sábado, 5 de diciembre de 2015

LAS COSAS QUE SE TE OLVIDAN CUANDO TE MUDAS

                                        LAS COSAS QUE SE OLVIDAN CUANDO TE MUDAS

Un libro, siempre olvidas un libro, un libro que no está en casa en el momento que estás preparando el equipaje, lo has prestado, es un buen  libro y resulta que el amigo a quién se lo dejaste, después de leerlo lo dejó a su vez a un amigo que lo apreciaría. La cuestión es que no lo eché de menos, hasta que tuve que llenar el otro estante en la otra punta del planeta. Hay que joderse las cosas que pasan cuando te mudas, las circunstancias han hecho que me tuviera que mudar varias veces, unas veces por culpa mía y otras veces… gracias a mí.
Una de esas ocasiones fue la que me llevó de una de las puntas del mapa, hasta justamente el otro extremo. Las cartas se perdieron por el camino, digo yo, porque no obtuve respuesta ni explicación alguna, ninguna respuesta. Fue entonces cuando me puse a pensar, que probablemente sobraba en ese lugar, sí seguro que algunos vecinos habrán preguntado…  No veo al catalán por aquí, ¿qué se ha ido? Por otra parte sé de buena fe quién me extrañará, los mismos a quién yo extraño, y lo harán con brillo, con corazones encendidos, llorosos formando parte todos de un aquelarre extraño y salvaje donde los sentimientos te hacen bailar, y la perturbables luces de los leños crepitantes, te hacen ir y venir por los cielos sentados sobre inteligentes escobas.
De nada sirve el libro que olvidaste, la figurilla que le regalaste a tu vecina, y los besos simbólicos que le lanzaste de todo corazón a su hijo. Solo si quieres que tu corazón sufra, se retuerza de dolor, se endurezca ante la impiedad que lo rodea, sigue odiando porque te falta ese libro que ya es irrecuperable. Se de personas que se han olvidado al perro cuando con todo el aplomo que la lista requiere, personas y cosas, un perro no es una cosa, como mucho se la puede tachar de mascota, y cuidado con perderla, se te echan los niños encima como leones y puede que hasta tu mujer.
Fuera de bromas que no vienen a santo de nada, hay que aceptar la realidad, que cuando te  mudas siempre se olvida uno de algo. Desde un par de zapatos, a despedirte de un amigo íntimo al que probablemente no vas a volver a ver en muchos años. ¡Hostia es verdad, si no me he despedido de Julio…! Donde tendré yo la cabeza, claro pensando en mi luna de miel y mi nuevo desarrollo como profesor de inglés, ¡que flipo yo mismo, de saberme escogido por esta gente que son tan exigentes en estos detalles con los miembros de su equipo! Con la de gente nativa que hay allí enseñando a los japoneses a hablar bien el inglés. Pues mira tú por donde, de ochenta tíos he pasado la prueba yo, que quieres que te diga, como dice mi abuelo…  Estabas predestinado Andrés, sabes mucho y tienes talento para enseñar, eso es lo que han visto los chinos esos.   Abuelo que son japoneses no chinos…  Bueno da lo mismo, a mí no me rectifiques que todavía cobras.
Pero de todo lo dicho y hablado, hay algo que no hemos comentado, nos abrazamos a nuestra familia para despedirnos, con el intenso calor que sale de nuestros corazones, los queremos meter dentro de nuestra propia alma. Los abrazamos, se hartan de darnos besos lo mismo que nosotros a ellos y en cambio no se nos ocurre decirles os quiero y os llevaré siempre en nuestro corazón, jamás dejaré que las telas de araña velen el encanto de estos retratos.


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