente, el asunto está claro, cuando vas por el bosque a buscar hongos, hay que saber distinguirlos, si no es así, es mejor que no los cojas, déjalos, de otro modo por bonitos y saludables que parezcan, si los coges, pueden acarrearte la muerte.
Braulio, un amigo de ciudad, viene cada fin semana a su casita de campo con su familia. Buen hombre este, prudente como no hay dos, sensato, lo mismo. ¡Pero tiene una pasión por los hongos…!.
Siempre dice que él no es tonto, que en cuanto coge un hongo, solo por el olor sabe si es bueno o malo.
De momento no le ha pasado nunca nada, salvo alguna descomposición que otra, y vómitos, que bien mirado esto es bueno, porque sacas del cuerpo aquello que no le sienta bien, el cuerpo humano es sabio.
Pero mira que con la de veces que se le ha advertido, él erre que erre. Cuando vuelve del campo con la cesta a rebosar de setas, en la cantina del pueblo, las enseña como si hubiera descubierto un tesoro.
En El Espolón, el pueblo donde vivo, sus gentes saben dónde encontrar las setas buenas, incluso en primavera dependiendo del tiempo que ha hecho, los ves discretamente con sus cestas de mimbre llegar a su casa.
En definitiva, que es muy fácil morir, y muy difícil vivir sin dificultades, si uno no es precavido y juicioso. Eso es precisamente lo que les hace falta a esos imbéciles de políticos que confían de sus setas.
No hablo de setas de campo, hablo de las setas que llegan al cielo, esas malditas bombas atómicas que forman unas hermosas luces cuando caen, hacen que el cielo se ilumine con millones de luces diferentes, y causan la muerte a millones de personas que quizás a kilómetros, observan este magnífico espectáculo cuando la bomba toma tierra.
Todo el mundo conoce la historia de dos ciudades japonesas que fueron exterminadas por setas gigantes, la historia nos ha ahorrado los detalles del tremendo impacto que tuvo en la gente las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Solo tenemos de testimonio las imágenes del día después.
Quizás a alguien se le ocurrió comenzar a fotografiar el acontecimiento, o a filmarlo, pero sus cámaras, quedaron fundidas con ellos, por el calor abrasador que despidieron aquellas setas. Del otro lado, del lado de los que tiraron las bombas, todo eran aplausos y felicitaciones,  hicieron unas barbacoas tremendas para celebrarlo.
“¿Habéis visto?, tenemos todo el poder del mundo en nuestras manos, ¿quién va a desafiarnos ahora?”. Esto lo dijo un creador de setas, bueno el no las creó, ya estaban ahí cuando él llegó. Me refiero a Harry Truman, presidente de los Estados Unidos de América en 1945, que sucedió a otro listo, Franklin Delano Rossevelt, otro que tal. Este último fue el que impulsó la creación de la bomba atómica después del suceso de Pearl Harbor, otra metedura de pata de los japoneses. ¡Mira que desafiar a los americanos…! En qué cabeza cabe, sabiendo que ellos son los guardianes del mundo, vamos hombre.
Eso es algo parecido a querer cambiar en su día al dios de la guerra egipcio, Upuaut un perro negro de cabeza blanca, sería para disimular “Huy que bonito… míralo que cabecita más bonita”. Igual que las setas oye, la Amanita Faloides, que parece de cuento de adas, ¿cómo puede ser mala una seta así de bonita?, cómetela y verás, luego me lo cuentas. Igual que Braulio, el tonto de ciudad, todas las setas buenas las deja en el suelo del bosque y se trae a casa las más bonitas, y encima se las come ¡será capullo el tío…!, por lo menos pregunta antes, que hay gente que  entiende más que tú.
Me llamo Cosme, soy un pueblerino de El Espolón, ¡y qué orgulloso estoy de ser de aquí!, dice mi abuela que todavía está viva, que en tiempos de la guerra civil española, vivir en el pueblo era una locura. “¿Porqué abuela, que pasaba entonces si vosotros vivíais retirados de todas partes?”.  “Hay hijo mío, no te creas que la vida era fácil aquí, llegó un tiempo que entre los hombres del pueblo que se iban a la guerra y los que mataban en el campo, quedaron diez hombres”.  “¿Y eso porqué?”.  “Venían los milicianos por el camino alto, y se paraban a hacer puntería con los que trabajaban en el campo desde los camiones. Al cabo de unos días llegaban los nacionales, hacían una batida por el pueblo y se llevaban a otros tantos, aparte de los que fusilaban por la más mínima sospecha que tuvieran de ellos. Un coronel nacional, hizo matar de un tiro en la cabeza a don Anselmo para quedarse con su hacienda y su mujer, a los hijos de esta los envió a Madrid y allí se les perdió la pista. La guerra es una mierda, por eso las moscas se alimentan de ella”.
Claro, así se entiende que los egipcios representaran al dios de la guerra con cara de perro, cuando están hambrientos, se comen hasta sus dueños.
Por cierto, y ya para terminar, Braulio y su familia ya no vienen por aquí, un día se dejó ver la mujer por el pueblo, en la carnicería contó que su marido la había palmado detrás de las dichosas setas, y no fue por una estas atómicas, por lo menos desde el pueblo no se ha oído nada de esto.


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