domingo, 4 de agosto de 2013

LECHE MALA, MALA LECHE.

¡Que fácilmente puede llegar a confundirse esta expresión, esta corta frase!. Para nadie es desconocido que se tratan de cosas diferentes, pero aun así guardan una relación directa por similitud de palabras. De hecho, son las mismas, pero evidentemente invertidas y por ello cobran especial relevancia en su dicción.
Mi padre solía usar la expresión: “Pobre hombre, déjalo, ya tiene bastante desgracia de ser lo que es, es mucho mejor ser un hombre pobre que alguien como él”.
En cierto modo y con el paso de los años, ha resultado que soy un pobre hombre, y además con muy mala leche, imagino que los que están a mí alrededor, sufren en silencio las consecuencias de este ácido carácter, mío. Me he convertido en una especie de caracol replegado siempre dentro de su carcasa, no me gusta siquiera pasear por los lugares, que antes eran el objeto de mis salidas a la calle.
Tengo la casa hecha un desastre, no sé siquiera lo que como, porque sencillamente, no tengo hora para comer, ni siquiera para dormir, pero me gusta vivir así. No es lo conveniente pero prefiero esa clase de vida, antes de estallar en un ataque de mala leche y montar en cólera contra quién no lo merece.
El balcón de mi casa, mis libros, mi ordenador, mis apuntes y delirios son lo único que se me hace cercano, todo lo demás es un horizonte lejano del que huyo continuamente. Un Robinsón que sobrevive entre la muchedumbre y el ruido de la ciudad, sin ganas de acercarme a ella. No me gusta que me manden, que organicen mi vida, perdería todo su encanto la vida si fuera así.
Miro a mi alrededor y cuando llegan amigos a casa, me cuesta abrirles la puerta, ¿y si no los conozco, y si vienen solo a incordiar a curiosear mis cosas o mi vida?, tengo familia no debo tratarlos así, no lo merecen, aun así, no puedo evitar ignorarlos cuando pasan más allá del recibidor del piso. Mi mujer que me conoce bien sale en mi auxilio, evita que la conversación derive hacia mí, sabe que mi carácter es susceptible de ser alterado por cualquier tontería que diga alguien.
Soy intratable, en definitiva un misógino, quizás sea  una persona fóbica a la gente, si, debe ser eso, debo de ser un fóbico social, me pongo my nervioso cuando tengo que hablar con la gente, sudo profusamente y hasta siento angustia, nauseas si ese periodo de tiempo se prolonga. Soy de los de hola y adiós, no me interesa demasiado lo que tenga que decir mi interlocutor. Algún amigo o familia que me llama la atención a mi conducta lo escucho, pero no pasa de ser oír, una breve música incomprensible para mi mente. Mientras tanto, me analizo, quiero saber que hago mal o que hacen mal los otros, ja… no llego a conclusión alguna.
Lamento que mi perro, se haya convertido en un ser como yo, normalmente debería andar por la casa, a no digo ladrar continuamente para manifestar que existe, eso sería demasiado, pero si ser un perro alegre. Pues bien, solo se mueve cuando yo me muevo, se echa a mis pies cuando me siento, y cuando me acuesto, allí está él a mi lado, no quiero pensar que me vigila, no debe de ser eso, solo es un perro aburrido como su dueño, que salta y corre cuando se le saca de paseo, entonces quema energía a toda máquina, solo para volver a echarse a mi lado cuando regresa a casa.
Esta mañana, he ido a beber un vaso de leche, en cuanto he destapado la botella me he dado cuenta de que estaba mala, mi esposa ha tomado buena nota de ello y cuando ha salido a comprar ha traído leche fresca. Leche mala, eso es lo que me hubiera metido en el cuerpo, además de la mala leche que llevo encima desde hace ya no sé cuánto. Me medico para aplacar esta disfunción que tengo en la mente, pero no sé hasta qué punto es efectiva, es como una maldita condena, que imagino debo llevar hasta que muera.
Tengo otra familia, hermano y hermana, pero tienen sus propios problemas, me gustaría que llamaran por teléfono de vez en cuando, al fin y al cabo llevamos la misma sangre, yo he desistido de llamarlos, siempre contestan lo mismo “No te preocupes que dentro de un par de días te llamo para quedar”, y es cierto, todo queda pero en el aire. Es posible que sea un egoísta, que reclame su atención, reconozco que pueda ser ese el caso, pero yo no puedo conducir, y cuando les digo esto me insisten en que no me preocupe, que es su obligación hacia mí, que soy yo quién está enfermo.
¿Será que consideran que tengo muy mala leche para merecer sus visitas, si así es, por qué no me lo dicen?. Los médicos coinciden en el hecho, de que mi cerebro se está depauperando rápidamente, las facultades cognitivas normales están alteradas, a consecuencia de accidentes y caídas, en las que se ha vuelto implicada la cabeza. Mi cabeza ha sido durante años para mi desgracia el parachoques de mi carrocería, no hubiera querido que esto fuera así pero ¡que se le va a hacer…!.
¿Qué todo esto no justifica como soy?, de acuerdo, ¿Qué parece que lo utilice como pretexto para esta ausencia total que tengo del mundo exterior?, también. Pero poco honrado negar la evidencia, todo esto y algún gen heredado que hace que tenga ese comportamiento ahora, deben ser quizá, el motivo de tanta desatención o desinterés por los demás. Pues bien, me conformo, que remedio queda…, pero eso no quita, que nadie tenga el derecho de organizarme la vida, de eso nada.
