De ninguna manera, no valen
excusas, discutir y llevar las cosas a extremos, no es manera de solucionar las
cosas.
Un amigo al que promocionaron en
una famosa aseguradora, ansiaba promocionarse, con el paso de los años lo
consiguió. Brindamos en su casa, nos fuimos de cena y luego de copas, todo eran
risas y alegría.
Nos veíamos con más o menos
frecuencia, el vive en la provincia de Barcelona mientras yo vivo en la de
Tarragona. Todos en la oficina lo aprecian, es un tío enrollado y dicharachero,
con una muy buena relación con sus subalternos.
Pero en los seminarios a los que
acudía, le comenzaron a enseñar que una aseguradora crece cuando no paga,
bueno, cuando reduce los gastos, llámalo como quieras. Eso colocó ante él, el
desafío de cambiar el chip, tenía que imponer la política de la empresa ante
todo, de otra manera su puesto peligraría.
Al cabo de tres meses de haber
estrenado su puesto, comenzó a cambiar, ya no digo en el trabajo, los que
notamos el cambio fuimos sus amigos. Estaba irascible todo el tiempo, no
soportaba determinadas bromas, lo que antes era el patrón común que él mismo
estableció con nosotros, cambió. Pasado medio año de estrenar su puesto de
subjefe de oficina, comenzaron a salirle canas, a menudo nos encontrábamos a su
mujer llorando sola en casa.
Nos unía una buena amistad, pero
cada vez estaba más arisco, menos bromista, estaba cambiando profundamente,
Silvio se lo hizo saber, mientras tomábamos juntos unas copas en una terraza.
Se puso, hecho una furia, y se levantó tirando los vasos que había sobre la
mesa, todos nos quedamos mudos, mirándonos unos a otros. Más tarde decidimos ir
a su casa para ver que le había pasado, poco pudimos sacarle, Marta también
discutía con él, le recriminaba no sé qué cosas.
Mientras tanto, comencé a pensar
en las consecuencias de los enfados y las discusiones. Estaba sentado en un
sillón de la sala de estar y le pregunté si me podía quedar un rato, le dije
que no me encontraba demasiado bien. Me contestó de forma seca que no había
ningún problema pero que no quería hablar de nada, yo levanté los brazos y
mostré mi aprobación. En el equipo de música sonaba un CD de Miles Davies.
Tumbado en el sofá entornó los ojos, todo era silencio a excepción de la
música, Marta se fue a su habitación, los demás se marcharon.
“¡Que buena música de jazz esta
Enrique, tienes muy buen gusto tío, Davies es de lo mejorcito que se escucha”. “Sí, me calma el espíritu, me relaja, joder,
es que después de tanta presión escuchar música así, amansa a las fieras”. Reí
cuando dijo esto. No dije nada más y me dediqué a escuchar la música, al cabo
de diez minutos, estaba hablando por los codos sin que yo interviniera,
reaccionó. “Gracias por quedarte, ha
estado mal lo que hice antes, disculpa”.
“¿El qué?, no sé de qué me hablas”.
Nos tomamos un par de bourbon y
nos pasamos hablando de mil cosas, menos del trabajo, durante un par de horas,
nos dieron las seis de la mañana, Marta salió de la habitación con el biquini
puesto y se acercó a su marido por encima del sofá para darle unos cuantos
besos. “Bueno pareja, me voy que tengo
camino que recorrer hasta llegar a casa”.
“Tío, gracias por quedarte”. “¡Que
dices hombre!, me he quedado por el bourbon que lo gastas del bueno, nos vemos”.
El fin de semana siguiente me
llamó Marta “Oye Daniel, ¿Qué te parece
si hacemos una mariscada en casa el viernes?”.
“Por mí vale, traigo el vino”. Cuando llegué a su casa se oía música
desde el ascensor, -estos han comenzado la fiesta sin mí-, pensé. Pero no,
estaba equivocado, celebraban antes de la cena, que había dejado la compañía de
seguros, y estaba trabajando en una empresa de plásticos.
Hasta entonces, no me di cuenta,
que su cabello, estaba casi completamente blanco. Me acerqué a él, al oído le
dije “Bravo por ti chaval, enfadarse y
discutir no lleva a nada bueno”. Pasamos una velada de miedo.
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