sábado, 16 de marzo de 2013



                   UN MARIDO DE PLÁSTICO.


Se va a la ciudad con el coche de línea, poco apañada va ella, se ha puesto el vestido verde al que había tenido que reparar la cremallera una vez. Claro, vamos creciendo en todas direcciones y ya se sabe…, y no es que Encarna sea una de esas mujeres que pasan desapercibidas, no, es una mujer de cuarenta y uno –dice ella-, pero hay que ver como se conserva.
De joven, en el pueblo la comparaban con Claudia Cardinale, una mujer de “tomo y lomo”, vamos, súper guapa, extravagante, pero claro, eso es porque es una actriz de cine. Ya se sabe que entre los arreglos de cosméticos y prendas ajustadas, realzan según qué cualidades de estas mujeres.
Pero Encarna no, es hermosa y extremada por naturaleza. Incluso siendo mayor, como es ahora, los tíos van medio turulatos cuando pasa por su lado. Ella los mira con cierto desprecio, o sin aprecio según se mire, porque hay algunos… que no saben más que decir cochinadas a las señoras. Hasta chavales jóvenes le sueltan “piropos”, si se pueden llamar así. Hoy en día, los hombres no son como antes, que decían a las mujeres cosas bonitas y galantes, sacadas de una especie de inventario de lo más variopinto.
Espera en la parada, mira el reloj, el bus se retrasa, debe de haber encontrado tráfico en la carretera. Por fin, después de quince minutos de espera, llega el auto pulman, lo conduce el hijo de Paquita, Carlos, un chico serio, rubio y delgado como un hueso. Sube Encarna junto a otras vecinas que van al hospital unas, al mercado otras, y otras con destino desconocido como Encarna a hacer compras.
Ella, está por decirlo así, un poco aislada de los demás, no se sabe muy bien porqué, se pasa sin hablar con nadie todo el camino, mirando por la ventanilla y mascando chicle. Tres paradas más y llegará a destino. Saluda y la saludan, luego coge el paseo de los plátanos y por una calle estrecha se pierde entre los demás habitantes de la ciudad. Echa la vista atrás para asegurarse de no ser vista por alguien que la conozca, y se mete en un sex shop, una de esas tiendas que venden artículos relacionados con el mundo del sexo.
Se queda parada cuando ve todo lo que contiene este establecimiento, abre los ojos como platos, y recorre los estantes, llenos a rebosar de elementos de todo tipo, para dar  recibir placer sexual. Pero ella sabe lo que busca, lo que pasa es que se pierde entre tantas cosas, no atina a ver precisamente, lo que anda buscando. Puede que las gafas de sol le impidan ver con facilidad, pero para eso están los dependientes, se acerca un chico de muy buen ver, podría pasar por uno de esos gigolós a los que las mujeres buscan. Con mucha educación lee pregunta  “Buenos días señora, ¿la puedo ayudar en algo?”. Encarna baja la mirada, se queda ante un expositor de películas pornográficas  “En nada en concreto, estoy mirando, tengo que hacer un regalo y cuesta decidirse”.  “Comprendo, ya sabe, me encuentro en aquel mostrador de allí –le señala con el dedo-, si desea algo me lo dice”. Da media vuelta y se va. Pasa a su lado una chica preciosa, es trabajadora de la casa, lo indica una chapa con el logo de la puerta que lleva prendida a manera de pin, su vestimenta está conjuntada con el tipo de negocio, un mono de látex brillante con un generoso escote, deja ver parcialmente los pechos operados de la chica, le pregunta si le puede dar una información  “Claro señora, para eso estamos aquí, dígame”.  “Mira, estoy buscando un muñeco de estos plásticos, de los que se hinchan, entre unas cuantas amigas, le tenemos que hacer un regalo a una compañera de trabajo ¿sabes?, ya ves, por sorteo, me ha tocado a mí comprarlo, he sacado la pajita más corta de todas”.
