sábado, 20 de julio de 2013

UNA PUERTA SOLA.

Hoy, me he acercado paseando, hasta una casa antigua de piedra medio derruida, todavía conserva algo de lo que en un tiempo fue. Una casa en mitad del campo, abandonada, rodeada de pinos piñoneros, vallada con una cerca de madera que todavía resiste el paso de los años.
Al lado de la casa, lo que era antes la cuadra, con una pared que resiste, aun se pueden ver las argollas donde sujetaban a los animales, a juzgar por la que hay debería haber más de uno, aunque la techumbre haya cedido con el paso de determinado tiempo, porque nadie la ha mantenido, no se ha vivido en esa casa desde hace por lo menos cincuenta años, eso me dice un vecino del lugar.
Todavía conserva el pozo de agua en la era, me asomo y aun tiene agua al fondo, lo he comprobado tirando una piedra. Paseo con curiosidad alrededor del lugar, detrás de la casa, el gallinero o las conejeras, o ambas cosas juntas, ves tú a saber cómo se lo montaban en aquel tiempo. Ya sin vallar, se presume lo que era el huerto, ¡que buenos productos deberían sacar de esa tierra negra y sin piedras!. Justo al lado de huerto, pasa un pequeño riachuelo, el que he seguido cuando he llegado a la casa, la alberca es grande, el agua está reverdecida, llena de un musgo verde que flota en la superficie, cojo un trozo de ese musgo y compruebo que se podría hacer una esponja con él, es grueso, entretejido.
¡Cuidado, algo se mueve!, me vuelvo y veo a unos sapos de un palmo de grande, verdes también, que se mueven lentamente, entre las cañas del bambú que crecen alrededor de la alberca. Aunque el agua es estancada, fijando la vista se ven peces rojos y plateados, caramba, eso me sorprende bastante, ¿de qué deben vivir?. La naturaleza es sabia, seguro que tienen algún medio de supervivencia, deben comer larvas de moscas y mosquitos, o pequeños insectos que caen al agua y no pueden alzar el vuelo de nuevo.
Me dirijo a la casa de nuevo, solo quedan vestigios de lo que fue aquella hábil construcción. En la entrada de la casa, una puerta de madera de doble hoja, cerraba por las noches la vivienda, la fachada se conserva bastante bien, es una construcción de piedra seca. Sobre la puerta, un pequeño balcón con la persiana desteñida por el tiempo, señala a alguna habitación o sala. Trato de abrir la puerta, cruje de mala manera los goznes deben estar clavados por el óxido, solo hay dos por hoja de puerta, pero ¡vaya dos goznes!, son grandes y artesanales, seguro que hechos a medida de la puerta.
Empujo con todas mis fuerzas y finalmente responden, con gandulería, pero ceden. Al abrirse la puerta, me transporto a otra vida, la de la gente que habitaba allí. Es evidente que la vida de entonces, poco tenía que ver con la que llevamos hoy, lo evidencian las puertas de los dormitorios que todavía se conservan, no son más que cretonas que cubren el espacio de la jamba, están sujetas con clavos que salen de la parte superior, se conoce que aquella familia dormía lo justo, aunque debiera ser grande, varias camas lo atestiguan.
Recorro con curiosidad la casa, el lugar me invita a pisar como si de una iglesia se tratara. Todavía cuelga algún pequeño cuadro e la pared, está todo muy oscuro, el día no acompaña precisamente para hacer ese recorrido, el sol  sale y se esconde con  rapidez, a causa de las nubes de la montaña.
Vuelvo al día siguiente, la casa, esta vez más iluminada presenta un aspecto precioso, alguien que me vea, pensará que me he vuelto loco, puede ser que así sea, pero insisto en volver a entrar en esta especie de santuario, que sin duda lo fue para quién vivió aquí antes. Una de las alcobas, está amueblada con una gran cómoda de madera maciza, parece haber sido construida por una mano rústica, poco artesanal pero efectiva, es sin duda alguna un mueble práctico.
Una fotografía colgada en la pared tiene como protagonistas a dos personas de mediana edad, la foto en su día fue coloreada sin duda alguna, con un passepartout ovalado, se ve la imagen de una pareja, no sonríen, ella vestida con un traje oscuro y una blonda que le cubre todo el cuello, él con traje, y una camisa sin corbata ni adorno alguno. Impone esta foto, seguramente fueron los dueños de la finca, pero… ¿porqué no se llevaron estos enseres, ni la foto, en la cocina todavía hay más cosas, no muchas pero del todo precisas en aquellas fechas, ¿qué explicación puede haber para esto?.
