viernes, 16 de agosto de 2013

EL VERANO DE LA TORRE.

No es un verano cualquiera, es un martirio, como si te pusieran una bota malaya en los pies.
Es imposible, en verano el pueblo se transforma, pasa de ser un pequeño alfeñique, enclenque y escuchimizado, a ser una pequeña metrópolis, objetivo de turistas de medio mundo.
Esto hace que su población se triplique o cuadriplique, hay que tener en cuenta el gran surtido de urbanizaciones de alrededor, cada una de ellas con su propia clientela. No todos los que llegan tienen el mismo poder adquisitivo, eso hace, que muchos tengan pequeños apartamentos de apenas cuarenta metros cuadrados, donde vienen a veranear ocho o diez personas al mismo tiempo.
¡Imagínate tú el panorama…!, niños o mayores durmiendo por los suelos, sobre colchonetas de lona o de plástico, con el baño atestado de productos detergentes y cosméticos, además, y que no falten, los sprais antimosquitos, que los niños se levantan con unas picadas los pobrecillos, que parecen ecce homos los pobres. Pero después del cola cao de la mañana, los ves a todos en procesión por el pueblo, camino de la playa. Ya lo llevan todo puesto encima, hasta los flotadores en la cintura, y los padres con los parasoles y las neveras portátiles con la comida hecha en casa.
Esto lo digo porque gasto de restaurantes, nada de nada, si acaso los supermercados, que parece que hallan sido asaltados por una turba de gente. Eso sí, por la tarde, después de la siempre codiciada siesta, el pueblo se llena de gente, la gran mayoría paseantes, que llenan las calles peatonales y visitan las tiendas de los chinos, con el propósito de comprar cosas que nunca van a usar, o que solo podrán usar una sola vez.
¡No se te ocurra salir a estas horas a hacer tus compras, no, quieto en casa, más te vale!, si sales estás perdido, vuelves con un cabreo monumental, maldiciendo el día que se ocurrió venir a vivir aquí, a este bello y bonito pueblo, La Torre como decimos los vecinos, aunque en realidad su nombre es Torredembarra.
Los grandes supermercados hacen su agosto en vacaciones, pero lo que son los pequeños comercios, cada vez cierran más, es una pena, pero eso es lo que hace en sí mismo, pertenecer a un pueblo turístico, “el pez grande se come al chico”, siempre ha sido igual, desde que el mundo es mundo. Las grandes superficies estudian todas las posibilidades y las explotan al máximo, mi pueblo está muy bien comunicado, por carretera y por tren, incluso hay un aeropuerto a veinte minutos, en este sentido, todo son ventajas. Así pues en verano, vienen ingentes cantidades de gente buscando el descanso, aunque lo que para ellos es un descanso –merecido- para los pobladores de la Torre sea un pequeño martirio.
Luego, cuando llega septiembre la cosa cambia, y mucho, puedes aparcar donde quieras, compras sin dificultad alguna, en fin, que el pueblo es otra vez el pueblo de siempre.
Pero mientras esto llega, mi pueblo es la leche. Los tiempos cambian, y en La Torre no podíamos quedarnos aparte, somos modernos que leches, por eso la alcaldía ha aprobado hace poco, crear una zona de baño para nudistas, como en tantos otros lugares, desde el primer día se llenó de gente. Magnífico reclamo, para gentes venidas de todas partes, seguramente alguien se fijaría en El Languedoc de Francia, muy cerca de Valrrás Plage a tiro de piedra de Beziers, en el sudeste francés.
Algún día llegará a haber hasta centros comerciales donde podrás entrar en pelotas, al tiempo. Así, poco  a poco se va transformando este pueblo, inicialmente marinero y agrícola, que los de Baig a Mar, no pueden ni verse con los del pueblo alto, aunque tienen intereses comunes, el turismo.
Ya veis pues, que todo gira alrededor de opiniones, puntos de vista diferentes, y diferentes maneras de vivir. La Torre, un pueblo, que incluso tiene castillo, de los antiguos señores de Arnalte, fue sin duda alguna un antiguo baluarte, un lugar que conquistar, peleado por un puñado de soldados a las órdenes del conde, es ahora un pueblo conquistado por miles de turistas que han hecho de él, el objetivo de sus residencias, alemanes jubilados que han comprado casas por cuatro cuartos, familias que llegan todos los fines de semana desde la ciudad a pasar no tan solo el verano, los fines de semana también, queda a media hora de la gran ciudad.
No les importa tener que hacer caravana horas enteras, parados en carretera, eso no importa, lo vital es que necesitan decir a amigos y compañeros, que tienen un apartamento en Torredembarra. Consideran que es como decir, tengo un trocito de cielo que es de mi propiedad, en eso se ha convertido La Torre, en un lugar de especulación inmobiliaria, en un sitio, donde vale la pena dejarse la piel con el fin de tener propiedades.
¡Qué hermoso tuvo que ser en su tiempo, cuando el pueblo era realmente pueblo, y en el barrio de pescadores, salían todos los días a la mar a pescar con sus barcas!. Historia que solo se conserva en fotos de color sepia, cuando casi todo el mundo iba con boina, el sombrero de los pobres. Así me gusta recordar a La Torre, allí me veo jugando al aro, recorriendo las calles sin asfaltar, y subiéndome sobre los carros que llegaban por la tarde de las viñas y huertas.
Aquel sí que era mi pueblo, hoy todo aquello desapareció, incluso parte de las magníficas rocas costeras que te llevaban a la playa del Cañadell, los especuladores las han destruido en pos de la edificación del puerto deportivo, se han comido cien metros de playa y roquedal con ese fin.
Desgraciadas obras que han causado heridas irreparables en el entorno, que han esquilmado la naturaleza y han convertido un precioso pueblo, en un adefesio.


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