Hoy, me he acercado paseando,
hasta una casa antigua de piedra medio derruida, todavía conserva algo de lo
que en un tiempo fue. Una casa en mitad del campo, abandonada, rodeada de pinos
piñoneros, vallada con una cerca de madera que todavía resiste el paso de los
años.
Al lado de la casa, lo que era
antes la cuadra, con una pared que resiste, aun se pueden ver las argollas
donde sujetaban a los animales, a juzgar por la que hay debería haber más de
uno, aunque la techumbre haya cedido con el paso de determinado tiempo, porque
nadie la ha mantenido, no se ha vivido en esa casa desde hace por lo menos
cincuenta años, eso me dice un vecino del lugar.
Todavía conserva el pozo de agua
en la era, me asomo y aun tiene agua al fondo, lo he comprobado tirando una
piedra. Paseo con curiosidad alrededor del lugar, detrás de la casa, el
gallinero o las conejeras, o ambas cosas juntas, ves tú a saber cómo se lo
montaban en aquel tiempo. Ya sin vallar, se presume lo que era el huerto, ¡que
buenos productos deberían sacar de esa tierra negra y sin piedras!. Justo al
lado de huerto, pasa un pequeño riachuelo, el que he seguido cuando he llegado
a la casa, la alberca es grande, el agua está reverdecida, llena de un musgo
verde que flota en la superficie, cojo un trozo de ese musgo y compruebo que se
podría hacer una esponja con él, es grueso, entretejido.
¡Cuidado, algo se mueve!, me
vuelvo y veo a unos sapos de un palmo de grande, verdes también, que se mueven
lentamente, entre las cañas del bambú que crecen alrededor de la alberca.
Aunque el agua es estancada, fijando la vista se ven peces rojos y plateados,
caramba, eso me sorprende bastante, ¿de qué deben vivir?. La naturaleza es
sabia, seguro que tienen algún medio de supervivencia, deben comer larvas de
moscas y mosquitos, o pequeños insectos que caen al agua y no pueden alzar el
vuelo de nuevo.
Me dirijo a la casa de nuevo,
solo quedan vestigios de lo que fue aquella hábil construcción. En la entrada
de la casa, una puerta de madera de doble hoja, cerraba por las noches la
vivienda, la fachada se conserva bastante bien, es una construcción de piedra
seca. Sobre la puerta, un pequeño balcón con la persiana desteñida por el
tiempo, señala a alguna habitación o sala. Trato de abrir la puerta, cruje de
mala manera los goznes deben estar clavados por el óxido, solo hay dos por hoja
de puerta, pero ¡vaya dos goznes!, son grandes y artesanales, seguro que hechos
a medida de la puerta.
Empujo con todas mis fuerzas y
finalmente responden, con gandulería, pero ceden. Al abrirse la puerta, me
transporto a otra vida, la de la gente que habitaba allí. Es evidente que la
vida de entonces, poco tenía que ver con la que llevamos hoy, lo evidencian las
puertas de los dormitorios que todavía se conservan, no son más que cretonas
que cubren el espacio de la jamba, están sujetas con clavos que salen de la
parte superior, se conoce que aquella familia dormía lo justo, aunque debiera
ser grande, varias camas lo atestiguan.
Recorro con curiosidad la casa,
el lugar me invita a pisar como si de una iglesia se tratara. Todavía cuelga
algún pequeño cuadro e la pared, está todo muy oscuro, el día no acompaña
precisamente para hacer ese recorrido, el sol
sale y se esconde con rapidez, a
causa de las nubes de la montaña.
Vuelvo al día siguiente, la casa,
esta vez más iluminada presenta un aspecto precioso, alguien que me vea,
pensará que me he vuelto loco, puede ser que así sea, pero insisto en volver a
entrar en esta especie de santuario, que sin duda lo fue para quién vivió aquí
antes. Una de las alcobas, está amueblada con una gran cómoda de madera maciza,
parece haber sido construida por una mano rústica, poco artesanal pero efectiva,
es sin duda alguna un mueble práctico.
Una fotografía colgada en la
pared tiene como protagonistas a dos personas de mediana edad, la foto en su
día fue coloreada sin duda alguna, con un passepartout ovalado, se ve la imagen
de una pareja, no sonríen, ella vestida con un traje oscuro y una blonda que le
cubre todo el cuello, él con traje, y una camisa sin corbata ni adorno alguno.
Impone esta foto, seguramente fueron los dueños de la finca, pero… ¿porqué no
se llevaron estos enseres, ni la foto, en la cocina todavía hay más cosas, no
muchas pero del todo precisas en aquellas fechas, ¿qué explicación puede haber
para esto?.
