ELEGIR POR ELEGIR…
Aparte de unos cuantos con los que me siento plenamente a gusto y feliz, escojo a mi perro. Lo tendríais que ver… es tan agradecido, tan fiel, de mirada limpia, casi transparente, él me conoce y sabe que yo lo conozco. Intuye cuando estás mal, cuando tengo el ánimo decaído y cuando estoy contento y me encuentro bien, a su manera lo celebra conmigo.
Dicen que los perros no piensan, que son meramente intuitivos, no voy a discutir ni una cosa ni la otra, pero elegir por elegir, a menudo elijo a mi perro. Quién tiene perros su cargo -como mascota- sabe de lo que hablo, a veces rio con él, y lo nota, su instinto le dice “Mira, hoy mi dueño está de buen humor, voy a ver en que puedo complacerle.”
Es maravilloso tener un perro, reconozco que es una terapia contra un montón de cosas, difíciles a menudo, circunstancias que hacen que el tenerlo cerca, se convierta en una medicina natural, sin efectos secundarios.
Es verdad que depende de qué clase de perro tengas, y el espacio del que dispongas, pueda ser un engorro, no es lo mismo tener un caniche que un pastor alemán o un labrador, perros que llegan a pesar entre los treinta o cuarenta kilos, pero sea cual sea, tener un perro como mascota es una delicia. Será que desde pequeño en mi casa, siempre hemos contado con la presencia de uno, recuerdo que en una ocasión llegamos a tener dos a la vez ¡y en un piso!, sin jardín ni nada, pero no eran exigentes, se conformaban con sus paseos diarios, y su cuenco de comida y agua.
En una ocasión, cuando vivía con mis padres -era muy joven entonces-, mi padre se vio obligado a regalar el perro, habló con un amigo suyo que trataba muy bien a los animales, y se lo llevó. En el vecindario donde residíamos los vecinos se quejaban del ruido que hacía, y de vez en cuando, de los ladridos que daba cuando sabía que mi padre llegaba del trabajo. Cada día a la una y cuarto del mediodía, se paraba delante de la puerta de la calle moviendo el rabo, olía a mi padre desde la calle.
El asunto es, que mi padre para no buscarse complicaciones y evitar enfrentamientos se llevó a Cochiche. Ese día la casa se vio sumida en una tristeza inexplicable, pasaron unas semanas del triste acontecimiento, pero un día de golpe y porrazo, apareció Cochiche, delgado y sucio, cansado pero feliz. Comenzó a lamer el rostro de todos y cada uno, de los que estábamos en casa. Mi madre que trabajaba en casa cosiendo para una empresa de corsetería, le puso de comer, pero antes de eso, se bebió una poza entera de agua. El pobrecillo estaba en las últimas, pero no paraba de menear el rabo, estaba de nuevo en casa.
Mi padre no salía de su asombro, el amigo a quién le dio el perro, vivía en la otra punta de la ciudad, ¿cómo debería encontrar su antigua casa?, para mí, sigue siendo un misterio. Se lo llevaron en coche, pero él volvió a pié, a su antiguo hogar.
Ahora mismo, estoy escribiendo este pequeño relato con mi labrador sentado a mis pies. No me deja ni a sol ni a sombra, nadie le llama para, nadie le dice que se acueste sobre mis pies, pero ahí está, especialmente desde que sabe que mi salud ha empeorado un poco.
A mi mujer la adora, con ella se comporta igual, yo creo que esto manifiesta que es feliz con nosotros, se hace merecedor de cuanto tiene y más.
No alcanzo a entender a las personas, a menudo podrían aprender de los animales, podríamos aprender de ellos, yo el primero, porque no se puede dar por sentado que uno haga lo suficiente para comportarse de la manera debida. Mucho tengo que aprender de mi perro, y de otros muchos animales que como ellos, saben dónde está su lugar.
No es extraño por tanto, que elegir por elegir…
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