EL PATÍBULO.
Llámese patíbulo o bien cadalso,
lo que está claro es que se usaba para dar muerte a un reo.
Sin embargo, a pesar de estas
precisiones, millones de personas que no se suben a lugares alzados como los
patíbulos, estamos condenados a muerte, por ser criminales, eso sí, sin
saberlo.
Para nadie resulta extraño, saber
que somos prisioneros, de la sociedad
que nos rodea, y que sin duda alguna, nos expone sin contemplación alguna a ser
aupados en cualquier momento, a esta tarima condenatoria. Ser expuestos a una
decapitación o a un ahorcamiento, sin ni siquiera darse cuenta los espectadores,
que cualquiera de ellos puede ser la próxima víctima.
Las caras de horror de los
condenados, definen con bastante autenticidad, que no saben por qué están ahí.
No quieren morir, lo ven injusto, ellos no han hecho nada.
¿Pero es que no sabemos, que el
simple hecho de ser personas, de quienes los órganos más variopintos de la
sociedad, tengan nuestros datos, ya nos condena?. Por lo menos a estar
controlados, a que todos sin excepción llevemos un chip, como los animales que
tienen determinado dueño.
Nada se puede hacer por evitarlo.
Los únicos que no están controlados de ese modo, son los millones de personas
que a lo largo de una semana, mueren de hambre, o por causa de la guerra. Estos
viven en países tercermundistas, ellos no importan, el sistema tiene ideado, un
sistema preciso, que hace que sin necesidad de patíbulos –algo que sería muy
costoso para matar a tantos cientos de miles de personas-, mueran nada más
nacer.
Los cadalsos, hoy en día, están construidos no de madera o de metal,
están fabricados a base de armas biológicas, de elementos de simulación, que luego
se nos explica como muertes por infecciones.
Los entes de comunicación, forman
parte del vehículo ideal para convencer a todos, que una viruela, o el V.I.H, ha
infectado a millones en determinado lugar, y alertan que esto se puede
esparcir. ¡Qué burda forma de tratar de engañar a la gente!.
Millones de personas sumidas en
la más triste de las pobrezas… y en la capital del mismo país, conferencias y
tratados, comprometiéndose, a que todo, esto sea eliminado. Jefes de estado,
mandatarios y ministros, gastan cantidades ingentes de dinero para esta
ocasiones, luego, cuando cada cual vuelve a su país, estos mismos, mandan a sus
secretarios (as), a que destruyan los papeles con sus firmas.
Necedad tras necedad, reunión
tras reunión, acuerdo tras acuerdo, dinero y más dinero fluyendo de no se sabe
dónde, que nos conduce a todos al patíbulo.
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