“HANDMADE”
Así se lee en la puerta de su
tienda, al lado de muchos complementos de moda, tanto de hombre como de mujer.
En el panel de madera arriba, se
lee esta palabra, un poco mal pintada en azul oscuro, y debajo de ella, una
serie de precios de los artículos que ahí se venden.
Es una tienda minúscula, ni
siquiera tiene mostrador en el que poder exponer los collares, brazaletes,
cinturones y otros artículos que están a la venta.
Pero la gente se acerca, en el
exterior –con un permiso que pagó en el ayuntamiento-, le dejan poner una mesa,
de dos metros de largo por sesenta de ancho. La sostiene un par de caballetes
plegables de madera.
Rocío, abre su pequeño negocio
todo el año, tiene la ventaja de que hay turismo. Está en una isla de las
Pitiusas, no quiere que se diga cuál es, también me ha hecho comprometerme con
cambiarle el nombre, si quería que escribiera lo que quería, acerca de su vida.
No es que sea una historia
excepcional, pero me sobrecogió cuando me la contó.
Este encuentro, sucedió en
Cartagena, ella de compras en la capital para abastecerse de material para
su trabajo, yo de visita con motivo de
la muerte de un amigo íntimo, un hermano para mí.
Ella, alegre como unas
castañuelas, sentada en una terraza del
Paseo de las Palmeras, tomándose un café americano, haciendo fotos con una
vieja cámara alemana Braun, yo por mi parte con la cabeza cabizbaja, tratando
de averiguar, qué mala suerte tuvo Josué a lo largo de su corta vida.
Con solo treinta y un años, ya
estaba en el otro mundo. ¡Qué muerte más horrenda, ahogado dentro del coche sin
posibilidad de salir!. Sus otros dos amigos, y yo, siempre le decíamos que
corría demasiado, pero nada, parecía que cuanto más se lo decías más corría.
“En serio Carlos, voy a tener que
determinar no subirme más contigo, ¡parece que vayas haciendo carreras…!, ¿qué
prisa tienes?”. Me miraba de lado y
aceleraba el cabrón.
Se salió de una curva y se fue al
mar. Esa fue su historia, un hombre que nunca había trabajado, de una familia
acomodada, con un Audi último modelo y ya ves…
Supongo que tenía que pasar, su
madre dijo que fue cosa del destino. Pues vaya destino de mierda.
Noté una serie de clics cuando
pasé al lado de Rocío, me estaba fotografiando, para fotos estaba yo. Me dirigí
a ella y me quejé, me hizo las fotos sin mi permiso.
“Lo siento, es que soy muy
aficionada a la fotografía, y me han gustado los contraluces del sol en tú
rostro. Si quieres, ni las revelo, o lo hago y te envío las copias donde tú me
digas. ¿Quieres sentarte a tomar algo?, te invito”.
No sé porqué, acepté, en ese
momento no estaba para celebraciones, pero pensé que hablar de otras cosas,
quizá me aliviara un poco. Tenía un dolor inexplicable dentro del corazón.
Carlos era un tipo de los que quedan pocos,
apreciaba su compañía, con un gran sentido del humor, nunca se enfadaba.
Rocío se dio cuenta
inmediatamente que estaba afectado por algo gordo, pero no preguntó. Poco a
poco, a través de la conversación y sin saber de qué manera, acabé contándole
lo que me había traído a Cartagena.
“Lo siento mucho, te mandaré las
fotos, serán solo para ti, no quiero que las tengas como recuerdo de ese triste
viaje, para tú tranquilidad, te diré que no se te ve la cara, solo que el sol,
le daba a tú persona un aire taciturno, casi misterioso, y eso es lo me ha
gustado”.
Se alojaba en El Palomar, una
pequeña pensión familiar, que para ella era como su casa, venía de la isla a
menudo de compras y siempre se alojaba allí.
“Me ha gustado hablar contigo este rato Rocío, a lo mejor nos vemos en
otra ocasión, ¿quieres tomar otro cubata?”. Aceptó, y nos quedamos en la
terraza del bar hasta que comenzó a llenarse de guiris. No me gustan mucho los guiris, pero a ella sí,
son los que le dan para vivir.
“Me gustaría invitarte a cenar
Rocío, ¿aceptas?”. Me miró de reojo, le hice esta propuesta porque no era una
chiquilla, vulnerable, solo quería compañía humana, pensé que en ese instante,
era la persona ideal. Fuimos a una marisquería, había bastante gente, pero
parecía un local con algo de clase, por lo menos, la comida era buena, el
precio no me preocupaba.
