viernes, 23 de agosto de 2013

RACIONAMIENTO.

Todo está racionado, desde el pan hasta las lechugas, desde los zapatos hasta los calzoncillos. Todo, sin excepción, y creo que irá a más, porque cada vez más usamos las cosas, sin afán de conservarlas.
Hasta el cariño y la comprensión se raciona, cada vez más se compra y se vende, y bien barata por cierto. Esta noche te quiero, a la mañana siguiente no. Estoy contigo porque te quiero, pero de golpe, te he dejado de querer.
Es como una ola gigante que sube de golpe y luego, soltando toda su rabia a manera de espuma, arrasa con lo que has intentado mantener durante media vida. Así es como funciona hoy casi todo, como el dinero de plástico, las tarjetas de crédito que metes confiadamente en un cajero, sabiendo que tienes fondos, y no te da lo que pides, hasta en ocasiones, sin saber porqué, el cajero metálico se la traga y no te la devuelve.
Estamos racionados porque estamos controlados, no es un control cualquiera, es un control absoluto, total, que hace sentir miedo, y la razón es bien sabida, conocida por todos, por razones que convienen al estado, se nos interviene hasta el último céntimo que gastamos. El gobierno sabe, que si ganas cien no puedes gastar cieno veinte, es imposible, a menos que tengas algún chanchullo, que de ser así, lo sabe en un abrir y cerrar de ojos.
Por eso estamos racionados, la hacienda pública, un lugar donde trabajan cientos de personas y otros tantos están tocándose los huevos ocho horas al día, controla cual si fuera un titiritero, las cuerdas de nuestros movimientos. Siempre hay márgenes razonables para establecer promedios, pero si por alguna razón nos apartamos de ellos, recibimos de una mano invisible un guantazo, que nos deshace los huesos. Estamos vigilados, y aunque lo sabemos a ciencia cierta, todavía en ocasiones, nos vemos capaces de ser atrevidos  y pensar en nuestro interior, que somos capaces de engañar a esta maquinaria perfecta.
No sé vosotros, pero en ocasiones, me vienen ganas de irme a vivir a la punta de una montaña, lejos de todos y de todo, debe de ser cojonudo vivir así, sin dinero, sin nadie que te diga cuando levantarse o acostarse, cuando comer o no, cuando cagar o dejar de hacerlo.
Porque aquí abajo, donde residimos, estamos bien jodidos, otros a quienes no conocemos, a quienes no podemos poner cara a menudo, nos echan de los trabajos sin explicación alguna, nos pagan lo que quieren, y lo más grave, nadie agradece nuestro esfuerzo. Si por lo menos te dijeran: “Mira mañana ya no vengas, pero te agradezco tu dedicación y esfuerzo, lo has hecho muy bien”. Hombre, jode porque es así, pero por lo menos, no te quedaría este mal sabor de boca de saber si te han echado a la puta calle porque lo has hecho mal, o porque las circunstancias de la empresa lo mandan. “Oye, que sepas que en cuanto haya una plaza libre te llamaremos”. De coña, por lo menos tienes algo positivo que contar cuando llegas a tu casa, de  la otra forma, te hace el efecto de ser un estorbo, más que un trabajador como dios manda.
Aun así, racionados de esta manera, el ser humano se defiende, sale a la calle y gasta, se divierte, lucha por sobrevivir, es lo último que podemos hacer, sin tener necesariamente que pagar impuestos. Por ejemplo coger la bicicleta, y pasar el día en la playa con un par de cervezas, y dos bocadillos de mortadela.
Todo lo que se salga de estos parámetros, está racionado, y con racionado quiero decir también, oportunamente limpiado, filtrado, censurado. Ya no se puede uno creer ni la prensa que lee, ni las informaciones que ve en televisión, ni las estadísticas económicas. Esto está racionado, estos medios están comprados de un modo u otro para que se den las informaciones que a unos y otros les convienen.
Mis abuelos me decían –ya están muertos los pobres-, que cuando la posguerra  estaba todo racionado, tenías que ir con una cartilla a buscar los alimentos, fuera lo que fuere. Hoy las colas están en las oficinas de desempleo, en algunos casos dan la vuelta a la manzana del bloque de casas donde están instaladas. A estos no se les da de comer, no llevan una cartilla de racionamiento que les indique hasta qué punto pueden o no pedir determinados productos, llevan la cartilla de desempleado, y tienen que presentarse, porque si no les quitan los cuatro chavos que el gobierno por caridad les da.
Vaya una mierda, cuando una nación está racionada, deberían estarlo primero sus líderes, de otra forma, mal rollo, la gente se ausenta de la política y la madre que los parió a todos. Los señores diputados con sus trajes de corte italiano, las señoras con sus vestidos de Carolina Herrera, Oscar de la Renta, Cristian Dior, Valentino…, por nombrar a cuatro solamente. Mientras tanto, la gente de la gleba va a los comedores sociales a pedir de comer, a los bancos de alimentos, nos vemos en almacenes de ropa usada cuando cambia la temporada, a pedir por lo menos para los niños algo que ponerse.  ¡¡Qué vergüenza!!.
¿Quién raciona a estos garrulos?, ellos mismos, ahí está el quit de la cuestión, he, y ¡sin remordimientos de clase alguna que van por la vida!.
Pero… ya te puedes quejar, ya puedes manifestarte cada día del mundo, la gente de a pie sufriendo y ellos hablando en el parlamento que si esto no es así, que si aquello tiene que cambiar…, todos estos no racionados son los que imponen las reglas, la razón es bien sencilla, tienen la sartén por el mango, y el mango también.



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