domingo, 31 de marzo de 2013



                                    “HANDMADE”


Así se lee en la puerta de su tienda, al lado de muchos complementos de moda, tanto de hombre como de mujer.
En el panel de madera arriba, se lee esta palabra, un poco mal pintada en azul oscuro, y debajo de ella, una serie de precios de los artículos que ahí se venden.
Es una tienda minúscula, ni siquiera tiene mostrador en el que poder exponer los collares, brazaletes, cinturones y otros artículos que están a la venta.
Pero la gente se acerca, en el exterior –con un permiso que pagó en el ayuntamiento-, le dejan poner una mesa, de dos metros de largo por sesenta de ancho. La sostiene un par de caballetes plegables de madera.
Rocío, abre su pequeño negocio todo el año, tiene la ventaja de que hay turismo. Está en una isla de las Pitiusas, no quiere que se diga cuál es, también me ha hecho comprometerme con cambiarle el nombre, si quería que escribiera lo que quería, acerca de su vida.
No es que sea una historia excepcional, pero me sobrecogió cuando me la contó.
Este encuentro, sucedió en Cartagena, ella de compras en la capital para abastecerse de material para su  trabajo, yo de visita con motivo de la muerte de un amigo íntimo, un hermano para mí.
Ella, alegre como unas castañuelas, sentada en una terraza  del Paseo de las Palmeras, tomándose un café americano, haciendo fotos con una vieja cámara alemana Braun, yo por mi parte con la cabeza cabizbaja, tratando de averiguar, qué mala suerte tuvo Josué a lo largo de su corta vida.
Con solo treinta y un años, ya estaba en el otro mundo. ¡Qué muerte más horrenda, ahogado dentro del coche sin posibilidad de salir!. Sus otros dos amigos, y yo, siempre le decíamos que corría demasiado, pero nada, parecía que cuanto más se lo decías más corría.
“En serio Carlos, voy a tener que determinar no subirme más contigo, ¡parece que vayas haciendo carreras…!, ¿qué prisa tienes?”. Me miraba de lado  y aceleraba el cabrón.
Se salió de una curva y se fue al mar. Esa fue su historia, un hombre que nunca había trabajado, de una familia acomodada, con un Audi último modelo y ya ves…
Supongo que tenía que pasar, su madre dijo que fue cosa del destino. Pues vaya destino de mierda.
Noté una serie de clics cuando pasé al lado de Rocío, me estaba fotografiando, para fotos estaba yo. Me dirigí a ella y me quejé, me hizo las fotos sin mi permiso.
“Lo siento, es que soy muy aficionada a la fotografía, y me han gustado los contraluces del sol en tú rostro. Si quieres, ni las revelo, o lo hago y te envío las copias donde tú me digas. ¿Quieres sentarte a tomar algo?, te invito”.
No sé porqué, acepté, en ese momento no estaba para celebraciones, pero pensé que hablar de otras cosas, quizá me aliviara un poco. Tenía un dolor inexplicable dentro del corazón. Carlos era un tipo  de los que quedan pocos, apreciaba su compañía, con un gran sentido del humor, nunca se enfadaba.
Rocío se dio cuenta inmediatamente que estaba afectado por algo gordo, pero no preguntó. Poco a poco, a través de la conversación y sin saber de qué manera, acabé contándole lo que me había traído a Cartagena.
“Lo siento mucho, te mandaré las fotos, serán solo para ti, no quiero que las tengas como recuerdo de ese triste viaje, para tú tranquilidad, te diré que no se te ve la cara, solo que el sol, le daba a tú persona un aire taciturno, casi misterioso, y eso es lo me ha gustado”.
Se alojaba en El Palomar, una pequeña pensión familiar, que para ella era como su casa, venía de la isla a menudo de compras y siempre se alojaba allí.  “Me ha gustado hablar contigo este rato Rocío, a lo mejor nos vemos en otra ocasión, ¿quieres tomar otro cubata?”. Aceptó, y nos quedamos en la terraza del bar hasta que comenzó a llenarse de guiris. No  me gustan mucho los guiris, pero a ella sí, son los que le dan para vivir.
“Me gustaría invitarte a cenar Rocío, ¿aceptas?”. Me miró de reojo, le hice esta propuesta porque no era una chiquilla, vulnerable, solo quería compañía humana, pensé que en ese instante, era la persona ideal. Fuimos a una marisquería, había bastante gente, pero parecía un local con algo de clase, por lo menos, la comida era buena, el precio no me preocupaba.
Después, cuando salimos de allí, después de haber tomado unos chupitos de orujo, paseamos por la playa, la arena estaba fría, notaba en mi interior, como si alguien o algo, me estuviera cargando las pilas. Las olas eran un poco fuertes, en un momeo determinado, ella, que andaba por la parte interior de la playa, se me echó encima, para no mojarse la falda larga de algodón de colores, tipo hippie, la blusa blanca anudada a la cintura, le daba un aire de zíngara. Olía a sándalo, a mí no se me ocurrió otra cosa, que poner las manos bajo su larga melena y cogerla por la cintura para acercarla más a mí.
Ese fue el inicio de una amistad, que me llevaría a la isla de Rocío de forma regular, a visitarla. Luego con el tiempo, a quererla, y al año siguiente, a vivir juntos allí.
