miércoles, 27 de julio de 2011

FREGINALDO Y LA TORTUGA LAÚD

                  LA TORTUGA LAÙD Y FREGINALDO


Nadie  salvo Freginaldo, sabe lo que sucedió este día en que éste encontró a la tortuga laúd en mitad de un camino de monte, ella clamaba justicia desde lo más profundo de su ser sin poder hacerse escuchar por nadie. Solo su cabeceo de lado a lado de su cuerpo indicaba que algo malo sucedía con ella, sus lágrimas también indicaban que… poco tiempo duraría en mitad de aquel entorno extraño, dificultoso para ella, hasta tal punto que casi desfallecida se dejaba llevar por el destino cualquiera que fuera. Su caparazón, por la parte de su vientre, quedó atascado entre piedras que le recordaban a cada instante que aquel no era su espacio, que no era bienvenida, basculaba sin cesar entre sus patas de delante y sus patas de detrás sin encontrar quién la ayudase a recomponer su ánimo para seguir el camino. Camino por cierto que la conducía a ninguna parte, el mar ¡quedaba tan lejos…! ¡tan lejos sus habitantes…! que aunque pudiera correr como un gamo en el camino y fuera constante jamás llegaría con fuerzas para arrastrarse por la arena hasta llegar a sentir el fino aroma se la sal que ella sabía identificar tan bien.
Ya cuando era solo del tamaño de un real, recordaba que salió del huevo enterrado en el hoyo que su madre con cariño y esfuerzo cavo, tuvo que esforzarse mucho y hacer acopio de fuerzas para comenzar la andadura que la llevara de la playa al mar cristalino, a su elemento protector, si alguna gaviota no se lo impedía o algún chacal que siempre avizor estaban esperando los nacimientos y huídas de esos alevines inexpertos. Recordaba con desesperación en su carrera por la vida que algunos de sus hermanos cayeron presa de unos y otros, y mientras lloraba por ellos, ella corría y corría ¿qué hubiera logrado con su edad enfrentarse a esos gigantes experimentados y sagaces para salvar sus vidas? Nada, y ella lo sabía, como también suponía que otros habitantes del mar no la recibirían con aplausos, así es la vida, la vida de una tortuga laúd. Poco tiempo tenía para pensar el porqué su madre los abandonó en medio de aquella playa desierta salvo por las muchas tortugas que como ella emprendían la carrera a una nueva vida, ella como las otras, sudando la gota gorda moviendo sus todavía torpes aletas tenían que alcanzar el mar deprisa, cuando las olas las envistieran estarían medio seguras y entonces… nadar y nadar les quedaba para salvar la vida. Hacia donde era lo de menos de momento el mar y sus reflejos con el sol, despistaría a los cazadores, eso querían todas, para eso habían nacido, para vivir en el mar y el mar vivir, en él aprender a desarrollarse y crecer, luego procrear con algún macho valiente que les transmitiera su buena casta, y como hiciera su madre… salir a la playa algún día para cavar en la arena durante horas un agujero profundo para poner decenas de huevos, su prole querida.
Ahora, en mitad de un camino Freginaldo pasmado por su presencia allí, se preguntaba que hacía una tortuga laúd en mitad de aquel terreno que lejos de ser su hogar el calor y el hambre la mataría, mil preguntas se hacía de que hubiera podido pasarle a aquel hermoso animal, contemplándolo parecía que andaba buscando a alguien pero ¿a quién y por qué? se decía… preguntas que sin respuesta quedarían, so pena que interpretara que era lo que quería. Largo tiempo la observó aun en mitad de aquel sol de justicia, solo se le ocurrió con cuidado apartarla del camino y así terminar con esa lucha suya, liberarse de aquellas piedras que estorbaban su camino a ninguna parte, pues después de hacerle ese gran favor a la tortuga, ella lo miró como si agradeciera ese gesto hermoso y todavía, le pareció a Freginaldo que le daba las gracias a viva voz pero… ¡Qué va! ¿Cómo puede una tortuga que no habla, hacer eso con un humano?
Freginaldo estaba convencido de que comenzaba a interpretar los gestos de la tortuga laúd, ¡Quién sabe, a lo mejor con el tiempo llegara a entenderla bien, a comprender por la observancia, que necesitaba, que quería!  Él se limitó a levantar la cabeza y precisar, minuto arriba o abajo, que hora sería del día. La cogió en brazos, ¡dios como pesaba! y la llevó hasta el lecho del rio que podría refrescarla sustituyendo el mar al que ella estaba acostumbrada, no pasaba mucha agua por aquella parte del rio, el motivo… dos molinos, que trecho arriba se ocupaban de moler grano por encargo del señor duque, que más de dos no quería que trabajaran. Eso lo hacían a menudo los señores de aquellos pagos, para evitar que se cometieran desfalcos importantes en el trajinar de ese rico material que entonces era como el oro dependiendo de las cosechas y las necesidades del momento.
