Dícese de todas ellas del mismo
modo, por su funcionamiento y efectividad, por su labor incesante y maravillosa,
por el modo en el que interactúa con sus hermanas, que a cientos de miles
pueblan nuestra mente y la conducen para tomar decisiones.
Pero todo eso, a mí me suena a
campanas celestiales. En lo que a mí respecta también las oigo, y son muchas,
unas veces me torturan y otras, cuando me dejan en paz, no soy capaz ni de
hablar, sin embargo sé que están ahí.
Por ser un problema puramente
mental, se hace inexplicable, por mucho que los galenos investiguen, la cabeza
es un misterio casi sobrenatural. Es difícil para el afectado, desarrollar los síntomas
y consecuencias, que hacen que el tarro no te marche del modo adecuado. Debería
de haber un estándar para el comportamiento de la mente, pero no, no es así.
Si te rompes un hueso, se hace
evidente de diferentes modos, si tienes una infección, la fiebre puede ser la
primera consecuencia lógica, sin embargo, cuando algo no anda bien en tú
cabeza, es incomprensible para nadie.
Hace años, que ando de cabeza,
como se suele decir coloquialmente, pero no quieras explicárselo a nadie, será difícil
que te comprendan. En casa, acostumbrados ya a determinadas reacciones y comportamientos,
la cosa va más o menos bien, pero lo que es en la calle, cuando paseas y la
gente conocida te saluda, la cosa cambia radicalmente, te sumerges en un mundo
lleno de adversidades, inseguridades, peligros, sudas, te angustias, fuera del
caparazón de seguridad que te ofrece tú hogar, te encuentras como si estuvieras
en alta mar, con una pequeña chalupa sin remos, timón ni vela que puedas usar.
A menudo, en voz baja, la mente
te dicta sentencias, te asegura que acabarás loco, y entonces, vuelvo la vista
a las decenas de libros que llenan la estantería de mi despacho, los miro con
pena, les digo en silencio que los tengo que abandonar, si se quieren quedar
ahí, que se queden, pero que por mi parte no me van a ser muy útiles de aquí en
adelante. No es que me haya olvidado de leer, el problema es que cuando uso el
separador de páginas, al día siguiente, tengo que volver a comenzar de nuevo,
he perdido la referencia de lo ya leído, debo retroceder quince o veinte
páginas atrás, para recordar lo que leí ayer.
Me recuerda el colegio, cuando el
maestro nos decía que había algo que no habíamos entendido, que volviéramos a
repasar la información escrita, para sacar la conclusión apropiada. Eso es una
especie de martirio intelectual que me satura todavía más, la memoria está
fallando, y de qué manera.
El neurólogo me dice “Pues no
leas cuando te encuentres así, haz otra cosa”, buen consejo, llevo en el cuerpo
veinte pastillas diarias para diferentes cosas relacionadas todas ellas con la
cabeza, trato de aparar de mí la ensoñación que me invade, pero no la puedo
evitar. “Pues cuando tengas sueño, duerme, no hay problema, al fin y al cabo en
tu situación, no puedes hacer nada más”.
Y duermo, me despierto a las dos
o tres de la mañana, ya estoy en acción, ¿pero qué coño haces a esa hora,
ponerte música, hablar contigo mismo de los sueños que has tenido, cantar?. No,
nada de eso, escribo, escribo relatos más o menos personales de situaciones,
fábulas, cuentos, poesías, malas pero al fin y al cabo poesías. Es cuanto me
queda por hacer, ahora son las cuatro de la madrugada del lunes, del 15 de
julio del año 2013, aprovecho este corto espacio, creo que de lucidez, para
escribir lo que estáis leyendo. En casa me dicen mis hijos “Claro, pero ¿cómo
no quieres despertarte a esas horas?, ya has dormido lo necesario”. Y una
mierda, eso no es dormir lo necesario. Dormir lo necesario es, hacerte una
pequeña siesta después de comer, especialmente con este calor, y luego por la
noche, dormir de un tirón tus ocho horas, como hacen ellos, y mi esposa.
Pero pasarte el día alucinando a
causa de la medicación, a menudo sin entender lo que se habla en casa, sin casi
poder participar en conversaciones, porque el cerebro te avisa que te estés calladito,
ver alrededor tuyo las cosas de colores que no son los propios, caer en un
sueño profundo casi de golpe, todo esto jode mucho.
Tengo amigos que en su afán de aliviarme
dicen que no me preocupe, que hay otros que está peor que yo, vale, y yo tengo
un tío en La Habana. ¡Venga hombre…!, para decir eso vale más la pena que hagan
lo que yo, que se estén calladitos, que estos comentarios minan mucho la poca
moral que le queda a uno.
Mientras, las prodigiosas
neuronas, hacen lo posible por cogerse del brazo unas a otras, para mantenerme
regularmente cuerdo. Esas sí que trabajan sin descanso, me hacen recordar unos
dibujos animados que luego se plasmaron en DVD, que llevaban el nombre de “Una
vez era el hombre”, oye, por infantiles que parezcan, allí se explicaba de
forma ilustrativa, como funcionan nuestras neuronas, no los recuerdo, pero el
viejo de las barbas que introducía cada capítulo, era un gran profesor, aunque fuera
un dibujo animado.
Pero aun así, la mente sigue
siendo un misterio, lo sé porque no cesan de hacerme pruebas, escaners, resonancias
magnéticas, pruebas de psico-neurología para comprobar el deterioro de la
memoria, todo para que la mente, las neuronas, sigan haciendo su labor al
margen de todo el veneno que les invade, en forma de medicamentos. No digo que
mi neurólogo sea un mal médico, muy al contrario, es una eminencia, el hombre
trabaja con criterios médicos ejemplares, pero no tiene otras armas en la mano,
más que las que les proporciona la industria farmacológica. Me consta que tiene,
hasta diría que, un interés personal cada vez que me corresponde su visita, me
siento muy bien tratado por él, como neurólogo yo le doy un diez.
Pero los milagros no existen, y
los médicos hacen lo que pueden, para salvaguardar la salud de sus enfermos. Lo
malo de todo esto es, que los médicos van por un lado, y el propio cuerpo
humano, funciona con unos mecanismos ajenos a los diagnósticos que los galenos
puedan hacer. No hablo de reparar un brazo, incluso de hacer un trasplante,
cosa delicada esta, el cerebro no se puede tocar, so pena, de que te quedes peor
de lo que estás.
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