CAMPOS LLENOS DE MAR Y LUZ
El hecho de estar tú y yo juntos en
nuestro lecho, se me antoja como si estuviera en mitad de un campo de trigo,
que se mueve con el viento del mismo modo que hacen las olas en el mar al llegar a su playa. Sí, amada mía, es la expresión que mejor
define esta situación, y ¿sabes…? Quisiera que este nudo carnal y cálido, no se
pudiera deshacer fácilmente. Hasta que
llegue la hora de la siega, te amaré con todas mis fuerzas. ¿Y luego qué…? Luego, el recuerdo de estos momentos
indefiniblemente felices que estamos viviendo ahora, ¿para qué mirar más allá
de este basto horizonte que dibujamos a nuestro antojo y que puede perderse u
olvidarse? Eso… se me hace muy duro
pensarlo, no quiero perder esta relación que anuda nuestros corazones en este
instante. Realmente, ahora, que estamos
acariciándonos como lo hacemos, puede ser fugaz o duradero, ¿qué importa eso
ahora? Cada cual tenemos lo que deseamos del otro, yo tengo además de tus
caricias, tu consideración y aprecio, pero el trigo debe de segarse y después
de eso, preparar de nuevo la tierra para recibir nuevas mieses que enriquecerán
este mismo paisaje. No esperes que volvamos encontrarnos, que repitamos este
baile del trigo a punto de ser segado, sabes que mi carácter es el de una mujer
imprevisible, si tú piensas qué soy inestable, acepto que pienses esto de mí,
pero no me pidas fidelidad y sobre todo no sería capaz de permitirte que fueras
una persona celosa.
Celia estaba diciéndole con estas
palabras que la vida es un ir y venir constante, por diferentes sendas, que
cada estación del año le exigía cambios que ella no podía cambiar, o quizás no
lo quería hacer. Su vida estaba plena, puede que algún sicólogo hablando con
ella durante horas, llegara a una conclusión razonable del porqué era así, pero
no estaba interesada en ello, solo quería vivir su momento, su oportunidad sin
trabas ni compromisos, que es lo mismo que decir, sin contratiempos ni
desengaños.
Arnaldo estaba excitado a medida
que Celia le explicaba las razones de aquel encuentro qué era puramente
fortuito, no se habían prometido antes de acostarse juntos, no eran más que dos
almas solitarias en aquella noche, coincidieron en un bar destartalado y sucio
pero bebieron sus Martinis sin contratiempos, eso sí, mirándose el uno al otro
constantemente, Arnaldo se le acercó y preguntó si podía invitarla a otra
copa. No vamos a otro lugar, este lugar
es deprimente, ¿te apetece venir a mi casa podemos tomar lo que tú quieras
allí, tienes coche? Él contestó que sí y emprendieron camino a casa de Celia.
El portero que estaba allí permanentemente les franqueó la entrada y saludó “Buenas
noches señorita Celia y compañía”. Lejos de pensar que aquello prometía,
Arnaldo estaba a la expectativa de lo que sucediera después. Tomaron unos
pequeños bocados de repostería salada y los dos se ducharon juntos, aquello,
estos pequeños detalles fueron los que hicieron que Celia perdiera los
complejos, y se trazara solo el horizonte, de disfrutar junto a su compañero de
noche de los misterios del apareamiento sin más propósito que el goce carnal,
entregado y sincero de sus cualidades como mujer experimentada.
Al despertar por la mañana, llovía,
Celia estaba agazapada sobre una butaca cubierta simplemente con una manta,
sentía frio, un frio que no sabía bien si se debía a que lo que esperaba de
aquel encuentro casual, efímero, en su mente estaba dibujando el plan de la
siega de aquella cosecha, una cosecha que no sabía dónde la llevaría, pero sin
temores, sin voces en el interior de su conciencia, que le dijeran que lo que
había hecho, era una mentira vital que ella misma quería que sucediera sin más.
Vístete, tengo planes, debes irte,
ha sido agradable este encuentro, espero que seas feliz, no busques con prisa
la felicidad, te aseguro que no llega de forma instantáneamente.
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