TABACO DE VERDAD.
A cuatro nos pillaron ese día por
la noche un par de padres, estábamos tan tranquilos fumándonos unos cigarrillos
de hierba de anís en la esquina de la farmacia de Fernando, y van y aparecen mi
padre y el de Pepe “El cigüeña”. “¿Qué pasa chavalines, que hacéis?”. Al volver
la cabeza –yo cagado de miedo, porque identifiqué la voz de mi padre al
instante-, los vimos a los dos de pié sujetándose las chaquetas, hacía un frio
de huevos, y un aire gélido que no te dejaba pensar.
Verlos y apagar los cigarrillos
contra el suelo pisándolos fue todo uno, pero claro, no estábamos acostumbrados
a estos sustos en nuestro rincón secreto, -hoy se diría, fumadero oficial, o
patio de humos, no lo sé-. Nos quemamos el uno al otro tratando de esconder los
cigarrillos, El cigüeña nos daba golpes a todos en las manos para que los
soltáramos, pero un par de ellos se guardaron los restos en el bolsillo del
pantalón, tontos del culo, eso fue peor todavía.
A dos se los llevó El Facha, así
lo llamaban porque había estado en la División Azul cuando la guerra, a los
otros dos, mi padre nos cogió del brazo y nos arrastro hasta la escalera donde
vivíamos, Luis mi amigo, vivía en el entresuelo con su madre, y su hermana
puta. Como quiera que fuese, que Gloria, estaba haciendo esquinas en el barrio chino, se
tuvo que levantar de la cama para abrir la puerta Gertrudis, la madre de Luís.
Mi padre la puso al corriente del asunto, y la mujer, que tenía las piernas hinchadas
como botas y caminaba con bastón, solo dijo
“Anda pasa hijo, tómate un Cola Cao caliente y vete a la cama, mañana
hablaremos”.
¡Qué suerte tener una madre tan
comprensiva oye!, a mí me habría gustado tener un padre así, yo sabía lo que me
esperaba.
Pues bien, me equivoqué, mi padre
no me puso la mano encima, al contrario, se me quedó mirando, me dio un cachete
en la cara y me elogió “Vaya vaya, así
que ya tenemos un hombrecito en casa ¿no es eso?”. “Si papá, mira que bola tengo –doblando el
brazo derecho y sacando bíceps-.” “Vaya,
¡pero si es verdad!, Blas estás hecho un hombre, cada día que pasa me doy más
cuenta, ¡como creces hijo!. Pues nada vamos a celebrarlo, nos tomamos una
copita de brandy y nos fumamos unos cigarritos”.
Cuidado señoras y señores, mi
padre fumaba ideales sin filtro en unas cajetillas que llevaban dos líneas de
diez cigarros. Aquello era la leche en vinagre, un día tiempo atrás, le robé
uno y no pude casi ni encenderlo, con la primera bocanada me parecía que me
moriría, casi salgo pidiendo socorro del “tancat”, un espacio que teníamos los
del barrio entre dos casas que estaba bloqueado con una pared de obra, para
guardar la madera de la hoguera de San Juan.
Pues nada, que allí nos tienes a
los dos en el comedor de casa, con dos copazos de Terry y una cajetilla de
tabaco. “Venga hombre fuma sin miedo, no
nos vamos a la cama hasta que nos acabemos el paquete, así que empieza”. “Pero… papá yo nunca he fumado…”. “¿Cómo que no?, bien te he visto con tus
amigos escondiéndote, fumando ¿o me vasa decir que es mentira?”.
Encendí uno cumpliendo órdenes,
me parecía que iba a sacar el primer Pelargón. Hasta mi madre se levantó de la
cama para ver qué pasaba, así me encontró en la mesa dando golpes sobre el
contrachapado “¿Qué fas Ricard?, aixó es
una bestiesa”. “Deixa dona així apendrá
a ser un home de debó”.
Me lo hizo terminar del todo con
penas y fatigas, no quería defraudar a mi padre. El brandy si que me lo terminé,
me fui a la cama con una torta de mucho cuidado, todo me daba vueltas, tardé no
sé cuánto en dormirme dando vueltas en la cama.
Al día siguiente por la noche
después de cenar, más de lo mismo. Creí que de esa noche no pasaría, entonces
le dije a mi padre muy seriamente “Papá
ya he captado el mensaje, no te preocupes, no me verás fumar jamás. Si acaso
cuando sea mayor y ya no viva aquí, pero mientras tanto, puedes estar seguro que
no deseo cuestionar tu autoridad, con ese botón de muestra me basta y me sobra”.
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