Claro que yo no soy ningún detective para investigar las razones del porqué de todo esto, pero sin duda es algo extraño. Al  mismo tiempo que ando por la casa, oigo el sonido de cencerros afuera, en la era, un pastor está parado junto a la casa, bajo una gran morera, se ha sentado sobre una piedra, y de su zurrón saca, lo que parece ser la comida del día. Desde el piso superior lo observo, él a su vez, echa alguna que otra ojeada de soslayo hacia la casa. Bajo hasta la puerta,  “¿Qué hay buen hombre, como va el día?”.  “¿Qué hace usted en esta propiedad señor?”.  “Pues nada, solo curioseaba, la verdad es que estas casas de campo siempre me han llamado la atención, solo estaba echando un vistazo”.
“Pues ahora que ya ha echado un vistazo, haga el favor de cerrar la puerta de la entrada y salir de aquí, hágame usted el favor”.  “Oiga que yo solo quería…”  “sí ya me ha dicho lo que quería, si ha satisfecho su curiosidad cierre la puerta de nuevo y váyase”.
El pastor no parecía estar de buenas, o bien es que su carácter es así, de cualquier modo no me busco más problemas y obedezco, es cierto que nadie me ha dado permiso para andar como Pedro por su casa, el hombre tiene toda la razón del mundo, si es que es el dueño, o este ha delegado en él el cuidado de la casa. De cualquier manera no voy a parar a preguntarle esto, porque es capaz de correrme a palos por el monte, que estas gentes son muy suyas.
Bueno, por fin comienzan de nuevo las clases, soy el maestro del pueblo, no sé si lo había dicho, pero dicho dos veces es más enfático, me han presentado al alumnado del colegio, doce niños y niñas, como los doce apóstoles del Señor, solo que no parecen estar tan predispuestos a escuchar o a aprender como lo hicieran con la señora Consuelo, la alcaldesa del pueblo me presenta a la clase, el primer día no están lo que se dice precisamente apacibles los críos. Las edades oscilan entre los seis años hasta los once o doce, es curioso que el Ministerio de Enseñanza tenga tanta manga ancha en los pueblos para esos asuntos –me refiero a enseñar a todos juntos en el mismo aula-, que por otro lado, no es más que una sala del Ayuntamiento, adaptada para este uso. Pero por lo menos está bien equipada, con lo elemental, pero bien equipada. Creo que se pasaron con la pizarra que ocupa todo el paño de pared del fondo de la clase, junto a lo que será este curso próximo mi mesa.
Este invierno, con un palmo de nieve en las calles, hay algunas bajas, críos pequeños que se ponen malos con gripes y resfriados, es entonces cuando me entero por boca de los mayores, que la casa que visité –sin saberlo-, estaba un tanto maldita. Allí vivía una niña que iba a este colegio, de nombre Azucena, que desapareció sin dejar rastro alguno. Normalmente no me creo todo cuanto me dicen, hay muchas leyendas urbanas que son increíbles, sin embargo, en este sentido había algo que me llamó mucho la atención, una serie de pistas policíacas, llevaron a que prendieran al pastor como el causante de su desaparición. La Guardia Civil tenía ciertos indicios, pero nada se pudo probar.
Después de cierto tiempo buscándola –y aunque el caso no estaba cerrado-, apareció el padre de la niña en el fondo de un barranco, se había despeñado desde una altura de cincuenta metros más o menos. Lo encontraron medio devorado por las alimañas del bosque. Después de este suceso, la madre se fue de allí a la capital, Plasencia, donde tenía a una hermana y demás familia. Cuando pregunté a las gentes del pueblo sobre la mujer, todos ponían cara de tristeza, la señora Edelmira se había quedado lela desde aquel día, se le fue la cabeza, la tuvieron que ingresar en un centro de salud mental.
Te pasan muchas cosas por la cabeza, y más después de haber conocido al pastor, un tipo huraño y con poca educación que para más inri, paraba a menudo en la puerta de la casa a comer mientras pastoreaba a las ovejas. Por lo que se ve, según me dijo la alcaldesa del pueblo, el rebaño de ovejas que tiene el tal Palomo, –este es su apellido-, se dio un festín con todo lo que había plantado en el huerto. Andaba diciendo por el pueblo, que ya era hora que se muriese Gregorio, ese cacho de cabrón que se acostaba con su hija. Esa fue una de las razones por las cuales lo detuvo la policía, tenía cierta animosidad para con aquel padre de familia.
Ahora, de toda aquella casa, quedaba solo una puerta vacía que llevaba a ninguna parte.


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