DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ.
Estas palabras las dijo Jesús de Nazaret, queriendo hacer ver a sus discípulos lo importante que es tener la candidez y la humildad de un niño, sin embargo al margen de que uno sea religioso o no, la realidad es que pocos nos paramos a pensar en ello -me refiero a los mayores claro-.
Pues en este relato os quiero mostrar de forma contradictoria, los efectos de no llevar a cabo un autoexamen o auto reflexión de nuestros actos a medida que pasan los años, asunto ése que nos ahorraría muchos contratiempos y así mismo mayores desastres en nuestra convivencia. Este hecho no es gratuito y mucho menos carente de importancia, sencillamente porque a medida que pasan los años y desarrollamos nuestras vidas, primero como individuos y luego como parejas hasta llegar a formar una familia, pasamos por muchas etapas afectivas y emocionales diferentes, eso hace que quedemos afectados positiva o negativamente por todo aquello que nos rodea.
Leed esta pequeña historia y juzgar vosotros mismos. - Corre el final del verano a finales de septiembre, el clima es todavía benigno en esta parte de la costa mediterránea y los niños se incorporan a los colegios aunque al principio todavía están concentrados en comentarse mutuamente donde han pasado las vacaciones, a quienes han conocido, cuantos teléfonos nuevos tienen en su agenda del móvil y señalando a dedo a aquellos que no han pasado el curso por zánganos o a veces por cosas peores. Hay quien desde determinada edad no sirven para el estudio pero sí para cometer fechorías y dar trabajo a sus mayores en letras mayúsculas, que hay por ahí madres y padres que siendo todavía jóvenes aparentan unos cuantos años más de los que tienen en realidad.
Salía Sócrates ese día como era costumbre de su casa cuando una voz desde el interior de casa lo paraliza porque le grita “Donde crees que vas con las llaves del coche, ven ahora mismo aquí.” Sócrates se quedó petrificado en el último escalón de la casa antes de salir a la calle con su bolso en bandolera sobre la cadera, se volvió lentamente y con la cabeza gacha fue levantando poco a poco la vista hasta tropezarse con la de Julio. “Pero… tú de qué vas, dame las llaves y coge la bici, vigila donde la dejas, que si te la quitan te sacaré otra de las costillas, me oyes verdad.” Asintió con la cabeza y fue hacia la parte trasera de la casa donde el relente de la noche humedeció el sillín, después de limpiarlo se puso los clips en los pantalones y comenzó a pedalear calle abajo con rabia, había algo en él que le decía que aquello no era justo y que en un momento determinado se tenía que revelar. Al cabo de media hora escasa fue Clara la que se dejó ver en el porche de la puerta pero ésta ya venía discutiendo con Flora desde el interior, al salir, en el quicio de la puerta esta le dijo “A lo mejor te crees que vas guapa con esas pintas. Pintada como una cualquiera y enseñando el culo con esa mini, pero claro… como llevas medias de color por encima de las rodillas ya vas vestida ¿a qué sí? pues que sepas que va a ser la última vez que sales así a la calle, a ver si crees que la gente de la urbanización va a estar señalándonos continuamente por culpa tuya.” Clara se cogió la melena castaña clara con las manos y se tiro el cabello hacia detrás, camino de la parada del bus sin ni siquiera volver la cabeza y todavía se atrevió a levantar la mano derecha y enseñarle el dedo corazón a Clara que le gritaba “Ven aquí y házmelo en la cara ese gesto, guarra, que eres una guarra.”
Como fuera que este espectáculo era diario, los vecinos pasaban de mirar y oír esos adjetivos que se propinaban cada mañana y durante el día, eran pequeñas riñas familiares que carecían de la menor importancia quizás porque en sus casas pasaba tres cuartas partes de lo mismo con la diferencia que ellos lo hacían a puerta cerrada y con la voz más baja, pero lo cierto es que pasar, pasaba lo mismo en casi todos los hogares, o no. No tengo experiencia como padre pero por lo que viví en mis tiempos como hijo, los padres y los hijos esperan un toma y daca, dicho de otro modo yo te doy, tú me das, pero que sea algo del mismo valor que lo que yo te he dado porque si no, hay desequilibrio en la balanza y comienzan a no cuadrar los números, el debe y el haber comienzan a desequilibrarse y como termines en números rojos después del ejercicio del año, la has cagado. Oye, a lo mejor es lo que pasaba en la familia Balboa.
“Que día por dios, estoy reventada.” Eso lo decía Clara quién quitándose los zapatos y frotarse los pies sentada en una butaca estaba resoplando cual animal que necesita salir a la superficie a respirar. A renglón seguido se oyó el sonido de una moto que paraba delante de la casa y a los dos minutos entraba por la puerta Julio con su carpeta y sin casco. Le faltó tiempo a Clara para llamarle la atención y decirle que estaba prohibido ir sin casco, Julio no le dijo nada, solo la miró con cara desafiante y se encogió de hombros como queriendo decir –no mereces ni que te conteste- eso sí, le soltó de manera fulminante “Ponte a hacer la cena que tengo que salir, y haz el favor de lavarte antes las manos bien lavadas que esto que estás haciendo es una guarrería, venga, venga, que haces todavía ahí.” “Bueno tío menos prisas que yo también acabo de llegar, menos humos que no hay ningún incendio, me doy una ducha y me pongo a ello. De cualquier forma tenemos que esperar a los demás, que esto no es un restaurante para tener tres o cuatro menús, y si no quieres esperar pues te pillas lo que quieras de la nevera y a correr que en la calle falta gente.” “Mira que tienes mala folla Clara, que ganas tengo de pirarme de aquí.” “¡Coño! vamos a tú cuarto que te ayudo a hacer la maleta capullo que no haces otra cosa que decir eso últimamente. Tú mucho pico es lo que tienes y luego a la hora de la verdad nada, eres un cagado, a lo mejor no te crees que yo también tengo ganas de perderte de vista…” “Pues mira tú por dónde, cuando estemos los cuatro juntos vamos a hablar de unas cuantas cosas que van a cambiar en esta casa, que estoy hasta los huevos de que todo el mundo me diga lo que tengo que hacer.” Clara calló y se fue a duchar no sin antes oír una voz en forma de recriminación que le decía que hiciera el favor de recoger los zapatos que esa casa empezaba a parecer una pocilga.
Por su parte Flora y Sócrates llegaron casi al mismo tiempo y él dijo al oír la algarabía que había en casa “Ya estamos, ya la tenemos liada como cada día.” “Tú a callar la boca filósofo, que siempre que pasas de la puerta dices lo mismo y luego soluciones no das ninguna.” Efectivamente calló, se fue directo a su habitación y mientras los otros tres discutían los unos con los otros hasta que terminaron como siempre gritándose a grito pelado se sacó los zapatos y se tendió en la cama para ver la televisión. No hizo falta que la encendiera porque cuando se marchó no la había apagado, se puso otra almohada sobre la suya y cruzó los brazos detrás de la nuca esperando que amainara el temporal hasta que se quedó dormido con los cascos puestos.
Al día siguiente cuando parecía que todo había pasado y el tornado de palabras altisonantes y descalificaciones dejara unas cuantas huellas más en los sentimientos de la familia todo empezó a rular normalmente, pero eso sí, ahora dentro de la normalidad. Sócrates se dijo a si mismo de forma pacífica y entonada -¿porqué no somos capaces de hacer lo que dijo Jesucristo… DEJAD QUE LOS NIÑOS SE ACERQUEN A MÍ.-
Los protagonistas de esta narración son: Sócrates, (el padre). Clara, (la madre). Flora, (la niña ). Julio, (el niño). Colocadlos donde más y mejor os apetezca, puede ser un puzle de identidades, pero no deja de ser una oportunidad para pensar en lo que hacemos y decimos cada día de nuestra vida mientras vivamos “especialmente” con los hijos bajo nuestra tutela.
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