LUCES DE COLORES
Aparecen de un día para otro, a
fuerza de los años, con la llegada de las fiestas navideñas, las ciudades
grandes o pequeñas, se engalanan con bombillas y formas de diseños rebuscados. Hay
quién hasta compiten entre sí en el caso de las grandes superficies, para que
la gente, más predispuesta a gastar por el motivo antes mencionado, se queden
embobados y gasten todavía más de lo conveniente, porque con las luces y el
acompañamiento de campanillas y villancicos nos transformamos, los padres
recobran el espíritu de la navidad.
Conozco a padres a quienes les
gustaría transformarse en gnomos y acompañar a sus hijos entonando canciones
propias de la época, todos de la mano recorriendo los pisos y pasillos de los
cientos de comercios que te invitan a pasar y comprar los regalos. Inexcusables
por otro lado, no van a ir tus hijos con las manos vacías a visitar a sus primos de brazos cruzados. No
nos quejamos cuando para llegar al parquin de uno de los cinco pisos bajo
tierra, tienes que esperar con alegría a diferencia de cualquier otro día
laborable, una plaza lo suficientemente espaciosa para aparcar tu automóvil.
Te bajas del coche, seguramente
tarareando interiormente la música que se escucha por todas partes del local,
hechas mano al bolsillo de la chaqueta donde llevas el dinerito de plástico
para pagar las compras, no sabes cuantas cosas van a querer los niños que ya
desde que han cerrado las puertas del coche, bajan tirando de la mano del padre y la madre, como
si el mundo fuera a terminarse y desapareciera todo como por ensalmo.
Las luces de todo tipo y
composición, les llama la atención a este hecho. En principio, lo quieren todo,
saben, porque de tontos no tienen ni un pelo, que mañana o pasado llegarán más
cosas a su casa, regalos de abuelos, tíos, hermanos mayores y amigos.
Mientras suceden estos
acontecimientos, en otros lugares para la mayoría desconocidos, se dejan ver en
los cielos otras luces. Son las luces que caen del cielo como si fuera un
regalo para ellos, esas otras luces que pretenden fomentar el miedo, el pánico,
la desolación y con todo ello la muerte. Esas otras luces no tienen forma de
regalo dichoso, orientadas desde grandes aviones, encienden el cielo y queman
la tierra, matan indiscriminadamente a todo aquel que está a su alcance, mueren
muchos padres y madres, en un instante, desaparecen como si algún ser maligno
tuviera sed o hambre de matar.
Estos niños junto con sus familias
se vaporizan, desaparecen el mundo está mejor sin unos cuantos seres humanos
menos, no importa si son unos miles de una sola tacada, o cientos de miles
cuando se trata de hacer estadísticas de a cuantos se han podido eliminar. Es
muy probable, dependiendo de donde se desarrollen estos acontecimientos, que
sea algo pasajero, un simple escarmiento para quién ose pisar unos metros más
allá lo que marcan las fronteras de determinado país. De pronto… te enseñan por
televisión, las manecitas vacías de unos niños que hace unos instantes estaban
bien sujetas por los padres, que con temor, los llevaban cogidos para que no se
extraviaran en mitad de un camino que lleva a ninguna parte. Solo tienen como
referencia… una linterna que les indica que no salgan de la vereda por la que
transitan, una advertencia savia si es que supieran donde se van a poder
detener, cuando podrán sentarse aunque sea sobre el frío lodo, para mordisquear
algo que alivie su fatiga, les de fuerzas para poder continuar.
No es que seamos insensibles a
estos problemas que están alcanzando proporciones globales, nuestros hijos y
hasta nosotros mismos, merecemos disfrutar de los regalos y atenciones que
otros puedan tener con nosotros. El asunto va más allá de todo esto, sin
embargo hay que reconocer, que entre la gran mayoría de los que abordamos las
tiendas con el fin de hacer feliz a alguien, pocas veces pensamos en esa gran
masa de personas que como nosotros, merecemos sentirnos más solidarios y hasta
afectados en lo más profundo de nuestro ser, por lo que pasa a nuestro
alrededor.
A diario se nos dan muestras de lo
catastrófica que es para todos estos desalojados de las manos divinas, si es
que las hay, de estos pobres desahuciados que a diario se ven flotando en el
océano, porque no saben nadar, y el mar los engulle, lo mismo que las bombas
que caen desde el cielo señalando con luces de colores, pero sin músicas ni
parafarnalias que acaban de morir injustamente, cientos de refugiados que no
quieren más que llegar a un lugar seguro.
----------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario