UN TESORO PARA TRES.
¡Tantos años de esfuerzos continuos, tantas angustias…!.
Sí, ese padre de familia, hizo lo que pudo por los suyos, se mudó de tierra varias veces, se entusiasmó a menudo al ver los resultados de su esfuerzo, otras veces, lloró amargamente su decisión de mudanza, trabajaba la tierra con cariño, con mucho esfuerzo y empeño, su propósito… dar de comer a los suyos, y encontrar la manera de darles alguna comodidad extra.
Merecían todo lo que pudiera darles, su esposa estaba contenta siempre, se adaptaba a todo, su deber… hacer que los esfuerzos de su marido valieran la pena. Él a menudo llegaba extenuado, rendido después de tanto trabajo, el campo es duro, ¡cuántas veces esperaban cosechas que no llegaron nunca!, el calor unas veces, la falta de lluvia, otras veces el viento, hasta recordaban con horror el día que cayó un rayo cerca de la loma, todo el trigo, a punto de ser segado lo lamió aquella gran lengua de fuego, parecía que provenía de los mismísimos infiernos. Ellos dos en casa, impotentes veían como su futuro inmediato se echaba a perder por culpa de un rayo, un rayo que ni siquiera trajo con él lluvia, fue una tormenta seca, una maldita tormenta, destinada a hacer del trigo, simple comida de pájaros cuando pasara.
Y entre tanto, fueron llegando los hijos, ninguno fue por accidente, eran hijos deseados.
-Quizás, ·decía el padre·, ellos nos obliguen a ser más entregados a la vez que más cautos.- Los tres fueron chicos, la madre los atendía como si de joyas se tratara. Mientras el padre limpiaba la gran parcela de campo con su buey, tirando de los aparejos diversos, ellos crecían a su lado.
Aprendieron a usar la honda, había que espantar a los pájaros que se aprovechaban de las simientes que su padre plantaba, hasta que uno de ellos, el mediano, lanzó con tanta fuerza una de las piedras, que descalabró a su hermano. Menos mal que le pilló de refilón, de otra manera se la habría hundido en la cabeza, desde entonces, su padre les dijo que les haría tres azadas, a medida de cada uno, y que con ellas le ayudarían a despedregar y hacer surcos cuando plantaran verduras y hortalizas.
Así pues, todos y cada uno de ellos, se pusieron a colaborar en diferentes labores del campo que pronto les dejaron las manos con los rastros propios de las labores de estos quehaceres. Primero fueron ampollas que se llenaban de agua, luego cuando estas reventaban, se les quedaban callos de modo y forma permanente.
Pronto los trabajos se iban haciendo más duros en el campo, faltaban algunos días, ellos se querían dedicar a estudiar y aprender un oficio, pero las circunstancias de la vida no les daban tregua a hacerlo, así pues, la madre les daba las lecciones elementales para que pudieran sacar algún provecho propios de la edad. Aprendieron a leer y escribir gracias a ella, en las horas que se podían librar del trabajo de la hacienda, por supuesto que eran autosuficientes, también criaban animales y los alimentaban, para que después estos los alimentaran a ellos.
El mayor, pronto fue el que marcaba las pautas a los otros dos, haciéndoles ver el trabajo que tenían que hacer, los otros dos, lo hacían, pero a regañadientes. El mayor era el más fuerte pero no les exigía más de lo que podían hacer, les pedía que hicieran aquello que él mismo se exigía a sí mismo, en consecuencia era también el más considerado. Así que su padre delegó en él el trabajo que entre los tres deberían hacer.
Pasado el tiempo el padre enfermó gravemente y murió, en su lecho de muerte les dijo a los tres, que en el campo había un tesoro, pero que tendrían que cavar para sacarlo. Los tres se pusieron manos a la obra, repartieron el campo por parcelas y cada uno cavó meticulosamente para hallarlo. Sacaron del campo todas las piedras que estorbaban para esta operación casi quirúrgica, hasta que por fin terminaron de cavar. El campo había quedado impoluto, limpio de hierbas y piedras.
El mediano y el pequeño, se enfurecieron al ver que su padre les había engañado “Parece mentira, tanto que decía que nos quería, y ahora mira tú, nos hemos pasado un mes entero de sol a sol, buscando sin encontrar el tesoro. ¡A saber tú donde lo escondió!.” El mayor sin embargo, trató de ver el lado positivo de las cosas, y les hizo saber, que ya que habían cavado y limpiado el campo, lo mejor que podían hacer era sembrarlo de trigo, lo que periódicamente hacía su padre.
“Ni hablar hermano, nosotros nos vamos de aquí, ya hemos tenido bastante de mentiras y sinsabores del campo. Esto es muy duro, nos vamos.”
El mayor sembró con las mejores semillas que su padre tenía, con la ayuda del buey y los aparejos, dejó el trabajo terminado, la madre lo miraba con ternura y sonreía cuando volvía del campo. Ese año las lluvias llegaron a su tiempo, y todo crecía con entusiasmo, al punto de terminar la primavera, una tarde sentado en el porche de la casa con su madre al lado, miró las verduras y hortalizas, luego, cuando repasó con la vista el campo de trigo, movido por el tímido viento que bajaba de la sierra, se dio cuenta del espectáculo, un mar de espigas que se movían cual olas del mar, iban y venían moviendo aquel tesoro dorado.
Entonces fue cuando comprendió, cuál era el tesoro del que su padre hablaba.
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