Después, cuando salimos de allí,
después de haber tomado unos chupitos de orujo, paseamos por la playa, la arena
estaba fría, notaba en mi interior, como si alguien o algo, me estuviera
cargando las pilas. Las olas eran un poco fuertes, en un momeo determinado,
ella, que andaba por la parte interior de la playa, se me echó encima, para no
mojarse la falda larga de algodón de colores, tipo hippie, la blusa blanca
anudada a la cintura, le daba un aire de zíngara. Olía a sándalo, a mí no se me
ocurrió otra cosa, que poner las manos bajo su larga melena y cogerla por la
cintura para acercarla más a mí.
Ese fue el inicio de una amistad,
que me llevaría a la isla de Rocío de forma regular, a visitarla. Luego con el
tiempo, a quererla, y al año siguiente, a vivir juntos allí.
Toda la gente que me conocía
comenzando por mi familia, me dijeron que estaba loco “Pero hombre, ¿cómo vas a dejar tú trabajo
aquí?. Piénsalo bien Josué, que las mujeres se cansan a menudo de los hombres,
¿y si te deja y se va con otro?”. Mi padre es así, siempre temeroso, nunca ha
cambiado de trabajo, desde que era aprendiz, siempre haciendo lo mismo, ahora a
sus cincuenta pasados, trabaja en el mismo periódico, con muchas cosas
cambiadas por supuesto, es encargado de la impresión, pero nunca ha aspirado a
nada más.
Por quién más siento cambiar de
ambiente, es por mi madre Rosa y mi hermana Lourdes, tienen una panadería en el
barrio y les va bien. Lourdes me dijo un día que era un traidor, lo dijo en
buen tono, la quiero mucho, pero ella también tiene novio y no desde hace poco
precisamente, llevan cuatro años festejando. Todavía no sabe, cuándo se van a
casar, y me llama a mí traidor. Lo único que nos diferencia, es la edad y que
el novio duerme con ella cuando le viene en gana, y en casa.
Rocío después de nuestro tercer o
cuarto encuentro, me contó que hasta que no me conoció, no había tenido
relaciones con ningún hombre. “He pasado
la mitad de mi vida huyendo de ellos. Cuando tenía diez años, mi padrastro,
entraba de noche en la habitación y comprobaba si estaba dormida, se acostaba
delante de mí y cogía mi mano para que lo manosease, la noche que me desperté
sobresaltada y lo vi en mi cama, no me atreví a gritar, a decir nada, el siguió
sujetando mi mano hasta que terminó en medio de un largo gemido. Después de él,
fue su hermano, un holgazán de cuidado que se pasaba el día en casa sin hacer
nada. Para entonces iba al colegio muy poco, no podía, cada vez que salía a la
calle. Me sentía, la peor persona del mundo”.
“¿Y tú madre nunca dijo
nada?”. “A mi madre le quise sacar la
conversación una vez, y en cuanto vio por donde iban los tiros, me dio una
bofetada que me marcó la cara. Recuerdo que me dijo… “No se te ocurra sacar
este tema nunca más, guarra, que eso es lo que eres, una guarra”. De modo que
callé, y ya sabes lo que apunta el dicho, “el que calla, otorga”.
Bajó la cabeza, como si le
hubieran dado con un mazo, yo me quedé atónito, no supe que decirle, no me
atrevía a decirle ninguna palabra de consuelo, estábamos frente a frente, en su
pequeño apartamento sobre la tienda. Pasaron unos largos segundos, suspiró en
silencio, luego forzando una sonrisa, ya no quiso hablar más del tema.
Esa noche la abracé contra mi
cuerpo, nos quedamos dormidos, a eso de las cuatro de la mañana, comprobé que
no estaba en la cama, me levanté para buscarla, no estaba en casa.
A toda prisa me vestí y salí del
apartamento, pero ¿dónde buscarla?. Me acerqué a los sitios donde íbamos
frecuentemente, allí no estaba, pregunté en algunos sitios que eran sus
preferidos, nada “Por aquí yo no la he
visto… -a otro barman- niño ¿has visto a Rocío la bisutera?, nada tío”.
Una isla como aquella, por la
mañana es muy pequeña, pero por la noche es grandísima. Con poca iluminación y
mucho ruido, todo queda confuso, un ambiente lleno de brumas de mar y olor a
alcohol. Me volví para casa, desanimado por un lado, por el otro, alentado en
pensar que no tenía donde ir, que volvería a casa a una hora u otra.
Al llegar a casa, me la encontré
sentada en la cocina, tenía una taza de té, que abrazaba con las dos manos,
¿para entrar en calor…?, le acaricié el cabello en mitad de la penumbra, lo
tenía completamente mojado, el resto de la ropa estaba húmeda “¿Dónde has estado Rocío, te he estado
buscando por todas partes?”. “Pues no
has buscado bien, he estado bañándome en el mar, desnuda, libre, como una
sirena, sin pensar en nada ni nadie”.
“Entiendo…”. “Qué coño vas a
entender…”.
No estaba enfadada conmigo, más
bien era consigo misma, manifestaba una rabia interior que se sentía impotente
de dominar. Se dio una ducha y se acostó de nuevo, no me atreví a cogerla, ni
siquiera mirarla, no por falta de ganas, pero deduje que no era el momento,
probablemente, todavía permanecía en estado de alerta.
Por la mañana, al despertar, ella
ya estaba abajo, no tenía la tienda abierta, pero estaba trabajando en una
nueva colección de piezas con perlitas pequeñas, coralinas, y cadenas de plata
para ensamblar. “¿Has desayunado Rocío?,
no he visto nada sucio en la pica, he pensado que antes de abrir nos iría bien
dar un bocado”. “Hay personas, que
tendrían que reventar antes de ponerse el sol. Si hubiera alguien que tuviera
misericordia ahí arriba, los fulminaría con un rayo”. “¡Venga mujer…!”. “No, óyeme tú a mí, no pretendas interpretar
mis sentimientos, no me consueles, no lo necesito”.
Dejó lo que estaba haciendo y
salimos a tomar algo, a una pequeña granja que hay en la esquina de la calle.
Mariló la recibió con un par de sonoros besos, ella también se alegró de verla.
Por mi parte, pensé que solo habíamos caminado cincuenta metros, y la muchacha
la recibía, como si hubiera vuelto de un viaje a la luna, concluí que salía
poco o nada, que su vida se resumía al trabajo y la casa. Nada de diversión, ni
de salidas a discotecas, nada de nada.
Me presentó como el amigo que
estaba con ella, estuve de acuerdo con la definición que dio de mí. Nada más
cierto ni más vago, simplemente acertado, tampoco es que esperes que te presenten
con la banda municipal detrás, a bombo y platillo. Ya se sabe como son estas
cosas, no son el ideal del amor romántico, casto, puro, eso ya pasó a los
anales de la historia como uno de los fallos más grandes de la sociedad.
Mariló se sentó con nosotros,
¡vaya coñazo!, estoy seguro, que a quién primero le sobraba hablar, era a
Rocío, y la otra, dale que te dale a la manivela. A veces me pregunto, si no captan el mensaje algunas personas,
Mariló desde luego, no quería verlo. Una voz masculina, la reclamó desde detrás
de la barra, se despidió de nosotros y se fue, no sin antes, invitar a Rocío a
que viniera más por allí.
Rocío en esos momentos, era como
una barca mecida por las olas, no hablaba, ni siquiera sé si escuchaba lo que
yo le decía, no era importante, pero de cualquier modo, podría haberla hecho
participar más, de la conversación que yo trataba de establecer. Le estaba
proponiendo hacer un viaje, al pueblo de mis padres. Cambiar de ritmo de vida
unos cuantos días, en un entorno, que era poco menos que el paraíso.
“Piénsalo Rocío, solo cuatro
días, a lo sumo cinco, me gustaría enseñarte como es todo aquello. Lleno de
agua por todas partes, pequeñas cascadas que caen desde lo alto de las rocas,
senderos donde casi le avergüenza a uno hablar, por no estorbar el canto de los
pájaros. Sería una experiencia única para ti, estoy seguro. ¿Has estado en
algún sitio de alta montaña? –ella negó con la cabeza-, pues ya va siendo hora
de que conozcas Trablanca, te encantará, ¿qué dices?”.
Levantó la cabeza del café con
leche y me miró “Te quiero Josué,
llévame donde tú quieras”. Me resultó un poco extraño que no pusiera condición alguna
de días, desde hacía años, no había dejado de abrir la tienda. En cuanto a mí,
no se puede describir lo que sentí en ese instante. Mi alma entera se llenó de
gozo, creo que es diferente a alegría, el gozo, es un sentimiento más profundo.
Terminamos el desayuno y cuando fui a pagar, el chico de la barra, me dijo que
ya estaba pagado, le di las gracias a Mariló que estaba atendiendo a otra
gente, y nos fuimos.
Cuando llegamos a casa de nuevo,
Rocío habló de nuevo, me cogió por la pechera de la camisa y me dijo “Por favor, nunca me pidas que haga el amor
contigo, yo te lo diré, ¿aceptas esa condición?”. Levanté los brazos como si
fuera un asaltado por la calle “Lo que
tú digas, acepto”. Me besó como nunca antes me había besado nadie, de forma
tranquila al principio, después, obligándome a abrir la boca e introducir su
lengua en la mía, me estremecí, luego tirando de mí, me tiró sobre el pequeño
sofá de la casa, y practicamos el sexo hasta la extenuación.
“Es justamente así como yo
imagino las relaciones, sin miedo y sin presiones, sin obligación, y cuando
tengo ganas de él apasionadamente, pero sin compromiso alguno”. ¿Quién no puede
estar de acuerdo con un argumento como ese?. Comencé a hacer arreglos para ir
Trablanca, al móvil, durante media hora, no le di descanso. Hablé con Mercedes,
una vecina medio francesa que se cuida de la casa en Trablanca. Mis padres le
regalaron una vaca hacía años, ahora tenía cuatro, vivía de los productos que
estas le daban.
