Es miércoles por la mañana, como
siempre a eso de las ocho salgo a la calle, hace un día espléndido, es otoño
pero en la costa todavía parece que sea verano, donde vivo, un pequeño pueblo
de pescadores, se crea una especie de microclima, es como si viviéramos en otro
planeta a veces.
Me dirijo a la lonja, haber sido
pescador, produce una especie de imán con la gente del mar. Desde lejos me
saluda alzando el bastón Germán, es el mejor amigo que he tenido jamás, nos
debemos la vida mutuamente, el me salvó de morir ahogado hace ya de eso muchos
años, se tiró al mar a rescatarme, cuando faenábamos juntos en la misma
embarcación, por mi parte, le hice el boca a boca en una ocasión que lo
acercaron a la orilla, cuando ya todo el mundo lo daba por muerto.
“¿Qué tal chico como estás, se ha
solucionado el problema en tu casa con tu hijo y su mujer?.
“Ahí andan discutiendo el asunto,
es mala cosa meterse en problemas de pareja. Pero si de mí dependiera, ya la
habría dejado, han sido dos años los que ha estado entendiéndose con ese
canalla del banco…
“Hombre si no la deja será porque
la quiere todavía Germán, a veces cuesta dios y ayuda tomar una decisión.
“Ya, si yo lo entiendo, pero el
asunto es el niño, que ni siquiera está seguro mi hijo que sea de él.
“Si señor esto es más jodido, es
una putada, oye ¿tú crees que se parece el crío a ese mostrenco del banco?.
“No te podría decir, lo que si te
digo, es que yo le sacaba a ese cabrón la verdad a bastonazos.
“Que no sea dicho Germán, si
quieres yo te acompaño. Por vosotros hago lo que haga falta, ya lo sabes.
“Gracias Sebastián pero eso creo
que sería asunto de mi hijo, o de su mujer que es la que debe saberlo de
verdad, digo yo. Para el tiempo que se quedó en estado, Justino estaba
embarcado en el Martín Pueyo, y estuvo tres meses, o sea que… ya me dirás.
“A lo mejor fue un polvo exprés,
perdona esta broma esta fuera de lugar.
“No si no me ofendo, ¡anda que no
hemos hablado de este asunto Bernardina y yo!, lo que pasa, es que mi mujer
está chocha perdida con el crío, no lo puede evitar. La otra se viste por la
mañana, coge el coche y se va hasta el mediodía, hasta la hora de comer. Más le
valdría dar de mamar a Jorjito, teta no le falta, pero se puso no sé qué
inyección porque dice que no quería estropeárselas dando de mamar, ¡la madre
que la parió…!.
“¡Que diferentes eran nuestros
tiempos he Germán!, bueno, tú tienes tres años más que yo, deberías acordarte
de cuando yo mamaba no?.
“Y tanto chaval, además, que tu
madre era una fuente, tenía que ponerse una nube de algodones en las tetas para
no regarse toda entera cuando tenía las subidas de leche. Así saliste tú de
templado, que a los tres años andabas dando de hostias a todos los críos del
pueblo de tu edad. No sé de donde sacaste tan mala leche, porque tu padre aseguraba
que era buenísima, ¡el mamón…!, que dios lo tenga en su gloria, vaya pedazo de
buen hombre ese…, en mi casa lo adoraban. ¿Sabías que mi padre le pidió una chalupa que casi no usaba,
y que se la regaló para que se pudiera establecer por cuenta propia?.
“No, no sabía nada, joder ¿es que
era un secreto o qué?, a buenas horas me entero yo de esto.
“Casi, mi padre dijo que si
alguien preguntaba, que dijéramos que trabajaba para él. “Al que diga otra cosa
le parto el alma”, así de grande tenía el corazón don Zeferino. Un día volvió a
la playa con la barca llena de merluzas pescadas a palangre, tu padre mandó
llamar al fotógrafo para que le hiciera una foto, anda que no estaba orgulloso
mi padre al lado de la barca con toda la pesca a la vista.
