Es una preferencia como otra
cualquiera, no para todo por supuesto, hay prendas de ropa, que en amarillo, no
lucen, lo mismo que en los zapatos. Para mujeres es diferente, a ellas les está
bien todo y de cualquier color, pero soy hombre y a pesar de gustarme otros
colores, el amarillo es mi preferido.
Cuando comenzaron a hacerse estas
extrañas mezclas de color en las flores, más concretamente en las rosas, me
alegré de saber que ya existían rosas de color rosas de manera corriente, o
combinadas con otros colores, ¡que bonitas, como lucen!. Las primeras flores
que he regalado en mi vida, fueron tulipanes amarillos, la florista de una
calle cercana a mi casa me preparó un ramo para llevárselas a una amiga que
acababan de operar de apendicitis.
Recuerdo que cuando llamé a la
puerta de la habitación y entré, tenía visita de un par de amigas y sus padres.
Entré sonriente con el ramo de flores en la mano derecha, oye, que ni siquiera
me miró a mí, miró el ramo de tulipanes y exclamó “¡Qué bonito Felipe, es la primera vez que me
regalan flores!”. “No puede ser –contesté-, a la más hermosa flor del mundo hay
que honrarla con los frutos de estas, ese ramo no es nada Eva, es inmerecido,
solo han venido a hacerte tributo”.
Que nadie piense que esto lo llevaba
preparado, palabra, fue espontáneo, Eva te puede inspirar cualquier cosa, por
eso reservé para ella mi color favorito, el amarillo. Su madre dijo que se lo
llevaría a casa, allí las conservaría mejor, pero Eva contestó que de eso ni
hablar, saldrían con ella por la puerta al cabo de dos o tres días más, cuando
le dieran el alta médica.
Eva me gustaba mucho, tenía unos
cabellos y unos ojos negros que embrujaban a cualquiera. Siempre que nos
veíamos, procuraba ponerme algo amarillo, era como una obsesión, no sé, esas
cosas no te las inculcan, nadie te las enseña, está en la naturaleza, ves los
colores y te gustan o no. A ella le gustaba verme con un pullover amarillo de
rombos amarillos y azules, decía que me sentaba muy bien a mi color de piel, mi
piel es más bien de color morena, por naturaleza.
Un día, nos pilló una de esas
tormentas inesperadas de verano, de camino a su casa, regresábamos de cenar en
una hamburguesería, de pronto, rugió en el cielo un par de truenos y ella se
agarró a mí, llevaba una camisa amarilla, nos pusimos como sopas antes de
llegar a guarecernos dentro de un portal. Le quité algunos cabellos mojados que
tenía pegados en el rostro y no pudimos evitar besarnos, no fue un beso, fue
una fusión, calculo que estuvimos algunos minutos con nuestras bocas pegadas la
una contra la otra.
Respiramos profundamente solo,
para volver al ataque, quisiera poder explicar lo que te sucede en un momento
así, pero no puedo, fue electrizante, como la tormenta que pasaba sobre nuestras
cabezas. En poco más de cinco minutos todo pasó, la tormenta y nuestro abrazo,
me preguntó si estábamos locos, no supe que decirle, ella tenía novio, aunque
trabajaba en Canarias en esos momentos.
Se veían de vez en cuando, a
veces una vez al mes, pero era raro, no tenían medios para viajar a menudo para
verse, si cabía, en vacaciones pasaban la mitad del tiempo en Canarias y la
otra mitad en la península. Pero siendo franco, yo diría que Borja no estaba
muy enamorado de Eva, siempre que salía con ella, la obligaba a decorarse como
si fuera una maniquí de boutique. Quería que se comprara vestidos, zapatos de
tacones imposibles, vestidos o faldas súper cortas, que quieres, a mí
particularmente, no me gustaba verla así, ante todo, porque dejaba de ser ella.
Yo en cambio, el maniático del amarillo, me gustaba de cualquier manera, estaba
guapa con cualquier cosa que se pusiera.
Poco después de salir del
hospital, me llamó para que fuera a cenar a su casa, con sus padres, acepté.
Entre las dos prepararon una cena propia de príncipes. Cuando llegué a su casa,
llevaba tres rosas rojas para su madre, y un ramo de claveles magníficos,
amarillos con los bordes rojos, para su padre traje un par de puros, sabía que
le gustaban.
Ella iba vestida con una camisa
de hombre arremangada, sujeta a la cintura con un cinturón de trenzas de piel.
Le llegaba bastante arriba de los muslos, nos sentamos en la mesa de la
terraza, colocaron una lámpara de aceite en el centro, ¡qué ambiente, me sentía
en la gloria!. El padre tenía mucha conversación, había sido en su tiempo
conductor de trenes de carga, era un hombre culto, la madre no hacía más que
hacer viajes a la cocina con platos vacios y trayendo otros.
Le llamé la atención y le dije
que porqué no se sentaba con nosotros, me dolía verla medio cojeando a
causa de una operación de cadera que le
hicieron años atrás. Sin embargo Eva, no hacía más que mirar el reloj, eran las
diez y media, sabía que más allá de las once sus padres se irían a dormir.
Parecía inquieta, pero no menos de lo
que lo estaba yo, lo cierto es, que me subía por las paredes de ganas de
abrazarla y besarla. Después del postre, a eso de las once, su padre se
despidió del resto, los ojos se le cerraban, no hacía más que ponerse la mano
delante de la boca para evitar ser visto bostezando.
“Ya está el lavavajillas lleno
Eva, mañana lo pondré en marcha, deja el resto y ve a descansar”. La madre
siguió al hombre cinco minutos más tarde.
“Es curioso, siempre, desde que tengo uso de razón, se han ido a la cama
al mismo tiempo, vaya pareja”. A Eva, parecía complacerle ese detalle de sus
padres, decía que se entendían muy bien.
“Tengo que bajar al coche Eva,
¿me abres la puerta del piso, pero sin hacer ruido vale?”. Me acompañó a la
puerta un tanto sorprendida y esperó a que volviera. Traía un regalo para ella,
una pequeña caja empaquetada, con un bonito papel jaspeado de color amarillo,
nos fuimos a la terraza de nuevo sin hacer ruido, parecíamos dos cacos que
entraban a robar, caminábamos de puntillas sobre el parquet. “¿Qué es eso?”. “Un regalo para ti con todo mi cariño”. Un
perfume que sabía que a ella le gustaba y que estaba entre sus preferidos,
alguna vez me había hecho saber que le encantaba, pero que no se lo podía
permitir por lo caro que era.
Deshizo el envoltorio, sacó el
frasco de su caja y se quedó boquiabierta, no buscaba esa reacción de su parte,
solo pensé al comprarlo, en lo mucho que le agradaría tener un frasco de
aquella fragancia. Se levantó de la silla de la terraza y me dio un beso, a
renglón seguido, se sentó a horcajadas sobre mis piernas, no pude evitar una
excitación que iba más allá de la simple amistad. No pensé en que estaba
comprometida, ni en las consecuencias de aquel acto.
Sencillamente, a la luz de un par
de velas que dudaban con apagarse, nos unimos carnalmente. Ese instante no se
puede describir, es uno de estos momentos, en los que no piensas que crimen y
castigo, están estrechamente unidos de la mano. Sin embargo, a pesar del
peligro que entrañaba aquella situación, nos juramos amor eterno. Ella sin
pensar en el novio que tenía en Canarias, yo sin remordimientos, estaba libre
de todo compromiso, no tenía novia, y en ese instante de mi vida, no quería
tenerla.
Otra cosa es que Eva, me gustara
con locura, tenía motivos sobrados para que me gustara, y encima, va y me dice
un día, que vaya a recogerla al concesionario de autos donde trabajaba. Tenía
que cambiarme el coche, el pobre no me daba más que problemas, como los humanos
cuando nos hacemos viejos, tenía artrosis por todos lados, tosía el motor, que
pensaba que uno de esos días me dejará tirado en cualquier semáforo, el traje
que llevaba ya n se podía parchear por lado alguno.
Le comenté un día a Eva, que
acabaría como los Picapiedra, haciéndolo andar con los pies. Se rió de lo
lindo, pro parece que tomo nota del asunto. La fui a recoger a su trabajo,
estaba contenta, vendió ese día tres coches nuevos, me recibió con un beso en
los labios y me llevó de la mano al fondo del taller.
Creí morirme cuando me enseñó el
coche que tenía preparado para mí. Un cupé amarillo selectivo, grande y prácticamente
nuevo, los interiores eran de piel marrón y el volante de madera. “¿Será una broma, no Eva?”. “De eso nada cariño, lo he reservado para ti si lo quieres, tiene un
precio muy asequible, con pocos kilómetros, full equip, lo tiene todo como
puedes comprobar, ¿te gusta?”. “¿Qué si
me gusta?, gustarme es poco, es un sueño, una pasada”.
En su oficina estuvimos ultimando
los detalles, dando un pellizco de dinero en mano, me quedaba a pagar muy poco
cada mes durante tres años. Estuve echando cuentas en un papel y sin dejar
esquilmada la cuenta del banco, tenía lo suficiente para poder hacerme el dueño
del coche. “Dentro de dos días ya lo
tendrás en la puerta preparado, revisado y con las llaves puestas en el
contacto”.
Al día siguiente, un amigo me
llevó al polígono donde trabajaba Eva, ella se hizo acompañar por una amiga,
que trabajaba en el servicio de limpieza. Salimos los dos de su trabajo con mi
nuevo coche, me pareció que todo el mundo miraba el coche, no era extraño pensé
para mí, era el coche más bonito que circulaba por la pequeña ciudad. Fuimos a
cenar y luego terminamos en mi casa brindando con cava. Hacía calor, nos
desnudamos y salimos al balcón con las luces apagadas, allí abrí la botella.
Llevaba la ropa interior amarilla, aquello era una locura, no pude menos que
excitarme con todo lo sucedido en las tres últimas horas.
Nos casamos al final de año,
antes de fiestas, ella llevaba un vestido amarillo pálido de alta costura, yo
solo la corbata con un jaspeado azul como el traje. Sus padres, nos regalaron
el viaje de novios a Paris, diez días estuvimos allí, Eva habla el francés de
manera correcta. ¡Qué hermoso es el color amarillo…, me encanta, es sin duda,
mi color favorito!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario