sábado, 23 de marzo de 2013


                
                     ES MUY DIFICIL SER UN RECIÉN LLEGADO.


Treinta y seis semanas, a fuerza de nadar fácilmente dentro de una minúscula piscina, así llegué yo. Un recién llegado, que ni siquiera tenía un futuro definido.
Poco más de cuatro kilos de carne ansiosa de respirar, unos breves segundos para que en mi interior y de forma automática, se cerraran unas válvulas, para que se abrieran otras.
Estas son las que dan paso al llanto, al gemido, a la señal de la vida. Mi pobre madre, harta de apretar para que atravesara la última frontera, respiró por fin tranquila, sudorosa, pero confortada.
Tratando de expulsar de mi interior, fluidos que hasta entonces me mantuvieron vivo, fui ayudado, no sé por quién ni como, para que extrajera todo lo que me impedía respirar de forma acompasada, normal, con determinadas pulsaciones del minúsculo corazón que se formó dentro de mí.
No pude tener auténtica consciencia, hasta bastante tiempo después. No sé como transcurrió ese tiempo, es uno de esos detalles, que no acabas de apreciar, hasta que la razón comienza a destellar dentro de tú cerebro.
Ya vestía ropas de niño, a mí alrededor todo era juego, risas, alegría, descubrimientos sorprendentes. Como cuando vi, a la primera mariposa de mi vida, posarse sobre mi hombro, un día de verano.
Ese día descubrí también, sin saber muy bien porque, que no a todos de la familia, le había alegrado mi llegada. Tengo unos tíos, -él es hermano de mi padre-, que les caigo como el culo, ¿yo que les he hecho?, me preguntaba continuamente. Nada, eso es lo que descubrí después, que no tuvieron un hijo para que jugara conmigo.
¿Qué puedes hacer entonces, que podía hacer yo en una situación así?. Tratar de ser cariñosos con ellos, gracioso, hacerles carantoñas, bromas, cosas así.
Pero esto no surtió ningún efecto positivo, un in de semana que pasamos en la granja que tenían en Martorell, las pasé muy putas. Recibí sin ningún motivo cuatro leches que se me hincharon las mejillas y todo. Isaías mi tío, aprovechó que no había nadie alrededor para empujarme a la alberca que tienen para regar. Imagínate, a finales de septiembre, y la alberca llena de agua pozo.
Pues encima le dijo a mi padre, que me había puesto a jugar cerca, y que pasando con el carrito de las verduras, le impedí el paso.  “como estaba en mitad del camino cuando pasaba con el carrito, sin querer, me he tropezado con Moisés y se ha caído al agua, le he dado unos golpes para que entre en calor…”. Embustero, más que embustero.
¡La madre que lo trajo…!, y mis padres encima me dieron la bronca, me prohibieron que anduviera por la zona de la huerta mientras estuviera mi tío trabajando allí. ¡Hay que tener mala leche!. Pasó por mi lado cien veces esos dos días que estuve bajo la higuera de delante de la masía, cada vez que lo hacía me guiñaba el ojo con malicia.
O sea, que cuando eres pequeño, no eres plato de buen gusto para todo el mundo. Y eso es solo el principio. Cuando me inscribieron en el colegio, las primeras semanas, era el foco de atención de unos cuantos desaprensivos, que siempre andaban buscando greña. Lo típico, tres de ellos que habían hecho una camarilla, no dejaban que pusiera un pie en el patio sin meterse conmigo. Si no era por un motivo, por otro. Hasta que dejaban de incordiarte porque llegaba un chaval nuevo.
En ocasiones, he llegado a pensar, lo bien que estaba dentro de la barriga de mi madre. Ya sé que suena un poco disparatado, pero eso es lo que pensaba. Jobar, dentro de su barriga, protegido, nadando como si fuera un pez, perfeccionándome dentro de aquel magnífico entorno. ¿Porqué se le ocurriría parirme, con lo feliz que era allí?.
Cosas de la naturaleza, supongo que no me podía quedar más tiempo que el necesario. Cuando llegaron las vacaciones de Semana Santa –tenía para entonces diez años-, fuimos de nuevo a casa de mi tío Isaías, cuando estábamos a punto de volver a casa, mi tío me cogió por el nervio del hombro apretando con fuerza, yo no rechisté, pero me cagué en todas sus muelas  “¿Sabes a quién le debes estar vivo chaval?”. Yo no podía articular palabra del daño que me hacía  “A mí, porque Moisés significa salvado de las aguas”.  “Gracias tío…”, contesté apretando los dientes.
“Así me gusta Moisés, que seas agradecido. Que no se te olvide lo que tú tío hizo por ti”. Me dio un pescozón y nos fuimos.
Años más tarde, me eché novia, era más guapa que un sol. Pero se conoce que estaba predestinado a ser un infeliz, una noche en la que fui con unos amigos al cine y que Rosario me dijo que no podía acompañarme, porque sus padres no la dejaban volver a casa tan tarde, me la encontré con los amigos en las filas de atrás del cine, sobándose con uno que no conocía.
Porque los amigos me retuvieron, que si no…, se habría enterado esa guarra de lo que vale un peine.  “Déjala Moisés, mañana hablas con ella y ya está, esta chavala no te merece”. ¡Vaya sesión de cine me dio la muy…!. Entonces pensé, que lo más sabio era ignorarla, ¡ya tendría la ocasión de devolverle el gol que me metió!.
Esto y muchas más cosas que pasan en la vida, me fueron convenciendo de que es muy difícil ser un recién llegado al mundo. Pero estoy equivocado, ahora tengo una familia, tengo dos hijos, y hasta donde yo sé, ellos pasan por las mismas experiencias que yo, o cualquier otro hijo de vecino.
Nadie es una excepción, todos tenemos nuestros más y nuestros menos en la vida. Todos formamos parte de la naturaleza egoísta, y a veces ruin del alma humana. Todos tenemos nuestra idiosincrasia, genéticamente o adquirida, esta nos lleva a cada cual, a tener patrones de conducta, desarrollado según el entorno, la formación o la naturaleza de nuestro desarrollo.
Pero en definitiva, si queréis que os diga la verdad, bueno, mi verdad, es, que es muy difícil ser un recién llegado a la vida, y seguirá así siempre.


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