lunes, 25 de marzo de 2013



                             EL PATÍBULO.

Llámese patíbulo o bien cadalso, lo que está claro es que se usaba para dar muerte a un reo.
Sin embargo, a pesar de estas precisiones, millones de personas que no se suben a lugares alzados como los patíbulos, estamos condenados a muerte, por ser criminales, eso sí, sin saberlo.
Para nadie resulta extraño, saber que somos  prisioneros, de la sociedad que nos rodea, y que sin duda alguna, nos expone sin contemplación alguna a ser aupados en cualquier momento, a esta tarima condenatoria. Ser expuestos a una decapitación o a un ahorcamiento, sin ni siquiera darse cuenta los espectadores, que cualquiera de ellos puede ser la próxima víctima.
Las caras de horror de los condenados, definen con bastante autenticidad, que no saben por qué están ahí. No quieren morir, lo ven injusto, ellos no han hecho nada.
¿Pero es que no sabemos, que el simple hecho de ser personas, de quienes los órganos más variopintos de la sociedad, tengan nuestros datos, ya nos condena?. Por lo menos a estar controlados, a que todos sin excepción llevemos un chip, como los animales que tienen determinado dueño.
Nada se puede hacer por evitarlo. Los únicos que no están controlados de ese modo, son los millones de personas que a lo largo de una semana, mueren de hambre, o por causa de la guerra. Estos viven en países tercermundistas, ellos no importan, el sistema tiene ideado, un sistema preciso, que hace que sin necesidad de patíbulos –algo que sería muy costoso para matar a tantos cientos de miles de personas-, mueran nada más nacer.
Los cadalsos, hoy en día,  están construidos no de madera o de metal, están fabricados a base de armas biológicas, de elementos de simulación, que luego se nos explica como muertes por infecciones.
Los entes de comunicación, forman parte del vehículo ideal para convencer a todos, que una viruela, o el V.I.H, ha infectado a millones en determinado lugar, y alertan que esto se puede esparcir. ¡Qué burda forma de tratar de engañar a la gente!.
Millones de personas sumidas en la más triste de las pobrezas… y en la capital del mismo país, conferencias y tratados, comprometiéndose, a que todo, esto sea eliminado. Jefes de estado, mandatarios y ministros, gastan cantidades ingentes de dinero para esta ocasiones, luego, cuando cada cual vuelve a su país, estos mismos, mandan a sus secretarios (as), a que destruyan los papeles con sus firmas.
Necedad tras necedad, reunión tras reunión, acuerdo tras acuerdo, dinero y más dinero fluyendo de no se sabe dónde, que nos conduce a todos al patíbulo.


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