La muchacha se ríe complacida, seguro que ha escuchado historias parecidas o iguales, pero ese día en concreto, le ha hecho gracia la forma de decirlo de Encarna.  “Supongo que lo querrá con pene, ¿verdad?”.  “Claro claro, una cosita más, es soltera, la única de la oficina, ya ves, hemos decidido que sea el mejor artilugio que tengáis, no importa el precio”.  “De acuerdo, acompáñeme por favor, -pasan delante del chico que la atendió antes, pero no se fija en ella, está atendiendo a un hombre que lleva en la mano varias cosas-, mire ya hemos llegado, aquí tiene…, desde los más baratos, hasta los más caros, estos no tienen ninguna juntura, es como abrazar a un hombre de verdad, tiene un sistema de calefactor para el pene, cabello artificial, varios vestidos para poder cambiarlo… en fin, de todo. Y más sorpresas que su amiga irá descubriendo, a medida que lo use”.  “Es bastante caro, pero bueno, como lo pagamos entre cinco, sale bien de precio que puñetas, me lo quedo”.  “Lleva dos pelucas dependiendo si le gustan los hombres rubio o morenos, ah y garantía, durante un mes lo puede tener a prueba, más que nada por si tiene algún defecto de fábrica, los hacen en Taiwán”. 
El regalo para esta amiga imaginaria, lo lleva dentro de un amplio bolso, de esos que parecen pequeños sacos, envuelto en su lujosa caja, y ésta en una bolsa de plástico, lleva el paquete al que la vendedora, ha añadido un vibrador que funciona con una pila alkalina. Va inmediatamente, camino del bus, allí espera que te espera, la ciudad es un asco, lleno de polución, de coches, de ruidos, está deseando llegar a casa, para alejarse de esta forma de vivir.
Ni que decir tiene, que lo primero que hace después de cambiarse de ropa, es ponerse a la labor de hinchar su propio regalo, está ansiosa de ver el resultado de soplar en la válvula, que hace que aquel ser material pero silencioso, cobre forma. Realmente vale su precio, es todo un hombre, con todos los atributos que debe tener un hombre, está asombrada al ver, de que es capaz el ser humano. No descubrirá hasta que lo ponga en marcha, de que es capaz, un hombre de plástico. Un motorcito auxiliar, hace que su miembro viril vibre, que haga valer su hombría. Por el momento, lo viste con los accesorios que lleva incluidos, la tela de su camisa y el pantalón son baratos, ¡faltaría más que fuera vestido de Armani!, eso lo da por hecho, pero no importa, si conviene, ella le confeccionará lo que le haga falta, será el marido de plástico mejor vestido de los alrededores.
 Al marido de Encarna, nos lo encontramos un amigo mío y yo en una bolsa de plástico al lado de un contenedor, eso  fue para mediados del año pasado, junto a otros desechos, estaba esa bolsa, al lado de otras que no cabían en el contenedor. Al pasar por allí –el ayuntamiento estaba reforzando la aparición de más contenedores-, nos dimos cuenta, mientras encendíamos unos cigarrillos, que de la bolsa, sobresalía un pene artificial  “¡hostias nene, mira!”, y miré, al principio nos chocó el descubrimiento, todavía me acuerdo como si fuera hoy, de una patada rompimos la bolsa y allí estaba aquel señor, con la cara aplastada y con media sonrisa, ¡qué fuerte!, enseguida te preguntas de quién es, o mejor dicho, de quién era el muñeco.
Imposible descubrirlo, está claro, pero que captó nuestra atención… ¡vaya si la captó!. Hombre una cosa así no pasa todos los días. Entonces nos pusimos a hablar, más que hablar a elucubrar, que tener un marido así en casa, a una mujer debe ahorrarle un montón de problemas. Siempre está a su disposición, eso en primer lugar, si discutes con él, no puede defenderse, o sea que puedes desahogarte a gusto si te cabreas. Hasta si me apuras, le puedes dar unas cuantas bofetadas sin que se inmute, no bebe, no te puede venir a casa con una castaña del demonio, no come, ahorro seguro, y en cualquier momento del día o de la noche, puedes disponer de él para lo que te plazca.
¡Anda que no estaría contenta Encarna con un marido así!. Seguro que a estas horas, ya tenía otro marido más evolucionado, más moderno. No necesitaría, ni papeles de divorcio para desprenderse de él. Que guay oye, a lo mejor, yo en su puesto, haría lo mismo, a determinadas edades, ya no está uno para líos. De verdad oye, esto te da ideas, ¡quién sabe cómo será tú futuro!.


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