miércoles, 6 de febrero de 2013



                            TOBÍAS EL LABRADOR.


A Tobías no le preocupa el tiempo, cada día va a su campo, haga frío o calor, no importa, tampoco si llueve, sale de su casa, con un gran paraguas que conserva de su padre, lo abre con cuidado y se va camino de su parcela. No es pequeña, dista de su casa tres kilómetros exactos, pero para él, que desde pequeño iba a ayudar a su padre, representa un corto paseo, cuando sale de su casa, tiene los planes hechos, de cuál será la labor para este día.
De modo que… ya lo ves como todos los días, chino chano, con un andar entre vigoroso y cansino, sale de casa con su boina sus alpargatas, y un saco vacío, colgado al hombro, asegurado por la azada que lleva sobre él, a veces he pensado que es de locos salir en invierno de casa, sin un calzado adecuado, tozudos que no aceptan el cambio del tiempo. Él es uno de estos, Tobías dice ser amigo de la tierra, me contaba un día a la vuelta del tajo, que la tierra no castiga a quién la ama.
“Si vieras como responde a los golpes de la azada…, ella, te dice donde quiere ser cavada. En mi parcela, tengo algunos espacios baldíos, hay quién me pregunta el porqué de esos caros. Yo les respondo que la tierra, necesita descansar. Me tratan de loco, pero ¿sabes?, produzco el doble algunos de ellos con el doble de terreno”.
Al final me convence de forma práctica, de que no es necesario tener mucho para poder vivir, solo hay que saber respetar, los medios que tienes a tú alcance. Explotarlos con sabiduría, sin prisas, la tierra no requiere que la tengas. No salen tomates de forma inmediata, cuando emerge de la tierra la semilla que él mismo selecciona, cuida de que a su alrededor, no se críen otras plantas que la devoren, riego y paciencia es lo que necesitan a partir de entonces.
Las manos de Tobías, son azadas naturales, mucho del trabajo que lleva a cabo, lo hace con ellas, acaricia la tierra y va sacando piedras, las usa, para mantener firme el camino de acceso, al entramado de senderos, que recorren la feliz tierra que tiene a su cargo, desmenuzando terrones de barro endurecido, hablando con las plantas, llevándose a la boca de vez en cuando, brotes de hinojo que le refrescan la saliva.
En el rincón de la entrada del campo, la caseta que protege del sol, otros aperos del campo, junto a ella, la balsa de agua, con la que riega cada tarde antes de volver a casa, los tomates, calabacines, pepinos, y otras especies de hortalizas que llenan su despensa. El borrico Zacarías lleva un rato dando vueltas a la noria, con sus orejeras puestas, la cabeza mirando, el circular camino, que no para de recorrer una y otra vez. Sin queja alguna, da vueltas alrededor del corto círculo que hace que el agua salga de las entrañas del pozo artesiano. Las rústicas vasijas de barro duro, cocidas a fuego lento, sueltan a cada vuelta su delicioso tesoro, el agua, la alberca recupera su nivel, Tobías le hace una sonora señal a Zacarías, y este deja de andar.
Acaricia a Zacarías, le saca las orejeras y le da una palmada en el lomo, y un beso en la frente.
“Esta conducta no es propia de una persona cuerda…”, dicen algunos de sus vecinos de labranza, “Claro, como el hombre vive solo…, besa al burro por besar algo”. ¡Cuán equivocados están…!, en casa le espera alguien, siempre entra por la puerta de atrás de la casa, que da a dos calles, Todos en el pueblo la conocen, pero nadie la relaciona con Tobías, cruje la puerta de madera de atrás, da a una acequia, de manera que es casi imposible que la vean, entra en la casa, eso sí, siempre sabiendo que Tobías está en ella.
Con ese fin, Tobías cuando llega a casa, sube al piso de arriba, y cuelga del balcón alguna prenda con pinzas, esta es la señal convenida, para que ella vaya a su casa. Adoración, es una mujer joven, de no más de treinta y cinco años, se la ve una mujer ruda, fuerte, con un carácter más bien dócil, pero a su vez, madura emocionalmente, casada y con dos hijos. Su marido trabaja en una fábrica próxima, es muy buena persona, amable y atento con su familia.
Lo único que no sabe, es que Tobías es su suegro, Adoración jamás fue capaz de decirle que él era su padre. Fue a petición del propio Tobías que ella no le dijo nada, la familia de Blas, esposo de Adoración, tienen desde hace varias generaciones, un frente abierto con Tobías por causa de unas tierras de labranza. Han pasado casi cincuenta años, y el odio hacia Tobías sigue presente, como el primer día.
Tobías mientras, se ha negado desde que tiene las tierras heredadas de sus abuelos, a venderlas, a no ser que sea, para que otros las usen, para plantar y alimentar a otros. Pero esta no es la idea que tiene el padre de Blas, concejal del ayuntamiento está haciendo lo imposible, para que Tobías le venda las tierras a cuatro reales, y hacer en ellas una urbanización.
“De eso nada –dijo en su día Tobías-, tenemos el agua justa para nosotros, y queréis explotar el acuífero para suministrar agua a gentes que vengan aquí a veranear. De eso nada, la tierra es para labrarla, si os proponéis hacer otra cosa, no hay tierras”.
Pero en este tránsito, Adoración y Blas se enamoraron, luego se casaron, aunque él no pudo ir a la boda, estaba feliz al ver a su hija feliz. Una cosa no tiene nada que ver con la otra. De manera, que desde aquel día, se tienen que ver a hurtadillas, como ladrones que actúan en la oscuridad de la noche.
Quizás sea por esta razón que Tobías está tan encariñado con el terreno que posee, la tierra le comprende aunque no hable el idioma de los humanos. Habla a su modo, siendo fructífera y dándole, en este caso a Tobías, todo aquello que necesita. Sin saberlo, por esta determinación suya, de no dejar construir apareadas en sus tierras, es todo un héroe, la gente de manera silenciosa le agradece que haya tomado esta determinación.
Está pagando un precio alto por ello, pero insiste en, que si por alguna razón, un día, su hija se pone en contra de él, lo aceptará. “La tierra es para aquel que cuida ella. No es del que la destruye y la trata como un estorbo en su vida, o quiere aprovecharla para intereses propios”.
Ese es Tobías, así es él, un labrador como ya quedan pocos. Un hombre que demuestra día a día, que venimos de la tierra y a ella volvemos.


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