Junto a ella viéndola comer de las borrajas que se hacían cerca se maravilló de la agilidad de este hermoso animal que aunque parecía lento no lo era. Se movía con cierta celeridad aunque eso sí con parsimonia pero solo para mover la cabeza y lentamente, acertar de un solo bocado el alimento que le convenía, eso de por sí la hacía rápida como un guepardo quién después de correr a menudo hasta la extenuación se quedaba con las ganas de poder hincarle el diente a su presa, eso si tenía suerte de que no se hallara cerca una hiena o un león cualquiera, entonces todo su trabajo es en vano y su rápida carrera solo ha servido para que otros le roben la presa. La tortuga no es así, va lenta pero rápida, se mueve parsimoniosamente pero segura, ¡con todo ese peso encima! bien, pero el caso es que esa casa ambulante y fuerte la protege de casi todo y de todos, con ella va, con ella vuelve, dentro de ella se protege de las lluvias torrenciales y solo asomando su fuerte cabeza bebe, hasta de los incendios huye dentro de este escudo de hueso dérmico con escamas epidérmicas, una auténtica fortaleza andante que nadie puede imitar.
Freginaldo no tenía prisa, salió de su casa sin destino alguno con un hatillo a la espalda que le garantizaba la subsistencia para tres o cuatro días tirando por lo alto y dependiendo del hambre que el camino le exigiera. Sus pies duros y callosos no necesitaban por el momento de calzado alguno de modo que los zapatos de piel con suela de madera que su madre le legara de su padre ya muerto, los llevaba atados por los cordones de piel sobre el hombro, casi sin estrenar porque padre andaba casi siempre como él, descalzo o en el peor de los casos con las albarcas de cáñamo que él mismo trenzara y clavara, encintara y cinchara en sus buenos tiempos, antes del accidente que le costara la vida apalancando una piedra enorme que deshizo a su vez otra mayor que sobre él cayera.
La muerte de su padre lo condenó como a un reo cualquiera a buscar en otras tierras más o menos lejanas el jornal que se le negara ganar porque su padre murió, de los demás de su casa nunca supo nada más, se cree que por ello se puso a vivir con la tortuga laúd. Al fin y al cabo Freginaldo no era de allí lo mismo que la tortuga, ¡quién sabe si era como él, un animalillo errante buscando océanos nuevos. Unos en tierra y otros en la mar ¿qué más da? andar buscando horizontes nuevos parecían pretender ambos, sin duda se pertenecían y hasta quizá sin saberlo ninguno de ellos se querían, era cuestión de intentarlo pero… ¿qué va, cómo, a paso de tortuga?
Lo cierto es que con lo poco que tenía para comer Freginaldo, mal no le vendría andar despacio. La tortuga de pronto paro el paso, y olisqueando como si fuere un sabueso se dirigió de nuevo al río, casi a flor de agua y entre unas piedras redondas parecía haber una plantación verde de algo que la tortuga laúd se apresuró a comer dando grandes bocados, volvió la cabeza hacia Freginaldo y a este le pareció que le hacía una seña con la cabeza para que se acercara donde ella estaba, él cogió de la superficie un puñado de berros y se los llevó a la boca. Repitió el gesto varias veces y comió con ganas aquella apetitosa verdura, antes que se diera cuenta la tortuga laúd le dio un golpe de aleta de la pierna y se retiraron los dos. Era evidente que la tortuga sabía hasta que punto le convenía comer verduras de este tipo a su amigo, para ella no había problema alguno en saciar su hambre con aquellas viandas pero si para él, poco acostumbrado como estaba a comer a base de plantas, llenas de sales y vitaminas pero carentes de otras cosas que su organismo le exigía por ser humano y depender por ello de la carne de cordero y de cerdo, buey, conejo y alguna que otra ave que callera bajo el cuidado de su honda y de su callado, que a veces también se procuró comida por ese medio.