Claro que yo no soy ningún
detective para investigar las razones del porqué de todo esto, pero sin duda es
algo extraño. Al mismo tiempo que ando
por la casa, oigo el sonido de cencerros afuera, en la era, un pastor está
parado junto a la casa, bajo una gran morera, se ha sentado sobre una piedra, y
de su zurrón saca, lo que parece ser la comida del día. Desde el piso superior
lo observo, él a su vez, echa alguna que otra ojeada de soslayo hacia la casa.
Bajo hasta la puerta, “¿Qué hay buen
hombre, como va el día?”. “¿Qué hace
usted en esta propiedad señor?”. “Pues
nada, solo curioseaba, la verdad es que estas casas de campo siempre me han
llamado la atención, solo estaba echando un vistazo”.
“Pues ahora que ya ha echado un
vistazo, haga el favor de cerrar la puerta de la entrada y salir de aquí,
hágame usted el favor”. “Oiga que yo
solo quería…” “sí ya me ha dicho lo que
quería, si ha satisfecho su curiosidad cierre la puerta de nuevo y váyase”.
El pastor no parecía estar de
buenas, o bien es que su carácter es así, de cualquier modo no me busco más
problemas y obedezco, es cierto que nadie me ha dado permiso para andar como
Pedro por su casa, el hombre tiene toda la razón del mundo, si es que es el
dueño, o este ha delegado en él el cuidado de la casa. De cualquier manera no
voy a parar a preguntarle esto, porque es capaz de correrme a palos por el
monte, que estas gentes son muy suyas.
Bueno, por fin comienzan de nuevo
las clases, soy el maestro del pueblo, no sé si lo había dicho, pero dicho dos
veces es más enfático, me han presentado al alumnado del colegio, doce niños y
niñas, como los doce apóstoles del Señor, solo que no parecen estar tan
predispuestos a escuchar o a aprender como lo hicieran con la señora Consuelo,
la alcaldesa del pueblo me presenta a la clase, el primer día no están lo que
se dice precisamente apacibles los críos. Las edades oscilan entre los seis
años hasta los once o doce, es curioso que el Ministerio de Enseñanza tenga
tanta manga ancha en los pueblos para esos asuntos –me refiero a enseñar a
todos juntos en el mismo aula-, que por otro lado, no es más que una sala del
Ayuntamiento, adaptada para este uso. Pero por lo menos está bien equipada, con
lo elemental, pero bien equipada. Creo que se pasaron con la pizarra que ocupa
todo el paño de pared del fondo de la clase, junto a lo que será este curso
próximo mi mesa.
Este invierno, con un palmo de
nieve en las calles, hay algunas bajas, críos pequeños que se ponen malos con
gripes y resfriados, es entonces cuando me entero por boca de los mayores, que
la casa que visité –sin saberlo-, estaba un tanto maldita. Allí vivía una niña
que iba a este colegio, de nombre Azucena, que desapareció sin dejar rastro
alguno. Normalmente no me creo todo cuanto me dicen, hay muchas leyendas
urbanas que son increíbles, sin embargo, en este sentido había algo que me
llamó mucho la atención, una serie de pistas policíacas, llevaron a que
prendieran al pastor como el causante de su desaparición. La Guardia Civil tenía
ciertos indicios, pero nada se pudo probar.
Después de cierto tiempo
buscándola –y aunque el caso no estaba cerrado-, apareció el padre de la niña
en el fondo de un barranco, se había despeñado desde una altura de cincuenta
metros más o menos. Lo encontraron medio devorado por las alimañas del bosque.
Después de este suceso, la madre se fue de allí a la capital, Plasencia, donde
tenía a una hermana y demás familia. Cuando pregunté a las gentes del pueblo
sobre la mujer, todos ponían cara de tristeza, la señora Edelmira se había
quedado lela desde aquel día, se le fue la cabeza, la tuvieron que ingresar en
un centro de salud mental.
Te pasan muchas cosas por la
cabeza, y más después de haber conocido al pastor, un tipo huraño y con poca
educación que para más inri, paraba a menudo en la puerta de la casa a comer
mientras pastoreaba a las ovejas. Por lo que se ve, según me dijo la alcaldesa
del pueblo, el rebaño de ovejas que tiene el tal Palomo, –este es su apellido-,
se dio un festín con todo lo que había plantado en el huerto. Andaba diciendo
por el pueblo, que ya era hora que se muriese Gregorio, ese cacho de cabrón que
se acostaba con su hija. Esa fue una de las razones por las cuales lo detuvo la
policía, tenía cierta animosidad para con aquel padre de familia.
Ahora, de toda aquella casa,
quedaba solo una puerta vacía que llevaba a ninguna parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario