LA PUERTA DE LAS FLORES.
El pueblo constaba de catorce casas, diez, en un lado de la carretera, las otras cuatro en el otro lado. En invierno, a partir de las cinco de la tarde, no se veía un alma por ocho calles que lo componían, hacía un frío de demonio y la gente, se recogía junto a los hogares de leña, o al lado de las cocinas estufa de acero fundido, todavía, algunos las conservaban de sus ancestros, esas no se morían nunca.
Se contaban con los dedos de una mano los niños que vivían en el pueblo, que más que pueblo, era una pedanía de un lugar bastante más grande, que tenía por nombre Los Ijares. Su nombre era, Estrecha de la Sierra, no era lugar de culto de los turistas porque allí no había nada que ver. Más bien era lugar de paso de estos, que subían hasta el Parador Nacional de Las Puntas, sin embargo cuatro o cinco familias se dedicaban a la artesanía, una, fabricaba muflones de madera blanda subidos en peñascos, o combatiendo, dándose testarazos en la época del celo. Otra familia, a pié de carretera, montó una casa de comidas, que fue haciéndose un nombre a base de servir platos de caza, o cocidos de montaña, migas y otras delicatesen. La familia Barranco, a pie de calle, hacía cestos y hasta sillas con asientos de anea, estos atendían cualquier encargo que se les hiciera de una semana para otra.
Sin embargo, nos centramos en la historia de Justina, una mujer peculiar donde las haya. Vive en una casa esquinera de la parte baja de la carretera, donde solo hay cuatro casas, aunque tres de ellas están deshabitadas, es decir que vive sola en esta parte del pueblo. Quizás si todavía vivieran, o estuvieran habitadas las otras tres, tendría más relación con el resto de las personas del pueblo. Parece, que por el hecho de vivir sola en ese lado del pueblo, sea considerada una leprosa, puede que sea también por sus características como mujer. Es alta, más allá del metro setenta y cinco, rubia como el oro y a pesar de sus sesenta y cinco años, viste como una mujer joven, esa es una razón, por la que no aparenta más de cuarenta y cinco. Es delgada, muy bien cuidada, simpática y atenta, cuando alguien se pone enfermo, o necesita de alguna atención especial, allí está ella, ofreciéndose a hacer lo que haga falta para ayudar.
Siempre huele a flores del campo, y algunas chismosas del pueblo, dicen que es, porque cuando va a los Ijares, se gasta el dinero en perfumes.
-¡Vaya despilfarro gastar el dinero en esas cosas, si por lo menos viviera con alguien a quien seducir con sus perfumes…!.
Esa que habla es Justa, la mujer del alcalde, don Joaquín, que a su vez es el guarda forestal de esta zona. Todo el mundo lo tiene como hombre de estudios, por dos razones, una, porque es el alcalde, otra, por ser guarda forestal y llevar siempre el uniforme que los caracteriza, verde, con unos galones en los hombros de la camisa, que su mujer se ocupó de cambiarlos por unos dorados, tanto los de los galones, como los de los bolsillos laterales, el cinturón, al uso, ya tenía como cierre una placa dorada, que manifestaba el rango que ocupaba como funcionario del estado.
Con lo grande que es el monte, y lo dispersas que están sus casas de montaña…, y todo el pueblo sabía con quién tenía relaciones, digamos que… “estrechas”, don Joaquín, una de ellas era Flora, una mujerona que acababa de cumplir los cuarenta, casada con Benito, un hombre enjuto y muy cayado, que se dedica a la repoblación forestal. Este puesto se lo consiguió don Joaquín, de manera que le estaba inmensamente agradecido, sin bajar del monte para ir al trabajo, enganchaba el remolque en el Land Rover, y con comida para un par de días, se perdía entre los cortafuegos del monte. Nadie sabía lo que hacía él haya arriba durante estos días de trabajo, pero sí lo que hacía su mujer Flora, aparte de cuidar del cerdo, la vaca, y unos cuantos animales más de corral.
Sin embargo, de Clementina, la rubia que vivía sola, bien poco se sabía. Bueno algo sí, que su portal de la casa, siempre estaba lleno de flores. Había quién se preguntaba, como era posible con aquel clima, siempre estuvieran floridas, seis parterres cavados en la tierra junto a las paredes de la casa, rebosaban de flores de todo tipo, dos vecinas de la parte alta del pueblo, pasaban por el lado de la casa cuando sabían que ella no estaba, y rociaban con algún tipo de veneno las flores, en ocasiones se podía oler la lejía que derramaban, con el fin de matar las plantas. A pesar de todo esto, las jardineras eran rápidamente repuestas sin decir Clementina una palabra a nadie, eso enfurecía si cabe más a aquellas dos arpías, que ahora, cambiaron su método hablando mal de ella.
Lo que nadie sabía, era, que el auténtico tesoro de Clementina, estaba de puertas de su casa para adentro, tres de las salas y alcobas de su interior, estaban llenas de pequeños estantes, que con los años, ella misma y su madre, habían construido. En ellos, cientos de pequeños botes de cristal con las tapas de rosca, y tapaderas de acero cromado, contenían hierbas, unas conservadas en alcoholes y otras secas; pequeños rótulos de papel rotulado, indicaban el nombre del contenido en latín, un poco más abajo, las cualidades de la planta y cómo y en qué cantidad debían dispensarse.
En la planta baja, en la cocina, tenía montado un laboratorio, con un pequeño alambique que trabajaba sin cesar, destilaba y destilaba durante todo el día, fórmulas de ves a saber tú cuanto tiempo hacía, su propósito, por lo visto, era preparar lo que en otros tiempos se llamarían brebajes, y que quizás, si se le hubiera ocurrido hacer esto en la Edad Media, la habrían quemado en la hoguera por bruja. ¿De dónde esta sabiduría para llegar a hacer aquello?, a buen seguro, que ella no había sido mujer de estudios, los más viejos de esos pagos la habían visto nacer, y nadie recordaba, que hubiera ido a universidad alguna para licenciarse.
Solo una persona la conocía bien, la conocía muy bien. Leonor, que tenía el sobrenombre de “la viuda de nadie”, vestía de negro desde que recordaban los más viejos; todos los días del año, sin faltar uno, lloviera o nevara, se acercaba a casa de Clementina, si ella estaba, llamaba a la puerta y pasaba, seguramente para hablar un rato con aquella joven guapa; si no estaba, (y esto se adivinaba por no ver luz en la cocina), daba un corto paseo, hasta la parte de carretera, donde encontraba el camino más fácil para acceder a su casa. Así cada día del mundo, y siempre a la misma hora, a las cinco de la tarde.
Un día de verano, Joaquín, el guarda forestal, observó desde un lugar que solo él conocía, como Clementina, equipada con una pequeña sierra alargada de podar, y un hacha pequeña colgada a un cinturón de trabajo, menudeaba por el campo con un zurrón en bandolera, cogía pequeñas flores, arrancaba determinadas raíces, y cortaba pequeños troncos que estaban secos por el paso del tiempo, o que alguna tormenta rompiera, hacía hatillos y los iba dejando al lado del camino, para recogerlos en otro momento. El, con sus prismáticos, la veía como si la tuviera a un par de metros, pero en realidad los separaban más de cincuenta. Cuando Clementina pasó en paralelo a él, levantó el brazo con la sierra y lo saludó
-¿Qué tal don Joaquín, como se presenta el día, bueno no?, hace un sol fantástico.
-A… hola Clementina… no te había visto… mira, pues aquí como siempre vigilando un poco, no vaya a ser que a algún loco se le ocurra quemar rastrojos, estos días de calor y de viento… ya sabes, en menos de lo que canta un gallo se forma un incendio.
Clementina pensó con ironía, que iban a hacer en el pueblo, sin un guarda como el alcalde, bueno… sería todo un desastre para la comunidad. Imagínate que pasara una cosa así, mientras le estaba dando matraca a Flora. Bueno tampoco lo iban a responsabilizar, con decir que él estaba haciendo la ronda, y que cuando se acercó al incendio, avisó a los bomberos, asunto resuelto. Lo malo hubiera sido que Benito, el marido de Flora, hubiera bajado echando leches del monte y los hubiera pillado…
-Venga don Joaquín, ya terminará el trabajo otro día, baje corriendo para abajo, no sea que le echen de menos, y tú, mala puta vístete, joder, enseñando las tetas al alcalde.
Eso sí que habría sido grave… lo demás, nada de nada.
Antes de que terminara el verano, el pueblo se vistió de luto, Alvaro Barranco, el patriarca de esta familia que se dedicaba a elaborar productos de anea, murió. Gente venida de Estrecha de la Sierra, subieron hasta Los Ijares para dar sus condolencias a la familia, se conoce que tenían, no pocos clientes allí, de manera que contrario a lo que pueda parecer, en una pedanía de ochenta habitantes, se reunieron para el entierro del bueno de Alvaro, ciento cincuenta en total, eso contando a la familia del pueblo que no eran más que seis. Clementina, se acercó a la casa antes de todo esto, cuando se enteró que le costaba recuperarse de la gripe, con un tarro bajo el brazo. Razonó con la familia que esta solución no tenía contraindicación alguna, y que seguramente, le repondría hasta el punto, de hacerle desaparecer todo rastro de ese malvado virus.
El hijo mayor, no quiso saber nada de aquello, no quería deber favores a nadie, no fuera caso que un día de esos, si su padre se curaba, le viniera a pedir algún cenacho sin pagar y se viera obligado a dárselo de forma gratuita. Lo cierto es, sin embargo, que Alvaro ya había hecho un largo recorrido por la vida, murió con noventa y dos años, y todos en su casa pensaban que ya le tocaba morirse.
¡Cuántas anécdotas se pueden recoger en un lugar tan pequeño..! puede que hasta para muchos resulte inconcebible, en un lugar tan pequeño, donde la gente dependen unos de otros, es difícil de creer que la gente esté tan distante, como los componentes de una comunidad de vecinos donde viven, en un edificio de doce plantas, cinco familias por rellano. De hecho, ya son bastantes más que los que habitan en Los Ijares, pero en un pueblo, de hecho es natural que esto sea así, por la mañana, bien temprano, ya está todo el mundo a sus quehaceres, los hombres a sus terruños a labrar o desparasitar frutales o a podar, y en muchos caso hasta con las mujeres, que hay algunas de ellas que son tan fuertes, que en lugar de parir niños, parirían terneros. Estas buenas gentes, viven del campo y para el campo, poco les importan los fríos o las nieves, es más, en determinados momentos agradecen las heladas, estas les conservan los arboles, y les protegen los frutos de forma natural. Clementina también es de las que piensa que del campo se puede obtener todo, desde alimento hasta medicinas y sin dañar el medio, madera para calentarse. Todo a un precio módico, solo el esfuerzo de ir a buscarlo, aunque… muchos se han acostumbrado ya, a encontrarlo todo empaquetado y dispuesto en los estantes de los supermercados.
Fernanda, la madre de Clementina, siempre enseñó a su hija a valerse por ella misma, desde pequeña le inculcó valores humanos, esos que con el progreso se pierden y que llevan a la gente a la ruina espiritual. Ella siempre la recordaba como una persona alegre, feliz de sentirse viva cada día, a pesar de que no tenía marido que la ayudara. Llegó del sur de Francia, concretamente de la ciudad de Carcasona, con un embarazo de siete meses, el viaje fue tan duro, y las semanas de embarazo tan críticas, que llegó al pueblo de Los Ijares de puro milagro.
Para entonces, todavía se notaba el trasiego de gente que por razones políticas, iban y venían de diferentes lugares de Europa, buscando el lugar idóneo donde instalarse definitivamente. En la mayoría de aquellas gentes, la guerra dejó cicatrices difíciles de borrar, y en las fronteras españolas, la policía secreta todavía hacía purgas de familias que pasaban a engrosar las filas de cautivos, que, subidos a camiones, y escoltados por soldados del victorioso ejército nacional, eran llevados a ninguna parte (es decir a la muerte), ante la impotencia de otros familiares, que con falso pasaporte, callaban a su paso sin poder hacer nada por ellos.
El caso de Fernanda, con pasaporte francés legítimo, era completamente diferente. Ella no tenía nada que esconder, ni siquiera al hijo que llevaba dentro de sí, pasó la frontera junto a Grace, una amiga que lo perdió todo en la ocupación de Francia por los nazis. Su hija Juliette, y su marido Jean Paul, fueron llevados a un campo de concentración, ella por colaborar con “el maquis”, él por ser el cabecilla de una organización clandestina, que se dedicaba a imprimir octavillas, llamando al pueblo a la rebelión contra aquellos asesinos alemanes. Pero Fernanda huía de otro peligro; de su propio marido, un inspector de policía que trabajaba, haciendo horas extras para el gobierno de Vichy. El presidente Petain, lo condecoró en una ocasión con una medalla, que ni siquiera había visto, salvo la hermosa caja de palisandro de 20x20cts, que la contenía. Ese día, hubo fiesta grande en casa de los Mourán, y ese día desapareció para siempre de su vida.
Fernanda tenía conocimientos de física y química, estudió y se licenció en la Sorbona de Paris, y solo con ese bagaje atravesó la frontera española, segura de que si su marido la buscaba sería en cualquier otra dirección. Quizás emigrara a Estados Unidos, Inglaterra o la propia Francia, pero sin duda, sabía que eso le iba a doler mucho, incluso a nivel policial, podía tener repercusiones. Jean Paul tenía mandos que estaban por encima de él, y le presionarían para que la encontrara, pero en medio de aquel barullo de gentes que iban y venían, era una tarea titánica, imposible de llevar a cabo, sin descuidar sus tareas policiales habituales, que ahora se multiplicaban por diez.
Algunas joyas, así como dinero, que previamente un amigo le cambió por pesetas, la ayudaron a establecerse en lo que cualquiera hubiera llamado “el culo del mundo”. Aquí puedo respirar tranquila pensó, en cuanto a Grace… le daba igual ir a donde fuera. Con tal, de que fuese lejos de aquella tumba, en la que se convirtió su país por un tiempo. Perdió a muchos y buenos amigos en Francia, gente a la que había llegado a querer como familia propia, pasó varios días en una cárcel castillo que los alemanes expropiaron, para establecer un cuartel general de la Gestapo, estaba a orillas del Loira, y fue golpeada y violada varias veces, con el fin de que denunciara las actividades de su marido, pero no sabía nada, al final se dieron cuenta y una noche de frio invierno, la abandonaron en mitad de un bosque, completamente desnuda escupida y orinada, por los cuatro hombres que formaban el destacamento.
Cuando Fernanda compró la casa (donde actualmente vivía y trabajaba Clementine), toda la poca gente del pueblo pensó que estaba loca. Era una casa sólida, construida sobre una gran roca subterránea, pero estaba hecha un asco, el dueño anterior la usó de establo para cabras y ovejas, y aunque la techumbre y las paredes estaban bien, todo lo demás era una pena. Pero poco a poco, dosificando fuerzas, porque todavía le quedaban dos buenos meses de embarazo, fue pintando, poniendo en marcha la cocina de acero, una cocina preciosa cuando quedó limpia, era de marca argentina, GRINGA con patas y salida de humos superior, por medio de un tubo de veinte ctms lateral, aquella cocina era una joya, “¿Cómo vino a parar aquí una cocina argentina?”. “De igual manera que llegamos tú y yo desde Francia…”, contestó Grace.
Lo cierto es, que la cocina fuera quien fuera que la trajera, no importaba demasiado, el caso es que estaba allí y a Fernanda le encantaba, se imaginaba los diferentes usos que le daría a aquella pieza. Cuando llegó el momento del parto, las dos andaban por el monte, en una pequeña cuesta recogían leña para la cocina, a tal fin Grace, llevaba un saco en el que iban poniendo piñas bordes que encontraban por el camino, ramitas secas que fueran de buen arder y de paso, en un cesto aparte, recogían setas que fueran comestibles y que Fernanda conocía bien. Grace salía de casa con ella, porque sabía que en cualquier momento podría necesitar su ayuda, una niña, menuda pero muy guapa, morena con unos profundos ojos verdes, se cruzó con ellas, se paró, Fernanda observó que llevaba de forma descuidada, un pantalón azul de trabajo, le venía enorme, pero un cinturón de cuero viejo, se lo sujetaba de manera graciosa, sin pasar siquiera por las trabillas, le hubiera ido bien ponerse una cuerda, también le sentaría igual de aparatoso, una camisa de color beige igualmente grande, dejaba uno de sus hombros al descubierto.
Leonor, que así se llamaba, se presentó, y les indicó que ella vivía en una casa grande con sus padres, justo detrás de la iglesia
-En la calle Mirlo nº 4, tienen su casa para lo que dispongan, nos alegrará mucho conocer al bebé cuando nazca.
-Pues creo que va a ser muy pronto, ya quiere salir. Vamos Grace, a casa que ya he roto aguas.
-Vengan a mi casa, creo que les viene más cerca y mi madre entiende de esto, ha ayudado a traer al mundo a muchos niños del pueblo.
Como fuera que los dolores la empezaba a atenazar aceptó, y un poco doblada la siguió.
-Me adelanto para decírselo a mi madre, las espero delante de la iglesia.
Salió como un rayo, corría como una liebre, y eso que no tendría más de ocho años aquella mocosa. Se dieron cuenta que llevaba un pequeño hatillo con plantas, colgado detrás de la cintura, que botaba a cada brinco que daba para salvar las matas, corriendo campo a través para acortar camino, seguro. Cuando estaban llegando al final del camino, ya venía de vuelta a recibirlas.
-Vengan conmigo, mi madre ya está avisada y tiene agua al fuego, toallas y paños. Me ha dicho que venga tranquila y no se ponga nerviosa, que hay tiempo, que estos son los primeros síntomas.
-¿Estamos lejos?
-No, que va, nos quedan menos de cien metros, no se preocupe…
En la puerta de la casa de Leonor, ya estaba la madre, con un delantal impoluto, y frotándose las manos con una toalla, terminaba de lavárselas bien. Estaba muy nerviosa, porque hacía años que no ejercía de comadrona, y porque en el pueblo casi no había niños, cuatro sin contar a Leonor, (quizás también, porque a su marido se lo mataron en la guerra), era cierto, a su marido “se lo mataron”, pero otros muchos, solo “habían perdido la vida en ella”, porque nadie les obligó a ir a ella, fueron voluntariamente, y sabían el riesgo que corrían.
Llegó Clementina apretando con una mano la de Grace, y la otra sujetándose el bajo vientre, caminaba con dificultad y medio doblada sobre sí misma, Agapita, madre de la niña, salió a su encuentro, y con sus fuertes brazos la sujetó hasta introducirla en la casa, la tumbó sobre la mesa de la cocina, previamente la arregló de manea que se sintiera cómoda, puso bajo ella una especie de colchoneta, hecha de borra y cubierta de sábanas viejas, y una toalla gruesa, la mesa quedaba justo a la altura de sus nalgas, así que no tuvo que hacer esfuerzo alguno para apoyar sus nalgas, luego entre las dos mujeres mayores, tiraron de ella al centro de la mesa, y Agapita la desnudó de cintura para abajo,
-Vamos haya preciosa, ya lo tienes en puertas, le veo la cabecita, el parto ya está casi listo. Venga, aguanta la respiración un poco y al próximo dolor aprieta.
Entre tanto Leonor subió la escalera como un rayo, bajó de su cama una almohada de plumas, que puso bajo la cabeza de la parturienta, Fernanda le dio las gracias sonriéndole, y al próximo apretón, salió el cuerpecito de la criatura, como si se destapara una botella de vino viejo. Al cabo de un instante… un lloro casi desesperado anunciaba que el parto había terminado con éxito. ¡Qué visión la de aquella criatura llorando, y manoseando como queriendo escapar, pero sin saber de dónde! Los párpados, inflamados, y el cuerpecito rosado, todo ese milagro que tantas veces se repite, por todas partes del mundo, no dejaba de ser un acontecimiento feliz a pesar del dolor.
-Toma, has tenido una niña preciosa, ¡mira! Te reclama, la voy a poner a tú lado.
Clementina la puso encima suyo, y la miraba, con aspecto cansado pero feliz, derramaba lágrimas que caían por los lados de sus ojos. Agapita cogió un paño que estaba impregnado de algún aloe y se lo pasó por la frente primero y luego por todo el rostro. Levantó la mirada de su hija y dirigiéndose a la mujer le dijo
-Muchas gracias señora, ha sido usted una bendición para las dos, si no hubiera sido por su hija hubiera parido debajo de un pino.
-Cosas más raras he visto, ahora no hables y descansa un momento, luego te llevaremos a la cama.
-No se preocupe, de aquí a un rato nos vamos para nuestra casa…
-Ni hablar. No puedes hacer esto, hoy pasas la noche aquí, mañana será otro día.
Tiraron de ella hacia el centro de la mesa hasta el punto de que pudiera estirar las piernas. Agapita se dedicaba ahora a cortar el cordón umbilical, y terminar de limpiar los restos de placenta que quedaban en el útero de la madre.
-No sé como agradecerle lo que está haciendo por nosotras. Ha sido un milagro, encontrar a su hija en el bosque.
-De milagros nada, aquí no han tenido nada que ver los santos del cielo. A esos dejémoslos para sus quehaceres, seguramente tendrán mucho que hacer, pidiendo perdón a la gente por las muchas cosas que han dejado de hacer por ellos. Te vamos a preparar un camastro para vosotras dos aquí en la cocina, al ladito del fuego, que ella, necesitará tener calor esta noche.
Grace asintió, casi no hablaba español, pero lo entendía todo. Le indicó a Agapita que ella se quedaba con ellas, pero que no se preocupara por buscarle un lugar donde dormir. Al final, durmió donde su amiga parió, y durmió bien, aunque en ocasiones, se despertó para ver que tal seguía su amiga. Al día siguiente, Leonor fue la primera que se despertó, todavía era noche cerrada, habían dado las seis en el reloj de la cocina, pero todos dormían, ella, vestida de la guisa del día anterior, mordisqueaba una gran galleta de las que hacía su madre y poco a poco fue acercándose a las dos mujeres. Fernanda abrió los ojos y se la encontró a su lado, mirando a la niña de cerca y los bostezos que daba, tenía hambre, y a la vez de bostezar, estiraba sus bracitos tímidamente. Fernanda se sacó un pecho y lo puso al alcance de Clementina. Estaba decidido que se llamaría así, este era el nombre de su abuela materna, la mujer más dulce y capaz que jamás hubiera conocido.
Esperaba que hiciera honor a ese nombre. Su abuela, salió de todos los trances hasta el punto de abofetear a un oficial alemán, servía de camarera en un bar cerca de Montpelier y una de las veces que salía con la bandeja llena de bebidas, al pasar al lado de una mesa en la que soldados alemanes y gendarmes, hablaban y reían, le tocó el culo, dejó la bandeja con cuidado sobre la mesa, se puso en jarras y miró con odio profundo al oficial, cuando este quiso cogerla del brazo para traerla hacia él, le soltó una bofetada que dejó a todo el mundo helado. Menos al dueño del café que con la servilleta entre las manos rezaba, mientras sudaba profusamente, el oficial no se inmutó, cogió la gorra de plato del suelo, la miró, y se echó a reír creando un clima de distensión generalizado. Así era su abuela Clementina, los tenía muy bien puestos, sabía atarse los machos cuando había que hacerlo.
Agapita, atándose el delantal bajó rápidamente las escaleras de la casa, le preguntó a Fernanda que tal noche había pasado, esta contestó, que bien aunque estaba cansada todavía.
-Cuando termines de darle el pecho, tomarás una infusión que te voy a preparar ¿de acuerdo?, necesitas ir limpiando por dentro, después te examinaré bien para ver cómo está todo, desayunaremos y luego, veremos que hacemos. Lo que no puedes hacer es estar sin ningún tipo de observación. Comprende que aun después del parto, se pueden presentar determinadas complicaciones, que hay que tratar de que no se produzcan.
Fernanda asintió, le sabía mal que estuvieran tan pendiente de ella, pero si era lo que tocaba estaba dispuesta a aceptar. Grace le hizo saber que ella se iría a casa para cuidar de que todo estuviera dispuesto a su vuelta, Fernanda se lo agradeció dándole dos besos. De manera que ese día también lo pasó en casa de Agapita y su hija Leonor quién no dejaba de mirar a la niña pequeña
-¿Sabe usted?, ahora me siento como si tuviera una hermanita pequeña, una hermanita a quién cuidar, ¿me dejará venir a su casa a verla?.
-Claro que sí, es más, te lo exijo. Ahora, si tú madre te lo permite, tienes una responsabilidad añadida, se llama Clementina.
Cuando regresó a su casa, Fernanda notó cambios, cambios que tenían que ver con la disposición de su habitación. Claro… Grace, ya había montado la cuna de madera, rústica pero elegante, la había dispuesto de tal modo que casi desde la cama, se podía alcanzar la cabecita de Clementina, el dosel que colgaba de un soporte de madera desde el centro de la camita, proporcionaba un buen nivel de seguridad contra moscas y mosquitos, que no eran pocos, los alrededores estaban llenos de vacas, cerdos y ovejos, además del resto de otros animales de granja, que propiciaban la instalación de estos pequeños animalillos.
-¡Que hermosura, gracias Grace!. Hay que ver lo mañosa que eres chica, no conocía esta faceta tuya.
-Yo también tuve mis momentos de gloria en este sentido Fernanda…, si hubiera vivido en otra época, las cosas habrían pintado de otro modo para mí y los míos. Ahora estoy aquí contigo, y es toda una bendición, después de todo lo que hemos pasado juntas…
A la corta edad de ocho años, Leonor, que parecía que estuviera conectada siempre a un cohete, iba y venía del colegio, pasando antes por casa de Fernanda, para ver a Clementina. Conforme pasaron los meses, la pequeñina, se acostumbró tanto a su presencia que parecía buscarla en todo momento, primero le daba cariñitos acariciándole la cara, con el reverso de la mano. Pero con el paso del tiempo, eso era demasiado poco, así pues, un día de primavera, mientras Fernanda preparaba en su pequeño alambique un destilado de hiervas, aprovechó que la niña se puso a llorar, para pedirle a Fernanda si la podía coger en brazos.
-Claro Leonor, cógela… pero no te tropieces con ella, que os podríais hacer daño las dos. Llévala detrás de la casa, sentaros en la era y jugad, a ella le vendrá de maravilla para fortalecer sus piernecitas. ¿Sabes una cosa?, gatea de maravilla.
-Haaa, ¡entonces hace miau y todo ¿no?!
Fernanda no pudo contener la risa, hizo ademán de esconderse el rostro con la mano, pero explotó.
-¿He dicho algo gracioso Fernanda?.
-Pues sí cariño, muy gracioso. El que gatee, no significa que tenga que maullar como un gato, es solo una expresión que se dice desde siempre.
-Pues también se podría decir perrunear, los perros tienen cuatro patas, como los gatos, y puestos a correr, no sé yo quién ganaría, bueno depende del terreno por el que caminen.
Diálogo absurdo, eso es lo que puede uno pensar, al oír esta conversación. Pero de absurdo nada de nada. Leonor con su corta edad, necesitaba descubrir cosas que formaran su carácter, y Fernanda lo sabía, lo sabía por experiencia propia, cuando estaba al lado de sus padres, cuando jugaba con sus hermanos pequeños, siendo interrogada continuamente por cuestiones, que parecían no tener ningún sentido pero, que para ellos era como un diccionario no editado, lleno de imágenes, sonidos y formas, que estimulaban sus sentidos.
Entretanto, la vida continuaba sin demasiadas alteraciones, salvo las comunes a todo ser vivo, de vez en cuando, alguno de los viejos del pueblo moría, es normal, los humanos no somos eternos, tampoco invencibles, la naturaleza nos vence tarde o temprano. Que conste que, Fernanda contribuyó en buena medida, para la longevidad de algunos vecinos, rompiera la media de vida de entonces, no pocos vecinos, se aprovecharon de sus remedios para males que, en el pueblo eran desconocidos. En la ciudad, por el hecho de que los médicos se establecían más rápidamente, (por aquello de la clientela), los remedios y soluciones, pasaban por ser casi exclusivamente farmacológicos, y mientras los médicos de allí recetaban, Cerebrino Mandry o simples aspirinas para combatir los dolores, en Los Ijares lo hacían con ungüentos y alcoholes especiales aplicados en las sienes, y infusiones de determinadas plantas, de las cuales no decía nada al principio. Esperaba alguna retribución, al fin y al cabo, en ocasiones, soluciono problemas de tipo médico, que solo estaban al alcance de doctores que habían hecho carrera, en grandes universidades.
Se sabía, quién y quién no tenía recursos, en un lugar tan pequeño como Los Ijares, y curiosamente, eran los que más tenían, los que menos pagaban. La familia del alcalde don Joaquín, se limitaba a darle las gracias cuando utilizaba sus servicios, o la del señor Elías, el encargado de correos y de la centralita de teléfonos. Sin embargo, eran los más humildes, los que la colmaban de atenciones, acercándole a cambio de sus remedios, patatas, legumbres, y animales, como gallinas y patos, así como conejos. Los ricos, ya hacían suficiente con tener que soportarla. Justa, sin ir más lejos; vivían en una casa, que en su tiempo debería haber sido como una fortificación, en el lateral de aquella gran villa, se podía ver un torreón de piedra que en algún tiempo, habría sido, un lugar para poder observar si venía algún enemigo, vamos, como un castillo. Las tierras que poseían, llegaban hasta donde alcanzaba la vista, delante de su casa, y al haber menguado la familia debido sobre todo a la guerra, muchas de esas tierras, estaban arrendadas a otras familias que daban buen uso de ellas. De la tierra, propiamente dicho, no se desperdicia nada, después de removerla y limpiarla de piedras y raíces de la anterior siega, se plantaba, crecía a su tiempo el trigo y luego segaba, después de todo eso, la alcaldesa, se cuidaba, en los terrenos que había arrendado a Justa, (esta mujer vivía sola en aquella fortaleza suya) de llevar ella a pacer a sus ovejas a estos, con el fin de que comieran, y que a su vez limpiaran los restos de aquellas sabrosas cañas gramínicas. Ya lo dijo en su día este gran médico árabe, el más grande de su época nacido en Córdova, “Averroes”, (1126), el escribió “En la naturaleza, nada hay superfluo.”
En las zonas rurales, en los pequeños pueblos o aldeas, el reciclaje es casi total, en Los Ijares, sus gentes se intercambiaban animales y cosas, porque sencillamente se necesitaban todos, dependían los unos de los otros. Así pues, no era extraño ver a alguien con el mulo del vecino, pasar al día siguiente porque necesitaba despedregar un trozo de campo, o a otra vecina yendo a casa de la tía Gertrudis a pedirle leche de su vaca, porque la suya estaba a punto de parir y no la podía ordeñar ese día. Aparte de eso no te tiraba casi nada, que sobraba pan y se ponía duro… para las gallinas y los cerdos, que alguien necesitaba reparar el tejado… en la entrada de la plaza, en un cercado encontrabas vigas de madera y tejas de otra casa caída para reparar la tuya gratis. Esa es la auténtica vida en el pueblo. También había habido algún que otro descalabro, de alguien al que por ejemplo, pagaban extraños, para que robara cosas del lugar y venderlas a desconocidos, pero cuando en el pueblo, el cartero es el alguacil, además de ser el encargado de la centralita, poco se puede hacer para perseguir a nadie.
Al siguiente invierno, una mañana en que Grace salió de la casa para entrar leña del cobertizo, oyó unos pequeños sonidos, imperceptibles al principio, luego, conforme fue apartando la leña, se dio cuenta que era una perra, se conoce que hizo un alto en el camino para parir allí a sus cachorros. Los cinco animalitos estaban lloriqueando, mientras que la madre, con las orejas hacia atrás, pegadas completamente a la cabeza, miraba con aire de súplica. Grace con la leña entró en la casa corriendo
-Fernanda, ahí fuera entre la leña, hay una perrita que ha parido y está muerta de frio, ¿Qué hacemos? Da una pena la pobrecilla…
-Vamos.
Al acercarse al lugar y ver a las dos mujeres, la perra se puso a intercambiar miradas entre ellas dos y sus cachorros. Los recién nacidos, se agolpaban alrededor de las mamas de su madre, tratando de encontrar a ciegas un lugar más o menos preferente para asirse de una teta. Sin dudarlo, Fernanda se sacó la gruesa chaqueta de lana y se la puso encima a la perra, mientras que lentamente, la levantaba del suelo y Grace ponía a los cachorros en el delantal que llevaba, lo sujetó por el faldón y entraron a toda la familia dentro de casa. Ese fue todo un acontecimiento este día, Fernanda acariciaba a la madre que todavía temblaba como una hoja, Grace a su vez, fue a buscar un cenacho de esparto e hizo dentro de él, una solera de paja bien suelta y fina. No hizo falta que nadie le dijera a la perra que aquello era para ella, cogió uno a uno a los cachorros por el pescuezo, y los fue trasladando al nuevo alojamiento, después, a pesar del alboroto que seguía habiendo a su alrededor, se durmió plácidamente, dejando más lugar a sus retoños descolgando la cabeza fuera del cenacho. Los perros no pueden hablar, pero no les hace ninguna falta ¡que cara de agradecimiento tenía la perrita…! Eso le recordaba a Fernanda, a un amigo francés que tenía un perro labrador, y que a menudo decía: “¿Te has fijado Fernanda…? a Sorciér (brujo), solo le falta ladrar”. Lo tenía siempre delante de él, sentado o tumbado como si fuera una estatua, pero siempre atento.
-Vaya favor le hemos hecho, ahora mismo… ni que quisieras echar a patadas saldría de casa. Tendremos que solucionar este asunto, pero ¿sabes? Grace, lo dejaremos para un poco más adelante, ahora no debemos pensar más que, en darle cobijo y comida, lo necesita pobrecilla.
-Fíjate en este valiente, ya está mirando de encaramarse a su lomo, me parece a mí, que este va a ser uno de los primeros en poner orden en la camada.
Las dos se quedaron mirando de pié a aquellas criaturas, cuando sonó otra voz de alarma, era Clementina, terminaba de despertarse de una de sus siestas, y bajaba con cuidado las escaleras, no tardó ni un minuto en descubrir, frente al hogar de fuego a lo que ella supuso, que era un regalo que su madre le hacía. Con su mal habla se acercó, acarició a uno de los cachorros y su madre despertó al instante, volvió la cabeza, y pareció darle permiso para que los tocara. Clementina miró a su madre y a su tía, la tenía en su configuración de familia por tal, y se puso ufana, si hubiera podido hacerlo, se habría puesto a saltar de alegría y a gritar, de contenta. No tardó en aparecer Leonor quién, hizo el mismo descubrimiento, pero que con más comedimiento primero saludó, y luego se puso de rodillas junto a Clementina, para compartir su alegría.
-¡Qué bonitos…! ¿de dónde los han sacado? ¿Cuántos hay? Haber, unos, dos, tres, cuatro, ¡cinco!, ¿Qué van a hacer con ellos? ¿los criarán a todos en la casa…?.
-Para chica…, demasiadas preguntas para responder. De momento hemos recatado a toda la familia del leñero, ¿tú sabes si son de alguien?.
-No, Fernanda. Jamás he visto a este animal por aquí, parece una perra de caza, mi padre tenía una muy parecida, pero la pobrecita se cayó por un barranco, perseguían a un marrano y la hirió con los dientes, cuando echó monte abajo la perra lo siguió y cayó, mi padre dijo que ya llevaba la barriga con las tripas fuera. Qué pena, era tan buena…, me vigilaba mucho ¿sabes?, aunque estuviera sola en casa, no había problema, nadie se atrevía a entrar, ella allí, delante de la puerta hasta que llegaban ellos. Se llamaba Dina.
Bajó la cabeza, puede ser que en memoria de Dina, que tantas satisfacciones había traído a aquella casa. Entre tanto Grace era la que se ocupaba de los perros, aparte de la madre, incluso hizo con tablas una especie de cercado, que puso junto a una de las paredes de la cocina, lo llenó de paja que, periódicamente cambiaba, de la perra no tenía que ocuparse, ella se ponía junto a la puerta trasera y daba un par de ladridos, eso era señal de que necesitaba salir fuera, a los tres o cuatro minutos volvía con sus hijos, cuando saltaba de nuevo la cerca, se volvían locos, empezaban a dar vueltas y saltar sobre ella de forma escandalosa, luego mamaban un poco y se calmaban.
-Grace, debo ir a Estrecha de la Sierra, para comprar algún material, bajo con Elías que tiene que ir al centro de correos. No te puedo decir lo que tardaré, seguro que no estaré a la hora de comer, ¿lo arreglas tú?.
-Si mujer, no hay problema, me encargo de todo, tienes algo en el fuego ¿no?.
-Está apagado, pero es un puchero con el guiso que hice anoche, solo lo calientas y ya está. ¡Ha!, y el alambique lo apagas de aquí a dos horas.
Salió bien abrigada, Elías estaba esperando al otro lado de la calle, su todo terreno echaba humo como una locomotora por el tubo de escape, la humedad y el hecho que hacía días que el coche estaba en el garaje, causan este efecto. Emprendieron camino, Elías era buena gente, una familia que había nacido y crecido en el pueblo, sin ninguna otra pretensión que la de ser buenos vecinos, ayudar en lo posible a los demás, y prestar servicios a la comunidad de los vecinos. De ahí que lo escogieran para estas tareas un tanto comprometidas, digo esto porque no siempre era fácil bajar al pueblo de Estrecha de la Sierra, cuando se presentaban inviernos duros, y la nieve se dejaba ver, tenía que montar con la ayuda de otros, una especie de pala que en forma de cuña, apartaba la nieve de la carretera a riesgo de quedarse él, varado como una barca en bajamar. La diferencia estribaba en que él entonces, se tenía que calzar unas raquetas de nieve, y subir de nuevo a su pueblo en busca de ayuda.
El día que bajó con Fernanda, no había tal peligro, pero le gustaba estar atento a todo y no distraerse con nada ni nadie, de ahí, que durante el trayecto de ida y vuelta para atender sus comisiones, no abriera la boca para nada. Eso sí, cuando llegaba, parecía que hubieran abierto una válvula de olla a presión, entonces comenzaba a hablar como si fuera a írsele la vida, ¡qué cosas ¿no?!. La cosa es, que entonces entraba en casa de Fernanda, y comenzaba a contarle cosas de su vida, historias la mayoría de ellas repetidas, llega un momento en que en la mente de las personas, se nos forman como si fueran ciclos de memoria, no sé si se puede llamar así a esto, pero el caso es que precisamente Elías, con su larga vida que rondaba los setenta años, y que nunca había ido más allá de los dieciocho kilómetros que separaban un pueblo de otro, contaba las mismas cosas casi siempre, comenzando por la cola o al revés.
¡Hermosa gente esta!, gente sobre todo confiables, eso es lo importante. Y personas que… eso sí, no responden a ningún patrón estándar, si hay que hacer una cosa, la hacen y punto, son gente con personalidad propia, que son conscientes de donde vienen y a donde van, sin tapujos ni medias tintas, no diría que son anarquistas, pero casi. Ahí tenías a los Barranco, ellos no habían criado jamás un cerdo, y cuando querían comerse uno, enviaban a Tomasín al monte bien aprovisionado con el mulo que tenían, el fusil al hombro y montaña arriba, ¡que mulo chico! Era un cruce de caballo Bretón con unas patas potentes y peludas, que era capaz de tirar de cualquier peso. Con él tiraba para arriba, y en el primer recodo de la derecha de su casa, pegada a la falda de la Afortunada (nombre que tenía aquel mastodonte de piedra caliza), pillaba campo virgen, y se perdía entre los árboles en medio de un pedregal. Casi nunca tardaba más de medio día, en bajar con un jabalí atado a la grupa de Mirón (su mulo), y al a comer jabalí, en un odre de piel de cabra, levaba la sangre del animal, y atado por las patas, al marrano.
-Venga, a descargarlo, echadme una mano, que ya me las he visto y deseado para cargarlo yo.
Salían el resto del clan con cara de satisfacción, especialmente Ursula, su hermana, a quién tenía por novia de él y que lo besaba efusivamente, en esos pueblos de dios, hay mucha endogamia, lo que pasa es que como todo queda entre ellos, nadie dice nada. Pero hasta tenían un hijo en común, cabezón y bizco, pero era su hijo, eso era lo que importaba. Las orejas parecían dos soplillos, grandes y parecía, que alguien se las hubiera incrustado a los lados de su cabecita.
Supongo que, cuando vives en comunidades como estas, un tanto herméticas para los de afuera, pero grandes vecinos entre ellos mismos, te das cuenta de los valores humanos que somos capaces de desarrollar, y también dicho sea de paso, de los defectos, aunque ¿Quién es capaz de juzgarlos?. Para unos, el trabajo que desarrollaba Clementina, era poco menos que brujería, otros sin embargo la consideraban una benefactora, y hasta cuidadora de todos ellos. Solo por el hecho de pasar frecuentemente a visitar a todos y cada uno de los vecinos, ya era muestra de solidaridad con ellos, de asentimiento de sus costumbres y arraigos, y eso es solo un ejemplo, porque por todos los pequeños pueblos de la zona, y de aquellos que ni ellos sabían que existían, los asuntos marchaban igual.
Se sabía por ejemplo que en Quintanilla de los Altares, que se podía considerar una aldea, con sus calles sin asfaltar, y el firme de las calles, compuesto de tierra piedras, y las bostas que soltaban las vacas, las ovejas y cabras que los pastores diariamente llevaban a pastar , con un hedor insoportable y de sempiternas moscas, los vecinos, jamás habían echado de menos la luz ni el agua, que las moscas molestaban, era sabido, en estos pagos, sin moscas, no se concibe la vida. Que tenían que llevar invierno y verano botas poceras… no era molestia, ya sabían que formaban parte del paisaje.
-No queremos perder nuestra identidad, así se establecieron nuestros ancestros y así queremos seguir viviendo.
Esto manifestaban al alcalde, ¡con lo necesaria que era la luz en las tres calles y la plaza!, cuantas caderas rotas, o piernas fracturadas se habrían evitado con ocho farolas, encendidas por la noche, en el crepúsculo, aunque hubiera que encargar a alguien, para que lo hiciera apretando un interruptor. Pues no, no querían luz y punto, habrían de haber pagado impuestos… más de los que por sí, ya pagaban, ya en los tiempos de María Castaña se habló de poner farolas, pero nada. No hubo manera de cambiar la mentalidad de aquellas buenas gentes, porque una cosa es cierta, por el hecho de negarse a aquellos adelantos modernos, no tenía que ser un estigma que los calificara de malas personas, solo que tenían un parecer diferente a los demás.
-Nos apañamos con nuestras lámparas aceite y de carburo. Nos van a venir ahora con hostias…
Como eran en Quintanilla de los Altares, dejaron que se desplomara la iglesia, con el solo fin de que fuera el cura, la piedra roja, caliza, necesita continuos mantenimientos con el fin de que el aire y la lluvia no la acaben de socavar hasta los cimientos, pues nada, se negaron en redondo con excepción de un par de familias, a colaborar, porque el arzobispado decía que aquello era cosa de los fieles. Cuando terminó por caer, poco a poco la gente del pueblo, se fueron llevando las piedras para reparar muros y cercados.
-Ahora sí, que está bien aprovechada esta piedra… y el cura, o se va de aquí, o curra como el primero, nada de vivir como hasta ahora de la sopa boba.
Cuando la gente ricachona, desde el punto de vista de aldeanos y pueblerinos, venían de vacaciones al Parador Nacional de Las Puntas, salían a la terraza y tenían una visión hermosa de todos los pueblos y aldeas mencionados y de algunos más.
-¡Qué bonitos son estos parajes… esto es como vivir en el paraíso terrenal! (exclamaban casi todos, especialmente las mujeres).
Si señora, todo muy bonito, el humo saliendo de las rústicas chimeneas, los tejados de pizarra…, pero ves a vivir solo un invierno entre estas gentes…, verás como cambias de parecer rápidamente. Olvídate de los zapatos de tacón de aguja, de los vestidos ceñidos, de la lencería fina, de la casa con calefacción central, de los paseos por los jardines y las terrazas donde sirven Martini con aceituna, de todo eso… despídete.
-Pues a mí me da, que estas dos francesas se entienden, que poca vergüenza delante de la chiquilla, mira que lo tengo todo visto, las veo y me cogen una náuseas…, claro que estas gentes venidas de otros países, ¡ves a saber tú qué clase de moral tienen!. Te digo que se entienden entre ellas, fijo, solo tienes que fijarte en los andares que tiene Clementina, es un marimacho total, con esas zancadas que da cuando se va a recoger plantas por ahí.
Esa es Justa, la mayor chismosa que uno pudiera encontrar en un pueblo. Hasta cierto punto es normal que tenga que haber de todo en un pueblo, pero de eso a hacer escarnio de una persona, sin siquiera conocerla…, se puede entender que uno hable mal de otro, hasta que se le conoce un poco más con el paso del tiempo. Pero hacerlo con el fin de quitarle a la niña, desautorizarla, porque sencillamente “creía” que se entendía con su amiga, eso no, no se hace. Justa no había sentido jamás, el gozo de tener una criatura creciendo dentro de su vientre, estaba casada, con el alcalde, pero (según decían los que lo conocían…) estaba harto de esa víbora que tenía por mujer. Siempre estaba elucubrando, ninguna decisión que él tomaba le parecía bien, fue ella la que vendió el burgo de sus padres por cuatro chavos, lo engañó para que firmara unos documentos, que presuntamente eran solo, el visto bueno del pago de la contribución de la casa donde vivían. Era la amante del cartero, Elías, a quién dedicaba parte de sus fuerzas, porque lo que no ejercía con su marido en la cama, lo derrochaba con él. El hombre estaba casi obligado a seguirle el juego, su posición en el pueblo, pese al magro sueldo que cobraba, dependía de las relaciones que tenía con ella.
Mientras tanto legó la primavera, Clementina era un cascabel con forma de niña, alegre simpática, locuaz, lo que se dice una criatura feliz. Pese a los esfuerzos de las mujeres, que querían que sus flores no prosperaran, su portal, estaba a rebosar de flores, algunas de ellas, desconocidas para la mayoría de las gentes del pueblo. Ahora, de vez en cuando, se podía ver a vecinos pararse a contemplarlas, y preguntarse qué clase de flores eran, entonces, Fernanda o Grace, salían a darles explicaciones, eran momentos bonitos estos, les ayudaba a relacionarse un poco más con la gente. Esta primavera crecieron en los extremos de los parterres, unas flores realmente hermosas y jamás habían visto, una de ellas era como los lirios, a diferencia de que estas parecían artificiales, y las había de varios colores, su nombre era Anturio y era preciosa, la otra, una Heliconia, tenía el tallo fino y de color morado, cuando se abría parecía la cabeza de un cisne, con la flor de color naranja y rojo. ¿Cómo puñetas había podido hacer crecer estas plantas en aquel medio?, eso, solo Fernanda y Grace lo sabían, dedicaron esfuerzos y formulas para lograrlo.
Dos vecinas del pueblo, acompañadas de Justa, pasaban dando un paseo por delante de su puerta, unas de ellas exclamó
-Fíjate que hermosura, ¿habíais visto alguna vez estas flores?.
-Venga, déjate de leches, ¿no ves que son artificiales?.
Una de ellas no pudo resistir la tentación, y después de tocarlas, llamó al picaporte de la casa, salió Fernanda.
-Hola señoras, ¿Qué se les ofrece? Buenos días señora alcaldesa, salía del interior con un delantal de color gris que ella misma se hizo, con una gran flor azul cosida en un extremo.
-Verás Fernanda, estamos hablando sobre estas flores tan bonitas que tienes a lado y lado de la entrada, ¿son de verdad? porque Justa dice que deben de ser artificiales…
-Se equivoca Justa, son de verdad, pero eso sí, difíciles de criar en este ambiente. Pero ya ve que no es imposible, tienen que tener el aire, la humedad apropiada y el sol apropiado, nada más. Vengan que les enseñaré algo…
Les hizo atravesar la casa, pasando por la cocina y saliendo por una puerta trasera al patio. Todo estaba impoluto, bien ordenado, a excepción de la cocina claro, allí estaba el lugar donde se cocían las plantas y raíces, un infernillo de alcohol mantenía en ebullición, el alambique o (al-qattarah. “la que destila”, siglo X, he inventado por los árabes). Llegaron al patio trasero y allí… dos grandes plantas, casi gigantescas, con unos vástagos que salían del suelo, y unas hojas descomunales y brillantes, estaban las marquesas. Hasta Justa se quedó boquiabierta, al ver aquellas hermosas plantas verdes, no era de extrañar, estaban rodeadas de grandes helechos, que parecía que solo pudieran criarse en una selva primigenia. En las paredes de aquel vergel, se encaramaban densas Bouganvilles, que formaban a su vez grandes racimos de flores pequeñas de varios colores.
Las tres mujeres quedaron mudas delante de aquel espectáculo floral, entonces Fernanda tomó la iniciativa
-Si les gustan estas plantas, tendré mucho gusto en ayudarlas a que las planten ustedes y puedan presumir de jardín, las plantas y las flores nos ayudan a tener otra visión de la vida, ¿no les parece?. Por lo menos a mí, en determinados momentos me tranquilizan, y hasta… si quieren llámenme tonta, pero ayudan a soñar se lo aseguro. Quinientos años antes de que naciera Jesucristo, un pensador y filósofo chino llamado Confucio dijo en una ocasión “¿Qué porqué compro arroz y flores…? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir”. Es una frase muy inteligente ¿no les parece?”. Eso a ellas no les importaba lo más mínimo, pero sí el poder tener un jardín parecido a ese, por lo menos, algo que se le pareciera. Dos de las mujeres agradecieron esta atención de su parte, la mujer del alcalde dijo que no, en principio, no manifestaba ningún interés especial, aunque Fernanda, estuvo observándola el rato que estuvo en casa, y detectó en ella más interés que las otras dos, un interés velado, que se manifestó, por la altivez con que dijo luego, que a ella no le interesaba.
-¿Sabe una cosa señora alcaldesa? A usted le voy a hacer un presente especial, le voy a preparar en un tiesto una planta, que seguro que le va a encantar.
-No te molestes, yo ya tengo plantas… vaya que sí, si las vieras… lucen de maravilla, y además necesitan pocos cuidados, con tal de que les dé un poco de luz ya es suficiente.
-Bueno, deje que lo intente mujer, no le ponga pegas a todo, ya verá como le gustará.
-Vale, pero una planta pequeña, que tengo poco espacio.
-¡Ve usted… no es tan difícil! Dentro de un par de días les tendré a todas una caja con sus plantas.
Se fueron la mar de felices, porque al fin rompieron ese hielo, que hace que las personas, sin saber porqué, estén distantes. La puerta con las flores había causado un efecto totalmente positivo, y no solo fue gracias a Fernanda, las flores, las queridas plantas a quién se lo debía todo… fueron ellas sin duda las que actuaban, estaban vivas y se expresaban del mejor modo posible, por medio de su encanto personal, de sus formas, de sus colores y de sus perfumes, esos que a menudo hacen que uno quede embriagado, por su olor.
En la exuberancia del verano, las plantas dieron de sí, todo lo que podían, en primavera eran como el que duerme y se despereza, luego en verano… todo explotaba de vida, ya no solo las plantas que estaban esperando en las casas este feliz acontecimiento, el bosque se llenaba de sonidos que estaban casi olvidados, aparte de las golondrinas y los vencejos, toda una serie de pájaros, unos pasajeros y otros que despertaban, llenaban de vida este espacio lleno de magia.
Clementina empezaba a dar pequeños paseos de la mano de Leonor, esta la llevaba a lugares, que fueran especialmente accesibles para la pequeña Clementina. Pero empezaba a manifestar su inquietud por las flores, esto hacía que a veces fuera un poco temeraria y a Leonor esto no le gustaba nada, tenía que estar pendiente de ella a cada segundo, por temor a que se extraviara o callera, por alguno de los numerosos desniveles. Cuando volvía a casa se lo decía a Fernanda, y esta la volvía a regañar, pero le traía a su madre un puñado de flores que ella misma cortaba.
Fue así, como un mediodía, al llegar a casa Clementina y darle, como era habitual las florecillas que encontró, vio que la mano de la niña estaba pegajosa y blancuzca. Le preguntó de dónde sacó esa flor en concreto, y ella le dijo que si quería, la acompañaría por la tarde, con la condición de que la dejara bañarse en el riachuelo, Fernanda aceptó. Observó la planta detenidamente, y fue a la biblioteca de donde sacó un tomo de una serie de tres, estaba escrito en francés, el autor era un tal Dr. Murriot, y por lo visto era un tratado de plantas y flores, aunque había uno dedicado a las setas, se puso a leer en el temario de capítulos y rápidamente, se dirigió a la página 176, estuvo leyendo detenidamente y siguiendo las instrucciones de lo que leía pasó a la página anterior, allí, en color, pintadas a mano, encontró entre otras varias flores, la que tenía entre sus manos. Las niñas estaban dado la lata, nunca mejor dicho, Leonor fue recogiendo latas de sardinas, hasta que se hizo de seis o siete, con un punzón de talabartero, agujereó las latas por los extremos habiendo sacado antes las tapas para no cortarse, puso entre una lata y otra, pequeños tramos de cuerda, a modo de enganches entre las latas, y uno más largo en el extremo desde el cual se tiraba del tren. Ese era el juguete más preciado que tenía Clementina, paraba en estaciones inventadas, y allí cambiaba la carga que no era otra cosa, que piedras de diferentes tamaños y formas, que cargaba hasta la próxima estación, así se pasaba horas, junto a Leonor que la contemplaba sentada desde el suelo, como se divertía Clementina, trazando círculos en esta línea inventada por ella, y que fue el primer ferrocarril que llegaba a esa remota zona de montaña.
-Clementina, coge unas braguitas secas que vamos al riachuelo, anda, a la vuelta comeremos. ¿Quieres venir Leonor?.
-¿Me da tres minutos para preguntárselo a mi madre?, es que sin su permiso no puedo ir.
-Anda ve, pero no tardes, que tengo mucho que hacer.
Agapita, estaba haciendo compota de melocotón, tenía los frascos de cristal sobre la mesa de la cocina, y al entrar en la casa olía de maravilla, Leonor no podía evitar meter los dedos en la compota, antes de que su madre sellara las tapas, y su madre una y otra vez, tenía que darle un grito. La dejó marchar, con la condición, de que no se alejara de la familia de Fernanda. –Prometido-, y se fue a la carrera. Cuando llegaron al lugar donde Clementina había encontrado la planta, su madre se puso a recogerlas, cortando con un una hoz pequeña las plantas que encontraba a su paso, efectivamente, sus manos se iban llenando de liquido lechoso que, lejos de ser venenoso como a muchos pudiera parecer, era una de las cualidades de la planta. El nombre ese cardo “Silybum marianum”, no es que fuera ningún descubrimiento excepcional, pero si el hecho de que frecuentemente, pasas por su lado y su aspecto hace que la ignores, o hasta la desprecies, por sus pinchos en las puntas o por la sabia blanca que desprende, pasa un poco como con las personas, a menudo las juzgamos por su aspecto, si llevan barba o no, si visten de determinada manera, o hasta caminan de determinada forma, sin pararnos a saber, al hablar con ellas, qué clase de personas son en realidad.
