sábado, 2 de febrero de 2013



                         LAS SEÑORAS PRIMERO…


“Este chico promete hija mía, no vas a encontrar mejor persona. Bien hablado, trabajador simpático, y atento contigo. Eso es lo que más me gusta de él, el mimo con que te trata, ha sido conocerlo y ya se ha metido a toda la familia en el bolsillo, si lo has traído para que te de mi bendición, la tienes”.
Este es Ramón el padre de Alba, ella, después de ver, cómo Alberto ha insistido durante meses en cortejarla e ir tras ella, le propuso ir a visitar a su familia, él aceptó sin ningún género de dudas. Cuando ese domingo llamaron a la puerta de la casa familiar, y aparecieron los dos cogidos de la mano, a  Ramón y Paula, se les dibujó una sonrisa, que no abandonaron hasta que la pareja marchó a media tarde.
Ahora ya es lunes, la pareja salió a divertirse, o a celebrar la buena acogida que Alberto ha tenido en casa de Alba, eso es algo que casi siempre queda en secreto, a los jóvenes como ellos, no les hace falta nada en la vida, que sirva de pretexto para improvisar un contacto sexual. Están acostumbrados a los aseos de discotecas, a los asientos traseros de un coche, o cualquier otro lugar, que les dé un mínimo de intimidad. Ramón está en el comedor leyendo el periódico mientas el televisor está en la primera cadena, noticias 24 horas, intercambia la lectura con la visión de las noticias que le interesan.
Alba sale arreglada de su habitación, ya se ha duchado y vestido, se toma una naranjada envasada del frigo y coge unas galletas camino de la puerta. “Buenos días papá, me voy a la universidad, Alberto me recoge ahora mismo, hasta luego”.  “Hasta luego hija”.
Paula su esposa, está sentada en  la cama, chutándose la insulina que corresponde, nunca le ha gustado hacerlo delante de nadie, es una mujer de mucho carácter, muy suya para estas cosas, entretanto se escucha la puerta de la habitación de al lado, se trata de Franki, así lo conocen sus amigos, un joven de diecisiete años, alto, de casi metro noventa, juega al baloncesto del equipo del colegio, vive para y por el deporte, siempre lleva consigo, una gran bolsa deportiva, donde debe llevar todas las cosas necesarias para el estudio y el deporte.
Como su hermana, da los buenos días y le pide a su padre veinte euros, es lo que le da cada semana para sus gastos.  “Usa bien el dinero Franki, que cuesta mucho ganarlos”. Como siempre dice que sí, que no se preocupe, pero cuando su madre entra a media mañana a arreglar la habitación, huele a hierva que apesta, ni se preocupa de abrir la ventana, sabe que solo su madre entra en el cuarto.
Así es esta familia a grandes rasgos, un pensionista con una buena paga que no debe preocuparse por pagar hipoteca, hace años que está pagada, Ramón fue capataz en una imprenta durante muchos años, el premio a su trabajo –cuarenta años-, lo veía ahora, lo que en un tiempo fueron sacrificios y sufrimientos, ahora se veía recompensado, en ver crecer a sus hijos como buenas personas, ejemplares en cierta manera, si los comparas con los jóvenes que van por ahí desocupados, dependiendo de los padres para todo, sin tener el menor atisbo de ser malos hijos.
Alba se ha quedado embarazada, no sabe cómo, pero es fácil adivinar de qué manera sucedió esto. Alberto hace bastante tiempo que no se acerca a casa de sus “suegros”, parece sentirse culpable de esta catástrofe, lo cierto es que lo es, hasta cierto punto. Alba que está de de dieciséis semanas, ha tratado de convencerlo para que vaya a hablar con sus padres. Se encuentra deprimida, ha tenido que dejar la universidad, por causa de los mareos y vómitos continuos, consecuencia directa de estar embarazada.
Paula su madre, está muy afectada por ello, pero la consuela y la mima en lo posible, cuando una mujer está en esta situación, lo que menos necesita, son gritos y reproches. Por su parte, Ramón le insiste, de que quiere hablar con Alberto  “Ya que ha sido capaz de esto, que por lo menos de la cara”. Su hija asiente con la cabeza, pero un instante después, llora como cuando era niña.  “Volveré a hablar con él papá, el caso es, que mis amigas dicen, que parece que se lo haya tragado la tierra, no aparece por la universidad”.
“Pues entonces, será mejor que vaya a ver a sus padres y que hable con ellos del asunto. Esta criatura no va a criarse sin padre, eso te lo aseguro yo”. Cuando logra la dirección de los padres de Alberto, llama antes por teléfono, se identifica y les pide hablar con ellos.  “Oiga señor Ramón, le juro que ésta es la primera noticia que tenemos al respecto, pero si su hija está segura de que mi Alberto es el responsable, ya está usted tardando en venir a hablar con nosotros”.  “¿Cómo que si está segura, cree usted que mi hija se acuesta con cualquier hombre?, esto que acaba de decir, me ofende señor Daniel”.