“¡Aló, bonjour monsieur, ¿qui
sé?”. Comence a hablar con ella, y en la conversación después de preguntar por
su familia y demás, le dije si podía tener la casa dispuesta para el sábado
próximo. “Me ouí muiseur, sans doute, on
se verá le samedí alors”. Las gentes de montaña, son muy parcas en palabras,
pero Mercedes, se quedaría en pelotas, con tal de que yo no pasara frio, estoy
seguro. No hablan mucho, son más de acciones, de pruebas que manifiestan su
talante. En Trablanca, todo el mundo depende de los vecinos, y no te digo nada
cuando llega el invierno, entonces se defienden unos a otros con uñas y
dientes. A algunos vecinos que no habitan en el núcleo del pueblo, durante esas
fechas, les va la vida, si no tienen el auxilio de los demás.
Hablamos por el camino, en el
coche, sobre esta circunstancia con Rocío, la quería meter en materia, para que
no se asustase cuando viera el camino, y el destino, el paraíso, Trablanca.
“Saca los pies de la guantera
loca, si nos para la poli, nos va a meter un puro. En los todoterreno vamos más
altos se nos ve desde lejos, y esos fliks están en todo”. Paramos a comprar en
un almacén, algo de ropa para estar bien abrigados allí arriba, mil novecientos
metros de altitud, no son para tomarlo a broma ni en pleno verano. Cuando
llegamos a destino, después de muchos “hay, hay, cuidado”, la carretera en
algunos momentos no estaba para bromas, a golpe de claxon en cada curva, nos
teníamos que hacer oír, en algunos tramos, no cabía más que un solo coche.
En la entrada de la aldea más que
pueblo, paramos, teníamos que seguir a pie hasta la casa. Rocío se acercó a la
balconada de piedra y madera, extendió los brazos, el viento movía su cabeza,
la espesa melena casi pelirroja, le obligaba a hacer fuerza con el cuello. “¡Estamos en el cielo Josué…!”. “Así es, ¿qué te parece este panorama?”. “Es perfecto, como tú decías, el paraíso”.
Mercedes estaba al tanto de su llegada, para entonces, se había encargado ya,
de hacer traer leña, para el hogar de fuego de la sala cocina. Ese espacio que
ocupaba casi toda la planta baja, tenía solo dos habitaciones, un baño modesto
pero muy bien instalado, y una alacena, donde estaban las mermeladas, las legumbres,
el aceite, azúcar y otros complementos de cocina.
Rocío despojándose del chaquetón
que llevaba, se acercó al fuego que crepitaba, la puerta de acero del kit de
calefacción estaba abierta, Josué fue a cerrarla, pero Rocío detuvo su
mano “Espera un poco, no recuerdo haber
visto un fuego tan hermoso”. “Piensa que
con la puerta abierta, no se calienta la parte alta de la casa…”. “Lo tendré presente, descuida”.
Se la veía tremendamente feliz,
pero demostrando cautela, de cualquier modo yo, sabía que había acertado con la
elección de pasar allí unos días. A mí también me iría bien después del zarpazo
que sufrí. No era grave, son cosas que pasan a diario, mi prometida, después de
haber hecho los arreglos para la boda, me dejó sin decirme nada. No pude sacar
nada en claro de nadie de su familia, parecía una confabulación a la que
hubieran llegado de mutuo acuerdo. En mi casa, todo el mundo estaba derrotado,
comenzaron a correr, mil y un latifundios diferentes sobre la causa de la
suspensión de la boda. Esto me dejó muy tocado, mi negocio de informática
comenzó a declinar, aunque mi socio David, me dijo que no me preocupara, que él
se encargaría de todo con la ayuda de Baltasar, un ayudante que está con
nosotros.
Sentía ahora, que tenía que
echarle una mano al futuro de Rocío y en consecuencia, al mío. Estar unos
cuantos días en mi pueblo, nos podría dar esa oportunidad, los dos, lejos de
nuestro entorno. Mi trabajo estaba en Palma de Mallorca, y por el momento, en
buenas manos, David es un tío responsable, si cabe, más que yo mismo, quien fue
el que puso el dinero para que se abriera la tienda.
En Trablanca, difícilmente tienes
cobertura telefónica, y de internet, ya ni te cuento. Pero es un buen lugar
para pasear, reflexionar, hablar, el monte invita a esto. Después de haber
comido opíparamente, con platos de cocina de montaña que Mercedes nos preparó
previamente, nos quedamos dormidos delante del fuego, sobre una gran colcha de
piel de cabra cosida, estábamos en el cielo.
