PAQUITO. EL TONTO DEL BARRIO.
Si él supiera las veces que nos hemos reído de él de mala manera…, creo que en todos los barrios existe el típico tonto, que pasea canturreando o silbando, una canción ininteligible que precisamente por serlo, lo hace más gracioso. Pues bien, ese es Paquito, un hombrecillo de edad indefinible, bajito y un tanto desaliñado, siempre se le ve por las calles del barrio, caminando con las manos detrás de la espalda y mirando al suelo, sin prestar demasiada atención a todos los que le saludan cuando pasan por su lado.
Sale de su casa y nunca hace la misma ruta, va por la calle ensimismado, dando pequeñas patadas a todo aquello que se le pone a tiro en las aceras, parece estar queriendo encontrar algún pequeño tesoro que se les haya pasado por alto al resto de transeúntes, un tapón de corcho es para él un hallazgo importante, y ya no te digo nada cuando lo que encuentra es un periódico, entonces, lo dobla, lo pone bajo su brazo, y con las manos en los bolsillos del pantalón, levanta la cabeza y, se confunde entre el resto de la gente como un ciudadano cualquiera. Es entonces, cuando se transforma, dando paso a un hombre hecho y derecho que sabe leer y escribir, a un ser distinto, y comienza uno a preguntarse… “Que es lo que era, o lo que fue, en su tiempo de esplendida juventud.”
Llega a la verdulería con una bolsa de maya metida en el bolsillo de la chaqueta, la saca de él, y quedan al descubierto las dos asas de plástico rígido, que le permiten llevar con comodidad la compra que alguien encargó anticipadamente. Mientras, él, mira en una caja de madera que está dispuesta al salir de la tienda, para ver si hay allí algo aprovechable que llevar a la boca, una manzana, con algún toque que la hace invendible, o cualquier otro producto que le sea apetecible, para el camino de vuelta a casa. Vagamente, recuerda en algún rincón de la memoria que Averroes dijo una vez: “En la naturaleza nada hay superfluo.” ¿Habría leído a ese filósofo alguna vez?. A cualquiera que lo conociera, se le hacía poco menos que imposible, pensar que Paquito hubiera leído y comprendido a este filósofo de la edad Media, el más grande de su tiempo. Averroes es la latinización del nombre Ibn Rushd, de hecho fue el más importante médico, pensador y filósofo de su época. Pero, incluso para hacer lo que Paquito hizo, (en este caso en la verdulería Estrella), no hace falta ser filósofo, yo creo que en su introspección, es un filósofo nato, poco comprendido, puede ser, pero filósofo al fin y al cabo.
Ahí lo tienes, de vuelta a su casa con la compra, que a menudo pesa mucho, porque lleva la bolsa haciendo que él tenga que contrapesar el peso, ladeando su cuerpo en dirección opuesta y, parando de vez en cuando, colocando la bolsa sobre sus pies, no sobre el suelo de la acera. Antes de llenarle la bolsa, ha estado leyendo algunas páginas del periódico rescatado, las que por alguna razón no le han interesado, las ha puesto como fondo de la bolsa, seguramente para que los alimentos, no entren en contacto con el suelo de la calle. ¡¡Y le llaman el tonto del barrio!!. A fuerza de observarlo desde la balconada de casa, y también de encontrármelo por la calle, he deducido que Paquito ha tenido otra vida, no sé… da la impresión de ser un reencarnado en la clase de hombre que es hoy.
He decidido recabar alguna información sobre él y su familia, he preguntado a mis abuelos maternos, que viven con nosotros, acerca de la familia de Paquito, nada, no he sacado agua limpia salvo… un comentario que mi abuelo me ha hecho
-Se conoce, que esta familia lo pasaron muy mal en la guerra civil.
Nada más, claro, ese comentario ha despertado mi curiosidad por saber más cosas, es una familia conocida en el barrio, su madre trabaja todos los días en el lavadero público, llevando grandes cestas de mimbre en la cabeza, sábanas y todo tipo de ropa, se agolpa allí dentro con el fin de ser lavada y doblada, quién sabe si también la plancha, con las rústicas planchas de acero, que se calientan en el fuego de la cocina, y que tiran a base de gas ciudad o carbón. En mi casa hasta hace muy poco, se cocinaba con carbón piedra, como costaba bastante encenderlo, mi padre trajo del taller donde trabaja, un tubo de cobre aplastado por un extremo de modo que, soplando por el otro salía el aire con mayor fuerza.
Me enteré poco a poco, que el padre de Paquito murió en un hospital de infecciosos, por causa de la tuberculosis, y también que era republicano, eso sí que llamó mi atención. Me constaba que mi abuelo también lo era, o lo había sido, digo esto porque a menudo la gente cambia de pareceres, sobre todo en temas de política, mi abuelo, si quería trabajar, tenía que reciclarse. Parece ser que en una época como esa (1950-1960), o te reciclabas o te morías de hambre, mi abuelo teniendo una familia que mantener prefirió reciclarse, pero sin renunciar a su ideario republicano, eso sí.
La madre de Paquito, Clotilde, era un poco envidiada por otras lavanderas, se conoce que en esa labor era la número uno, había tenido que rechazar trabajo de otras señoras que continuamente, venían a su casa pidiéndole que les lavara la ropa. Paradojas de la vida, antes o durante la guerra, estas mismas señoras, por razón del rango que sus maridos tenían en aquél infame régimen, ahora venían a suplicar a la mujer de un republicano, que les lavara los calzoncillos de sus maridos, porque a ellas les daba asco sacar los restos de aquellas telas, incluso a ellas les daban a menudo arcadas, al tener que limpiar los flujos y otras marcas de sus propias bragas o las de sus hijos.
Como nadie sabía la edad de Paquito, tampoco podían saber bajo qué circunstancias, o en qué año quedó embarazada de él, se podía presumir más o menos, pero saber el año, era harto difícil, y… Clotilde no hablaba con nadie de este tema. Al fin, tuve una pista a base de preguntar, eso sí, inocentemente por el barrio, que esta familia habían llegado del extranjero, ¿del extranjero? Me preguntaba yo, pues sí, resultó que habían estado en un campo de concentración en Toulouse (Francia), se repatriaron porque su marido Martín Morgades, era presidente de la CNT en Pueblo Nuevo, fue descubierto por la secreta, y tuvieron que dejar su casa y poner pies en polvorosa, unos compañeros los llevaron en un camión hasta la frontera, allí los recibieron con los brazos abiertos los franceses, que a su vez iban haciendo criba por orden del gobierno de Vichy, del que se sabía que eran colaboracionistas de los alemanes.
Vamos, para nacer en aquella época y ser republicano, y para más inri, con un padre presidente de mesa de la CNT, ¡para morirse antes de nacer…!. Para llegar al fondo de la cuestión, que era sencillamente, porqué Paquito estaba en aquel estado… tenía que conocer a alguien que tuviera datos más precisos de la familia Morgades, ¿quién? era la pregunta. De pronto se me ocurrió algo que podría dar resultado, y lo llevé a la práctica, lo cierto es que la noche anterior a este, digamos que experimento, me la pasé en blanco, pero con esperanzas de tener algún indicativo acerca de aquel ser entrañable para mi, Paquito. Me levanté entusiasmado aunque cansado, había estado ensayando lo que tenía que decir, para entonces no tenía ni idea de francés, pero para lo que quería saber sería suficiente. Salí a la calle y me dirigí a la salida de la calle donde vivía Paquito con su madre, su calle era angosta y no entraba nunca el sol, pero en los balcones no dejabas de ver, tendederos de ropa que se secaba a golpe de aire cuando lo había. Los vecinos de la calle del Sol, (es una realidad, aunque suene a paradoja), cuando salían a la calle de La Concepción, parecían entrar en otro mundo, una calle ancha, por la que pasaban todavía pocos coches, pero que contrariamente a la suya donde solo había un horno de pan, carecía de cualquier otro comercio, mejor dicho, me equivoco, también estaba el señor Sardá, distribuía hielo con un camión y su correspondiente tronzadora en la parte de atrás del mismo, y los vecinos de su calle lo tenían más a mano, cuando no estaba de reparto fuera de casa. Por lo demás, la calle de La Concepción explotaba de vida y dinamismo comercial, vaquería, ultramarinos, periódicos y revistas, verdulería, bodega, en fin, casi todo lo necesario para la vida, incluido el médico de barrio, el señor Baltasar, que siempre de negro, con chaleco y corbata negra también, sombrero de fieltro de ala corta, y con su reloj de bolsillo con la cadena de oro colgando a un lado del chaleco, atendía en lo necesario a los vecinos del barrio.
Me llegó la hora del examen práctico, por la esquina de la farmacia del Ldo. Vicente, salía Paquito, como siempre, con su aspecto taciturno y canturreando algo que también, como siempre nadie entendía. Caminando en sentido contrario a él me lo encontré de cara
-Bonjour Monsieur Paquito, comment allez vous? (espere un instante, porque paró en seco) .
-Tres bien jount homme, ¿qui se vous? (comprendí lo que quería decir) .
-Mi nombre es Fermín, si hombre, si vivo ahí junto a la perfumería Pepita… si nos vemos cada día, mi madre te ha despachado mil veces en la tienda de la Eulalia.
Me sonrió, y siguió a lo suyo, hablando solo y canturreando. A veces se le veía metido tanto en materia, que se acompañaba con palmas, mientras saludaba a los vecinos sin decir palabra, solo levantando la mano. Pues si señor… este hombre está al loro de francés, no entiendo de este tema, pero hablaba con una pronunciación fluida, con estilo vamos. Cual no fue nuestra sorpresa, un día por la tarde a eso de las siete, que llamaron a la puerta de casa, mi padre se levantó a abrir la puerta y de inmediato, después de abrir me llamó
-Fermín, ven aquí un momento por favor. Escucha lo que te tiene que decir esta señora.
La señora Clotilde, con cara lastimosa como si viniera de un velatorio, con las manos juntas y en tono suplicante se dirigió a mí.
-He venido a vuestra casa para pedirte por favor, que no vuelvas a hablarle en francés a Paquito. Hubieron una serie de acontecimientos que sucedieron en Francia, donde vivimos por un tiempo que lo marcaron de por vida, su cerebro es muy frágil, como lo es su entendimiento. Hoy ha sufrido un ataque y está en el hospital, no sé como saldrá de esta, pero cuando oye esta maldita lengua… pierde el norte.
Pero ¿Cómo…? claro, alguien del barrio me oiría hablar con él, y cuando por lo que sea formó la tangana en casa, la mujer ató cabos y ya está. Pero que chismosa es la gente, no tienen otra cosa que hacer más que estar con las antenas puestas, haber si escuchan algo que pueda dañar al vecino. Mi padre me pidió explicaciones, yo se las di, y lo comprendió, aunque era de rigor que me aconsejase que de hablar francés con Paquito, nada de nada. Prometido, le dije.
Al cabo de poco tiempo me di cuenta que era yo el chismoso, no tenía porque haber empezado a elucubrar sobre asuntos, que no podía alcanzar a sopesar de una manera objetiva, no se puede hablar sin ton ni son, y esperar que todo te salga a pedir de boca. En definitiva, me estaba bien empleado, y además, había causado un mal a Paquito que quizás fuera irreparable.
Donde quiera que fuere que estuviera, volvió casi sin ganas de salir de su casa, solo una vez me atreví a abordar a su madre, de regreso a su casa con el gran cesto de mimbre sobre la cabeza, y siguiendo su paso le pregunté, me contestó que estaba mejor y me dio las gracias por preguntar por él.
A finales de Septiembre, el día 28 en concreto, el barrio estaba de luto, Paquito había muerto en casa solo, su madre le compraba cuadernos para escribir y pintar, en uno de ellos estaba escrito: “Fermín”- sig= Fuerte y firme. Su madre me lo regaló el día de su entierro.
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