El martes se encuentran en su casa, es un chalé, en una urbanización de gente acomodada, a las afueras de la ciudad. Cuando Ramón aparca su coche, Daniel ya lo está esperando con la puerta exterior abierta.  “Buenos días, ¿qué tal está usted?”.  “Pues ya ve, de salud gracias a dios bien, pero por dentro estoy hecho polvo”.  “Es comprensible, pase usted por favor, mi esposa nos espera dentro”. Sin cruzar una palabra más, atraviesan el jardín, una gran parcela de terreno de no menos de mil metros. “Le presento a mi esposa, Eva”.  “Un placer señora, tienen ustedes una casa preciosa”.  “Gracias –contesta ella, el fruto de todo nuestro trabajo durante años señor Ramón”.  “Bueno, miren ustedes, les visito porque desde hace unos meses, no sabemos nada de su hijo, mi hija lo llama por teléfono y no contesta, le envía mensajes sin recibir respuesta alguna, y mi hija va engordando cada día más, ya saben… esto la tiene preocupada…”.  “Nuestro hijo no está en el país, está estudiando en una universidad francesa, quizás esa sea la causa”.  “¿La causa de qué señora Eva?”.  “Pues de que no le conteste, está muy centrado en sus estudios superiores, estudiar en La Sorbona de Paris absorbe mucho tiempo. Le aseguro que no es nada fácil, -mientras, acaricia al Pomerania que tiene sobre su regazo”.
Ramón piensa que no va a ser nada fácil solucionar este asunto, los padres de Alberto son cómplices de todo este asunto, está claro para él.
“¿Qué les parece a ustedes que debe hacerse, dejar que la criatura nazca sin que su padre esté presente?”.  “No en absoluto –es Daniel quien habla ahora-, lo que quiere decirle mi mujer, es que, mientras está estudiando allí, poco se puede hacer para cambiar esta situación. Alberto está alojado en el campus, solo tiene cuatro semanas de vacaciones, está atado de pies y manos y como usted comprenderá, no vamos a pedirle que abandone los estudios allí para asistir al parto. Seamos sinceros señor Ramón, un parto, que a su hija se le antoja, que es fruto de una relación sexual con mi hijo”.  “Le dije el otro día por teléfono, que me ofendía que me dijera esto, y ahora me lo repite., puestos a ser sinceros les voy a decir lo que pienso, ustedes lo han enviado allí para deshacerse del paquete, le digo lo que pienso, no está estudiando en la Sorbona de Paris ni nada por el estilo, le han pagado unas vacaciones, para que esté lejos del lío en el que se ha metido. Seguro que cuando ustedes se enteraron del tema, se cabrearon con él, le gritaron y todo eso…, pero la cobardía del compromiso les pudo, a él y a ustedes. Pero… me aseguraré de que esta criatura tenga el padre que merece, y en la medida de lo posible, probaré que su hijo Alberto es el padre, aunque sea lo último que haga en la vida. Buenos días”.
Cuando vieron que Ramón se alejaba, Alberto bajó la escalera de la casa.  “¿Qué debo hacer papá, como soluciono esto?”.  “¿Qué cómo lo solucionas… cuando has solucionado algo?, lo único que traes a esta casa son problemas, nosotros no tenemos porqué estar siempre detrás de ti”.  “Bueno, deja ya al chico Dani, de momento ya está pasado el primer chaparrón, ahora hay que esperar, haber que pasa cuando nazca el crío”.  “¿Oyes a tú madre?, ya está superado el primer obstáculo, así ve ella las cosas. Punto y aparte, pues te voy a decir una cosa, este asunto va a ser punto y seguido, este hombre va a por todas, y en este sentido le doy la razón, yo haría lo mismo en su lugar”.  “Mira quién habla… el mismo que hace diez años me convenció para que abortara, mira que eres hipócrita, fariseo”. A Daniel le ponía de los nervios que lo llamara fariseo, esa palabra lo hacía reaccionar, le enfurecía, y ella lo sabía.
El parto fue genial, duró en total tres horas, aun siendo primeriza, Alba se portó como una auténtica leona a la hora de parir. El nacimiento de Arnau fue de lo más hermoso, como él mismo, rubio, con unos ojos azules divinos, y grande, pesó al nacer, tres kilos seiscientos gramos, la abuela no paraba de llorar, y el abuelo, nervioso durante los primeros tres o cuatro días, no dejó que estuviera en la cuna más que cuando acababa de mamar de la madre. El resto del tiempo, pasaba de los brazos de uno a los brazos del otro, los abuelos estaban encantados con Arnau. Franki se presentó en el hospital al segundo día del parto, su padre no lo dejó entrar en la habitación del hospital, le acompañaban dos amigos, estaban los tres fumados, el olor a marihuana tiraba de espaldas.
“De manera que ¿no  puedo entrar a felicitar a mi hermana?, pues vaya mierda”.  “De ninguna manera, seguramente mañana le dan el alta, todo  ha ido como la seda, ya la felicitarás mañana, y nada de traer a casa a esta gente ¿vale?, venga vuelve a tus quehaceres. Esta noche te quiero en casa pronto, no te escaquees como siempre”. Su cabeza mientras tanto, no para de darle vueltas al asunto del padre de Arnau, en un momento u otro, lo pillaría por banda, entonces le pondría las peras a cuarto.
Al hospital llegó no poca familia, estaban todos felices de ver, que se incorporaba un nuevo miembro a ella. Tíos, cuñados  y sobrinos, visitaron a la parturienta, Ramón se cuidaba de que se respetara la tranquilidad necesaria para la madre, por supuesto que cuando era la hora de mamar, todo el mundo salía fuera, la hora de la comida era sagrada.
Salen del hospital, Ramón aparca en la puerta, de refilón ve a Alberto, o eso le parece a él, está al lado del quiosco de prensa que hay en la entrada del hospital, ojea una revista, pero Ramón se da cuenta, de que la está ojeando sin ningún interés. Está pendiente de la puerta, observando a todo el que sale del hospital, Ramón está a punto de salir del coche y soltarle un buen sermón, -va, no es hora de eso ahora… ya lo pillaré por banda-. Por la noche el teléfono móvil no para de sonar,  Alba mira los WhatsSapp que le llegan, deja el móvil con cara seria sobre la mesilla, Ramón intuye que los mensajes son de Alberto, de otro modo Alba contestaría como viene haciéndolo todo el día, hablando con amigos de la facultad y hasta con su profesor de ciencias de la información, un hombre que al parecer, es atento con sus estudiantes. Ramón le ha preguntado quién ha llamado, Alba le contesta, que ha sido un profesor de la universidad, un hombre como hay pocos.  “¡Si vieras como trata a los alumnos…!, ese hombre es un tesoro, no es un niñato como Alberto, es todo un hombre”.
“Bueno hija, ahora a descansar, que has tenido un par de días movidos. Nosotros nos ocuparemos de controlar las visitas, por lo menos durante la primera semana, luego ya estarás un poco más fuerte, para volver poco a poco a la vida normal. Felicidades hija, has demostrado ser una mujer muy fuerte, estamos orgullosos de ti”. El estímulo siempre viene bien cuando estás en una situación difícil, los padres deben estar atentos a este detalle, Ramón lo sabe por experiencia, el estímulo siempre se tiene que saber combinar con la disciplina, necesaria también, para el buen desarrollo emocional de los jóvenes.
Todo el tiempo mal empleado cuando son pequeños, se refleja luego, cuando son mayores. No es cuestión de emplear muchas horas, es estar con ellos, empleando tiempo de calidad.
Ramón y Paula habían hablado tiempo atrás de este asunto, pero estaban a destiempo, habían corrido demasiadas lunas, para querer enderezar el entuerto con el que se encontraban ahora.  “Nunca debimos permitir que tan jóvenes fueran donde quisieran sin saber siquiera donde estaban –esto es lo que decía Paula-, es nuestro deber protegerlos aunque ellos lo  interpretaran como puro control”.  “Cierto, pero ahora no podemos echar el reloj atrás,  hay que asumir las consecuencias de nuestros errores”.
De pronto una tarde, se presentó Alberto en casa, quería conocer al niño.  Le abrió la puerta Alba, sus padres salieron a un centro comercial para hacer las compras de la semana.  “Vengo a conocer a mí hijo…”.  “Tú estás delirando, aquí no vive ningún hijo tuyo, aquí está mi hijo, no te confundas, de manera que ya estás saliendo por esta puerta”. Le cerró la puerta en las narices, hizo bien, vista la actitud con la que venía. Cuando llegaron sus padres la encontraron llorando, Arnau también captó la señal y se puso a llorar desconsoladamente, mientras que Ramón descargaba el coche con las bolsas de Caprabo, Paula consolaba alternativamente a madre e hijo, ya tiene siete meses Arnau, la intimidad que lo une a su madre, se ve reflejada en estas cosas.
“Voy a ir a esa casa y me encararé con él, ¡ya está bien de esta historia hombre…!”.  “No papá, déjalo correr, no creo que sea capaz de volver a venir por aquí, por favor, hazlo por nosotros, a mamá tampoco le convienen estos líos”. Convencido pero nervioso, cuando salió a la calle para llevar el coche al garaje, miró por todas partes para ver si podía localizar a aquel sinvergüenza, pero no tuvo éxito.
Tuvieron que pasar dos semanas más, cuando Alba tenía una cita con el pediatra, que apareció de nuevo Alberto, al doblar una esquina de la calle camino del centro de salud, se puso a su altura y caminó unos metros con ella  “Quiero conocer a mi hijo, ¿te enteras?, para y déjamelo ver o te mato aquí mismo”. Alba se queda paralizada al oír esto, efectivamente, Alberto lleva en la mano una navaja de doble hoja, ahora sabe que no está bromeando, tiene los ojos encendidos por la cólera, el rostro completamente inflamado. Alba piensa, que debe haber tomado alguna droga, aparta el carrito de Arnau hacia un lado, y cuando se vuelve, siente un escozor en el vientre, abre los ojos sobremanera, y poco a poco se desliza pared abajo, hasta que queda en el suelo como un monigote con los ojos abiertos y la cabeza ladeada. Antes de expirar oye decir a Alberto  “Las señoras primero…”.


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