Mientras ella olisqueaba o por lo menos eso parecía, Freginaldo se dedicó a contemplar su entorno, levantó la vista hacia los grandes árboles que se mecían al compás del viento, allí, pensó, había otra vida, por lo menos otra perspectiva del mundo que visto desde las alturas le concedían una visión más amplia de caminos, veredas, ríos y posiblemente otra comarca donde dirigirse con la tortuga laúd. “¿Será posible, qué esté planeando mi viaje contando con que ella me acompañe?” Así era, sus planes se ralentizaron de pronto porque se hacía acompañar de una tortuga. No solo eso, ¿quién iba a darle trabajo o qué trabajo aceptaría haciéndose acompañar por una tortuga? de pronto se dio cuenta, que más que una amiga… estorbo le sería. Le pareció que después de cavilar en esto durante un buen trecho, la tortuga lo entendió, será como dicen muchos… que cuando el ánimo esta bajo si tienes un perro, este se da cuenta y lo capta siendo entonces un compañero fiel que aunque es un animal sin sesos para pensar, se adapta y no te exige nada solo estar a tú lado, como le pasó a Vista, el perro de su padre, cuando este murió y fue enterrado el perro desapareció de la casa, nunca había faltado a su comida regular y su agua pero de pronto no estaba. Fue cuando murió don Elías y se le llevó al cementerio que lo separaba del pueblo casi una legua, que comprendimos el porqué Vista no volviera. Habían pasado seis meses y Vista allí estaba, echado sobre la tumba de su amo, muerto el pobre animal pero sin signo alguno de dolor ni queja. Las patas de delante soportaban su cabeza a manera de descanso como mi padre siempre le mandaba que hiciera cuando llegaran a casa, o cuando hacía la siesta, siempre a sus pies, y no te digo nada cuando alguien a quien no conocía se acercaba a la casa. No le ladraba, pero gruñía de mala manera a modo de aviso  “¡Cuidado que aquí vive mi dueño!”, parecía que dijera.
Va, cosas raras de animales, instintos y nada más, rarezas de la creación. No se sabe, pero lo cierto es… que Freginaldo veía en su compañía un problema, les faltaban solo tres leguas para llegar a Bailén, ciudad ésta que ya desde Despeñaperros huele cuando madura la aceituna, un olor fuerte, golpea la nariz de pronto el vapor de la aceituna cuando sale el sol y comienza a evaporar el rocío que cae en la madrugada. Algunos que es peste, pero la aceituna solo huele a aceite, fuerte eso sí, verde casi oscuro es cuando sale de la almazara. Freginaldo le dijo a la tortuga a la que acababa de bautizar paganamente con el nombre de Lerda   “A esos montes nos dirigimos Lerda, vamos a probar suerte y ver si nos contratan para la recogida de la aceituna, que ganas de trabajar tengo, las mismas que hambre, eso sí, deberás andarte con ojo porque creo que animal como tú nunca han visto. ¡Venga ya, levanta la cabeza y corramos a ver a algún patrón.”   “Espera chico.” Freginaldo se quedó tieso, ¿qué digo tieso, patidifuso? ¿Lerda le estaba hablando? Se volvió lentamente hacia ella y la encontró de pié con las patas de atrás cruzadas y apoyada en una encina, con la otra pata se rascaba la cabeza, entonces Freginaldo cayó de espaldas en el suelo y con las manos apoyadas en él comenzó a retroceder asustado.
“Mira chico…”  “Me llamo Freginaldo…” dijo fascinado,   “Pues bien, Freginaldo, sabes que yo no sé recoger aceitunas y aunque supiera, no quiero, ahora te explico el porqué. Como quizás has adivinado ya, yo soy un animal de mar, se bucear y pescar, burlar tormentas y corrientes marinas… en fin, del mar te puedo enseñar muchas cosas. Sin embargo tú, no me podrías enseñar nada, a diferencia de mí, Freginaldo, tú eres un genio para mi, solo hay que ver con que simple gesto me separaste de una muerte segura cuando levantaste mi caparazón y me liberaste de aquellas piedras, ¡madre mía que proeza!” Proeza, decía, hacer un simple gesto con los brazos para desatascarla de aquella inesperada cárcel… pero es así, lo que para unos resulta imposible para otros es un simple chasquido de dedos que llevándolo a cabo despeja toda una tormenta mortal.
Ese es un hecho que le escapaba a Freginaldo, ¿Cómo Lerda podía comparar una cosa con otra? es sencillo, cada uno veía las cosas desde su propio punto de vista, para ella el gesto de él le había salvado la vida cosa que la obligaba a transformarse como quiera que fuese en un ser humano para poder hacerlo. Ahora se explicaba la razón de porqué se levantó sobre sus patas traseras con todo el esfuerzo que esto requería, pues no hay que olvidar que el peso que Lerda llevaba encima no era ni de lejos el que Freginaldo tuviera que llevar aun en el peor de los casos.
¿Porqué pues se paró sobre sus patas Lerda? es más… ¿Porqué le hablaba de forma tan comprensible y clara?  Estaba muy claro. Más que claro transparente. Lerda fue para él una ensoñación, un deseo quimérico que le mostraba un hecho. EN LA MEDIDA QUE NOSOTROS ACTUAMOS CON TODO CUANTO NOS RODEA, Y INSISTO EN DECIR TODO…, LO QUE NOS RODEA Y QUIÉN NOS RODEA ACTUARÁ DEL MISMO MODO. POR ESO VALE MUCHO LA PENA RESPETAR A TODOS Y TODO COMO A NUESTRA PRÓPIA VIDA.

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