“Te quiero decir una cosa
Josué”. “Te escucho”. “Durante dos años tuve una relación
homosexual con una chica alemana que vino de vacaciones a la isla, no sé cómo
nos enamoramos, tenía que marcharse de vuelta a Alemania, la convencí para que
se quedara en España, hablaba muy bien español, siguió sus estudios aquí,
fuimos muy felices, pero de golpe,
comprendí, que no estaba segura de continuar con esa relación, ella se dio
cuenta de que mi interés por ella estaba menguando, y sin saber cómo, se
marchó. No me dejó ni una nota, pero en el fondo se lo agradecí”.
“Bueno, tienes que tener la
conciencia tranquila, no fuiste tú la que la echaste de casa…”. “No, pero lo hubiera hecho, porque al mismo
tiempo de estar con ella, me veía con un chico argentino, en fin, que follábamos”. “Ya, bueno esta es una cuestión muy
generalizada. ¡Si fuéramos a mirar con lupa a la gente que es fiel a su pareja,
me da la impresión que se podrían contar con los dedos de las manos, es un
decir claro”.
“¿Me serías fiel si te
comprometieras conmigo”. “¿Y tú”. “Odio que me contesten con otra pregunta, no
estamos hablando de mí sino de ti”.
“Rocío creo que es una cuestión bilateral…”. “De eso nada, Josué, estamos hablando de
aspectos concretos, para ver si podemos ser una pareja, de modo que esta
pregunta que me haces, parece más una evasiva que otra cosa”.
Paramos la discusión, y Rocío,
desnuda, se desperezó sentada sobre la piel de cabra. “Ves, ahora me daría un baño en la playa”. “Si quieres, podemos darnos un baño en el
rio, conozco un par de lugares cerca de aquí, en la hay unas pozas divinas para
nadar, y sin olas”. “Vamos, venga”. Nos
acercamos al rio por un sendero, allí las aguas bajaban bastante bravas,
seguimos hacia arriba, el sol no da a esa hora en esta parte del rio. Después
de vadear un par de rocas grandes nos encontramos con las hermosas piscinas de
aguas color turquesa. Rocío se desnudó, bajo los vaqueros no llevaba ropa
interior, metió los pies en el agua y aulló
“¡Me cago en todo, nos vamos a congelar…!”. “Nada de eso mujer, tírate de cabeza y comienza
a nadar, ya verás cómo no sientes el frio…”. Eso hizo, sin pensarlo dos veces
se zambulló, incluso buceó debajo del agua hasta llegar al final, cuando salió,
se le veía cara como de terror. Yo me reí, entonces, haciéndome un gesto con la
mano sin dejar de moverse en aquella agua gélida, me invitó a que me tirara yo
también. Al entrar en el agua pareció que me lavaran miles de agujas por todo
el cuerpo, pero puse cara de póker y nadando me acerqué a ella, buscamos un
lugar donde hiciéramos pie y nos abrazamos, fue un abrazo indescriptible. El
frio de nuestros cuerpos, junto al deseo, hizo que estuviéramos frotándonos de
ese modo unos minutos.
Después, pasó algo que no terminé
de entender, estuvo empujándome hacia atrás con todas sus fuerzas, al principio
creí que formaba parte de algún tipo de juego, pero no era así. Al no querer
soltarla, se puso a darme de bofetadas de manera que la tuve que soltar, se
acercó a la orilla jadeando por el esfuerzo y probablemente por el frio, rompió
a llorar. La tapé de inmediato con una manta de viaje que previamente saqué del coche, no quería
mirarme, a pesar de que yo, con una mano, dirigía su mandíbula hacia mis ojos
con delicadeza.
Relacioné este asunto, con algún
tipo de trauma que le dejó, la experiencia amarga que me contó de cuando era
joven, y su padrastro la visitaba por las noches. Si ese era el problema, tenía
una labor dura por delante, para lograr algún éxito.
Volvimos para casa, era la gloria
bendita entrar en ella, y encontrarte caliente, recogido, seguro. Yo creo, que
en mitad de la montaña, donde tienes espacios abiertos, al entrar en tú casa te
sientes diferente a cuando lo haces en la ciudad, viviendo en medio de
multitudes. A mí, siempre me sobrecogía ver desde lejos el pueblo, con las
chimeneas de las casas echando humo, visto desde diferentes perspectivas, cada
vista era una postal diferente.
Rocío, enfundada en un grueso
jersey mío, que le cubría hasta mitad de los muslos, estaba calentándose
delante de la chimenea, con las piernas encogidas sentada sobre la piel del
suelo, tenía las piernas tapadas con el jersey, con la mirada fija en el fuego
que no paraba de quemar. En el cobertizo de la entrada de la casa, tenía una
buena provisión de leña, de modo que no faltaba comida para aquel mágico complemento
de la casa.
Me senté a su lado, me había
preparado un café con leche muy caliente en una taza con asa. “¿Quieres?”. Le ofrecí la taza, ella negó con
la cabeza. “Te iría bien hablar Rocío”.
Se lo dije como una súplica, sin asperezas, con la mayor dulzura que era capaz
de expresar. “No sé si me lo merezco,
debes pensar que estoy loca o algo por el estilo”. “Para nada, estamos los dos solos aquí, lo
que sentimos, y hasta lo que nos pudiera atormentar, podemos compartirlo para seguir
adelante ¿no crees?”. “Ahora mismo no sé
qué decir, me siento fatal, te e echo partícipe de mis frustraciones, y eso… no es
de justicia”. “Son cosas que pasan… no
debes sentirte mal por esto, reacciones que debemos esperar, cuando dos
personas se están conociendo, no digo que debieras haber estallado de ese modo,
no es recomendable bajo ningún aspecto, pero bueno, si sucede algo así, se
habla y si cabe dar algún tipo de ayuda, se da. En ese caso concreto, aquí me
tienes, para lo que haga falta, te quiero, y te quiero como eres”.
Después de tomar cada uno su
bebida, Rocío dijo que no le apetecía subir a dormir arriba, que quería
quedarse delante del fuego. “Tú sube
arriba y duerme Josué, por favor déjame sola aquí esta noche”. La miré con extrañeza,
pero me seguía con la vista, e iba
acompañándome con la mirada, todo el recorrido hasta la escalera, con el rostro
medio sonriente y los ojos como perdidos, sin mirar a ningún lugar en concreto.
Lo cierto es, que me asustó un poco, aquella noche, la pasaría en vela,
vigilándola por entre los barrotes de la escalera de vez en cuando, asistiendo
a su descanso, procurando que nada la despertara, era evidente que estaba
cansada. Entonces de pronto pensé en sus ojos , esos que me miraban cuando subía a nuestra habitación, ¡eso es!,
eran los ojos de una persona que de golpe había gastado toda su fuerza, como
cuando un juguete que abre los ojos a fuerza del impulso de las pilas se quedan
a medio abrir, o medio cerrar según se mire.
Al cabo de dos horas de estar
completamente a oscuras, me asomé por entre los barrotes al salón, debía ir con
cuidado, el suelo de la casa es de madera, de manera que como si fuera un
ladrón, saqué la cabeza por la esquina de la baranda, no estaba allí, me
sobresalté. Hoy ruido en la cocina, al cabo de dos minutos apareció con el
jersey, estaba medio dormida, se volvió a acurrucar delante del fuego y al
parecer se volvió a dormir. ¡Me habría gustado tanto ser pintor para poder
retratarla como estaba…!. No podía tener frio donde estaba, a solo un metro del
cristal del kit de la estufa, permanecía acurrucada, solo se le veía tapado
medio cuerpo y las rodillas, el trasero desnudo y las piernas dobladas, le
daban un aspecto que jamás había contemplado en una mujer. Estaba preciosa,
medio hundida, en medio del pelo de la gruesa colcha de piel.
Así estuve contemplándola largo
rato, mientas mi mente imaginaba, solucionaba teóricamente aspectos de su
personalidad. Si poder evitarlo, me quedé dormido allí, con la cabeza apoyada
en el antebrazo. Llegaron los sonidos de la mañana, con ellos la luz matutina,
que se colaba por entre cortinas y ventanas. Me desperté sobresaltado, no sabía
bien donde estaba, pero percibí el olor de café recién hecho. Retrocedí como si
fuera un indio apache que estuviera vigilando a una presa, golpeé la puerta de
la habitación, como para que se apercibiera de que salía de ella. Me metí en el
cuarto de baño, y tomé una ducha sin jabón, cuando salí del baño ella se estaba
vistiendo, había usado el baño de abajo.
“¿Qué gallito mío, has dormido a
gusto en la escalera?, debes estar baldado, seguro que tienes las marcas de las
tablas en el cuerpo”. “Oye, ¿y tú cómo
sabes…”. No terminé de hacer la pregunta, porque era evidente que me había
visto, quizás cuando estaba dormido, subiera
arriba para algo y no quiso despertarme.
“Oye Rocío, al fin y al cabo he obedecido ¿no?”. “Si claro, en esto no cabe discusión alguna, pero
me pregunto por qué”. “Pues porque te
quiero y quería vigilar tú sueño”. “Pues
mira tú por dónde, he vigilado yo el tuyo”.
“Tú qué crees que significa esto”.
“¿Qué me quieres igual que yo te quiero a ti?”. “Eso es, creo que has dado en el clavo”. Trablanca ha sido una especie de misterio
para mucha gente. Hay algunos vecinos que son jóvenes, se han instalado en el
pueblo, para dar un golpe de timón a sus vidas, desafortunadamente, yo no puedo
hacer lo mismo con mi negocio, no puedo estar ausente de forma indefinida.