Cuando volvieron a casa, después de ese paseo, Fernanda se encontró con una sorpresa. Grace estaba doblada sobre sí misma, callada, sobre su cama con los ojos muy abiertos y balbuceando no se sabe qué. Hacía mucho calor, Fernanda bajó a la cocina y subió un vaso de agua, nada, no quería beber, o no podía, el caso es que poco a poco, se fue yendo, se diluía, como algunos de los elementos con los que Fernanda trabajaba al diluirlos. Por la noche a eso de las diez, finalmente murió. Fernanda se había ocupado de que Clementina, estuviera en casa de Agapita esa noche, la niña lo pasó muy bien en esa especie de aventura, que era, el dormir por primera vez fuera de casa, junto a su hermana mayor, Leonor.
Fernanda, aquella especie de doctora sin doctorado alguno, vivió de primera mano, el fracaso más grande de su vida, perdió a su compañera del alma, a su mano derecha, a uno de los motivos de su vida, sin poder administrarle nada, nada, nada. ¡Cuántas veces Fernanda, no había hablado con ella, ayudándola a apartar los fantasmas de los años pasados en Francia…! Abrazada a ella, besándola dulcemente, lograba mitigar su dolor y su pena, y ahora… no sabía siquiera, si ella misma tomó alguna de las medicinas que preparaba y se había intoxicado con ellas… No permitió que el sepulturero del pueblo cavara la tumba, salvo el médico que fue avisado por teléfono, y que subió de madrugada en su viejo Citroen, nadie la tocó, salvo quienes la ayudaron a bajar el cadáver desde el piso superior, y cargarlo en un remolque hasta el lugar de entierro. Cavó su tumba en un rincón del cementerio, donde la tierra estaba blanda (ella entendía de terrenos), dejó en uno de los extremos, una rampa cavada de la misma tierra, y deslizó el cadáver sin caja, envuelto en un sudario hecho de sábanas de lino que guardaba en su armario, que había sido cosido por ella para esta ocasión. Solo estaban presentes en el entierro, Agapita, Joaquín que no paró de insistir en ayudarla, Benito “El planta pinos” (así lo apodaban) y Ursula, la hermana de Tomasín, que volvía a estar embarazada de este. Abajo, en la tumba, las raíces de pequeñas plantas que fueron maltrechas por el agujero, se asomaban a ver el macabro acontecimiento, como si quisieran decir -a nosotras, eso nos pasa cada día, no te preocupes demasiado- eran testigos oculares del dicho bíblico de “el polvo al polvo”, solo que el polvo, en esta ocasión era su querida Grace, (Gracia).
Cuando todo terminó, ella se quedó allí, después de cinco minutos, se dio cuenta de que alguien la observaba y volvió la vista, era Ursula, lloraba desconsolada, eso a Fernanda le impactó, no es que interrumpiera ningún rezo, Fernanda no rezaba más que a la tierra, era una creyente anímica, su dios…, la vegetación, las plantas, los frutos de la tierra, más allá de esa frontera, nada. Cuando terminó con sus cavilaciones y recuerdos, concentrados en un solo momento, se dirigió a Ursula y sin decirle nada, la cogió por el hombro, y comenzaron a bajar del altozano donde se encontraban, no le dijo palabra, solo la sujetó, porque parecía que fuera a caer, Ursula estaba poco menos que destruida. Llegaron en silencio hasta la carretera, cuando comenzaron a pisar el pobre asfalto…
-Ursula, ¿quieres pasar para casa de una vez? (este era Tomasín, su hermano, marido).
-Olle, bruto, ¿no ves que estamos hablando tú hermana y yo?, haz el favor de tener un poco de educación y de respeto.
-Tiene cosas que hacer en la casa, no va estar toda la mañana de parranda…
-Haz el favor de dejarla en paz, más vale que calles y la dejes ahora ¿de acuerdo?.
Tomasín enmudeció, se dio la vuelta, y a grandes pasos, desapareció en la primera esquina del pueblo. Ursula por su parte se fue tranquilizando, Fernanda la invitó a entrar en su casa, y le sirvió una infusión que ya tenía preparada, por diferentes razones, las dos estaban pasando por un momento de angustia difícil de describir, Ursula, mientras sorbía la infusión endulzada con miel…
-Vuelvo a estar embarazada Fernanda, pero no de Tomasín, esta vez ha sido Miguel, su hermano mayor. En esta casa están locos, parece el mundo al revés, no puedo seguir en esta situación, entre unos y otros me van a matar, eso si no me mato yo, antes de que las cosas empeoren.
-De eso ni hablar ¿me oyes? Ni hablar. Procura por tú embarazo ahora, que es lo más importante, la criatura no tiene ninguna culpa de estos desmanes, ya veremos que se puede hacer, en la vida hay recursos que a veces pasamos por alto, nos empecinamos en un problema en concreto, y resulta que a menudo pasamos por alto, soluciones sencillas.
-Tú no sabes cómo son esta gente, no son malos, solo es que están chiflados, pero yo no puedo ni quiero, vivir entre chiflados. Solución no hay ninguna Fernanda, ya lo he intentado todo, por las buenas, hablando con todos ellos, pero me tienen como un trapo sucio que ha que lavar de vez en cuando. Hasta mi madre está de acuerdo en todo cuanto hacen, es como si les riera la gracia, ha ¿os queréis tirar a vuestra hermana? Pues venga hijos, que no tenéis a nadie más a tiro y necesitáis desfogaros, que si no, no podéis trabajar bien. Al fin de cuentas ¿a quién más tienen a tiro en el pueblo? A nadie.
-No puedo creer que esta sea la mentalidad que tiene tú madre. Eso es una atrocidad, es amoral, indigno. ¿Sabes que te digo…?, no te preocupes, lo resolveremos juntas y sin violencia de ningún tipo. Hace años, en Francia, conocí un caso parecido al tuyo, y se resolvió de la noche a la mañana, no te digo en veinticuatro horas literales, pero sí que al cabo de tres días todo había terminado, sin ninguna muerte de por medio por supuesto. Anda preciosa, termínate la infusión y mañana pasa a verme, por la tarde, ¿te va bien?.
-Si claro, cuando usted diga. Déjame decirte una cosa Fernanda, tienes una casa preciosa, con esos aromas que despide… se respira felicidad aquí dentro, y haz el favor de conservar esta puerta de tú casa florida, a mí me invita a soñar…
-Gracias Ursula, aunque sea solo por hacerte feliz a ti, la mantendré así. Márchate, no vaya a ser que sea peor el remedio, que la enfermedad.
Ursula marchó, pero poco podía imaginar, cual era la solución que propondría Fernanda para su problema, cuando llegó a su casa, los hombres la estaban esperando, para recibirla con todo tipo de insultos y reproches. Tomasín tomó la delantera y la increpó, amenazándola y diciéndole que no le he ocurriera nunca más, ridiculizarlo delante de nadie, para que surtiera más efecto la amenaza, le dijo que la próxima vez, le partiría el alma por la mitad, luego le escupió en la cara. Su hermano, no dijo nada, pero la miró con unos ojos fulgurantes, ojos más que de amenaza de lujuria, y eso es lo que precisamente hizo, cumplir con esa mirada suya, la hizo pasar a su habitación, ante la impasividad de su madre, que estaba tranquilamente seleccionando y cortando, tiras de palma secas para hacer cestos. Ursula pagó un alto precio por aquel atrevimiento suyo, su hermano mayor la cogió por los cabellos, la tiró como si fuera un saco sobre su jergón, y la hizo poner de cuatro patas, para, instantes después, desgarrándole la ropa que llevaba encima, violarla de forma dolorosa por detrás. La cortina, que servía de puerta de la habitación, no pudo amortiguar los gritos de dolor de Ursula quien, tendida sobre aquella especie de cama, sucia, desaliñada, y llena de manchas como su dueño, lloraba sin parar, por el ultraje al que había sido sometida.
Las buenas gentes del pueblo, hacían oídos sordos a situaciones como las que acababan de oír, bastante tienen ya, con tirar adelante con sus problemas e inquietudes. Y si alguien extraño hubiera preguntado sobre lo que acababa de suceder, habrían contestado que… ellos no oyeron nada, seguramente sería cosa del viento, que en ocasiones se confunde con el llanto de las personas, cuando soplan en estas esquinas del pueblo.
En esta pedanía de Estrecha de la Sierra, no hay bares ni casinos, donde la gente se reúna, para hacer unos vinos o tomar una cazalla, pero el almacén de los Buenafuente es el lugar a donde la mayoría van, cuando quieren pasar un rato fuera de casa. Este lo transformó, mediante una barra improvisada con dos toneles viejos, y unos tablones encima, en lugar de reunión de los que vivían allí, o los que estaban de paso. Unos estantes confeccionados con cuerda y tablas más pequeñas, hacían las veces de servidor de bebidas, de casi todos los gustos, cuando decimos de casi todo es porque allí, no se podían encontrar como en cualquier otro bar “normal”, whiskys o ron de determinadas marcas o colores. Vino de la zona, alcoholes de la zona, y algún que otro preparado a base de flores o frutos, y por supuesto café, que se ocupaba en transformar en ese preciado líquido negro, una cafetera de manga a presión. Pero cuando lo mezclabas con leche… hummm que delicia, era lo mejor que tenían, la leche, no esas leches embotelladas, que son manipuladas una y otra vez a través de máquinas, esa era leche auténtica. Los Buenafuente te la servían de vaca o cabra, pero, que leche… , las mesas, construidas del mismo modo que la barra, podían sentar a doce o quince personas más o menos juntas, dependiendo de la afluencia al local, con el tiempo se dedicaron a hacer comidas caseras, de hecho lo que comía la familia, comían los que pasaban por allí, cocina de pueblo de cuchara, como se suele decir ahora. Por estos pagos, no hay diferencia entre el verano y el invierno a la hora de comer, hasta para el desayuno te servían si lo pedías, una garbanzada con cerdo, o alubias, con sendos trozos de ternera y chorizo.
Mientras que en verano se veían coches pasar, camino del parador, Fernanda se apresuraba a preparar en su alambique, formulas secretas, la que se encontraba en la cocina en ese momento ya tenía destinatario. Lo que cocía era para Ursula, con cinco meses de embarazo, su barriga ya tenía un tamaño considerable, Ursula deseaba con todas sus fuerzas que por lo menos el hijo que iba a nacer fuera normal, que no tuviera defectos, no tenía ni la edad ni en consecuencia las ganas, de criar otro hijo retrasado entre aquella gente, a los que hacía tiempo ya no consideraba su familia. Al siguiente día, esta pasó por casa de Fernanda, solo iba con la ilusión de volver a ver aquel remanso de paz, de oler los perfumes que llenaban el cerebro de pálpitos nuevos, tan solo acercándote a esa casa encantada, con gente encantadora y manera de vivir encantadora.
-Hola Ursula, pasa por favor, siéntate y escucha bien. Esta botellita que te he preparado será la solución a tus problemas, por lo menos en lo que toca a esas dos bestias que son tus hermanos. Cuando vayas a servirles la comida, dejas caer en sus platos, diez gotas de este preparado, esto no tiene color ni sabor, bueno sabor sí tiene un poco, pero es, como si les hubieras echado un poco más de sal de la cuenta, de manera que si haces la comida un poco sosa, mejor, estas gotas las interpretarán como simple condimento.
-Por eso no te preocupes, comen como cerdos, no les importa que la comida esté más o menos salada. Se lo comen todo sin levantar la vista del plato, igual que son guarros para una cosa, lo son para otra.
-Perfecto, dentro de dos o tres días me cuentas algo. Mejor aún, me daré un paseo por delante de tú casa, y de paso le compraré un par de cestos a tú madre, necesito recambios. Clementina me dejó en la pica unas raíces dentro de uno, y se está pudriendo. Así que pasaré, y si tienes un instante me cuentas, si no podemos hablar por alguna razón, vienes tú a verme ¿de acuerdo?.
Ursula bajó la cabeza entristecida, tenía en su interior algo, que no sabía muy bien como decirlo. Al final, sin meditar demasiado se lo dijo.
-¡Me hubiera gustado tanto tener una madre como tú…! A lo mejor piensas que estoy un poco loca, pero lo digo como lo siento. Hay gente que no deberían tener hijos Fernanda, imagino que tú has pasado de todo en la vida, pero tenerte a ti como madre, debe ser todo un privilegio. Sentí mucho tú pérdida, Grace debería representar mucho para ti, pero el día de su entierro, estaba tan pendiente de mi misma, que te quería decir que siento vergüenza, por no saber que decirte.
-Pues ya me lo has dicho, y ¿sabes? eso, para mí, vale más que todos los pésames que me hayan podido dar los demás.
Se acerco a Ursula, le sujetó la cara y le besó en los labios.
-No olvides algo que te voy a decir, en la vida debes hacer prevalecer tus valores, le pese a quién le pese, cada día, a cada hora, debemos pensar en términos de futuro. Es nuestra vida la que hace que, nos quedemos parados en el pasado, o tratemos con confianza de vivir el futuro que siempre es incierto y caprichoso, tú vales mucho Ursula, lo que pasa es, que esta gente te está anulando, no lo permitas. Un primer ministro inglés llamado Winston Churchill dijo en una ocasión… “Si el presente trata de juzgar el pasado, perderá el futuro”. Piensa en esta sencilla frase un poco, no me gustaría verte parada mirando hacia atrás, convertida en estatua de sal.
Ursula era más bajita que Fernanda, esta tenía un cuerpo robusto, aunque ágil. La embarazada se pegó a su seno, abrazándola fuertemente, luego le dio un beso en el cuello. De pronto, como avergonzada, se separó de ella.
-No te avergüences nunca de expresarte como eres, palomita, no dejes que nadie arranque plumas de tus alas para evitar que vueles. Y… recuerda, solo diez gotas en cada comida.
Le guiñó un ojo, en signo de complicidad y con la mano extendida hacia arriba le indicó que se fuera. A pesar de su barriga, Ursula salió de allí contenta, como una chiquilla de diez años, hasta corría y todo cuando atravesó la carretera, cuesta arriba camino de su casa se la notaba feliz, como si alguien le hubiera insuflado vida nueva. De pronto paró en seco, se volvió hacia la casa de Fernanda, estaba en la puerta florida de su casa con los brazos cruzados, mirándola, Ursula la saludó levantando la mano y Fernanda le contestó, además le envió uno de esos besos, que el aire transporta sin importar las distancias y desapareció de su vista.
“Maldita sea, ¿por qué me tengo que prendar siempre de los débiles del mundo?, seguramente será, porque yo soy la primera de la lista. No puede ser Fernanda, no puedes salvar a nadie, ni nadie te puede salvar a ti, ¿te crees acaso mejor porque entiendes de filosofía? No, chica, no te engañes a ti misma, cada persona en el mundo tiene su propia filosofía de la vida, echa a su medida, con sus objetivos y valores, eso es, con sus ventajas y desventajas. No, maldita sea, aprende de una puñetera vez, que la vida la tiene que vivir cada uno a su manera, y ten mucho cuidado porque… depende de lo que digas, cuando lo digas y como lo digas puede dar al traste con tus deseos de ser una persona libre”.
Cuando razonó esto, para sí misma, parecía que se estuviera justificando, como si ella misma se indultara de una condena que, en el fondo todos llevamos, la condena de vivir. En ese momento su vida no era ningún privilegio, no le producía satisfacciones, deseaba llenar este espacio con algo nuevo, no sabía muy bien qué, o quién, pero lo necesitaba desesperadamente, se dio cuenta, en el mismo momento en que mantuvo esas cuatro palabras con Ursula, ahora, esa muchacha, se estaba convirtiendo en un nuevo radio de su vida. Como si se tratara de la rueda de una bicicleta, que queda descentrada por la falta del soporte de una sola varilla de acero, Fernanda necesitaba un recambio, y de forma rápida. El caso era sin embargo, como y de qué manera encajaría Ursula en este diagrama numérico, va… ni ella sabía cómo.
Ursula por su parte, tenía una ardua labor por delante, para reorganizar su maltrecha moral, estaba cagada de miedo, de que esa poción mágica surtiera un efecto contrario al que le indicó Fernanda. Eso, no iba a pasar, la herbolaria había puesto todo su empeño en hacer de Ursula una mujer liberada, y para lograr eso, primero se tenía forzosamente que dar este paso, ¿sin egoísmo? Uno no puede contestar siempre a los motivos por los cuales se hacen las cosas, pudiera ser que fuera esta la raíz, el egoísmo, pero, había que esperar para ver si esto era así.
Entonces surgió otra circunstancia en el pueblo, nadie sabe de que modo, (se cree que algún huésped del Parador) extendió el virus de la viruela, y no pocas personas del pueblo quedaron infectadas, hay quién dice que no hubieron más, gracias a la fortaleza de estas gentes, otros que gracias a las inoculaciones que se dieron a los que las aceptaban, pero lo cierto es que entre los afectados mortalmente estuvo Agapita, la madre de Leonor. Sin embargo lo aceptó con mucha entereza, ¡la vio sufrir tanto antes de su muerte…! Aquellas pústulas de pus infectadas, no hacían presagiar nada bueno. Antes de morir, Agapita le suplicó a Fernanda que cuidara de su hija, la respuesta inmediata de Fernanda fue…
-Quita mujer, de esto ya no se muere nadie. Esto era antes, que no había tantos avances médicos pero hoy… esto está ya resuelto.
Leonor seguía con muchísima atención todo lo que la herbolaria decía, sabía en su interior que su madre estaba muy mal, aunque no se quejara en medio del sufrimiento que padecía. Doce tumbas se cavaron durante esos días, dos de ellas fueron aparte de Agapita, la madre y el hermano pequeño de los Barranco, Tomasín, por ellos no lloró casi nadie. El hermano mayor de este, (hermano a su vez de Ursula) ya hacía unas semanas que la dejaba tranquila, eso fue a causa de las gotas (10), que cada día le colaba en la comida su hermana pequeña. De pronto, el portal de las flores se convirtió en una hospedería, Fernanda con buen criterio, no dejaba salir a nadie de la casa, quién quería hacerlo era advertido “no entrarás de nuevo te lo aviso…”. Ellos pues, resistieron estoicamente la plaga, siendo además atendidos, por las infusiones y aditivos vitamínicos que Fernanda ponía en las comidas. Todos los de la casa salieron indemnes, hasta fortalecidos, los que quedaban fuera de estas atenciones, o lloraban a sus muertos o estaban debilitados sin saber qué, y que no, debían comer en esas circunstancias.
Pasada esta circunstancia, Leonor quiso volver a su casa para recoger cosas y poder cerrarla de manera temporal, pero cuando llegaron a la propiedad, se la encontraron ocupada. Flora, la querida del alcalde estaba viviendo allí, uno de los cachorros de Sorsier, había ido a parar a aquel hogar, cuando vio a su dueña Leonor, saltó sobre ella casi rompiéndose el rabo de contento.
-Hola Pinzón… ¿Cómo estás cariño?. Buenos días señora, ¿me podría decir que hace usted en mi casa?, esta casa es mía y de mi madre que falleció. Pero ahora que ella no está yo soy la dueña.
-De eso nada mocosa, el señor alcalde ha requisado esta casa por estar vacía y deberse contribuciones no pagadas, además tú, eres demasiado pequeña, para poder hacer reclamación alguna sobre esta propiedad. Si tú madre estuviera con vida aún… pero sin ella, te tendrás que buscar un abogado que te represente primero, y que encuentren las escrituras de la casa, que esa es otra…
Los doce años de Leonor, evidenciaban que era una muchacha mucho más crecida y madura que las de su edad. Para este tiempo, se la veía como una mujer de montaña, fuerte, morena y dura, como casi todas las mujeres que tienen que pasar por situaciones límites, que se ven obligadas por las circunstancias a sacar de dentro de sí, todo el potencial que exige vivir en este medio. A veces se la podía observar en lo alto de los riscos, haciendo compañía a las cabras montesas, que viéndola allí con ellas, en la punta de las rocas más altas, se dejaban acompañar por Leonor, pensando que era una igual que ellas, no pensaba en el miedo ni en el vértigo que atenazaba hasta a los más valientes, pero para ella, aquellas criaturas eran sin duda un ejemplo de supervivencia, subiendo a lo más alto con el solo motivo de arañarle a la tierra, unas cuantas briznas de hierba, que las mantuviera vivas antes de que llegara el invierno. Leonor no subía allí a comer, solo a meditar y llenarse de naturaleza, de viento, de sol, de aromas puros que el aire traía, y le purificaban su espíritu.
Ese día, muy temprano, cuando el sol comenzaba a calentar todo aquel entorno (incluido el pueblo), descendía por una vereda, por la que ha menudo se encontraba con jabalíes acompañados de sus rayones, con paso decidido, firme, se la podía ver absorta en un propósito, en una meta, bajó de la montaña con algo en mente que no tardaría en dejarse ver, y además, iba a procurar que todo el pueblo fuera testigo de esa acción. Durante los últimos años, Fernanda la educó de forma, que no dejara de lado las enseñanzas que su madre le inculcó, valores prácticos, moral y educación, aspecto este último, no demasiado apreciado por aquellas gentes, pero imprescindible, si quería en el futuro, ser una persona con una personalidad más completa. Cualquiera fuera de aquel espacio rural, iba a pedírsela en el trato con los demás, también le iba a servir para el plan que tenía organizado, había aprendido bien esta lección.
Por la única persona que sentía una pena profunda, era por Benito marido de Flora, a este se le había confinado en la casa que ambos tenían en la montaña, tenía su trabajo, cobraba una paga del gobierno y no era caso que lo abandonara, sus pinos y otras tareas que se le encomendaban, lo mantenían a distancia del pueblo, aunque de vez en cuando bajara, con el único fin de aprovisionarse y de paso ver a su mujer, si es que no estaba ocupada con el alcalde.
Leonor, sin levantar sospechas, le dijo al señor Buenafuente que si le podía informar con anterioridad el día que fuera a Estrecha de la Sierra, que tenía unos asuntos que arreglar, y que a su madre no le dio tiempo de solucionar, por culpa de la muerte a causa de la viruela. Este se ofreció sin problema, solo le advirtió que, probablemente estaría toda la mañana en el pueblo grande. En cuanto llegaron al pueblo, concretaron una hora para encontrarse de nuevo, ella tenía las señas del Registro de la Propiedad, y preguntando a la gente se dirigió al gran portal de piedra que antiguamente había sido un palacete y que ahora albergaba varias oficinas de carácter oficial. Indagó sobre la propiedad de la casa de Los Ijares, y le hicieron copia previo pago, de quién eran los dueños, y de las cuestiones relacionadas con el supuesto impago de la contribución. Era cierto, se debían dos años de contribución, que, con las demoras del pago, subían a un buen pico. Con esa información, subió de nuevo al pueblo, trató de enfrentarse al alcalde, y este, sabiendo que se informó por su cuenta de las cuestiones relacionadas con la casa, hizo un contrato fraudulento de compra venta, para presentarlo a un notario amigo de él. La casa de Agapita ahora, era propiedad de Flora Guirado.
Eso fue un duro golpe para Leonor, no podía luchar contra papeles oficiales refrendados por un notario, aunque ese fuera otro canalla, igual que don Joaquín. Sufrió mucho durante bastante tiempo, sin embargo, el hecho de que Fernanda la hubiera acogido en su casa como una más de la familia, le resultaba un auténtico alivio. “No quiero ni imaginarme que abría sido de mí, si no tuviera a esta, mi otra familia. ¡Te hecho tanto de menos mamá…!, pero no debes preocuparte, estoy en las mejores manos que pudieras imaginar, aquí, con Fernanda, Clementina y los perros soy feliz, tengo todo lo que necesito. Hace algún tiempo me vino la regla, Fernanda me explicó que eso es bueno, un paso más hacia la madurez, anota cada mes, en un calendario, cuando llega, y luego esconde el calendario en el cajón de la cómoda que tiene en su habitación. Se ha convertido en una gran amiga mía, estoy aprendiendo mucho acerca de remedios relacionados con la medicina natural, hasta me envía sola al monte donde se encuentran diferentes plantas, a fin y, de que yo las conozca en las diferentes fases de su floración, me explica las diferentes propiedades que tienen, como se tienen que combinar y en qué medida. Ya ves, tú hija se está convirtiendo en toda una experta herbolaria. Clementina es, mi hermana, debo decirlo así, porque es cierto, ella me lo cuenta todo. En el colegio le siguen llamando la Francesa, pero a ella no le importa, es muchísimo más aplicada que los demás niños, y hasta en ocasiones a la maestra, la hace rabiar, de algunas cosas, como por ejemplo de geografía, creo que sabe mucho más que ella. Bueno mamá, hasta mañana. Te quiero mucho, buenas noches.
Esas eran conversaciones que a menudo tenía Leonor con su madre muerta, Clementina las escuchaba con atención, y sacaba de ellas buenas lecciones. En el silencio de la noche, y musitando en voz baja, era fácil oír a la joven, que sin duda, hubiera querido tener en voz alta con su madre.
El otoño de nuevo, se dejaba sentir con fuerza, los vientos y lluvias que castigaban la zona, durante un mes convirtieron aquel lugar, en una de tumba natural para los más viejos, el médico visitaba más frecuentemente que nunca el lugar. El ayuntamiento hacía las veces de consultorio, una pequeña habitación de la planta baja servía de salita de espera, mientras que otra, mucho más reducida, con una pequeña mesa camilla y los aparatos que traía consigo el doctor era el consultorio. Una pequeña ventana que daba al exterior, y dos sillas plegables de madera, complementaban el resto de aquel lugar, dedicado al dios (dioses), de la medicina moderna.
Fernanda se enteró de lo que quería hacer Leonor, y la reprendió por ello
-¿No sabes que te puedes meter en buen lío?, deja ya esta historia Leonor, no vale la pena, sé que es injusto, pero no vas a poder hacer nada delante de documentos, aunque sean falsos. Siempre tendrá más peso lo que digan ellos, que lo que tú puedas mostrar, lamentablemente es así, piensa en vivir ahora de un modo diferente, ¿Qué arias tú en esta casa sola? Amargarte la vida, y hacer que los recuerdos, fueran haciendo mella en tú ánimo.
-Tienes razón Fernanda, además, no sé que haría fuera esta casa. Os quiero mucho, y mi hermana Clementina me echaría de menos.
Alguien en este instante, llamó a la puerta a pesar de que estaba abierta para todo el que quisiera entrar en la casa. Era la madre de Leonor, Fernanda vio que era ella apartando un poco las cortinillas de la cocina que daban a la calle.
-Leonor, separa estas flores que hay sobre la mesa de los tallos, tenemos que prepararlas, ten cuidado por favor, no deben romperse, ahora vuelvo.
Se acercó hasta la puerta y preguntó por su hija Ursula, estaba sola en una casa que se le caía encima. Solamente cocinaba algo para mantenerse con vida, lo demás, lo había perdido todo, su aspecto, mostraba a una mujer relativamente joven, vencida por el tiempo y las circunstancias. Quería saber si su hija Ursula estaba bien y había tenido un buen parto, esta salió a la puerta con un niño en brazos, un niño precioso, regordete y muy activo, que se revolvía entre los brazos de su madre.
-Hola hija, ¿Qué tal ha ido todo?, que niño más rico, me lo dejas coger verdad?.
-No mamá, acaba de mamar y estoy esperando a que haga el eructo. ¿A qué viene este interés por mí? Hace tan solo unas semanas atrás, no te preocupaba lo más mínimo, y ahora de pronto, te presentas aquí en plan abuela tierna. No te entiendo, no creo que seas merecedora de mis simpatías, después de saber lo mis hermanos han hecho conmigo, y dicho sea de paso, contigo. Te anularon como madre y ahora pretendes ser una buena abuela.
-Tienes razón hija, pero es que ya no tengo ningún motivo por el cual vivir. Al final Miguel se ha ido del pueblo, dice que aquí, parece que le hayan echado una maldición y se ha marchado a trabajar a no sé donde, ingrato, egoísta, ruin. Se ha levado el poco dinero que había en casa, solo me quedan unas legumbres y leña para este invierno, además de Mirón, que el pobre ya empieza a pasar hambre también.
-¿Es eso lo que te trae por aquí, el hambre y la soledad? Mamá, todos segamos lo que sembramos ¿recuerdas?, siempre me decías esto cuando al principio, me negaba a acostarme con mis hermanos. Jamás he visto de forma tan cierta, como este dicho, se hace verdad en ti, en este caso.
Fernanda desde el principio, de la conversación, se había retirado a sus quehaceres en la cocina. Forzosamente seguía la conversación de las dos mujeres, hablaban en la entrada pero muy cerca de la cocina. Aplaudía el modo como planteaba Ursula la conversación, ahora quedaba en su mano el decidir qué hacer, ante su decisión, ella no tendría nada que objetar.
-Mira mamá, si decido volver a casa, me quedo aquí o marcho a otro lugar, te lo aré saber, no te preocupes, entretanto, mi prioridad es mi hijo Salvador, él me necesita más que nadie en el mundo.
-Está bien, piensa que en casa siempre serás bien recibida. En realidad, te necesito, ya no se trata de los niños, te necesito para seguir viviendo. Aunque este no sea el lugar apropiado quiero que sepas que… siento profundamente lo que tus hermanos te hicieron.
-No, no, te equivocas. Deberías añadir, lo que todos te hemos hecho en casa, tú tienes la mayor parte de responsabilidad, tenías que haberme defendido de ellos aunque en ello te hubiera ido la vida. Ese es el papel de una madre, no solo abrirse de piernas para que te engendren, ni tampoco, el parir como es debido. Defender a sus hijos es lo más importante. Yo también he nacido en ese pueblo igual que tú, y no puedo entender tú papel de madre para conmigo. Me pregunto… ¿Qué habría pasado si en lugar de escogerme a mí, te hubieran elegido a ti?.
-Lo habría preferido un millón de veces, te lo juro.
-Bueno, pues mira por donde no fue así, me han zarandeado a base de bien desde que tuve mi primera regla, y tú ahí, de espectadora. Lo dicho mamá, ya te diré algo, aunque mañana, subiré a tú casa para aprovisionarte un poco, de comida y a limpiar.
Así quedaron las cosas, cuando Ursula entró en la cocina y se sentó cerca del fuego, buscó la figura de Fernanda, esperaba ver en ella alguna dirección, orientación, indicativo, algo que le manifestara que estaba actuando bien, o si tomaba alguna decisión respecto a su madre, si sería bien recibida por esta familia. Pero Fernanda estaba absorta en su labor, quizás era una fórmula nueva, o probablemente tomó la decisión de no intervenir en absoluto, sería lo apropiado, cada persona tiene sus prioridades y pensamientos, y ella lejos de querer ser una Elena Francis, se tenía que concentrar en esa hermosa chiquilla, Clementina, que tenía como labor principal, ocuparse de que la puerta de la casa, estuviera siempre llena de flores. Le permitía hacer cambios en la ornamentación del portal, y hasta llegó el momento, en el que Clementina misma no dejaba que nadie se acercara a aquellas plantas, salvo que ella lo permitiera.
Un día, Justa se acercó con las amigas de siempre, y pretendió arrancar unos lirios que crecían ufanos en medio del parterre, la mujer abierta de piernas, estaba haciendo fuerza para arrancarlos con sus cebollas, por el portal apareció Clementina, con una vara de bambú que tenía con otras junto a la puerta, para usarlas como tutores de las plantas pequeñas que ponía, no lo pensó dos veces, le arreó dos golpes de vara en las manos a la ladrona, mientras gritaba “¡Al ladrón, al ladrón!”, la mujer calló de culo en el suelo de barro, con las manos metidas entre los sobacos, doliéndose de los palos que recibió.
-¡Niña, tú estás loca!. Sacádmela de encima que me va a matar.
Clementina, se quedó de pié delante de ella con los brazos en jarras, sujetando la vara de bambú, mirándola con cara espartana, sin temer por los gritos que daba, ni por los insultos que sus dos amigas al otro lado de la carretera le lanzaban.
-Ayúdame a levantarme, vas a ver tú cuando vea al alcalde… te van a encerrar en un reformatorio. Eres una puta bruja igual que tú madre, os tendrían que quemar a las dos.
Clementina puso la caña en ristre, parecía que fuera a atacarla otra vez, mientras Justa se arrastraba sentada sobre sus posaderas hacia atrás, con medio cuerpo lleno de barro, incluidos los codos que le servían para tirar de los noventa kilos que pesaba doña Justa. Gritaba como poseída por el demonio, mientras que las dos amigas al otro lado de la carretera con las manos en la cabeza, no tenían ni ánimos para gritar.
-No vuelva por aquí, ladrona, que es usted una ladrona, guárdese de tocar mis flores, críe usted las suyas. Es usted un mal bicho, la próxima vez estaré esperándola, conozco su olor.
Este incidente fue lo suficientemente traumático, para que abandonara definitivamente, sus intentos futuros de acercarse al portal de las flores. La casa de Fernanda, tenía una magia especial que cautivaba a la gente, pero eran los dominios de Clementina, estaba al cargo de esta parcela especial que llenaba su vida, las plantas y las flores, marcaban la barrera entre lo racional y el sueño de cualquier niño, cualquier niño que estuviera educado en vigilar a la naturaleza y aprender de ella.
En la cocina, Fernanda, oyó todo el barullo que se formó en la calle, sin embargo no dio ni un paso, para salir a poner un poco de paz y concordia, entre la visitante furtiva y la vigilante de aquel pequeño reino, Clementina. Nadie se percató, en el hecho de que Fernanda, llevaba un tiempo sentándose en la cocina, para llevar a cabo sus quehaceres en materia de trabajo con las plantas, los movimientos continuos que habían en la casa impedían ver lo más obvio, Fernanda por no se sabe qué razón, no podía mantenerse en pié más allá de diez o quince minutos, incluso en este tiempo, parecía sufrir, hasta que en un momento determinado, no podía levantarse de la silla. La estaba atacando, y sin piedad, la esclerosis múltiple, al principio eran solo determinados síntomas que le hacían presagiar, lo que después se confirmaría de manera definitiva. El cansancio casi repentino, la falta de coordinación en sus extremidades, un poco de sordera, se volvían a repetir aquellos capítulos que hacía años arrastraba, con la diferencia de que ahora eran más intensos, los temblores en las manos, eso era quizás, una de las cosas que más la aturdían, lo peor de todo era que no tenía entre sus muchas soluciones a pequeñas enfermedades, nada que pudiera combatir esa.
Fue Leonor, su ayudante, la que se apercibió de todo eso, pero no quería exagerar lo que desconocía. Su idea fue pues, esperar acontecimientos del mismo modo que lo hacía su maestra, aunque en un momento determinado en el que Fernanda no se podía valer, para sus labores de herbolaria, cogió por banda a Clementina, y le hizo saber que su madre no se encontraba bien, que había que ayudarla más que lo estaban haciendo hasta ahora, Clementina se asustó, pero no dijo nada, solo asintió lo que su hermana le dijo y solo preguntó
-¿Cómo se la puede ayudar más?.
-Tratando de quitarle trabajo. Tenemos que redoblar esfuerzos para que no deje de hacer lo que hace, forma parte de su vida ayudar a los demás, pero tenemos que buscar el modo de anticiparnos a ella. Si quiere ir al campo a buscar determinadas raíces, o flores y plantas, nos ofrecemos nosotras para hacerlo, si quiere cocer algo para extraer aceites y ünguentos lo aremos nosotras, pero con mucho cuidado para que no se vea desplazada de su labor. Si dijera que porqué hacemos todo eso, le contestamos, que la razón, es que queremos aprender todos los secretos de la herboristería.
-De acuerdo Leonor, vamos a hacerlo como tú dices. ¿A partir de cuándo llevamos a cabo este plan?.
-A partir de mañana, no podemos demorarnos más. Cada día es vital para su salud, no hay que alarmarse, pero a lo mejor, lo vivido en este último año, le está pasando factura. Ya sabes cómo es tu madre, siempre pensando en los demás y ella, se queda siempre al margen de su propia salud. Tenemos que coger el relevo pequeñaja, sé que puedo confiar en ti, porque sin tú ayuda no podría hacer nada.
Mientras tanto, en mitad del duro invierno, cuando todo se queda quieto, cuando las personas no tienen ganas más que de estar en casa, calentando sus carnes al lado del fuego, o de la estufa de leña, las flores de la puerta de Fernanda florecían como si fuera plena primavera.
Elías, el encargado de correos, se acercó un día a casa de Fernanda, para recoger un pedido que iba destinado a la capital, no estaba nada bien el hombre, tosía de un modo muy raro, sudaba en mitad del invierno sin ir demasiado abrigado, y además, vacilaba al andar.
-Elías no está usted para pasearse con estos fríos, venga un momento.
Le sirvió un caldo caliente, y el hombre cogió el tazón como si de un tesoro se tratara, fue dando pequeños sorbos, estaba muy caliente, Fernanda sacó un termómetro de un armario pequeño, donde guardaba algunas cosas de primeros auxilios, y le dijo que se lo pusiera bajo el sobaco, Elías tenía una temperatura de treinta y nueve grados y medio, cuando Fernanda leyó eso en el mercurio…
-Me va usted a hacer el favor de volver, cuando termine el caldo, de volver a su casa y meterse en cama. Y no me venga con que necesita ir a Estrecha de la Sierra, todo el mundo tiene derecho de ponerse enfermo, y ahora usted lo está. Que pongan un sustituto, aunque sea por unos días, de modo que ya me ha oído.
Elías sonrió a la mujer, era la primera vez en su vida que alguien se preocupaba por él de esa manera.
-¿Me puedo quedar un rato con ustedes? ¡Se está tan bien aquí…!
-Claro hombre, ¿por qué no?, siéntase como en su casa, pero después ya sabe…
-De acuerdo, la verdad es que no tengo demasiadas fuerzas para hacer nada más, que estar en cama, ¡si por lo menos tuviera a alguien a quién querer, y poder compartir con ella mis problemas e ilusiones..! Yo de joven, era una persona con muchas inquietudes ¿sabe usted?, de hecho, la casa donde vivo la construí yo mismo, con ayuda de un primo mío que es ingeniero de puentes y caminos, la construí con la ilusión de vivir y casarme, con una muchacha que era un tesoro. Se llamaba Josefa, pero era lo más hermoso que se pudiera imaginar. No crea usted, que uno también hacía gozo en este tiempo… pero sus padres se separaron y no quisieron saber nada de la niña, de modo que se fue a vivir con unos tíos suyos que vivían en Antequera. Un día ni corto ni perezoso, cogí un autobús en Estrecha y me acerqué a verla, porque durante un tiempo me siguió escribiendo, y cuando llegué allí… se había casado con un guardia civil. Si lo hubiera visto, Fernanda, el tío sería una bellísima persona, no lo sé, lo vi de lejos, pero le juro que era un palo con bigotes y tricornio, seco como la mojama. Hasta pensé, que era una broma de mal gusto que me estaba gastando la vida, no había para menos, ¡si hubiera conocido a Josefa, hubiera pensado igual!. Y ahí termino mi búsqueda del amor, ¿Qué le parece, estúpido no?. Pues así fue el asunto, desde entonces he soñado con ella todos los días de mi vida. Vaya tostón les estoy dando…, usted que tiene tantas cosas que hacer siempre.
-Vamos hombre, es un placer oírlo hablar, no se escuchan historias tan bonitas por estos pagos. Ahora volviendo un poco al tema que nos ocupa, mire, se va a tomar cada día, tres cucharaditas de café de este jarabe, una por la mañana, otra por el mediodía y otra por la noche antes de acostarse. Mañana, si le parece bien, pasaré por su casa con Clementina, y le traeré un par de cosas más que ya tengo preparadas, pero antes de dárselas quiero verlo, ¿de acuerdo?.
El hombre asintió, parecía más ágil, quizás fuera el caldo suculento que le sirvió, o el simple hecho de haber hablado con aquella familia, de una inquietud que durante gran parte de su vida le había robado el sueño.
-Muchas gracias señora Fernanda, no se cómo le puedo agradecer esto, son todas ustedes como un jardín en mitad del desierto. Les estoy muy agradecido.
-No olvide una cosa, no hace falta que me hable de usted, casi somos de la misma quinta, además a estas alturas de la vida, nos podemos procurar pequeñas satisfacciones, y para mí, esta sería una de ellas.
-Por mi parte, no hay problema. Problema lo tendrán más de cuatro, si nos oyen hablando por la calle, pero ¿sabes qué? que se jodan. Huy perdón, se me ha escapado, disculpa Fernanda.
Para este hombre sencillo, aquello era todo un lujo, en el fondo lo deseaba, pero está claro que en determinadas circunstancias y lugares crear un vínculo de amistad con una mujer, podía ser peligroso, de cara a la galería. Ambos estaban seguros de que aquello iba a traer cola en el pueblo, pero los dos eran personas mayores, que no le debían explicaciones a nadie, salvo a ellos.
Al cabo de un par de semanas el tratamiento terminó, entretanto hablaron de un montón de cosas, de música, de lectura, de afinidades respecto a costumbres y razas, a lugares que cada uno quisiera visitar. Cuestiones interesantes de la vida, que forma el carácter de cada cual, que intervienen en nuestro trato con los demás, eso lo vigilaba muy mucho Fernanda. El pasar por alto estos pequeños detalles puede hacer que quedemos empequeñecidos humanamente, y ella era una gran humanista, estaba enferma y sabía que su enfermedad, la estaba entumeciendo hasta el punto, de no poder dormir muchas noches, el dolor y la propia torpeza con que se movía, ahora, la hacían dudar de lo inútil que podría llegar a ser. Pero aun así, siempre pensaba en los demás, siempre anteponiendo los intereses ajenos, a los suyos propios, incansable, no hacía más que “ayudar a los suyos” como ella misma los definía, y esos suyos eran la gente del pueblo. Era maternalista hasta la médula, igual que en cualquier casa puede haber, hijos un tanto rebeldes, que ignoren a la madre y sus consejos, Fernanda sentía que debía estar encima de aquellas pocas gentes del pueblo, aunque ellos la ignorasen, o se revelaran ante su ayuda.
Se celebró en casa de Fernanda, el cumpleaños de Clementina, cumplía quince, y fue entonces, cuando Fernanda empezó a ver los frutos de todo su trabajo. La casa, se llenó de gente, bueno, de gente a los que consideraban sus amigos, de manera mutua. Al decir que la casa se llenó de gente, nos referimos a los que ya vivían allí, Ursula que había resuelto volver con su madre, con su hijo pequeño Salvador y quién llevaba siempre al hijo mayor de esta de la mano, y Elías que se convirtió en un buen amigo de la familia. La perrita Poli, también estaba presente, los otros perros andaban por ahí ajenos al acontecimiento, pero ella no, presintió que allí se cocía algo grande, y quiso ser partícipe de ello, de manera que allí en su cesto, (que ya era el tercero, porque los cachorros, cuando lo eran, habían dado buena cuenta de los otros dos) esperaba atenta para ver que era aquello que se celebraba allí.
Se abrieron los regalos, Fernanda, su madre, le regaló una colcha confeccionada de retales de piel, era de varios colores, y dicho sea de paso, pesaba bastante, pero era dulce y calentita. Su madre cada noche, se dedicó en el silencio de su habitación, a ir ensamblando los retales, hasta componer aquella fantástica colcha. Elías trajo del pueblo vecino, un gran trozo de papel de regalo, donde Fernanda envolvió el regalo. El cartero a su vez, le regaló una pluma estilográfica, en una caja de madera con su nombre grabado encima, y un pequeño cuaderno en el que se leía Diario, estaba decorado con un paisaje de montaña que se había adherido a la tapa, y que él mismo pintó a varios colores de tintas. El regalo de su hermana Leonor, consistió en un estuche de cuero fino, con peine de cuerno, cepillo para el cabello y dos prendedores diferentes con motivos florales. Ursula y su madre, la obsequiaron con un gran jamón de cerda que pesaba alrededor de diez kilos, ese fue más difícil de envolver, por ello dijeron que lo traían para la celebración.
Clementina, no cabía en sí de gozo, más que por los regalos que recibió, por ver que los seres a quién quería y consideraba sus amigos, todos juntos, celebrando el paso adelante de esa nueva era para ella
-No tengo palabas ahora mismo, para describiros la felicidad que siento, siento como si de pronto, me llegara una ola de gozo. Todos los que estáis aquí conmigo, celebrando este cumpleaños, sois el testigo de que esta mujer, (dirigiéndose a su madre), me ha enseñado lo que es la convivencia, la armonía, la unidad, entre personas tan dispares como se supone que somos los humanos.
Todos aplaudieron, incluso el pequeño Miguel, que sin saber a ciencia cierta que era aquella reunión, chocaba torpemente las manos una contra la otra riendo. Eran las tres de la tarde y ahora tocaba comer, una gran fuente de migas con todos los aderezos propios de montaña, apareció recién sacada del fuego. También se sirvieron cabezas de ajo asadas al fuego, una gran ensalada, y un gran paté de setas hecho en el horno, todo se puso a la vez sobre la mesa para que cada cual se sirviera como quisiera.
Cuando en la sobremesa, todos con la barriga llena, hablaban y reían, alguien llamó a la puerta, Leonor sacó las piernas del banco y fue a abrir. Se oían cuchicheos fuera, pero nadie se levantó
-¿Quién es Leonor? -preguntó Clementina-
-Nada, tranquila que no pasa nada, ya entro.
Entonces, apareció Anselmo Buenafuente con una caja enorme, todos se quedaron mirando como si vieran una aparición. Se hizo lugar en la mesa para la caja de cartón, Anselmo solo dijo
-Felicidades Clementina. Buenas tardes a todos.
-Bueno, vamos a ver que esto…
Leonor levantó la caja, sobre una superficie de madera cubierta con un mantel de papel, apareció una enorme tarta. Tenía de todo lo imaginable, frutos secos troceados todo alrededor, nata, chocolate, fresas, frutos del bosque, y pintado con azúcar de vainilla… “Feliz cumpleaños tesoro”. Se miraron unos a otros, sorprendidos, menos Fernanda y Leonor. Se hacía patente que habían sido ellas dos, las que tramaron esta sorpresa, Clementina se lanzó a los brazos de su madre llorando y luego buscó los de su hermana Leonor, ésta también llorando, se abrazó a ella atenazándola con sus fuertes brazos, y besándola en la cara, el cuello, las orejas… toda ella quedó cubierta de besos. Con los anversos de las manos, se limpiaron las lágrimas de felicidad…
-Venga tonta, no me hagas llorar, que este es un día de felicidad, es tú día. Disfrútalo y corta la tarta.
Justo cuando terminó el invierno, a principios de mayo, don Joaquin y Flora, su amante, dejaron el pueblo, el alcalde se llevó de las arcas municipales el poco dinero que había, la casa que antes fue de Agapita y Leonor se puso a la venta, se empezaba a expandir el turismo de la zona, y seis meses después la compró una familia de Valladolid, para pasar allí las vacaciones. Los Buenafuente marcharon de Los Ijares de la Sierra, nadie supo porqué razón, pero de la noche a la mañana, llegó al lugar un camión que cargó a los animales que tenían, en otro más pequeño se llevaron sus cosas y desaparecieron. Su casa fue puesta a la venta, pero no la pudieron vender porque hacían falta muchas reformas en su interior, el tejado estaba a punto de ceder por falta de mantenimiento, el envigado estaba podrido. En el plazo de un año más, el pueblo se quedó vacío, los viejos morían, Fernanda estaba ya muy limitada, tanto que su oído casi dejó de funcionar, al mismo tiempo, sus articulaciones no le permitían moverse. Clementina y Leonor insistieron en que la viera un médico, vaya paradoja, ella que se había dedicado a curar de un modo u otro a la gente con su excelente medicina, ahora tenía que ponerse en manos de un médico. ¡¡Ni hablar!!.
Sus huesos se calentaban al sol del verano, con un sombrero de paja de los que usan los segadores, allí, frente a la puerta de su casa, se entretenía viendo pasar a unos cuantos coches que iban camino, al Parador de las Puntas. En la tarde del 19 de Julio de 1960, murió sentada entre sus queridas flores, con un ramillete de rosas pitiminí, blancas amarillas y rojas entre sus manos. Cuando volvían de darse un baño en el rio Leonor y Clementina, y la saludaron desde lejos sin ver ninguna reacción, corrieron como galgos hasta el balancín, ya estaba muerta. Con los ojos entornados, las flores en el regazo y un brazo colgando fuera del asiento, se quedó, la cabeza le colgaba hacia adelante, y la brisa se llevó el sombrero, que rodaba carretera arriba como si buscara un nuevo destino.
Elías las ayudó a cavar la fosa, pero él quiso que se le enterrara en ataúd, de forma que tan pronto se enteró de su muerte, ayudó a las dos mujeres a entrar el cuerpo en la casa, después de eso marchó con lágrimas en los ojos, a construir uno, recogió tablas de pino que alisó, claveteó y ensambló, luego, con la ayuda de Mirón, la transportó hasta la casa de Fernanda. Desde allí, los tres y Mirón, fueron hasta el cementerio para el entierro, descargaron no sin esfuerzo el ataúd y el animal volvió de nuevo al corral de Elías solo, se conocía el camino. Unos meses antes de todo esto, la madre de Ursula, murió, y esta marchó a la capital a servir a casa de una gente bien. Le dijeron a Elías si quería el mulo, y éste no lo despreció, algún servicio le haría, vaya si le hizo servicio… aunque jamás hubiese querido que fuera para esa circunstancia. El año anterior sí que lo utilizó bien, además Mirón era un animal dócil, parecía anticiparse a lo que el dueño quería qué hiciese, a la hora de cargar la leña, o subir hasta el Parador, donde Elías tenía un amigo que lo aprovisionaba de gasoil para su coche, con solo ver que le cargaba en las alforjas las dos latas de 25 litros, sabía dónde tenía que ir. Hubiese podido acercarse con el coche a hacer este menester, pero a Elías le gustaba montarlo y darse un paseo, además para hacer más corto el camino, cogían atajos que Mirón conocía a la perfección.
Los tres agarrados juntos, una a cada lado de Elías, sujetado a este por la cintura y él a su vez como si fuera una gallina clueca, sujetando los hombros de las dos mujeres… bajo un cielo gris que amenazaba lluvia, de hecho, ya empezaba ese calabobos, que parece que no te moje y te cala hasta los huesos, si no vas bien preparado. Bajaron después del trance hacia el pueblo, ahora ya, pueblo fantasma, donde dicen, viven eternamente, los espíritus de aquellos que lo habitaron, si más no, los que murieron en circunstancias dudosas, o fueron lapidados tras paredes, pero… que va, allí no había nada de todo eso. En Los Ijares, no había ni iglesia, otra cosa hubiese sido si, la iglesia fuera grande o junto a ella hubiera habido un convento, que en otras partes del país, si que se encontraron cuerpos de monjas momificados, y embarazadas que estaban muchas de las encontradas, pero en el pueblo, no tenía por qué haber espíritus vagando arriba y abajo.
Llegaron a la casa, y Poli, la perrita las miró con cara de circunstancias, muchas personas dicen que no, pero si, los perros saben perfectamente, o por lo menos perciben cuando las cosas no van bien dentro de una casa, perciben un clima diferente, está muy claro que esto es así, tienen sentidos desarrollados que nosotros no podemos ni imaginar, empezando por el olfato. Pues bien, Poli seguro que ya había estado recorriendo la casa en busca de su ama, pero sin éxito, y eso le causó esta especie de nerviosismo que notaron los tres al entrar. Tres días enteros se pasó sin comer ni beber, quizá sin beber no, cuando salía a la calle a hacer sus necesidades, a lo mejor lamería alguno de los charcos de agua, que quedaban a los lados de la carretera, el resto de estos tres días, se lo pasó delante de la puerta de la habitación de Fernanda, estirada, con la cabeza apoyada sobre sus patas delanteras.
Al tercer día, Clementina pasó los brazos bajo el cuerpo de Poli, esta se quejó pero accedió a ir con ella, la bajó a la cocina, y allí le ofreció unos bocados de gallina cocida con un poco de arroz, lo olió con desdén, se dio la vuelta y volvió a subir las escaleras, para instalarse de nuevo en la puerta de Fernanda. Cuando las dos mujeres subieron a dormir, le pasaron la mano por el lomo, Poli con los ojos abiertos pasó del saludo “¿Dónde estará mi dueña? Al final tendré que ir a buscara, hace días que no aparece por aquí”. Con algo de tipo reumático que parecía afectarle, y que se notaba especialmente cuando subía y bajaba las escaleras, hizo justamente eso, en mitad de la noche salió a buscar a Fernanda, y la encontró, se recostó sobre la tumba donde yacía su dueña, y se durmió al relente de la noche.
Las mujeres se alegraron al despertar y ver que no estaba en el pasillo, bajaron a la cocina, pero Poli no estaba allí, sin dar mayor importancia, pensaron que habría tenido necesidad de salir afuera, pero conforme fue avanzando el día se alarmaron un poco, Leonor se acercó a casa de Joaquín para preguntar si la había visto merodear, él contestó que no
-¿Dónde se debe haber metido esta tozuda? Lleva tres días sin comer Joaquín, a esta perra le pasa algo.
-Sí que le pasa si, lo que tiene es, que echa en falta a Fernanda, nada más. No te preocupes demasiado, los animales son impredecibles, cuando esperas que hagan una cosa no la hacen, y cuando esperas que estén en un lugar están en otro, tienen su propio método para todo. Vuelve a casa y espera, en el momento menos pensado aparecerá por allí.
Eso hizo, volver a casa, y trabajar un poco, porque todavía no estaba a pleno rendimiento, se encontró a Clementina atizando las brasas del día anterior, se prepararon un poco de desayuno y se pusieron casi en silencio absoluto a seleccionar plantas recogidas días atrás. El trabajo anima a la gente, y en esas circunstancias necesitaban ocupaban tener el tiempo ocupado, que mejor que hacerlo, en aquello que las dos conocían bien. Así pasaron el viernes, que igual hubiera podido ser domingo o lunes, las rutinas, buenas pero al fin y al cabo rutinas enriquecen.
El sábado, decidieron ir al cementerio a poner una lápida de piedra, sobre la tumba de Fernanda. Joaquín encontró en el monte una losa, que recortó con una piqueta y en la que había grabado con un buril el nombre de Fernanda, una pequeña leyenda debajo decía:”Nunca morirás en nuestros corazones”. Con el beneplácito de Clementina, y sin fechas ni cruces, de nuevo con Mirón se dirigieron al cementerio, Clementina llevaba sobre el brazo, un gran ramo de flores silvestres de temporada. Llegados a la verja que circundaba el lugar y desde lejos vieron a Poli.
-¡Poli cariño, ven aquí, vamos, ven…! ¿Qué es lo que le pasa ahora?.
El que habló ahora era Joaquín
-No la llames más Clementina, no te oye, ha muerto, ha estado esperando a su dueña y cuando vio que no venía, salió a buscarla para morir a su lado. No hubierais podido evitarlo.
Efectivamente, Clementina saltó la valla en lugar de abrirla, fue corriendo y allí estaba, dormida pero en la muerte, con el cuerpo medio enterrado a causa de la lluvia y el barro, que la había hundido en el terreno. Con la cabeza reposando sobre la parte alta de la tumba, donde estaba la cabeza de su madre. Sin poder evitarlo, Clementina levantó la cabeza al cielo y apretando los puños con los brazos ligeramente separados del cuerpo exclamó un grito, quien sabe si de impotencia, rabia, dolor o todo a la vez. “¡¡Haaaaaaaaaa!!”. Cayó de rodillas al suelo, hundiéndose parte de las rodillas en él, hasta se rasgó el vestido para dejar su torso desnudo bajo la fina lluvia. Leonor abrió la portezuela de hierro y acudió en su auxilio, se sacó la chaqueta de paño y se la puso encima, entonces Clementina se dejó caer sobre la tumba de su madre, dos grandes losas de piedra roja tapaban la tierra de su lugar de descanso.
Joaquín, sujetando a Mirón, no hizo más que sujetar al mulo, mientras, esperaba alguna señal que le dijera que tenía el campo libre, para hacer aquello que a él más le importaba, poner la lápida en la tumba de Fernanda. Finalmente Leonor, consiguió levantar del suelo mojado a Clementina, pasaron al lado de Joaquín y Leonor le susurró
-Me la llevo a casa.
-Si claro, va a ser lo mejor. Yo me encargo de todo lo demás, no te preocupes, puedo solo.
Descendieron por el maltrecho camino, lleno de charcos y maleza que la tormenta dejó a su paso. Cuando hubieron desaparecido de la vista de Joaquín, este acercó a Mirón hasta donde descansaba Fernanda y descargó la losa, de hecho la dejó caer por uno de los lados del lomo de Mirón, mientras este estaba parado, sin que sus viejas pero fuertes patas todavía, cedieran ante el peso que soportaban. Antes de eso, Joaquín cavó una hendidura en la cabecera de la tumba, y colocó no sin esfuerzo, la piedra de pié en ella, luego la cubrió de barro más que con tierra, para afianzarla al lugar donde quedaría para siempre, y la acuñó con piedras de modo que la más terrible de las lluvias, pudiera llevársela de su sitio. Mirón como otras veces estaba de vuelta al establo, cuando Joaquín terminó, excavó a los pies de ella, un gran hoyo para enterrar a Poli, terminado el proceso, se puso en la cabecera de la tumba y comenzó a hablar con Fernanda.
-Ya sabes que no soy hombre de muchas palabras, pero siempre lamentaré no haberte dicho, que llegué a quererte mucho, soy un imbécil por no haberlo hecho. Por otra parte, no sé que hubieras podido pensar de mí si lo hubiera hecho, nunca he sido una persona resuelta para según que cosas, al principio fue admiración lo que vi en ti, pero con el paso del tiempo, me he dado cuenta que eres una persona única. El portal de las flores… ¡como me habría gustado formar parte de una de esas plantas regadas por tú mano!.
Al volver a su casa y pasar delante del portal de las flores, paró un momento, no sabía muy bien si entrar o no en la casa, se quedó delante de la puerta dubitativo unos instantes, luego siguió hasta la suya, necesitaba llorar, dar rienda suelta a la amalgama de sentimientos que lo atenazaban por dentro. Eso hizo, llorar como un nicho chico cuando le niegan algo, como alguien a quien se le ha negado a oportunidad, de acercarse a los reyes magos para dejar su carta de deseos.
En todo el tiempo que vivió Joaquín en el pueblo, ni un solo día faltaron flores frescas, en la argolla que hizo taladrando la piedra por dos lugares diferentes, se veían puestas flores. Al siguiente verano, unos turistas, se acercaron a diferentes partes del pueblo para hacer fotos, un par de familias se acercaron al cementerio, habían comprado una de las casas que se vendían por muy buen precio, al parecer uno de ellos era un aficionado a la fotografía, y si más entró en el cementerio, mientras que los chiquillos jugaban alrededor de las tumbas, las madres y otro hombre, estaban fuera charlando, entonces llegó Joaquín, cuando vio lo que estaban haciendo, se acercó corriendo hasta ellos…
-¿Qué están haciendo ustedes, no ven que esto es un cementerio?, que poca vergüenza, niños salid de ahí inmediatamente, que poco respeto tienen ustedes por las personas muertas… ¿Qué les parecería a ustedes que viniera gente, a bailar sobre sus cuerpos una vez muertos? Salgan de ahí volando si no quieren que los corra a palos. Aquí está enterrada mi esposa, y no me da la gana que nadie deshonre su lugar de descanso.
-¡Que mal genio tiene este señor…! vamos niños salid de ahí, no vaya a ser que haya riña por esta tontería.
-Venga, fuera de aquí todos, rediéz, gentuza sin sentimientos.
Protestando marcharon todos, cuando estaban algo lejos, se volvieron hacia Joaquín desafiantes, insultándolo y tachándolo de viejo loco. No se atrevieron a decírselo en la cara, eso es bastante común entre personas que saben, que no tienen ninguna razón, o que piensan que tienen que decir algo delante de los suyos, para hacerse los valientes, pero de lejos, claro está.
Clementina se había repuesto casi del todo, de la muerte de su madre, recalco casi, porque de la muerte de un ser querido, uno no se repone nunca, siempre quedan pequeñas cicatrices que a menudo vuelven a sangrar, cuando recuerdas vivencias que has tenido, y que puntualmente se repiten como todo a lo largo de la historia. A Leonor le tocó ser el soporte de su hermana pequeña, a veces se enfadaban y hasta en una ocasión de crispación, por culpa de la ausencia de su madre la echó de casa. Entonces, su refugio fue Joaquín, a quién tuvo que explicar, porqué tenía que pasar noche en su casa, pero como suele decirse, “la sangre no llegó al rio”, al siguiente día, Clementina llevó pan recién hecho a casa de Joaquín, y eso sirvió de pretexto para que se reconciliaran.
Benditas acciones estas, que hacen, que la convivencia entre las personas rebroten, y se fortalezcan.
Lo siguiente que iba a suceder en sus vidas las dejaría huérfanas casi del todo. Un hermano de Elías que vivía en Madrid, estaba muy enfermo, su sobrino se acercó a Los Ijares a comunicárselo, ante tal circunstancia, Elías no tuvo más remedio que ir a la capital, para ayudar en lo que pudiese, al resto de la familia. Nadie sabía que tenía determinados ahorros, que meticulosamente había ido guardando en la Banca de Correos, le había llegado la hora de dar pecuniariamente ayuda a su familia, una familia que por ser bastante numerosa, tendría que necesitar numerosa ayuda. Le dijo a su sobrino, que volviera al cabo de cinco días, para terminar de arreglar sus asuntos, luego marcharía con él.
-Pero Elías… ¿Cómo te vas a ir de aquí y nos vas a dejar, nosotras también somos tú familia no?. No lo puedo entender, nunca se han preocupado de ti, y ahora que les hace falta dinero se acuerdan de que existes…
Clementina estaba que se subía por las paredes, y Leonor pensó que le tocaría soportar un tormento, si era cierto que Joaquín marchaba.
-Elías, tú haz lo que tengas que hacer y no tengas en cuenta lo que te dice Clementina, al fin y al cabo, nos mantendremos en contacto ¿verdad?.
-¡Claro Leonor! ¿Cómo puedes dudarlo?, Pensaré en todas vosotras cada día de mi vida.
Se le acercó, y le dio un beso en la mejilla a Leonor, esta le respondió con otro. Era la segunda vez desde que se conocían que se daban un beso, el anterior fue en el funeral de Fernanda. ¡Y como se tuvo que contener ese día de no cogerlas, y estrecharlas contra él!
-Han apostado bien la familia de Elías, este hombre es todo bondad, sencillez, es honrado y sincero, ¿Qué se puede pedir más de una persona?.
-Sí, cierto, no les fallará nunca si decide irse con ellos, lo malo es que ya lo ha decidido, perdemos a una gran persona Leonor.
-Aunque no creo que lo perdamos, es lógico que tenga planes para su propia vida, todos los tenemos. Sin ir más lejos, nosotras tenemos planes de futuro, más o menos inmediatos lo que sucede es que a veces los desconocemos, vamos a remolque de las circunstancias de la vida y créeme, no podemos decir lo que aremos mañana. Es tan sencillo como eso, ¡si pudiéramos anticiparnos al tiempo…!
-Pues yo tengo muy claro, que nunca, nadie, jamás, me arrancará de esta tierra Leonor. Aquí está todo mi mundo, no quiero marchar nunca jamás de estas montañas, aquí está mi vida.
Leonor puso su mano sobre la boca de Clementina para añadir…
-El mundo es muy grande corazón, quizás hoy lo veas así, pero eso no significa que nada, ni nadie, pueda enseñarte una dimensión nueva. En estas montañas hay una vida, pero fuera de ellas hay otra que desconocemos, ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro?, es imposible saberlo.
-¿Quién cuidará de este lugar entonces si nosotras nos fuéramos?. Nadie, ya ves, se está quedando todo en ruinas.
-¿Acaso podemos nosotras evitarlo viviendo aquí? Cuantas casas demolidas… pero nosotras no somos constructoras, a veces no podemos construir, ni nuestros propios sueños. Hacemos pociones curativas y recomendamos hierbas que ayudan a la gente en sus dolencias, pero esto, lo podemos hacer aquí o en la otra punta del mundo, eso es lo menos importante. Lo importante es que vivamos como queremos hacerlo, y en cuanto a todo lo demás, queda en suspenso.
Leonor era de las dos, la más realista y capaz, estaba equipada de la lógica, que fortalece a las personas que por alguna circunstancia, quedan afectadas por mil conceptos diferentes de la vida. Aprovechaba los momentos de cada día, para hacer aquello que le parecía importante, no se sujetaba a ningún calendario que le marcara, lo que tenía, o no que hacer. Clementina por su parte, no podía evitar ser más sentimental, estaba más arraigada a todo aquello que le rodeaba, incluso pensaba, que si se fuera a vivir a otro lugar, no podría preparar los fármacos naturales que empezaban a hacer famosa a “La Puerta de las Flores”. Como si con ese nombre no pudiera comenzar otra vida fuera de allí.
Finalmente sucedió lo inevitable, las inquietudes de Leonor, la llevaron a dar el paso de dejar el pueblo de Los Ijares, no marchaba a ningún lugar concreto, quizás fuera eso lo que la hizo que dejara casi todo lo que tenía en casa de Clementina, preparó una gran bolsa de cuero con sus vestidos y cuatro detalles más, que le harían falta en su viaje a alguna parte, y curiosamente, la fue llenando poco a poco, cada día ponía en ella un par de cosas más. Parecía como si no quisiera que Clementina se diera cuenta de su partida, o probablemente le doliera dejarla en aquel cementerio de vidas y muertes, su espíritu inquieto le decía, que ahora era el momento de coger el camino del Parador Nacional de Las Puntas, de allí salía un autobús cada tres días para bajar a gente a la ciudad. Este, la llevaría más o menos lejos del pueblo, no lo sabía, pero el caso es, que necesitaba salir de allí, o escapar, no lo sabía a ciencia cierta.
-Hermana, tengo una inquietud que quiero que conozcas, ¿Cómo voy a saber dónde estás?, no tengo ninguna dirección o referencia de dónde vas a ir a parar y eso me llena de dudas…
-No te preocupes Clementina, más pronto de lo que imaginas, vas a saber de mi. ¿Cómo puedes pensar que te voy a dejar al margen de mis andanzas? Te voy a escribir cada día, lo juro, y donde quiera que esté, allí estarás tú, no te preocupes. No olvides que nuestro corazón late unido, que es gracias a una de las dos que sobrevive la otra.
Cuando salió por la puerta, le dio dos besos, y se estrecharon meciéndose de un lado a otro. Luego cogió la bolsa, y se echó a andar carretera arriba, descendiendo por un pequeño sendero a la izquierda de la salida del pueblo, que le iba a ahorrar unos buenos kilómetros hasta el parador, el autobús salía a las seis de la tarde. Antes de perderse de vista, se enviaron un beso, que el viento se ocupó de transportar.
El correo lo traía un hombre de mediana edad, Jerónimo, era exageradamente alto, rayaba los dos metros de altura, con aspecto de persona bondadosa, que jamás se permitió tutearla, serio, pero más por el cargo que ocupaba que otra cosa, los carteros estaban bien considerados, y él no lo era menos cuando la gente lo veía salir del Renault que tenía, y abría el portón trasero del coche para echarse a la espalda el maletón, un contenedor de todo tipo de envíos, que era esperado cada día en determinados puntos, para dejar la correspondencia que legaba de todas partes del mundo. A la gente de los pueblos les llegaban cartas, postales y giros postales con dinero, de sus parientes en Alemania, Bélgica, Suiza y otros sitios más o menos lejanos. Eran de padres y familias que vivían en estos sitios, y que iban contratados desde España, para trabajar como obreros de la construcción, picapedreros o mil oficios más, que los nativos de esos países, esperaban que llevaran a cabo los inmigrantes. Los españoles de entonces llevaron a cabo el trabajo más duro, sobre el suelo de esas ciudades y bajo ellas también.
Habían pasado casi veinte días, de lo que Clementina consideraba, la pérdida de su hermana, cuando el cartero paró en su puerta se alegró, y bajó los siete escalones de madera desde la parte superior de la casa con la ligereza que todavía la caracterizaba.
-Buenos días Clementina, ¿Qué tal le va todo?, comienza a hacer un frio de mil demonios ¿he?, hay correo para usted, aquí tiene, una, dos, tres cartas. Espero que sean buenas noticias, subiendo de Estrecha de la Sierra, he tenido que parar a dejar una carta a una señora que vive sola, y es muy mayor, por poco se desmaya, era correo de avión, y le han comunicado que su hijo a muerto, aplastado por una viga de hierro en una obra. ¡En Alemania!, fíjese usted que desgracia, no va a poder estar ni en el entierro de su hijo. Puta pena esta, que nos lleva a trabajar tan lejos del hogar.
-Tiene usted razón, trato de ponerme en la piel de esta mujer, y no consigo saber cómo se debe sentir. Debe de ser un martirio…
Jerónimo había dejado por un momento a gran cartera de piel, con el logo de correos en letras grandes, estampado a fuego en la cubierta, entre las dos correas de sujeción apoyada en el suelo. Parecía cansado, Clementina tenía buena vista, para detectar anomalías concretas en la gente, por decirlo de algún modo, se anticipaba al diagnóstico de determinadas dolencias, y eso hacía, que pudiera ayudar a cortar de raíz problemas, que hubieran podido resultar, en enfermedades mortales.
-¿Por qué no pasas un momento Jerónimo? Te daré algo para ese agotamiento que tienes…
El hombre quedó pasmado, ¿Cómo es que sabía que estaba agotado? Eso mismo le preguntó a Clementina, ella con sus grandes ojos verdes, se lo quedó mirando fijamente
-¿Acaso me equivoco? Mi parecer es que no te alimentas bien, te hacen falta determinadas vitaminas, además de proteínas que te ayuden, sobre todo en el invierno, como este, que se anuncia un invierno durísimo.
-Bueno no hay para tanto… como muy bien, si no, como podría llevar a cabo este trabajo?
-Yo creo que lo sobrellevas, nada más. Eres un hombre muy alto, de manera que los huesos tienen que estar a la altura de las circunstancias, ¿Qué tal se ve el mundo desde ahí arriba?
Jerónimo rió, no recordaba que nadie le hubiera hecho esta observación, se habían reído de él, le decían que servía de poste para la luz, que si veía a Dios desde donde estaba, pero nunca algo parecido a la observación que le hizo Clementina.
-No se ve más ni menos que desde dónde estás tú, Clementina. ¿Sabes que tienes unos ojos preciosos?
Cuando dijo esto enrojeció, se le subieron los colores, pero por otra parte no pudo evitar decírselo, eso significaba, que hacía tiempo que la observaba, mientras le entregaba el correo y ella distraídamente, abría alguna que otra carta de las recibidas delante de él. Finalmente entró haciendo caso de la sugerencia de Clementina, entraron directamente en la cocina, ella fue hasta un estante y cogió un recipiente de cristal con la tapa de rosca, parecía un jarabe de color oscuro. El hogar de leña estaba a todo meter, un buen surtido de leña de encina partida por medio, esperaba la hora del sacrificio en pos del bienestar humano a un lado del suelo, Clementina encendió un hornillo de alcohol, puso sobre él un puchero de caldo con trozos de pollo, rompió un huevo y lo dejó caer dentro, a la vez, puso dos cucharadas soperas del jarabe que había preparado dentro, por un momento daba la impresión que iba a salir humo espeso de esa pócima, por lo menos eso le pareció a Jerónimo que seguía esas maniobras con atención, o con curiosidad.
-¡Hummm, no había probado algo tan bueno nunca. Está exquisito, tú debes saber mucho de plantas y todo eso, se nota tan solo con entrar en tú casa, debe de ser muy bonito poder conocer remedios para las enfermedades… los médicos no hacen otra cosa que combatir infecciones a base de sulfamidas y penicilina, pero seguro que los remedios naturales son mejores.
-Bueno, piensa que muchos de los remedios médicos, se han extraído de flores y plantas, pero extraños motivos han hecho que todo esto se comercialice de manera que los herbolarios y gente que prepara remedios naturales sean hasta perseguidos. Antiguamente, a personas como nosotros se nos habría juzgado y quemado vivas, acusándonos de brujería, de hecho, miles de personas han muerto, hombres y mujeres acusados precisamente de estos delitos. La iglesia católica estuvo durante muchos años liderando esta cruzada contra las brujas, la mayoría de ellas, gente inocente que solo querían curar a sus conciudadanos, con esta sabiduría ancestral.
-Ya, lo que se llamó La Santa Inquisición, había un individuo que se llamaba Torquemada, que por lo que se sabe era el mismísimo demonio vestido de fraile, he leído sobre ello. ¿Sabes?, yo soy un apasionado de la lectura, tengo una buena biblioteca en casa, mis padres siempre han creído que el conocer la historia, hace que el hombre evite errores que en otro tiempo se cometieron, que no fueron pocos. Mi buen padre siempre decía que hay que leer, porque “una persona sin información, carece de opinión”, siempre, desde chavalín le he oído esta frase. En fin, estoy muy a gusto en tú casa, pero debo seguir mi ruta, el correo no puede esperar más, y hoy me tocará salir también esta tarde, para terminar de repartir, antes de volver a la central a preparar el correo de mañana. Ha sido un placer Clementina, cada día estoy yendo y viniendo por esta parte de carretera, si por algún motivo se te ofrece algo que pueda hacer por ti, no tienes más que decírmelo.
-Muchas gracias, Jerónimo, lo tendré presente. Por mi parte, ya sabes donde puedes hacer una parada para lo que sea, esta es tú casa.
Ahora, el hecho de que el cartero hubiera conocido a Clementina, y conociera de primera mano los efectos de las drogas que ella hacía, iba a dar un despegue total al pequeño negocio que hasta entonces era, la herboristería de Clementina. Comenzó haciendo pequeños ensayos a base de hacer confituras de frutos del bosque, la confitura de higos, no tenía parangón con ninguna de las que entonces se hacían, tampoco la de moras, comenzó a estudiar el monte desde esta perspectiva, buscar frutos que se pudieran transformar en una delicia para el paladar de los entendidos en esta materia, hizo acopio de frascos que Jerónimo le hacía llegar. Entendió que una de las cosas que hace que este tipo de alimentos agrade, es la vista, de modo que a las tapas metálicas de rosca, con un corcho en el interior, le añadió trocitos de tela a cuadros, de diferentes colores, atados a la tapa con una cuerda de cáñamo a modo de lazo, un pequeño tríptico de papel pegado en el lateral, indicaba de que era, la confitura que contenía. Tuvo que ingeniárselas, incluso para hacer una muestra que llevar a la imprenta con un dibujo a plumilla, que era el vivo retrato de la fachada de su casa, con el gran portal de madera y los parterres llenos de flores.
Como fuera que se hicieron imprimir cientos de trípticos de diferentes medidas, el señor Alcaraz, dueño de la imprenta, se presentó un día en su casa, lo acompañaba Jerónimo con quién había quedado previamente con ese fin. Jerónimo le explicó al impresor, que llegado a Estrecha de la Sierra, dejara el coche delante de su casa, él lo acompañaría hasta el domicilio de Clementina, así no se perdería por aquellos parajes.
-Va usted a conocer a una mujer excepcional, se lo digo yo, la conozco bastante ¿sabe? y a trabajadora no la gana nadie.
-¿Cómo, me va usted a decir que es ella sola la que lleva este tinglado?.
-Si señor, como lo oye, me parece a mí que se haría difícil trabajar con nadie más, ella solita se basta y se sobra para hacer todo este trabajo. Dese cuenta de los cientos de etiquetas que le consume, no me extrañaría nada que le pidiera en un futuro más o menos inmediato, que le ajuste el precio, que bien mirado, aunque sea poca cosa en principio, podría derivar en algo más importante.
-Bien, ya lo hablaré con ella, si fuera así, como usted dice, me ajustaría un poco. Se puede usar otro tipo de papel, yo creo que la etiqueta si fuera en color sepia, sería más atractiva fijese.
Llegaron a la casa de Clementina, el señor Alcaraz bajó del coche e inmediatamente cruzó la calle para tener una perspectiva más real de lo que estaba imprimiendo en los trípticos.
-Es asombroso, el dibujo parece una fotografía, la fachada con esos pequeños desconchones… las ventanas… el arco de piedra medio escondido por las flores… las cuatro piedras que dan acceso a la casa, todo es idéntico. ¿Quién hizo el dibujo?.
-Ella, Clementina.
Jerónimo usaba un tono señorial al decir su nombre, parecía que estuviera hablando de una marquesa, más que de una simple fabricante de confituras y mermeladas.
-Ya se lo decía yo, una mujer excepcional. Algunas veces creo que tiene cuatro brazos en lugar de dos, pase usted y la conocerá.
En aquellos momentos, Clementina estaba con el delantal puesto, en la parte trasera de la casa estaba dedicada a hacer la colada, todo su rostro estaba rojo, además del esfuerzo que dedicaba a esta operación, el frio que comenzaba a hacer, era otro de los factores importantes, pero ya se sabe, a los pueblos de mala muerte, y desiertos como era Los Ijares, el confort y las comodidades llegan cuando llegan. Ahora ya, nadie iba a reivindicar que se pusiera la luz, o incluso que se anunciara el pueblo en la carretera, mediante un panel de algún tipo. Los Ijares no existía, o por lo menos eso creía la mayoría de la gente, cuando pasaban por allí. Si se dejaban caer por el antiguo pueblo, algunos espabilados, que con algún coche grande o algún tipo de furgón, arrasaban con puertas, marcos de ventanas, incluso tejas caídas, para ser reutilizadas a saber dónde y por quién.
También en otros pueblos grandes o pequeños, las casas necesitaban reparaciones, y los materiales eran casi inexistentes y caros.
Los dos perros que quedaban en la casa, hijos de Poli, eran los guardianes del pequeño reino de Clementina, eran exageradamente celosos de su labor, con solo ver a una tórtola, o escuchar a un pequeño reptil, armaban un lio de cuidado, parecía que los iban a matar, cuando era el caso que lo que hacían, era solo avisar a su dueña a su manera. Por eso supo que llegaba alguien a la casa, Patas era el primero en montar el escándalo, su ladrido era demoledor para los oídos, una mezcla de ladrido, aullido y grito, todo a la vez, seguro que había heredado estas cualidades de su padre, porque Poli, era de lo más tranquilo que nadie pudiera imaginar. Avisada de la presencia de algún extraño salió al pasillo, allí se encontró con un señor con sombrero que inmediatamente se descubrió en su presencia, Jerónimo venía detrás, no era nada difícil identificarlo, le pasaba casi medio cuerpo.
Alguna que otra vez, Clementina se había preguntado, como podían existir hombres tan altos, porque hasta el momento de conocer a Jerónimo, no había visto a nadie de sus características. Este pues, los presentó
-Mira Clementina, este señor es don Alcaraz, el impresor de los trípticos que pegas en los botes de confitura. Lo he acompañado para que no se perdiera, estos caminos son un poco malos si no los conoces.
-Es un placer señora, veníamos hablando de usted por el camino, y el señor Jerónimo me parece que se ha quedado corto en sus alabanzas, realmente, su casa y su trabajo son dignos de encomio.
-Gracias caballero, el placer es mío. Vayamos a la cocina a tomar algo que nos caliente el cuerpo.
-Como le sirva lo que me dio a mí la vez que nos conocimos, está listo señor, le traje el correo un día y hacía un frio glaciar, me sirvió un tazón de un caldo preparado por ella, y oiga… se me quitaron las ganas de volver a mi casa.
Los tres rieron a gusto, la risa de Clementina era hermosa, solamente sonriendo, se le iluminaba el rostro, sus ojos entonces se volvían mucho más hermosos de lo que eran. Daba gusto verla sonreír, no le podías sostener la mirada, era embelesadora, cautivaba cada parte de su rostro.
Les sirvió un vino dulce elaborado por ella, cuando don Alcaraz preguntó por ese elixir (quería saber donde lo compraba) y ella le contestó que no estaba a la venta, que lo elaboraba ella misma, el hombre abrió los ojos como platos…
-Pero… ¿Cómo, también hace usted vino? Es increíble, jamás había probado algo tan fino, este licor es estupendo. ¿De dónde saca usted tiempo para hacer tantas cosas, estoy escandalizado?
-Pues mire usted, no se qué contestarle a esto, el tiempo es para todo el mundo igual, quiero decir, que yo hecho mano del mismo reloj que usted cada mañana cuando me levanto. El día tiene veinticuatro horas y las distribuyo del modo más provechoso posible, una vez leía a un filósofo alemán, quizás usted haya oído hablar de él, Friedrich Nietzsche, escribió en una ocasión: “Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los cómos”. Yo creo que es verdad, por lo menos yo trabajo bajo esta línea de pensamiento. De hecho, no puedo pretender otra cosa, porque el tiempo no se puede improvisar, simplemente corre, y cada minuto que pasa sin hacer nada, es irrecuperable.
-Es usted una mujer extraña Clementina, he mantenido muchas conversaciones a lo largo de mi vida, y no crea, que muchas de ellas, han sido charlas profundas, sobre temas que son realmente significativos, pero he aquí, que me encuentro con una mujer capaz de hablar de cualquier cosa, en clave de filosofía.
-No crea usted señor…
-Por favor, no me trate de señor, ante usted lo encuentro ridículo, llámeme simplemente Tomás, se lo ruego.
-Pues bien Tomás, pienso que todos y cada uno de los seres humanos, tenemos una filosofía de la vida, esto es bueno según mi opinión. Concentramos nuestros esfuerzos y significados, a nuestras posibilidades, esto nos hace únicos, hermosos, destacados entre los demás, si hubiera estado viviendo aquí cuando este pueblo era considerado como tal, y disfrutado de la paz y quietud de estas montañas, se abría dado cuenta, de que de todos, se puede aprender algo, algunas personas son malvadas, otros altruistas y magníficos anfitriones, otros gandules, haraganes. Pero esto es solo, una percepción nuestra, ellos no se han visto así jamás, del mismo modo que usted puede pensar, que Clementina es una mujer excepcional. Para nada es así, sencillamente, y quizás en contraste de lo que usted pueda haber visto por ahí, soy una mujer sola que aprecia su soledad y trata de exprimirla a su manera.
-Hábleme de su familia. Perdone, no quería sonsacarla, pero es que me da, que ha tenido una formación académica de categoría. Por el modo de hablar y de desarrollar su vida, además de esas labores magníficas que lleva a cabo, tengo la impresión de que usted ha tenido formación universitaria.
Clementina se echó a reír, tratando de moderar el tamaño de su risa, se puso la mano sobre la boca, y con la otra mano se golpeó el muslo.
-Sí, tiene usted razón, ahora se dará cuenta de porque me he reído de este modo. Mi universidad, está en todo lo que ve usted a su alrededor, me río de gozo al saber que hay personas que piensan así. Nada más lejos de la realidad, mi madre, siempre me decía desde que tengo uso de razón… “La auténtica escuela, la tienes en todo cuanto te rodea, cada día cuando vayas a la cama, reflexiona en todo cuanto has hecho, de ese modo sabrás que es lo que has dejado de hacer, al otro día procura corregirlo, así, día tras día irás edificándote como una de estas casas que está sólidamente cimentada sobre la roca firme”. Cuando empecé a caminar, dice una buena amiga de la familia, que mi madre me sentaba sobre sus rodillas y me contaba cuentos, y siempre apartaba tiempo para preguntarme cosas, luego, leíamos juntas cuadernos de lectura, y simultáneamente me enseñaba a escribir, me hablaba en francés y español, y leía del mismo modo, en las dos lenguas. El resto del tiempo lo pasé con ella en el monte, donde me enseñó temas referentes a las plantas y sus posibilidades, y así hasta que murió. Después de su muerte seguí reforzando mis conocimientos a base de leer más y más, y aquí me tiene.
-Queda muy poca gente como ustedes, se lo puedo asegurar. Tendríamos tantas cosas de las que hablar usted y yo…
-Esto es fácil, venga cuando quiera, aquí siempre será siempre bien recibido, aunque no hagamos negocios juntos.
Ahora quién reía era Tomás, se le pasó por la cabeza, que con una mujer como Clementina sería imposible llevarse mal, aunque no hicieran negocios juntos, de manera que el hombre apostilló
-No creo que tengamos que desenterrar el hacha de guerra usted y yo. De cualquier modo y haciendo alusión al trabajo, concretamente, al que estamos haciendo en nuestra casa para usted, he traído conmigo unas ideas que me parece que serán de su agrado.
Abrió un portafolios y sacó de él, unas muestras de etiquetas que se le ocurrió imprimir. Las etiquetas como los botes, eran de diferente medida, pero había hecho una pequeña modificación. En unas muestras, las etiquetas de un color crudo, representaban en los extremos, puntas torcidas parecidas a los rollos antiguos. En las otras, sencillamente, los cantos de alrededor estaban dentados, no cortados de forma rectangular perfecta.
-Muy bonitas Tomás, pero no puedo permitirme florituras en las etiquetas, por lo menos por el momento.
-Bueno, pero usted dígame cual de las dos formas le gusta más, al fin y al cabo es solo un sondeo lo que estoy haciendo entre mis clientes…
-Las de las esquinas vueltas son muy bonitas, realmente preciosas. Parece talmente pergamino, y con el dibujo en color sepia, son moderadamente llamativas. Lo que no me termina de gustar, es el tipo de letra de escogí para las pegatinas.
Decía pegatinas, porque entonces se utilizaba mucho lo que se hacía llamar cola de conejo, ligera, pero de secado rápido, faltaban unos años para que apareciera aquí, la etiqueta autoadhesiva. España, para entonces todavía era considerado para la mayoría de europeos, un país tercermundista, (todavía lo sigue siendo en muchos aspectos, por mucho que moleste eso a los políticos, que no hacen otra cosa que dejarse los cuernos en sus viajes, para promocionar la guitarra y pandereta.)
-Si me hace confianza, yo le fabricaré cien de cada una de las nuevas, con letras de otro tipo. Aún llegado el caso de que le gustaran, no me tendría usted que pagar nada de más, queda de mi cargo.
Jerónimo se consideraba así mismo, un espectador de lujo, asistía a una reunión de negocios, algo nada habitual para el tipo de trabajo que desarrollaba habitualmente. Se alegró de ser el medio por el cual se conocieran aquellas personas, especialmente a ver a Clementina, desenvolverse a la perfección en este campo. Antes de terminar la reunión y después de brindar con otra copita de aquel licor de los dioses, alguien llamó a la puerta, Jerónimo apuntó que continuaran, ya se levantaba él a abrir.
-Está la señora en casa?. Dígale que salga por favor, es importante.
-Clementina, hay una señora fuera que quiere hablar contigo, parece importante, quiere verte.
Esta se disculpó y fue hacia la entrada…
-Pero… no puede ser, ¿Qué haces aquí hermana…?
Las dos mujeres se fundieron en un abrazo, prolongado, se dieron besos, pero Clementina estaba seria, esa no era la Leonor que abandonó el pueblo hacía tres años atrás, estaba consumida. Aquel hermoso cuerpo, y espléndida melena de cabello que la adornaba como si fuera una diosa, se había convertido en una especie de mujer esperpéntica, delgada, con todos los huesos de la cara que marcaban su rostro, los ojos hundidos dentro de sus cuencas, y unas ojeras grisáceas que denotaban algún suceso, que la llevó a este estado. Cargaba con un pequeño zurrón de lona cerrado con dos hebillas, que no podía contener más de una muda, y pudiera ser, que su documentación.
Clementina la hizo subir a su antigua habitación y le dijo que la esperara allí, que subiría en pocos minutos. A toda prisa entró en la cocina y se disculpó, habló muy amablemente con Tomás, y le propuso que cuando tuviera listas las etiquetas, se lo hiciera saber mediante Jerónimo.
-Si me lo permite, se las subiré yo. No tema, no le robaré más que unos minutos de su valioso tiempo, ¿le parece bien?.
-De acuerdo, déjeme solo reiterarle las gracias por las atenciones que nos presta. Déjeme decirle que, del mismo modo que usted apuntaba antes sobre nosotros, queda muy poca gente como usted. Muchas gracias por todo y recuerde que en Los Ijares, porque para mí no deja de ser un pueblo, en la puerta de las flores tiene su casa.
Un apretón de manos cerró la conversación y los hombres subieron al coche. A buen seguro que la bajada hasta Estrecha de la Sierra, sería una conversación amena entre ellos, se aprendían muchas cosas en casa de Clementina.
Para cuando ésta subió a la habitación de Leonor, la encontró dormida de lado sobre la cama, hecha un ovillo y se había cubierto con una espesa manta hecha de cuadrados de diferentes colores. Sus piernecitas estaban aun desnudas, de modo que Clementina cual si fuera un bebé, se sentó un momento a su lado, le quitó los zapatos cubiertos por completo de lodo, y llorando se recostó a su lado. El día era tan gris, que no hacía falta cerrar los postigos de las ventanas, apenas entraba luz de día, acariciando sus cabellos se durmió con ella. Patas, el perro, también quería compartir ese momento, se subió a la cama e imitó a Leonor convirtiéndose en un ovillo con el morro entre las patas traseras.
Ese día a Clementina, no le importaba el reloj, que continuaba en la cocina, marcando los cuartos y las horas, de un modo suave y cadencioso, parecía como si él también hubiera captado la señal, -silencio en la medida de lo posible, mis dueñas duermen- . Cuando despertaron, eran las ocho de la tarde, Clementina se preguntó, como era posible que se hubiera pasado casi todo el día durmiendo, ¡con la de cosas que tenía que hacer!. De pronto recordó que había dejado la ropa a medio lavar en el patio, ahora, no sabía, cuál era la que estaba lista para tender y la que no. Casi no recordaba de lo que habían estado hablando Tomás y ella, no recordaba en que habían quedado. Menos mal, que ahora tenía a un incondicional que la ayudaba, y cual secretario, abría tomado buena nota de todo, Jerónimo estaría dispuesto a refrescarle la memoria.
-Hola hermana, ¿Cómo te encuentras?. Bajemos a la cocina y nos ponemos al día de todo ¿te parece bien?.
-¿Dónde estoy, como es que he llegado hasta aquí, quién me ha traído?.
Clementina por un instante se asustó, luego percibió un aire de distracción en Leonor, eso fue, cuando se quiso levantar de la cama y casi se cae, le faltaba el equilibrio, algo tan elemental como complejo. Clementina bajó la escalera delante de ella, miraba por el rabillo del ojo para que su hermana no perdiera el equilibrio y callera sobre sus espaldas, no eran demasiados escalones, siete en concreto, pero eran altos y estaban separados unos de otros, para la ocasión, le dejó a los pies de la cama unas zapatillas de felpa, gruesas y fuertes junto a un buen par de calcetines de lana, de los que usan los pastores cuando salen al monte con el ganado. Era terrible, le venían grandiosos, se hubiera dicho que cabían los dos pies de Leonor, dentro de uno solo de aquellos calcetines, aunque preocupada, trató de no darle mayor importancia, llegadas a la cocina, le procuró delante del fuego, la mecedora de su madre, era comodísima, y Leonor en su día, le confeccionó un cojín mullido de lana de oveja, con botones de madera que ella misma hizo de trocitos pequeños de madera de almendro.
Se sentó como un autómata de la mano de Clementina, se quedó mirando el fuego del hogar, que ya había extendido el manto de brasas, para llevar a cabo su auténtica función. Clementina, calentó en la cocina, un puchero con caldo vegetal, y un buen trozo de carne de buey, lo demás eran aderezos que añadía, con el fin de dejar la sal de lado, no era demasiado beneficioso el uso excesivo de la sal, por lo menos eso decía siempre Clementina, recordaba, que su madre le enseñó un libro donde se describían las fórmulas de todos los componentes químicos, y entre ellos estaba “NaCI, Cloruro de Potásio, que consumido de forma continuada puede traer problemas en los riñones, la sal. Leonor cogió el bol de sopa con tropezones y se lo llevó a los labios, estaba ardiendo pero a ella no parecía importarle, fue sorbiendo poco a poco la sopa hasta terminarla, acto seguido, con la vista perdida, siguió contemplando el fuego.
El fuego, siempre ha sido un elemento apreciadísimo desde el principio de los tiempos, parece, como si lleváramos escrito en la sangre, que este elemento forma parte de la vida, igual que el aire, la tierra, el agua… de manera que no era nada extraño que Leonor, después de ves a saber tú, la clase de vida que había llevado, estuviera concentrada en aquel hogar con llamas y brasas, recogió las piernas sobre el asiento de la mecedora, y empezaron a deslizarse, por su enjuta cara, lágrimas, lágrimas que no podían atribuirse en concreto, ni a la tristeza ni a la alegría del momento.
-¿Quieres contarme que te ha pasado Leonor, o no te apetece?.
-Claro que sí, tienes todo el derecho de saberlo, estoy aquí en tú casa…
-No digas tonterías, estás en tú casa, tú tienes tanto derecho sobre ella como yo.
-No quiero entristecerte Clementina…
-¿Cómo puedes decir eso mujer?. No me puedo entristecer de volver a verte aquí, muy al contrario, tengo el corazón, que creo que me va a estallar de alegría. ¡Volver a estar al lado de mi hermana, como me va a entristecer esto cariño!.
-Cuando marché de aquí, en cuanto cogí el tren que me llevó a Madrid, me di cuenta de que me había equivocado, mi sitio es estar contigo a tú lado, codo con codo trabajando, y seguir queriéndonos como hasta el momento de mi partida. Pero… ya estaba hecho, quise sacar de mi mente esa sensación de abandono de la familia, tú, y hasta a Pinzón eché de menos un montón. En medio de esa nostalgia, me pasé más de una semana encerrada, en una pensión económica detrás de La Puerta del Sol, el dueño, un buen hombre, me avisaba a la hora de las comidas, pero no me podía meter en la boca nada que pudiera digerir. Un día, apareció un hombre muy amable, no residía allí pero comía de vez en cuando en la pensión, me pidió permiso para sentarse a mi lado y comenzamos a hablar de mil cosas, me alegró un poco el ánimo. Después de la cena, quedamos en que me pasaría a buscar al día siguiente, para enseñarme la capital y dar una vuelta, enseñarme El Retiro y tomar una horchata en el parque, acepté con la condición de que, después me acompañara de vuelta a la pensión, yo no conocía nada de nada. Tantos coches, tanta gente… me daba un poco de mareo, me arreglé lo mejor que pude, pero imagínate, se me notaría cara de paleto de pueblo desde una hora lejos.
Hizo un alto en el camino, parecía que las palabras se le atragantaban, era evidente que había tenido una experiencia aterradora, o cuanto menos algo que la había desgarrado hasta el fondo de su corazón.
-Leonor, si no quieres no tienes porqué contarme nada, para mí, lo importante es que estés aquí ahora.
-No,no, te lo quiero contar, estas cosas a veces necesitas contarlas, para que te sirvan de válvula de escape, y tú hermana mía, eres la única persona a quién le puedo contar esto con la seguridad de que sabrás entenderlo. ¿Me das un poco de vino por favor?.
Jamás se habría imaginado Clementina que le pediría vino, ella era abstemia, aborrecía todo aquello que oliera a cualquier clase de licor, en alguna ocasión en la que alguien vino a casa a tomar un trago mientras se hablaba o discutía de cualquier asunto, luego se pasaba media hora limpiando dos o tres vasos en los que se hubiera servido vino o cerveza. Era algo que la superaba, por eso se extrañó tanto Clementina cuando le hizo esta petición.
-¿Estás segura de querer vino Leonor?.
-Sí, por favor un trago. Sé que tienes vino en casa, ¿tanto te cuesta complacerme…?.
Esta última pregunta la hizo con un grado de irritación tal, que Clementina se asustó, sin quererlo, se le erizó todo el vello del cuerpo hasta el punto de darle picores. Mientras se levantaba del pequeño taburete en el que estaba sentada, para ir a buscar un vaso, y servirle vino de la bota que estaba al fondo de la cocina, a la sombra y en un lugar fresco, empezó a llorar por dentro, ¡mi hermana pidiéndome vino! Eso era surrealista.
-Tómalo poco a poco, ya sabes que ese vino tiene mucho grado…
Lo apuró de un solo trago, sin dar las gracias, algo que Fernanda les inculcó desde pequeñas a las dos por igual. Por un instante le dieron ganas de coger el hacha de partir la leña, y destrozar la bota, pero sabía que eso no sería la solución. Le pidió más vino, pero Clementina se negó en redondo.
-Sabes dónde está la bota, si quieres sírvete tú, está visto que yo no acierto en la cantidad que debo darte.
Esto se lo dijo sin acritud alguna, sin enfado, pero en el fondo estaba resuelta a sacar a su hermana del hoyo, si es que estaba en algún hoyo. Era evidente que si lo estaba, sus temblores difíciles de controlar aún sujetándose la mano cuando la atacaban, demostraban sin ninguna duda, que tenía problemas con la bebida. Clementina se planteó entonces, que la bota en la cocina, sería sin ninguna clase de dudas, un problema para su terapia, de forma que la clausuró aprovechando un rato que Leonor dedicó a visitar la tumba de Fernanda, es un decir, naturalmente, fue Jerónimo quién se la llevó de la casa, rodándola hasta el malero de su coche. Cuando volvió Leonor, el rincón de la bota se había rellenado con un estante lleno de tarros de compotas ya etiquetadas, estas ya tenían destinatario, se indicaba su nombre en cada uno de los estantes en un margen del estante, con papeles sujetos por medio de chinchetas.
Leonor se dio cuenta al instante, cayó y se acercó al fuego, Clementina le dio un bebedizo de hierbas
-Tómate esto hermana, te calentará el cuerpo, me tomo otra infusión contigo, sentémonos. Sigue hablándome de cómo es Madrid, algún día me gustaría ir, no es que me haga mucha ilusión, pero creo que hay que conocer otras tierras, para poder apreciar más la tuya. ¿Cómo es de grande?.
-Es inmensa Clementina, ahora no acierto a compararla con algo, pero si te puedo asegurar que, es imposible ser feliz allí. La gente por la calle, siempre va corriendo de un lado a otro, hay comercios que son tan grandes como este pueblo, grandes almacenes les llaman, puedes encontrar de todo, desde vestidos hasta mobiliario, elementos de cocinas, aparte de las diferentes ferias que siempre se organizan con todo tipo de materiales. Además hay un lugar que le llaman el rastrillo, cientos de paradistas, exponen allí lo que tienen, lámparas de cristal, aparatos antiguos de radio, cuadros, en fin, casi todo lo que uno pueda imaginar. Ahí, también hay espacio para la gente que les interesa vender trajes, vestidos y abrigos de pieles, que yo jamás hubiera podido imaginar que existían, pues todo eso lo venden de segunda mano, a menudo casi regalado, hay mucha gente con necesidad, y sobreviven a base de su antigua opulencia. Todos estos rincones y algunos museos hermosos, me los descubrió Isidoro, el señor del que te hablé, hasta me regaló un vestido del rastrillo, y unos zapatos, luego una noche me llevó a un cabaret, allí le conocía todo el mundo, era fascinante, había mucho lujo allí dentro, unas cuantas mujeres se acercaron a él para saludarlo y colmarlo de besos. Yo, estaba alucinada, me parecía que estaba viviendo en otro planeta.
Mientras ya se había terminado la infusión, lo mismo que Clementina y ésta sin decirle nada, se levanto y le sirvió medio vaso más. De espaldas a Leonor, quién en ese instante estaba acariciando a su perro Patas, de una botellita minúscula, dejó caer unas gotas en el vaso de Leonor, mientras se servía ella misma también, medio vaso de infusión, y regresó junto a fuego. Su hermana continuó…
-Hasta entramos en los camerinos de las vedetes, así se les llama a las que sale a cantar y bailar sin ropa, solamente tapadas con unas cuantas plumas, ¿te imaginas?.
-¿Qué me dices, sin ropa?.
-Como lo oyes Clementina, sin ropa ninguna, bueno, con una minúscula braga que pretendía tapar algo, pero que a menudo no lo conseguían. Isidoro las conocía a todas o casi, allí me presentó a una de esas vedetes más mayor que las otras, Isidoro me dijo, que ella me ayudaría a ser una señora, que me enseñaría a maquillarme y vestirme, esa mujer tenía mucho gusto, lucía unas joyas maravillosas, collares, pulseras y anillos todo a juego, y al parecer tenía varios de estos juegos de joyas en su casa. Nos quedamos a ver el espectáculo, después me dijo Isidoro, que iríamos a una fiesta que preparaba casi todas las noches en su casa, la señora Estíbaliz, ese nombre viene de las vascongadas en el norte, ella era de Vitoria, y eso, terminado el espectáculo nos fuimos en un taxi a la casa de esa señora…
Ahí fue, cuando la cara de Leonor, se volvió del color de la ceniza. Se doblo sobre si misma, y comenzó a llorar, esta vez de forma sonora, no le importaba que Clementina la oyera, estaba acongojada, Clementina se acercó a ella de rodillas y la estrechó entre sus fuertes brazos.
-¿Qué es lo que te hicieron Leonor? ¡Malditos sean todos los demonios! Desalmados inmorales, que han maltratado a mi hermana y la han tratado como si fuera una basura…
-No Clementina, no digas eso, la única culpable he sido yo, esa gente solo pararon un lazo en el que caí por causa de mi propia ignorancia. Yo me presté a ese juego, perdí la partida porque jugaba contra auténticos profesionales del engaño y la mentira. Esa gente, hizo lo que mejor saben hacer, engatusar a la gente, y no me quise dar cuenta de todo eso. En esta fiesta, todo era jolgorio, risas, música y bebida gratis para todos, el cava se consumía sin freno, y hombres mujeres bebían hasta la saciedad. Yo quería ser aceptada en ese círculo, era hermoso, hasta que los brazos de dos personas, me ayudaron a subir unas grandes escaleras, y me introdujeron en una habitación que estaba a media luz. No recuerdo gran cosa, más que alguien me desnudó, y me echó sobre una gran cama, pensé por un momento que era mi madre, que me ayudaba a desnudarme y después de darme dos besos, apagaba la luz del candil, y me decía “Buenas noches cariño mío, que descanses, hasta mañana.” Alguien, no sé quién, se puso sobre mí sujetándome los brazos, después, recuerdo un maldito escozor entre mis piernas, un dolor bastante intenso, y luego movimientos a mi alrededor y sobre mi cuerpo.
-¡Cuánto lo siento Leonor…! Maldito malnacido, se le tendrían que pudrir los ojos en sus cuencas, gente así no merece la vida que tienen.
Ahora era Clementina la que lloraba, la cocina de la puerta de las flores se convirtió por un momento, en un velatorio. No se sabía bien quién era el difunto pero sin duda alguna, algo o alguien había muerto de un modo u otro. Y las dos mujeres, estaban de cuerpo presente aun estando vivas, Clementina recordó una frase de Miguel de Cervantes : “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.”
-No te preocupes hermana mía, yo te ayudaré más halla de lo posible, te lo prometo, (promesa esta, difícil de mantener, porque todo tiene sus posibles) entre las dos combatiremos como antes, a que nuestras vidas vuelvan a la normalidad. Leonor como si no estuviera oyendo lo que su hermana decía añadió…
-Hubieron después de esta, muchas otras veces, en la comencé a tener encuentros con hombres, bajo la amenaza de muerte. Estaba muy asustada, pero ayudada quizás, por el ambiente en el que se desarrollaban estos encuentros, me fui acostumbrando a su trato y al de Isidoro, a menudo me golpeaba enfadado, porque me había venido la regla, simplemente por eso. Un día de hace más o menos un año, me echó de su casa a patadas, literalmente así, y fui a parar al Parque del Retiro, hice ciertas amistades allí, pero por la noche siempre era lo mismo, prostitución para poder comer. Así que… en una de estas, he quedado embarazada, estoy de tres faltas hermana ¿Qué voy a hacer…?.
-Tener a tú hijo, naturalmente, ¿qué, si no?.
Clementina dijo esto con absoluta convicción, para que no quedara duda alguna que allí la tenía a ella, para todo cuanto precisara. Le iba a hacer falta poner toda la carne al asador, tenía varios frentes abiertos con relación a su hermana, y tenía que ponerse a trabajar ya, si quería obtener resultados óptimos.
-Creo que lo primero que se debe hacer es, que te vea un médico e algún centro especializado, mañana sin falta tenemos que visitarlo. A ver si Jerónimo puede ayudarnos en esta tarea, te dejo sola unos minutos, vuelvo rápidamente.
Jerónimo, para aquel tiempo ya había comprado junto a su madre, la casa que antes perteneció a Elías, hizo las reformas convenientes para hacerla más confortable, y se trasladó a ella con su madre Florinda, una gallega ruda, fuerte como el acero, aunque algo enferma. Hacía poco menos de un año, que pasó por estar confinada en un hospital de infecciosos, afectada por una tuberculosis que poco a poco Clementina fue tratando, parecía estar bastante recuperada, los aires puros de la montaña, eran los más indicados, para concluir su curación. Clementina, salió corriendo de su casa, más por el frio que por la urgencia del caso, llegada a casa de Jerónimo llamó a la puerta, al cabo de un minuto largo Jerónimo salió, y se sorprendió al verla.
-Jerónimo, necesito que nos hagas un favor.
-Lo que sea, ya lo sabes. ¿De qué se trata?.
-Mañana, mi hermana necesita ir al médico, tengo que llevarla a Estrecha de la Sierra, ¿nos podrías ayudar en esto?.
-Ya, bueno, haber, déjame pensar un momento. Pasa por favor, veamos, a las seis y media tengo que recoger el correo, luego voy a… ya está. Recogeré el correo, esto me llevará un buen rato, luego subiré a Quintanilla de los Altares y comenzaré el reparto allí, después bajo, os recojo a las dos y os llevo a Estrecha, cuando terminéis la visita os subo de nuevo y yo continuo, listos, lo aremos así, ¿te vale?
-Lo que tú dispongas, eres el chofer. Es broma, no te lo tomes en serio.
Cuando se dio la vuelta para regresar a su casa, se volvió de nuevo y sin decirle nada le estampó un beso en la cara. Ese beso lo dejó tonto, mirándola como tiraba corriendo calle abajo, se puso instintivamente una mano sobre la mejilla, se quedó allí el tiempo que estimó que ella tardaría, en hacer el recorrido hasta llegar al lado de Leonor.
-Bueno, ya está arreglado, mañana por la mañana Jerónimo nos lleva a Estrecha.
Cuando entró en la cocina y se despojó del chaquetón, que por cierto había perdido uno de los bolsillos exteriores, y el lustre que tenía años atrás, observó que su hermana se volvía hacia ella con cara de asustada, volvió la cabeza lentamente y con el movimiento de los ojos, le hizo una indicación en dirección al fregadero que estaba a sus espaldas, prácticamente no se movía de la mecedora, estaba tensa como la cuerda de un arco.
Clementina volvió la cabeza y vio apoyado en la piedra de la cocina, a un hombre con sombrero de ala ancha, traje gris oscuro con finas rayas blancas y chaqueta cruzada, se había acomodado cruzando las piernas y los brazos, y cuando Clementina volvió de golpe la vista hacia él, este, levantó una mano a la altura de cintura moviéndola de lado a lado, no dijo una sola palabra. Esperaba que aparte de Leonor, Clementina iniciara la conversación, pero ella dirigiéndose hacia donde estaba su hermana, en silencio, se puso junto a esta con cara de odio; nadie que va de visita a otro casa, se comporta de ese modo.
-¿Quién es este elemento Leonor?.
-Señora…
-¡Usted se calla mamarracho, no hablo con usted!
El hombre quedó sorprendido por el corte que acababa de recibir, pero lo encajó.
-Dime hermana, ¿Qué es eso, que ha entrado en nuestra casa?. A estas horas, lo único que se ve por la calle son ratas.
-Este señor, se llama Isidoro, Clementina. Al parecer, cuando estuve en Madrid, le dije de que pueblo era y donde vivía, en una casa que destacaba de todas, por la puerta, por una puerta que estaba llena de flores siempre.
-Ya, y… ¿Qué desea el señor?.
Haciendo gala del comportamiento chulesco propio de este tipo de gente…
-Verá usted, esta señorita y yo tenemos un contrato firmado mediante el cual, está obligada a agradecerme de por vida, toooodo lo que he hecho yo por ella, que no es poco. Yo he sido su Pigmalión particular, la he enseñado todo cuanto sabe, ¿me podría dar un vaso de agua por favor?
-Sírvase, detrás de usted están los vasos.
En el preciso momento que les dio la espalda, Clementina cogió un tronco que ardía en el fuego y que se ajustaba a su mano, cuando Isidoro se volvió ya era demasiado tarde para él, recibió un golpe en mitad de la cara con la parte ardiente del tronco, el hombre comenzó a convulsionarse tratando de zafarse de no sabía que, Leonor gritaba como una posesa, mientras Clementina desplegando toda su rabia, atizaba una y otra vez al hombre que… ahora rendido, tumbado a los pies de ella suplicaba que no lo matara.
Clementina cogió el sombrero y lo tiró al fuego.
-Descálzate, mal nacido, luego te quitas la ropa, no te va a hacer falta al lugar adonde vas a ir.
Ahora el hombre lloraba, de rodillas delante de Clementina, con las manos en posición de rezo, cual si le estuviera rogando a alguna divinidad, pero Clementina no se sacaba de la memoria, lo que su hermana le había contado respecto a aquel ser inmundo, de manera que no pudo evitar asestarle un golpe cruzado en la cara con el tronco ardiendo. El hombre se desmoronó en el suelo en medio del dolor, gimiendo a la vez.
-¡Perdón, perdón, perdón! Tiene toda la razón, soy una rata, soy menos que eso, soy una mierda. Hagan de mí lo que quieran, pero tengan en consideración que estoy arrepentido.
Había que verlo; el traje, donde no estaba roto, estaba quemado, había perdido piezas dentales que se veían en el suelo en medio de hilos de sangre, también su cara estaba quemada, y las manos.
Asombrosamente, Clementina se dio cuenta de que su corazón palpitaba de forma bastante regular sin haber subido sus pulsaciones, se asustó por ello, ¿de qué sería resultado?, ni ella misma lo sabía. Es probable que ese pobre hombre hubiera pagado las consecuencias de algunas de sus frustraciones en la vida, pero pensó en su interior, que de todos modos, aquel mal bicho merecía lo sucedido. Cuando se acercó a Leonor, se dio cuenta enseguida de que algo no marchaba bien, estaba temblando y en su regazo se veía sangre. Pensó en principio que ese elemento le abría golpeado, pero no manifestaba marca alguna, se lo preguntó y ella lo negó, podría haber un sinfín de motivos para aquello, pero ahora lo más urgente era solucionarlo, y del mejor modo posible.
-Levántate de aquí, escoria, no vuelvas a aparecer por estas tierras si aprecias tú vida.
-No tengo zapatos, los has quemado. ¿Cómo voy a volver?.
-Vuelve como puedas a tú escondrijo, las ratas no llevan zapatos, pero no vuelvas, es un consejo.
Si hubieran vivido en la ciudad, las cosas se hubieran presentado de otra manera, los vecinos se habrían enterado, Clementina no hubiera tenido que esgrimir como espada contra aquel mal bicho, un tizón encendido y Leonor, no habría entrado en aquel estado de nervios, que hizo que perdiera al niño que esperaba. El plan de acudir al médico urgía, de manera que sin pararse a ver, como Isidoro bajaba por la carretera hasta donde estaba el coche aparcado, se dirigió a toda prisa de nuevo a casa de Jerónimo. Los dos bajaron juntos hasta delante del portal de las flores, Clementina bajó, y casi al instante salió con su hermana Leonor, que sostenía una toalla entre las piernas. Fue atendida en Estrecha de la Sierra, allí Jerónimo, conocía a un viejo doctor a quién le llevaba la correspondencia, el hombre se levantó de la cama ante las llamadas continuas al timbre de su puerta, los hizo pasar, después de examinar a Leonor y limpiarla bien por dentro, le recetó un antibiótico.
-Ir tranquilos, lo que se le tenía que hacer ya está hecho, ahora que descanse unos días.
-¿Qué se le debe doctor?
-Nada, este servicio está fuera del horario médico, nunca cobro esta clase de visitas, no os preocupéis de nada. Además, el hecho de que Jerónimo la trajera aquí, es para mí suficiente pago. Ala, id a descansar, buenas noches.
Después de dejarlas en su casa, Jerónimo se sintió satisfecho. El habría contestado lo mismo a Clementina si se lo hubiera preguntado, ¡qué menos que llevar a cabo una acción de este tipo a cualquier persona!. Pero por otro lado, le habría gustado mucho que todo esto, se hubiera desarrollado en otras circunstancias, por ejemplo, que Lourdes los hubiera despertado a los dos dentro de la misma cama; casados, naturalmente, no de otro modo, él conocía bien los principios que regían la vida de su madre, y su parecer acerca de vivir en pareja sin haber pasado antes por la vicaría, era mujer de un solo dios, y de todos los santos, que habitualmente, lo acompañan en la iglesia, a falta de esta, ella tenía un icono de madera policromada, con la representación de Cristo crucificado, y a sus pies, la madre de dios María que llorando lamentaba la pérdida de hombre dios. Otras fases de la vida de Jesús a los lados, representaban imágenes bíblicas, relativas a momentos importantes en el desarrollo de su paso por la tierra. Si, como lo oyen, tenía un auténtico altar en su habitación, con postales de vírgenes, enmarcadas e iluminadas por velas y pequeñas chinchetas, que se alimentaban de aceite, para no dejar de alumbrar continuamente, a estos ídolos que la ayudaban a seguir viva.
El reposo y la buena comida, así como el cariño con que Clementina la cuidaba pronto dió sus frutos. Leonor, poco a poco, volvió a ser la de antes, empezaba a ser la mujer dispuesta para el trabajo, hacendosa, la que más madrugaba en la casa, la que tenía todo a punto para cuando se despertara Clementina, en invierno, la cocina calentita con el fuego chisporroteando por la leña, que no siempre estaba completamente seca, y las plantas del interior de la casa, la mayoría de ellas medicinales, regadas y frescas como si les tocara el rocío de la noche.
Cuando comenzó la primavera a establecerse ese año, salió al portal con sendas regadoras metálicas, para regar los parterres del portal, limpiaba el mazo de margaritas de varios colores de hojas secas, y las plantas lo agradecían, respondiendo como si se les despertara del letargo, daban más y más flores, en una sana competencia por resaltar unas flores más que otras. Clementina iba a hacer lo propio, siempre se cuidaba desde pequeña, de esa parcela que su madre le encomendó
-No las riegues hermana, ya lo hice yo.
-¿Cómo?, y a ti quién te ha dado permiso para hacer esto? ¿No sabes que soy yo quién me encargo de esto, quién te ha dado permiso, que pretendes?.
Estaba encendida, todavía le dijo más cosas que no merecen ser repetidas, Lourdes contra la pared de la cocina, arrinconada por su hermana, no daba crédito a aquello, sintió su aliento en la nariz, solo las separaban unos centímetros, de pronto se dio la vuelta y le espetó…
-Desagradecida, mala, egoísta. No se te ocurra hacer esto nunca más en la vida, estás aquí por lástima que te tengo, no por nada más, estás en mi casa.
Lourdes comenzó a balbucear, y como una niña pequeña comenzó a llorar desesperadamente.
-Anda sube a tú habitación y no bajes hasta que yo te lo diga.
Lourdes obedeció, y como una niña a la que su madre castiga, comenzó a subir las escaleras penosamente. Mientras, Clementina, salió al portal y comenzó con rabia, a arrancar las plantas que estaban en los parterres, los dejó arrasados, como si alguien hubiera pasado una hoz y los hubiera eliminado para siempre. Después, visiblemente cansada entró en la cocina y se dejó caer en el banco, apoyó la cabeza en sus brazos cruzados sobre la mesa y lloró, lloró poco pero de forma tan intensa que las lágrimas pujaban por salir sin poder hacerlo, se mordió el antebrazo sin apenas sentir dolor, pero haciendo que la sangre manase de la herida, y se quedó como aletargada, con los ojos abiertos y mirando de lado a ninguna parte.
-Lourdes, ¿estás ahí?, voy a entrar. ¿Me oyes verdad?.
Sin obtener respuesta entró en la habitación, la cama estaba hecha, así que se asustó, miró rápidamente en la habitación y allí no había señal de ella, entonces Clementina exclamó
-¡Dios mío, otra vez no! Adonde has ido insensata?, por favor no te vayas, no lo podría soportar.
-Estoy aquí, en el rincón, como los niños malos cuando desobedecen a los padres.
El contraluz del sol, había creado un espacio absolutamente sombrío, que era imperceptible para alguien que llegara del exterior, en el suelo sentada, con los antebrazos apoyados sobre las rodillas flexionadas, estaba Lourdes, en silencio, silencio, que junto a la ausencia de ruido del exterior, hacía que pareciera, que la habitación estaba vacía.
-Anda, levanta de ahí por favor. Tengo que hablar contigo, y quiero que sea del modo más fácil para las dos.
-Quiero, quiero, quiero que esto sea así, quiero que aquello otro sea de esta otra manera, quiero que subas, quiero que bajes… así no se puede convivir, Clementina. El resto de la gente, también quiere cosas, que no siempre son posibles llevar a cabo. Ahora bien, si consideras que me tengo que ajustar a ese modo tuyo de ver las cosas, me lo dices y decidiré, si quiero vivir aquí contigo o no.
-No voy a decirte que tienes razón, tú sabes bien que la tienes, ni se puede discutir este argumento que acabas de darme, solo me gustaría que supieras que lamento muy mucho lo que antes te he dicho. No era yo esa que te estaba hablando en estos momentos, creo que quien te ha dicho todo esto, es la Clementina sola, la Clementina un poco desesperada quizás, la Clementina irracional.
René Descartes, dijo en una ocasión : “No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente.” O lo que es lo mismo “Para razón tener, dos cosas son menester; primero, razón tener, segundo, que te la quieran dar.”
Estas máximas, son el contraste que existe entre la razón y la lógica, es mucho mejor ser lógico que ser razonable, porque ¿quién establece la razón?, mientras que la lógica no permite tanto juego de pareceres. Allí, en aquel momento, se tenían que establecer pues, hasta que punto era o no lógico el que la una o la otra hicieran, o dejaran de hacer determinadas cosas. Por supuesto que, tenían que llegar a hacer esto sin entrar en diatribas, las descalificaciones no llevan jamás a ninguna parte, si acaso, a pasar por la vergüenza, el autor de las mismas.
Clementina, no había tenido demasiado en cuenta, los casi diez años que separaban a la una de la otra, era hora que lo hiciera, a pesar de los errores que hubiese cometido Leonor. Este estallido, que había sucedido entonces, le hizo recapacitar acerca de este asunto a Clementina, pero por otra parte, quería que quedara claro que el portal, era cosa suya. Una interpretó que así ayudaría más en la casa, la otra lo veía una intromisión en sus asuntos. Al final, quedó claro y las dos se abrazaron de nuevo, si hacerse promesas, sobraban.
-¿Te parece que preparemos la tierra del portal juntas para plantar de nuevo?. Vamos a hacer de ese rinconcito, un espacio compartido para las dos, eso sí, avísame cuando riegues…
Las dos rieron juntas, después de la tempestad, llega siempre la calma, inexorablemente, la vida siempre es así. Entre plantas silvestres y otras que tenía en forma de semillas, pronto empezó a rebrotar todo, lo que se salvó de la “quema” fueron las Bouganvilles, éstas ufanas recorrían buena parte de la fachada, agarrándose firmemente con los miles de pequeñas raíces que, como si se tratase de un gran pulpo vegetal, se negaba a abandonar su posición.
Las compotas y confituras estaban llegando lejos, cruzaron la frontera, gracias a los contactos que Clementina tenía, por medio de su madre en Francia, sobre todo, familia que no la conocían, tíos y primos, se pusieron a la labor de hacer una pequeña distribución por lugares selectos, ahora Tomás, el impresor, creó etiquetas en francés para mejor comprensión de los consumidores. Clementina empezó a amasar una pequeña fortuna que depositaba, mediante Jerónimo, en la cuenta de un banco, el cartero no cabía en si de gozo, las ayudaba a lograr aquello con lo que habían soñado. A esto, se añadían los remedios que seguía sirviendo a clientes de toda la vida, pero esto llegó a su fin, cuando un par de empresas de productos dietéticos y remedios naturales, se introdujeron en el mercado. Ahora, solo tenían para sobrevivir aparte de las compotas, confituras y mermeladas, las hierbas. A esto se dedicaba en cuerpo y alma Leonor, a preparar bolsas con plantas machacadas de verbena, hierba Luisa, boldo, y otras muchas que cultivaban ellas que recogían del monte. Curiosamente, sus clientes siempre les pedían romero y tomillo, plantas que estaban al alcance de cualquiera, fácilmente identificables por su forma y aroma, pero claro, solo podía haber una razón para tales pedidos, la gente no salía al monte a buscarlas, al ser asequibles, las compraban en las herboristerías.
-Podríamos extendernos un poco más si quisiéramos Clementina, se me ha ocurrido, que podríamos cosechar productos que fueran ecológicos, ahora, la gente, está buscando cada día con más fuerza, productos que estén libres de insecticidas, y comprar huevos de verdad, y pollos de verdad, de los de antes, cuando se les criaba con maíz y verduras…
-Deja Leonor, todo esto supondría tener personal, y no me gusta la idea de tener que montar una empresa, estamos bien como estamos, vamos teniendo nuestras ganancias sin tener que ampliar más, ni tener más dolores de cabeza. A mí, ya me vale lo hacemos, además, ya no somos jovencitas para tener tanto trasiego. Eso me recuerda una frase de Richard Wahety quién dijo: “Pierde una hora por la mañana y la estarás buscando todo el día.” No quiero, que esto me suceda a mí.
-Pero es que…
-No hay problema Leonor, si tú quieres iniciar una nueva andadura en este sentido, yo te apoyaré en lo que pueda, pero no dejaré de lado lo que hemos tardado tantos años en consolidar.
-Quizás es que me he vuelto demasiado ambiciosa, no se Clementina, a veces me siento vacía dentro de mí. El trabajo aquí contigo me llena de satisfacciones, pero no deja de ser, tú negocio, siendo tú la que lleva todas las iniciativas para hacer las cosas. De verdad, que no sé porque me quejo, mucha gente envidiaría estar en mi posición y tener el trabajo que tengo, que más que trabajo es una distracción, una distracción hermosa, en una tierra hermosa, rodeada de gente hermosa.
Jerónimo, por su parte, se implicaba cada vez más en la ayuda que prestaba a Clementina. El sabía que a base de insistir podría conseguir el favor de ésta, sin saber que para ella él era un valor en alza, una pieza fundamental en el desarrollo de sus vidas. Pero como le sucediera a Elías en su día con Fernanda (aunque nada tenían que ver en cuanto a parentescos), no se atrevía más que a adorar en silencio a aquella mujer excepcional, reconocido esto último, por todos los que hablaban con ella y la trataban un poco. Ese gusanillo, lo carcomía por dentro, y a veces lo punzaba de tal manera, que muchas noches, después de haber ayudado en casa de Clementina, se torturaba así mismo, hablando en el silencio de la noche, diciéndose que era un idiota y un cobarde. Sería más que probable que le pasara lo mismo que a Elías, pero ¿porqué?. Lo clásico, siempre ha sido que los hombres declaren su amor a las mujeres, bueno, más que su amor, su atracción por ellas, y es que hay hijas de Eva, que no pasan desapercibidas para algunos hombres.
Lo que para muchos es fealdad, es hermosura para otros, los defectos que ven otros en ellas, son cualidades para otros u otras. Las personas somos tan dispares e imprevisibles, que en ocasiones, se ve salir de una iglesia a unos recién casados, y viéndolos piensas “¿Qué habrá visto esta mujer en ese tipo?”, lo contario también es cierto. Hace algún tiempo fui invitado a la boda de un amigo, a la novia no la conocía más que por oídas, en un café cerca de casa, no se hacía más que hablar de esta boda, el novio, me llamó por teléfono para asegurarse que iba a asistir, y se lo ratifiqué. Os aseguro que cuando vi a la novia, pensé que mi amigo Matías se había vuelto loco, él siempre fue una persona de muy buen ver, alto, distinguido, muy buena gente, se desvivía por sus padres, a los que ayudaba en todo aquello que fuera menester. Ella sin embargo era delgada, más que delgada espiritual se habría podido decir, no se le veían aspectos físicos que pudieran emparejarlos en modo alguno.
Cuando después de la comida, nos pusimos a dialogar sobre Mari Carmen, él preguntó ilusionado “¿Has visto que hermosura de mujer? Me tiene loco, toda ella es corazón, si la vieras en la intimidad del hogar, no la dejarías escapar, te lo aseguro.” No se lo pude discutir, ¿quién discute con una persona enamorada, de aspectos que personalmente desconoce?, nadie, y si lo hace, mal hecho por su parte. Resulto ser un matrimonio feliz, que crearon un ambiente envidiable de paz y amor con el tiempo. Tres hijos fueron el resultado de ese cariño, tres hijos que crecieron en una auténtica familia.
Quizás, tras esos dos metros de hombre, se escondían aspectos, jamás descubiertos por nadie, y tenía confianza en que ella se daría cuenta, una mujer inteligente como Clementina, seguro que lo vería. Pero eso es una cosa, otra bien diferente, es que por esa misma razón, ella tomara algún tipo de iniciativa. Eso no iba a suceder, y él lo sabía. De manera que, enamorado de aquella mujer hasta la médula, le tocaba seguir sufriendo hasta que decidiera algo. Llegó a tal punto este estado de enamoramiento, que algunos pueblos a los que nunca había fayado en la entrega de su correo, comenzaron a llevar sus quejas a la central de Correos, Florinda, su madre, también se dio cuenta de que el estado de su hijo había cambiado, por un lado estaba feliz, por otro, estaba irritable, y continuamente, en las horas de su descanso, salía de la casa sin dar explicación alguna, sabía sin embargo, donde podía encontrarlo, siempre metido en aquella casa florida.
-Mira Jerónimo, nunca hemos tenido quejas de tú trabajo, pero resulta que sin saber cuál es el motivo, tú rendimiento deja mucho que desear. Los pueblos que están dentro del ámbito de tú trabajo, se quejan de tú servicio, no sé, parece que alguien o algo te halla cambiado. Tienes que poner fin a esta actitud, si no, tendremos que quitarte la plaza y poner a alguien más competente.
-No se preocupe usted señor inspector, desde ya, las cosas van a cambiar. Tiene usted razón, estoy pasando una mala época, pero esto no tendría que estar afectando mi trabajo. Si usted me da su permiso, voy a recoger el correo de mañana.
Salió sudando del despacho del inspector, tenía que hacer un punto y aparte, y sabía que esto, afectaría sin duda alguna, las visitas a casa de Clementina, dejar de pasarse horas en aquel refugio de paz y cariño que se respiraba en cada bocanada de aire, de puertas adentro del Portal de las Flores. Si la casa era bonita por fuera, por dentro era hermosa, estaba decorada con el alma de aquellas dos mujeres, que invitaban a vivir, como si uno lo pudiera hacer eternamente. Allí se detenía el tiempo, no importaba el pasado, el corazón te latía con una fuerza inusitada entre aquellas paredes, de forma que el presente lo podías sentir en tú pecho con fuerza, las sienes te recordaban continuamente que el futuro estaba lejos de allí, de hecho, el futuro era, cada latido de tú propio corazón en progreso.
Mientras por la tarde de aquel día, se dedicaba a pegar etiquetas en los botes de cristal, acompañado por Clementina y Lourdes, de forma breve dijo
-Esta va a ser una de las pocas tardes más, que voy a poder ayudaros en vuestro trabajo, parece que sin darme cuenta, he ido descuidando mi trabajo y me han llamado la atención, reconozco que ha sido de manera justa, últimamente estoy con la cabeza, que parece que no sea mía. Pero yo sé porqué, estoy enamorado de ti, Clementina, no he podido evitarlo, y mi falta de franqueza para reconocerlo, me ha llevado a mal traer hasta el punto, que he comenzado seriamente a desatender mi trabajo. Para mí, es muy importante estar a tú lado, y con esta hermana que tienes, es una delicia estar en esta casa llena de alegría, pero… el trabajo es lo primero, bueno, ahora ya no sé que es lo que debe ponerse en primer lugar, ya me veis estoy hecho un lio, disculpadme mejor me voy.
Las dos se quedaron paradas, viendo como descolgaba su pelliza y abría la puerta. Se miraron sin decir palabra, Clementina se derrumbó en el banco de la cocina. A saber qué pasaría por su mente ahora…, estaba claro que Jerónimo se había sincerado con ella, también se hacía patente que, debería haber pasado un rato duro, al tener que hacer ese manifiesto que por otro lado, lo dejó sin fuelle, pues cuando salió a la calle en dirección a su casa, su paso era desmesuradamente quedo, tranquilo, le pareció que su delgado cuerpo, pesaba mucho más allá de los noventa y algo de kilos que en realidad era su peso.
-Vaya con Jerónimo, conociéndolo, le tiene que haber costado dios y ayuda poder decirte esto. Es una buena persona, yo ya había visto detalles en su comportamiento, que me daban que pensar, a veces ¡te mira con unos ojitos…! , pero claro nunca puedes sacar conclusiones del comportamiento de la gente, ¿recuerdas lo que nos decía madre? “No prejuzguéis nunca a nadie, esperad a que se manifiesten, entonces sabréis las intenciones que tienen.”
Clementina oía a su hermana, pero era dudoso que la escuchase en ese momento, estaba con la vista perdida en el fondo de la cocina, su mirada denunciaba que era así. De pronto se levantó y siguió con su labor de hervir melocotones que tenía en el fuego, para entonces, ya se habían agenciado, cazuelas y grandes cucharones de madera así como, otros útiles propios de su trabajo. El fuego era alimentado con leña, tendría que pasar un poco más de tiempo, para que pudieran hacerlo de forma más cómoda con el gas butano, pero de momento, Jerónimo hizo construir unas bandejas de chapa gruesa a manera de cajón rectangular, sobre el que habían unos soportes para las diferentes medidas de ollas, estas quedaban a la altura de sus cinturas, con el fin de poder manejar todo aquel material con mayor comodidad.
-¿Te das cuenta Leonor? , casi todo lo que tenemos aquí para desarrollar nuestro trabajo, han sido ideas de Jerónimo, él es el que, nos lo ha facilitado todo, podemos hacer lo que hacemos, un poco gracias a él. A lo mejor eso hace, que se sienta necesario también en otros aspectos de mi vida, es comprensible, quizá se sienta con algún derecho sobre mí, aunque sea inconscientemente.
-Puede ser Clementina, en todo caso, sea cual sea tú decisión con respecto a lo que te ha dicho, deberías hacérselo saber, se lo merece.
-¡Claro, por descontado! Mañana hablo con él, sea en el momento que sea.
-Oye ¿y qué le vas a decir si se puede saber?.
Esta observación se la hizo en clave de humor, justo cuando le hacía esta pregunta a Clementina, la miraba por el rabillo del ojo y le daba un golpecito con el codo, al pasar por detrás de ella.
-Serás… mira que eres curiosa he … , pues mira ahora no te diré nada de lo que hablamos, hala.
Después de este gesto de complicidad, continuaron con sus correspondientes tareas.
Lo cierto es que esa noche a Clementina le costó conciliar el sueño, se imaginaba cosas, digo cosas, porque en esas circunstancias, a una mujer entera de los pies a la cabeza (en el sentido metafórico de la expresión), esas cosas, de manera más o menos indirecta, afectan sus sentimientos y en consecuencia a su sexualidad, a saber cuántos años hacía, que mantenía relaciones consigo misma. En alguna ocasión, salvando la edad que separaba a Leonor de Clementina, se habían hecho favores mutuos, lo que no implicó en modo alguno, ningún enamoramiento, por lo menos, por lo que se dejaba traslucir. Se dedicaron a investigar sus cuerpos… porque sus espíritus, presumían de conocerlos al dedillo. Eso no es malo, muy al contrario, además de placentero, era saludable, enriquecedor, hasta didáctico diría yo.
-Bueno Jerónimo, ahora soy yo quién quiero hablar contigo. No te pongas serio hombre, que ya sabes que somos de confianza, he estado pensando en lo que me dijiste ayer, tienes un buen grado de razón, yo también me siento muy a gusto contigo, hablo en singular porque es a mí a quién te referías. También tengo un sentimiento hacia ti, no el mismo que tienes tú para conmigo, pero si debo de decirte que… eres una persona muy importante en mi vida, no sé lo que puede pasar más adelante, pero si te puedo garantizar que tendré muy presente, todas y cada una de las palabras que dijiste, que por otra parte fueron muy bonitas e imposibles de olvidar. Me hubiera gustado mucho, tener unos sentimientos más asentados, para corresponderte como mereces. Por favor, no bajes la cabeza, me gusta ver tú cara y tus expresiones, ¡son tan hermosas! . Por favor sigue a nuestro lado, no ya como a alguien, a quién necesitamos para hacer mil y una cosas diferentes, deseo que estés a nuestro lado en la medida que puedas, para sentirnos queridas por alguien, que nos quiera por lo que somos, y como somos.
A jerónimo le consolaron en buena medida estas explicaciones que Clementina le dio, pero estaba algo triste. Al fin y al cabo, no le dijo que no lo quería, pero tampoco le dijo que si, de la manera que él esperaba, esta conversación la tuvieron en el zaguán de la casa, estaban de pié, pero Jerónimo se puso en cuclillas, de esta manera estaba prácticamente a su altura, sujetándose la cabeza, él le contestó
-Te agradezco que me tengas en esta consideración, temía que después de hablar contigo, me vieras como a alguien a quien alejar de tú vida.
Extendió sus grandes manos hacia las de ella y ella a su vez le devolvió el gesto con las palmas vueltas hacia abajo, cuando tomó sus dedos, besó cada una de ellas con dulzura. Eso era un mensaje, un mensaje velado que quería significar, que podía seguir contando con él. Ella se alegró por ese detalle de Jerónimo, pero no quiso abusar de las malas interpretaciones, y se retuvo de darle un beso, antes de darle las buenas noches, sin embargo, con los brazos cruzados escondidos entre la espesa mantilla de lana montañesa, hizo un giro elegante sin levantar la cabeza del suelo, pareció en ese instante, como si una fuerza sobrenatural la hiciera girar sobre si misma sin tocar el suelo, que se alejara del mismo modo, Jerónimo se sorprendió a sí mismo, de pronto un frio intenso recorrió todo su espinazo.
Se sorprendió más todavía, cuando comprobó que sentía un frio generalizado que lo hizo moverse…, estaba sobre la cama, sudando, sin saber al principio a qué se debía esto, tiritaba y sudaba a la vez, lejos de ser una pesadilla, solamente era un sueño, un sueño real que seguro que antes de él, lo llevó por otros senderos, sin saber qué era lo que había pasado o soñado, y se maldijo en su interior. Imposible el levantarse, le dolía hasta la piel al roce con las sábanas, cayó de nuevo sobre la cama mojada por su propio sudor, cuando pasaron un par de horas más, oyó ruido en la casa
-¡Madre…!, esta subió a medio arreglar todavía y se sorprendió al ver a su hijo en cama a aquella hora, se apresuró a ver qué era lo que le pasaba, Jerónimo movía la cabeza de un lado a otro, se acercó y comprobó que estaba ardiendo de fiebre, sin saber qué hacer, se enfundó en un viejo abrigo de pieles y con un pañuelo en la cabeza, salió al encuentro de Clementina. Al llegar a la puerta, por un instante se preguntó, que hacía esta mujer para tener aquel portal tan bien decorado, le recordaba las postales que se vendían, en la que los ilustradores derrochaban imaginación, poniendo colores imaginarios pero hermosos, en las plantas que aparecían en las cartas, que llenaban los portarretratos giratorios de la ciudad.
Se apreciaba luz en la cocina y no dudó en llamar mediante el picaporte, que estaba representado por una cabeza de león, que era a su vez golpeada por una mano de acero viejo, una mano con una bola en su interior. Del interior de la casa no se oyó respuesta alguna, solo el sonido de unos pies que a la carrera se apresuraban a abrir
-¿Qué es lo que pasa señora Florinda?
Algo tenía que pasar para que aquella mujer estuviera delante de su puerta a aquellas horas…
-Jerónimo está enfermo, no sé lo que le pasa, pero tiene una fiebre de mil demonios, no sé que hacer, nunca lo había visto así. ¿Tendrían la bondad de venir a verlo?, ustedes que están más al tanto de enfermedades, sabrán que es lo mejor para él.
No se puso a discutir con ella acerca de que no eran médicos, solo herbolarias, pero Leonor, llamó a Clementina que ya bajaba por las escaleras. Había oído el picaporte y sabía que a aquellas horas lo más normal fuera que las noticias, las que fueran, llegaran de casa de Jerónimo y Florinda. Marcharon las tres a la carrera hacia su casa, cuando abrió la puerta Florinda, se encontró con el cuerpo de su hijo tirado sobre las losas del recibidor, desmayado. Estaba mal vestido, con una camiseta, la misma con la que durmió, empapada en sudor, un grueso jersey encima, y el pantalón de cartero a medio abrochar, no llevaba calcetines y llevaba una sola bota sobre el pié desnudo, eran botas de piel gruesas, con la suela de madera.
Leonor sin decir nada a nadie, subió las escaleras de la casa y bajó con una gruesa manta, la extendieron en el suelo levantándolo de lado y poniéndola bajo él, después lo dejaron poco a poco, tiraron del otro lado, Florinda contemplaba aquella maniobra con algo de sorpresa, ¡que habilidad la de aquellas mujeres!, Clementina le pidió una almohada a la madre, al mismo tiempo le dijo que le trajera toallas mojadas, a la pobre mujer le pareció que le habían pedido que atracara un banco, sus manos denunciaban su nerviosismo. Fue de nuevo Leonor la que subió y bajó con dos toallas grandes que metió en la pica y abrió el grifo del agua para mojarlas, le quitaron la ropa y le pusieron las toallas encima, otra más pequeña estaba sobre su frente, en este instante no podían trasladarlo a ninguna habitación, la imposibilidad venia dada por las propias características de Jerónimo, una persona de aquella embergadura, era difícil de manejar, en aquel momento era un peso muerto, tenían que esperar que despertara, Clementina tenía la seguridad de que lo haría pronto. Era el exceso lo que le llevó al desmayo, el exceso de querer forzar aquella gran maquinaria, su fuerza física que no siempre por ser más grande, responde del mismo modo al ataque de un virus o enfermedad. Al final despertó, y al ver a Clementina, la primera reacción fue sonreírle
-Caray, lo siento, veo que todas os habéis dado un buen susto, ¿Qué hora es…?.
-Déjate de pensar en el reloj por un momento, acaba de despuntar el sol, pero te ruego que no te muevas todavía. Leonor ha ido a buscar una infusión que te tomarás ahora mismo, y sin rechistar, no vas a ir a ninguna parte hasta que no te lo diga la doctora.
Le dijo esto, pasando la mano sobre sus cabellos medios húmedos, mientras él sonreía brevemente. Dejó de hacerlo, al darse cuenta de que estaba desnudo, solo cubierto por la manta de lana, aunque bajo ella tenía toallas mojadas (en este tiempo ya se habían secado), y se le ocurrió preguntarle a su madre
-Me has desnudado tú, mamá. Espero que sí.
-Pues no, han sido ellas dos, ¿Cómo esperas que pueda hacer esto tú madre, has visto el cuerpo que tienes?, ¡vamos hombre!, eso sí, yo he estado delante. No han hecho más que desvestirte y ponerte sobre la manta, no te quejes, te han tratado a cuerpo de rey.
Jerónimo se veía claramente avergonzado, sin ropa, desnudo frente a aquellas dos mujeres, se sentía vulnerable, desnudo también por dentro, como si alguien pudiera ver más hallá de la piel, que es solamente un recubrimiento de lo que somos en realidad. Dijo que iba a levantarse y subir a su habitación, que fueran tan amables de dejarlo solo por unos momentos, hasta que hubiera desaparecido de aquel escenario un tanto kafkiano.
-Tenemos un remedio en casa, que en cuanto lo empiece a tomar se sentirá mejor, es un reconstituyente muy potente, este remedio lo alternaremos con otro, en función del diagnóstico que le dé el médico. Bueno, eso en caso de que quiera tomar las medicinas de farmacia para remediar lo que diga que tiene el médico. La medicina natural es más de tipo preventivo que otra cosa, tomada de forma constante, aleja muchas de las enfermedades que normalmente nos afectan, son muy efectivas, eso sí, pero estoy convencida de sus efectos, una vez comienza uno a tomarlas.
Florinda se quedó un poco pensativa cuando Clementina le informó, lo cierto es, que en una zona aislada como esa, todavía no tenían demasiadas posibilidades de que un médico les visitara de forma regular, vivían solos, aislados, ni siquiera se contemplaba el pueblo en un mapa, había desaparecido, sencillamente eso.
-Sube y habla con él, es quién tiene que decidir que quiere hacer al respecto, yo tenía algo de influencia cuando era más joven, pero ahora… tiene una fe ciega por vuestra medicina, es curioso, hace unas cuantas noches, mientras cenábamos, me dijo que, ojalá hubiera orientado sus esfuerzos en la dirección de la medicina natural, que le encantaría hacer lo que vosotras hacéis, y el ánimo y esfuerzo que dedicáis a esto. Además, una tarde probé la mermelada de higos que hacéis, es deliciosa, jamás había probado cosa igual, sencillamente extraordinaria.
-Gracias Florinda, es usted muy amable, pero no exagere, lo único que hacemos, es preparar esta recetas como lo hacía nuestra madre, es ella quién tiene todo el mérito, y supongo que antes de ella, otros muchos que han conservado estas recetas como algo sagrado, con el mismo espíritu de las cosas bien hechas. ¿Sabe usted que nos están escribiendo desde Inglaterra para que les enviemos nuestros preparados?, al principio no nos lo podíamos creer, pero mira tú por dónde, nuestro contacto en Francia nos dijo que no era ninguna broma. Imagínese, el señor Tomás, imprimiendo etiquetas en inglés para nuestros productos, vamos, es que no me lo puedo creer.
Clementina subió a la habitación de Jerónimo y llamó a la puerta con los nudillos, no contestó nadie, después de hacerlo una segunda vez y no tener respuesta entró. Jerónimo estaba arropado, y se había dormido, se acercó para comprobar si la fiebre estaba presente en su cuerpo, pero había bajado y respiró aliviada, el cartero respiraba profundamente, con leve ronquido que manifestaba tranquilidad y alivio.
No se sabe por qué razón, en su interior tenía una inquietud relacionada con aquella casa, de pronto, se le ocurrió que hacía bastante tiempo que nadie le hablaba de Mirón, el mulo que dejó Elías a su partida, y que heredaron Jerónimo y Florinda cuando compraron la casa. No preguntó nada a nadie y se limitó a salir al patio trasero, allí, siempre tenía su espacio Mirón, que se hizo él mismo una especie de habitáculo, en medio de la paja y bajo un trozo de cobertizo ondulado de cemento, su abrevadero siempre estaba lleno de agua fresca corriente que pasaba por la parte trasera de la casa. No estaba allí, era muy raro, Clementina lo llamó, conocía su voz pero no vino, se adentró en un sendero que daba a un prado verde, con nogales y robles. Se quedó parada un rato mirando el espectacular color de las nubes, que cambiaban de color a medida que pasaban por delante del sol, luego siguió caminando hacia un terreno más rocoso, desde donde se veía lo que era el antiguo pueblo, hizo un barrido con la mirada, al mirar hacia su lado derecho vio a unos buitres, que estaban dando cuenta de alguna res muerta. Paró su vista allí, tiró un par de piedras hacia ellos, y entonces descubrió que el cadáver era Mirón, se quedó consternada, no era posible, ¿qué habría llevado a Mirón a ir a aquel lugar a morir?, volvió sobre sus pies y entró en casa de Jerónimo jadeante, cerró la puerta tras de sí, y se quedó apoyada en ella sollozando.
Duro golpe para ella y los demás cuando se enteraron, especialmente Clementina y Leonor lo lloraron mucho, fue uno de esos animales que lejos de ser orgulloso, mulo donde los hubiera, era dócil, hasta educado se podría decir, intuitivo y que le gustaba pasar desapercibido, a pesar de los palos que se llevó cuando era joven, de manos de Tomasin Barranco, ¡anda que no le había dado de palos para que subiera por cuestas, casi imposibles hasta para un mulo, cuando iba a cazar jabalíes! El con sus grandes ojos hacía acopio de fuerzas para que terminara aquel suplicio cuanto antes, luego se quedaba con toda la sangre del animal pegado en la grupa, sin que nadie se preocupara por pasarle un agua, entonces era cuando comenzaba suplicio… miles de moscas aparecían de todas partes a saciarse de aquella sangre grumosa, que hacían que todo él, fuera un saco de temblores, tanto temía a los palos, que se pasaba así todo un día, hasta que en la madrugada, saltaba por una tabla mal mantenida del corral y se bajaba al rio, allí, metido en el agua, se bañaba y cuando se levantaba, se quedaba un buen rato mirando a la luna cuando la había, luego resignado, volvía a subir al corral aliviado y se frotaba con el heno o la paja, era un animal… no digo inteligente, pero listo lo era un rato largo, más que todos aquellos animales que poblaban aquella casa.
“Ha sido siempre un animal desafortunado, y cuando tenía todos los vientos a su favor, con gente que le quería de verdad… no quiso que lo viéramos morir, pobre Mirón.” Eso fue lo que pensó Clementina que era sumamente sensible, y aprendía lecciones de todo aquello que la rodeaba.
Por otro lado respiró aliviada al ver que Jerónimo, se iba poniendo en forma cada día que pasaba. Leonor se había preocupado de bajar con el coche de línea a Estrecha de la Sierra a hablar con el inspector jefe de lo sucedido a Jerónimo, le exhortó a que enviara a alguien si quería hacer una comprobación de su estado, asunto este al que declinó la invitación, no tenía tiempo, estaban muy ocupados con los nuevos sistemas que el gobierno les estaba instalando para la distribución del correo. Dicho en otras palabras… lo despedían
-Mire usted señorita, no hay nada más sagrado en este mundo que el que a la gente les llegue el correo de forma puntual, el correo desde los albores de los tiempos, ha sido uno de los puntales de un país, gracias al correo se han salvado naciones enteras…
Leonor no estaba para rollos, se dio la vuelta y dejó al inspector con la palabra en la boca, el hombre, que por lo que se ve no estaba acostumbrado a que nadie le hiciera eso, la llamó primero, y luego le gritó desde lo alto de la escalera de su despacho
-¡¡Haga usted el favor de volver aquí!! , pues entonces dígale a su amigo que ya le enviaremos lo que se le debe por correo, y que no vuelva por aquí.
Leonor ya estaba en la puerta de la calle, pero se volvió hacia él
-Y usted dígale a su señora esposa que lo satisfaga un poco mejor, que buena falta le hace desgraciado.
Algunas de las mujeres que trabajaban en las líneas de distribución de cartas, sonrieron sin poder evitarlo, pero concentradas en su trabajo. Cuando Leonor informó a Jerónimo sobre lo sucedido este habló con ella en un afán desesperado de no perder su empleo
-¿Y no has podido hacer que entrara en razón…? ¡Qué voy a hacer ahora!.
-Este tipo no está en su cargo para que le hagan entrar en razón Jerónimo, está para meter en cintura a todos los que están a su cargo, nada más, esta gente son como los centuriones romanos, no podían permitir deserciones, y él se cree que es precisamente eso, un ejecutor de los que no caminan a su paso, es sencillamente un pobre hombre que ha perdido el respeto de la gente de su casa, y que cuando él llega, todos tiemblan, como si fuera Hércules el que entrara por la puerta. Créeme, he conocido a unos cuantos como él.
Encontró a Clementina en su lugar, la cocina, preparaba una nueva mermelada de moras, y con un cucharón de madera, iba probando el sabor y el grado de dulzura que caracterizaba sus compuestos. Le explicó lo sucedido, Clementina se entristeció mucho, que le hicieran una cosa así a un amigo, inmerecidamente la irritaba, ahora entre las dos, debían hallar una solución al tema, una solución difícil, habida cuenta de los sentimientos que se habían apoderado de Jerónimo. Pero de cualquier manera, algo había que hacer.
-Ese inspector de correos al final despide a Jerónimo, me da una pena… al pobre cuando se lo he dicho se ha quedado a cuadros. Ya no tiene uno derecho ni a ponerse enfermo, de un plumazo te eliminan como si fueras un apestado, no sirves porque has estado quince días de baja laboral, ¡qué pena…!.
-Si quieres que te diga la verdad, me lo esperaba, lo que pasa es, que creen que sustituyendo a una persona responsable por otra a la que no conocen, les van a ir mejor las cosas, sin embargo, díselo a los que están acostumbrados a que Jerónimo les traía el correo hasta ahora, haber que te dicen, estos cargos no se pueden sustituir como quién cambia de corbata. Vas a ver el revuelo que causa esto en estos pueblos vecinos.
Justamente eso fue lo que pasó, el nuevo cartero, un hombre desaliñado y casi ciego de la miopía que arrastraba, cambiaba frecuentemente los destinos de las cartas, se confundía de localizaciones, en una ocasión se le cayeron las gafas de culo de botella que llevaba, y casi sin verse en la carretera que para él era todavía desconocida, se dio contra un almendro centenario que le desguazó el coche. Pero, era el cuñado del inspector, y ya había pasado por una mala experiencia en Parques y Talleres, propiedad del estado, al colársele la mano en una prensa de troquelar cajas metálicas, consecuencia de aquello, era la falta de los dos dedos, meñique y anular de la mano derecha. La mujer del inspector Virginia, le llevaba rogando un año entero, que colocara a su hermano en correos, y este, vencido por la insistencia le dio la plaza de Jerónimo. Flaco favor le hizo; el propio inspector, con su Citroen Stromberg 11 ligero, tuvo que dedicarse al reparto del correo de manera silenciosa, él, que tenía ese coche como una joya, una reliquia que debía conservar a toda costa, impoluto, prácticamente nuevo, pues a casi todos los sitios donde se desplazaba por la ciudad, lo hacía a base de coger taxis porque correos le pagaba las dietas necesarias, y si se excedía, las sacaba de algún otro paquete de gastos.
Un día de frio, Jerónimo se dirigió a casa de Clementina, era mediodía, a cien metros de la casa vio el Citroen del inspector, estaba levantado de un lado, y para entonces los servicios de asistencia en carretera no existían, había pinchado un neumático, el hombre levantó la vista y se pasó la mano por la frente, estaba sudando, era la primera vez que tenía que cambiar una rueda. Jerónimo con su chaqueta de marinero y el cuello subido hasta las orejas se dirigió a él
-¿Qué pasa señor Victorino? Tiene problemas por lo que veo.
-Pues sí, es imposible sacar las tuercas de la rueda para cambiarla.
-Déjeme a mí, si le parece bien. A lo mejor lo solucionamos entre los dos.
No tuvo que hacer demasiado esfuerzo para sacar las tuercas, puestos a ayudar, le colocó la otra, la aseguró con los tornillos, y sacudiéndose las manos después de bajar al suelo el coche…
-Listos, ya está preparado para seguir.
-Oye Jerónimo, ¿Por qué haces esto, quiero decir que porque me has ayudado?.
-Deme usted una buena razón para que no hubiera tenido que hacerlo. No habría sido persona si viéndolo, hubiera apartado la vista. Al fin y al cabo usted y yo pertenecemos al mismo género, el humano, lo que he hecho por usted lo habría hecho por cualquier persona.
-En cualquier caso, lo tendré en cuenta. Siempre que necesites algo, ven a verme, si necesitas trabajo o cualquier otra cosa, vienes y me lo dices.
-Claro, porque nos hemos encontrado en esta circunstancia, y le he prestado ayuda ¿verdad?, gracias por el ofrecimiento, de momento, trabajo tengo, y muy bueno. Mejor pagado que el que tenía en correos, y sin tener que discutirme cada semana con usted para andar regateando las dietas. Le deseo que tenga un buen día.
Se dio la vuelta y se encaró a casa de las dos mujeres. Les contó lo sucedido, y les dijo, que hasta él mismo estaba asombrado de la calma con que razonó con el señor Victorino. Las dos se pusieron contentas al ver que su forma de vida estaba teniendo una buena influencia en él. Al llegar el sábado, Clementina, que estaba en la cocina preparando una ensalada, le dijo que esta semana les había ido francamente mejor que otras, había recibido unos giros postales de pagos que un par de clientes enviaron con algo de retraso, de manera que ese sábado le dio seis mil quinientas pesetas. Jerónimo no se lo podía creer, al principio no quería coger el dinero, por lo menos tanto dinero, pero Clementina razonó y le explicó que entre la gasolina, los desplazamientos y el montón de horas que se había pasado en el taller, era dinero merecido que tenía que coger, era suyo, se lo había ganado.
Jerónimo se presentó una noche en casa de Clementina con una caja de cartón muy bien embalada en la que le leía en letras mayúsculas PHILIPS, un dibujo estampado en tinta azul anunciaba un aparato electrodoméstico. Habían terminado de cenar, y cuando oyeron la puerta, supieron enseguida que se trataba de Jerónimo porque él mismo se anunciaba…
-Soy yo chicas, él matraca.
Para entonces, la electricidad, ya se había hecho bajar por la carretera mediante postes, desde el Parador de las Puntas. No tenían demasiados enchufes en la casa, pero los suficientes, para poder desarrollar su trabajo con más comodidad que antes, a la luz de candeleros y lámparas de aceite.
-También vosotras os merecéis algún extra, que narices. Esto es un tocadiscos, ahora os explicaré como funciona, pero hay un problema, pequeño eso sí, que no se, qué tipo de música os gusta, de manera que me lo tendréis que decir para poder comprar música a vuestro gusto, por el momento, me he permitido comprar un vinilo de una arista reconocidísima, se llama Gloria Lasso, este disco va a ser la prueba de fuego del aparato.
Puesto en materia, se apresuró a sacar de la caja el aparato, lo dispuso encima de la mesa de la cocina, y les advirtió que el sonido era estereofónico, tenían que ponerse a cierta distancia de los altavoces para escuchar con más detalle, la voz y los instrumentos de forma separada.
-Como no sé que clase de música os gusta, me he permitido comprar un disco, que es de una cantante que tiene una voz preciosa, mejorando lo presente claro. Se llama Gloria Lasso, y es una de las mejores voces de Europa, canta muchas piezas en francés, es una delicia.
Puso el disco, comprobó la velocidad del giradiscos, treinta y tres revoluciones que era la apropiada para los long play, y lo puso en marcha. Para entonces después de muchas quejas y reivindicaciones de pueblos vecinos, la compañía de la luz hizo que llegara la luz carretera abajo desde El Parador de las Puntas, aunque no había muchos interruptores ni enchufes en casa de Clementina, si tenían los suficientes para arreglarse. Cuando Jerónimo enchufó el aparato a la luz, en la cocina, se quedaron pasmadas, además de por el sonido en sí del aparato, por aquella magnífica voz que emanaba de los altavoces.
-Que voz más bonita, y que canciones… me parece haber oído alguna de ellas por la radio. Claro, ahora caigo, esta mujer canta aquello de… “la luna de miel…”
-Exacto, bueno aparte de esta música contemporánea, ¿qué otra música os gusta?.
-Nos sabe mal que tengas que gastar dinero en discos Jerónimo… el próximo lo compramos nosotras dos, ¿te parece Leonor? (ésta se encogió de hombros aceptando la sugerencia). ¿Sabes que me gustaría tener? La zarzuela Marina, mi madre era una enamorada de la música clásica, y recuerdo con especialmente esta, la oía continuamente, me parece que la han catalogado como opera de lo buena que es. Cuando oyes esta música, parece que percibas el olor del mar, nunca lo hemos visto, pero lo podemos soñar a través de esta música, por lo menos yo.
-Todo se andará Clementina, todo se andará.
Bien entrada la primavera, y antes que llevaran a cabo el proyecto de ampliar un poco las instalaciones para fabricar más cómodamente sus productos, Jerónimo les propuso hacer un pequeño viaje hacia el sur, a La Manga del Mar Menor, que para ese tiempo, se estaba empezando a convertir en destino turístico, tanto del interior del país como del extranjero.
-No imposible, no podemos dejar nuestra casa, ¿quién regará las flores del portal, y se cuidará de la casa en nuestra ausencia?.
-Mi madre se ha ofrecido de buen grado a hacerlo por unos días. Solo hace falta apretar un poco el ritmo de trabajo, y listos. Creo que es solo una cuestión de planificación, yo me encargo de hacer los viajes que haga falta para tener etiquetas, llevar el género y hacer más horas. Pero, por favor Clementina, no digas que no a unas cortas vacaciones que tenéis más que merecidas. Piénsalo bien, por las dos, yo creo que es viable, serían solo cuatro días o cinco.
-Cuatro, ni uno más. Pero antes, hay que ver qué es lo que somos capaces de hacer en lo que queda de tiempo hasta pleno verano.
Detrás de la espalda de Clementina, Lourdes aplaudía en silencio.
-Y tú no aplaudas tanto que te veo, a trabajar, vamos a ver de lo que somos capaces de hacer, mañana tendré listo un organigrama de tareas.
En el fondo, Clementina estaba más ilusionada que ninguno de ellos, en ver, y sentir la caricia de las olas en su cuerpo, jamás había experimentado esta sensación, era lógico pues que deseara tener esa experiencia, del mismo modo que, mucha gente que habitaba en la costa, querrían sentir la sensación de los aires de la montaña. En cuanto tuvo un momento, hizo recuento del material que ya tenían dispuesto para servir, y luego preparó una lista en virtud del stock que ya tenían preparado. En los últimos meses, el consumo de los productos envasados creció, de manera que se vio obligada a comunicar por escrito a sus clientes, que durante unos días, no les sería posible servir todo el material demandado.
-He estado haciendo recuento de todo, y hasta previsiones de lo que nos puedan pedir, pero… es imposible saber qué y que no, van a demandar los clientes. No se chicos… por primera vez en mi vida, esto me supera.
-No seas tan dura contigo misma Clementina. Desde mi punto de vista, lo que pasa, es que en tú mente, prima el servicio a los demás, y eso es imposible, a estas alturas piensa en que no puedes satisfacer a tanta gente, para eso, tendrías que tener un almacén, que fuera el doble de grande que el que tienes actualmente. Piénsalo detenidamente, y te darás cuenta de lo que te digo.
Jerónimo tenía razón, trataba a los consumidores de mermeladas y compotas como si fueran enfermos a los que debía curar a toda costa, cuando lo cierto, es que eso era sencillamente un lujo, un plus, para paladares exigentes, para gourmets de la alta cocina, no en vano algunos de los restaurantes selectos a los que iban a parar sus productos, le escribían, pidiéndole si era posible hacer determinada combinación que luego aplicaban a sus postres. Sentía, aunque no los conocía, predilección por dos restaurantes parisinos que le hacían sendos pedidos de sus productos, uno era “Le Procope” en Saint Germain, el otro era “Au pié de Cochón”, restaurantes los dos, con el mismo propietario, querían que se les sirvieran sus productos en envases herméticos, y no eran botes pequeños, eran de dos kilos. De modo que a ellos se les dirigieron telegramas, advirtiéndoles de las pequeñas vacaciones que se tomaba la empresa, la respuesta fue casi inmediata, les hacían pedidos dobles, eso era lo que Clementina esperaba, la reacción de los clientes.
Así fue con el resto de los clientes, sucesivamente, le fueron haciendo encargos anticipados de lo que necesitaban, eso fue un buen punto de partida, para saber sobre qué base tenían que trabajar. Para finales de junio, estaba todo dispuesto, todos abastecidos, podían ahora contar con los ansiados cuatro días de paz, de relajación, de sosiego, de eso que ahora llamamos cargar las pilas. Se lo tenían ganado a pulso, Jerónimo se encargó por último a preparar las cajas con todo el material pertinente, que seguro les reclamarían cuando supieran que había llegado el tiempo de la incorporación al trabajo.
-Clementina, puedo ir delante con el chofer?
-Sí mujer, claro que sí, ya nos iremos turnando, pero no le distraigas mucho, haber si tenemos algún disgusto antes de llegar a destino.
-No te apures, a mí se me puede hablar cuanto quieras, pero cuando conduzco, conduzco. Además, con la ilusión con la que voy yo con vosotras, seguro que no me despista nada, estoy como loco por llegar a La Manga, a vosotras que os gusta pasear, os cansareis de caminar por la playa.
-No será para tanto, Jerónimo, que estas piernas están acostumbradas a trotar como las cabras montesas. Mucha playa tiene que haber para cansarnos.
-Sí, también es verdad, quizás os estoy subestimando, pero ya me contareis cuando comencéis a caminar, con las olas del mar golpeándoos los tobillos.
El viaje, al principio fue un poco tedioso, hasta descender de las alturas y pasar aquellas planicies solitarias, Clementina se durmió en el asiento trasero del Fiat, pero después de la segunda parada, para dar un poco de descanso al coche y a sus personas, el panorama fue cambiando, ahora se las veía a las dos mirando a lado y lado de la carretera, observando pequeñas poblaciones, y a sus gentes, que nada tenían que ver con las personas de montaña, más duras, más curtidas, o por lo menos eso pensaban ellas. Por fin llegaron a Cartagena, ahí tuvieron que hacer un alto en el camino de manera forzosa. Ninguna de las dos había visto jamás palmeras, aun sabiendo, que de algunas especies de ellas, se extraen líquidos apreciados para la salud. Se quedaron paradas, cogidas las dos del brazo, señalando aquellos peculiares árboles.
-Jerónimo, ¿ves esos ramos de frutos que se hacen ahí arriba?, eso son támaras, el fruto alivia los tumores y ablanda los diviesos, también sirven para aliviar el catarro de las vías respiratorias.
-Pero vamos a ver… ¿hay algo que tú no sepas sobre las plantas y los árboles?, hasta aquí tienes que traerte el trabajo?, venga mujer, déjalo ya, estoy viendo que estas vacaciones serán un programa de investigación. Y de eso nada guapa, ¿me oyes?, soy capaz de ponerte una venda en los ojos y no quitártela hasta que estemos pisando la arena de la playa.
-Vale… tienes razón, pero es que no lo puedo evitar…
-Pues más te vale que hagas un esfuerzo, tenemos cuatro días de vacaciones, vacaciones ¿sabes?.
Leonor reía, eso era como pedirle peras a un olmo. La cosa cambió, cuando después de instalarse en un pequeño hotel de La Manga, se vistieron con los elementos de playa y la descubrieron. Para Jerónimo no era la primera vez, su padre había sido agente de aduanas en Valencia, un ataque al corazón, quizás debido a los excesos de beber, lo mató en la garita, cuando estaba haciendo guardia con otro compañero. De él, guardaba el recuerdo de continuas peleas con su madre por este motivo, y de su ausencia de casa, tanto si estaba trabajando, como si no. También del día, que junto a unos amigos, estaba esperando en la puerta de la calle a Jacobo, un amigo que siempre llegaba tarde a todos los sitios donde quedaban, fuera a hacer un arroz, o ir a ligar con chicas, ese día habían comprado un par de cajetillas de Chesterfield y estaban fumando, cuando llegó su padre, apestaba a anís, sin más, se plantó delante de aquel hombretón de metro noventa, y le soltó un tortazo que le movió hasta la corbata de lugar, a sus dieciocho años, Jerónimo quedó petrificado, y solo tuvo palabras para decir
-Lo siento chicos, hoy no saldré, no me encuentro bien. Salid vosotros y pasadlo bien ¿vale?.
Otro amigo de él le contestó a su padre
-Pero… ¿Qué se ha creído usted, que le ha hecho su hijo para que lo trate así?.
-Tú no te metas mocoso, ¿o quieres cobrar tú también?.
Jerónimo lo sujetó por el brazo, y le explico que no valía la pena, que lo dejara estar.
-¿No ves en qué estado está? Además es mi padre, déjalo correr, no vale la pena enzarzarse en una pelea ahora.
Esa fue otra de las guindas que solía poner su padre en los pasteles, en circunstancias de frustración. Necesitaba descargar su malestar interno de algún modo, y si Jerónimo estaba a tiro antes que su mujer, era quién recibía el primer palo.
