sábado, 19 de mayo de 2012

MI NÚMERO DE LA SUERTE.

                                     
                                            MI NÚMERO DE LA SUERTE.


En la carretera maldita, donde siempre iba a entrenar con mi moto, una mañana de Abril, domingo cuatro del dos mil cuatro, en la curva número cuatro.
Mis tres amigos y yo, habíamos reconstruido una moto, la cuarta del lote que compramos en una subasta de motos viejas, era preciosa, estaba llena de herrumbre eso sí, pero a mí me entro por los ojos tan pronto como la vi.
Tardamos unos meses en reconstruirla, cuatro, y le puse el número cuatro en el carenado,  era mi número de la suerte, sin tener presente, todas las coincidencias que antes he descrito. La ilusión, las ganas de verla rodar, el sueño de toda mi vida, una cuatrocientos con todos los extras imaginables.
Ese día, jueves de la semana, nuestra moto vio la luz en la calle, me pareció que la había parido yo, aunque no era cierto, fuimos los cuatro los que aportamos ideas, los cuatro cuando una idea fracasaba, los cuatro cuando algo salía bien y chocábamos nuestras manos.
El cuatro, siempre el cuatro. Ahora tocaba el sorteo de quién sería el primero en probar aquella pequeña joya, esa hija nuestra más que mía. Todo se hizo en el pequeño taller que había en el garaje de casa, durante este tiempo, mi coche durmió en la calle, y el de mi padre también. La verdad es que no nos importaba, incluso mi padre se asomaba al garaje de vez en cuando, y nos alentaba para que siguiéramos con nuestra meta.
Primero pues, el pintor se subió a la perla  -estaba pintada de color gris perla-, con unas pequeñas líneas de color violeta dibujadas en el carenado, finalmente convencido por los tres, se subió a la moto, la arrancó y todos nos quedamos escuchando aquel sonido, para nosotros parecía el sonido de trompetas tocadas por querubines.  ·  Bueno chicos ya vuelvo.  · Llegó lleno de entusiasmo, no cabía en sí de júbilo. Rápidamente y sin que nadie le dijera nada, se subió a ella el mecánico, arrancó como una exhalación y desapareció de la vista, entre el tráfico.
Cuando llegó de vuelta de su particular paseo dijo  ·  Esta máquina es una joya.  ·  Sabía lo que decía, era un buen mecánico, un mecánico capacitado a la antigua usanza, que no dejaba nada al azar, cada pieza del motor fue mirado, remirado, revisado hasta el último rincón antes de ser montado.
El eléctrico, probó las luces y cada centímetro de cableado que llevaba, de punta de rueda a punta.  ·  Si os parece bien ahora la monto yo.  ·  Y se fue, todos usamos el mismo casco es curioso, a su vuelta y sin pararla le dije que ya era hora de que la montara el que había pagado, todos se rieron.
·  Si no vuelvo, es que he subido al cielo con ella… ·  Todos soltaron una carcajada, me encaminé a un circuito urbano, cercano. Una vez dentro de él, la apreté a fondo, cambiaba sin parar para reducir y revolucionar el motor, respondía. Medio metido en la cúpula del carenado, pasaba sin parar al lado de los coches que a mi parecer eran tortugas, merecerían estar en el zoo pensé por un momento.
Y de esa carretera al cielo…  Se apagó todo, gritaba pero nadie respondía, me quería mover pero no podía, y fui cayendo desde arriba de las nubes hasta justo antes de tocar el suelo desperté, todo había sido un sueño, hacía rato que estaba muerto.


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