UN CONVERSADOR FANTÁSTICO.
Es un tipo de los que quedan pocos, amigo de los amigos, un tío de la broma que comparte contigo lo que haga falta, cuando hay una discusión del tipo que sea está presente, sabe hablar de todos los temas, de hecho es una biblioteca andante, en cualquier conversación, podría aportar un millón de datos aleatorios a lo que se está hablando.
Eso sí, nunca quiere destacar sobre los demás, ahí lo ves con su mediana en la mano, apoyado en la barra del bar que frecuentamos un par de veces por semana, esperando a intervenir cuando todo el mundo callara o cuando alguien le pregunte. Es un hombre joven, pero que a su vez, parece tener la madurez de un hombre bastante mayor de lo que aparenta. Hay muchas personas así, un conocido me dijo un día todo contento ·¿A que no sabes la edad que tengo, cuantos me echas?· Le contesté sinceramente que unos cuarenta, puso cara de cabreado, se dio la vuelta y me dejó con la palabra en la boca, hostias, pues no preguntes pensé yo. Me enteré por mi mujer, que tenía treinta y uno.
·Hombre… es que te has pasado nene· Ni me he pasado ni historias, preguntas… pues ya sabes el riesgo que corres.
Para mí, eso es ser un mal conversador, hubiera podido hablar del tiempo en lugar de su edad, hacía un día de primavera de escándalo, incluso si hubiera comentado sobre futbol -que a mí no me gusta- hubiera quedado mejor, es el pan de cada día, en cualquier esquina te encuentras a gente hablando de la competencia sobre la liga, u otras copas que dan a los futbolistas. No se me hubiera hecho raro que conversara sobre eso, educadamente lo escucharía, pero salir con el tema de la adivinanza de la edad, era una tontería francamente, después pasa lo que pasa, desde entonces no me habla.
De este otro, amigo de un amigo que tenía por nombre Andrés, se podía decir que era un tipo raro, por lo menos cuando lo conocí al principio, y del que con el tiempo, llegó a ser un buen amigo. Para aquella época íbamos mucho al cine, éramos como los cinco mosqueteros, solo que en lugar de tres y Dartañan, nosotros éramos cinco, le interesaba mucho el cine de arte y ensayo, de hecho fue él el que nos aficionó a este tipo de cine, cuando hacían un estreno de este tipo nos decía: “¿Qué os parece si vamos a ver tal película? me la han recomendado y tiene buena prensa.”
Si a alguien se le ocurría hacer comentarios acerca de la película, se levantaba de su asiento y buscaba otro un poco alejado, a casi todos les extrañaba, a mí no, le interesaba lo que estaba viendo y sacaba conclusiones en su cabeza, para eso tenía que estar atento, es por esa razón que no se perdía comba. Lejos de parecer una persona huraña y esquiva, se le notaba atento; cuando le dije que porqué hacía esto me contestó que había tiempo para todo, pero que el cine no le parecía el lugar para tener una conversación.
Solo dejó ir esta pequeña reflexión y me pareció bien. Seguimos de vuelta a casa en silencio, los otros reían y hacían bromas por la calle, sin embargo él, con las manos cruzadas a la espalda y con la cabeza gacha, seguía con todos formando parte del grupo pero sin estar en él. Era intrigante este Andrés, por lo menos a mí me lo parecía, pero no podías ofenderte, porque siempre que decía algo, aunque breve, era edificante. Qué extraño, siempre escuchaba pero nunca participaba activamente, salvo cuando se le pedía opinión de algún asunto, entonces, se creaba a su alrededor un silencio sepulcral, todos queríamos oír lo que tenía que decir.
Un sábado por la noche lo invité a ir a un lugar cercano al palacio de la Generalidad llamado “Las Guapas”, servían unas parrilladas de sardinas que estaban de infarto, junto a unos vinos, aceptó diciendo que hacía muchísimo tiempo que no comía sardinas a la brasa. Lo recogí a las ocho en su casa, ya estaba listo, su puntualidad era destacable, en un sentido era como si se anticipara a lo que pensabas, yo creo que le pasaba lo que a los buenos perros sabuesos, con solo el olor del dueño a mucha distancia comienzan a ladrar. Posiblemente la comparación no sea la adecuada, pero se me ocurrió decírselo tal cual, me miró y se rió.