Ahora lo que le llevaba por aquellas tierras del sur, era bien diferente, estaba pletórico y convencido de ser un buen guía para aquellas dos mujeres que tenían el rostro iluminado por estar en aquellos parajes idílicos. Al fin, cruzando una pequeña carretera que corría paralela a la playa, pisaron la arena del mar, Leonor sin más, dejó en ella la toalla y corrió hacia el agua, Clementina no, con paso procesional, se dirigió hacia el agua, levantando la cabeza, tratando de memorizar ese olor tan característico, que despide el agua de mar a su contacto con el sol. Parecía como si para ella ese momento fuera un ensayo, una vivencia que no quisiera olvidar, ¡tenía tan buen olfato para las cosas singulares…!
-No te enfades, pero te pareces a Patas, cuando entra de la calle oliendo la comida que preparas.
Ella rió sin mirarlo, ni siquiera se apercibió que Jerónimo puso el brazo sobre su hombro desnudo, el bañador no podía tapar más de lo necesario, y Jerónimo sintió dentro de él, una punzada que lo conmovió de pies a cabeza. Mientras, Leonor jugaba con el agua, daba vueltas dentro de ella y cuando se ponía en pié, trataba de salpicarlos alzando agua con las dos manos, pero estaba demasiado lejos. En La Manga, si quieres que el agua te cubra, tienes que caminar mucho hacia dentro del mar, es ideal para que los chiquillos disfruten del mar en una relativa seguridad, ahora Leonor era como uno de aquellos niños.
Jerónimo, cogió la mano de Clementina y la invitó a unirse a su hermana, al principio entre risas y forcejeos ella se negaba, pero al final él se puso tras ella…
-Si tú no entras, tendré que llevarte yo, como quieras, si estamos más de lo conveniente aquí sin mojarnos, nos vamos a rustir como pollos en el horno, te doy mi palabra que nos pasará justamente eso.
Finalmente entró en el agua, caminaron, ella, con cierta inseguridad, levantando la vista, no se veía el fin de toda aquella masa de agua, Jerónimo la tenía sujeta por la mano, ¡sentía un placer inmenso! En su caso no era por el mar, ni por los aromas de este, ni siquiera por la grandeza del mar. Se sentía como si fuera dueño de algo precioso, o por lo menos su intención, su sana intención era serlo, pero para esto se requería paciencia, mucho cariño, y entrega.
Después del primer día de playa, estaban todos cansados, por un motivo u otro, sus cuerpos se encontraban relajados, como si estuvieran ausentes de toda la realidad que los rodeaba. Leonor y Clementina, desnudas en sus camas, estaban entregadas al “sueño de Morfeo”, el dios de los sueños, de quién Ovidio dice, que dormía en una cama de ébano con una pálida luz, y rodeado de flores de adormidera. Dormían y soñaban, o soñaban y dormían, ausentes de todos los planes humanos. Jerónimo, panza arriba en su habitación, se entregaba al sueño pero con los ojos abiertos, se imaginaba… ¿quién sabe qué…?, pero estaba sonriente, relajado, pero cada vez que cerraba los ojos para parpadear, se sentía un hombre recién llegado a la vida. Quizás fuera que, había encontrado las nubes, desde su altura habría sido fácil que fuera así, pero lo cierto es que su mente se había reconvertido, transmutado, porque los acontecimientos de ese día, estaban cambiando los parámetros de sus ambiciones y deseos.
Después de revolverse en la cama un buen rato, las dos se levantaron con casi todo el cuerpo enrojecido, comenzaban a sentir los efectos del exceso de sol, su piel estaba tirante, y parecían ollas a presión puestas al fuego.
-Dios, ¡estoy ardiendo!, mira Leonor, parezco una gamba.
-Eso es lo que somos ahora, gambas. Seguro que el pobre Jerónimo, está igual que nosotras. Lo compadezco, porque con lo grande que es, el mal tiene que ser el doble.
Las dos rieron, pero con discreción y sin mala intención, al poco llamaron a la puerta.
-¡Hola!, ¿estáis ahí?. Abridme por favor, que tengo que deciros algo.
En voz baja, Leonor dijo a su hermana que seguro que venía a buscar algún remedio para las quemaduras.
-Un momento. Mira que guapo se ha puesto el galán este, te vas de juerga?.
-No mujer, os venía a decir que… ¡oye!, ¿os habéis mirado al espejo? Parecéis dos…
-Sí ya lo sabemos, dos gambas langostineras, y con el vestido blanco se ve más ¿a que sí?.
-¡Madre mía! Pues vais a sufrir lo vuestro, además de que vais a mudar la piel, como los lagartos.
-Ya me gustaría verte a ti. Tienes que estar igualito que nosotras.
Jerónimo se levantó la camisa y les enseñó las espaldas, tenía casi el mismo color que antes, parecía mentira.
-¿Y cómo es que tú no te has quemado?.
-Sencillo, hay que aprender de la naturaleza, y un servidor sabe lo que es el sol del verano, cada vez que he salido del agua me he cubierto con la toalla, de manera que solo se me han enrojecido un poco los brazos. Me he criado en la costa, y sé lo que es eso, esperad.
Salió y volvió a entrar con una lata de crema Nivea, azul con letras blancas. Les recomendó que se untaran la piel con ella, que no la escatimaran, la piel la absorbe rápidamente, la relaja y refresca.
-Yo no me fio de esas cosas hechas en laboratorios. Les ponen cosas raras, todo, con el afán de vender.
-Clementina, yo me la voy a aplicar, si Jerónimo dice que va bien, ¿por qué vamos a dudarlo? No cuesta nada hacer la prueba. Trae para acá, que esto es un martirio, anda hermana pónmela por favor.
-Como quieras, pero te advierto que estas cosas…
-Deja ya de ser tan bruja mujer. Dándole la espalda le sonrió, marcándosele los agujeritos de las mejillas. Y tú Jerónimo, ¿tienes que estar aquí todo el tiempo? Espera un poco afuera hombre… ya llamaremos a tú puerta.
-A, sí, claro, por supuesto, disculpad, bueno pues eso, os espero en mí habitación ¿vale?.
Llamaron agradecidas por la crema, estaban empezando a notar alivio y aunque rojas, se las veía más relajadas.
-Bueno, ya estamos aquí, ¿ahora qué?.
-Pues que ahora vamos a caminar por la playa hasta el lugar donde vamos a cenar, os encantará, es un sitio en mitad de la nada, pero que se come pescado fresco y de todo tipo, desde marisco hasta doradas y besugos al horno o salmonetes, ¡hummm, una delicia!. Seguro que os gustará, ¿vamos para allá? Eso sí, descalzaros al llegar a la orilla, vamos a disfrutar de un baño de pies en el agua a la luz de la luna.
Se pusieron a caminar por la orilla del mar, y ciertamente la noche con la luna y el murmullo de las olas, le daba otra dimensión a la playa, era otro lugar, casi otro planeta el que estaban pisando, en aquel instante los tres, parecían estar en una dimensión desconocida. Lo era, para ellas dos porque jamás habían experimentado una experiencia parecida, y por parte de Jerónimo, porque jamás imaginó estar junto a Clementina, quién cogida de su brazo, andaba dando pequeñas patadas a las olas que iban y venían.
-Estoy muy contento de que al final hallas aceptado darte estos días de respiro, los necesitas, creo que el ser humano, es como una de esas pilas que ponemos en las linternas u otros aparatos, con la diferencia de que ellas, cuando se agotan, hay que tirarlas y poner otras nuevas. Nosotros, nos regeneramos, nos recargamos por decirlo de algún modo, siempre y cuando dejemos que esto ocurra. Es cierto que vivimos en un lugar privilegiado, pero a veces… el cambiar de ambiente nos descubre nuevas maneras de hacerlo, quiero decir, que el mar y la montaña son perfectamente compatibles, forman parte de un todo que nos llena completamente, ¿no crees?.
-Sí, tienes razón, no me imaginaba que el mar fuera así, todavía estoy impresionada no creas, esto es magnífico, y si además recorres estos parajes con una persona como tú, no se puede aspira a más. Veo, por lo que acabas de decir hace un momento, que eres un pensador, eso me gusta mucho Jerónimo, ojalá hubiera más personas que sintieran como tú.
Ahora, en un tramo de la orilla se veían luces en la orilla, un poco a lo lejos, eran pescadores que echaban sus cañas, cañas largas con pequeñas campanillas en las puntas, que les avisaban del momento en el que los peces picaban, había quién tenía varias de ellas, sobre soportes que las mantenían ancladas en la arena de la orilla. Por curiosidad, Clementina quiso pararse unos minutos para contemplar aquella maniobra, sutil y aparentemente fácil de armar el anzuelo, y con ayuda de los plomos lanzar la caña, un siseo salía del carrete de recogida, hasta llegar a destino, cualquier lugar del fondo a esperar que algún pez picara.
-¿Qué te parece?, se pasan toda la noche aquí, con la esperanza de pillar algo que lucir cuando se despierte el resto de la familia por la mañana, y abra el frigorífico para ver el resultado del desvelo de toda una noche. Cuando era más joven, un par de amigos y yo, nos construimos cañas de pesca, de las dos que tenía, una era magnífica, cuando la encajaba toda en sus correspondientes casquillos de metal, media casi cinco metros, me costó dios y ayuda encontrar las cañas de bambú, el padre de un amigo mío tenía una huerta donde en el margen, plantaba bambú. Una semana entera tardé en conseguir las apropiadas para hacer mi caña, luego, mientras estudiaba en la Escuela Industrial, me hacía los casquillos y poco a poco conseguí el dinero para comprar un carrete, hilo, en fin toda la guarnición que necesitaba. ¡Como disfrutábamos Clementina…! Nos llevábamos unos bocadillos, una bota de vino, un juego de cartas y ala, a esperar que picaran. Mi madre se ponía muy contenta cuando veía que en la cesta traía pesca, no creas que traía cualquier cosa, hasta doradas y besugos pescaba, y alguna que otra vez, pulpos, ¡parece mentira la vida que hay bajo la superficie del mar!.
-¿Perdiste la afición a la pesca?.
-El que pesca, y además saca fruto de ello, no pierde la afición. De la misma calle donde yo vivía, bajaban cada día hombres, que tenían sesenta o setenta años, que desde jóvenes pescaban, y no lo dejaban. Yo lo tuve que dejar a la fuerza.
-¿Y eso… que pasó?
-Mi padre regresó un día a casa con una tajada impresionante, lo primero que vio en el recibidor, fueron mis dos cañas, al lado del paragüero y la tomó con las cañas, eran como las siete de la mañana, él terminó su turno, y al llegar a casa y colgar el correaje, la porra, la pistola y la gorra de plato, se tropezó con las cañas. Las hizo añicos, con el carrete en la mano entró en mi habitación donde todavía dormía y me lo tiró a la cabeza, me hizo un chichón considerable, además del susto que me llevé. Ese día se terminaron las trasnochadas en la playa, fue una pena, ahí me di cuenta, de que a mi padre se le había ido la cabeza del todo.
-Lo siento Jerónimo, debería de ser un golpe duro para ti. Bueno, para tú madre también debería ser fuerte este incidente ¿no?.
-Mi madre sabía que tarde o temprano pasaría algo parecido. Pero claro, en ese tiempo… las mujeres tenían que aguantar carros y carretas, hay muchos hombres mucho más cabrones que lo que fue él, y no lo digo con afán de disculparlo, al fin y al cabo, si un problema doméstico se acaba con una reacción como esa, ya se darían por contentas muchas mujeres.
Lourdes, unos cuantos pasos por delante, volvía la cabeza de de vez en cuando, aunque no oía la conversación por la razón lógica del rumor de las olas, parecía preocupada, no por perderse lo que hablaban, era algo diferente pero sombrío, no se podía saber que era, pero su rostro indicaba que algo la tenía inquieta.
-Por fin, ahí está, este es el lugar, veréis como os gustará, vamos, de pronto se me ha despertado un hambre que ahora mismo me comería un buey por los cuernos.
-Dirás más bien una ballena, porque donde estamos… bueyes, bien pocos hay.
Rieron el pequeño comentario de Lourdes que cambió la expresión, ahora ella estaría en medio de la conversación sin remedio, los tres sentados en la misma mesa. El chiringuito de playa era un poco ruinoso, no tenía en absoluto el aspecto de ser un restaurante, de hecho no lo pretendía. Aquel rincón, en mitad del la playa, comenzó por ser, hacia ya años, un sitio de refugio de pescadores, del mismo modo que los pastores, tienen sus lugares para guarecerse de la lluvia o el sol, las tormentas en la alta montaña, llegan de forma inesperada, descargan sus aguas o granizo en un instante, y luego vuelve el sol del mismo modo.
No había barra alguna para servir bebidas, el espacio era diáfano, solo tres botas de vino, servían al dueño de soporte para poner los vasos y platos que se servían. El resto de elementos propios de una casa de comidas, era todo dispar, platos, vasos y cubertería no casaban unos con otros, parecía como si todo allí, reflejara dejadez y falta de imagen. Pero a la vista del camarero y del dueño, ataviados los dos con delantales de color gris hechos en casa, no era de extrañar, que el resto fuera todo, entremezclado y ajeno al orden. Un banco rústico de madera, pegado a la pared de madera ensamblada, era el asiento donde se alojaba la mayor cantidad de gente, delante, una mesa hecha con tablas de pino, eso sí, debidamente barnizada y de cuatro metros más o menos, albergaba las pitanzas que se cocinaban en una parte que no se podía ver, salvo por una especie de ventana que daba al comedor. En el centro del local, tres mesas para cuatro personas, desnudas de todo lo propio para comer allí, esperaban a alguien que reclamara su uso. En el exterior, en mitad de la arena, otras dos mesas a lado y lado de la puerta, y alumbradas por sendas lámparas de barca de metal con sus grandes ojos de cristal, eran el único reclamo exterior para la gente que pasaba por la playa. A decir verdad, el reclamo estaba más allá de las luces, a unos cuantos metros del lugar, se percibían los aromas de las sardinas a la plancha, las gambas, los chipirones y otras delicias del mar.
Había redes de pesca polvorientas, colgadas por todas partes, y fotografías de pequeñas barcas, de carretones llevando el pescado, y una foto que destacaba, la de dos hombres al lado de un pez espada sujetado por la cola, levantado del suelo por medio de una polea, sonriéndole a la suerte de ese día memorable.
-¿Veis a ese hombre de izquierda de la foto?, pues es Martín, el dueño del local cuando era joven. ¡Lo que debe haber vivido este hombre en el mar!. Los marineros son gente muy dura, tienen que salir a faenar si o si, haga frio o calor, hayan tenido buena pesca o no, un día puedes llegar a la playa con la barca llena, y luego estar una semana a pan aceite sin poder pescar nada. Y luego… el mar, que duro es, no sabe de necesidades, y por mucho que los pescadores tengan sus santos y vírgenes… cuando no pican y además te pilla una tormenta, debe de ser terrible.
Se sentaron en la terraza exterior, al cabo de unos minutos, salió Martín con una servilleta sujeta detrás de la espalda
-Buenas noches, ¿puedo servirles ya?, hoy tengo calamares en su tinta, sardina a la plancha, chipirón, gambas y pescadilla del día. Si se lo comen, luego les puedo ofrecer otra cosa.
-Bien, de acuerdo, para beber…
Pero Martín ya se había dado la vuelta y empezaba a gritar en dirección a la cocina…
-¡¡Para cuatro un mixto!!.
Afortunadamente la mesa era bastante grande, entre los platos individuales y las fuentes de pescado, Jerónimo dudaba que la frágil mesa fuera a aguantar el peso. En un extremo de la mesa, Martín puso una botella de vino blanco desprecintada y tapada con un corcho, y cuatro vasos.
-Bueno… pues buen provecho chicas.
-¿Buen provecho dices?, será buen empacho, ¿tú has visto lo que nos han puesto, creen que venimos muertos de hambre?.
-Venga hermana, no pierdas el tiempo y ponte a comer, por lo que parece, aquí nadie se queja de la comida, mira que carita hacen todos de felicidad. A lo mejor será el morapio, ya lo he probado y está delicioso.
Conforme se introducían en la comida se imponía el silencio, no hablaban, ni siquiera se miraban, solo comían y brindaban al llenar los vasos, luego… a la tarea de nuevo, las bandejas se fueron vaciando, estaban los tres con las manos llenas de pringue de los diferentes platos, arrancando las cabezas de las gambas y chupando no había otra solución más que mancharse con sus jugos. Lo terminaron todo, las cascaras y raspas de lo consumido, llenaban los platos.
-Buen hambre traéis, esperad que os voy a traer otra cosa que nos acaba de llegar esta mañana de las barcas.
-No por favor, más no, estamos a tope. Por lo menos yo he tocado techo, no me cabe ni un alfiler.
-En mi casa nunca nadie dice que no, espera y verás, mi mujer es una experta en ese plato, hoy, todo el que viene aquí lo prueba.
Lo recogió todo, trayendo un cubo para depositar los restos, al momento trajo de nuevo una botella de vino. A Leonor se le iba la cabeza, pero aguantaba estoicamente sentada con los ojos entreabiertos, posiblemente fuera del hartón de comer que se estaba haciendo. Martín volvió con una gran fuente de merluza en salsa verde.
-Esta delicia os ayudará a digerir lo anterior, ya lo veréis, no engaño nunca a nadie.
Todos alzaron la cabeza al cielo, cuando probaron la merluza, aquello era una exquisitez, y supieron apreciarla, porque también la terminaron. Después de esa cena ¿Qué más se podía pedir?, no se sabe, porque la noche no había hecho más que comenzar.
-Ahora de postre fresas con nata, ¿Qué os parece?.
Clementina aceptó encantada, los demás también, ¡les había complacido tanto la cena que no se podían negar a este último acierto de Martín. Las fresas no se las sirvieron en copa sino en plato, aquello era demencial, no por la presentación, sino por la cantidad, como el resto de los productos anteriores que comieron. En esta ocasión sirvió un vino rancio dulce, les llenó los vasos y se marchó. Por una puerta muy cerca de donde estaban, salió casi al instante, Martín no pudo resistir el impulso de preguntar
-¿Ya nos deja Martín?
-Si señor, ahora me llega el trabajo de verdad, salgo con mi barca para que ustedes mañana, si han quedado complacidos, puedan volver.
Cuando terminaron de consumir el suculento postre, el otro muchacho que estaba sirviendo las mesas, se acercó a ellos con una botella agarrada por el cuello y tres vasitos más pequeños
-Invita la casa, sírvanse cuanto quieran.
Era un licor de tintes verdosos, aromático, pero muy fuerte. Las mujeres se negaron a beber de aquello que ni tan siquiera llevaba etiqueta, sin embargo Jerónimo, quizás con el ánimo de impresionarlas, se sirvió medio vaso, y se lo llevó a los labios, cerró los ojos y movió la cabeza de un lado a otro después de paladear aquel elixir
-Ho, que deliciaaa, lo tenéis que probar chicas, no sé qué es esto, pero no es veneno, y si lo es, que lo sea, pero pienso apurar este vaso.
-¿A qué sabe Jerónimo?.
-A un licor de dioses, seguramente es lo que beben en el cielo cuando comen como nosotros lo hemos hecho.
Cada una de ellas, cogió el vasito de él y dio un pequeño sorbo, la reacción fue muy parecida a la de él cuando tragaron el licor. Al final todos lo paladearon con placer, hasta le preguntaron al camarero de qué estaba hecho, pero no supo contestarles, lo cierto, es que aquel muchacho que ayudaba al pescador y su mujer, estaba estudiando, y con los cuatro duros de más que se sacaba trabajando en el chiringuito, tenía para los cuatro extras que todo joven necesita, si quiere tener para tabaco y tomar una copa con los amigos. Lo que era en el local del pescador, a lo sumo le permitían tomarse una zarzaparrilla y punto, nada de alcohol, esto lo supo una vez, que se preparó un café con ron después de cenar, uno de los primeros días de trabajo.
Después de pagar la cuenta, que ascendió a ciento ochenta pesetas, marcharon por el mismo camino de vuelta al hotel, paseando por la playa. De pronto Lourdes desapareció delante de ellos, el paso era más quedo, el agua más tibia, y cuando Clementina llamó a su hermana, alguien le contestó a lo lejos. Encontraron su ropa tirada en la arena, pero hasta cierto punto, bien ordenada, ¿Dónde puñetas se había metido esta muchacha…?
-¡He chicos… aquí!, vamos venid, parece como si alguien le hubiera dicho a Zeus que calentara el mar para nuestra visita.
¡Se estaba bañando desnuda…! Qué vergüenza, podía haber pasado alguien y verla…
-¿Te has vuelto loca?, sal de ahí ahora mismo, ¿me oyes?.
A jerónimo pareció divertirle la idea de Leonor, se puso a reír mientras empezaba a despojarse de su ropa que no era mucha.
-¿Y tú, que vas a hacer ahora?, madre mía, seguro que esto último que nos dieron de beber era alguna droga. Estáis locos, ¿me oís bien? contestad por lo menos sinvergüenzas.
-¿Qué si estamos bien? esto es el paraíso, ven para aquí mamaíta, si no lo haces, te perderás una de las mejores cosas que hagamos estas vacaciones. Si no vienes, por lo menos guárdanos la ropa, que la necesitaremos cuando salgamos del agua.
Pero Clementina, sin decir nada a nadie, se desnudó y se metió en el agua, en ropa interior eso sí, no quería que nadie viera sus vergüenzas. Qué punto de vista tan sutilmente disfrazado, las vergüenzas, la gente iba por la calle vestida, exhibiendo unas narices de cuidado y esto no era vergonzoso, o unas orejas dantescas, y tampoco era vergonzoso, pero bañarse en mitad de la noche sin ropa alguna, sí que lo era. Disfrutar de ese suave masaje hidroterápico sin vestimenta alguna porque el cuerpo te lo pedía, sí que era, sin embargo, escandaloso. Llegó hasta ellos braceando y los encontró riendo, disfrutando de ese momento, ella no pudo por menos que apuntarse a la fiesta después de protestar, pero fue solo un momento, pasados estos instantes, se arrepintió de no haberse quedado desnuda como ellos.
Unas luces que se movían desde la orilla les hicieron mantenerse en silencio por un instante, eran dos guardia civiles que patrullaban por la zona de la playa
-¿Hay alguien ahí?.
Jerónimo contestó…
-Sí, señor, nos estamos dando un baño unos amigos y yo.
-Vale, pero tengan cuidado. Y vigilen sus ropas…
Luego continuaron con la sesión de baño casi media hora más. Fueron saliendo de uno en uno, la primera en hacerlo fue Leonor, a toda prisa y sin nadie a la vista, se vistió de nuevo sin poder evitar mojar su falda y su blusa.
Mientras, Jerónimo y Clementina que todavía reía, se mantenían en el agua, en un lugar donde los dos hacían pié. El, no pudo evitar quedarse mirándola, mientras la luna hacía que brillara su cara por el efecto del agua
-¡Eres tan hermosa Clementina…! No me imagino a nadie más que tú, bañándose en estas aguas, ¿te das cuenta de que, hasta las olas te obedecen y se calman, desde el momento en que tú cuerpo se ha sumergido entre ellas?.
Si hubiera visto su cara, se habría dado cuenta de que estaba completamente ruborizada, de que su cuerpo dio una sacudida, al verse sorprendida por esa expresión de Jerónimo.
-No digas eso, no es que no me guste que me lo hayas dicho, pero…
Comenzó a hacerse paso entre el agua sin añadir nada más, solo se volvió para decirle…
-Haz el favor de no mirar cuando salga del agua, si no, nos las veremos tú y yo. Sonrió.
-Cuando quieras forastero, pero será un duelo a muerte. Tú eliges, ¿espada o pistola?.
No había manera de enfadarse con aquel hombre, era bastante guapo, honrado y capaz de cualquier trabajo. Ella estaba segura de que si lo elegía, lo querría para siempre, aunque están cosas son meramente presumibles. Desgraciadamente lo que nos parece definitivo un día, al otro nos parece solo una opción más de las muchas que te da la vida, es como el que abre un mazo de cartas, las extiende en abanico y te dan a elegir, a veces eliges el rey de copas y aciertas, otras, escoges el cuatro de bastos y aciertas igual, o viceversa. Hay quién va por la vida cogiendo cartas, y desechándolas a su vez, para cambiarlas por otras que cree que le van a ser más propicias. Pero ese, no era el caso de Clementina y Jerónimo, los dos a su manera, tenían cierto grado de seguridad, el tiempo diría quién iba a dar el paso definitivo para que este factor, la seguridad en sí mismos y en la otra persona, los llevara a tomar una decisión.
-¿Ya puedo salir del agua señoritas?, estoy arrugado como un garbanzo en remojo.
Nadie respondió. Quizás era que no le habían oído, de modo que volvió a preguntar, esta vez más fuerte, nada, sin respuesta. Jerónimo empezaba a preocuparse, así que, poco a poco se fue dirigiendo a la orilla hasta que alcanzó a ver que allí no había nadie. Salió rápidamente del agua, se vistió y se puso a caminar a paso ligero por la playa en dirección al hotel, su paso ligero era una carrera para cualquier otra persona, sus largas piernas trabajaban, cuando se ponía a hacerlas funcionar, como una auténtica locomotora. En cuanto llegó al hotel, le preguntó a la señora Rosita, si las huéspedes habían llegado, esta contestó amablemente que sí, que estaban en su habitación
-¿Porqué no te tomas un café conmigo guapo?. Me gustaría conocerte un poco mejor, aquí llega poca gente como tú.
Eso, se lo dijo insinuándosele de forma clara, a oídos de su marido que estaba en el interior de un pequeño despacho, poniendo en orden papeles. Probablemente Rosita, era por de pronto, quince años más joven que él, de modo que el hombre, parecía resignado a los escarceos que tenía con más de uno de los clientes. Su mirada y su forma de moverse, así como la ropa que vestía, denunciaban claramente a Rosita, que no permitía que nadie la llamara Rosa María, que era su verdadero nombre. Jerónimo contestó educadamente y con una sonrisa que quizás en otro momento, subió las escaleras de tres en tres y en un periquete se presentó delante de la habitación nº 14, llamó, dentro se oían risitas medio apagadas. Leonor abrió la puerta
-¿Se puede saber a qué ha venido el número de la playa…?
-¿Qué número Jerónimo, no sé de qué me hablas?
-Vaya hombre… encima me tratáis de tonto. He estado en el agua esperando a que me dijerais cuando podía salir, y vais y os marcháis sin más, muy bonito.
-Perdona Jerónimo, lo consideramos una broma, pero tienes razón, ha sido de mal gusto, de muy mal gusto. ¿Nos perdonas?.
El asunto no pasó de ahí, tenían suerte de que aquel hombre, tenía buen carácter y que además, quería a Clementina, que en ese momento se estaba disculpando. Leonor, sonriendo por el divertimento que le causó lo sucedido, estaba sentada en la cama con las piernas encogidas, tapada con la ropa de la misma, miraba la escena con simpatía, para ella no había sido más que una de esas malicias, que llevaba a cabo como cuando era una jovencita.
La noche pasó muy rápido, se acostaron a eso de la una, y entre lo consumido en la cena y lo bebido, se les pasó la noche en un suspiro, cuando los demás se levantaron de la cama, Clementina ya estaba en el pequeño restaurante del hotel, consumiendo unas tostadas con manteca y aceite, para beber le sirvieron te que apuró casi de golpe, sirviéndose otro a renglón seguido. Estaba acostumbrada a madrugar, de forma, que para ella, el sueño siempre era ligero y el descanso escaso, tenía suficiente con tres o cuatro horas en las circunstancias del día anterior, para remontarse y volver a ser la de antes. En eso había salido a su madre, Fernanda, sus inquietudes y forma de vida, incluso antes de que naciera Clementina, que seguramente, desde el vientre de su madre, ésta sacó sus características. Medio arreglados los demás, descendieron de sus habitaciones, Jerónimo llevaba un pantalón corto y una camiseta de manga corta con unas pequeñas islas dibujadas delante, detrás se distinguían unas letras en azul “Polinesian Islans”, era original, de color azul claro. Leonor, bajó con su bañador, y encima llevaba una camisa de hombre con las mangas arremangadas, que le llegaba a medio muslo, era evidente que alguien se la había prestado, jamás la había visto de esta guisa, pero estaban en la playa, de modo que no era extraño que la gente vistiera de manera informal, lo propio de gente que está de vacaciones. A diferencia de ellos, Clementina vestía con un vestido de minúsculas flores estampadas, de color azul.
-Adonde vais con esta ropa?, la verdad es que estáis los dos, ¿Cómo lo diría…? Un poco ridículos, vaya con mi hermana, que pronto se ha aclimatado al sol, aunque te advierto que ahora pareces un lagarto, estas empezando a perder la piel.
-Pues tú no estás en condiciones de decir nada a nadie, también estás igual que yo.
Pasó la mano rápidamente por la espalda de Clementina y comenzó a soltar piel muerta, estaban las dos manchadas por el efecto del sol. Decidida a eliminar este aspecto, Leonor se levantó de la mesa después del desayuno y cogiendo el cenacho de paja…
-Bueno chicos yo me voy a la playa, empiezo a echar de menos el sol de este lugar. Estaré delante club náutico, nos vemos allí.
Se quedaron solos en la mesa los dos, Jerónimo no dejaba de contemplarla mientras ella consumía una naranjada natural. Llegó el momento en el que al verse tan observada, se dirigió a Jerónimo de manera simpática
-Oye, si vas a seguir dirigiéndome esta mirada, me va a sentar mal lo que me tomo.
-Disculpa Clementina, no era mi intención. No lo puedo remediar, me atrae todo lo que haces, a lo mejor es que ya te idealizado como la mujer prototipo de la que cualquier hombre se enamoraría.
Ella de golpe dejó el vaso sobre la mesa, luego fue subiendo la vista poco a poco hasta encontrarse con la de él.
-Me gustas Jerónimo, pero es que hay tantas cosas de por medio… no es que tema comprometerme contigo, pienso en las consecuencias. ¿Te das cuenta de los cambios tan complejos que implicaría un compromiso?. Incluso si nuestra relación cuajara, fíjate, tú madre por un lado viviendo sola, mi hermana Leonor, lo incómoda que se sentiría, todo esto hay que tenerlo en cuenta. No quisiera que ninguna de las dos se sintiera desplazada o aparcada fuera de nuestras vidas.
-Bueno, yo no lo veo tan grave, son cosas que tendríamos que matizar, pero en cualquier caso, piensa también que tenemos dos casas, y que todos, los cuatro, estamos metidos dentro del mismo rol. Podemos estar juntos aunque no revueltos. Creo que lo más importante es que sepamos primero, si estamos dispuestos los dos a empezar esta especie de aventura, lo demás se soluciona sobre la marcha, con el ánimo de que los cuatro permanezcamos juntos. Todo en la vida requiere esfuerzos y sacrificios de una forma u otra, en lo que se refiere a mí, yo estoy dispuesto a plantarle cara a los posibles problemas, con determinación, pero también con empatía. ¿no te parece que ese es el modo de ver las cosas?.
-Sí por supuesto, pero si quieres que te diga la verdad, esta es la primera ocasión en la vida en la que siento miedo. Creo que es lógico, es una situación muy compleja, pero por otra parte, no quiero quedarme a mitad de camino en la vida, una decisión así, es más compleja que el decidir hacer un ensayo con una planta poco popular, o una compota jamás inventada por alguien. En definitiva… tengo dudas, no respecto a ti, eres una persona buena más allá de toda duda, no me gustaría tener que reconocer esto que te voy a decir pero, necesito ayuda Jerónimo.
El asunto quedó en suspenso, Rosita se había acercado a la mesa con el pretexto de limpiarla, aunque su deseo era saber de que estaban hablando aquellos dos clientes. Se inclinó hacia adelante en dirección a Jerónimo, mostrando sin recato alguno sus pechos en la medida de lo posible, y hasta en un momento determinado, le hizo un guiño de ojo, de espaldas a Clementina que en aquel momento estaba pensando, o razonando consigo misma. Para estas cuestiones del amor siempre hay mucho que reflexionar, y todo y con eso, a menudo siempre se te escapan situaciones que están más haya de tú control.
Un amigo mío de la infancia, que había pasado por diferentes etapas de su vida en manos de Cupido, siempre me decía que, lo más importante al comenzar una relación, es no pensar en el futuro de esta, de otro modo, jamás vivirías, no empezarías a entregarte a estas vivencias, empezaríamos a morir en vida. Este amigo, era un fan de la lectura, lectura de pensadores y filósofos ilustres, literatura auténtica decía él. En una ocasión, hablando acerca de los diferentes estados de ánimo de los seres humanos, hizo referencia a un pensador indio, que se apellida Tagore, me dijo… “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.” ¡Que realidad…! Con ese pensamiento argumentaba que hay que ser vitalista, y que lo que comienza un día, puede terminar al día siguiente, o quizás no terminar nunca, sea lo que sea. En definitiva, tenemos que vivir del mejor modo posible, y hacerlo con convencimiento, consecuentemente por supuesto, pero sin miedo a hacerlo, si no, ya estamos medio muertos.
-No puedo juzgar lo que debes hacer o no Clementina, pero quiero que sepas algo. Te lo digo con todo el cariño, hay por ahí mucha gente, que son muertos vivientes, si tú quieres puedes incluirme entre ellos, pero no quiero terminar mis días, sin por lo menos haber sido franco contigo, que hoy por hoy eres la persona a la que más quiero.
Aquello fue como si alguien le hubiera dado un lanzazo en mitad del pecho, todos los nexos con la realidad se convirtieron en un vacio próximo a la locura, Jerónimo había defino su postura y dejaba claro cuál era su prioridad. Clementina sabía que a partir de entonces ella era el objetivo de Jerónimo, salvo que se encargara de alejarlo mediante algún subterfugio, pero ella no quería eso, realmente sentía algo por él, pero el decir algo es como no decir nada. A estas alturas, no le serviría de nada decirle a él… “Mira, sí pero no, espera. Ya veremos, quizás con el tiempo…”, todo eso estaba superado y por lo tanto tenía que inventar cualquier excusa diferente, cosa, que jamás se hubiera atrevido a hacer Clementina, estaba en contra de sus principios, y jamás pisoteaba estos principios.
Después de la siesta de ese día, se acercaron a la construcción del puerto deportivo, grandes camiones, traían piedras gigantescas, que dejaban caer en lugares indicados previamente por los ingenieros, y poco a poco el rompeolas se extendía con el fin de asegurar en el futuro, un buen lugar a la embarcaciones que se esperaba que llegaran de todas partes del Mediterráneo, algunas motoras y veleros ya habían sido acomodadas en sus amarraderos, lejos del bullicio de las obras que avanzaban a buen ritmo, para las más grandes se tenía que drenar el fondo marino, el propósito era, que llegaran barcos de mayor calado, aquel trozo de paraíso, se estaba convirtiendo en un lugar de culto para turistas, sus aguas especialmente cálidas, lo hacían un lugar ideal para los días de asueto, de vacación. Jerónimo, se paró durante el paseo a charlar con unos obreros, estaban bebiendo de unos botijos de madera, hacía mucho calor, en este instante Clementina, se puso a hablar con Leonor, las dos iban cogidas de brazo, la primera le dijo a Jerónimo
-Nos adelantamos, vamos caminando hasta el final del puerto.
-De acuerdo, enseguida os alcanzo…
-Leonor, Jerónimo me ha pedido ser su novia, me gustaría saber tú parecer al respecto.
-Pero… ¡eso es estupendo Clementina…!, ¿y tú que le has dicho?.
-Que me da miedo, no sé, ¡es algo tan nuevo para mí…! Representaría que habría cambios en nuestra forma de vivir, no se muy bien si podría acostumbrarme a estar a solas con él. Contigo no tengo ningún problema, es verdad que a veces nos damos cuatro gritos, pero nunca pasa de ahí, ¿tú crees que me iría bien con él?.
-Pues claro tonta, ¿por qué no?, bueno, la vida no es siempre un lecho de rosas, pero chica… Jerónimo es Jerónimo. Es un hombre que sabe vestirse siempre por los pies, ya he visto señales que indican que está loquito por tus huesos, en cuanto a mí, no tienes de que preocuparte, si todavía no estoy casada o viviendo con alguien es porque no he querido, la verdad, mis malas experiencias con los hombres no hacen que los considere a todos malos. Hay hombres y hombrecillos, y se distinguir a unos de otros, no olvides que soy mayor que tú nueve años, aunque la verdad es que no lo parece, a decir verdad, me veo más joven yo que tú.
-Oye, pero ¿tú que te has creído mocosa?.
Rieron las dos, y se dieron un beso en la mejilla, Leonor volvió la vista y vio que Jerónimo se despedía de los obreros
-Cuidado que ya viene, luego hablamos, cuando nos acostemos, me tienes que contar un montón de cosas bribona.
Cuando Jerónimo las alcanzó, les quiso contar lo que había hablado con aquellos obreros, pero Leonor le cortó
-Oye guapo, ni que estuviéramos visitando monumentos históricos, deja este rollo que a mí me pone enferma ver como se están comiendo el mar de ese modo, si fuera al contrario les aplaudiría a todos, pero ¿tú estás viendo lo que están haciendo con ese rincón? Eso es una desgracia, para mí, es como si le sacaran los intestinos a alguien en vida.
-Vaya comparación Leonor, esto cuando se termine, dará muchos puestos de trabajo a mucha gente de por aquí, gente que está deseando que esto funcione, para estar cerca de un salario seguro para sus familias.
-En esto tengo que darle la razón a Leonor, esta gente que quiere venir a trabajar aquí ahora y en el futuro, dejarán los campos a sus mayores, abandonarán las granjas para venir a servir al turismo, que al fin y al cabo, solo vienen en determinada temporada, y entonces ¿qué?, toda la cultura que el campo les da se echará a perder. Al final tierras abandonadas, “No padre, si la dejaremos en barbecho, y de aquí a tres años volverá a producir igual que antes o mejor…”, cuentos chinos, al final, matojos por todas partes, y maquinaria oxidada por venir a trabajar a la costa.
-Vaya con las pesimistas, si de vosotras dependiera nadie estaría trabajando en las ciudades y las fábricas, eso tampoco es así mujer…
A eso de las siete de la tarde, se dirigieron al chiringuito de la playa, caminando por la arena, solo se oía el chapoteo de sus pies sobre la orilla, los tres iban con los brazos en la espalda sujetando los zapatos, en silencio, tenían muchas cosas en las que pensar, los tres con fines comunes pero completamente diferentes. Nadie rompió el hielo del silencio, hasta que Leonor preguntó
-Bueno, ¿habrá baño hoy o no?. Os lo pregunto, porque en lo que respecta a mí, sí que me voy a bañar, no es una amenaza ni una advertencia, es simplemente un comentario.
-Pues sí, yo también me voy a bañar desnudita, como mi madre me trajo al mundo, así que nos meteremos en el agua juntas Leonor ¿vale?.
-¡He!, de manera que me quedo yo guardando la ropa ¿no?.
-¿Por qué no vienes con nosotras?, venga anímate hombre… ¡como la otra noche, que ya se nos acaban las vacaciones…!
Parecía que Clementina se había desmelenado, pero no era así, ahora se estaba empezando a liberar de complejos y falsas sensibilidades, casi de pronto, se dio cuenta que este mundo no rueda a base de meras impresiones, que su corazón latía como el de cualquier otro humano, que no había nada especial en ella salvo lo que Jerónimo veía. Obedeciendo a un impulso primario, se puso a correr por la orilla, sin importarle el hecho de que se estaba salpicando el bajo del vestido. Por un momento, Leonor y Jerónimo se la quedaron mirando, luego se miraron ellos dos y echaron a correr también, estaban divertidos, reían, aunque a él no le hacía falta correr, daba grandes zancadas con diligencia, tenía a Clementina a diez metros mientras que Leonor corría a todo gas. Cuando llegó a la altura de Clementina, la cogió por la cintura levantándola del suelo y hacerle dar en el aire una vuelta de valet, ella se cogió a sus brazos riendo, entonces Jerónimo la sujetó contra él y le dio un beso en el cuello.
-Voy a llegar antes que nadie, seguro. Quién pierda la carrera paga la cena…
Ellos dos se dejaron caer en la arena, ahora el mar en calma total, los acariciaba regalándoles un masaje natural con el pequeño impulso de sus olas. Ella cayó sobre él, pero en esta ocasión no quiso zafarse de esta postura, muy al contrario…, sujetó su cabeza y le estampó un beso profundo y hábil, que hizo que en Jerónimo, se despertara sin remedio su miembro viril. Clementina se dio cuenta de eso, pero lejos de espantarse, se frotó contra él manifestando su conformidad con ese acto reflejo, los dos se miraban en mitad de esa noche clara, los dos manifestaban un deseo oculto que todavía tenía que culminarse, Jerónimo se dio la vuelta y la cogió por las manos para ayudarla a levantarse, fue hermoso, un hecho que no olvidarían a lo largo de sus vidas.
El resto del paseo lo dieron a paso lento, como si sus extremidades se negaran a ir en esa dirección, hubieran querido cambiar de dirección de inmediato, él porque tenía claro que iba a hacer, ella porque quería enfrentarse a aquella nueva experiencia, quizás con miedo, quizás con pasión, o con ambas al mismo tiempo, pero lo importante era que estaba preparada para escribir el próximo capítulo de su vida. No hablaron durante esos pocos minutos restantes que les quedaban por recorrer, iban con las manos cogidas, Jerónimo sin darse cuenta, apretaba tanto su mano que no pudo por menos que decírselo, él se excusó.
-No seas bruto hombre… no me voy a escapar. Voy donde tú vas, por lo pronto a comer, después ya veremos…
-Clementina, no me castigues con esas expresiones que un día de estos voy a enloquecer, estoy de acuerdo en todo lo que tú decidas, pero por favor, sin deseo de apresurarte en nada, dime que puedo tener esperanzas respecto a ti.
-Nunca he ido de la mano de un hombre en mitad de la noche, y… deseo fervientemente ir de tú mano, no sé si para toda la vida, en ella no mandamos nosotros, pero mi deseo es ese, esencialmente vivir la vida y si puede ser, vivirla junto a ti.
Ahora se pusieron a correr de nuevo hasta llegar al chiringuito, se sentaron en el interior, con las ropas mojadas no querían arriesgarse a coger un resfriado. Jerónimo se levantó y se fue hasta donde estaba Martín, junto a los estantes de la barra inexistente, le susurró algo al oído y este asintió con la cabeza. Al cabo de unos minutos estaban degustando unos besugos magníficos, lo acompañaron con una gran ensalada que tenía frutos secos troceados, y una botella de vino, que ya antes de comenzar a comer, Martín descorchó delante ellos. Esa cena fue memorable para los dos, bueno, en honor a la verdad para los tres, Leonor también sería protagonista indirecta de los cambios que a partir de entonces, habría en el portal de las flores. Martín insistía en ponerles más comida, pero quizás por los nervios que acababan de pasar, o lo que iba a suceder esa noche, el apetito se les terminó, no así a Leonor, que fue capaz de echarse en el estómago, una buena porción de pequeños chipirones rebozados y fritos, estaban deliciosos, ajena a lo que planeaban Jerónimo y Clementina, todavía brindaba sola con el excelente vino blanco y frio que apuró hasta no dejar ni gota.
Después, a medio paseo de vuelta, cada cual tomó posiciones para el baño, y a una los tres se metieron en las aguas cálidas y tranquilas de La Manga. Leonor nadaba sin parar de un lado a otro, mientras la pareja se quedó quieta, de pié, mirándose el uno al otro, al final se cogieron las manos y acercaron sus cuerpos para sentir la magia de las cálidas aguas, sobre sus cuerpos desnudos, Jerónimo tuvo una gran erección que obligó a retirarse un poco a Clementina, su falo le llegaba a la altura del ombligo, y ella se escandalizó un poco.
Esta situación se resolvió cuando él la levantó del agua y la abrazó, mientras, ella, se dejaba llevar por aquel vendaval de pasión que la embargaba, pero de cualquier modo, sin perder en ningún momento la consideración hacia su hermana que nadaba cerca de allí. Se dio cuenta que estaba hecho, no es que hubiera hecho ningún mal, pero Leonor los observaba desde el lugar donde estaba, con toda naturalidad les apuntó…
-¿Hemos venido a bañarnos o a follar?. Dejadlo para luego, para cuando no os vea nadie ¿no os parece?.
Se quedaron sin poder moverse, tenía toda la razón del mundo, habían aprendido a estar los tres juntos desde hacia tiempo, esto es lo que les gastó esa mala pasada. Leonor salió del agua en dirección a su ropa, Clementina se zafó del abrazo de Jerónimo y fue tras ella, las dos se estaban vistiendo, y él como la vez anterior, con los brazos cruzados dentro del agua sin saber qué hacer. Al final salió del agua cuando las vio vestidas alejándose, discutían sobre lo que él no alcanzaba a oír, se vistió rápidamente y fue tras ellas, cuando las alcanzó, oyó a Clementina excusarse, diciéndole a su hermana que fue un arrebato, que no volvería a pasar.
-Clementina, es que si teníais ese plan, me lo hubieras podido decir antes y no os acompaño hoy, que no soy una niña pequeña, ya sé de que van estos asuntos, lo hablamos antes y punto.
-Tienes razón, no te preocupes, que no habrá una próxima vez. No sé que decirte más…
-Hermana, no hace falta que digas nada. Solo te digo que… si estás segura de tus sentimientos des un paso adelante, pero con buen juicio porque a menudo los hombres confunden la entrega de una mujer, con lo que van a encontrar siempre en casa, a la esposa o compañera, siempre dispuesta a sus necesidades y caprichos.
Eso sí que lo oyó claramente Jerónimo, y le dolió que Leonor lo pusiera en el mismo saco del resto de los hombres, pero lo comprendió y calló. Su estilo no era entrar en diatribas y discusiones, que probablemente hubieran generado tensión entre ellos.
Llegados al hotel, se encontraron con que, Rosita la dueña, estaba acompañada de la policía, los tres se quedaron en la puerta por orden de un superior, había prohibido el acceso a cualquier persona que no fuera cliente del establecimiento, al final identificados por Rosita pasaron
-¡Que desgracia señores, han entrado a robar…! Mire usted como me han dejado la cara, he recibido bofetadas, y patadas cuando ya estaba en el suelo, me han roto la ropa y hasta creí que uno de ellos iba a violarme…
Probablemente si la hubieran violado, no se abría quejado, esta mujer andaba buscando guerra por cada poro de su piel, pero entrar en el hotel, y presionarla para que les dijera que habitaciones estaban ocupadas y las que no, y encima pegarla y dejarla medio en cueros, era otra cosa diferente, se la veía realmente asustada y un tanto superada por los acontecimientos. Clementina, Leonor y Jerónimo, no daban crédito a todo aquello, pensaban en sus carteras, el dinero, los D.N.I y otras cosas de más o menos valor que había en sus habitaciones, Jerónimo se echó una mano a la cabeza, preguntó a un oficial si podían subir a sus habitaciones para hacer las debidas comprobaciones, éste les contestó que no, que esperaran un poco para que les tomaran declaración.
-Pues estamos listos, hoy nos pasamos la noche en vela, entre una cosa y la otra se nos hace de día. Oiga, ¿Dónde vamos a dormir?.
-Vaya por dios, les han robado y usted piensa en dormir… ¡mire que es usted raro…!
El asunto fue, que les dejaron subir a las habitaciones a las tres horas de haberse producido el incidente, es decir, eran las cinco y media de la mañana. Subieron a toda prisa las escaleras, en busca de sus pertenencias, si es que les quedaba algo… la respuesta la obtuvieron muy pronto en forma de catástrofe, les robaron todo lo que tenían, dinero, un medallón que Clementina siempre llevaba puesto que perteneció a su abuela, y un par de vestidos nuevos que compró para las vacaciones. A Leonor, tres cuartos de lo mismo, junto a un par de zapatos de buena factura que se había puesto dos veces, cinco horas de pisar calles tenían, vamos, nuevos del todo. Y a Jerónimo, el reloj Festina que heredó de su padre con correa de cocodrilo y la cartera, el dinero lo llevaba siempre encima en un pequeño monedero de piel vuelta, de modo que lo único que podían hacer era reducir gastos, y marchar hacia su casa con el agrio recuerdo de su estancia en La Manga del Mar Menor, Mazarrón, ni sus gentes, tenían la culpa de nada de lo sucedido, de manera que hicieron tiempo y se pasearon un poco por el pueblo, Jerónimo cogió del brazo a Leonor al pasar delante de una zapatería
-Vamos, ven conmigo.
Entraron, la señora con el cabello pelirrojo, de muy buena presencia les atendió amablemente. Tenía acento extranjero, Clementina comprendió que era francés, se alegró mucho de encontrar a una casi compatriota, de forma que en su breve charla no se pudo evitar el origen de su ciudad que era Montpellier, entonces hablaron en francés y Clementina se alegró de si misma, comprobó que las lecciones de sus madre no cayeron en saco roto. Mientras Leonor en compañía de Jerónimo miraban el aparador de la tienda y dentro, vieron los zapatos que le gustaban a ella
-¿Sería tan amable de ver si tiene usted el número 37 de estos topolinos?
-Claro, faltaría más, si está este número se llevará usted unos muy buenos zapatos, son mallorquines, esta fábrica trabaja muy bien, yo creo que sí que los tendré.
Leonor aplaudía en silencio dando pequeños saltos, al cabo de un momento la señora salió con los zapatos en una caja, sacando la goma que la sujetaba y desenvolviéndolos del papel de celofán que los guardaba para que no se tocaran entre ellos. En cuanto se los probó, Clementina sabía que le iban a quedar que ni pintados, su hermana tenía un pié que parecía esculpido por un artesano, se subió en ellos y quedó separada del suelo por un poco más de cinco centímetros. Cambió de aspecto de forma brutal, jamás estuvo a esa altura, pero se miró al espejo de pies que tenían en la tienda, y luego se estiró un poco el vestido corto que vestía y pasó a mirarse en el espejo de cuerpo entero que tenían en un lado de la tienda, se gustó a si misma, Clementina que la observaba, se dio cuenta entonces de la mujer que era, hermosa, fornida pero no demasiado, con unas piernas preciosas que ayudaban a modelar aquellos zapatos, estiró la espalda hacia atrás y creció un par de centímetros más, de forma que sus pechos se enderezaron y quedaron situados como los de una muchacha de dieciocho años, era increíble el cambio que había dado, y todo por unos zapatos adecuados.
-Le quedan como anillo al dedo señorita, está usted guapísima. No se los pierda, está usted preciosa, y no lo digo por el simple ánimo de vender, me conformaría con que a una de cada diez de mis clientas les quedaran así, y no estoy hablando por hablar, llevo en este negocio desde que tengo uso de razón, he visto miles de pies en mi vida.
-Ya, yo también me veo bien, hasta me gusto y todo.
Todos dejaron escapar una carcajada, Clementina sin darse cuenta, se sujetó a la señora zapatera, esta la miró con cara de añoranza, y de pronto dejó de reír, mientras que los demás todavía, continuaban con esas risitas medio espontáneas que van declinando poco a poco. Forzando una sonrisa, la vendedora le preguntó si quería que le pusiera las sandalias en la caja y Leonor sin hablar, hizo un gesto positivo con la cabeza, ¡iba a salir a la calle con ellos puestos…!, Clementina le dijo que le harían daño y ella contestó que algún día los tenía que estrenar, lógico, acababa de descubrir otra manera de vestir, los zapatos también visten a las personas.
Llegado el momento de pagar los zapatos, a Jerónimo se le escapaban los números y por un momento estuvo pensando que hacer, Leonor se lo quedó mirando con tristeza
-Deje usted las sandalias a mano por favor, cuestan mucho, la verdad es que yo no sabría qué hacer con ellos. Nos han desvalijado en el hotel donde nos alojamos y nos han dejado casi con lo que llevamos puesto.
-A no, eso sí que no. Usted se lleva los zapatos y cuando lleguen a su destino confío en que me hagan un giro postal con el importe, pero usted se lleva los zapatos, ¡faltaría más! Me inspiran confianza, y casi nunca me equivoco cuando veo a la gente, me precio en juzgarles a ustedes como buenas personas. Haga el favor de no descalzarse, se lo ruego.
-Soy yo quién ha insistido en regalárselos, me siento responsable de esto. Pero si accede a lo que usted ha dicho, lo primero que hagamos cuando lleguemos a casa será poner este giro, me hago responsable personalmente.
-Entonces, no se hable más del asunto, queda resuelto. En mi tienda, entra poca gente como ustedes, está claro que sé que cumplirán con su palabra.
-Deme usted algún recibo para que se lo firme, le daré el carné de identidad si le es preciso.
-De eso nada caballero, si quieren ustedes algún otro calzado que les sea útil, ustedes mismos, sírvanse.
Finalmente salieron de la tienda entre besos y abrazos por parte de las tres mujeres, agradeciéndose mutuamente el favor prestado, por parte de la zapatera, el agradecimiento por haber escogido su negocio para calzarse, y de los tres turistas, la confianza depositada en ellos. No hay que tener mucha imaginación para saber de que hablaron hasta recoger las maletas en el hotel, pero camino de él, Jerónimo vio en una calle de Mazarrón, a una mujer muy vieja, en la puerta de su casa tenía una rústica mesa de madera pequeña, con una pequeña exposición de caracolas de mar de diferentes colores y tamaños, las dos mujeres iban hablando calle debajo de los zapatos naturalmente, Jerónimo se paró ante aquel mantel blanco donde se exponían las piezas
-Si usted quiere recordar este lugar, no tiene más que poner el hueco de la caracola sobre he oído, lo escuchará cada vez que quiera, pero cuidado con que no se rompa, porque el mar entonces se saldrá de sus límites, compruébelo…
Mientras la mujer acariciaba a un gato, tan viejo como ella, Jerónimo hizo lo que le dijo la mujer, y con cara de sorpresa se dio cuenta que las olas y el rumor del mar llegaba a su oído.
-¿Cuánto cuesta esta que tengo en la mano? Es maravilloso, parece sacado de un cuento…
-Cuatro reales el que usted tiene, estas otras valen tres. Es la música que escuchan las sirenas cada día antes de levantarse ¿Sabe?, le voy a contar un secreto… Neptuno se lo tiene prohibido, porque cuando se ponen a escuchar las caracolas, dejan sus labores de lado y entonces él se enfada, en ese momento se levantan las grandes tormentas que afectan a los humanos, y a los pobres pescadores que faenan con sus barcas en el mar. Es por eso que los pescadores las cogen del fondo del mar, para que ellas no se entretengan, créame esto que le digo es absolutamente cierto. Yo perdí a mi marido y a mi hijo, por causa de un enfado de Neptuno, ese no tiene escrúpulos con nadie, y tampoco nadie se digna a plantarle cara.
Estas últimas palabras se las dijo a Jerónimo, levantando el índice de la mano derecha, y en tono de acusación, unos instantes después estaba hablando en voz baja con ella misma o con alguno de los familiares perdidos, no se sabe, al momento, salió de la casa de al lado, una mujer de mediana edad con un cubo de agua que arrojó sobre el asfalto…
-Tenga cuidado y no se deje engañar por Emilia, dele usted dos reales por lo que se lleve y estará contenta, esta vieja loca pilla o todo el que puede…
-¿Es cierto que perdió a su marido y su hijo pescando?