“Hay que joderse que uno se tenga
que enterarse de esas cosas, a esta edad. De lo que si me acuerdo, es de que
muchas veces, pagaba en las tiendas con pescado, de eso si que me acuerdo.
“Ya te digo, un gran hombre era
tu padre, con un corazón, que no le cabía en el pecho.
“Cuando fui un poco mayor, con
ocho o nueve años recuerdo, que me hacía subirme a la cabina de mando, para
lustrar a la virgen del Carmen que llevaba allí, sujeta en un soporte metálico.
“Pues no es que fuera demasiado
religioso el hombre, cuando veía al párroco del pueblo siempre lo evitaba. En
una ocasión, con motivo del santo de la virgen, se acercó don Marcial a
bendecir a las barcas que salían a la mar, pasó al lado del barco de tu padre
para bendecirlo con el hisopo de agua bendita, lo cogió del brazo y por lo bajo
le dijo: “Déjese de memeces que soy íntimo amigo de Neptuno, haber si va a
meterse en problemas”. No veas, don Marcial salió por pies de delante del barco
de tu padre, a los demás les dio solo un saludo y se fue, creo que le metió el
miedo en el cuerpo.
Los dos rieron a gusto con esta
anécdota, apuraron la barrecha que tenían delante y se pidieron otra. A la mesa
se acercó Matías, otro pescador retirado alto como un pino “Que de cachondeo como cada día no?. Germán más
te valdría devolverme el dinero que mi padre le prestó a tuyo, andamos en
tiempos de crisis.
“Mira, como no te vayas de aquí
ahora mismo te rompo el bastón en la capirota esta que tienes por cabeza
cabrón, sabes de sobras y de restos que este asunto quedó zanjado hace años,
ahora bien, si vienes aquí a molestar porque eres un amargado de la vida, te lo
puedo solucionar en un instante. Venga largo de aquí que estamos de fiesta.
“¿A qué viene esto Germán, porqué
dejas que te hable así delante de todo el mundo?.
“Pues porque este es un gallo sin
plumas hombre, mira que rápido se ha largado. Algún día te contaré lo que pasó,
te quedarás de piedra.
“Oye, ¿vamos a ir a hablar con el
banquero o no?, le tengo unas ganas…
Cuando iban los dos por la calle,
se erguían como palos, con ayuda del bastón, pero derechitos como velas cuando
sopla levante. Parecían soldados recién licenciados, y vaya si lo estaban.
Llegaron a la puerta del banco y a través de la cristalera, vieron a Adolfo el
amante de la nuera de Germán en su mesa, con el ordenador, haciendo algo,
entraron. Cando Adolfo los vio se levantó de inmediato para meterse dentro de
las dependencias.
“He tú, ven para acá que tengo
que hablar contigo.
Adolfo se señaló a sí mismo como
preguntando si era con él con quién querían hablar.
“Si hombre tú, estirado que eso
es lo que eres, un estirado con traje y corbata. –Habían dos personas solo en
el banco-. Vamos a ver, ¿tú aprecias la cabeza que llevas sobre los hombros?,
porque si así es, quiero que sepas, que los encuentros que tienes con mi nuera
se han terminado, ¿lo has entendido cara de culo?. Soy viejo pero no soy
idiota, ni mi amigo tampoco, ¿lo conoces verdad?, vale, pues a partir de ahora
te estaremos vigilando, de noche y de día, la vez que os cacemos ya estás listo,
el mar es muy grande y todavía tenemos barcos a nuestro servicio.
Adolfo con la voz trémula: “Oiga,
que yo no he hecho nada que su nuera no quisiera señor Germán.
“¿Has oído Sebastián? sabe mi
nombre. Pues si lo sabes sabrás también que somos capaces de hacerte desaparecer
con chasquido de dedos, así, -ilustró con los recios dedos de marinero lo que
quería decir-, este problema lo doy por zanjado ¿sí o sí?.
