EL HONGO
DE LA MUERTE.
Es la desconfianza la que hace al
ser humano estúpido y cruel. Necedad que comienza por los políticos, y que termina
por contagiarse a todo el pueblo.
Es como una fiebre que puede
comenzar a darle a cualquiera cuando come un hongo venenoso. Como en todas las
cosas de este carácter, hay síntomas anteriores a la muerte definitiva.
Se necesita atención médica urgente,
el asunto está claro, cuando vas por el bosque a buscar hongos, hay que saber
distinguirlos, si no es así, es mejor que no los cojas, déjalos, de otro modo
por bonitos y saludables que parezcan, si los coges, pueden acarrearte la
muerte.
Braulio, un amigo de ciudad,
viene cada fin semana a su casita de campo con su familia. Buen hombre este,
prudente como no hay dos, sensato, lo mismo. ¡Pero tiene una pasión por los
hongos…!.
Siempre dice que él no es tonto,
que en cuanto coge un hongo, solo por el olor sabe si es bueno o malo.
De momento no le ha pasado nunca
nada, salvo alguna descomposición que otra, y vómitos, que bien mirado esto es
bueno, porque sacas del cuerpo aquello que no le sienta bien, el cuerpo humano
es sabio.
Pero mira que con la de veces que
se le ha advertido, él erre que erre. Cuando vuelve del campo con la cesta a
rebosar de setas, en la cantina del pueblo, las enseña como si hubiera
descubierto un tesoro.
En El Espolón, el pueblo donde
vivo, sus gentes saben dónde encontrar las setas buenas, incluso en primavera
dependiendo del tiempo que ha hecho, los ves discretamente con sus cestas de
mimbre llegar a su casa.
En definitiva, que es muy fácil
morir, y muy difícil vivir sin dificultades, si uno no es precavido y juicioso.
Eso es precisamente lo que les hace falta a esos imbéciles de políticos que confían
de sus setas.
No hablo de setas de campo, hablo
de las setas que llegan al cielo, esas malditas bombas atómicas que forman unas
hermosas luces cuando caen, hacen que el cielo se ilumine con millones de luces
diferentes, y causan la muerte a millones de personas que quizás a kilómetros,
observan este magnífico espectáculo cuando la bomba toma tierra.
Todo el mundo conoce la historia
de dos ciudades japonesas que fueron exterminadas por setas gigantes, la
historia nos ha ahorrado los detalles del tremendo impacto que tuvo en la gente
las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Solo tenemos de testimonio las
imágenes del día después.
Quizás a alguien se le ocurrió
comenzar a fotografiar el acontecimiento, o a filmarlo, pero sus cámaras,
quedaron fundidas con ellos, por el calor abrasador que despidieron aquellas
setas. Del otro lado, del lado de los que tiraron las bombas, todo eran
aplausos y felicitaciones, hicieron unas
barbacoas tremendas para celebrarlo.
“¿Habéis visto?, tenemos todo el
poder del mundo en nuestras manos, ¿quién va a desafiarnos ahora?”. Esto lo
dijo un creador de setas, bueno el no las creó, ya estaban ahí cuando él llegó.
Me refiero a Harry Truman, presidente de los Estados Unidos de América en 1945,
que sucedió a otro listo, Franklin Delano Rossevelt, otro que tal. Este último
fue el que impulsó la creación de la bomba atómica después del suceso de Pearl
Harbor, otra metedura de pata de los japoneses. ¡Mira que desafiar a los
americanos…! En qué cabeza cabe, sabiendo que ellos son los guardianes del
mundo, vamos hombre.
Eso es algo parecido a querer
cambiar en su día al dios de la guerra egipcio, Upuaut un perro negro de cabeza
blanca, sería para disimular “Huy que bonito… míralo que cabecita más bonita”.
Igual que las setas oye, la Amanita Faloides, que parece de cuento de adas, ¿cómo
puede ser mala una seta así de bonita?, cómetela y verás, luego me lo cuentas.
Igual que Braulio, el tonto de ciudad, todas las setas buenas las deja en el
suelo del bosque y se trae a casa las más bonitas, y encima se las come ¡será
capullo el tío…!, por lo menos pregunta antes, que hay gente que entiende más que tú.
Me llamo Cosme, soy un pueblerino
de El Espolón, ¡y qué orgulloso estoy de ser de aquí!, dice mi abuela que
todavía está viva, que en tiempos de la guerra civil española, vivir en el
pueblo era una locura. “¿Porqué abuela, que pasaba entonces si vosotros vivíais
retirados de todas partes?”. “Hay hijo
mío, no te creas que la vida era fácil aquí, llegó un tiempo que entre los
hombres del pueblo que se iban a la guerra y los que mataban en el campo,
quedaron diez hombres”. “¿Y eso porqué?”. “Venían los milicianos por el camino alto, y
se paraban a hacer puntería con los que trabajaban en el campo desde los
camiones. Al cabo de unos días llegaban los nacionales, hacían una batida por
el pueblo y se llevaban a otros tantos, aparte de los que fusilaban por la más
mínima sospecha que tuvieran de ellos. Un coronel nacional, hizo matar de un
tiro en la cabeza a don Anselmo para quedarse con su hacienda y su mujer, a los
hijos de esta los envió a Madrid y allí se les perdió la pista. La guerra es
una mierda, por eso las moscas se alimentan de ella”.
Claro, así se entiende que los
egipcios representaran al dios de la guerra con cara de perro, cuando están hambrientos,
se comen hasta sus dueños.
Por cierto, y ya para terminar,
Braulio y su familia ya no vienen por aquí, un día se dejó ver la mujer por el
pueblo, en la carnicería contó que su marido la había palmado detrás de las
dichosas setas, y no fue por una estas atómicas, por lo menos desde el pueblo
no se ha oído nada de esto.
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