martes, 1 de mayo de 2012

EL ATOLÓN PERDIDO.

    
                              EL ATOLÓN PERDIDO.

       ¡Ay tantos en toda la Tierra! Esparcidos como trozos de pastel que han sido manoseados por un niño, de diferentes colores y de diferentes tamaños, rodeados de diferente fauna y flora, de ambientes tan diversos, que hacen pensar que son milagros de la naturaleza. De hecho lo son, la mayoría de estos atolones son nacidos del lecho marino, desde las profundidades de los océanos, volcanes que están activos y que en principio son invisibles para nosotros, terminan explotando, haciendo que millones de toneladas de piedra y lodos así como sedimentos del fondo marino, emerjan al exterior, y ahí lo tienes… un atolón.
Pero la mayoría son lugares vacios, no hay vida que se pueda sostener salvo la de algunas aves de paso y otras criaturas como insectos y demás. Sin embargo no dejan de ser a menudo, el refugio de gentes que han sido náufragos, o simplemente otras que van de paso hacia otros lugares, buscando un lugar de reposo temporal.
Si te sientes un atolón algún día, no pienses por ello que eres inútil, ni creas que el futuro te depara un final efímero lo mismo que tú creación, cuando después de la explosión saliste a respirar, y que el futuro te va a traer el ahogo de la muerte.
Ahora yo mismo me siento así, pero fíjate, en todo el tiempo que llevo el nombre de atolón, han comenzado a mi alrededor a pasear muchos peces, que llamados por la curiosidad de esta nueva tierra, se han establecido alrededor del arrecife de coral que me decora. Hasta palmeras han llegado hasta mí, seguramente por medio de algún coco que flotando, se quedó enterrado entre las arenas.
No puedo verme a mí mismo, me contemplo desde el interior de esta tierra, en algunos lugares arenosa y fina, en otros, rocosa pero fructífera, ya ves, tengo de todo, además no estoy inmóvil, noto como me deslizo suavemente entre las placas tectónicas, seguramente eso quiere decir que estoy aquí para algo, que represento algo para alguien. Fíjate si tengo motivos para felicitarme, no sé de quién ha sido la voluntad de surgir de ese modo, pero el hecho es que estoy aquí.
Una tarde, vi llegar hasta el atolón, a una familia sobre una piragua, eran cuatro personas, remaban dos de ellas con ayuda de una vela hecha de fibras, un balancín lateral evitaba que escorasen, al legar a la playa se les veía cansados, al momento de poner los pies sobre la arena, todos bajaron, el hombre mayor que iba detrás fue el último, el joven sujetó la embarcación hasta que todos descendieron de ella. Sacaron la barca del agua arrastrándola por la playa, casi al instante, el joven, portando una vasija y un largo cuchillo sujeto a la cintura se adentró en la selva.
El hombre mayor se apresuró a cortar ramas de unos arbustos que crecían casi a ras de agua, ¡que dolor me dio ver esto!, quizás era un mal necesario, porque al poco, el hombre tenía construida una vivienda un tanto improvisada, en ella se metieron la mujer y una niña de muy corta edad, las hojas de un plátano les sirvieron de techo, amenazaba lluvia a lo lejos, observándolos me olvidé del chico joven, que también andaba dando machetazos a diestro y siniestro, se abría paso entre la espesa vegetación del bosque selvático. ¡A ya veo, andaba buscando agua potable!, llegó a un claro junto a unas rocas y descubrió el riachuelo, bebió agua lamiéndola, seguro que quería asegurarse de si era buena. Llenó la vasija y volvió sin dificultad por el camino que había arrasado antes, llegó hasta la playa y todos bebieron de aquella agua, a la pequeña le dieron de beber por medio de una hoja de plátano, que sabiamente habían transformado en vaso.
Cuando casi era de noche, no sé de qué modo, hicieron fuego, que introdujeron en la improvisada vivienda, comenzó a llover como es habitual que lo haga en esta parte del mundo, con rabia, de manera continuada, castigadora. Tres días estuvieron soportando esta lluvia, pero el padre salió a pescar con una especie de lanza, volvió de entre las rocas con peces de buen tamaño. Los asaron y comieron, unos cocos y plátanos que consiguieron escalando sabiamente por los troncos, llenaron las necesidades de esos días.
¡Qué útil me sentí!, ahora pensé  “Ser un atolón es fantástico.” Cuando pasó la lluvia y volvió a lucir el sol, desperté en mi cama, fuera se oían ruido de coches y motos, máquinas trabajando, gente hablando, y yo, solo en mi piso, deseé con todas mis fuerzas ser entonces un atolón.


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