No es muy dado a hablar Andrés, yo creo que le gusta más escuchar, de manera que comencé a hablar yo, en esta conversación el negaba o asentía, nada más, me hubiera gustado que interviniera más en esa ocasión que estábamos solos, me di cuenta de que no había conversación, era un monólogo. Pero… ¿Qué puñetas estaba pasando ahí?. Nada, nada destacable, seguramente quería conocerme mejor y yo le estaba dando lugar a que lo hiciera, ¿Por qué no?, intuía que sería un buen amigo, mientras caminábamos, torcía la vista para mirarme de soslayo y seguía andando.
El local, se estaba llenando por momentos, pero nosotros pudimos encontrar un lugar junto a una de las botas de vino puestas en pié, que servían de mesa, no estaba muy limpia, pero lo suficiente como para comer aquellas deliciosas sardinas que olían desde la calle San Fernando, como siempre, él, miraba a su alrededor mientras despojábamos a las sardinas de su dulce carne, por un momento imaginé sus orejas, como si fueran antenas parabólicas, que se movían hacia donde le interesaba la conversación, claro está que en ese momento no hablamos, solo para decir que las sardinas estaban deliciosas, y el vino también.
De vuelta a casa, después de dar un bue paseo por el barrio antiguo de la ciudad, seguía escuchando todo cuanto tuviera que decirle, como otras veces parecía ausente, pero solo lo parecía, en el momento que estábamos al nivel de La Rambla, se paró, se sentó en un banco y yo con él, entonces habló. “Con lo único que no me gusta que la gente juegue es con el tiempo. Es lo más importante que tenemos en la vida, a mí me robaron el reloj en una ocasión, y lo consideré un pecado, un pecado tan ruin y vil, que desde entonces no he podido mirar a la gente con la misma transparencia que antes. Si te roban el reloj, te roban una parte importante de tú ser, eso es imperdonable, nadie tiene derecho de robarte esa pieza elemental pero vital para medir la vida.”
Calló de nuevo, y se quedó mirando al suelo con las manos entrelazadas, y retorciéndose los dedos. Al principio pensé que desvariaba un poco, pero luego, visto que llevaba un reloj de categoría, pensé que quizás ese comentario tenía un trasfondo que no alcanzaba a ver, que era algo simbólico. Pero, ¿porqué el simbolismo del reloj?. ¿Qué era lo que quería decir exactamente.?
Le invité a que me lo explicara, mi mente no alcanzaba a ver lo que quería decir, quizás fuera el efecto del vino consumido con las sardinas, pero lo descarté, otras muchas ocasiones había bebido bastante más, sin que se alteraran mis percepciones de la realidad. Claro que, Andrés es uno de esos tipos, que usa alegorías e ilustraciones para explicar las cosas, seguro que el reloj tenía algo que ver con algo, pero que. Lo cierto es que me vi transportado a una realidad extraña, agradable pero extraña, sin más demora le pregunté, sin ansias pero con curiosidad sana, él se dio cuenta y pasó a la explicación.
“Hace tres meses que no me dejan ver a mi nieto, una serie de sucesos de los que me acusaban, sin razón alguna, han sembrado la duda entre mis hijos, todos callan, todos me quieren, y no lo pongo en duda cuidado, pero la reacción de las acusaciones que se me imputaron, han hecho que se haya abierto una brecha. Cierto, no tenía que decir determinadas cosas que dije, respecto a ellos sobre todo, los tengo por personas íntegras, consecuentes, pero me castigaron con el -te vas a enterar, para que escarmientes-, lo peor de todo es, que nadie ha venido a decirme nada. Me han robado el reloj, ahora no puedo mirar la hora en la que vivo, porque sencillamente piensan sin decírmelo -bueno, tiempo al tiempo, ya veremos cuando le devolvemos el privilegio de volver al núcleo en el que estaba antes.”
Pues vaya castigo oye, yo creo francamente que eso no lo harían si fueran ellos los abuelos. A los abuelos se les usa y se prescinde de ellos, cuando a los padres les viene en gana. No tienen a nadie más a quién acudir, por lo menos a nadie de absoluta confianza, es verdad, te quitan y te dan el reloj cuando a ellos les viene en gana. A menudo no tienen en cuenta los sentimientos de los más pequeños, si por alguna razón se quejan o replican, entonces encima los castigan.
Jamás lo hubiera visto de ese modo, pero es razonable, entonces quise saber más, craso error, Andrés se cerró en banda, probablemente no quería que nadie supiera nada más sobre este asunto, lo respeté, así que llegamos los dos callados a nuestras respectivas casas y nos dimos las buenas noches después de esta buena conversación desde La Rambla hasta casa.
De modo que a través de esta conversación callada, aprendí que el mejor conversador es el que mejor sabe escuchar, no necesariamente es el que siempre está hablando, más bien dicho, nunca es el que más habla.
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