-Si señor, pero de eso hace ya treinta años, lo que pasa es que usa eso como medio para vender esas carcasas de caracol.
Jerónimo se sacó del bolsillo diez reales, y se los dio a la mujer, que los puso rápidamente en el bolsillo de su faldón, a cambio le cogió dos caracolas de la misma medida pero de diferente color y se fue.
-Vaya usted con dios señora.
-¿Con qué dios, joven?
No supo que contestar, aceleró el paso y llegó hasta donde hablaban Clementina y Leonor, estaban contentas por el calzado, no pudieron por menos que agradecerle a Jerónimo el gesto de hacerles aquel regalo, él se sacó las manos de detrás de la espalda, y les dio una caracola a cada una.
-¿Qué es esto?
-Ya verás, póntelo en el oído y escucha, se oye la música del mar.
-¡Es verdad! esto tiene que tener algún truco, ¿Cómo es que se escucha el murmullo del mar?.
-Es un secreto, ahora no os lo puedo contar, sería largo de explicar. Toma Leonor otra para ti.
Entretanto, caminando, pasaron por delante de una bodega, les llamó la atención el hecho de que estaba lleno de gente, sentados en sillas alrededor de mesas grandes, y botas de vino que estaban apiladas en la pared, la barra de la bodega era espaciosa y bien surtida de toda clase de pescados y moluscos. Entraron en ella, encontraron un espacio en una mesa y se sentaron, Jerónimo fue hasta la barra y volvió con platos, vasos y cubiertos así como, servilletas, que parecían estar hechas de sábanas viejas pero bien cosidas por los bordes, pasadas a máquina. Bueno chicas… esto es la monda, tenemos que coger cada uno su plato, ir a la barra, pedir lo que queremos comer, entonces ellos lo apuntan en una pizarra que tienen colgada en la columna central, y para beber, lo que están haciendo estos de ahí detrás, sencillamente ir a la bota y servirnos del vino que más nos guste, ¿no está mal no?. Coño que hambre tengo.
-Oye, jamás te había oído soltar una palabrota como esa, no se te ocurra volver a hacerlo…
-¿Qué es lo que he dicho…?
-Has dicho coño, por favor que sea la última vez.
-Quien ¿yo?, lo habrás soñado Clementina.
-Es verdad, venías entusiasmado, y se conoce que con el entusiasmo pierdes los papeles.
-Oye Leonor no malmetas tú ahora. Vale supongamos que lo he dicho, perdón a las dos, procuraré no volver a decirlo. Es que me extraña, no digo cosas de esas fácilmente.
Se pusieron a comer, al principio estaban un poco retraídos, pero al cabo de diez minutos después de ver todo el manejo de aquel negocio, le cogieron el tranquillo a la operación de ir y venir. Aquella bodega era como una especie de self service, cuando terminabas tú plato fuera el que fuere, si habías dejado muchos restos, lo llevabas a la barra y ellos te daban otro limpio.
Después de los cafés, Jerónimo les dijo que él veía conveniente volver a Los Ijares, ellas aceptaron sin obstáculos.
-¡Tengo tantas ganas de ver mi portal…! Se que tú madre abra cuidado bien de las flores, pero es que justo para este tiempo yo las abono, y remuevo la tierra para que se oxigene un poco, eso tú madre no lo habrá podido hacer.
Por la noche no comieron más que unos yogoures, y unas galletas de fibra. Lo hicieron en la habitación de las mujeres, contando chistes, historias que parecían imposibles de creer, y alguna que otra anécdota. Llamaron a la puerta de la habitación y Jerónimo abrió, era Rosita que venía a comunicarles, que la policía les dijo a ella y su marido, que no cobraran nada a los clientes que hiciera menos de una semana que estaban en el hotel. De manera que a ellos, las vacaciones les salieron gratis, bueno, la estancia. Era justo, lo habían perdido todo, y evidentemente no iban a recuperar nada de lo sustraído, que era mucho, sobre todo en lo referente a pequeñas joyas y dinero.
-Les repito que lo sentimos mucho, lo que ha pasado es inaudito, jamás pasó nunca nada parecido en nuestro negocio, y llevamos diez años aquí… no crean ustedes que son cuatro días.
-Bien, ahora el mal ya está hecho, no podemos volver la vista atrás, ni ustedes ni nosotros.
Rosita se abrazó a Jerónimo llorando, él levantó los brazos, y volvió la vista hacia dentro de la habitación, Leonor, sentada de lado sobre la cama seguía la secuencia con el yogour en la mano y la cucharilla en la otra.
-Bueno, venga, déjelo ya, ¿no se da usted cuenta, de que el llanto ahora no sirve para nada?.
-Ya lo sé, pero es que encima mi marido me echa la culpa a mí de lo sucedido, y eso es muy duro, ¿sabe usted a que se dedica él? solo a contar las ganancias, se va por ahí con mujeres, se emborracha, y cuando vuelve me pega. ¿Le parece a usted que esto es vida? no me hace ni caso, si fuera una mujer fea o achacosa lo aceptaría pero ¿cree que soy fea, que estoy de mal ver?.
-No… que va, pero que se le va a hacer… sepárese usted de él, es la única solución, porque si es así, como usted dice, cualquier día de estos le hace daño de verdad.
-No, si daño ya me hizo una vez, mire…
Se levantó la falda hasta casi las ingles.
-Esa señal es de un navajazo que me dio, menos mal, que le paré la mano a tiempo si no, me destripa el muy cabrón. Estaba borracho y no sabía lo que hacía, pero a mí me señalo para toda la vida.
Al ver aquellas preciosas piernas, y sin darle tiempo a reaccionar, ver también el portaligas negro, Jerónimo se excitó al instante, Rosita tenía a la vista todo aquello, y alguien de su experiencia lo notó rápidamente. En un susurro casi imperceptible le dijo…
-Esta noche, subiré a las doce y media.
Al final se marchó, Jerónimo suspiró, pero fue honrado y sincero con Clementina
-¿Quieres saber que me ha dicho la golfa ésta? Que esta noche subirá a las doce y media, se puede ser…
-No te preocupes que la estaremos esperando, tú duerme tranquilo y en paz.
Pero no apareció. Eso se debió a que Rosita, había estado escuchando desde fuera, con la oreja puesta en la puerta lo que les contó a las mujeres, éstas, despiertas durante casi toda la noche, la esperaban con el oído bien atento. Al final se durmieron con la luz encendida, y el mal sabor de boca de no haber podido encontrarse con aquella fresca. Cuando se hizo de día y escucharon el ruido del servicio de cafetería, despertaron. Clementina llamó a la puerta de Jerónimo, este dijo que en un momento salía, estaba en la ducha, al final envuelto en una toalla, abrió la puerta.
-¿Qué quieres Clementina?
-Nada, solo saber si estás vivo. Dijiste anoche que Rosita iba a venir a verte, y nosotras hemos estado despiertas gran parte de la noche para saber si era cierto, ¿no será que te lo has inventado eso de la visita nocturna para darme celos?.
-¿Cómo… me crees un imbécil que va por ahí contando cuentos imaginarios solo con ese fin?. Chica, si es eso lo que piensas de mí estás equivocada, no sería capaz, ni tengo necesidad de inventarme cosas.
-Bueno, vas a bajar a desayunar no? Ya hablaremos más tarde.
-No tengo nada que hablar al respecto, de manera que si me haces el favor, preferiría dejar esto zanjado ahora. Solo quiero preguntarte una cosa, ¿estás celosa?, porque si es eso, me honra que lo hagas por celos, pero que no pase de ahí.
-¿Yo celosa…?, que no se te pase ni por la cabeza una cosa así, anda que no tengo yo cosas de las que ocuparme para sentir celos de ti.
-Luego es verdad, estás celosa… muy divertido, así me gusta que seas siempre, celosa de todo cuanto hago y digo, me siento alagado, hermosa mía.
Clementina se dio la vuelta de forma orgullosa y con la cabeza muy alta se dirigió a su habitación para recoger a Lourdes y bajar a desayunar. Instantes después, bajó Jerónimo con un pantalón caqui y una camisa del mismo color galones en lo alto de los hombros. Lourdes, que lo vio primero…
-Hombre mira, por aquí llega el capitán del barco, hoy se ha puesto el uniforme, ¡qué guapo que estás cariño!, ¿Qué, lo pasaste bien esta noche, yo creía que no podrías con las dos, pero mira, estaba equivocada, has cumplido como un señor.
Esto lo dijo de modo de modo que los que estaban en las mesas próximas lo oyeran, especialmente Rosita, que en este momento estaba sirviendo el café, las toradas y demás cosas. Pero al parecer a Jerónimo, no le hizo ninguna gracia, mientras ellas dos reían por lo bajo, solamente se sirvió una taza de café y se levantó, estaba rojo como un tomate, ¿de vergüenza o de rabia?. Clementina se levantó también y salió tras él, lo encontró parado junto a una palmera de la parte lateral del patio del hotel con los brazos cruzados, y una pierna sobre el banco de piedra que hacía las veces de protección de una palmera datilera, apretándose los mismos con ambas manos, sus maxilares daban testimonio de la rabia que estaba conteniendo, apretadas como si fueran dos barras de hierro, parecían soldadas, sus dientes, con la boca entreabierta también manifestaba ese mismo estado.
Clementina fue a hablarle, pero él con la mano la detuvo, sin decirle nada, solo volvió la cabeza para decirle que en una hora partían al pueblo. Ella, por su parte, insistía en hablar con Jerónimo, pero no hubo nada que hacer, bajó el pié del banco y se dirigió al interior del hotel. Quedaba claro que no iba a hablar del asunto que unos minutos antes, lo desquiciaron de ese modo. Al cabo del tiempo estipulado, marcharon del establecimiento, subieron al Renault y emprendieron el camino de vuelta, Leonor le preguntó si podían parar un momento para comprar unos helados, Jerónimo no contestó y siguió sin decir nada, no paró.
-Venga hombre que no ha sido para tanto… solo ha sido una broma, quería que se enterara esa guarra, solo eso, seguro que he metido la pata hasta el fondo Clementina, vale, pues perdona, bueno, perdonad los dos, no era mi intención que te lo tomaras así.
-Bueno Leonor, déjalo ya, ese es un modo de ir conociendo a las personas, ahora está claro que hay algunas cosas que a Jerónimo no le gustan. No vamos a echar más leña al fuego, dejemos el asunto como está.
A las tres horas de trayecto tuvieron que hacer una parada forzosa, las necesidades físicas también cuentan en los horarios de un viaje, de forma que en una gasolinera bastante grande llenaron el depósito de combustible, y luego se pusieron bajo al refugio de la sombra entrando de uno en uno a los servicios. De pié junto al maletero del coche, Jerónimo aprovechó la ocasión para sacar de un cesto de paja trenzada, una longaniza y cortar con su navaja un trozo de pan de hogaza. Le ofreció a Clementina sin decir nada, las viandas, pero ella de brazos cruzados sobre el pecho negó con la cabeza, pero contestó que gracias por el ofrecimiento.
-¿Cuánto te va a dudar esto Jerónimo…?, porque hacer un viaje de esa forma es un martirio para mí. No hace falta que te diga que yo también lo siento, y mucho, todos cometemos errores en la vida, si quieres verlo así, ese ha sido un gran error, si supiera cómo, echaría marcha atrás en el tiempo, pero es imposible, ¡haría tantas cosas de diferente manera si esto se pudiera conseguir…!.
-Sí, a menudo he pensado en este detalle, lo cierto es que si pudiéramos atrasar el reloj del tiempo, muchas cosas hechas ya, las rectificaríamos, pero no se puede y esto me da una rabia que frecuentemente me hunde.
Clementina no sabía a qué se refería, no lo conocía lo suficiente, si él quería, con el tiempo, se lo contaría. Pero en términos generales estaba contenta de haber roto el hielo, de romper ese muro imaginario, que los había tenido durante estas últimas horas distanciados, lejanos, como seres extraños.
Leonor, desde el interior de la estación de servicio observaba a través de los cristales, compró unos caramelos de miel y esperó unos instantes, hasta que vio que dejaban de hablar y Jerónimo levantaba su bota de vino para echar abajo los bocados que dio al improvisado tentempié. Salió de la estación y vio que Jerónimo se dirigía hacia ella, ahora le tocaba a él desocupar.
Después de esa parada, Jerónimo les anunció que so pena de tener una emergencia, seguirían el viaje hasta el final, hasta llegar a casa. Así lo hicieron, sin prisa pero sin pausa, Jerónimo condujo su auto por largas rectas primero, después por tramos de curvas que había que tomar con cuidado, curiosamente se encontraron con muchos coches que iban en dirección al sur, mientras ellos circulaban prácticamente solos por la carretera. Solamente tuvieron un par de sustos en tramos que se encontraron en dirección opuesta con sendos camiones a los que favorecía el viento, mientras a ellos les frenaba, pasaron dos camiones distanciados el uno del otro y golpeó como si trataran de sacarlos de la cuneta aquellos mastodontes del asfalto. Leonor que para la ocasión iba detrás sentada, dio un grito en cada ocasión, Clementina se sujetó fuertemente al apoyo de la puerta, mientras que la otra mano la apoyó en la pierna derecha de Jerónimo.
-Saca la mano de ahí que nos vamos a matar, ¿no ves que esta pierna es la que manda el pié del acelerador?, ¡será posible!.
-Chico perdona, me he asustado no he podido evitarlo, tenía que cogerme a algún sitio.
Leonor se echó a reír, aquello parecía divertirle.
-¿Se puede saber de qué te ríes ahora?.
-No, de nada de nada. Es que me ha hecho gracia, eso es todo, al fin y al cabo todavía estamos de vacaciones ¿no?.
El resto del viaje ya fue mucho más relajado, hasta que vislumbraron a lo lejos Estrecha de la Sierra, entonces fue cuando Clementina soltó…
-Ya estamos en casa, que bien, diez minutos y ya estamos en Los Ijares.
Pronto se daría cuenta de lo equivocada que estaba, pasados dos kilómetros arriba la carretera estaba cortada, y no era porque estuvieran haciendo mejoras en el firme ni nada por el estilo, el asunto era que de una ventisca que había azotado la sierra, se desprendieron dos grandes pinos sobre la carretera, a su vez estos se llevaron consigo, parte del terreno que terminó desprendiéndose sobre la carretera. Obreros del M.O.P.U. y algunos forestales, se esforzaban para dejar expedito el camino para los coches, pero era verano, hacía mucho calor, de manera que se les veía trabajar como si fuera a cámara lenta. Uno de los pinos caídos no lo hubieran podido abrazar entre dos hombres, era enorme, y ahora yacía como una gran bestia herida de muerte.
Clementina saltó del coche y se aproximó al lugar, Jerónimo la llamó pero era en vano, ante el asombro de todos los presentes, se agachó al lado del árbol y se puso a llorar tratando de abrazarlo, su cuerpo comenzó a llenarse de resina del pino, sus cabellos recibieron el fruto de las lágrimas del árbol que parecía con ello, agradecer que alguien lamentara su temprana e improvisada muerte. Cuando Jerónimo llegó junto a ella, Clementina le musitó…
-¿Te das cuenta como se mueven sus raíces quebradas del dolor que sienten?, mira, fíjate como se quejan….
-Sí, lo veo Clementina, pero ahora ya no podemos hacer nada por él, y lo único que nosotros aremos ahora, es dejarlo que muera en paz, venga ven conmigo, vamos a llorarlo a otro lado, lejos de ese sol de justicia.
Si de ella hubiera dependido, se abría quedado allí, pero tenía razón Jerónimo, ¿Qué abría pasado si hubiera estado presente, hasta que los obreros lo hubieran desguazado por completo, y, convertido en leña, a rodajas, lo hubieran cargado en el camión que pacientemente esperaba al difunto vegetal?, realmente, abría sido un drama para ella. Leonor estaba en el asiento de atrás del coche, que nadie piense que estaba tranquila, de eso nada, cubría con las manos su rostro y sollozaba, le sabía mal lo sucedido, pero lo que realmente la tenía en esta situación era ver a su hermana Clementina, ella la conocía bien y la había visto llorar en situaciones parecidas.
En más de una ocasión, la había visto hacer lo mismo cuando iban a buscar plantas al bosque, recordaba perfectamente ocasiones en las que había visto pequeños arbustos que se quedaban secos, esqueléticos, de color marrón, que evidenciaban la falta de riego de su sangre, la sabia, porque aparecían los jabalíes rebuscando comida por el bajo monte, que con sus potentes patas y morros levantaban la maleza, rebuscando en el suelo del bosque, vainas, frutos arrancados de los árboles y setas, acompañados de sus rayones que casi nunca eran pocos. Esta acción afectaba a los más jóvenes de esos árboles, y solo quedaban vivos los que podían soportar esas enojosas visitas del jabalí, visitas violentas e inesperadas.
Cuando se cerraron las puertas del coche, de nuevo los tres dentro de él Leonor vio las lágrimas de esas dos vidas, estaba cubierta de resina, sus cabellos se habían quedado en algunas partes de su cabeza, apelmazados y pegajosos. Jerónimo se quedó pensando un instante delante del volante del coche, parecía estar pensando algo, Leonor estaba consolando desde el asiento trasero a su hermana, aunque en ese momento era en vano. Finalmente arrancó el coche y dio media vuelta en la carretera camino de Estrecha de la Sierra.
-¿Dónde vamos Jerónimo? (preguntó Leonor).
-A casa de un conocido. Vamos de visita y lo encontramos a ver si tenemos suerte.
Las dos mujeres callaron y se dejaron llevar, en un tramo de la carretera, justo donde había una señal de coto de caza, entraron en un camino, más que camino era una senda, de mal transitar, con algunos socavones, y en otros lugares piedras, que se dejaban sentir en los bajos del Renault. Poco a poco y con la primera marcha puesta, llegaron a casa de Benito, las dos mujeres se sorprendieron pero no dijeron nada. El bajó y lo llamó en voz alta, ya se sabe que en la montaña en medio del silencio, a menudo la voz humana no tiene ningún valor, ahí prevalecen los sonidos de la naturaleza, se escuchan los sonidos de los pájaros, de los animales, pero la de los humanos no tiene importancia, el bosque no está preparado para estas voces ásperas y absurdas de los humanos.
Finalmente, Benito salió de su escondrijo, estaba en la parcela, en la parte trasera de la casa de piedra, junto a lo que en un día fue la cuadra de los animales, con una pala de mango largo y acabada en punta, asomó la cabeza por un lado del pozo de agua.
-Hombre Jerónimo… ¿Qué haces tú por aquí?. Me sorprende tú visita, ¿Qué te trae por estos altos?
-Pues pensaba visitarte un día de estos pero… las circunstancias han hecho que me adelante en la visita.
Entonces Benito se dio cuenta de que no venía solo, las puertas del coche se abrieron dejando paso a Clementina y Leonor. La segunda se acercó sonriendo y le saludó con la mano, no así Clementina, que seria y maltrecha si se pudiera decir así, avanzaba con paso más lento.
-¿Qué tal señor Benito, como está usted?
-Oye, tú eres… déjame adivinarlo, ¿la hija de Agapita que en paz descanse?, me parece que sí. Chica, como has cambiado, hace años que no te veo, pero eres la viva estampa de tú madre, que mujer esta…, de la gente que vivía en el pueblo, creo que ha sido la más honrada siempre.
-Si te parece bien luego hablamos Benito, verás, nos hemos encontrado con un pequeño problema cuando subíamos por la carretera, resulta que parece haber pasado una ventisca por aquí muy fuerte, ha derribado pinos del borde de la carretera y en consecuencia, no podemos llegar a casa, el camino está cortado.
-No para mí, yo voy y vengo cuando quiero de Los Ijares, a veces a pié otras en coche, los senderos del bosque son más seguros que la propia carretera. Por ese de ahí (señalando con el dedo), se iba Flora a visitar al hijoputa de Joaquín, el alcalde, yo hacía como que no me enteraba, pero… cuando quieres a tú mujer y llegas a adorarla, te parece que todo lo que hace está bien, ya ves, hay que ser tonto del todo para no darse cuenta de que con eso empeoras las cosas.
-Verás Clementina está hecha una pena, llena de resina por todo el cuerpo, ya te contaré el porqué, necesitaría que nos llevaras al pueblo, venimos de unas cortas vacaciones en el mar y nos hemos tropezado con este inconveniente, ¿nos harías este favor?.
-Claro que sí hombre, faltaría más, pero deja que entre en la casa y le daré un aceite que la ayudará a sacarse esto de encima en un visto y no visto, de hecho, todavía guardo aquí algunas ropas de mi mujer que creo que le irán bien, eso, en el caso de quiera cambiarse.
Se dirigieron a la casa, sorprendentemente todo estaba limpísimo, parecía como si una mano de mujer estuviera allí, de hecho, se veían algunos detalles que dejaban entrever esto, por ejemplo los visillos que a modo de faldón, estaban dispuestos a lo largo de la cocina, visillos de cuadros rojos sobre un fondo amarillo pálido que daban un aire algo elegante a la rústica cocina. Otros del mismo color adornaban el entorno de la gran chimenea a media altura, un gran jarrón de barro cocido con grandes flores secas… a la fuerza allí había vivido una mujer detallista, lo que acabó de convencer a Clementina de esto, fue el jarrón de cristal que había en la venta y que contenía un gran ramo de flores frescas, parecían acabadas de coger del bosque, el agua del jarrón estaba cristalina, seguro que Benito, en su nostalgia de la antigua convivencia con su adorada mujer, se dedicó durante un buen rato a escoger esas flores.
Pues bien, se equivocaba, en la parte superior de la casa, se oían ruidos, entonces sacó conclusiones de que allí vivía alguien más. Finalmente, por la escalera de madera, descendió Ursula con uno de sus hijos, Salvador que estaba hecho un hombrecito. Las dos mujeres se quedaron petrificadas al principio, luego todas corrieron juntas para fundirse en un gran abrazo, estaban llorando de felicidad, ese reencuentro no era para nada previsible, Benito miró a Jerónimo y se encogió de hombros…
-Pobre chica, hace unos meses me la encontré en Estrecha de la Sierra, bajé a que me repararan dos ruedas del Land Rover, y mira por donde que la vi bajando del autobús de línea, el chico llevaba un enfriamiento encima de aupa, con los mocos bajándole por huecos de la nariz. Se acordó de mí, tomamos unos cafés con leche, Salvador devoró un bocadillo de atún, si lo hubieras visto… traía un hambre el pobre…, le pregunté a ella como era que estaba de vuelta por el pueblo, que allí no estabais más que vosotros, rompió a llorar y me dijo que su primer hijo había muerto de no se qué enfermedad congénita, y me pidió si podía estar en mi casa un tiempo, es una buena persona, así que la subí a casa pero me hizo prometer que no diría a nadie nada acerca de su presencia. Me hizo saber que hasta que no estuviera preparada, no quería hacer acto de presencia por allí, ya sabes que yo por naturaleza, no soy persona de muchas palabras, mucho menos de preguntar a alguien como ella que ya de por sí se la notaba derrotada, que era lo que la había pasado, de manera que le cedí mí habitación y me trasladé a otra más pequeña. Y hasta ahora…, ya ves, todo un número, pero el chaval, Salvador, desde el siguiente día de llegar se interesó por mi trabajo, desde entonces me ayuda y tengo que decirte, que lo hace muy bien.
-Oye Benito… tú y ella… no estaréis viviendo…
-¡Quita ya hombre…! pero… y que te lleva a sacar esa conclusión?, que va, ¿no te he dicho que cada uno dormía en su habitación?, además su chico duerme con ella, ahora estoy en la labor de hacerle cuarto propio, el niño se hace mayor y necesita su espacio, ven conmigo.
Lo acompañó arriba, y allí vio una serie de tablas de descansaban en el rellano superior, estaban apiladas por medidas, y le presentó el espacio que tenía reservado para Salvador, ya estaba parado en pié el marco de la puerta y su perta al lado, de momento todo estaba sujeto de manera provisional, una tablas fuertes sujetaban esta estructura, de modo que dejaban una superficie diáfana a los lados que permitían colocar de manera precisa, las tablas que servirían de tabique, lo hizo entrar en el interior de la habitación, que tenía una ventana pequeña al exterior.
-¿Qué te parece, estará cómodo aquí?.
-Seguro que sí, aunque el suelo es un poco irregular, si fuera yo haría algo al respecto.
-¡Ya ha llegado el ingeniero…!, pues claro que no va a tener este suelo, será de madera también, oye, que el mundo se hizo en siete días, no en uno, y yo tengo que aprovechar momentos perdidos para hacer todo esto, ¿tú sabes el trabajo que tengo ahora?, es de locura, me han llegado ordenes del Ministerio de Obras Públicas para que replante según un proyecto nuevo. Quieren de aquí a poco, hacer pistas de esquí aquí arriba, dicen que hay que aprovechar los cortafuegos del monte para preparar la estructura del remontador, por lo que se ve, será una máquina puntera, vienen los alemanes a montarla.
-¡No me digas!, y para cuando está planeado esto?.
-Pues no lo sé, pero por lo pronto, van a enviar gente a trabajar cuando comience la primavera próxima, van a venir por lo menos cincuenta trabajadores entre oficiales y peones.
-Vaya vaya, pues a toda esta gente habrá que darles de comer ¿no?.
-Hombre yo creo que sí, ¿en qué estás pensando?.
-Pues está claro no?, si se monta algún restaurante que sea asequible para todos, con menús que sean buenos, no tendrían que traerse la comida de casa. ¿Habías pensado en esto?.
-Pues la verdad, algo me rondaba por la cabeza, pero… ¡que va! Quita, esto sería de locos, montar un restaurante…, hombre yo tengo lugar de sobras, ya sabes, la cuadra y lo que era el antiguo granero, pero de todos modos nos faltaría mano de obra.
-Tengo una idea que podría resultar útil al respecto.
Llamó a Leonor, y esta se apartó del grupo de las mujeres para ir adonde Jerónimo, cuando este le contó lo que iba a suceder en aquella zona, pero sin demasiados detalles, entre otras cosas, porque él mismo los desconocía, puso cara de aprobación, asintió a la idea de Jerónimo y comenzó a hacer preguntas, peguntas que por otra parte no tenían respuesta por la razón antes indicada. Nadie vio sin embargo lo que vio en todo aquello Clementina cuando se enteró de lo que se haría en aquel lugar, vegetación destruida para siempre, árboles talados, lo que significaba vidas perdidas, y aglomeraciones de gentes venidas de todas partes, con el único objetivo de saciar sus ganas de deslizarse por la nieve, definitivamente, no le parecía bien.
Era ecologista sin duda alguna, y eso ya estaba previsto, el resto sabían muy bien a que se enfrentaban con la idea, Clementina era una protectora de la naturaleza y como tal, lucharía con todas sus fuerzas para que ese plan no se llevara a cabo. El como lo haría, todavía estaba por ver, pero algo se le ocurriría. Por de pronto, cuando Benito los acercó a la casa teniendo que dejar Jerónimo su coche en el cobertizo de aquel, no dijo nada en los quince minutos de camino por los senderos que él conocía bien, al fin salieron de un claro del monte y desde un poco de altura vieron los restos del pueblo, con la reductora puesta, Benito fue bajando lentamente hasta el puente del arroyo, y después de cruzar este se plantaron en la carretera. Al llegar a la puerta de las flores todos bajaron, incluso Benito que fue invitado a comer en casa, junto a Ursula y Salvador, al entrar en la casa saludaron efusivamente a Pura, la madre de Jerónimo y se dirigieron a la cocina.
Clementina no podía creer lo que estaba viendo. Todo estaba patas arriba, pucheros de cocinar junto a los de hacer las mermeladas, en los que se habían cocinado otras cosas, platos sucios, hasta una rata muerta de hacía varios días, yacía medio seca debajo de uno de los estantes que servía de almacén, dios, aquello parecía más una chabola que una casa, las flores del jardín del portal estaban medio secas, no pudo más, cogió las escaleras que llevaban a la parte de arriba y desapareció en su habitación.
“Pero que mujer más cochina, si llego a saber eso no me voy de mi casa ni por todo el oro del mundo, no ha sido capaz ni de pasar una escoba por la casa, si tardamos un poco más de tiempo en volver, nos la encontramos hecha una ruina, que asco. Nunca más voy a dejar mi casa, lo juro.”
Después de esa especie de conjuro que se hizo a sí misma, se puso un delantal y bajó recogiéndose la cabellera para sin decir nada a nadie ponerse a limpiar y recoger cosas. Jerónimo vio su enfado aunque no lo dejara traslucir claramente, se le acercó y la quiso sujetar levemente del brazo, ella miró su mano en el brazo y luego levantó la mirada poco a poco hacia Jerónimo, él se dio cuenta que aquel momento no era el oportuno para decirle nada, de modo que la soltó rápidamente, quizás era que Clementina lo hacía responsable indirecto de aquella debacle casera.
-Leonor, ¿quieres cuando te vaya bien comenzar a hacer algo para comer por favor?, debe de haber carne en el frigorífico, luego saca los quesos, y en el almacén hay legumbres, o se hace una buena ensalada, como quieras.
Casi no quedaba nada de lo que Clementina le dijo, salvo legumbres en grano que no se cocerían en una hora, la carne había quedado reducida a restos, de los quesos no quedaban prácticamente más que las cortezas, ¿pero… que había pasado allí?. Pues había pasado una tormenta con forma humana, doña Pura, que durante esos días, además de ocuparse de consumir todo lo que quiso (para lo cual tenía permiso), se había ocupado en abastecerse a sí misma en su casa, para evitar bajar a Estrecha de la Sierra a comprar, a la vuelta de los vacacioneros. No había pasado nada más, y en cuanto a la limpieza de la casa, no era la suya, ella siguió limitándose a limpiar la suya mientras estuvieron en la Manga, bastante hacía con abrir la casa de las flores cada día, y darles un par de patadas a los perros mientras estaba dentro. En cuanto al dormir, lógico que algún día se quedara en aquella casa, si se le hacía la noche escuchando la radio, o usando casi sin saber el giradiscos escuchando la música que a ella siempre le gustó, dormía allí, en la cama de Lourdes. Pero solo fueron dos de los cinco días, porque le daba mucho miedo dormir en una casa que no fuera la suya, escuchaba ruidos por todas partes y se asustaba mucho.
-¡Como nos ha dejado la casa Clementina…! -susurró Leonor-, está hecha unos zorros.
-Si hija, sí, menos mal que ha sido por poco tiempo que hemos estado fuera, imagínate si hubiéramos tardado quince días…
-No lo quiero ni pensar, ¿sabes que ha usado cazuelas de trabajo para cocinar?, tendremos que comprar otras, no hay más remedio. Y el portal… ¿has visto como está?, ¡que pena!.
-Leonor no me digas nada más, que bastante depre estoy.
Finalmente Jerónimo solucionó el asunto, fue a su casa y trajo todo lo pertinente para hacer una buena comida, incluso ayudó a Leonor en algún que otro menester en la cocina con el fin de poder comer a buena hora. Ursula preparó para Anselmo arroz hervido, con un huevo pasado por agua y un poco de mahonesa, él tenía todavía otro horario diferente para comer.
Se pusieron todos a la mesa menos doña Pura, que sin decir nada marchó para su casa. Fue al día siguiente cuando las dos mujeres se pusieron de acuerdo y fueron a visitarla junto con Jerónimo, para darle las gracias a pesar de todo lo que se habían encontrado. Jerónimo les dio paso y las invito a pasar a la parte trasera de la casa, en un abrir y cerrar de ojos salió con una jarra de limonada fría, y junto a la mesa del jardín, que no era otra cosa que un antiguo soporte de cable de cobre barnizado pero que quedaba muy original, y sillas que hizo él mismo con tronquitos de pino encolados y claveteados. Allí estuvieron hablando largo y tendido, de asuntos relacionados con el negocio y de cómo pensaba él que se podrían hacer ampliaciones, construyendo un anexo a la casa con una entrada independiente, pero, con la previsión de que pudieran maniobrar hacia atrás, coches que fueran de mayor envergadura como furgones y pequeños camiones. La idea parecía buena, y la voluntad mejor todavía, no estarían sujetas a trabajar en un espacio mínimo, en ese caso la cocina de la casa.
-La verdad es que me parece bien, pero lo cierto es que me da mucho miedo, imagínate por un momento que esto se acaba…
-A que te refieres?,
-Pues a todo, todo es todo. Al negocio, a…
-Ya, comprendo. Oye Clementina, ¿y si se acaba el mundo mañana?, ¿podría ser no…?
-Anda que tú también… vas a comparar una cosa con la otra. No es lo mismo hombre, no es igual de ningún modo.
-¿Qué es lo que tengo que comparar, o a qué no lo tengo que comparar?. Dime.
-Mira chico, ahora me pillas en un momento en el que no te puedo contestar.
-Yo diría más bien que no sabes que decidir, pero no respecto a lo que te propongo en relación al negocio, que por cierto nunca va a ser de nadie más que tuyo, más bien es que no sabes todavía que decidir respecto a nuestro futuro, y lo digo delante de tú hermana. Crece de una vez mujer…
-Es cierto hermana, mira que eres indecisa. A la vida hay que echarle un par de… eso, ya me entiendes. La duda nubla razón, y cuando esto sucede de manera continuada, te encuentras hablando sola y preguntándote porqué te ha tenido que tratar así la vida.
Yo me equivoqué, pero gracias a que supe reaccionar a tiempo me planté de nuevo en mi casa y ahora soy más feliz si cabe que antes. También me hubiera podido salir bien, en cuyo caso estaría enviándote cartas desde donde fuera contándote como me iba, mira a Elías, tendría sus dudas el hombre, y ahora nos envía cartas diciéndonos que está bien, atendido y feliz.
-No sé qué pasa, que todo el mundo se cree con derecho a dar consejos, yo sé bien por donde ando, no me hacen falta tantos consejos. Mira si no, cuatro días fuera de casa y nos lo encontramos todo manga por hombro, Leonor hay que ser un poco realista, flexible pero realista, al fin y al cabo nuestra vida es nuestra y de nadie más.
-Pues fíjate tú que en esto no estoy nada de acuerdo contigo, todos, por lo menos los que vivimos juntos nos pertenecemos, y si lo ves de otra manera estás equivocada seguro. ¿No es cierto que dependemos los unos de los otros para trabajar?, tú misma lo decías hace cuatro días refiriéndote a Jerónimo…, pues lo mismo para todo lo demás, en vuestro caso yo veo claramente que el uno sin el otro estáis un poco perdidos, prueba de mirar las coincidencias que tenéis sin prejuicios, quizás lo veas de otro modo dentro de poco.
Jerónimo estaba al margen de aquella conversación, pero asentía cuando razonaba Leonor, se la veía sensata, y todavía más, sabía que por su parte, no tendría impedimento alguno para que Clementina pudiera tomar una decisión libremente, sin coacciones, presiones, ni nada por el estilo. Finalmente se levantó aquella sesión de terapia común, podría decirse, cada uno volvió a su nido, y por el momento la charla terminó sin respuestas por parte de Clementina.
A los dos días de todo esto, Clementina le pidió a Jerónimo si la podía acompañar al banco, a Estrecha de la Sierra, él trabajaba para ella de modo que no pudo negarse, cuando se desplazaban al pueblo ella se ocupaba de llenarle el depósito de combustible, por mucho que él se negara, ella insistía hasta el punto, que más de una vez, se había encontrado dinero atrapado en la rejilla de ventilación del coche. Entonces Jerónimo discutía con ella, pero de forma pacífica y terminaba diciéndole “Que sea la última vez ¡he…!.” Y así, hasta la próxima. No sabía a que tenía que ir al banco porque se quedó fuera esperando cuando habló con el director de la sucursal, tampoco era que le importara mucho, no entraba dentro de los planes de ella por el momento.
Cuando salió del banco y se dirigieron a hacer unas compras de viandas y otras comidas, Clementina le hizo saber cuál era su plan.
-El banco me ha dicho que se ocuparán de gestionar la venta del almacén que antiguamente era la bodega del pueblo, la casa pertenece a los Buenafuente y según tengo entendido, tienen necesidad del dinero, así que lo venderán a muy buen precio. Además, no hay que hacer reforma ni arreglo alguno, ese espacio es perfecto en lugar de hacer reformas en nuestra casa, le he dicho al director que debe ir a nombre de mi hermana Leonor. Si vieras lo espacioso que es aquello te caerías de culo, allí podemos hacer lo que queramos y más, es ideal para el desarrollo del negocio.
-¿Vas a comprar una casa?, no sé, yo me lo pensaría. Ya sabes, ahora tendrás que pagar impuestos de dos sitios diferentes, ¿ya podrás?.
-Pues claro, llevo haciendo números desde antes que nos sugirieras lo de la reforma de la casa.
Los trámites fueron relativamente rápidos, en lo referente a la compra, aunque por consejo del banco, el director le dijo que el dinero que tenía a plazo fijo, no lo utilizara para ese fin. Ellos le concedían una hipoteca a un interés bajo, vamos, el que entonces había en el mercado, pero Clementina no se dejó engañar por esto y la pagó dinero en mano, lo que ahora se traduce con la palabra “cash”, dejó de lado los consejos del banco porque como bien decía su madre, “el banco compra duros a dos pesetas y te los vende por siete”, así se hacen los negocios y los bancos reparten al cabo del año, grandes dividendos.
Parecía que el director del banco, se hubiera enzarzado en una discusión de café, ¡que interés tenía en que aceptara sus condiciones!, al final aceptó las condiciones que impuso Clementina y se vio vencido, como si hubiera perdido una batalla, se le veía como derrotado, entonces ella se dio cuenta que acertó en su decisión. No hubo nada que hacer delante de la testarudez de aquella mujer, las ideas las tenía claras y aunque corrían otros tiempos, diferentes a los de ahora, por un momento pensó, que hasta sancionarían a aquel hombre que había hecho los posibles para que el asunto fuera visto por ella de modo diferente. Entre tanto ya tenía las llaves de la nueva casa, y sin decir nada a Leonor respecto a la titularidad de la casa, corrieron a verla.
-¿Qué te parece hermana, te gusta?.
-Sí, mucho, aquí sí que podremos trabajar bien, cuanto espacio… y las paredes están bien, de piedra vista pero bien, me encanta, solo hace falta asegurar las juntas de las piedras y este almacén se convertirá en el mejor centro de producción de… todo, aquí podemos hacer lo que nos venga en gana, hasta podemos buscarle nuevas aplicaciones.
-Ven conmigo, vamos arriba, ¡fíjate…!, estas habitaciones son de lujo, si hasta han dejado los muebles, y son bonitos he, de estilo rústico, ¿has visto la cama de esta habitación?.
-Es verdad, no veas que cabezal que tiene, si tuviéramos que vivir aquí, al que le tocara este cuarto, tendría que coger carrerilla para subir…ja, ja, ja, que alta está…
-Espera que sacaré la sábana de encima y la pruebas.
-¡Ya ves Clementina! esto es la monda, viéndoos desde aquí me parecéis como si fuerais mis criados, oye , no os lo toméis a mal vale?.
-Bueno… pues nada, ya estás en tú casa Leonor. Bueno espero que siga siendo la de todos como siempre hemos compartido las cosas.
Leonor se apoyó sobre los codos encima del colchón de lana.
-¿A qué viene esto ahora? pues claro, como los tres mosqueteros, uno para todos y todos para uno.
-Lo digo por otra razón tonta, esta es tú casa, está a tú nombre, es tuya. Tome usted las llaves señora condesa.
Hizo una pequeña reverencia inclinándose a modo de sumisión y con las manos abiertas le ofreció las llaves. Leonor no salía de su asombro, abrió los ojos como platos, sabía que su hermana no le estaba gastando una broma, de manera que bajó a toda prisa de la gran cama gateando sobre ella, a paso lento se fue aproximando a Clementina, no podía creer lo que le estaba diciendo, quizás con las llaves en la mano saldría de aquel encantamiento. No hizo falta, se la quedó mirando y le dio un beso en los labios ante la mirada un tanto escandalizada de Jerónimo.
-¿Es cierto eso?, me has regalado esta casa, ¿porqué?, no he hecho nada para merecer un regalo como este.
-Muy al contrario, me has dado las ganas de vivir, me has dado la compañía de una hermana, he tenido de ti todas las satisfacciones posibles, tú apoyo en todas las decisiones que he tomado, y tus renuncias, cuando no hemos tenido acuerdo que me han ayudado a rectificar las cosas. Además de todo eso, vamos a utilizar esta casa como despegue del negocio, que menos puedo hacer, te has ganado esta casa lo mismo que yo, trabajando como la que más y pegándote madrugones con el único fin de hacer que la vida nos sea más fácil. Has sido el eje de nuestra supervivencia.
Ante toda aquella circunstancia, Leonor no pudo más que echarse a llorar, pero esta vez era de alegría, se abrazó a su hermana y hasta le dio un par de besos a Jerónimo que se sorprendió, estaba justificada aquella actitud, ahora era dueña de su casa de nuevo, no era la casa de sus ancestros esto era cierto, sin embargo, era una justa compensación a la desgracia del expolio por el que tuvo que pasar de manos del alcalde, un alcalde cruel que hizo que en buena medida Los Ijares pasaran a ser historia.
-Gracias Clementina, no sé que más puedo decir, no me esperaba tanta bondad por tú parte, trataré de responder a tus expectativas hasta el final.
Cuando alguien dice algo así es como si quisiera decir, “estaré junto a ti hasta la muerte”, pero eso suena muy fuerte, el final a veces es el comienzo, finaliza un tramo de amistad para que comience otro, termina una vida para que muchas más surjan de la nada, se acaba un libro precioso para empezar a leer otro mejor todavía.
De cualquier modo, aquella casa era un punto de partida para Leonor, ni ella misma sabía de qué, pero era un punto de referencia que la ubicaría en otro espacio nuevo, la ilusión de vivir acudió a ella más que nunca, no es que no la tuviera pero sin embargo en ese momento, se disponía a hacer cambios radicales en su vida, tenía que hacerlos, ahora tenía una casa de la que disponer y que mantener con el fin de dignificarse un poco más. En su mente pasaba revista de cómo haría tal y tal cosa, de cómo decoraría la cocina, diferente de cómo había estado dispuesta hasta entonces, la de su nueva casa estaba en la parte superior pero era realmente hermosa, con un par de sólidas vigas de madera, que dispuestas de manera vertical y rodeadas por sendas abrazaderas de hierro forjado, soportaban todo el peso de la techumbre. Solo el hogar de fuego necesitaba de algún arreglo, y sabía cómo hacerlo, por lo menos tenía la idea, y quería que fuera exactamente como ella había decidido, el resto lo consideraba un espacio que solo había que limpiar y si se quiere, actualizar, porque hasta el mueble empotrado de una esquina de la cocina le gustaba.
-Bueno… ahora que tienes casa, necesitarás a alguien para que te repare las cosas, o que tenga que hacerte algún cambio, cuenta conmigo por favor, no quisiera ver por aquí a ningún albañil que me hiciera la competencia, ya sabes, más que nada por no ir de boca en boca.
-Gracias Jerónimo, seguro que te necesitaré, y sé que lo que tengas que hacer, lo harás con sumo placer. Dentro de un par de días te diré algo, veo que alguna ventana no ajusta bien, y que la puerta que da al patio necesita que se le quite ese puntal y se le pongan bisagras nuevas. Ya te avisaré ya.
-Oye hermana, pero que sea fuera de las horas de trabajo, que te conozco y eres capaz de quedártelo tú.
Era tal el gozo que todos tenían que no pudieron evitar juntarse por los hombros y abrazados ponerse a bailar, ese es el momento en que hace falta ver a las personas, riendo y bailando como en una gran poesía, que describa el nacimiento de la primavera, a Jerónimo lo llevaban cogido por la cintura, ¡Qué seguridad les proporcionaba su altura y su buen corazón! .
-Vamos los tres a celebrarlo a casa, si os parece bien, claro está.
-Sí claro, vamos, que tenemos motivos sobrados, estamos juntos, tenemos salud y un trabajo que nos gusta a todos, ¡cuántos darían todo lo que tienen, por ser ricos como lo somos nosotros! .
Dispusieron una buena cena ese día memorable, hasta Clementina se achispó un poco con los pocos tragos que le dio a su preciado licor, esa noche, todo fueron risas, chistes, halagos mutuos que terminaron por dejarlos rendidos a todos. El calor hizo que se descocaran un poco con las prendas de vestir, un hombro desnudo por aquí, una falda arremangada por allí, más que nada para percibir el fresco de la noche, o eso se intuye, cuando las personas descuidan intencionadamente su porte.
-Esperad un momento que voy a mi casa a buscar una cosa, vuelvo en un momento.
En un ex pueblo, donde casi todas las casas están hechas una ruina, las distancias son mucho más cortas, la razón es bien sencilla, antes se tenían que coger esquinas, pasar por los lugares que indicaba la propia naturaleza de la posición de los edificios (todos de una o dos plantas), y de haberlas habido, parar y vigilar antes de cruzar una calle, pero eso era antes, ahora se atajaba por mitad de los solares, y espantaban sin querer a algún que otro gato con su caza entre las garras, o agazapado esperando que algún ratón saliera de su escondite, para caer sobre él. De manera que Jerónimo volvió pronto, con una bolsa de papel bajo el brazo, su cara no era la misma que cuando se fue, cualquier tonto se habría dado cuenta de esto, pero después de volver serio, al entrar en la cocina sonrió de nuevo, Clementina lo había estado siguiendo con la mirada desde la ventana de la cocina.
-Bueno… ya ha llegado el cava, esta botella la abrimos ahora mismo, y de paso probamos este riquísimo chocolate que hace algún tiempo que tengo en la despensa, no es de aquí es importado de Suiza, hummm una exquisitez ya veréis.
-Cava… a eso se le llama champagne paleto, que eres un paleto. Eso de cava no existe, dirás cava porque ese vino espumoso se madura en bodegas bajo tierra, en un ambiente frio y seco, y además porque esa palabra viene de la región francesa del mismo nombre, Champagne. Ala ya tienes la explicación, para que te enteres.
-Bueno no voy a discutir contigo, abramos el champagne y vayamos al grano.
Después de esforzarse mucho para que el corcho no se rompiera dentro del cuello de la botella, al final lo dejó escapar, cuando sonó, disparado por el gas que acumulaba todos dieron un grito, como si estuvieran en una verbena, Clementina le dio el alto a Jerónimo y lo conminó a que no sirviera el champagne en los vasos, corrió arriba y bajó con unas copas para este menester.
-Ahora sí, sirve por favor.
Eran unas copas preciosas, labradas a mano, de cristal checo, dicen que es una de las mejores escuelas de cristal de Europa, allí se formaron grandes maestros del cristal soplado. Muchos palacios de todo el mundo tienen muestras de su maestría, hasta en Versalles se pueden contemplar lámparas y complementos de este país.
Con toda solemnidad, Jerónimo empezó a escanciar el delicioso néctar, las burbujas rápidamente, se apoderaron de la mayor parte de la copa, para luego casi desaparecer dejando unos pequeños hilos de gas que subían desde el fondo y decoraban de forma preciosa el contenido de la hermosa copa alargada. Esos momentos… no se pueden explicar muy bien, hay que vivirlos para desentrañar su pequeño misterio, es algo así, como el pretender saber de buenas a primeras, como de los racimos de uva, puede fabricarse una bebida como la que estaban consumiendo en aquellos momentos, todo un proceso, marcaba el sabor, olor y esencia de esa bebida que casi de inmediato alegra el corazón.
Clementina estaba más gozosa si cabe, que Leonor, el hecho de poder darle a su hermana un nivel de independencia mayor que el que tenía, habilitando su propia casa, la llenaba de gozo. Después de las risas con el consumo del cava (champagne), y el chocolate suizo, a las dos mujeres las embargó un sopor que nunca experimentaron, Leonor, se sumía en un sueño que la hizo despedirse y subir a su habitación, no sin antes, abrazar a su hermana por detrás y darle sendos besos en el cuello y frente.
-Creía desde pequeña, cuando naciste, que siempre sería yo quién cuidaría de ti, hasta le dije a tú madre en una ocasión, que no debía preocuparse por ti, que me haría cargo en el futuro de todas tus necesidades. ¡Qué equivocada estaba…!, desde hace mucho, ha resultado lo contrario, tú eres mi hermana mayor, y reconozco que no te he traído más que problemas. Este auxilio que ahora me brindas, es la rúbrica de lo que digo.
-Anda ya… que estás medio borrachina y no sabes lo que te dices, buenas noches hermana, te quiero.
-¡Qué suerte hemos tenido todos de conocerte…!, no me imagino haciendo nada en la vida sin tú compañía, decididamente, tengo que casarme contigo.
Acercó los ojos a los de Clementina, y se lo repitió. Ella, divertida se lo quedó mirando con el brazo doblado sobre la mesa y la palma de la mano sujetando su barbilla que ya empezaba a flaquear, a rendirse.
-Eso será, si yo quiero bribón. Y te aviso… no te aproveches de mi porque estoy un poco achispada, porque entonces sí que la vamos a tener tú y yo.
Parecía como si le diera una señal de alarma, como si con esas palabras, le estuviera indicando lo contrario, él lo comprendió enseguida.
Jerónimo se levantó de forma decidida, se acercó a Clementina y le dio un beso en la boca que ella no esquivó, acto seguido, la cogió en brazos y… levantándola del banco subió las escaleras que llevaban a su cuarto, la dejó suavemente sobre la cama y le preguntó, pasándole los dedos suavemente sobre los labios…
-¿Deseas que tengamos un ensayo de lo que podría ser parte de nuestra vida juntos?, aceptaré cualquier respuesta que me des.
-La verdad Jerónimo, ahora mismo me gustaría hacer este ensayo como tú dices, pero me parece que no estoy del todo en mí para hacerlo. Pero, por favor quédate a mi lado, por lo menos esta noche.
Clementina se desnudó completamente, sentada a un lado de la cama, solo se dejó puestas las bragas. Le dijo a Jerónimo que hiciera lo mismo, después de eso, los dos se arroparon solo con la sábana de algodón que había sobre el lecho. Al cabo de un rato de estar juntos entregándose a caricias y besos, llegaron a la comunión de sus cuerpos, entonces Clementina le hizo saber a Jerónimo que aunque no era virgen, jamás había mantenido relaciones con hombre alguno.
-No debes preocuparte por eso, iré hasta donde tú quieras, interrúmpeme cuando quieras.
-Gracias, eres todo un caballero. Te quiero.
No hace falta decir que eso excitó todavía más físicamente a Jerónimo, su verga, había alcanzado la plenitud de su desarrollo, de manera que se puso encima de ella con todo el cuidado del mundo, y entonces fue poco a poco introduciéndola entre las piernas de Clementina que, con los ojos muy abiertos esperaba alguna clase de dolor que la hiciera desistir de ese contacto. No fue así, sus caderas empezaron a bailar instintivamente bajo el peso de él, cerró los ojos y se abandonó a la vorágine de la pasión que la empezaba a embargar. Sus cuerpos empezaron un baile ciego, sin música alguna, lento unas veces, otros desesperadamente apresurado, cambiando de posturas y retorciéndose sus troncos y extremidades, buscando involuntariamente el climax de ese momento, que llegó en forma de orgasmo mutuo. No se habían puesto de acuerdo antes, pero sucedió al mismo tiempo, los dos comenzaron a vibrar como las cuerdas de un instrumento que siguiera una música, una música que cada uno de ellos oyera de forma separada, sin partitura ni cualquier otro elemento para ponerse de acuerdo.
Esas son las leyes del sexo, extrañas, expresivas, concretas, que no tienen que ver con ninguna otra actividad humana, y que a la vez son de las más humanas posibles.
Ella se durmió con la cabeza sobre su torso, él durante un buen rato no pudo hacerlo hasta que el sueño lo venció, el sueño de esa noche sería reparador para ambos, quizás la noche les regalaría todavía algo más, mediante el sueño de esa experiencia que iba a ser de buen seguro el inicio de una relación, ahora ya sin falta, sin pretexto ninguno, tenían que comunicar que iban a ser una pareja.
Por la mañana, Clementina que ya había bajado a la cocina, involuntariamente empezaba a hacer planes, no lo podía evitar, su franqueza y las normas morales que se le habían transmitido le exigían aclarar lo sucedido, tenía en su casa a Leonor del mismo modo que Leonor la tenía a ella, tenía que ser la primera en saberlo sin duda alguna. Ya no el hecho en sí de haberse acostado juntos, por encima de esto tenía la responsabilidad de decirle, que su vida a partir de esa misma mañana, había dado un giro total, no que su relación fuera a cambiar, pero sí que… a partir de entonces iba a verla de otro talante, quizás más alegre, más feliz, más todo, del mismo modo que no debía extrañarle ningún comportamiento fuera de lo común por parte de Jerónimo, lo amaba y quería demostrárselo cada minuto a partir de entonces.
Algo de todo se olió Leonor cuando pasó por delante de la habitación de su hermana, atándose un pañuelo de seda alrededor del cabello, instintivamente miró y vio a Jerónimo que levemente tapado con la sábana, estaba agarrado a una de las almohadas, atravesado en la cama todavía durmiendo, por la parte de los pies sobresalían las pantorrillas y los pies enormes de él. Bajó a toda mecha hacia la cocina, la cabeza entró en ella antes que su cuerpo, su hermana que conocía los ruidos que hacía su hermana estaba sentada, su tazón de te humeante y unas magdalenas caseras hechas por ella misma, estaban sobre la mesa.
-Pero bueno… ¿y eso…?, mírala ella, haciéndose la estrecha y ahora resulta que la muy… se está ventilando al agregado.
-Eso, eso, ríete de mí. Pues sí, mira tú por dónde, esta noche nos hemos puesto de acuerdo para formalizar nuestra relación, ¿Qué te parece?.
-A mí, fantástico con tal de que mientras yo esté aquí no te lo tires más. Por lo menos hasta que me vaya hermana, ¡que una no es de piedra!, y después de haber conocido hombre aunque fuera en mis circunstancias, que quieres que te diga… lo tomaría como una provocación, como un atentado a la moral pública. Mira que si lo vuelves a hacer me chivo, no sé a quién pero me chivo, igual me pongo en mitad de la carretera y a todo el coche que pase se lo digo con una pancarta.
Las dos estaban abrazadas celebrando el nuevo futuro estado de Clementina, levantaban la voz y luego susurraban, eso debe de ser cosas de mujeres, no sé. Pero en cualquier caso algún tipo de alboroto más allá de lo normal, hizo que Jerónimo despertase y bajara, de pié y descalzo en el exterior de la cocina, esperaba que alguien por detrás le diera un empujón para que pasara dentro, pero esperaba en vano, no había nadie, de manera que carraspeó fuerte y entró.
-Buenos días, ¿Qué tal habéis pasado la noche?.
-Yo la he pasado de vicio… (mira a Jerónimo con cara pícara Clementina), y tú?
-Ha, pues bien también, bueno un poco mal porque no estoy acostumbrado a esta cama, me viene pequeña pero en general bien.
-Embustero, que ya me ha dicho mi hermana que os lo habéis pasado superior, ¿te puedo decir una cosa?.
