LÁGRIMAS VERDES
Han
sido días de mucho trasiego, tener que preparar un funeral es peor que preparar
la boda de un príncipe. De hecho no existe comparación alguna entre un
acontecimiento y otro, nada que ver, sin embargo hay algo en lo que sí se
parecen; en la presión que se exige de los protagonistas, en el caso del
funeral no, por supuesto, al difunto no se le pide nada salvo que haga acto de
presencia. Aun así, en ambos acontecimientos, hay mucho desgaste emocional, a
veces hasta sentimental y todo. En casos concretos, por ejemplo el de una amiga
mía que se ha casado hace poco más de un mes, llevaban cinco años de novios, se
nos acercó al ir a entrar a la iglesia, yo estoy saliendo con su hermana, y se
nos puso a llorar como una tonta, temblaba como una hoja, su hermana le sujetó
unos instantes el ramo, de otro modo se le hubiera caído al suelo.
Americanadas, pero que es en serio oye, que allí las cosas las llevan a estos
límites y hasta más lejos y todo. En América si has asistido a una boda, tienes
que haber ido a un funeral.
¡Que
lujazo de fiesta montan algunos para atraer a la gente a sus casas! A
diferencia de una boda que previamente está limitada a determinadas personas,
en un funeral no, allí la gente va desfilando a medida que sus asuntos se lo permiten,
o simplemente para cumplir. En una ocasión en la que murió un jefazo de la
consultoría para la que trabajaba, oí a mis espaldas a dos que hablaban y uno
le decía al otro… “Menos mal que tendremos un poco más de margen con este
cabrón muerto, ¿sabes que mañana tenemos junta general? Si ya me lo han dicho, en lo que a mí se refiere
no pienso abrir la boca”.
Muy
al margen de toda esta gente, está la parte que siente de verdad, tanto en el
funeral como en las bodas, gente llegada de lejos, que probablemente lleven años
sin ver al finado, viven en el otro extremo de los Estados Unidos, con una
diferencia horaria de seis horas y media, que llegan desconsolados, abatidos,
apenados profundamente por el suceso. En el caso de las bodas también es lo mismo,
se derraman muchas lágrimas, todas ellas encierran un sentimiento de pérdida,
de pesar, porque ya nada, va a volver a ser igual que antes. Esposas que no
verán a su marido, sentado en el sillón de orejas, fumando en pipa y leyendo
alguno de los grandes volúmenes de su amplia biblioteca. Hijos y nietos que no
volverán a tener la oportunidad de pedirle al padre un coche nuevo o una nieta que
ya no podrá acudir a su abuelo en busca de auxilio, nadie la comprende, sus
padres se están divorciando, le da miedo decirle a nadie salvo a su abuelo lo
que siente por las mujeres, que aborrece a los hombres, que solo había un solo
hombre bueno sobre la tierra, él, su abuelo que acaba de morir.
Los
recién casados pronto se descasarán, se derramarán más lágrimas verdes, si antes
eran de color claro, ahora son verde oscuro, el tiempo ha hecho que ya no tengan
el mismo sentido, que nada tenga ya el mismo equilibrio, cada lágrima que cae al
frio suelo, se transforma en una realidad que si la pisas, te lacera la piel y
sin embargo no sientes nada, duele el llanto, cada lágrima que sale de nuestros
ojos, nos raspa el cerebro, parece que con cada gota que sale haciendo este
dispar recorrido hasta llegar al suelo, perdamos la fuerza que en algún momento
nos hará falta, será imprescindible, para enfrentarnos a otros desafíos a los
que tendremos que enfrentarnos con discernimiento, con buen juicio.
Sí,
las lágrimas tienen colores, todas y cada una de ellas, tiene el color que cada
cual le quiera dar. El efecto que causan a nuestro alrededor, es frecuentemente
demoledor, otras constructivo, pero eso sí, siempre nos desgastan por dentro.
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