UN MARIDO DE PLÁSTICO.
Se va a la ciudad con el coche de
línea, poco apañada va ella, se ha puesto el vestido verde al que había tenido
que reparar la cremallera una vez. Claro, vamos creciendo en todas direcciones
y ya se sabe…, y no es que Encarna sea una de esas mujeres que pasan
desapercibidas, no, es una mujer de cuarenta y uno –dice ella-, pero hay que
ver como se conserva.
De joven, en el pueblo la
comparaban con Claudia Cardinale, una mujer de “tomo y lomo”, vamos, súper
guapa, extravagante, pero claro, eso es porque es una actriz de cine. Ya se
sabe que entre los arreglos de cosméticos y prendas ajustadas, realzan según
qué cualidades de estas mujeres.
Pero Encarna no, es hermosa y
extremada por naturaleza. Incluso siendo mayor, como es ahora, los tíos van
medio turulatos cuando pasa por su lado. Ella los mira con cierto desprecio, o
sin aprecio según se mire, porque hay algunos… que no saben más que decir
cochinadas a las señoras. Hasta chavales jóvenes le sueltan “piropos”, si se pueden
llamar así. Hoy en día, los hombres no son como antes, que decían a las mujeres
cosas bonitas y galantes, sacadas de una especie de inventario de lo más
variopinto.
Espera en la parada, mira el
reloj, el bus se retrasa, debe de haber encontrado tráfico en la carretera. Por
fin, después de quince minutos de espera, llega el auto pulman, lo conduce el
hijo de Paquita, Carlos, un chico serio, rubio y delgado como un hueso. Sube
Encarna junto a otras vecinas que van al hospital unas, al mercado otras, y otras
con destino desconocido como Encarna a hacer compras.
Ella, está por decirlo así, un
poco aislada de los demás, no se sabe muy bien porqué, se pasa sin hablar con
nadie todo el camino, mirando por la ventanilla y mascando chicle. Tres paradas
más y llegará a destino. Saluda y la saludan, luego coge el paseo de los
plátanos y por una calle estrecha se pierde entre los demás habitantes de la
ciudad. Echa la vista atrás para asegurarse de no ser vista por alguien que la
conozca, y se mete en un sex shop, una de esas tiendas que venden artículos
relacionados con el mundo del sexo.
Se queda parada cuando ve todo lo
que contiene este establecimiento, abre los ojos como platos, y recorre los
estantes, llenos a rebosar de elementos de todo tipo, para dar recibir placer sexual. Pero ella sabe lo que
busca, lo que pasa es que se pierde entre tantas cosas, no atina a ver
precisamente, lo que anda buscando. Puede que las gafas de sol le impidan ver
con facilidad, pero para eso están los dependientes, se acerca un chico de muy
buen ver, podría pasar por uno de esos gigolós a los que las mujeres buscan.
Con mucha educación lee pregunta “Buenos
días señora, ¿la puedo ayudar en algo?”. Encarna baja la mirada, se queda ante
un expositor de películas pornográficas
“En nada en concreto, estoy mirando, tengo que hacer un regalo y cuesta
decidirse”. “Comprendo, ya sabe, me
encuentro en aquel mostrador de allí –le señala con el dedo-, si desea algo me
lo dice”. Da media vuelta y se va. Pasa a su lado una chica preciosa, es trabajadora
de la casa, lo indica una chapa con el logo de la puerta que lleva prendida a
manera de pin, su vestimenta está conjuntada con el tipo de negocio, un mono de
látex brillante con un generoso escote, deja ver parcialmente los pechos
operados de la chica, le pregunta si le puede dar una información “Claro señora, para eso estamos aquí,
dígame”. “Mira, estoy buscando un muñeco
de estos plásticos, de los que se hinchan, entre unas cuantas amigas, le
tenemos que hacer un regalo a una compañera de trabajo ¿sabes?, ya ves, por
sorteo, me ha tocado a mí comprarlo, he sacado la pajita más corta de todas”.
La muchacha se ríe complacida,
seguro que ha escuchado historias parecidas o iguales, pero ese día en
concreto, le ha hecho gracia la forma de decirlo de Encarna. “Supongo que lo querrá con pene,
¿verdad?”. “Claro claro, una cosita más,
es soltera, la única de la oficina, ya ves, hemos decidido que sea el mejor
artilugio que tengáis, no importa el precio”.
“De acuerdo, acompáñeme por favor, -pasan delante del chico que la
atendió antes, pero no se fija en ella, está atendiendo a un hombre que lleva
en la mano varias cosas-, mire ya hemos llegado, aquí tiene…, desde los más
baratos, hasta los más caros, estos no tienen ninguna juntura, es como abrazar
a un hombre de verdad, tiene un sistema de calefactor para el pene, cabello
artificial, varios vestidos para poder cambiarlo… en fin, de todo. Y más
sorpresas que su amiga irá descubriendo, a medida que lo use”. “Es bastante caro, pero bueno, como lo pagamos
entre cinco, sale bien de precio que puñetas, me lo quedo”. “Lleva dos pelucas dependiendo si le gustan
los hombres rubio o morenos, ah y garantía, durante un mes lo puede tener a
prueba, más que nada por si tiene algún defecto de fábrica, los hacen en
Taiwán”.
El regalo para esta amiga
imaginaria, lo lleva dentro de un amplio bolso, de esos que parecen pequeños
sacos, envuelto en su lujosa caja, y ésta en una bolsa de plástico, lleva el
paquete al que la vendedora, ha añadido un vibrador que funciona con una pila
alkalina. Va inmediatamente, camino del bus, allí espera que te espera, la
ciudad es un asco, lleno de polución, de coches, de ruidos, está deseando
llegar a casa, para alejarse de esta forma de vivir.
Ni que decir tiene, que lo
primero que hace después de cambiarse de ropa, es ponerse a la labor de hinchar
su propio regalo, está ansiosa de ver el resultado de soplar en la válvula, que
hace que aquel ser material pero silencioso, cobre forma. Realmente vale su
precio, es todo un hombre, con todos los atributos que debe tener un hombre,
está asombrada al ver, de que es capaz el ser humano. No descubrirá hasta que
lo ponga en marcha, de que es capaz, un hombre de plástico. Un motorcito
auxiliar, hace que su miembro viril vibre, que haga valer su hombría. Por el
momento, lo viste con los accesorios que lleva incluidos, la tela de su camisa
y el pantalón son baratos, ¡faltaría más que fuera vestido de Armani!, eso lo
da por hecho, pero no importa, si conviene, ella le confeccionará lo que le
haga falta, será el marido de plástico mejor vestido de los alrededores.
Al marido de Encarna, nos lo encontramos un
amigo mío y yo en una bolsa de plástico al lado de un contenedor, eso fue para mediados del año pasado, junto a
otros desechos, estaba esa bolsa, al lado de otras que no cabían en el
contenedor. Al pasar por allí –el ayuntamiento estaba reforzando la aparición
de más contenedores-, nos dimos cuenta, mientras encendíamos unos cigarrillos,
que de la bolsa, sobresalía un pene artificial
“¡hostias nene, mira!”, y miré, al principio nos chocó el descubrimiento,
todavía me acuerdo como si fuera hoy, de una patada rompimos la bolsa y allí
estaba aquel señor, con la cara aplastada y con media sonrisa, ¡qué fuerte!, enseguida
te preguntas de quién es, o mejor dicho, de quién era el muñeco.
Imposible descubrirlo, está
claro, pero que captó nuestra atención… ¡vaya si la captó!. Hombre una cosa así
no pasa todos los días. Entonces nos pusimos a hablar, más que hablar a
elucubrar, que tener un marido así en casa, a una mujer debe ahorrarle un
montón de problemas. Siempre está a su disposición, eso en primer lugar, si
discutes con él, no puede defenderse, o sea que puedes desahogarte a gusto si
te cabreas. Hasta si me apuras, le puedes dar unas cuantas bofetadas sin que se
inmute, no bebe, no te puede venir a casa con una castaña del demonio, no come,
ahorro seguro, y en cualquier momento del día o de la noche, puedes disponer de
él para lo que te plazca.
¡Anda que no estaría contenta
Encarna con un marido así!. Seguro que a estas horas, ya tenía otro marido más
evolucionado, más moderno. No necesitaría, ni papeles de divorcio para
desprenderse de él. Que guay oye, a lo mejor, yo en su puesto, haría lo mismo,
a determinadas edades, ya no está uno para líos. De verdad oye, esto te da
ideas, ¡quién sabe cómo será tú futuro!.
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