EL CANDELABRO SAGRADO.
Para Paulino, el candelabro que heredó de sus padres es vital. Además de no tener agua corriente instalada en su casa, depende del fuego de su hogar para cocinar, y del candelabro de siete brazos que aun sin ser demasiado práctico, es lo que tiene para iluminar su vida de noche.
Evidentemente no los enciende todos, no le hace falta, pero todos los brazos están equipados para cualquier contingencia, es verdad que las velas que sostiene no son iguales, las hay de color amarillo y hasta de color rojo, estas últimas, se las trajo su prima después de unas navidades. Por cierto, fue ella la que le descubrió lo que significaba ese candelabro. “Mira Paulino, -señalando el candelabro- a este candelabro se le llama menorá, y cada uno de los brazos tiene un significado. El brazo del centro representa el espíritu de Dios, a cada lado, el espíritu de la sabiduría y la inteligencia, más hacia afuera, el espíritu del consejo y del saber, y los de los extremos, el espíritu del conocimiento y temor de Dios. Este candelabro representa el arbusto en llamas que se le apareció a Moisés en el monte Sinaí, cuando estaba esperando a que Dios le diera instrucciones para su pueblo. Después de muchos días de espera, Jehová le esculpió en piedra, las leyes, los diez mandamientos.”
“Haaa…, ya, bueno ¿vamos a la cama?.” Ya me contarás mañana el resto.”
“Pero mira que eres bruto he, te explico las cosas y tú como si nada, solo a lo tuyo.”
“Perdona, y a lo tuyo también, si no ¿de qué te pegas este viaje de trescientos kilómetros en tren?, no es solo para venir a explicarme esta historia ¿no?.”
Después de procurarse un buen descanso, por la mañana brillaba un sol espléndido, Paulino había ordeñado las tres vacas y bajó las lecheras al camino, unas etiquetas especificaban la cantidad de litros de cada depósito. Entre las brumas de la mañana, salió a la puerta su prima Gertrudis.
“¿Qué tal has dormido?” -preguntó ella-. “Bien pero ha hecho un poco de frio esta madrugada, no he conseguido taparme, porque tenías apalancada la manta como si fuera un tesoro, hay que ver como sois las mujeres.”
Entraron en la casa, sobre la mesa de la cocina, un tapete de terciopelo de color burdeos con los cantos dorados presidía la misma, sobre él, la menorá, hacía gozo ver esta singular combinación. Los dos brazos a cada lado del centro, siempre estaban encendidos, de noche y de día.
“Oye Paulino, ¿por qué no apagas las velas durante el día?, estás tirando el dinero para nada, con todo el sol que entra por la ventana ¿para qué las quieres encendidas?” “Pues porque quiero ser sabio e inteligente, si lo hubiera aprovechado en su momento, quizás no estaría aquí cuidando a estos estúpidos animales. El del centro no lo enciendo porque yo no creo en dios, si no, también estaría encendido.” “Mira que eres zoquete, ¿tú crees que por tener el candelabro encendido serás más listo?” “He, que tú no me dijiste nada de listura, me soltaste que estos brazos representaban la sabiduría y la inteligencia, ¿o me equivoco?” “No, es verdad, pero que los tengas encendidos no significa que vayas a ser más sabio, es solo una representación…” “A ya, o sea que no me va a ayudar en nada de lo que me dijiste, pues vaya una tontería esta del candelabro sagrado.”
Sacó de la fresquera la hogaza de pan, y un buen trozo de queso curado, de un cajón de la mesa de la cocina un cuchillo casero, lo hizo su abuelo, tenía el mango de madera con tres remaches que lo unían a la hoja. Sacó una botella de vino, se sentó y se puso a desayunar. Gertrudis por su parte es una ferviente cristiana, el hecho de que su primo confundiera el valor del candelabro no la satisfacía para nada, de manera que quiso entrar en el tema de nuevo pero esta vez Paulino, levantando el brazo, le indicó que ya tenía bastante.
“Mira conservaré el candelabro encendido, solo, porque, después de lo que me has explicado, a lo mejor lo apagó y dejan de darme leche las vacas, que ya me conozco estos temas de las supersticiones, los gatos negros, pasar debajo de una escalera, y otras muchas cosas que no quiero ni mencionar.”
“Paulino, de todos modos me gustaría explicarte, lo inútil de que sigas manteniendo esta conducta, no sirve para nada que la tengas encendida todo el día.”
Al día siguiente, Paulino se fue a la biblioteca del pueblo, le preguntó a la señora Beatriz sobre el tema, esta lo acompañó hasta uno de los estantes, con las gafas colgadas en la punta de la nariz estuvo mirando referencias, encontró un libro que puso en sus manos. “¿Lo vas a leer aquí o te lo llevas a casa?” “No, no, me lo llevo a casa que esto necesita su tiempo…” “Vale, entonces déjame el carné de identidad, tengo que tomar nota, te daré una cartulina con la fecha en la que lo tienes que devolver, y con ella, podrás venir a buscar otros libros.”
Esa misma tarde comenzó a leerlo, había mucha información previa del autor, detrás del libro se encontraba toda la bibliografía en la que se había basado para escribir el libro, parecía un libro escrito por un erudito, le gustó. Su prima entretanto sacó su maleta y se subió al coche de él. “He pasado estos dos días en la gloria, vendré el mes que viene, ¿te parece?” “Claro, te estaré esperando.” La dejó en el pueblo y volvió a casa, cogió el libro de nuevo y aún cuando se hizo de noche se quedó leyendo, para eso tuvo que añadir la vela central, y las de los dos lados que permanecían encendidas, aunque tenía muy buena vista, la letra del libro no era lo suficientemente grande para leer con claridad. Todavía no veía bien, así que se levantó de la mesa y encendió dos velas más, esta vez las de las esquinas exteriores -el espíritu de consejo y saber-, ahora veía con claridad.
No se detuvo a mirar de qué color ponía las velas en el candelabro, así que después de leer un buen rato, se dio cuenta que aquello parecía una verbena, una vela roja, dos amarillas, una blanca y otra azul turquesa. Observó el candelabro y por un momento pensó que si lo hubiera visto algún judío ortodoxo, quizás lo hubieran apedreado hasta morir por sacrílego. Cuando quiso darse cuenta en tres días terminó el libro, en horas sueltas por supuesto, la granja no le dejaba demasiado tiempo libre, y las vacas tenían que ser ordeñadas si o si.
Al mes siguiente, cuando volvió su prima Gertrudis, el candelabro estaba en su lugar con la luz del brazo principal permanentemente encendido, pero… había una diferencia, ahora la luz salía del interior del candelabro, y por la noche, encendía el resto de luces desde dentro para afuera. Se hizo de una luz de butano, no es que no tuviera luz eléctrica, la tenía, solo que por la noche y para él solo, le gustaba la intimidad de una luz más íntima. Incluso en su habitación, tenía una lámpara de estilo rústico hecha con una cepa de viña, barnizada y preparada con un cable interior enchufado en la red eléctrica, la pantalla, era de fibras que solo tenía el inconveniente de acumular mucho polvo. Pero aun así, nunca la puso sobre ningún lugar, siempre estaba en el suelo, encendida justo para desnudarse y vestirse, la mayor parte del año, se levantaba cuando todavía no había amanecido.
Gertrudis se extrañó de aquello, es decir, prescindir de las velas, de forma que le preguntó… “Oye Paulino, ¿Cómo es que has cambiado la iluminación del candelabro?” “Está claro, ahora la uso como debería haberse hecho desde el principio. Los judíos nunca utilizaron velas en estos huecos, de forma que la he limpiado de los restos de cera, y los he rellenado con aceite de oliva que es lo suyo.” “Vaya chico me dejas sorprendida, es como si la hubieras reciclado. No me digas que te estás convirtiendo al judaísmo…” “¿Y qué si fuera así?, pero no es el caso, yo más bien soy amante de los siete pecados capitales.” Le dio un golpe en el trasero y le dijo… “Sube para arriba que te voy a enseñar uno de ellos.” “¿A sí, cual?.” “El de la lujuria.”
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