“¿Qué pasaría si viniéramos a
vivir aquí Josué?, podrías cambiar de oficio, a lo mejor resultaría en
beneficio mutuo para ambos”. “No estás
hablando en serio”. “Claro que sí, yo
puedo vender mi local y la vivienda en un abrir y cerrar de ojos, podrías hacer
tú lo mismo. Vendes la parte del negocio que te corresponde y comenzamos de
cero aquí. No creas que es un capricho mío, ni algo que se me ha ocurrido a voz
de pronto”. “No sé, ¿y de qué viviríamos
aquí?”. “Pues de hacer cosas a mano,
como las que hago en la isla, con otros materiales quizás, pero básicamente lo
mismo. Tengo algunos contactos bastante importantes, a los que no les
importaría que cambiara el catálogo de piezas”.
Ese día, comí mal, e hice la
digestión peor aun. Me estaba hablando en serio, ella podría seguir poniendo su
rótulo de handmade a los paquetes que enviaría por correo a los clientes, pero
¿y yo, que iba a hacer?.
“El trabajo que yo hago, también
lo puedes hacer tú. Nos podemos complementar para que salga mejor y más rápido.
Créeme, es cuestión de atención e imaginación, nada más”. “No sé si serías capaz de soportar los
inviernos que se pasan aquí, las gentes de montaña son como las propias cabras
montesas, se adaptan a todo. Nosotros somos recién llegados, no podemos
pretender ser como ellos de la noche a la mañana”. “Pues nos adaptamos, no es imposible, es
cuestión de establecer prioridades en la vida. Si nos lo proponemos, seguro que
podremos”.
Estuve de acuerdo con ella, la
quiero, eso significa en mi caso, que quiero terminar mis días a su lado, si
las circunstancias lo permiten, siempre hay
peros, impedimentos, imponderables, cosas que surgen en la vida, pero
que pueden surgir aquí o en la isla.
Era consciente, de que a quién me
costaría explicar todo este asunto era a mi padre Gonzalo, un hombre, que
siempre nos había hecho andar como una vela, tanto a mi hermana Lourdes como a
mí. Con ella era más condescendiente, la niña de sus ojos, que ya de pequeñita,
le tiraba de la nariz, le cantaba canciones que había aprendido en el colegio,
en fin, esas cosas, que a menudo hace que los padres establezcan preferencias de
forma natural.
A la vuelta de esas mini
vacaciones, con quién primero hable fue con él. Cuando se enteró de los
pormenores del paso que iba a dar, no se le ocurrió más que decir “Tú estás loco Josué, te has bebido el
entendimiento, esto que me cuentas es demencial. ¿Cómo puedes pensar que este
asunto te va a salir bien?. Si esperas que te dé mi beneplácito, estás
equivocado. ¿Quién te ha metido una cosa así en la cabeza?, seguro que alguna
mujer por la que has perdido el sentido, ¡santo dios…!”.
Por otra parte, Rocío dejó los
cabos atados al cabo de un par de semanas. Apalabró la venta de su casa con una
inmobiliaria, y me dijo que en un mes más, lo tendría todo dispuesto. Con la
operación de la venta, ganaría del orden de trescientos mil euros limpios. Hay
que ver como se cotizan las casitas de la isla. Y porque tenía algo de prisa en
vender, si no, habría sacado más.
Me ha llamado por teléfono, me
dice que ya lo tiene todo empaquetado, y me pregunta si a la casa de Trablanca,
puede llevar un halcón que era de sus abuelos y un par de cosas más, le he
contestado que sí, que no hay problema, espacio hay de sobras. Las
negociaciones con David mi socio, son un poco más lentas, no tengo que vender
una casa, tengo que vender un negocio, un negocio que arroja buenos dividendos,
pero que por el momento David no tiene. Bueno, no tiene todo el dinero, en mis
cuentas, me tiene que dar medio millón de euros, comprendo que esa es mucha
pasta.
Quedamos en que me haría una
transferencia bancaria por una cifra inicial, luego haría pagos sucesivos cada
trimestre, dependiendo de la facturación que se hiciera, llegamos a un acuerdo.
No era mucha presión para él, y a mí, me satisfacía el arreglo, por el momento
dinero no me faltaba, podía permitirme pasar una buena temporada, ensayando con
Rocío, mis habilidades, fabricando los complementos que ella hacía a mano.
Por fin estábamos iniciando
nuestra nueva aventura, una vez instalados en la casa, cabía buscar un lugar
donde poder estar tranquilos con todas las piezas de fabricación, y unas
cuantas herramientas muy rudimentarias, que servían para ensartar las
piedrecitas, asegurar los cierres, y luego colgarlas por medidas, en unos
alambres de acero, que distinguían los largos y los colores. Rocío trabajaba
deprisa, tanto, que me era difícil aprender. Yo miraba la mesa improvisada
donde estaba el material, y me volvía loco. Miles de pequeñas piezas taladradas
por el centro que ella cogía con ayuda de una aguja, con una destreza increíble,
parecía una máquina. Estaba alucinado, trataba de seguirla en esa maniobra,
pero solo conseguía irritarme.