“Claro, lo que usted diga señor
Germán, este asunto está solucionado, palabra de honor.
“Más te vale chaval –apuntó
Sebastián-, no sabes quién es este hombre cuando se cabrea. Hazle caso o serás
pasto de los peces, te lo aseguro.
“Cuando salieron del banco, con
la palabra de que no habría más encuentros entre Bernardina y él, se fueron a
comer un escabeche de sardinas a la taberna de El Asturiano. Para cuando Germán
volvió a casa y Sebastián a la suya, las cosas habían cobrado otro cariz,
Bernardina se había ido de casa, en un par de horas hizo las maletas y dejó a
Jorjito con los abuelos “Ya tendrás noticias de mis abogados”, fue lo último
que dijo al marcharse de casa con Justino –el marido-, rogándole que no lo
hiciera.
Aquel asunto pintaba muy mal, de
manera que contra la voluntad de la abuela, Germán salió de la casa con el niño
en brazos, gritaba por la calle llamando la atención de los pobladores, “¡He tú
que te dejas a tu hijo!, no lo abandones mala mujer, por lo menos ten un poco
de dignidad y llévatelo contigo, eres tú quién lo has parido, ¿quieres que se
crie sin madre, es eso lo que quieres?. Luego cuando te salga de la almeja
vendrás a llevártelo ¿no?”.
Así fueron hasta la parada del
autobús, finalmente Bernardina cogió al crío y se lo llevó consigo. Al volver a
su casa, Germán se encontró con un panorama conmovedor pero a la vez hostil.
Los dos madre e hijo lo miraban como si él fuera el culpable de aquella
situación.
“Dar gracias a que hecho esto por
vosotros, más tarde o más temprano, Bernardina hubiera vuelto por el niño, no
os quiero ni contar lo que hubiera supuesto esto para todos. Las madres son las
madres, y ante eso cualquier juez habría fallado a favor de Bernardina, lo
siento pero, creo que he hecho lo correcto. No te merece esta chica Justino,
pronto encontrarás a una mujer que te quiera de verdad, ¡si la vida es muy
larga…!
En cuanto se corrió la voz por el
pueblo, Sebastián se reunió con su amigo.
“Chico que desastre, he venido
para ver en qué puedo ayudar, si es que puedo. ¿Cómo está Justino?.
“Pues mal, ¡cómo va a estar!,
pero es lo que yo le digo, dentro de cuatro días esta se presenta otra vez
aquí, o lamentando todo lo que ha hecho, o reclamando al niño si se hubiera
quedado con nosotros. Yo creo, y sabes que en estas cosas no suelo equivocarme,
que esta muchacha ha sido siempre una casquivana, quiere probar cosas nuevas,
una vida nueva.
“Ya te entiendo, quieres decir
que en cuanto se cansara de andorrear por ahí volvería pidiendo perdón, y tu
hijo como es un santo, se lo perdonaría todo. Mientras, los abuelos a apechugar
con la crianza de Jorjito.
“Pues eso, justamente lo que les
he dicho yo a los dos, porque Conchita no me habla tampoco, pero se le pasará
en cuanto pasen dos días. Ay que entender que ha sido ella hasta ahora la que
lo ha estado criando y cuidando de él.
Ambos se cogieron por el hombro
en el porche de la casa, como cuando regresaban de un duro día de pesca. Se
miraron y se sonrieron mutuamente, se reconocían como hijos del mar que eran.
Por un impulso mutuo, se alejaron de la casa y se sentaron en un banco del
paseo frente al mar.
“Que día más tranquilo hace hoy,
me gustaría salir a la mar a faenar.
“Y que lo digas Germán, daría lo
que me queda de vida, por unas cuantas salidas y lanzar las redes por la popa,
esperando, oliendo la brisa marina y esperando a que la sardina apareciera
dentro de las redes.
“Joder tío, ¡qué tiempos aquellos!,
ya no volverán, pero ya los hemos vivido, que hostias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario