VIRTUDES
ANTIGUAS, VIDAS MODERNAS.
Eliodoro no deja de recordarles a
sus nietos ya algo mayores, que recuerden siempre ser educados. Que los
hermanos no deben faltarse el respeto, que es muy importante para su vida
futura.
Los nietos son dos, una chica y
un chico, Anabel y Armando dos adolescentes que crecen sin demasiadas reglas,
un poco sin control, sus padres trabajan, y trabajan duro a fin de mantener el
nivel de vida al que los chicos han estado acostumbrados desde pequeños.
Sofía la madre, es agente de seguros,
hija de Eliodoro, su yerno Antonio es encargado de una agencia de transportes,
y a menudo tiene que viajar por casi todo el país, el dueño de la empresa tiene
absoluta confianza en su trabajo.
Eliodoro se da cuenta, que la
casa que no es pequeña, se ha convertido con el tiempo en una especie de hotel.
Él dice esto porque aparte de que los ve poco –los ancianos llevan otra vida
diferente a los jóvenes-, pues él se acuesta temprano por la noche y madruga
bastante, solo los ve llegar a casa a usar el baño, cambiarse de ropa,
perfumarse, poner algo de comida preparada en el microondas, y después de devorarla
irse a dormir sin cruzar apeas cuatro frases con los chicos. Eso si están
presentes, porque ellos, conociendo las costumbres que reinan en su casa, pasan
en ella el menor tiempo posible.
Anabel estudia veterinaria, pero
el año pasado les dijo a sus padres que quería estudiar inglés, que necesitaba
dinero para matricularse, su madre sin más abrió la cartea y le dio un talón al
portador de un montón de euros, aun así le dijo que la semana próxima
necesitaría más “Es para los libros,
según Gertru son caros, aunque me ha dicho, que en esta academia hablas inglés
a los cuatro días”.
Según dice ella es muy necesario
hablar inglés para su profesión futura, ni que los caballos y las vacas
hablaran en esta lengua piensa el abuelo. Hace gestos negativos con la cabeza
cuando oye todo esto Eliodoro, a lo mejor es que les enseñará a hablar inglés a
los animales, ¡que chorrada!.
“Pues me dices cuánto cuestan y
te doy el dinero la semana que viene, guapa mía”. Hay que ver que ciega está mi
hija, piensa el abuelo. Sofía está tan orgullosa de su hija… es tan guapa, no
le importa que no le dé más explicaciones, ni que no le dé las gracias, sabe
que su hija es así, tal cual. Es que la muchacha tiene un carácter de un par de
narices, cualquiera le dice que no, o que quiere conocer la academia, o que le
traiga un recibo, se abría puesto hecha un obelisco.
Ves, sin embargo Armando tiene
otro carácter bien diferente, cuando necesita dinero va y lo coge, si no
encuentra suficiente en la cartera del padre va al de la madre, y lo peor es que
lo hace de noche, cuando están durmiendo. Pero ellos ya lo conocen, así que ya
dan por sentado el asunto y antes de salir a trabajar, repasan carteras para
saber si tendrán que pasar por el cajero de camino al trabajo. Este no estudia,
ni trabaja, dice que quiere ser motorista, en el garaje tiene una moto de
carretera de un montón de centímetros cúbicos. Tiene diecisiete años, es decir,
no tiene carnet, pero ¡hay que ver como pilota esa bestia!, lo malo es que
pueda tener un accidente. La primavera pasada, se pegó una leche con la moto de
un amigo que la dejó para el desguace, menos mal que no le dio a nadie, se
salió de una curva un sábado, y al ver que se la daba contra un monovolumen, saltó
de la moto, rompió el quitamiedos de la carretera, salió volando varios metros,
la gente que circulaba paró, pero él dijo que no tenía nada, llevaba un mono de
esos con protecciones. Lo acercaron a casa y el amigo cargó con todo el
paquete, desde entonces no se hablan.
Al amigo le han quitado los
puntos del carnet, toma ya, y él tan contento, no era su moto. Al amigo que lo
jodan, que no se la hubiera dejado dice.
