Es una tarde, en la que ni las
tormentas encuentran su lugar, no es fría pero sin embargo inconveniente, se
intuye que algo va a pasar en el cielo, pero nadie podría definir que va a ser.
Las gentes del pequeño pueblo de
pescadores, están acostumbrados a que el levante golpee con furia sus ventanas,
como si quisiera entrar en las casas de forma maleducada, sin siquiera llamar a
la puerta como todo el mundo hace.
Los más viejos del lugar, gentes
con grandes cicatrices que el mar les ha concedido a manera de medallas, se
recogen en sus casas. No hablan, no comentan nada de lo que se avecina, huelen
algo extraño en el ambiente, pero el mar no les ha hecho profetas, solo les ha
dado experiencia.
Es media tarde, el sol se pone de
forma extraña, pero deja una extraña luz sobre las aguas del puerto de
pescadores. Súbitamente, se forma una especie de remolino en el mar, a una
milla de distancia frente a la playa, Prudencio observa detrás de los cristales
ese fenómeno extraño, un gran cono de agua sube del mar, se eleva diez metros
sobre las aguas.
El hombre queda pasmado, jamás ha
visto cosa igual en su larga vida, apoyado en el bastón tensa sus dedos sobre
la madera de avellano, abraza sus propios dedos, es toda su protección en ese
instante. El remolino va cobrando forma, del agua, aparece una bellísima sirena,
adornada con una amplia falda de perlas y corales rojos. Ahora Prudencio frota
sus ojos, eso es imposible, jamás se vio cosa igual, lo que ve es fruto de su
imaginación piensa para si mismo.
La hermosa mujer, con los
cabellos llenos de las más extrañas algas va acercándose a la orilla de la
playa, cuando llega allí, se transforma, el sol comienza a lucir poco a poco,
al final, sale del agua la mujer desnuda pero vestida de mar, en el brazo
derecho luce un pequeño cetro hecho de las más exquisitas caracolas,
relucientes tesoros que el mar ha tenido escondidos en sus entrañas. Camina
sobre la arena sin dejar huella alguna, se acerca entre las barcas de pesca.
El viejo lobo de mar, sale de su
casa, no sabe a ciencia cierta qué hacer, baja por la pequeña cuesta, que lleva
a la pequeña plaza que hay delante de la cofradía de pescadores, se sienta en
uno de los bancos de siempre, espera.
La hermosa mujer se acerca a él,
se sienta a su lado. “¿Qué hay Prudencio, se da buena pesa en este pueblo?”. Él
no sabe que contestar, tiene miedo, no se digna mirarla a los ojos. Finalmente,
cree que es su deber devolver el saludo “Hace
tiempo que no sé nada de esto señora, a mí se me terminó salir al mar, solo si
volviera a él sabría decirle”.
Huele a mar a su alrededor, un
olor intenso, perfume de los fondos marinos, “Si tu quieres te lo puedo
enseñar, hay unas riquezas allí, a lo lejos, que jamás has imaginado que
existen”. Prudencio la mira y contempla con estupor los más bellos ojos que
jamás halla visto, son ojos de mar intenso, de un color indefinible, grandes
para aquel pálido rostro.
Se levantan ambos del banco, ella
dándole la mano, lo acompaña a su reino, ella y Prudencio salen a la mar,
juntos, deja el bastón, apoyado en el asiento que antes ocupara. Ambos entran
en las aguas, esta vez Prudencio no parece tener miedo alguno, va confiado, con
determinación pisa las arenas donde rompen las olas.
Ella, esta especie de diosa,
desaparece antes que él entre las aguas, Prudencio es alto. Los marineros comienzan
a salir de sus casas, han de salir a faenar, como siempre, como manda la
tradición y el bolsillo.
Unos encendiendo sus pipas, otros
con sus cigarrillos liados a mano, otros, los armadores de las barcas, dando
instrucciones de adonde tienen que ir hoy. Dos de ellos que van hablando sobre
los problemas de la vida, pasan junto al banco donde estuvo sentado Prudencio.
Un tanto, extrañados, ven el bastón del viejo lobo de mar, inconfundible,
porque está retorcido el mango, lo hizo él mismo con una vara de avellano
verde. A su lado, aprecian un extraño elemento, un cetro hecho de caracolas y
corales, se preguntan qué puede ser aquello, lo cogen del banco, extrañados
todos –ya se ha hecho un círculo de pescadores alrededor del banco-, se preocupan,
mandan a gente a buscar a Prudencio en su casa, nadie lo encuentra, la puerta
de su casa está abierta de par en par.
Saltan las alarmas, todos se
ponen a buscar a Prudencio, lo cierto es, que sin él, el pueblo pierde buena
parte de su encanto natural, forma parte del paisaje, como la pequeña rambla
donde se vende el pescado, Prudencio es como el olmo casi milenario que está
frente a la iglesia, rodeado por un gran banco de madera circular que lo
abraza.
Durante ese fenómeno marítimo
nadie ha visto nada, pero hay evidencias de que estuvo ahí, su bastón y el extraño
elemento que lo acompaña, el cetro, lo confirman.
Unos dicen, que aquel cetro ya lo
tenía en casa y quizás se suicidó en el mar, dejando constancia de ello. Los
guardacostas no dieron con su cuerpo jamás. Otros, arguyen que se cansó de
vivir solo, que el perder a sus dos hijos en la mar, y luego, ver morir a su
esposa de pena, lo ha llevado a otros pagos.
No hay nada que confirme que nada
de esto sea verdad ni mentira. Prudencio, para los más imaginativos, se fue de
viaje, con una sirena transformada en mujer.
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