Que todo esto me haya llevado a que continuamente tenga mala leche, pues sí, pero no voy jodiendo a nadie, y si alguien no puede vivir a mi  lado, hablamos y tratamos de poner solución, pero que tenga que cambiar, nasti de nasti. Ahora sí que estamos en una vía muerta, podría poner condiciones yo también, y sin embargo no las pongo, solo quiero que me dejen tranquilo. La gente cree que debo cambiar yo, yo soy el enfermo, pues bien, si todos y cada uno de los que quieren cambiar mis estatutos y reglas, fueran a un sicólogo, a lo mejor saldrían de allí sin argumentos que dar, ni a mí ni a nadie.
¿A quién no se le va la pinza?, a todos de una forma u otra. Eso significa mucho, todos debemos revisar nuestros esquemas de vida, hacer retoques, modificar comportamientos, y digo todos sin excepción. Cada cual tiene su propia filosofía de la vida, cada cual escoge como vivir, que hacer, como vestir y con quién o no quiere tener tratos, ¿acaso soy una excepción?, va a ser que no.
Es por esa razón, que a menudo tenemos estallidos de mala leche, porque no paran de tocarnos las pelotas, critican a tus espaldas, hacen buena cara cuando estás cerca de ellos, solo para que cuando te das la vuelta, te la claven doblada. ¿Hay razón entonces para que te coja mala leche o no?. Pues sí, pero tienes que aguantarte y seguir como puedes. Estoy muy, pero que muy cabreado, encima esta mañana he ido al frigorífico a coger la botella de leche fresca y resulta que estaba echada a perder, pero… ¿qué mierda pasa con esta leche? –le pregunto a mi mujer-.
Pues que si no te la bebes dentro de un plazo razonable se echa a perder tonto del culo.
A saber lo que es la leche, le deben echar polvos o ves a saber tú, le dan gustito para que la gente la compre, pero seguro que leche de verdad no es. Me acuerdo de unas vacaciones que hicimos una vez en un pueblo cerca de Viella, íbamos a buscar la leche a la vaquería, ¡que leche!, la hervías y cuando se enfriaba, dejaba encima una capa de nata que me comía con una cuchara, aquello sí que era leche, por la tarde, me quedaba en la ventana de la cocina viendo volver a las vacas solas de los pastos altos, cada cual sabía dónde tenía que entrar, eran como los perrillos amaestrados, que pasada.
Pero imagino que, a una persona como yo, un fóbico social, ya está bien que le pasen estas cosas, si quiero beber leche de la buena tengo que salir a buscarla yo, y no hacerle siempre el encargo a mi mujer. Bastante tiene ya con hacer la vida que hace, atenderme a mí porque le da pena dejarme y además, estar pendiente de su marido y sus hijos. Yo le digo que se olvide de mí, pero no hace caso, ahí la tienes tres o cuatro veces por semana, viniendo a casa a poner orden, hacer lavadoras, fregar y cosas por el estilo.
Oye bonita, no hace falta que vengas, de verdad, ya me arreglo solo, ¿no te das cuenta que no sé agradecértelo?.
Me da igual, te quiero, eres la única persona en toda mi vida que me ha enseñado a reflexionar, a pensar, el único ser con el que podido mantener una conversación edificante, hasta que no oiga de tus labios que no quieres que venga, que te devuelva las llaves, seguiré viniendo.
Bueno, pues que así sea, dejemos que el tiempo diga la última palabra. El tiempo habla, o se queda en silencio y sigue su camino, basta que tuviéramos esta conversación la última vez, para que haga que no la veo desde hace dos semanas. Tengo toda la casa patas arriba, parece que se haya hecho la guerra en mi piso, y ella no aparece. Hicimos un trato cuando nos conocimos, ella me daría un nombre para que la llamara, María, pero no me daría más datos, ni números de teléfono, ni dirección, nada de nada.
No quiero que sepas más cosas de mí que puedan comprometerte, yo vendré a verte, tendré tus llaves siempre a buen recaudo, pero nada más. No me preguntes donde vivo porque no te lo diré, ni como es mi vida, solo si aceptas esta condiciones vendré a verte.
Me cago en la leche, ¿qué es lo que le habrá pasado?, se habrá cansado de venir a tratar con un loco, seguro, o puede que su marido la haya seguido un día, no sé, me hace falta su presencia como el reloj que tengo colgado en la cocina, ¿habrá tenido un accidente?. Ahora sí que estoy un poco desesperado sin saber nada de ella, pero ¿dónde la busco?, no voy a salir a la ciudad a preguntar por ella, ¿cuántas Marías debe de haber en la ciudad?. Además ese no es su nombre, es un seudónimo que me dio para que solo yo la llamara por ese nombre.
Eso me  obliga a hacer las compras por internet, todo lo hago desde el ordenador, compro comida y ropa, zapatos, aparatos domésticos, todo. Ella sabe que no piso la calle así venga el apocalipsis. Esta mañana han llamado al timbre de casa, es una cartera, trae una carta certificada para mí, firmo en el libro de registro y entro en casa inquieto, cuando la abro me encuentro con una tarjeta postal con una vista del monte Everest, en el dorso está escrito: “Te quiero, me has llevado a las más altas cimas del mundo, nunca te olvidaré, te quiere María”.







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