ESTE SERÁ MI
PUEBLO.
El lugar donde cada mañana me
despierta el canto del gallo. El sitio que está tomado por los pájaros y las
flores, un enclave con el que sueñan todos aquellos que quieren libertad y paz.
No es un lugar cualquiera, está
bien escondido, entre montañas, entre senderos difíciles y angostos, que siguen
el sonido del rio, que acompaña con su rumor, a todos aquellos que deseamos
estar cerca del cielo.
Por la noche, las estrellas son
más grandes, brillan con esplendor, pintan el cielo con toda clase de matices.
Ese es el lugar donde deseo
envejecer, sin ruidos extravagantes, sin gente que esté pendiente de mis
defectos, sin nadie que esté continuamente juzgándote, con estaciones bien
definidas, los fríos vientos del invierno, las primaveras floridas con plantas
y flores que cada año pueda descubrir.
Veranos que implantando su ley
natural, me inviten a refrescarme en el rio, con otoños que me permitan
observar, la caída de las hojas muertas, muertas solo en parte, pues ellas
sirven de abono natural, a los fértiles suelos que en primavera darán nuevo
empuje a otras plantas y flores.
Este será mi pueblo, el lugar
donde habite, hasta que la infatigable muerte llegue a mi puerta.
Ahí la espero, con serenidad, con
calma, sin angustia alguna, aprendo de cuanto me rodea para ver con claridad
meridiana, que yo puedo ser el próximo destinatario de su canto. Me dicen que
no es bueno pensar en la muerte, puede ser que esté equivocado, pero… ¿porqué
debería ser yo, más que todo lo que me rodea?.
Es todo un privilegio estar
confinado en mi pueblo, no me falta de nada, me rio de los que no pueden pasar
sin una opípara comida, un tomate, un
trozo de queso, y un pellizco de pan, son suficientes para mi subsistencia,
¿para qué más?.
La buena vida, no es tener más o
menos, si no disfrutar de lo que la naturaleza pone a nuestro alcance. Esa es
mi ley, esa es la bandera con la que me paseo por el mundo. Marco Aurelio decía
que “La perfección de las costumbres consiste en vivir cada día como si fuera
el último”.
Y cuando nace un nuevo día, mi
alma se hincha de satisfacción, de júbilo, de alegría. Para que más que eso?. “Felicidad
no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”, estas palabras de
Jea Paul Sartre, definen con claridad lo que yo espero de mi mismo, ser feliz,
aunque esto pueda parecer un paradigma.
No quiero ser pobre, de hecho
creo que no lo soy, Platón decía que “La pobreza no viene por la disminución de
las riquezas, sino por la multiplicación de los deseos”. Solo me vale el deseo
de seguir vivo, todo lo demás, lo material, sea lo que sea, es vanidad,
esfuerzo dañino, veneno mortal. En mi pueblo no habrá mentiras, ni odios, ni
causas en las que se vea envuelta la justicia, tampoco hace falta policía, ese
es el lugar donde deseo vivir, y en el que quiero morir.
Hay parlanchines como en todas
partes, pero viven muchos poetas, gente que sabe elogiar a la naturaleza, que
la venera, que forma parte de sus vidas, dependen de ella para todo. Esta es la
gente con la que quiero vivir.
No me valen los que se ríen de
las ideas de los demás, de su forma de expresar el cariño por todo aquello que
los rodea, no me gusta la gente que de continuo se mofan de los márgenes de
inteligencia del resto, que maltratan al poeta sea bueno o malo, se exprese
mejor o peor.
Aquí no existe la envidia, la
infamia ni el descrédito. Todos los que estamos aquí tenemos nuestro espacio,
los que saben trabajar la tierra, son bienaventurados, lo mismo que los
pastores, igual que los queseros los albañiles o los barrenderos.
¿Quién no querría vivir en un
lugar así?. No cambio este lugar por un palacio lleno de sirvientes, ni el rio,
por esas piscinas escandalosamente grandes que decoran las grandes mansiones.
Llego de vuelta a casa y veo en mi cocina, la mesa de la cocina con dos
sillas, en una de ellas, la bota de vino
colgada en el respaldo, sobre la mesa, un
pequeño búcaro con tomillo y romero, soy la persona más feliz del mundo.
Entra en mi casa quién yo quiero,
y sale cuando le apetece, mientras, comemos las viandas que tengo en la
alacena, y bebemos buen vino tinto. Dormimos y nos levantamos de la cama cuando
nos apetece, sin presión alguna, sin nadie que nos diga lo que debemos hacer,
sin que nadie nos señale con un despertador, cual debe ser nuestro trabajo.
Esa es para mí, la vida que
deseo, lejos de los ruidos, lejos de la gente que me vería obligado a saludar
sin quererlo. Mi pueblo es una pequeña joya por descubrir, que por pequeña es
grande, que por escasa es doblemente valiosa.
Muchos de mis conocidos, están
locos por que lleguen las vacaciones, y habitar con sus familias en lugares
como este, dicen que somos privilegiados por estar aquí viviendo. Yo les
contesto, que no somos privilegiados, que ellos también lo pueden hacer, niegan
con la cabeza, no no, esto sería imposible, ¿y nuestras obligaciones, y el
futuro de nuestros hijos?. Necios, las obligaciones y el futuro, los marcan la
clase de vida que llevas, no lo que posees. En el pueblo, las ambiciones son
pocas, tienes lo necesario para vivir, tu vida, un lugar donde alojarte,
productos que la tierra te regala aunque se
le da tan mal trato, y todo un horizonte para descubrir en forma de
naturaleza viva.
Las obligaciones y el futuro
quedan contenidas en esto, el resto es discurso vacio, demagogia,
interpretación interesada, política cargada intención maligna. Consumismo y
contracultura es lo que nos da la ciudad, ¡y a qué precio!.
Mi pueblo está lleno de gente
mayor, de pensadores innatos que han pasado por todos estos estadios, guerras,
tribulaciones y pesares, lo mismo que te encuentras en las grandes urbes, pero
con más ligereza de ánimo, con más solera, la vida en el pueblo ha cuajado
dentro de sus entrañas.
Aquí quiero vivir, hasta que
desde la otra orilla venga a buscarme la parca, entonces, obligadamente diré
adiós a todos y a todo, pero con una sonrisa en los labios.
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