-Claro, faltaría más, estamos en familia aquí ya no hay secretos.
Se le acercó y le dio dos besos, olía a sexo, se le acercó al oído. Sin que pudiera escuchar lo que tenía que decirle al oído Clementina…
-Si le haces algún daño a mi hermana, juro por todo lo que está vivo que te arranco los huevos.
Jerónimo se tomó aquello, como una amenaza, pero sonreía. Tenía buena razón de creer lo que le decía, Leonor era una persona que no juraba en vano, pero ella después de eso, le pasó la mano por la cara y le sonrió.
-Ese será nuestro secreto ¿vale?.
-Claro… no le diré nada a nadie, ni siquiera a tú hermana, esto queda entre nosotros, palabra de honor.
-Ya está dicho, felicidades, me alegro mucho de que al final Clementina se haya decidido a dar este paso, necesitaba este acicate para saber más sobre todo lo que le rodea, de cómo es el mundo, de que se debe vivir acompañado de alguien si es que lo amas. Os lo digo a los dos, mi más cordial enhorabuena, espero que seáis muy felices, haber si además me dais un sobrino, esto sería total, para vosotros y para mí.
Levantó el vaso de té y dio un sorbo largo, luego se acercó a su hermana y se puso a cuchichear con ella, pero eran intrascendencias del día a día. Se las oyó plantear el trabajo y analizar el almacén, al cabo de dos días tenían que cumplir con un pedido. Leonor con la lista se fue al estante de las compotas, se puso a contar los botes para separarlos del resto, miró y miró de nuevo el estante, y fue adonde Clementina que todavía hablaba con Jerónimo.
-Oye, ¿no habían treinta botes de compota de manzana? Por lo menos eso indica la lista, y quince de higos, pues no están todos.
-Míralo bien Leonor, que te debes haber descontado, están fijo, con esa lista no hay error posible.
-Que te dio que no están todos, faltan cinco de manzana de kilo, y seis de higos, míralo tú misma.
Clementina se levantó sin alarma y comparó la lista, era cierto, faltaban y se echó las manos a la cabeza, no les daba tiempo de hacerla, ¿Qué estaba pasando ahí?. De pronto a Clementina se le encendió una luz de alarma en su cabeza, la que iba a ser su suegra, había estado al cuidado de la casa en su ausencia. Se dio la vuelta y miró con cara de reprobación a Jerónimo, él no tenía ninguna culpa, pero era evidente que su madre había hecho de las suyas estando sola. No tuvo más remedio que decírselo, de comunicarle sus sospechas, este se la quedó mirando y salió en dirección a su casa. Volvió cabizbajo, en una mano llevaba dos botes de compota, los dejó sobre la mesa, como si hubiera sido él el culpable de aquella situación.
-Mi madre se ha comido un par de ellos, los otros los ha vendido a gente del pueblo de Estrecha, he buscado por todas partes pero no he sido capaz de encontrar ninguno más.
-¡Será zorrona la vieja!, ahora mismo voy para allá y le canto las cuarenta, ¿tú te crees que hay derecho a que haga una cosa así?.
-Déjalo Leonor, por el único que lo siento es por él, ¿no ves como está?.
-Vale, y el pedido que se vaya a paseo no?. Pues vamos bien, como si no hubiera aquí productos que ya están empezados para consumo propio…
-Jerónimo, no quiero que esta mujer ponga los pies en esta casa, para mí esto es robar, y no quiero ladrones en la propia familia. ¿lo comprendes verdad?.
Él con la cabeza gacha, asintió, se dio media vuelta y salió a la calle, se sentó sobre una de las jardineras que rodeaban la casa, al lado de un arbusto de María Luisa, aspiró fuertemente y se encaminó después de unos minutos hacia su casa. Su paso era pesado, casi arrastraba los pies por la tierra, aunque caminaba lentamente se perdió de vista rápido, sus largas piernas lo llevaban a quien sabe que acontecimiento. Se perdió por la esquina de la antigua calle del “Doctor Rubiño”, un antiguo médico que nació en este pueblo y a quién todo el mundo adoraba.
Ese día no se le volvió a ver, Clementina estaba preocupada por las consecuencias que pudiera tener la pérdida de esos botes, no era en sí el que hubieran desaparecido, era más bien el cómo desaparecieron, Jerónimo conocía bien a su madre y daba por sentado que ella era la causante de esa situación, al margen de las excusas que pudiera dar. Le dolía mucho esto, sentía vergüenza ajena, no se podía decir que había sido un malentendido, un error o nada por el estilo. Un robo de guante blanco, eso era lo que había perpetrado doña Florinda. Pero ¿Qué necesidad tenía de hacer eso?, según sabía por boca de su hijo, tenían una pequeña fortuna en forma de propiedades y fincas arrendadas, estas le daban unos beneficios que jamás quiso compartir con Jerónimo en lo que se refiere a su cuantía.
De cualquier modo Clementina esperó hasta el día siguiente, no le pareció oportuno aparecer por su casa para hacer averiguaciones, dejó pasar las horas, pero por la noche cuando se acostó… ¡como lo echó de menos…!, había sido tan súbitamente agradable todo la noche anterior, ahora no hacía más que hacerse preguntas y cabilas acerca de lo que podía o no pasar con ellos y su futuro. Con una madre así de por medio, ¿Cómo iban a quedar las cosas?.
La respuesta le llegó en forma de una nota muy bien escrita que estaba sujeta al picaporte de la puerta, la encontró Leonor al abrir el portalón de la casa por la mañana, sin desdoblarla se la hizo llegar a Clementina, la nota decía así : “Amada Clementina, no tengo el valor suficiente para personarme en tú casa y entenderé que no quieras verme más, a ser irremediable que nos crucemos un día, más tarde o más temprano tendremos que hacerlo viviendo en las circunstancias que lo hacemos, cuando sea oportuno, hablaré contigo, mientras tanto tengo que mantenerme separado de ti por razones que ya te contaré. Mi madre es como es, pero sigue siendo mi madre y me necesita, no puedo centrarme en nada más de momento, ni en nadie, lo que te incluye a ti…
Ya no siguió, cogió la nota y la rompió en mil pedazos, en ese momento de bloqueo mental y emocional, le hubiera gustado estar viviendo como cualquier otro animal del campo, eran mucho más felices que ella en ese instante. Leonor, que no sabía el contenido de la maldita carta, la abrazó por detrás, con todo el sentimiento que las unía, Clementina se dejó querer por su hermana, de hecho se dejó querer porque la necesitaba. Es en esos momentos cuando necesitas asirte a algo o a alguien para que te dé su apoyo y compañía, Clementina sabía que podía confiar en su hermana, no le iba a fallar en esos instantes dolorosos.
Al poco se derrumbó, sin saber muy bien cual iba a ser el resultado de esas palabras inconcretas que Jerónimo dejó en esa nota, se desesperó un poco al darse cuenta de que, en definitiva no le decía nada, “es más que probable que nos veamos”, “tengo que mantenerme separado de ti por razones que ya te contaré…”, aquello era una verdadera mierda, a ese hombre le faltaban arrestos para convivir con ella. Lamentó sin embargo que se llevara su virginidad, estuvo así de ir a encontrarse con él y soltarle todo lo que pensaba, pero no valía la pena, hubiera roto la voluntad de Jerónimo de “ya hablaré contigo para contártelo todo…”. Pero de pronto su mente se cerró a todo tipo de contacto futuro con él, se diría que había cerrado un baúl lleno de frustraciones personales, y hubiera echado la llave al mar, a una de esas fosas abisales de la que era imposible recuperarla.
El día no se les dio bien a ninguna de las dos, todo estaba revuelto en el interior del corazón de Clementina, estando así las cosas, su hermana no podía menos que sufrir con ella y por ella. Un futuro deshecho antes de comenzarse a andar, esto sí que era de risa, Clementina se lo refirió a Leonor y ella no hizo más que razonar acerca de su punto de vista.
-A esto no se le puede llamar futuro hermana, tómalo como lo que sencillamente ha sido, un par de acercamientos físicos que han sido insatisfactorios, nada más que eso.
-Te equivocas Leonor, han sido muy placenteros esos momentos, probablemente los echaré de menos, pero una actitud como la de Jerónimo es imperdonable, y lo raro de todo este asunto es, que yo sé que tiene que haber sido presionado por su madre bajo algún tipo de amenaza, me suena que debe haber habido algo así. Fuera lo que fuere, es un cobarde, y yo no quiero ningún tipo de trato con un ser así. Que sea feliz con su decisión si es que puede.
-¿Se puede pasar…?, soy Tomás Alcaraz el de la imprenta.
-Si hombre pase, vaya una sorpresa, ¿Cómo es que se ha dejado usted caer por aquí?.
-Venía al Parador para traer unas muestras de unos trípticos que me han encargado y he pensado que sería oportuno pasar a saludar, si llegas a enterarte de que he pasado por delante de tú puerta y no he parado igual me la hubieras montado.
-Eso seguro Tomás, ¿Qué tal te encuentras?,
-Ahora bien, pero he pasado un invierno chica que ni te cuento, me cogió un resfriado de esos malos, malos, y en que me vi para curármelo, han sido un mes y medio que creí en algunos momentos que iba a morirme. Chica que malo es esto, que manera de sufrir, sobre todo, sin tener cerca de ti a alguien de confianza, en quién poder depositar tus inquietudes. No le quiero ese mal a nadie, me he sentido después de ese trago hundido, hasta del taller vino a verme Alfonso, que ese sí que es de absoluta confianza, preocupado por mi estado de ánimo. Me dijo en mitad de ese proceso gripal: “Señor Tomás, si hace falta y a usted no le parece mal me quedo con usted durmiendo en una manta en el comedor con tal de que se recupere, de ese modo, cualquier cosa que haya de menester estaré en un periquete a su lado, pero quiero que se cure, usted es fuerte y puede lograrlo, de otro modo ¿Cómo iba a andar el negocio sin usted?.” ¿Qué te parece?, ni la propia familia me cuidaría tanto, a lo sumo se acercaban cada dos o tres días, para traerme los medicamentos y punto.
-Es bien cierto, a veces en quién más confianza depositas, más te falla, pero que se le va a hacer, la vida es así…
-Hay Clementina, detecto cierto aire de enojo interior. Cuenta ¿Qué es lo que te ha pasado?.
-No quiero aburrirte Tomás, además, solo son cosas que pasan, nada grave comparado con los dramas que se contemplan por ahí, puedo sentirme afortunada de tener algún que otro amigo, y de que sientan por mí auténtico cariño, que lo respiren por cada poro de su piel y lo huelas cuando pasas por su lado. Hay pocos, es verdad, pero los que hay son selectos. La amistad es muy cara, a cualquiera llamamos amigo, pero el significado de “amistad” es muy complejo porque envuelve no solo acciones sino sentimientos. Antes te he dicho que tengo algún que otro amigo, hasta hoy creía que esto era así pero la realidad es que la lista se ha reducido a una sola persona, Leonor mi hermana. De ella sí que tengo la certeza de que es una amiga incondicional, lo mismo que creo que lo soy yo de ella.
-De manera que Jerónimo ha dejado de ser tú amigo…, lo siento por él. Si por la razón que sea ha dejado de ser tú amigo, es que no tiene dos dedos de frente. Tan pronto te he visto, he sabido que te ocurría algo, no me digas el que, pero es difícil pasar por alto una cosa así para la gente que hemos vivido situaciones parecidas. Con la cara pagas… He pasado a decirte otras cosas referentes al asunto del negocio, pero si acaso lo dejaremos para más adelante, no me parece oportuno tocar este tema ahora.
-No por favor, siéntate y hablamos de lo que sea, al fin y al cabo la vida no se detiene porque pase cualquier cosa en la vida de los demás.
-Bien como quieras. Oye Clementina ¿me ofreces un vasito de aquel rancio divino?.
-Claro que sí Tomás, disculpa, no sé donde tengo la cabeza hoy. Me han pasado tantas cosas en tan poco tiempo, que se conoce que la digestión se me hace pesada. A ti te lo puedo decir porque te tengo en muy buen concepto, y además sé que comprendes estas situaciones mejor que cualquier otra persona, eres una persona mayor y debes haber pasado por una y mil circunstancias en la vida.
-Sí claro, ya veo, pero de cualquier modo ninguna circunstancia es igual a otra, todas son diferentes porque las personas llegan a nuestras vidas en diferentes estados de ánimo, en diferentes circunstancias, y eso es lo que hace que las experiencias sean tan variopintas, tan cambiantes. ¿Puedo contarte algo sobre mí?.
-Por favor, te estaría muy agradecida. Escuchar a los demás es lo que a menudo enriquece nuestra andadura y nos ayuda a rectificar errores, o a cometer otros mayores. Eso nunca se sabe.
-Pues bien, en Madrid donde vivía con mis padres, unos amigos de universidad y yo, nos afiliamos al sindicato C.N.T. los fascistas habían levantado cerco contra unas cuantas capitales de provincia y nosotros, los republicanos, nos unimos contra ellos y tomamos las armas, gente de campo y vecinos nuestros hicieron lo mismo, seguros de poder restablecer la democracia que había. Mis padres temblaban de miedo, pero a un chaval de dieciocho años no lo para ni dios cuando tiene un convencimiento, nos fuimos a la guerra y más pronto que temprano nos vimos sumergidos en aquella vorágine de horror y muerte. También había muchas mujeres que con monos de trabajo como nosotros pegaban tiros, nos acompañaban en las refriegas que teníamos contra los soldados del general Franco. Codo con codo conmigo, Clara, una “libertaria”, me salvó en un par de ocasiones de que me volaran la cabeza dentro de trincheras improvisadas que hacíamos con nuestras propias manos. No llevábamos casco, ni ninguno de los otros pertrechos de guerra que se requerían para la ocasión. En definitiva, me enamoré de ella; uno se puede preguntar cómo es posible esto en mitad de aquel infierno, pues sencillamente ocurrió. Ni siquiera recuerdo el color de sus cabellos, solo el de sus ojos, azules con tintes de gris, despiertos siempre, sin dormir apenas, comencé a soñar que si salíamos de aquel infierno, le pediría que fuera mi mujer. Al cabo de dos días, en un avance cerca de Cuenca le dieron un tiro en peno vientre, cuando se hizo recuento de bajas y la vi a ella allí con los ojos abiertos, muerta, me desesperé. El caso es, que alrededor de su cuerpo, estábamos seis soldados (si se nos podía llamar así), llorándola, a todos y cada uno de nosotros, nos hizo la promesa de que si salíamos de allí se casaría con nosotros. ¿Te das cuenta de cuanta bondad había en su corazón?, un chaval valenciano, seco como un palo y desgarbado, después de llorar a su lado, se apartó de los demás, cuando nos dieron el rancho, se fue a comer al lado de una roca, se puso el fusil debajo de la barbilla y se disparó. Resultó, que, con cada uno de nosotros mantuvo relaciones sexuales y todos nos dijo que deseaba que terminara esta guerra para casarse con nosotros.
-Que historia más triste Tomás, me dan ganas de llorar a mí, y eso que estamos en esas circunstancias.
Con la mirada perdida, Tomás asentía, daba la impresión de estar evocando lo sucedido, y de no comprender todavía, porque ella y no otro u otra había sucumbido a aquella historia que habría sido un futuro maravilloso para ambos, o no.
-Está claro, ya lo veo, quieres decir que a menudo la gente se sacrifica con tal de poder dar vida a los demás. Es como si repartieran felicidad en la medida que puede, sin consideraciones personales, comprendo. Mi madre era así ¿sabes?, nunca veía un momento para ella, me hubiera gustado que la hubieses conocido, era total, desprendida y sacrificada, la mejor anfitriona de cualquier pequeño evento, siempre mirando por el bien de los que estaban a su alrededor.
-Conociéndote a ti, la conozco a ella, debería ser una persona sumamente sensible, vamos según lo veo yo, una madre perfecta dentro de las limitaciones de cualquier humano claro.
-La echo mucho de menos Tomás, lo era todo para mí.
-Estoy de acuerdo, pero… ¿Qué hay del hecho de que en un momento dado hubieras tenido que tomar una decisión en la vida, aún si ella no le hubiera parecido bien?.
-Hoy para comer tenemos un cocido de vegetales con unos frutos secos, ¿te quedas con nosotras?
-De acuerdo, pero no me has contestado a la pregunta.
Clementina había arrugado el ceño, no sabía muy bien si quería contestar, pero finalmente lo miró a la cara.
-¿Qué quieres decir con eso?. Todos tenemos que tomar en un momento u otro decisiones personales, no entiendo muy bien donde quieres ir a parar.
-Clementina, lo sabes perfectamente, y sé que eres una persona sabedora de evaluar las situaciones. Nunca es malo mostrar que uno está equivocado, o como mínimo ayudar a otra persona a que explique el porqué de determinada decisión.
Ahora, Clementina se dio cuenta que había tocado la raíz de su problema, y poco a poco le fue dando detalles sin querer de lo que le sucedió con Jerónimo. Tomás terminó por apurar la segunda copita de vino, he hizo una negación con la cabeza, se pasó la mano por la cocorota y cogió su sombrero de paja panamá blanco, para, de forma distraída decirle…
-Yo de ti, iría a aclarar conceptos con él. Se le nota que siente un gran respeto por ti, quizás este sea el motivo de su actuación. Al fin y al cabo… ¿qué tienes que perder?.
-¿Y porque tengo que ser yo la que el paso Tomás, me parece indignante?.
-No es indigno, muy al contrario demuestras dignidad con ello, además, como tú muy bien acabas de decir, es solo un paso.
-Pero es que a lo mejor entiende que voy detrás de él como un perrito faldero… y no quiero que saque esta conclusión puñetas.
-Deja que piense lo que quiera…, tú sabes exactamente lo que quieres, deja margen para los errores. Ahora bien, si no estás segura de tus sentimientos, si tienes dudas por la razón que sea, no lo hagas, piénsalo bien.
A Clementina se la veía inquieta y enfadada, se la notaba rebelde consigo misma, una de esas luchas interiores que a menudo nos llenan de desasosiego e inquietud, en definitiva, resultaba que ella se veía como una vencedora, cuando lo cierto era, que estaba desarmada y en el suelo, con la espada apuntando a su garganta. Por un momento, le penaba que Tomás hubiera aparecido de la nada, para darle un sinfín de argumentos lógicos en respuesta a su actitud, no hubiera querido que viniera, no le hacía ninguna falta, no quería oír porque no podía refutar nada de lo que le argumentaba Tomás.
-Lo intentaré, pero no te garantizo nada, trataré de ser un poco condescendiente, haber que es lo que pasa.
-No me hagas reír Clementina, a mí no me tienes que dar ninguna explicación, eres tú la que las necesitas. Si no lo crees conveniente no inicies este procedimiento, porque será inútil. Déjame darte una opinión, si me lo permites y aunque no te conozco mucho, voy a hacerte un boceto de cómo eres, o por lo menos de cómo te veo yo. Una mujer espléndida que además tiene un gran corazón, que ama a este hombre y lo desea, ha sido todo un logro para ti, y que ahora se ha visto defraudada por una niñería, has respondido con una especie de pataleta, justamente como hace un niño al que le quitan el bocadillo por la espalda cuando está a punto de clavarle el diente.
-Oye Tomás, basta ya. Esto que dices no tiene ningún sentido, recuerda que no es cuestión de un bocadillo, si acaso me ha arrancado un trozo de corazón, eso sí.
-Lo siento pero no puedo estar de acuerdo contigo, eres una mujer adulta, sabes lo que te conviene hacer, todo lo demás es paja en este asunto. Hazme caso, ve habla con él y sabrás definitivamente que es lo que debes hacer, deja tú conciencia en paz limpiando estas hojas muertas que se acumulan en este magnífico portal lleno de flores, no dejes que se vuelva un lugar desagradable y triste.
Leonor ya tenía la comida dispuesta, se sentaron a la mesa y Tomás comenzó a degustar aquel guiso delicioso, paladeaba cada cucharada que se llevaba a la boca, en mitad de ella había unos trozos deshuesados de pollo de granja, estaba perfectamente asado y bañado con una salsa dulce que no acertó a saber que componentes llevaba.
-Con tantas cosas buenas que sabéis hacer… ¿os habéis planteado alguna vez hacer un libro de recetas de cocina? He probado alguno de vuestros postres, bañados con miel o chocolate, creo que tendrían un gran éxito entre el público, hay muchas mujeres a las que les gusta cocinar por poco dinero, se que vosotras no desperdiciáis nada, que trabajáis con elementos básicos, estoy seguro que a miles de personas les interesaría saber de estas delicias culinarias. Yo haría la prueba, si lo hacéis me comprometo a publicar el libro. No hace falta que sea demasiado extenso al principio, pero seguro que la gente lo leería, lo leería hasta yo que soy hombre y casi no cocino… no sé, pensarlo, ya me diréis algo.
Eso causó un buen impacto en Leonor, pensaba en el aprovechamiento del sobrado espacio que tendría en su casa para llevar a cabo ese nuevo desafío, la cocina formaba parte de su vida en todas sus variantes, aunque… estaba claro, que aquello tendría otra dimensión, llevaría su tiempo estudiar recetas que fueran asequibles y que los productos estuvieran al alcance de cualquier persona. ¡Eso es!, ya tenía el punto de partida, había que estudiar el mercado de abastos lo primero.
Entre una cosa y otra, el tiempo pasó muy deprisa, Clementina tratando de averiguar si el amor de Jerónimo era legítimo, ella, de si sus sentimientos estaban bien enraizados y Leonor averiguando de qué modo podía plantearle a Clementina su idea, y si por supuesto, estaría de acuerdo en colaborar en el desarrollo de esta nueva faceta de su trabajo, que tenía la intención de que fuera en conjunto.
Después de ese azaroso día de visita, Clementina se encaminó a casa de jerónimo dando un paseo con un chal sobre los hombros, recordaba las últimas palabras que Tomás le dijo antes de marchar de su casa, “Ve allí donde el corazón te lleve”, y su corazón la llevó a casa de Jerónimo, pero él no estaba allí, la casa estaba cerrada a cal y canto, pasó por una estacada que había detrás de la casa y por detrás también estaba todo muy bien cerrado, se asustó un poco, Jerónimo no era de esas personas que desaparece de pronto. Con un montón de preguntas sobre donde estaría volvió sobre sus pies y con más lentitud que antes volvió a su casa, ¡qué hermoso estaba el portal de las flores!, lo estaba viendo desde otra perspectiva y hasta se paró a lo lejos para contemplarlo con detenimiento. Le llegaron recuerdos y muchas escenas vividas delante de aquel portal, se veía de más joven peleando con las vecinas que envidiaban las flores que su madre plantaba, y que se esforzaban en arrancar aquel trozo de paraíso que laboriosamente ellas mimaban cual si de un hijo se tratara.
-¿Qué Clementina, no te has atrevido a hablar con él, como es que ya estás de vuelta?.
-No está en su casa, por el modo en que la ha cerrado, debe de haber ido a algún sitio. No sé chica, igual es que necesita pensar después de la muerte de su madre.
Mientras tanto, estaban transportando a la casa de Leonor, los aparatos que usaban para su trabajo a excepción del alambique, eso sería lo último que llevarían allí, Jerónimo en su día, había bajado al pueblo a comprar cazuelas y ollas que su mare echó a perder cuando estaban de vacaciones, incluso les compró utensilios de madera de olivo, como cucharas con mango largo y removedores, que les eran muy prácticos para la elaboración de sus productos, siempre los tenían en buen estado y colgados en la pared cuando terminaba el día, un soporte del mismo material se ocupaba de mantenerlos en aquel estado.
-No sé dónde poner las cosas Leonor, hay tanto espacio aquí que me pierdo, tendríamos que distribuirlo todo en la misma posición que lo teníamos en casa, eso nos dará una idea de cómo podemos usar el sitio que queda ¿no te parece?.
-Sí, tienes razón, así tendremos el mismo método de trabajo, solo que tendremos que caminar un poco más. Eso sí, tendremos que hacernos de estantes nuevos, ¿te das cuenta de que los que teníamos en casa, aquí se ven ridículos?.
-Ya me he dado cuenta, pero bueno, por lo pronto, lo que se vaya fabricando para almacenar, lo pondremos sobre estos tablones, luego ya veremos cómo hacemos para tener más estanterías y ponerlo todo con mayor orden.
Jerónimo ya había llegado a Madrid y desde Atocha cogió un taxi camino de la oficina del administrador de los bienes que su madre poseía. El señor Laureano le esperaba en su despacho que hacía las veces de vivienda, mientras estuvieron hablando, se oían voces de niños y seguramente de la madre, que los reprendía y les mandaba guardar algo de silencio, “¿Queréis bajar la voz un poco niños que vuestro padre está trabajando?”. Jerónimo se sonrió para sí mismo, ¡como le gustaría a él estar en esta situación!. Después de ponerlo al corriente, Jerónimo no pudo más que poner cara de sorpresa, su madre tenía una pequeña fortuna, además de un par de inmuebles en Cuenca, uno de los cuales era una casa de finales del siglo 19, el señor Laureano le enseñó unas fotografías de la mansión, con un gran patio interior y las tres plantas que le conferían aire de señorío. El no sabía el modo de cómo se hizo su madre de aquellos bienes, ni de la abultada cuenta que tenía en el banco, no tendría respuestas a estas preguntas porque su madre estaba muerta, nadie le iba a dar razón alguna de esas posesiones, pero todas estaban registradas a su nombre como heredero universal. Solo le quedaba visitar al notario que tenía la documentación pertinente que certificaba que todo aquello era de él. El administrador llamó por teléfono al notario y le hizo saber que el hijo de la señora Florinda estaba en Madrid, este a su vez lo emplazó para el día siguiente a las once de la mañana para ponerlo al día del papeleo, había que firmar papeles y hacer determinados pagos.
¡Como hubiera deseado que Clementina estuviera allí en ese momento…! Ella estaba más que acostumbrada a papeles, facturas, pagos y recibos, que a él le sonaban a música de otro mundo. Pero tenía que lidiar con aquel toro sin remedio, y sin otro asesoramiento que el que le daban aquellos señores encopetados, los dos muy amables, que sabían lo que hacían, o por lo menos eso aparentaba, por lo que vio en el apartado de honorarios podían serlo, ¡vaya números…! su altura no amedranta a esos sabios de los números, de manera que ahora la cuestión era terminar con esos requisitos cuanto antes, y volver a su querida montaña, allí pondría en orden sus pensamientos y sus sentimientos, ordenaría esos cuadrantes de la vida que a menudo quedan sin resolver. No es cuestión de andar por ahí con tres patas siendo una silla, a no ser que quieras terminar en un estercolero o alimentando el fuego de algún hogar.
Al fin se vio metido en un coche de línea que lo llevaba de vuelta a casa, pasó dos días en la ciudad, cuando estaba sentado en el bus, se dio cuenta del dolor de cabeza que tenía, aquel autobús era un remanso de paz después de haber pasado ese tiempo en la ciudad, le parecía que su cabeza iba a estallarle en cualquier momento, ahora estaba a salvo. Rodeado de otra gente que parecían igual que él foráneos de ciudad, echó un vistazo a su alrededor, había de todo en aquel cacharro, que se esforzaba y mucho por tirar adelante por las carreteras mal asfaltadas, con muchas deficiencias en lo que se refiere a señales y avisos de peligros, todo esto añadido al hecho que con su altura estaba encajonado en su asiento, no podía moverse en absoluto, y para colmo de males, la señora de su lado no dejaba de dar la bulla a un niño pequeño que no entendía de viajes y que no paró en todo el viaje de moverse y jugar, hasta que se quedó dormido entre las piernas de su madre y las de él.
Llegado a su casa, se desplomó sobre su cama vestido, tenía que digerir todo lo acontecido durante ese tiempo que estuvo ausente, trató de analizar aquellos últimos acontecimientos y con unas lágrimas que asomaban por los ojos, quedó dormido acompañado de aquel silencio permanente que hay en la montaña, donde los dueños son los vientos, las lluvias inesperadas, las nieblas que fluyen cual un rio desde las cumbres, y que se estancan en los valles hasta que aparece de nuevo el sol para eclipsarlas.
Unos golpes en la puerta de la entrada lo despertaron, bajó y se encontró con Clementina, sin previo aviso y total naturalidad se le echó a los brazos, abrazó su torso y pegó su cara al pecho de Jerónimo, él la rodeó con sus brazos, y en un momento quedaron fundidos en un abrazo que significaba más que un bienvenido al hogar. Se besaron y de forma natural practicaron el sexo de manera descontrolada, animal e intensa, ahora el escenario era la cocina, no escatimaron caricias, ni nada que tenga que ver con la autoridad que está por encima de esta expresión de cariño mutuo. Después jadeantes y sudorosos los dos, fueron a la parte de atrás de la casa, él subió del pozo de agua, cubos para echárselos encima a ella, después los turnos cambiaron, con la diferencia, que ella se tuvo que subir a un taburete de madera, para hacer lo propio con él. Treinta centímetros de diferencia de altura, son suficientes para que dos personas que se quieran, tengan que hacer determinados esfuerzos con tal de complacerse.
Clementina preparó una jarra de limonada, estaba fría y ácida, justo lo que necesitaban en aquel momento, desnudo como estaba y sentado en el banco exterior con la espalda contra la pared de la casa, Clementina se sentó sobre él, de lado sobre sus piernas, sintiéndose los poros de la piel, calmados ya, pero con muchas ganas de continuar aquel encuentro, y compartir muchas otras cosas que la vida brinda a las personas que se quieren. Cuando hubo pasado un rato, Jerónimo le explicó a Clementina que era rico sin saberlo, le dio algunos detalles de lo que había pasado en Madrid y le pidió que lo acompañara para que se familiarizara con los detalles, detalles que para él eran incomprensibles y extraños. Claro está que ella se sorprendió, sin embargo no le dio la importancia que quizás para cualquier otra persona hubiera significado. Tampoco él lo dijo de manera destacada, no le concedían ninguno de los dos la importancia debida al dinero, ¿sería que ninguno de ellos tuvo que trabajar para amasar una fortuna?, probablemente era eso, sin embargo ella sí le dijo, que la administración de los bienes de alguien, tenían que estar bien asegurados, si es que quería tener un ápice de seguridad de que el administrador no los derrochara.
Esa noche cenarían juntos en casa de las dos mujeres, a las ocho le esperaba.
-Pero… oye Jerónimo, ven vestido he, que como te viera así Leonor, sería capaz de competir conmigo.
-Serás tonta, vaya broma, aunque pensándolo bien… haría bien en ir un poco descocado, si me fayas tú, que por lo menos tenga otra alternativa.
-Tú sabes bien que no hay nadie que pueda sustituirme, mendrugo.
Rieron, los dos hicieron su broma correspondiente, eso parecía unirlos más aun, que antes. Jerónimo suspiró, su respiración se empezó a normalizar, en todo el tiempo que Clementina estuvo con él ese día, su corazón estuvo trabajando a marchas forzadas. Por la noche, hablaron largo y tendido sobre lo que le esbozó hacía unas horas antes, ahora estaban los tres serios, hablando amigablemente, pero serios. Leonor se quedó al margen de la conversación, quizás estaba digiriendo lo que acababa de contar Jerónimo, el caso es que al principio estuvo muy atenta a todo, hasta que él en pesetas, les dijo el montante de todas sus posesiones.
-¡Dios mío, eres millonario Jerónimo…! ¿Qué vas a hacer con tanto dinero?.
-Creo que nada, bueno, peor que nada, es que me ha pillado tan de sorpresa que no sé que hacer. Por lo pronto le he dicho a tú hermana que me acompañe a Madrid, a tener una segunda reunión con el administrador, a partir de ahí ya veremos, pero la verdad es que estoy perdido. No saber en qué puede serme útil el dinero, me debe convertir en un ser extraño ¿no?, me siento como si fuera un marciano.
-De eso nada guapo, en última instancia el dinero para los que no saben cómo usarlo es una ruina, pero creo que tú si sabrás como hacerlo, entre otras cosas porque no eres un ser ambicioso ni ruin. Mira, en cuanto me ponga al día con unos pedidos de última hora, iremos al administrador que yo tengo en Estrecha de la Sierra y le expondremos el asunto, creo que sería buen asunto que tus bienes estuvieran controlados por una persona de fiar. Además este señor es abogado y te puede asesorar sobre cualquier asunto que a ti se te ocurra.
-¿Y cómo es que conoces a este hombre Clementina?
-El antiguo cartero que teníamos aquí, el señor Elías, me lo recomendó, y desde que lo visité la primera vez para exponerle la situación de ganancias que tenemos en la empresa, se ha comportado como un caballero. En cualquier momento que ha visto alguna circunstancia propicia, para invertir o hacer circular las pocas ganancias que tenemos me lo ha comunicado, y ¿sabes?, siempre nos ha dado buenos resultados, en ocasiones, buenísimos, hemos ganado bastante desde que lo lleva todo él.
-Pues vamos a verlo mañana…
-No… primero hay que dejar aviso de que vamos a bajar, no te creas que solo trabaja para una persona, no seas inquieto, hay que ir a dejar aviso y luego él te hace saber cuándo te recibe.
-Pero es que ahora tengo miedo de que esa gente de la capital malgasten mí dinero, o lo usen de forma indebida…
-¿Te das cuenta?, ya estás empezando a sufrir por lo más barato del mundo, el dinero. Estate tranquilo que no pasa nada por esperar un par de días, más inquieta he estado yo sin saber que era de ti estos días.
-Sí, es verdad, no hace falta angustiarse, si lo hago, sé que estoy perdido. Podría perder tú favor, y eso… no lo quiero perder por nada del mundo.
Conversación frívola e insignificante puede parecer esta, pero para dos personas que están al principio del enamoramiento, cada palabra y gesto, cada sonrisa y beso, cada movimiento de caderas de ella y cada achicamiento de los ojos de él, con deseo de estar a solas de nuevo ¡es tan importante…!, detalles de chiquillos dirían algunos, otros lascivia, qué más da si estaban juntos y se querían… hasta la saciedad.
Al cabo de unos días todo el tema administrativo de Jerónimo estuvo resuelto, los poderes de la administración de su capital quedó en manos de Adolfo Ventura, un hombre legal donde los hubiera, que ahora les recomendaba instalar teléfono para poder tener un contacto más rápido y no tener que depender del correo siempre. Decidieron pedir la instalación en casa de Clementina a cargo de Jerónimo, quizás ese paso hacia la modernidad iba a interesarles a los dos. Tres meses después ya constaban en el listín telefónico, el nombre que rezaba allí era el de Clementina, su negocio también saldría bien parado de aquella decisión.
-Clementina, quiero pedirte que te cases conmigo.
-¿Cómo…? pero si apenas ha pasado un año desde que nos conocemos íntimamente…, no sé tendré que pensarlo.
-Me gustaría que lo pensaras mirando esta alianza. No la aceptes si no quieres, pero piensa que parte de mi corazón va con ella, quiero decir con esto que desearía que fuera el símbolo de nuestra unión, a lo mejor te da fuerza para tomar una decisión.
Clementina sacó de la cajita el anillo de oro blanco con una ramita, encima de la que había un gran brillante cual si de una lágrima se tratara. No pudo evitar sacarlo del prendedor y ponérselo en el dedo corazón de su mano. Miró con la mano vuelta hacia arriba desde lejos con el brazo extendido, sonrió y le dio un beso en la boca, Leonor estaba fuera de sí de contenta y aplaudió, era la única testigo de aquel acontecimiento, segura además de que esa unión iría a buen puerto. Jerónimo entonces pasó por detrás de ella y le colgó en el cuello una cadena de oro con un medallón que se abría mediante un pequeño cierre, Clementina lo abrió, eso sí extrañada, en el interior había una foto de él vestido con traje y corbata.
-Me gustaría que lo tuvieras tú, lo llevaba mi madre pero me representa a mí, imagino que no tendrás reparo en llevarlo.
Ella asintió con los ojos brillantes, llenos de lágrimas que no quería derramar en este momento. No dejaba entrever que estaba jubilosa, y que todo el vello de su cuerpo estaba erizado, receptivo a la sorpresa que le trajo ese momento.
Esa tarde, la dedicaron a pasear por el camino que ella tomaba siempre cuando iba al bosque a coger plantas y sacar mediante pequeñas incisiones, savia de determinados árboles que estaban a su vez marcados y reparados con recipientes de lata, para recoger parte de la vida de aquellos gigantes de la naturaleza. Cogidos de la mano, estuvieron contemplando esta parte de la vida, respirando sus aromas, fijándose en los colores que tomaban los árboles y las plantas antes de que llegaran las tormentas, las nieves, el frio. El bosque los serenaba y relajaba de tal manera que parecía que esa era su casa, su descanso, los dos aspiraban los olores del campo como si fueran recién llegados.
Se pararon varias veces, para besarse dentro de aquel ambiente íntimo, más íntimo que la propia habitación donde se entregaban a los placeres del amor físico. Ahora el camino se estrechaba hasta el punto que tenían que pasar uno detrás del otro, Clementina iba delante, de pronto se quedó como clavada en el suelo, levantó una mano indicándole a Jerónimo que se parase, volvió la cabeza y en silencio, le indicó con un dedo en los labios que no dijera nada y que retrocediera, Jerónimo sorprendido hizo un gesto de extrañeza, se acercó al oído de Clementina para decirle algo pero ella negó con la cabeza, volvieron sobre sus pasos, entonces vieron a tres rayones que cruzaban el camino como relámpagos, al otro lado del camino, entre las matas, se movía la maleza, de pronto y sin previo aviso un jabalí hembra con la boca entreabierta se presentó ante ellos, Jerónimo tiró del brazo de Clementina y se puso delante, quizás pensó que con su estatura disuadiría a la bestia del ataque pero no fue así.
El jabalí se plantó delante de ellos en un suspiro, antes de que pudieran decidir qué hacer embistió a toda velocidad, no fue un aviso para que no se acercaran a sus jabalines, fue un ataque en toda regla, el resultado fue que Jerónimo salió por los aires mientras que Clementina gritaba, la madre volvió a embestir cuando él estaba en el suelo, empujando con su morro pasó por encima de él para después perderse entre la vegetación, debía reunirse con sus hijitos que estarían aterrorizados, por detrás de ellos hizo un giro repentino y se perdió entre la maleza, Jerónimo no podía levantarse, Clementina se acercó a su prometido, este le dijo que fuera a buscar ayuda, que no podía levantarse, ella lo miró y vio en su pierna sangre que manaba como un torrente, el jabalí le había abierto la femoral como si llevara un cuchillo entre los dientes y lo hubiera usado para ese fin.
Clementina supuso, que haciendo un torniquete para parar la hemorragia retendría aquellos impulsos de sangre que salían continuamente a cada latido del corazón de Jerónimo, se sacó el fino cinturón de piel que llevaba en su talle, y se lo puso en la parte alta del muslo a Jerónimo, tirando de él para cortar la circulación de sangre, parecía haber tenido éxito, se arrastró contra el tronco de un pino y se apoyó en él. Justo en ese instante él se desmayó, Clementina se lamentó de no llevar siquiera un poco de agua, ahora sí que arrancó a llorar y si cabe la expresión, a gritar por lo sucedido, podía hacerlo porque él no la estaba oyendo. Le cogió la cabeza, entre sus brazos lo mecía cual si de un niño pequeño se tratara, cuando retiró las manos de su cabeza se apercibió de que tenía un golpe fuerte en ella, sus manos quedaron llenas de sangre.
Fue a levantarse a buscar ayuda, pero era demasiado tarde, estaba muerto. Se agachó de nuevo para escuchar su corazón, puso su cara delante de su cara para percibir su aliento, nada, palpó su carótida con esperanzas perdidas. Se quedó allí de rodillas delante de él, no podía llorar en aquel momento, algo en el interior de las personas cuando pasa una cosa así, nos debe paralizar, no se sabe bien qué es lo que nos bloquea, pero en muchos casos eso es lo que sucede. Apoyada sobre sus talones, estuvo allí, contemplando a su marido antes de serlo, en una circunstancia en la que se preguntaba continuamente que era lo que no hizo bien, que se le olvidó hacer para evitar esta tragedia, quizás tendría que haberle hecho levantar las piernas, ahora no servía de nada. Con la fina chaqueta que ella llevaba puesta, le tapó la cara a Jerónimo, poco a poco como si cada pierna le pesara cientos de kilos fue arrastrando los pies por el sendero, el recorrido que hicieron no les llevó más de media hora, pero a ella le costó volver a su casa ensangrentada, una hora larga. Al llegar, Leonor desde lejos la saludó, estaba regando el portal de las flores y limpiando con agua la entrada echando cubos de agua sobre el cemento. Algo no andaba bien, soltó lo que tenía en la mano y salió corriendo a su encuentro, Clementina no fue capaz de articular palabra.
Sujeta por los hombros por su hermana, oía voces que le llegaban desde lejos, Leonor le levantaba la cabeza cogiéndola por la barbilla pero se le volvía a caer como si de una muñeca de trapo se tratase, el vestido lleno de sangre y la ausencia de Jerónimo le hizo presagiar algo a Leonor que se apresuró a entrarla en casa. La sentó en la mecedora de la cocina, junto al fuego que ya se empezaba a encender, sobre todo después de comer cuando empezaba a refrescar, le dio de beber agua, sujetó el vaso y lo apuró como si acabara de cruzar el desierto. Leonor en cuclillas delante de Clementina, esperaba alguna reacción, no se movió de esa posición hasta que su hermana poco a poco fue levantando la cabeza, en todo este tiempo, Leonor le hablaba, no le preguntaba nada de lo que hubiera podido pasar, pero le hablaba de los planes de futuro, que ya había trasladado todas las cosas para comenzar a trabajar en la otra casa, le hablaba de nimiedades, sin embargo, en lo más profundo de la mente de Clementina se quedaron grabadas determinadas imágines de lo sucedido en el bosque, que en aquel momento y muy a pesar suyo, estaban dejando una herida indeleble en su corazón. Leonor no podía ver eso, esa era la razón de que siguiera hablándole sin parar, pero Clementina estaba siendo marcada por un hierro candente dentro de sí.
La primera llamada de inauguración del teléfono, fue la que hizo Leonor al cuartel de la Guardia Civil de Estrecha de la Sierra. Trataron de informarse de la tragedia para saber a cuantas personas había que enviar, ella no supo que responder, solo les dio la dirección del portal de las flores, no tenían pérdida alguna, pero les dio algún detalle, como que el novio de Clementina no había vuelto con ella, que estaba en estado de choc y que volvió a casa llena de sangre aunque no tenía heridas. Le contestó la persona encargada del teléfono que no se preocupara que iban para allá.
Se presentaron cuatro guardias civiles, el de mayor rango trató de preguntar a Clementina que había pasado, era inútil, no pudo obtener respuesta alguna, Clementina estaba agarrada a las braceras de la mecedora, aquel accesorio y ella, eran una sola cosa, sus manos llenas de sangre reflejaban algún tipo de violencia que solamente se intuía. Dos de los guardias estaban afuera, de pié custodiando la casa, ahora el oficial le preguntó si ella sabía dónde podían haber estado, Leonor le contestó que habían salido a dar un paseo por el bosque, que siempre cogía un sendero que había a doscientos metros de la casa, allí se internaban en el bosque para recoger flores y plantas para preparar remedios caseros, y que algunas de esas plantas las vendían a herbolarios.
Les indicó el lugar desde la casa, no quería bajo ningún concepto alejarse de su hermana. Tres de ellos se alejaron con el vehículo hacia el sendero, se introdujeron en el bosque, equipados con linternas y caminaron un trecho, al final encontraron el cuerpo sin vida del hombre al que hizo referencia Leonor, cubierto con la rebeca de Clementina. Lo examinaron y constataron que había recibido el ataque de una bestia, no podía ser nada más que el ataque de un jabalí, abundaban más de lo que deseaban los vecinos de los pueblos cercanos, aunque había quién hacía buen negocio, haciendo pagar a los cazadores dinero por cada pieza abatida en sus tierras.
-Ahora me explico el porqué del estado de esta mujer… debe haber sido una experiencia terrible esta. Venga vamos a dar aviso al juez de guardia para que efectúe el levantamiento del cadáver. Moreno, coge el coche y ves a dar aviso, no te entretengas por ahí, la gente ya se enterara más tarde, date prisa que se hace de noche.
-A la orden mi teniente, ¿aviso a la funeraria también?.
-Tú haz lo que te he dicho, ni más ni menos.
El soldado Moreno corrió a llevar a cabo la orden y se perdió por la carretera hasta Estrecha de la Sierra.
Oyeron ruidos cercanos, desenfundaron las armas, quizás volvía el jabalí para cenar carne de su víctima, mientras, el oficial examinó el cuerpo de Jerónimo y vio la herida de la cabeza, una herida muy fea.
-Entre la herida de la pierna y el golpe de la cabeza era imposible que sobreviviera, ¡pobre hombre, vaya paseo fatal!.
Los ruidos se alejaron y volvieron a enfundar sus armas, quizás los lobos hubieran olido la sangre, en la lejanía se oía el aullido de una familia de lobos. Pero se sabe, que esta policía no le teme a los lobos, entre otras cosas porque van armados, sin embargo, el policía más joven no las tenía todas y prefirió dejar su arma a punto para ser disparada en cualquier momento, el ataque de los lobos no es regularmente el de uno solo, cazan en manada, a diferencia del jabalí que aún herido de muerte puede acometer hasta morir.
Al cabo de un buen rato el sendero se iluminó con varias luces de linternas, lo que indicaba que ya venía el juez, acompañado de una secretaria llegó hasta el lugar.
-Joder, vaya sitio para venir a morir, y a qué hora, ahora que estaba puliendo a los de la taberna, siete partidas seguidas les he ganado al dominó. Vaya un par de palurdos… bueno ¿Qué hay?.
Ni se inclinó a revisar el cuerpo, solo preguntó a qué hora había sido el accidente, su aliento tiraba de espaldas, el olor a anís que desprendía su aliento, daba cuenta de que efectivamente estaba en la taberna Olímpia, era el único lugar del pueblo donde se jugaba dinero a las cartas y el dominó.
-¿A qué hora crees que ha sido el accidente?.
-No sabría decirle, pero por lo que hemos visto y la llamada de auxilio que recibimos de la señorita donde vive la testigo de los hechos, sobre unas tres horas más o menos.
-Vale, apunta Cristina, ¿y qué crees que ha pasado?
-Un encontronazo con un jabalí, tiene abierta la femoral casi de arriba abajo, y luego un golpe en la cabeza que debería ser de la caída que sufrió cuando lo embistió. Estas bestias tienen una fuerza terrible, y son rapidísimas, ahí en el suelo, hay una piedra con restos de sangre y de cabello, seguramente cayó aquí y después lo remató cuando estaba en el suelo vencido.
-Vaya por dios… bueno, pues ya podéis avisar a los servicios fúnebres para que lo retiren de aquí. ¿Lo has anotado todo Cristina?.
-Si señor.
-Ala, pues vamos, que vaya bien.
Un guardia bajó con el juez, en el mismo coche para avisar a la funeraria, al cabo de media hora de llegar al pueblo todo el mundo sabía lo que pasó. En el bar, un joven con barba argumentó que los jabalíes acabarían bajando hasta las casas si se les expulsaba de la montaña. De hecho, ya habían numerosas quejas en el ayuntamiento a causa de las nuevas instalaciones de esquí que se estaban montando en lo alto de la montaña, familias de ciervos y hasta los propios lobos, atacaban ganado de los propietarios de algunas granjas vecinas, esto era inimaginable hacía solo unos cuantos años atrás. Ya llevaba tiempo la discusión sobre este asunto, y como en todas las cosas hay quién piensa que es cierto, mientras que otros creen que el progreso y los puestos de trabajo, son mucho más importantes. Defensores y detractores, todos querían tener razón.
Mientras, en el portal de las flores, todo estaba paralizado, esa noche Clementina no se movió de la mecedora, sus ojos quedaron clavados en el fuego del hogar, Leonor se esforzó para darle de beber un caldo vegetal, pero fracasó. Después de unas horas se quedó dormida, sentada en el suelo, sin aliento. Ahora que sabía lo sucedido, ella misma no daba crédito a la muerte de Jerónimo, se imaginó la situación, pero lo cierto, es que no hay imaginación que pueda describir lo que acababa de pasar su hermana.
Al despertar de aquel sueño ligero y lleno de pesadillas combinadas con atractivos recuerdos de las vacaciones y asuntos relacionados con su trabajo con ellas… se dio cuenta, que Clementina no estaba en la mecedora. Se levantó adolorida del suelo y subió a su habitación, allí no estaba, fue al patio trasero aunque sin saber de cierto que haría allí su hermana, tampoco estaba, solo Patas que estaba enroscado sobre sí mismo, con sus largas orejas sobre el suelo, golpeó el suelo con el rabo cuando la vio. A Leonor se le ocurrió entonces que si había salido a la calle, él la encontraría, le dio a oler un chal de Clementina y le dijo…
-Busca a mamita Patas, anda que yo voy contigo.
Llevaba calzadas unas deportivas con calcetines, y salió tas él, al principio dado que jamás se le había encomendado una misión como aquella, estaba un poco despistado dentro de la casa, toda ella estaba impregnada de sus olores, pero Leonor fue hacia afuera, a la calle, allí le volvió a repetir la orden, poco a poco y husmeando el ambiente y el suelo, se dirigió carretera abajo, al principio solo zigzagueando de un lado a otro del asfalto, hasta que llegó un punto en el que notó que había hallado un rastro claro, ahí fue cuando comenzó a acelerar el paso, sin correr, quizás era que no quería fallar o probablemente estaba siguiendo el olor de algún animal del bosque, de cualquier modo, Leonor se tuvo que resignar al fino olfato de su amigo Patas. Se adentró por el sendero que el día anterior recorrieran los prometidos y se puso a correr, Leonor en pocos minutos quedó empapada del rocío de la noche, en su intento de seguir a Patas, apartaba los arbustos y matas altas con el fin de no perder al perro. En su intento, se quedó pillada un par de veces por las zarzamoras que sobresalían hacia el sendero, pero tiró de sus piernas a pesar de las heridas que le causaron.
Al final, se oía a lo lejos el ladrido de Patas, se acercó dado que este se había parado, en un pequeño recodo del camino asomaba la parte trasera del perro, moviendo la cola cual si de un ventilador se tratase, allí estaba, recostada sobre el mismo pino donde perdió el aliento Jerónimo, con los ojos abiertos de par en par pero viva. Movió lentamente la cabeza hacia donde acababa de llegar Leonor.
-Déjame sola por favor, necesito recordar que es lo que pasó, sé que murió aquí solo eso, pero cuando y como, no lo puedo recordar. ¿Qué pasaría para que viniera a morir aquí?, porque mira, aquí está todavía su sangre, pero… es que no comprendo, no sé…
Para entonces Leonor con las piernas sangrando se había sentado a su lado, no había duda de lo que decía su hermana, el suelo y parte del tronco del pino estaban manchados de sangre, sin embargo, encontró el lugar, ¿qué la había llevado allí?, cierto que conocía cada centímetro de aquel bosque, que por otra parte nunca resultó peligroso, entonces Leonor limpiando la cara de su hermana con un pañuelo, empezó a preguntarse lo mismo. No era en absoluto un afán morboso de saber cómo y de qué manera sucedieron os acontecimientos, además eso era ahora lo menos relevante.
-¿Sabes qué hermana?, lo averiguaremos, te lo prometo, pero ahora debemos salir de aquí, tienes otros muchos recuerdos buenos de Jerónimo, quédate con ellos. Vamos ven conmigo, volvamos a casa, tienes que descansar.
Patas estaba echado a su lado, Leonor no olvidó a su mascota, la pasó la mano por la cabeza y el lomo y este se echó patas arriba para que le acariciara el vientre. Levantó a su hermana del suelo sujetándola de las dos manos, y poco a poco desanduvieron el camino que las había levado al lugar del trágico accidente.
-Hace frio esta mañana he Clementina?. Se nota que llega el invierno, dentro de nada ya tendremos aquí las nieves.
Clementina no le contestó, pero le dirigió una mirada llena de cariño.
-¿Porque has venido a buscarme Leonor?.
-Pues porque cuando he despertado no te he visto en tú sitio, me he asustado, además yo no te he venido a buscar, ha sido Patas el que lo ha hecho, y ya sabes que donde el va yo voy con él, lo mismo que él va siempre donde yo voy, somos inseparables, ya ves.
Llegadas al portal, Clementina paró, venían por la parte de la izquierda de la carretera, e dirección a los coches que bajaban del Parador de Las Puntas, es mucho más seguro, aunque a esas horas de la mañana, seguramente todo el mundo dormía, o los más madrugadores, los que hacían senderismo, estarían desayunando en la lujosa cafetería del Parador. Al llegar a su puerta Clementina exclamó…
-¡Que portal tan bonito! Debe de costar mucho mantener estas flores, los dueños de esta casa ya pueden estar orgullosos, seguro que no hay ni perro ni gato que no se pare para contemplarlo. Estas bouganvilles son preciosas, y las heliconias ni te cuento, ¿de dónde deben haber sacado los anturios, es una flor muy rara y difícil de mantener?.
Leonor no le contestó, cambiaron de parte de carretera para que no se apercibiera que se meterían en ese portal, entreteniéndola con Patas quién siempre estaba dispuesto a halagos y caricias, Leonor la introdujo en la casa.
-Me gustaría ser perro Leonor, no tienen ninguna responsabilidad de manera consciente y solo esperan que se les ponga la comida y el agua, y luego… de manera esporádica, ellos, te dan unos lametazos en señal de agradecimiento para continuar con sus quehaceres que son dormir y si acaso vigilarte, esta es su vida.
-Mujer… yo creo que debemos estar agradecidos de ser seres humanos. Los perros no piensan solo intuyen, la inteligencia de los perros es solo, que sus cualidades olfativas y hasta sus orejas, están mucho más desarrolladas que las nuestras, pr eso perciben cosas que nosotros solo podemos imaginar.
-Y te parece poco?. Yo, ahora mismo me cambiaría por cualquiera de ellos, te lo juro.
El habla de Clementina era pausado, como si cada palabra que saliera de su boca hubiera sido precocinada antes de salir de sus labios. Para ella, en ese momento lo que estaba diciendo, tenía todo el sentido común que pudiera imaginarse. Claro que, habida cuenta de todo lo sucedido, la mente o se queda como a media función o se despliega, como en el estallido de un amanecer de primavera lleno de sol. Solo una cosa preocupaba a Leonor en ese instante, ¿se recuperaría de este estado de catalépsia en el que estaba?, había sido un golpe muy duro y en unas circunstancias fuera de lo común, ahora Leonor estaba inmersa en cómo solucionar el entramado de problemas, que probablemente la sobrepasaban.