Que quieres, el abuelo tiembla
cando oye estas cosas, a sus padres no les cuenta nada de esto, bueno, ni de
esto ni nada de su vida, ¿pero esto qué es?, se pregunta Eliodoro. Cuando le
pregunta a su nieto si cree que hace lo correcto, Armando le contesta “Venga ya abuelo, no me comas la cabeza”.
Es su nieto, ¿cómo lo va a
delatar a sus padres?, que no, que no. Lo que pasa, es que, desde que se entera
de estas maniobras de sus nietos le cuesta más dormir al pobre. La noche
pasada, oyó una conversación entre los dos hermanos “No te preocupes, a hablaré yo con mamá, a mí
también me hace falta más espacio, la convenceré para que cambie al abuelo de
habitación. Pero la compartiremos, yo también necesito más espacio para
estudiar y poner el ordenador, ahora lo hago todo encima de la cama. Le diré
que pase al abuelo al cuartito de la plancha, total para poner su cama…”.
Eliodoro por poco se cae al selo cuando oye esto, a lo mejor es verdad que
necesitan más espacio.
Al siguiente día, hace algo que
jamás ha hecho, entra en la habitación de Anabel, se queda parado, aquella
habitación es un desastre, zapatos por todas partes, ropa sucia mezclada con
ropa limpia, el armario abierto de par en par, la cómoda con los cajones a
medio cerrar, bragas colgando de los asideros…, dios mío que desastre, parece
que le haya caído al cuarto una bomba encima. Cierra la puerta con sumo
cuidado, no vaya a ser que se caiga al cerrarla.
Pasa a la habitación de Armando.
Abre la puerta y un olor a hierva quemada lo tira para atrás, coño si por aquí
no hay campos de labranza, no hay rastrojos que quemar, ¿de dónde viene esta
olor?, sobre la mesita de noche encima de unas revistas de motociclismo ve
hierva, está metida en una cajita de madera, parece un joyero, pero encima hay
un cigarrillo, como los que se liaban antiguamente a mano, está a medio
consumir, lo huele. La madre que lo parió, ¡este chico se droga esto es
marihuana!, esto se lo tengo que decir a mi hija, pero… en el fondo ¿para qué?,
seguro que ella y mi yerno ya saben de qué palo va este sinvergüenza.
No se equivoca, sin embargo hoy
más que nunca, está resuelto a que toda la familia se entere de que clase de
persona fue, y que todavía es. Quien tuvo retuvo y guardo para la vejez. Espera
la ocasión para que estén todos en casa, El matrimonio está sentado en el sofá,
Armando viendo un partido de futbol, Sofía en una butaca, repasa papeles,
seguramente pólizas que ha hecho esta semana, esta mujer sí que es organizada.
Los chicos andan de acá para allá, pero están cerca. Acaban de traer una pizza
familiar y la están partiendo por la mitad
“¿Me podéis atender un momento por favor?”. “Claro papá, ¿qué quieres? –esta es Sofía que
le contesta sin levantar la vista de los papeles- está haciendo anotaciones”. “Quiero que me pintéis mi habitación y que me
pongáis una cama articulada, de esas camas mecánicas que puedes conformar como
tú quieras, y también que sea un poco más ancha, me muevo mucho por las noches,
a veces creo que me voy a caer. He estado mirando en una revista unos suelos de
madera que son la mar de prácticos, hasta puedes caminar descalzo por ellos,
son cálidos y muy prácticos, de manera que haber cuando os va bien para ir a
ver todo esto, de paso haré cambiar la luz del techo, ya es antigua y difícil de
limpiar”.
Automáticamente, el volumen de la
tele baja, los chicos salen de la cocina con un trozo de pizza en la mano y una
lata de refresco en otra, Sofía deja que los papeles caigan sobre su regazo y
levanta la vista extrañada.
Eliodoro sonriéndoles a todos
enseña su diente de oro “Sí, ya veis,
quiero modernizarme un poco, todavía me quedan algunas virtudes antiguas, que
sirven para vivir mejor en estos tiempos modernos”.
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