jueves, 21 de marzo de 2013


   
                                     PARA ESCRIBIR UN LIBRO…


Estoy convencido, que todos, en una etapa u otra de la vida, hemos pensado que lo que nos ha sucedido, es motivo para escribir un libro.
Así es la vida, experiencias, circunstancias, alegrías y fracasos, que nos hacen pensar a menudo, que somos especiales. Los humanos, somos por naturaleza, orgullosos, y eso hace que a menudo, determinemos que somos únicos a la hora de evaluar las cosas que nos suceden a lo largo de la vida.
Pruébalo un día de esos, dile a cualquier amigo tuyo  “Puñetas chico, lo que a ti te ha pasado a lo largo de la vida, es como para escribir un best seller”. Dilo con cara circunspecta, con aire de asombro, incluso pon un poco cara de sorpresa si cabe. Verás que la reacción siempre es la misma  “¡Madre mía si yo te contara…!”. A renglón seguido, prepárate a escuchar con atención, lo que tenga que decirte, quedarás sorprendido. Lo he probado en diferentes ocasiones, y casi siempre, con el mismo resultado.
 Entramos en el tema de la exageración de algunas vivencias, hay quién no, que habla con sinceridad, que dice sencillamente, que lo que ha vivido es lo que vive cualquier persona en circunstancias parecidas. Pero… ¿qué circunstancias son esas?, es muy difícil determinarlo. Cada persona es un universo, dentro de cada uno de nosotros, se alojan los mismos defectos y cualidades, pero se manifiestan de forman diferente, según nuestro propio carácter y personalidad.
Adolfo forma parte de una… digamos especie diferente de personas. Es un buen amigo desde hace años, muy buena gente, pero hermético, casi sin palabras, uno de esos tíos que no habla por no ofender. Al principio de conocernos, -hace de eso ya unos cuantos años-, yo estaba un poco acojonado, inspiraba respeto, se ponía las manos entrecruzadas en la espalda, y podíamos pasarnos media tarde casi sin hablar, paseando, a veces pensaba francamente “que diferente de pasear con mi mujer, que no deja de hablar ni un instante, y parar a todas las amigas y conocidas por la calle”.
Quedábamos para ir a comprar el pan Adolfo y yo. ¡Qué delicia oye…!, compramos el pan después de saludarnos, damos un paseo corto, casi siempre el mismo, y volvemos cada cual a su casa. No es que sea mudo, no, pero habla, cuando él considera que tiene que hablar. Cuando lo hace, no dice cualquier cosa que se le ocurra, habla de cosas, que sabe que compartimos en común, eso indica, que antes de todo esto, ha sabido escuchar, que conoce lo que es importante para mí. Es confortante que te consideren así, ¿qué cuáles son sus aficiones?, la pesca, la lectura y la contemplación de la naturaleza.
Ayer, su mujer y la mía, se han acercado a Barcelona para comprar algo en las rebajas, las acompaña otra amiga que está viuda.  “¿Qué te parece si en lugar de comprar el pan, comemos juntos en La Masía?”.  “Bien, es una buena idea, después nos vamos al cine, ¿te place?”. La propuesta por su parte de ir a comer, ha sido una idea, que no se me había pasado por la cabeza. De hecho lo hubiéramos podido hacer alguna vez más, no es la primera ocasión que tenemos, su mujer y la mía, tienen muchas cosas en común, así que salen de vez en cuando, a hacer cosas juntas. Viniendo de Adolfo, esta invitación hay que aprovecharla, es una de esas cosas, que te pasan pocas veces en la vida.
Pues bien, justo después de comer, Adolfo se abre, como si fuera un libro, que comienzas a leer por el primer capítulo. No hablamos de pesca, ni del buen tiempo que se acerca, me cuenta cosas de su vida, de cómo llegó al pueblo a vivir con su mujer, de la injusticia de toda una vida pagando impuestos, para encontrarse en el desamparo, ahora que es mayor. De una casa que tiene, en una urbanización, en un pueblo cerca de Barcelona. De los errores que ha cometido en la vida, que se casó sin amor ninguno con su mujer, que ha tenido que aprender a amarla con los años, de los tres hijos que tienen en común.
Después de los cafés y una copa de brandy, paga y nos levantamos. Fuera del restaurante, vuelve a ser una tumba. Regresamos silenciosos a casa, cuando llegamos a la esquina de su calle  “Bueno, yo me voy para casa a echarme un rato. Me lo he pasado muy bien contigo hoy, hasta mañana”. Lo observo un instante, él sabe que lo observo mientras sube el primer trecho de escaleras, se vuelve y me saluda con la mano. Así es Adolfo, uno de los mejores amigos que tengo. Parece, que cuando va con su mujer, no sea una persona enamorada, nada más lejos de la realidad, toda su vida, ha estado ligada a esta  mujer, que aunque no lo proclama, ha sido su tabla de salvación, para estar enamorado, no hace falta ir por la calle dándose el pico continuamente, simplemente, es estar feliz en la convivencia con la otra persona, Adolfo lo está.
Por lo que sé, ella siempre ha ido adonde él ha querido, hecho lo que él ha hecho, discutir como las demás parejas han discutido, y hasta han pasado crisis dentro de la pareja, alguna de ellas seria. Pero ahí están, juntos, con un solo pensamiento, haciendo y deshaciendo cosas en pareja. Puede que en determinadas circunstancias, uno habría hecho las cosas diferentes, las hubiera enfocado de otro modo, pero eso es lo de menos, lo importante es que se han hecho, que de algún modo, las decisiones que se han tomado han desarrollado lazos entre la pareja.
Ellos, llevan veintiocho años juntos, Adolfo me ha confesado que no es amigo de cumpleaños, de santos, de fiestas de Navidad o cosas por el estilo, que lo celebra, porque tras ellos hay toda una familia, que incluye nietos, a los que les gustan los regalos del día de Reyes, tienen hasta un biznieto, fruto de la imprudencia de una nieta, a la que Adolfo quiere mucho.
Es lo que él dice  “¿Para qué sirven los reproches y los arrepentimientos?, para nada, o mejor dicho, si que sirven, pero casi siempre es, para que uno se amargue la sangre”.
Es evidente, que este hombre, ha tenido que pasar cosas muy duras en la vida, casualmente, por medio de su esposa María, charlando un día que coincidimos en el supermercado, me contó que Adolfo, siempre les daba algo de dinero a los chicos que están esperando a la gente que deja los carritos,  “Casi siempre les da el euro que saca del carrito, a este hombre que ves ahí, en concreto le he visto dándole más que eso. Yo ya le digo que muchas veces se lo gastan en vicios, pero me contesta que ese no es su problema”. Entonces, le explica su esposa, que seguramente lo hace, porque el anduvo por la calle casi cuatro años, el novio de su madre lo echó de casa. Allí, llegó un momento, que estaba de más, de manera que cogió un poco de ropa y se fue, no quería que aquel tío lo acabara matando. Le explicó a su madre, que no quería ser un impedimento para su felicidad.
La madre, lo quería mucho, pero no sabía si marchando de casa Adolfo, salvaría la vida de este. El novio de su madre, les daba unas palizas de muerte a ambos. Su madre, siempre llevaba un pañuelo en el bolsillo, para morderlo cuando le atizaba. Le decía, que si gritaba y venía la policía por ese motivo, le cortaría el cuello. Llevaba siempre encima una navaja de doble filo, automática, y la blandía delante de la cara de su madre, cada vez que llegaba a casa borracho como una cuba.
La pobre mujer, tenía las rodillas destrozadas de fregar suelos, trabajaba catorce horas cada día en diferentes casas, pero cuando llegaba a casa, su novio, le quitaba los cuartos, le daba de palos y luego la violaba. Esa era la vida de aquella pobre mujer. Hasta que un día, de acuerdo con su hermana que vivía en la otra punta de la ciudad, se fue de casa, a vivir con ella. Buscó en mil y un lugar a su hijo, pero no pudo dar con él. Al paso de los años, fue él quien la encontró, pero ya estaba a las puertas de la muerte, eso lo marcó de por vida.
Al contrario que otras personas que han pasado por esa experiencia, Adolfo aprendió lo bueno de todo aquello, se hizo una persona de bien. Valía la pena tenerlo como amigo, un hombre así, te puede enseñar muchas cosas.
Este caso, demuestra claramente, que cualquiera de nosotros podemos escribir un libro, con algunas variaciones, con un sinfín de vivencias diferentes, todos podemos recordar y contar, todo aquello que nos ha sucedido.
Adolfo no lo ha hecho, tampoco yo, pero invito a que cualquiera que vive su propia vida a que lo haga, siempre es un motivo de satisfacción leerse a si mismo.


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