TOMA ESTE REGALO ES PARA TI
Para
llegar donde están curando a mi amigo Alfredo hay que salir de casa al
amanecer, tengo que coger un bus que tarda una eternidad en llegar, eso de los
horarios de la periferia, los del ayuntamiento lo tienen mal mirado; luego debo coger el metro y hacer dos
trasbordos para llegar a la estación del tren de cercanías que me lleva al hospital
a ver a mi amigo. Bueno eso y… que desde la estación del tren hasta el hospital
hay que patear lo que no quieras saber, pero hacía mucho tiempo que se lo tenía
prometido y al final lo he conseguido. Voy con una ilusión máxima para verlo, últimamente
no se pone al teléfono, tiene pocas ganas de hablar porque se cansa mucho, ¿ha,
que porqué se cansa…? Tiene silicosis, como yo, pero mucho más avanzada,
imagínate, fue él quien me enseñó a picar y barrenar en la mina, le debo lo que
soy a él en cuanto al oficio se refiere, minero de primera.
Desde
hace años su pasión siempre han sido los trenes, no las locomotoras modernas,
no, las máquinas de vapor con todos sus aparejos complejos y en buena medida
estudiadísimos, como por ejemplo, los contrapesos de las ruedas que tienen que
ser perfectos en su rotación, para que la tremenda máquina, sea impulsada hacia
adelante o atrás según convenga. Pues bien, esta pasión lo llevó casi a la
ceguera además de la silicosis, con la lupa en una mano y dos dedos sujetando
una diminuta alicate, colocaba una tras otra las piezas. Cuando terminó con la máxima ayuda que le pude
prestar a acabar aquella pieza, me puso la mano sobre el hombro y miró una
fotografía que ya estaba comenzando a estar afectada por la humedad, colgaba de
la pared y sin decir nada, me invito a una cerveza.
Aquella
maldita máquina se le resistía… ¿Qué cual era? La máquina a vapor FCM-40 de
México, que nadie me pregunte porque, no lo sé, pero se ve que lo traía de
cabeza esa locomotora. Pues bien, yo se la llevaba como regalo debajo del
brazo, sí señor, embalada en una caja de cartón a medida, porque debo
advertiros que esa máquina la hice yo con mis propias manos. También debo
confesar, que no soy un sesudo que sabe hacer escalas ni nada parecido, la hice
a ojo de buen cubero como se suele decir. En cambio, cuando fui a encargar la
caja de cartón para que la metiera dentro, todo andaba como si fuera de verdad,
las ruedas con sus bielas, por supuesto que el carbón troceadito era de verdad,
¡faltaría más! Hasta los dos operarios que manejaban aquella mole estaban
hechos expreso, a la medida de aquella fabulosa máquina de vapor FCM-40
mejicana. Oiga buen hombre, siempre me
han gustado estas cosas, ¿la ha hecho usted…?
Sí señor, contesté orgulloso, Se
la compro póngale precio. Ni hablar… es
un regalo para un amigo mío. ¿Está
seguro de que no la quiere vender…?
Segurísimo. Bien, pues vamos a
buscar una buena caja de cartón cuero a esta preciosidad.
Mientras
me secaba el sudor del rostro con el pañuelo que saqué del bolsillo, miré a un
lado y al otro de los dos pasillos, llevaban a una especie de claustro desde el
cual se accedía a las habitaciones, llamé a la dieciséis con los nudillos de
una mano. Pase, se escuchó al otro lado
de la puerta y a renglón seguido tos y más tos, el pobre Alfredo debía de tener
los pulmones hechos fosfatina. ¿Qué tal
estás compañero?, te veo muy bien, no sé si decirte que mejor que la última vez
que vine a verte. No seas cínico
chaval, se te da muy mal mentir, ¿Qué traes ahí una caja de bombones? No contesté, solo arrimé la caja a sus
débiles brazos y le dije… Este regalo es para ti.
Lo
abrió con prisa, rompió el papel del envoltorio y pasó a abrir la caja que
estaba decorada con máquinas de tren de juguete, fue lo más parecido a lo que
quería. ¡Maldita sea cabrón…! ¿La has
hecho tú…? Joer es preciosa, gracias Fidel, de todo corazón gracias. No te digo, comenzó a hacer pucheros como los
niños chicos, iba a romper a llorar. Al final me abrazó fuertemente con todo lo
que significaba para él eso, ponerse a toser media hora sin parar y se puso a
reír. ¡Venga
capataz vamos pa la mina que ya es la hora… ja, ja, ja!
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