Al cabo de dos días, una llamada telefónica que atendió Leonor, le comunicaba que ya podían disponer del cadáver, se le había realizado la autopsia, y oficialmente se le dio carpetazo a esta muerte. En Estrecha de la Sierra no había sala de autopsia, se realizó en un antiguo matadero que todavía se conservaba en pié no se sabe muy bien porque razón, el cuerpo de Jerónimo junto a otro de un muchacho joven muerto en accidente de tráfico, yacían tapados con lonas, dentro de la antigua cámara frigorífica, sobre dos diferentes mesas de madera. Al pié de Jerónimo, el doctor seriamente apenado y sentado en un taburete metálico, miraba hacia el suelo con una bata blanca y un mandil hasta los pies de carnicero, calzaba botas poceras y un gorro de tela blanco anudado en la nuca, estaba abatido, ningún gesto, ningún movimiento, solo los brazos ensangrentados lo mismo que el resto de su vestimenta, se apoyaban en las rodillas, seguro que estaba pensando que aquello ya no le correspondía a él, que este era trabajo para los estudiantes que salían de las universidades. Se despojó de todo lo que llevaba encima y se dirigió a uno de los lavaderos que estaban fuera de la sala de despiece, a la postre utilizada para la ocasión.
Fue Leonor la que bajó al pueblo, estuvo casi todo el día arreglando papeleo y hablando con la funeraria, escogiendo el ataúd, el transporte, todo. Al salir de la funeraria, la abordó el señor cura, le conminó a que se le hiciera un entierro católico con el fin de salvar su alma, mientras Leonor, sin contestarle siguió su camino, tenía que coger el bus que subía al Parador a las seis en punto, de lo contrario tendría que pedirle a alguien que la subiera hasta el portal de las flores. Tomás Alcaraz subió para consolarlas, iba acompañado de Alfonso, el muchacho de quién les habló en su día como alguien que era para él casi indispensable, un hombre de ojos vivos, elocuente y muy sensato. Clementina quedó al cuidado de ellos, mientras hacía todas las gestiones mencionadas, cuando por fin subió, y el bus paró delante de la puerta, entró en la casa y sin casi saludar a nadie, fue hacia la cocina a ver como estaba su hermana, la encontró en la misma posición que la dejó, se había orinado encima. Tomás y Alfonso quisieron explicarle que no había sido posible levantarle de la mecedora, se aferraba a ella como si formara parte de su ser.
Tampoco comió nada en todo el día, solo a fuerza de paciencia y de quedarse de rodillas a su lado hablándole y hasta diciéndole de forma simpática…
-Cochinilla, levántate ya que voy a lavarte, te has hecho pis encima, ¡mírala como si fuera una niña chica!. Anda vamos.
Clementina se levantó, ella era muy pulcra y no hubiera consentido que nadie estuviera a su lado en una circunstancia como aquella. Después de que su hermana la ayudara a ducharse y cambiarse de ropa, esta se dio cuenta de que las sienes de su cabeza estaban blancas, no se apercibió de esto antes, pero como por ensalmo, el cabello le había cambiado de color. No cabía esperar que aquello le sucediera a ella, y menos a voz de pronto, pero así era, los melanocitos dejaban de recibir una proteína específica, que hacía que desde el bulbo piloso los cabellos salieran blancos. Eso era precisamente, lo que le estaba sucediendo a ella, después de secarle bien el cabello, le puso un prendedor y bajaron de nuevo, Clementina con paso cansado, arrastrando los pies, su hermana se puso delante de ella al bajar la escalera, y así, casi como una viejecita, fueron hasta la cocina de nuevo.
-Quiero comer algo Leonor, ¿me podrías preparar un poco de caldo? Creo que todavía queda en el frigorífico.
-¡Claro que sí!, te pondré un poco de pollo también, lo cociné ayer.
Le hizo un guiño a Tomás y este le correspondió con una sonrisa de satisfacción.
-Creo que lo mejor es que cenemos todos juntos, ¿les parece señores?.
-Pues la verdad es que no queremos estorbar, teníamos pensado ir al Parador y quedarnos allí a dormir, pero si acaso, nos quedamos un rato haciéndoos compañía y después subimos a dormir.
-¿Y eso…?. Tenemos más que suficiente sitio, lo cierto es que podríamos albergar a media tropa, tenemos dos casas, nos ofendería que tuvierais que iros a dormir a otro sitio después de tanto viaje. Os aseguro que estaréis más que cómodos aquí. Mañana será un día largo y difícil, nos complace teneros en nuestra casa. Ahí arriba no os darán todo lo que nosotras tenemos aquí, buena comida, buena bebida y buena compañía.
-De acuerdo, aceptamos la invitación, ya te lo decía yo Alfonso, por poco que puedan estas señoritas nos raptarán y no nos dejarán salir de su casa.
-Por favor, quédate Tomás te lo ruego, ya no es por el hecho de estar solas, estamos acostumbradas, pero te agradeceríamos tanto que os quedarais con nosotras esta noche…, tiene razón mi hermana, mira, Leonor os acompañará después a su casa, o quizás se pueden quedar en la nuestra, aquí arriba también hay lugar, y aquí estamos a salvo de la gente que pudiera pensar cosas torcidas. Esa es otra de las ventajas que ofrece un lugar despoblado.
-No se hable más Clementina, nos quedamos, y si quieres que estemos esta noche en esta casa, nos quedamos a dormir aquí.
Alfonso aprobaba con la cabeza cualquier decisión que tomara su patrón, se notaba que sentía por Tomás un gran respeto, parecían padre e hijo, y aunque no lo eran, el trato se dejaba ver como tal. Alfonso pues, se acercó al coche a buscar una pequeña bolsa de viaje donde seguramente llevarían lo necesario para ese par de días fuera de casa, regresó con ella y sacó de un bolsillo lateral un objeto envuelto para regalo.
-Mire usted señora Clementina, ya sé que la ocasión puede que no sea la apropiada para hacer regalos, pero hace algún tiempo que lo compré para usted y he pensado que no sería oportuno que me lo llevara de nuevo de vuelta, tenga la bondad de aceptarlo.
Clementina con cierta desgana lo abrió, era una figurita de porcelana, una muchacha sentada sobre un tronco, junto a ella una ardilla de pié, y en la mano sostenía un pequeño pajarillo con las alas entreabiertas, la muchacha llevaba una pamela con una cinta al viento. Tomás miró complacido a Alfonso, a su vez observó a Clementina que parecía no dar crédito a aquella figura que de algún modo la representaba a ella.
Se levantó de la mesa en silencio y le dio un beso a Alfonso, sin dejar de sostener en su mano la figura. Le brotaron lágrimas de los ojos, pero es de imaginar que eran de felicidad, felicidad en medio de circunstancias penosas. Esas son las cosas que tiene la vida, que siempre te da una de cal y otra de arena, esos detalles, como el pequeño regalo que le hizo aquel chico desconocido es lo que a menudo te hace pensar, que las tragedias siempre son llevaderas, son sencillamente circunstancias que cada cual interpreta a su modo. ¿Quién hubiera pensado en una cosa así en mitad de aquella catástrofe?, un muchacho que desconocía los miedos de la vida, y mucho menos los que genera el amor, un mundo lleno de dudas, de continuas suspicacias y frecuentemente con pocas recompensas que ofrecer. Alfonso era desde ese punto de vista, un alma pura, un hombre joven hecho y derecho, pero sin ningún sentido de la orientación en este campo, solo el que recibía de su patrón.
En una ocasión en la que se hallaba en su casa, ayudando a su patrón en menesteres domésticos, tuvo a bien abrir el armario ropero de la habitación de Tomás con el fin de arreglar las toallas que estaban mal puestas, en el fondo del armario, observó un sobre de color marrón bastante deteriorado, en el interior había toda una colección de fotografías en color sepia de mujeres desnudas, mientras Tomás estaba en el baño duchándose las miró. Más abajo entre esas fotos, otras de contenido pornográfico, hicieron su aparición, se trataba de hombres y mujeres practicando el sexo, estaban con la cara cubierta por pequeños antifaces, notó que su pulso se aceleraba y no pudo evitar hacer un repaso de todas ellas. De forma natural su miembro viril le exigió paso entre aquella vista, él le dio rienda suelta a aquel deseo y comenzó a masturbarse, fue solo un instante, sus fluidos le hicieron saber que estaban a punto de salir, puso la mano ante la explosión de placer y soltó un suspiro largo, casi agónico, pero placentero. Miró a su alrededor y no encontró nada con lo que limpiarse, sacó el forro del bolsillo del pantalón y allí encontró la solución más inmediata, todavía un poco jadeante en su interior recogió las fotos y las puso de nuevo en su lugar y en el mismo orden, después las volvió a dejar en el mismo lugar de antes y cerró la puerta del armario de nuevo, cuando comenzó a cerrarla se miró en el espejo, estaba rojo como un tomate, tenía cara de persona saludable, como la gente de campo que vive de cara al sol y están todo el día en contacto con la naturaleza, terminó de cerrarla, al hacerlo se encontró con Tomás en el quicio de la puerta del cuarto, lo estaba observando.
Hubiera querido que se lo tragara la tierra, sin embargo Tomás llegó hasta él con su albornoz y secándose el cabello.
-Amigo mío, no debes avergonzarte de nada, Alfonso, en esta vida, todo lo que nos es negado es lo que más ansiamos, y este es un deseo tan natural y primitivo que no se le debería negar a nadie. Desde que el mundo es mundo y hay habitantes sobre la tierra, el hombre persigue de un modo u otro satisfacer sus deseos, mejor que sea de ese modo, que no andar por esos barrios sucios llenos de indeseables para buscar consuelo, te lo aseguro.
Quizás aquel regalo que le hizo a Clementina, era solo una llamada silenciosa en la búsqueda de eso que su patrón y amigo Tomás le dijo que alguna vez encontraría sin esfuerzos, “Ya se te presentará la ocasión, no temas, eres joven y con muy buenas cualidades…” esas palabras de su jefe resonaban en su interior como si se tratara de un estribillo que se fuera a oxidar. Es lo que sucede, cuando eres joven y estás lleno de vida, esta te pide paso a toda máquina. Pero el caso es que a Clementina le gustó el detalle de aquel muchacho, aunque fuera en esas circunstancias, a Alfonso le faltaba experiencia, eso era todo.
Cenaron en silencio, Leonor casi lo hizo de pié, atenta a todo lo que pudiera necesitar su hermana, los dos hombres, apuraban los dos platos que esta les sirvió, estaba todo riquísimo, ese fue el comentario de Tomás. En los postres, Leonor sacó del horno un bizcocho que había sido cortado por la mitad y rellenado de confitura de higos, encima puso chocolate rayado y azúcar glaseado. Les sirvió un trozo generoso a ambos y copitas de vino dulce, aquello era demasiado, Tomás que tenía un paladar de gourmet, dio sin más su aprobación y el pastel duró un suspiro en su plato, Alfonso se lo comía poquito a poco, parecía más un pollo que un humano, con la cucharilla daba pequeños pellizquitos a la tarta, parecía que no quisiera que se terminara nunca.
-Alfonso por el amor de dios, ¿quieres comértela tranquilamente, quiero decir sin tanta parsimonia?, ahí hay más para que puedas repetir, no sufras por eso. El próximo trozo te lo pondré más grande si quieres hombre…
-No señora, si es que yo como siempre así, poco a poco. La verdad es que estoy a punto de estallar con tanta comida.
-Di que no Leonor, si lo vieras cuando viene a casa, come como un auténtico ogro, a veces, después de haber comido se estira en la silla y suelta… “He comido como un obispo Tomás.” De manera que no te creas todo lo que dice.
-¡Tomás por favor, estas señoras van a pensar que paso hambre!.
-¿Y acaso no es verdad?. Di que en su casa, no te dan ni un céntimo y te envían a trabajar con una sopa de pastilla y una patata dentro. No te avergüences, tus padres son un par de aprovechados. No le dan de lo que gana conmigo, ni un céntimo para que pueda gastar con algún amigo o ir al cine de vez en cuando. Lo siento Alfonso, me cuesta hablar así de tus padres pero es lo cierto, estas señoras son como si fuera yo mismo, de manera que puedes hablar con ellas como si lo hicieras conmigo, porque a mí sí que me lo has contado, y no creo que me hayas mentido porque también los conozco a ellos.
-Bueno ¿y qué?, son mis padres y tengo que respetarlos y apoyarlos en todo lo que pueda. Al fin y al cabo, bastante tienen ya, que mi madre se pasa día y noche llorando por la muerte de mi hermano.
-A ¿pero tenías otro hermano…?.
-Si señora Clementina, pero llevaba mala vida, se metió en el ambiente de las drogas y el proxenetismo, y en una de esas peleas que solo ellos saben cómo y porqué suceden, lo encontraron en el retiro cosido a puñaladas. De eso hace dos años, pero mi madre no lo superará nunca, creo yo.
-Eso es muy triste Alfonso, en esas cosas, los que están alrededor de la victima siempre son los que acaban perdiendo. Los que mueren no, ellos encuentran en la muerte el descanso, quizás más temprano que tarde, pero descansan. Pero a los que quedamos aquí…, nos espera un mundo lleno de incertidumbres, de expectativas marcadas por esos recuerdos crueles que si no superamos, pueden hacer de nuestra vida un calvario. No quiero consolarte con eso, mira tú en que circunstancia me encuentro yo, pero hay que vivir, aunque sea para poder contarlo.
-Espero que usted pueda, se la ve con un ánimo fuera de lo común, quizás es que ya ha pasado por más de una circunstancia así. Eso debe endurecer a una persona, usted se ve fuerte, además de bonita si me permite que se lo diga.
Clementina sonrió, y su cara se llenó de luz por un instante. Ya ves, una frase pequeña había hecho que se despertara de aquel letargo en el que estaba sumida hasta aquel momento. Alfonso fue el primero en decir que se iba a dormir, Leonor lo acompañó a una habitación donde una de las camas, era una especie de pequeño mueble, que aparentaba ser como un xifonier cubierto con una funda de tela de varios colores. Mediante un cierre lo abrió y dentro estaba preparado el colchón que le serviría de cama, colocó las sabanas en un momento y se disculpó diciendo que aquella era la habitación de invitados, de cualquier modo podía compartir la cama del cuarto con su jefe, era más grande, y seguramente más cómoda, pero contestó que no, ya estaba más que bien esta.
Leonor le deseó buenas noches después de indicarle donde estaba el baño por si se tenía que levantar.
-No se preocupe, en cuanto cierre los ojos me quedo como un pajarillo. Caramba, este colchón es de lana, va a ser toda una experiencia dormir aquí hoy con ustedes, bueno, disculpe, quiero decir con ustedes en la casa, no en la cama, bien, me refiero a…, bueno, mejor que lo deje correr porque cuanto más digo, más la cago, disculpe la expresión.
-Venga… a dormir valiente, que tengas felices sueños.
-Leonor, quiero agradecerle lo que hacen por nosotros hoy, a Tomás le agrada muchísimo su compañía, no hace más que hablar de ustedes. No le diga que le he dicho nada por favor, pero cuando tiene que venir a su casa, me dice siempre… “Alfonso, voy a escaparme al paraíso, cuando llego al portal de las flores, el mundo queda tras de mí como si fuera un lugar lúgubre y aburrido, allí nada me preocupa, nada es importante, me pongo el reloj en el bolsillo porque es pecado ir a este santuario de paz contando las horas.”
-¡Vaya con el señor Tomás…! Gracias por la observación, tendré en cuenta esto, que descanses Alfonso.
-Pues si que has tardado Leonor…, no te habrá soltado un discurso de los suyos…?
-No, es que le he cantado una nana para que se durmiera…
Risas apagadas, no querían que se enterara el invitado de arriba. Leonor observó la muñeca de Tomás, efectivamente, no llevaba reloj, pero era indiscutible que lo utilizaba, la marca blanca alrededor de la muñeca lo denunciaba, rió para sus adentros y pensó “Va a tener razón el chaval.”
Parecía que a Clementina se le había levantado el ánimo, no del todo, claro, una pena tan grande, queda tan dentro del alma, que cuesta mucho que desaparezca, pero por lo menos hablaba con cierta fluidez y naturalidad, también con la elocuencia que la caracterizaba, de hecho, cuando Leonor bajó de arriba, era Tomás el que estaba escuchando sentado junto al fuego, con las piernas estiradas sobre un taburete y los brazos cruzados sobre el pecho. A Leonor le gustó ver esta imagen cuando bajó por las escaleras, la luz apagada, y solo un velón con aroma de vainilla encendido sobre un plato de loza que Leonor hiciera en su día con tal fin. El resto del cuadro era bestialmente hermoso, las siluetas de ambos recortadas por el fuego del hogar, el crepitar de la leña, y la mecedora de su hermana moviéndose adelante y hacia atrás lentamente, no pudo evitar por un momento quedarse parada en el quicio de la puerta, como quien contempla un cuadro vivo, de algún pintor hiperrealista.
Parecía como si Tomás se estuviera enamorando de Clementina, y ciertamente lo estaba, estaba enamorado de cómo era, de su manera de ver las cosas, de su carácter, de su tolerancia y del modo de aprender de los demás. Eso quedaba patente por la manera de escuchar a los demás, de mirar a los ojos a su interlocutor, cada vez que mantenía una conversación, y por manifestar sin ningún temor los desencuentros si los tenía, con la persona con la que hablaba. Es típico de las personas que están informadas, luego, pueden tener opinión, una opinión fundamentada en la lógica. Esto atrae a cualquier persona medianamente culta, pues la ignorancia es solo incentivo para promover los problemas del mundo, ella lo veía así, y así lo manifestaba. Eso era algo que atraía a Tomás, de ahí su atracción por Clementina.
Aun ahora que se sentía vencida, no se veía derrotada, en sus pocas palabras en la conversación con Tomás, se dejaba entrever ese ánimo, quizás fuera algo genético, si así fuera, benditos genes que heredó.
-Me voy a la cama Tomás, estoy muy cansada, necesito reconfortarme para mañana, va a ser un día penoso y necesito tener para entonces toda la fuerza posible. Buenas noches, y gracias por estar aquí.
-Te aseguro Clementina que soy yo el que debo darte las gracias por acogerme en vuestro hogar, aun en estas circunstancias, debo dar las gracias a la vida de haber podido encontrar a unas personas como vosotras, que descanses. Con tú permiso me voy a quedar un rato más aquí, me gustaría poder disfrutar de estos momentos únicos en tú casa.
-Quédate lo que quieras, esta es tú casa, buenas noches.
Las dos desaparecieron escaleras arriba, y las dos se acostaron juntas esa noche, necesitaban sentir el calor de sus cuerpos, ninguna de las dos se lo dijo a la otra, pero el hecho es que fue como si se hubieran puesto de acuerdo por medio de telepatía. Ondas enigmáticas, invisibles pero evidentes que hace que las personas sin hablar, he incluso sin mirarse, se comuniquen.
Si el día anterior fue largo y tedioso, cuando salió el sol de ese veinte de noviembre del año 1965, fue todavía peor. A las diez en punto estaban los cuatro en el cementerio, junto a la fosa de Fernanda, madre de Clementina, en la parte izquierda había cavada una fosa. Benito, se había encargado de hacer por la noche el agujero donde sería depositado el ataúd. Estaba sentado unos pasos más halla sobre una piedra, fumando y con la boina calada fumaba junto a un pico y una pala, el vehículo de él, estaba al lado de la portezuela del cementerio con el portón de atrás abierto, dentro del coche, Ursula esperaba sentada junto a su hijo Salvador, cuando los vieron llegar camino arriba, Ursula y el niño salieron del coche y salieron al encuentro de Clementina, sin decir nada, las dos se fundieron en un abrazo, se mecían de un lado a otro abrazadas, Ursula rompió a llorar mientras Clementina la consolaba pasándole la mano por la espalda.
-Venga mujer ya está, la vida es así cariño, si no hubiera muerte no habría vida, esta vez le ha tocado a Jerónimo, es una pena muy grande, pero nada que no se pueda superar. Creo que él era del mismo parecer que yo, aunque me hubiera gustado conocerlo mejor, sé que es así.
¿De dónde sacaba Clementina esta compostura?. Esa pregunta es de difícil respuesta, pero sin duda, las pocas personas que la acompañaban en esta ocasión, influían en su estado de ánimo. También Leonor se les unió, un acontecimiento normal en esa circunstancia. De un modo u otro a todos se les saltaron las lágrimas, en momentos puntuales unos, otros no pudieron parar en todo lo que duró aquella ceremonia íntima. Al cabo de media hora subió por el camino el coche fúnebre, como en otras ocasiones, tres hombres salieron de él para disponerse a sacar el féretro, una vez fuera de la rampa del vehículo, Benito, Tomás, Alfonso y la propia Clementina, se encargaron de sacarlo para transportarlo al lugar de entierro ante el asombro de los tres hombres, que se quedaron de pié, anclados en el suelo, y mirándose unos a otros estupefactos.
Ellos solo tuvieron que plantar las cuerdas debajo del ataúd, de allí, los cuatro levantaron la caja para depositarla en el fondo de la fosa, la acción fue un poco desacompasada, nunca habían hecho algo así, pero con cuidado lo lograron. Clementina entonces se dirigió a los presentes.
-Giordano Bruno dijo en una ocasión… “Dios no es una persona, es el universo y todo su conjunto es Dios. En cada hombre, en cada individuo, se contempla un mundo, un universo.” Muchas gracias por estar hoy aquí, pero hay algo que quiero que sepáis; una vez, hablando con mi querido Jerónimo, me hizo saber que cuando muriera, no quería llantos ni tristezas después de su entierro, que lo celebráramos todos juntos, que viéramos en su funeral una ocasión para reflexionar sobre la vida, no sobre la muerte. Es por eso por lo que quedáis invitados a nuestra casa a tomar un refrigerio, mientras reflexionamos sobre el valor que tiene la vida y lo que hacemos con ella, al margen de las circunstancias imprevistas que a todos nos pueden alcanzar.
Hasta a los enterradores les sorprendieron esas palabras calibradas, tan bien dichas, con tanta lógica, además de dichas, por la persona que seguramente estaría más afectada por aquel suceso. Se despidieron de ella diciéndole que la acompañaban en el sentimiento, subieron al coche fúnebre y marcharon. Los demás, no pudieron por menos que aceptar la invitación de Clementina e ir a su casa. En un momento se prepararon unas costillas de cabrito, quesos surtidos, un par de botellas de vino y pan recién salido del horno.
-Tengo algo que deciros, estoy encinta de nuevo, Benito y yo vamos a ser padres, él por primera vez, aunque dice que más que padre será su abuelo –todos rieron-, pero ha sido por decisión de los dos tenerlo. Quedáis todos invitados a celebrarlo, y queremos aprovechar esta ocasión para hacerlo, venid a nuestra casa, significaría mucho para nosotros el que estuvierais presentes en esta fiesta, de manera que en lo posible, nos gustaría que estuvierais todos presentes sin excepción alguna.
Fiestas para celebrar muertes y fiestas para celebrar las nuevas vidas que venían en camino. Acontecimientos que, en aquel microcosmos significaban mucho para aquellas personas que… lejos de encontrarse solas, sabían seleccionar a sus amistades. Aquellas gentes no tenían necesidad alguna de andar con recelos de las personas que los rodeaban, eran gentes libres en el más completo sentido de la expresión. Su comportamiento no obedece a ninguna pauta de sospecha o celos, su sentido práctico de las cosas, no hace más que alejarse de las cosas más comunes, que pueda entramparlos en las banalidades de lo absurdo, de lo deshonesto e ignoto. Lo desconocido es para ellos irreal, y así es como se dejan ver como personas sencillas, no discuten de las cosas que ignoran, lo que hace que su vida sea mucho más rica y próspera de lo que muchos de nosotros pudiéramos imaginar. En definitiva, hay que convivir con esas gentes, para a menudo, darnos cuenta de que nuestra búsqueda de la felicidad, no tiene nada que ver con nuestras posesiones, ellos ya son ricos, quizás sin saberlo, pero son ricos en humanismo porque sus necesidades son básicas. Tagore decía que “El bosque sería muy triste si solo cantaran los pájaros que mejor lo hacen.” También Plutarco al respecto de la amistad -necesaria por cierto para tener una vida más plena-, “No necesito amigos que cambien cuando yo cambio y asientan cuando yo asiento. Mí sombra lo hace mejor.”
Estas personas y muchas otras, pensadores filósofos y novelistas están de acuerdo en el hecho que, hay que limitar nuestra presencia en casa de nuestros “presuntos amigos”, puede que, cuando tengan suficiente de nosotros, lleguen a despreciarnos. Entre las gentes de pueblos pequeños y aldeas, lo saben bien, por ello si pueden ayudan a quien lo requiere y luego, se retiran a sus hogares.
-Jamás hubiera podido imaginar la forma de vivir que tienen ustedes Leonor, es realmente extraordinaria, algo fuera de lo común. Sinceramente he de decirle que los envidio a todos ustedes, ojalá pudiera llevar conmigo el espíritu que ustedes tienen, hablo así, porque no crea que sencillamente me sorprende, es porque me gustaría vivir así como lo hacen ustedes aquí. Parece una fantasía sacada de algún cuento, no sé, se me hace tan extraño y a la vez tan atractivo…
-Lo comprendo, yo intenté vivir del modo que tú lo haces ahora, en una capital, pero fueron más los contras que los pros, de manera que volví incapaz de adaptarme a aquel estilo de vida. Viví en primera persona, el precio que debe pagarse por ese estilo de vida, no me resultó agradable, fue la peor experiencia de mi vida, por eso volví a las montañas. Aquí tengo cariño, cuidados, más de los necesarios si te soy sincera, y personas, que aunque pocas, me quieren como soy y por lo que soy. ¿Qué más pudiera desear nadie?.
-Quiero vivir aquí. No hay nada que desee más en el mundo.
-Pero… si tienes la vida hecha a la capital hombre…, no sé yo si serías capaz de adaptarte a la montaña. La montaña exige mucho, de mismo modo que los pescadores, que dependen de la mar, le tienen mucho respeto y aun así, a veces les pasa su propia factura. En la montaña sucede lo mismo, no está sujeta a nadie, ella es la que dicta las formas de vida, a menudo los inviernos son largos, tanto, que no te dejan salir de tú refugio hasta que él dice, sal fuera.
-Lo sé, pero usted tuvo que pasar por la experiencia de vivir como quiso en la ciudad, regresó, pero ¿y si no hubiera sido así?, probablemente ahora tendría familia allí, amigos, hijos. A saber; la vida sea donde sea marca sus propias pautas, es decisión de cada cual dar determinados pasos, y ser consecuentes con lo que uno ha decidido.
Dicho esto, se la quedó mirando, no esperaba de Leonor, ni la aprobación ni la aceptación en aquel clan, solo la miraba de manera inquisitiva por si tenía que decirle algo más. Y lo hizo, le apuntó…
-Tú vida es tuya, tienes que vivirla a tú modo, pero antes de tomar una decisión, consulta con la almohada, reflexiona y medita bien esa cuestión, si después de hacerlo decides venir aquí, serás bienvenido. Sobre todo, piensa en Tomás, a este hombre, no lo puedes poner en un paréntesis de tú vida.
Alfonso se quedó cabizbajo, no triste, solo reflexionaba, parecía que desde ese mismo instante empezara a evaluar su situación, él sabía de sobras, que si le decía a Tomás que se mudaba de lugar, le daría un disgusto de los gordos, aunque por otra parte, desconocía el lugar que ocupaba en el corazón de aquel hombre, y sus sentimientos hacia él. Pero en su mente resonaban las palabras de Leonor… “Tú vida es tuya, tienes que vivirla a tú modo…”. La situación requería mucho tacto, estaban tan unidos…, era difícil bajo esa perspectiva tomar una decisión. Alfonso era una auténtica muleta en la vida de Tomás, en lo referente al negocio, era Alfonso el que hacía y deshacía por concesión de este, eso, ciertamente, tenía que evaluarlo también. ¿Cómo recibiría la noticia Tomás si decidiera cambiar de estilo de vida?. Aparcó de lado el asunto, no era momento de ponerse a cavilar, todos sonreían, no por la muerte de Jerónimo, si no por la noticia del embarazo de Ursula, nadie había visto jamás sonreír a Benito a quien le parecía estar viviendo un sueño, los abrazos y apretones de manos aún de parte de desconocidos le hicieron sentirse por primera vez en la vida, como un protagonista en una historia con tintes de novela.
-¡Que feliz estoy amigos míos…!, jamás hubiera podido imaginar, que estuviera tan bien rodeada, os doy las gracias en nombre mío y de mí hermana Leonor.
-Yo también me siento muy feliz Clementina, si pudiera, me gustaría acabar de hacerme viejo aquí, lo juro. No hay nada que me ate en la ciudad, y aquí, ¡se vive tan bien…!.
-He, cuidadito con lo que dices Tomás, si dejas la empresa, ¿quién nos hará las etiquetas?.
-No te preocupes por eso Leonor, ya he establecido contactos con alguien a quien le interesa mi negocio, la venta de la imprenta y los pocos ahorros que tengo, me permitirían descansar un poco. Llevo muchos años con la linotipia, dejándome los ojos en este cacharro, ideando nuevos moldes para innovar y complacer a los clientes, por otro lado, vuestras etiquetas están en un lugar preferente por contrato, las personas que se quedarían con ella, se han comprometido a seguir haciéndolas, a lo mejor les paso el negocio a ellos y a Alfonso, él quedaría como encargado de la producción.
-Fíjate, mira por donde podríamos tener nuevos vecinos -exclamó Ursula-. ¡Qué pasada…!.
Al cabo de tres días recibieron una llamada de Adolfo Ventura, el administrador de Clementina.
-Tienes que bajar a mí oficina en cuanto puedas, tengo algo importante que decirte. Pero lo primero, permíteme que te diga, que estoy enfadado por no haberme avisado para el entierro de Jerónimo. Tendrías que habérmelo dicho ¿no crees?.
-Pues no, no creo, este entierro lo he organizado de la manera que él hubiera querido, de forma absolutamente íntima Adolfo, no es momento para que te sientas ofendido. Creo que de la misma manera que uno tiene derecho a vivir, también la tiene para ser enterrado ¿no te parece?. No tengo que dar explicaciones a nadie por el modo que he hecho las cosas, respetando los deseos de Jerónimo.
Se hizo un silencio al otro lado del hilo telefónico.
-Bien si es eso vale, pero entiende que me hubiera gustado estar ahí, ya no por el difunto, que por él no se puede hacer nada, pero lo decía porque quería darte mí apoyo y mis condolencias personalmente.
-Pues me las das mañana, que bajaré al pueblo para que me las des. Siento contestarte así Adolfo, pero está todo demasiado fresco en mi corazón para decirte nada más hoy. Mañana a eso de las once estaré en tú oficina. De todos modos, gracias por tú interés, me costa que no habrías venido al entierro por compromiso si no de todo corazón.
-Así es Clementina. Bien, hasta mañana entonces.
Clementina, sin perder un solo instante, habló con Benito para saber si la podía bajar a Estrecha de la Sierra el día siguiente. El contestó que no había problema alguno, pero que a las doce tenía que estar en el monte, venía gente de Madrid para inspeccionar la parte de la montaña que podía talarse, con el fin de comenzar a planificar lo que sería la futura estación de esquí.
-No sé yo si estaré lista a esa hora, bueno de todos modos ya encontraré alguna solución.
Tomás que estaba dándole la espalda en aquel preciso momento se ofreció a hacerlo él.
-Pero ¿Cómo, vas a dejar otro día el negocio parado?.
-No te preocupes, si te digo que puedo hacerlo es porque puedo, no le des más vueltas, te llevo yo y punto.
Al decirle esto cogiéndola de la barbilla y mirarla de modo paternalista, Clementina no pudo contestar palabra, era la primera vez en su vida que sentía la caricia de un padre, así lo veía ella, como un ángel protector, ¿Por cuánto tiempo lo tendría?. Clementina le hizo saber el asunto a su hermana eso significaba que ella se quedaría una vez más al cargo de satisfacer a los clientes, ordenando pedidos, clasificando frutas y etiquetando botes, ya habían perdido un tiempo precioso, aunque no lo lamentaban dadas las circunstancias.
Tomás le dijo a Alfonso que se quedaría con Leonor ayudándola en esos quehaceres al día siguiente, este contestó entusiasmado que le complacería mucho hacerlo, Leonor lo miró con simpatía, y le dedicó una sonrisa. De manera que todo estaba concretado, cuando se despidieron todos sin hacer referencia ninguna al entierro de Jerónimo, Clementina volvió a la cocina a apañar lo que quedó por en medio, vajilla, vasos y cubiertos, pero su hermana se lo impidió, fue Alfonso quien sin decir nada a nadie se puso a recoger y a barrer. Las dos mujeres se lo quedaron mirando, mientras, Tomás liaba un cigarrillo a la entrada de la casa, le gustaba el saquito con su tabaco que siempre llevaba en el bolsillo, y el cartóncillo de papel smoking. Alfonso que tenía un olfato de sabueso…
-Que vicio más feo tiene este hombre, ¡con el daño que hace el tabaco!, luego cuando se levanta por las mañanas, no para de toser, cualquier día de estos echará las tripas. Que peste, fuma un tabaco que creo que ni en la guerra se lo daban a los soldados.
Las dos mujeres lo observaban y parecían estar viendo una visión, algo que era sorprendente, Alfonso con un delantal que ya había visto colgado en un clavo, estaba haciendo labores del hogar como si se tratara de su casa, con absoluta normalidad, recogía los restos esparcidos por el suelo, y los ponía en un cubo, que adivinó que era el de la basura, estaba bajo la pica del agua, mientras tanto hablaba, y con las dos manos ocupadas por la escoba y el recogedor, hacía gestos al hablar. Había sufrido una transformación, se estaba aclimatando, ya no era una cuestión de altura, como cuando uno se debe aclimatar a la falta de oxígeno, estaba en su ambiente, sencillamente eso.
Tomás se llevó su tiempo en fumarse el cigarrillo, tardó poco más de diez minutos en entrar en la casa de nuevo, llegó a la cocina y estiró los brazos sobre la cabeza como si se desperezara, a la vez se puso sobre la punta de sus pies.
-Bueno familia… me voy a dormir, seguro que en cuanto cierre los ojos me quedo durmiendo como un bebé.
-No deje usted la ventana abierta de par en par, que lo conozco, ahora aquí arriba empieza a hacer frio, y seguro que cuando yo suba me encentro el cuarto hecho un frigorífico.
-¡Va! bobadas, esto es sano, el aire del monte es lo mejor que hay para conciliar el sueño, además los pulmones necesitan oxigenarse bien.
-Si, de acuerdo, pero es que yo duermo justo debajo de la ventana, y por la madrugada, aquí el frio aprieta que es un gusto ¿sabe?.
-Vale, dejaré solo una parte abierta, ya sabes que sin aire me ahogo, oye no se porqué pero el aire de aquí arriba es diferente al que respiramos en la ciudad.
-Está claro Tomás, este es aire puro, hasta aquí llegan todos los beneficios de la naturaleza con él. Para mí, es medicinal, comprendo que se quiera aprovechar de esa brisa fuerte y seca que nos llega de las montañas más altas.
-No, si ya verás, acabaremos por sacar las camas a la calle para disfrutar del aire puro.
Mientras Tomás, Leonor y Alfonso hablaban del tema de forma desenfadada, Clementina se sentó en su balancín, miraba el fuego fijamente, sin pestañear, a saber qué era lo que pasaba por su cabeza en ese instante… Tomás se retiró deseándoles a todos buenas noches, se acercó a Clementina y le dio un beso en la cara, Alfonso se quitó el delantal y lo colgó donde lo encontró, salió afuera de la casa y sentado sobre la jardinera que caracterizaba la casa, se puso a llorar acongojado, ni él mismo sabía el porqué de aquella reacción, es probable que necesitara desahogarse, también pudiera ser, que fuera una persona muy sensible, y que ahora que no lo veía nadie, soltara algún tipo de lastre que lo atenazara por dentro.
Algún estudioso de la mente humana, quizás concluiría que esta reacción se debiera al cambio radical que deseaba dar a su vida, o al temor a equivocarse por decidir dar un golpe de timón a su embarcación para llevarla a otro puerto, con las incertidumbres propias de saber si hacía bien, de si podría realizar su sueño, o era solo un deseo efímero que acabaría por truncar sus deseos. Algo de todo esto debería de haber, de vuelta dentro de la cocina, se sentó de nuevo en el banco de la mesa, ahora eran dos los que estaban en una actitud meditabunda, mientras Leonor, peinaba y recogía en un moño el cabello de Clementina, y observaba por el rabillo del ojo, el retrato que ofrecía de si mismo Alfonso.
-¿Qué te pasa Alfonso, me lo quieres contar?, soy una buena confidente.
-Tuve una novia con la que estuve a punto de comprometerme, se llamaba Sofía, era hermosa como una estrella del cielo, nos queríamos mucho, su familia, de la alta sociedad madrileña, desde el principio no me aceptaron. Estuve en una ocasión en una torre que tenían en un barrio residencial de Madrid, con piscina y todo he, cumple años a principios de Marzo, el día cinco, quedé invitado creo que por obligación al ser su chico, le regalé un sombrero que a ella le gustaba mucho y que habíamos visto paseando por Madrid, hice todo lo que pude para ahorrar un dinero y regalárselo. Cuando llegué con la sombrerera envuelta para regalo y se le dieron todos los regalos, al sacar el papel de regalo del sombrero, todos se pusieron a reír, decían “Vaya, ahora sí que irás bien encopetada, con ese sombrero no habrá quién te tosa Sofía.” El gracioso de su hermano, haciendo que se le iba de las manos, lo dejó caer a la piscina, claro, yo me tiré tras él. Hice un ridículo espantoso Leonor, no me puedo sacar de la cabeza esos momentos. Cuando salí del agua, otro gracioso me sujetó de la cabeza y me volvió a sumergir dentro de la piscina, más risas, más cachondeo, más dedos señalándome. Después de eso busqué a Sofía por todas partes, el hermano mayor se quedó delante de mí impidiéndome el paso. “Tú no eres de aquí, y nunca lo serás, mi hermana no quiere volver e verte nunca más.” Y nunca más la vi, ahí quedó mi sueño, o mi aventura llámale como quieras, traté de hablar con ella, pero siempre me rehuía, de manera que dejé correr este asunto, hubiera malgastado muchas emociones y sentimientos en un tema, en el que no era correspondido.
Leonor se quedó mirándolo, haciendo un evaluación de sus propias circunstancias, sopesó su vida de forma improvisada, comenzaron a pasar por su mente, imágenes de sus vivencias y de pronto se dio cuenta que Alfonso le dio las buenas noches sin haberle contestado. Un tronco de pino algo verde aun, crepitó en la chimenea, eso la sacó de aquella especie de letargo en la quedó momentáneamente sumida, se afanó en poner la rejilla de acero delante del fuego con el fin de que no tuvieran un disgusto mientras dormían y subió hacia la habitación de Clementina, únicamente se despojó de la falda, y las medias, luego se metió en la cama con el mayor sigilo posible. Pasó su mano por la cabeza de Clementina, acariciando su cabello fino pero abundante, se dio media vuelta y se quedó dormida junto al pequeño oso panda que guardaba bajo la almohada.
Amaneció un día frio, además se dejaban notar los vientos de la sierra más alta, cuando Clementina salió al portal, miró las montañas por encima del Parador de las Puntas y las vio salpicadas de blanco, el invierno llegaba pronto ese año. Le recorrió un escalofrío por la espalda, y sus vértebras lumbares no respondían de igual manera que los días anteriores, estaba muy limitada en los movimientos que debía hacer, los nervios ciáticos estaban algo atenazados, a los pocos minutos se reunió en la cocina con Leonor.
-Hermana, hoy no estoy del todo bien, parece como si me faltara aceite en las bisagras de la espalda. No sé, no me había pasado jamás algo parecido, me duele la espalda mucho, ya llevo una semana que no estoy fina, hasta me cogen ganas de vomitar, debe ser la tensión y los nervios de esta última semana.
-Pues ya sabes, lo mejor que puedes hacer es descansar un poco, llevas mucha tarea encima y te preocupas por todo y por todos, necesitas darte un respiro. Bueno, por lo menos eso haría yo en tú lugar, es mucha presión la que llevas y al final esas cosas pasan factura, no lo olvides.
-Buenos días señoritas, que delicia dormir aquí, es un tesoro eso de despertarse con el sonido de los pájaros. En Madrid me despierto con el ruido de los coches, los autobuses y los tranvías. ¡Qué diferencia…!
-¡Pero bueno, si esto ya lo dijiste ayer hombre!. Te repites como un lorito.
-Ya lo sé, pero es que es verdad, además, nunca está de más, afirmarse en aquello que es cierto. A mí me gusta apreciar las cosas buenas de la vida, y vivir aquí, a fe de dios, que hay que apreciar cada instante que se respira.
-Qué te parece Clementina, ¿tú sabías algo de esta faceta de poeta que tiene Alfonso?.
Clementina los miró a los dos, pero no entro en la conversación, estaba sacando manteca de un tarro de cristal de la fresquera de madera, que estaba justo haciendo rincón, en el lugar más apartado de la luz, junto al tarro de quesos en aceite de oliva, los huevos y otros condimentos usados en sus pingues asados y cocidos. Sonrió cuando bajó Tomás, no sabía cómo ni de qué manera le había cogido un cariño especial a aquel hombre, ¿por qué le daba consejos?, no, no le dio ninguno en todo el tiempo que lo conocía, sería porque la comprendía y le gustaban sus formas, a su apariencia y manera de decir las cosas. Desayunaron sin prisa, Leonor cortó pan de hogaza y lo puso a tostar en el fuego, cada uno se servía, la mesa estaba llena de botes de confituras y mermeladas, Alfonso a cada bocado cerraba los ojos paladeando aquellas exquisiteces, ¡como comía aquel zagal!, parecía que su estómago no tuviera fondo, hasta cinco tostadas se zampó en unos minutos. Se preguntaba de donde vendría aquella leche tan gustosa y llena de grasas, Leonor le contestó que el lechero antes de subir camino del parador, les dejaba la que hubiera de menester para su uso.
Se hicieron las diez y diez sin darse cuenta.
-Venga Clementina arréglate que debemos bajar al pueblo a ver a don Adolfo…
-Lo llamaré y le diré que lo dejamos para otro día, no me encuentro muy bien.
-Pues yo te he visto comer la mar de bien, tienes muy buen aspecto, y mira, aunque no te encuentres bien, te dijo que era un asunto urgente, de manera que hay que sacar fuerzas de flaqueza y salir de dudas atendiendo su petición. Bueno, yo por lo menos lo haría.
-Tienes razón, voy a arreglarme un poco. Bajo en seguida, no Leonor, no hace falta que subas que te veo, puedo arreglarme yo sola.
Leonor se quedó a dos pasos de ella a punto de dar el último, que la acercara a su hermana. Subió con paso cansino y se oyó la puerta de la habitación que se cerraba tras ella. Bajó al cabo de unos minutos, sencillamente vestida, y con un bolso lo suficientemente grande para llevar en su interior todo un pedido de mermeladas, hecho de piel brillante, bien encerada, marrón como el vestido que llevaba, estampado con flores de color azul y amarillas.
-Ya estoy lista, cuando quieras nos podemos marchar. Leonor, tú quédate con Alfonso y haber en que te puede ayudar. Sobre todo, ten presente el pedido de Clemente que lleva ya unos cuantos días dando la lata para que le llevemos todo lo suyo.
-Descuida Clementina, lo tendré listo en una hora. Si te parece mientras prepararé las hierbas de Manuel, llamó diciendo que se le terminaban algunas cosas y aprovecharé el tiempo para preparárselo.
Alfonso parecía muy contento por poder ayudar en estas labores que aunque eran nuevas para él, no dejaba de ser trabajo, y se sentía capaz de realizar cualquier clase de ayuda. Para cuando llegaron a casa de Adolfo todavía faltaba un cuarto de hora para que los recibiera, sin embargo, les hizo pasar enseguida a su despacho, tenía el teléfono descolgado y volvió a coger el auricular. Les invitó a que se sentaran y sin perder tiempo siguió hablando: “Mire usted, no creo que sea tan difícil que me dé esta información, al fin y al cabo tengo a mi cliente aquí, y si hace falta saldremos hoy mismo hacia Madrid para esclarecer el asunto. Eso sí, después de aclararlo todo, hablaré con sus superiores y les pondré al día de los impedimentos que me ha puesto para acceder a este informe de hacienda.” Esperó un instante, “Claro que estoy aquí, ¿Dónde quiere que vaya?, bien pero le advierto que no puedo estar toda la mañana colgado del teléfono, tengo mucho que hacer de forma que apresúrese.”
Después de colgar, Adolfo le dijo a Clementina…
-Bueno chica, parece que Jerónimo tenía claro que fueras partícipe de todo cuanto tenía. Te ha nombrado heredera universal de sus bienes, eso significa que te ha dejado del orden de ocho millones de pesetas además del patrimonio que heredó de su madre. Realmente era un buen hombre, creo que te quería de verdad Clementina, y no lo digo por el dinero que te ha dejado, el mismo valor tendría, que te hubiera dejado una maceta con un geranio para que lo cuidaras. No sé si me entiendes…
-Claro que sí Adolfo, preferiría que no me hubiera dejado nada y tenerlo a él, valía mucho más que todo eso, al fin y al cabo, el dinero es lo más barato de este mundo.
-Acabo de hablar con Madrid, todo está al día, pagos de impuestos del dinero y de las propiedades, lo ha dejado todo transparente, era un hombre honrado.
-¿Qué vamos a hacer con todo esto?, vaya problema gordo que se nos viene encima, bueno lo tendremos que afrontar del modo que sea.
Hablaba como si la desgracia se hubiera apoderado de ella, lo tenía todo, ¿para qué más?. Tomás entendía perfectamente lo que sentía, él se había encontrado en una situación parecida en su día, la miraba con cara de pena, estaba desconcertada, en aquel momento parecía estar en la inopia. Cualquier otra persona se hubiera puesto a dar saltos de alegría, pero no era su caso, perdió lo que más quería, ¡tenía tantas esperanzas puestas en su relación y posiblemente en su boda, que en ese instante, nada podía mitigar el dolor interior que sentía!.
-Bien, pues ya me dirá usted que es lo más propio hacer, confío en usted, maneja asuntos de este tipo cada día, espero noticias suyas. Permítame hacer un paréntesis, ahora debo irme a casa y pensar en esto.
-Claro claro, ves en paz, ya te diré algo. Solo una cosa, normalmente la gente me dice que es lo que quiere hacer con su dinero, invertirlo o algo por el estilo. No quiero meterte prisa pero no dejes aparcado este asunto, ¿de acuerdo?.
Clementina hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y se levantó, de inmediato lo hicieron los dos hombres y Adolfo los acompañó a la puerta. Tomás al salir le dijo que necesitaba tomar algo, entraron en el bar Recio y pidió un café y una copa de coñac. Ella tomó un agua mineral con gas, y estuvieron mirando por los cristales emplomados que daban al exterior un rato, veían pasar a la gente, hombres hablando con su compañero, otros que lo hacían solos, mujeres que paseaban a sus bebés en sus cochecitos y abuelos, algunos cogidos de la mano como recién casados, eso despertó en Clementina cierta curiosidad, ¿cuántos años levarían casados, cuántos hijos tendrían, y cuántos nietos les habrían dado?.
Clementina se levantó, Tomás apuró el resto de la copa y salió tras ella a la calle. De pronto Clementina se retorció en un dolor, Tomás se asustó.
-Vamos al médico Clementina, si no te encuentras bien lo mejor es que te eche un vistazo, no cuesta nada ahora que estamos aquí.
-No es nada Tomás, por lo menos no es ninguna enfermedad que me ronde, sencillamente estoy embarazada, eso no es ninguna enfermedad. Llevo dos meses que no menstruo, yo soy un reloj, tengo todos los síntomas de estar embarazada, y ¿sabes? estoy feliz y triste a la vez. No hace falta que te diga porqué ¿verdad?. Tomás junto al coche, la abrazó enternecido, la apretó contra sí, y se deslizaron unas breves lágrimas por sus mejillas.
-Su padre ha muerto, pero no te preocupes, tiene abuelo, y a este bebé, no le ha de faltar nada jamás hija mía.
Clementina levantó la vista buscando la de Tomás, pero él estaba mirando al cielo, en su mirada se reflejaban rasgos de alegría, de una alegría contenida, o de una pena disimulada.
-No sabes la alegría que tengo en este mismo instante, cierto que no estaba preparado para esto, pero ahora me doy cuenta de que tengo motivos sobrados para estar a tú lado. Eso si tú quieres.
Clementina lo estrechó todavía más, Tomás sentía el abrazo de su hija, una hija que jamás había tenido y que ahora indirectamente le daría el fruto deseado, un nieto, aunque fuera de un modo un tanto atípico. Subieron al coche y lentamente cogieron la carretera que los llevaría de vuelta al portal de las flores, ahora estaban seguros de que esas flores, no se marchitarían durante el invierno.
Llegados a casa, a la hora de comer, Clementina que ocupaba la cabeza de la mesa, se puso en pié, parecía que estuviera a punto de hacer un discurso, bebió un poco de agua y se aclaró la garganta.
-Querida familia, dentro de siete meses vamos a tener un nuevo miembro en la casa, voy a tener un bebé, un bebé de Jerónimo. Seguro que si estuviera presente, estaría dando saltos de alegría, algún cabezazo hubiera dado a las vigas que tenemos sobre nuestras cabezas. En su ausencia, nosotros tenemos sobrados motivos para celebrarlo, de modo que hoy para postre vamos a comer helado con frambuesas, lo acompañaremos con vino dulce gran reserva, del que guardamos para las grandes ocasiones.
Todos la abrazaron, Leonor lloraba, no podía parar, con el mandil se secaba los mocos, estaba algo resfriada, mientras los demás gritaron y la volvían a abrazar, y se besaban entre ellos. Era una especie de vorágine improvisada, una alegría desbordada que no conocía límites, los lloros y las risas, hasta un poco de baile hubo para la ocasión.
Fue un día en el que el trabajo se dejó aparcado, pero en que las emociones fueron las protagonistas. Es necesario que los cuerpos gocen de esos momentos para que estas no se pierdan, no se duerman. Alonso fue entre tanto fuera de la casa y del portal, arrancó una hermosa flor de color morado con su tallo, entró dentro y se la ofreció a Clementina.
-¿De dónde has sacado esta flor Alfonso?.
-De un mazo que tienes en el parterre de la entrada, son lindísimas, desde que las vi, me llamaron la atención.
-¿Qué has hecho que…?.
El muchacho se quedó mudo de temor, la cara de Clementina se transformó, cogió la flor y la tiró al suelo, fue acorralándolo hasta la pica de la cocina.
-Que no se te ocurra nunca más en la vida, no regales lo que no es tuyo ¿entiendes?.
Se puso junto al fuego de pié, enojada como no se le había visto desde hacía años, dio media vuelta, mirándolo con cara de odio cogió la escalera y se perdió en su habitación. Alfonso quiso ir tras ella pero Leonor le sujetó por el brazo.
-Déjala, ahora es mejor que no le digas nada, se le pasará. Verás, dentro de un rato bajará de nuevo.
El muchacho se quedó blanco como el papel, hizo caso de aquella especie de Cicerone que lo estaba educando, en el modo y las formas de hacer las cosas. Cualquiera hubiera dicho que el chaval cometió un pecado, pues bien, desde el punto de vista de Clementina, cometió un sacrilegio, así de sencillo. Puede que lo veamos como algo exagerado, cierto que para la mayoría lo es, pero si miramos un poco más haya… de exageración ninguna.
Aquel portal era para aquellas dos mujeres como una especie de santuario, era como pasar del patio del templo, al Santísimo, el lugar del templo que le estaba vetado a todo aquel que no perteneciera a la clase sacerdotal. Pongo este ejemplo, por el hecho, de que esto, me recuerda las distintas estancias que había en el templo de Salomón, el patio del templo donde se celebraban los sacrificios, el templo propiamente dicho, compuesto de diferentes lugares, entre ellos las estancias de los levitas, estos eran mantenidos por las diferentes tribus de Israel dado que ellos, velaban por la salud espiritual de sus hermanos, luego estaba el santo, lugar de recibimientos y bendiciones, por último El Santísimo, allí se guardaba el Arca de la Alianza. Nadie si no el sumo sacerdote podía acceder a este lugar, y en ocasiones determinadas por el reglamento sacerdotal.
Eso era lo que significaba para Clementina su portal, un lugar de tránsito, en el que se suponía que nadie podía excederse, todo estaba invisiblemente reglamentado, si alguien como aquel muchacho quería pasar por encima de las normas, ella le tenía que parar los pies. “He tú, hasta aquí, ni un paso más, mira que te juegas el ser echado de este lugar de protección y paz.”
Al final fue Ursula quien subió a su habitación para conminarla a que bajara con los demás, después de unos minutos lo hizo, ella también tenía algo que decir, sintió que cuanto antes lo soltara, más descansada quedaría.
-Mi querido Jerónimo, además de hacerme el regalo que llevo en el vientre, me ha hecho otro, este de tipo material. Me ha legado todos sus bienes que ascienden a una considerable fortuna, ello significa, que de nuevo este pueblo dejará de ser un pueblo muerto para pasar a ser un lugar donde la gente acuda de nuevo a vivir. Dentro de poco comenzaremos a tener potencial en forma de nuevas vidas que nos de nuevo el nombre del pueblo que era antes este lugar. Los Ijares, volverá a formar parte de este hermoso panorama ahora depauperado. No importa lo que hagan ahí arriba en la montaña, destruirán árboles para hacer la estación de esquí, quedarán olvidados los senderos del bosque del que todos formamos parte, pero la ilusión, no nos la pueden quitar. Debo pedir pues, después de esto, que Tomás y Alfonso nos ayuden a ser lo que fuimos, si ellos están de acuerdo.
Como si se tratara de un reclutamiento para ir a la guerra, todos dieron un paso al frente, estaban de acuerdo. Al poco, Ursula y Benito tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Juan (dios es amor), Clementina, con muchas dificultades llamó a su hija Fernanda, como su madre.
No se dejó de laborar en el funcionamiento de la fábrica de mermeladas y confituras, a esto se añadió la venta de mieles, de romero, mil flores, azahar, espliego, eucaliptus y tomillo.
Dulzura en todas las formas posibles, mediante las compotas y confituras, como por medio de las mieles, así enriquecieron esa parte del valle una pequeña familia, que hasta ahora se señalan, como un triunfo del esfuerzo colectivo. Puede parecer un cuento de esos que terminan con la típica frase… “Y colorín colorado este cuento se ha acabado.”
Puede ser; allá cada cual, pero decidme ¿Cuántas veces hemos soñado con una vida parecida a esta?. Vuestra respuesta, da o quita la razón a este humilde autor.
Nota de pdepensamiento. “Quiero dar las gracias ante todo a mi esposa, es sin duda la inspiradora de este relato. Luchadora nata, madre ideal y esposa magnífica. También doy las gracias a las Sandras, dos en concreto que me ayudan y apoyan y me han aportado ideas deliciosas para llevar a cabo este relato. Por último, doy gracias al modo de vida que tenemos en casa, cosa que me lleva a soñar cada día un poco, y que está alimentado por el minuto a minuto de cada instante. Gracias a quién lea este relato, si tiene la paciencia de hacerlo.
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