ES MUY DIFICIL SER UN RECIÉN LLEGADO.
Treinta y seis semanas, a fuerza de nadar fácilmente dentro
de una minúscula piscina, así llegué yo. Un recién llegado, que ni siquiera
tenía un futuro definido.
Poco más de cuatro kilos de carne ansiosa de respirar, unos
breves segundos para que en mi interior y de forma automática, se cerraran unas
válvulas, para que se abrieran otras.
Estas son las que dan paso al
llanto, al gemido, a la señal de la vida. Mi pobre madre, harta de apretar para
que atravesara la última frontera, respiró por fin tranquila, sudorosa, pero
confortada.
Tratando de expulsar de mi
interior, fluidos que hasta entonces me mantuvieron vivo, fui ayudado, no sé
por quién ni como, para que extrajera todo lo que me impedía respirar de forma
acompasada, normal, con determinadas pulsaciones del minúsculo corazón que se
formó dentro de mí.
No pude tener auténtica
consciencia, hasta bastante tiempo después. No sé como transcurrió ese tiempo,
es uno de esos detalles, que no acabas de apreciar, hasta que la razón comienza
a destellar dentro de tú cerebro.
Ya vestía ropas de niño, a mí
alrededor todo era juego, risas, alegría, descubrimientos sorprendentes. Como
cuando vi, a la primera mariposa de mi vida, posarse sobre mi hombro, un día de
verano.
Ese día descubrí también, sin
saber muy bien porque, que no a todos de la familia, le había alegrado mi
llegada. Tengo unos tíos, -él es hermano de mi padre-, que les caigo como el
culo, ¿yo que les he hecho?, me preguntaba continuamente. Nada, eso es lo que
descubrí después, que no tuvieron un hijo para que jugara conmigo.
¿Qué puedes hacer entonces, que
podía hacer yo en una situación así?. Tratar de ser cariñosos con ellos,
gracioso, hacerles carantoñas, bromas, cosas así.
Pero esto no surtió ningún efecto
positivo, un in de semana que pasamos en la granja que tenían en Martorell, las
pasé muy putas. Recibí sin ningún motivo cuatro leches que se me hincharon las
mejillas y todo. Isaías mi tío, aprovechó que no había nadie alrededor para
empujarme a la alberca que tienen para regar. Imagínate, a finales de
septiembre, y la alberca llena de agua pozo.
Pues encima le dijo a mi padre,
que me había puesto a jugar cerca, y que pasando con el carrito de las
verduras, le impedí el paso. “como
estaba en mitad del camino cuando pasaba con el carrito, sin querer, me he
tropezado con Moisés y se ha caído al agua, le he dado unos golpes para que
entre en calor…”. Embustero, más que embustero.
¡La madre que lo trajo…!, y mis
padres encima me dieron la bronca, me prohibieron que anduviera por la zona de
la huerta mientras estuviera mi tío trabajando allí. ¡Hay que tener mala leche!.
Pasó por mi lado cien veces esos dos días que estuve bajo la higuera de delante
de la masía, cada vez que lo hacía me guiñaba el ojo con malicia.
O sea, que cuando eres pequeño,
no eres plato de buen gusto para todo el mundo. Y eso es solo el principio.
Cuando me inscribieron en el colegio, las primeras semanas, era el foco de
atención de unos cuantos desaprensivos, que siempre andaban buscando greña. Lo típico,
tres de ellos que habían hecho una camarilla, no dejaban que pusiera un pie en
el patio sin meterse conmigo. Si no era por un motivo, por otro. Hasta que
dejaban de incordiarte porque llegaba un chaval nuevo.
En ocasiones, he llegado a pensar,
lo bien que estaba dentro de la barriga de mi madre. Ya sé que suena un poco
disparatado, pero eso es lo que pensaba. Jobar, dentro de su barriga,
protegido, nadando como si fuera un pez, perfeccionándome dentro de aquel
magnífico entorno. ¿Porqué se le ocurriría parirme, con lo feliz que era allí?.
Cosas de la naturaleza, supongo
que no me podía quedar más tiempo que el necesario. Cuando llegaron las
vacaciones de Semana Santa –tenía para entonces diez años-, fuimos de nuevo a
casa de mi tío Isaías, cuando estábamos a punto de volver a casa, mi tío me
cogió por el nervio del hombro apretando con fuerza, yo no rechisté, pero me
cagué en todas sus muelas “¿Sabes a
quién le debes estar vivo chaval?”. Yo no podía articular palabra del daño que
me hacía “A mí, porque Moisés significa
salvado de las aguas”. “Gracias tío…”,
contesté apretando los dientes.
“Así me gusta Moisés, que seas
agradecido. Que no se te olvide lo que tú tío hizo por ti”. Me dio un pescozón
y nos fuimos.
Años más tarde, me eché novia,
era más guapa que un sol. Pero se conoce que estaba predestinado a ser un
infeliz, una noche en la que fui con unos amigos al cine y que Rosario me dijo
que no podía acompañarme, porque sus padres no la dejaban volver a casa tan
tarde, me la encontré con los amigos en las filas de atrás del cine, sobándose
con uno que no conocía.
Porque los amigos me retuvieron,
que si no…, se habría enterado esa guarra de lo que vale un peine. “Déjala Moisés, mañana hablas con ella y ya
está, esta chavala no te merece”. ¡Vaya sesión de cine me dio la muy…!. Entonces
pensé, que lo más sabio era ignorarla, ¡ya tendría la ocasión de devolverle el
gol que me metió!.
Esto y muchas más cosas que pasan
en la vida, me fueron convenciendo de que es muy difícil ser un recién llegado
al mundo. Pero estoy equivocado, ahora tengo una familia, tengo dos hijos, y
hasta donde yo sé, ellos pasan por las mismas experiencias que yo, o cualquier
otro hijo de vecino.
Nadie es una excepción, todos
tenemos nuestros más y nuestros menos en la vida. Todos formamos parte de la
naturaleza egoísta, y a veces ruin del alma humana. Todos tenemos nuestra
idiosincrasia, genéticamente o adquirida, esta nos lleva a cada cual, a tener
patrones de conducta, desarrollado según el entorno, la formación o la
naturaleza de nuestro desarrollo.
Pero en definitiva, si queréis
que os diga la verdad, bueno, mi verdad, es, que es muy difícil ser un recién
llegado a la vida, y seguirá así siempre.
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