“No te compares conmigo Josué, yo
tengo práctica desde hace muchos años. No desesperes, fíjate la meta en
perfeccionar una maniobra, las demás llegarán solas, hazme caso”. Me hablaba
sin levantar la vista de lo que estaba haciendo, y yo me desesperaba más
todavía. Al cabo de un par de meses, comencé a ver el provecho de este trabajo
manual, comenzaba a respirar más tranquilo, las agujetas de las dorsales y los
glúteos comenzaron a amortiguarse, entonces me di cuenta de la tensión con que
había estado trabajando.
Sin recordar lo que en el
principio me dejó claro acerca de las relaciones sexuales, esa noche la busqué
apasionadamente, la necesitaba, quería sentir su calor en toda la dimensión
posible. Me llevé un susto de muerte, se puso de pie sobre la cama, saltó como
un muelle, se cuadró delante de mí como si fuera un sargento, con los brazos en
jarras, los ojos inyectados en sangre “¿Pero
tú que te has creído…?. Eres un patán de mierda, no me mires más a la cara, y
haz el favor de largarte ajora mismo de la habitación”.
Tenía buenos motivos para pedirle
perdón, y así lo hice, no me contestó, solo saltó de la cama y comenzó a
tirarme lo que pilló a la cabeza. Fue un momento difícil, contarlo es una cosa,
vivir una circunstancia así, es otra bien diferente. No se me ocurrió decirle
nada en ese momento, ¿qué iba a hacer, pedirle perdón?, comenzaba a conocerla
bien, y eso, habría estado de más. Cogí una manta del altillo del armario y me
fui abajo delante del fuego, traté de imaginar cómo sería el día de trabajo siguiente,
pero me lo quité de la cabeza, no valía la pena darle vueltas, así que me dormí
escuchando música con los auriculares puestos.
“Tú y yo tenemos que hablar”. Ese
fue mi despertar, sentada en el sofá, me miró fijamente. Cuando te pasa algo
así, te coge a contrapié todo, en mis oídos todavía escuchaba la música de los
auriculares, me los quité. “Tienes razón
Rocío, sé lo que me vas a decir, he metido la gamba hasta la rodilla…”. Se
abalanzó sobre mí, y no paró hasta que reaccioné a sus deseos. Hicimos el amor
durante un par de horas, besándonos y acariciándonos por todo el cuerpo, ella quería más caricias,
ofrecía su cuello para que lo besara, sus pechos para que los masajeara, una
entrega completa. Al terminar, solo se me ocurrió decirle “Rocío, sinceramente, no entiendo nada”. “No hay nada que entender, así debe ser
nuestra relación, ni más ni menos, te lo dije al principio y tú estuviste de acuerdo”. “Si, ya, pero es que…”. “No hay pero que valga, si no estás de
acuerdo en cumplir lo que me prometiste, me lo dices y punto”. Viviendo en el
culo del mundo, no me planteé que fuera a visitarla algún siquiatra, en primer
lugar, porque no lo había, en segundo lugar, porque hubiera hecho falta su
consentimiento para hacerlo.
Si nuestra relación tenía que
basarse en el mando de uno de los dos, iríamos mal. Por eso con toda franqueza
le hice saber mi parecer. “No me puedo
imaginar por lo que has pasado, debe de haber sido muy duro, pero por otra
parte, pienso, que la relación de dos personas que se quieren, pasa por el respeto
mutuo, es decir, por la consideración de ambos, de la tolerancia que dos
personas deben de tener. En definitiva, pongo como ejemplo lo que acaba de
pasar, ayer por la noche, si hubieras podido, me habrías trinchado, y sin
embargo esta mañana, hemos ofrecido lo mejor de nosotros mismos en el plano
sexual. Me parece un poco kafkiano”.
Sentada a horcajadas sobre mi
torso… “No hay nada de raro ni extraño
Josué. En ocasiones, en mi interior, se encienden unas alarmas difíciles de
explicar, se me hacen ingobernables, luego recapacito, y me doy cuenta de que
he sido una estúpida. Sí, que me he portado como una niña pequeña, ten
paciencia, trato de dominar ese comportamiento”.
No podía decirle que no, en el
fondo, trataba de comprenderla, de asumir el sentimiento que sentía de que
alguien la tocara sin quererlo ella.
Han pasado desde entonces, cinco
años, a veces voy a visitarla, paga un alquiler por la casa, vive con una mujer
algo mayor que ella, cuando me vuelvo a Palma, la hago algunos encargos que me
pide, le hago llegar pedidos a clientes, que tiene en las islas desde hace
años. La quiero con toda mi alma, jamás he podido salir con otra mujer, no sé
si ella está estabilizada, yo no, a veces pienso, que me ha destrozado la vida.
Pero no puedo evitar ir a verla a Trablanca, son mis vacaciones particulares.
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