Toda la gente que me conocía comenzando por mi familia, me dijeron que estaba loco  “Pero hombre, ¿cómo vas a dejar tú trabajo aquí?. Piénsalo bien Josué, que las mujeres se cansan a menudo de los hombres, ¿y si te deja y se va con otro?”. Mi padre es así, siempre temeroso, nunca ha cambiado de trabajo, desde que era aprendiz, siempre haciendo lo mismo, ahora a sus cincuenta pasados, trabaja en el mismo periódico, con muchas cosas cambiadas por supuesto, es encargado de la impresión, pero nunca ha aspirado a nada más.
Por quién más siento cambiar de ambiente, es por mi madre Rosa y mi hermana Lourdes, tienen una panadería en el barrio y les va bien. Lourdes me dijo un día que era un traidor, lo dijo en buen tono, la quiero mucho, pero ella también tiene novio y no desde hace poco precisamente, llevan cuatro años festejando. Todavía no sabe, cuándo se van a casar, y me llama a mí traidor. Lo único que nos diferencia, es la edad y que el novio duerme con ella cuando le viene en gana, y en casa.
Rocío después de nuestro tercer o cuarto encuentro, me contó que hasta que no me conoció, no había tenido relaciones con ningún hombre.  “He pasado la mitad de mi vida huyendo de ellos. Cuando tenía diez años, mi padrastro, entraba de noche en la habitación y comprobaba si estaba dormida, se acostaba delante de mí y cogía mi mano para que lo manosease, la noche que me desperté sobresaltada y lo vi en mi cama, no me atreví a gritar, a decir nada, el siguió sujetando mi mano hasta que terminó en medio de un largo gemido. Después de él, fue su hermano, un holgazán de cuidado que se pasaba el día en casa sin hacer nada. Para entonces iba al colegio muy poco, no podía, cada vez que salía a la calle. Me sentía, la peor persona del mundo”.
“¿Y tú madre nunca dijo nada?”.  “A mi madre le quise sacar la conversación una vez, y en cuanto vio por donde iban los tiros, me dio una bofetada que me marcó la cara. Recuerdo que me dijo… “No se te ocurra sacar este tema nunca más, guarra, que eso es lo que eres, una guarra”. De modo que callé, y ya sabes lo que apunta el dicho, “el que calla, otorga”.
Bajó la cabeza, como si le hubieran dado con un mazo, yo me quedé atónito, no supe que decirle, no me atrevía a decirle ninguna palabra de consuelo, estábamos frente a frente, en su pequeño apartamento sobre la tienda. Pasaron unos largos segundos, suspiró en silencio, luego forzando una sonrisa, ya no quiso hablar más del tema.
Esa noche la abracé contra mi cuerpo, nos quedamos dormidos, a eso de las cuatro de la mañana, comprobé que no estaba en la cama, me levanté para buscarla, no estaba en casa.
A toda prisa me vestí y salí del apartamento, pero ¿dónde buscarla?. Me acerqué a los sitios donde íbamos frecuentemente, allí no estaba, pregunté en algunos sitios que eran sus preferidos, nada  “Por aquí yo no la he visto… -a otro barman- niño ¿has visto a Rocío la bisutera?, nada tío”.
Una isla como aquella, por la mañana es muy pequeña, pero por la noche es grandísima. Con poca iluminación y mucho ruido, todo queda confuso, un ambiente lleno de brumas de mar y olor a alcohol. Me volví para casa, desanimado por un lado, por el otro, alentado en pensar que no tenía donde ir, que volvería a casa a una hora u otra.
Al llegar a casa, me la encontré sentada en la cocina, tenía una taza de té, que abrazaba con las dos manos, ¿para entrar en calor…?, le acaricié el cabello en mitad de la penumbra, lo tenía completamente mojado, el resto de la ropa estaba húmeda  “¿Dónde has estado Rocío, te he estado buscando por todas partes?”.  “Pues no has buscado bien, he estado bañándome en el mar, desnuda, libre, como una sirena, sin pensar en nada ni nadie”.  “Entiendo…”.  “Qué coño vas a entender…”.
No estaba enfadada conmigo, más bien era consigo misma, manifestaba una rabia interior que se sentía impotente de dominar. Se dio una ducha y se acostó de nuevo, no me atreví a cogerla, ni siquiera mirarla, no por falta de ganas, pero deduje que no era el momento, probablemente, todavía permanecía en estado de alerta.
Por la mañana, al despertar, ella ya estaba abajo, no tenía la tienda abierta, pero estaba trabajando en una nueva colección de piezas con perlitas pequeñas, coralinas, y cadenas de plata para ensamblar.  “¿Has desayunado Rocío?, no he visto nada sucio en la pica, he pensado que antes de abrir nos iría bien dar un bocado”.  “Hay personas, que tendrían que reventar antes de ponerse el sol. Si hubiera alguien que tuviera misericordia ahí arriba, los fulminaría con un rayo”.  “¡Venga mujer…!”.  “No, óyeme tú a mí, no pretendas interpretar mis sentimientos, no me consueles, no lo necesito”.
Dejó lo que estaba haciendo y salimos a tomar algo, a una pequeña granja que hay en la esquina de la calle. Mariló la recibió con un par de sonoros besos, ella también se alegró de verla. Por mi parte, pensé que solo habíamos caminado cincuenta metros, y la muchacha la recibía, como si hubiera vuelto de un viaje a la luna, concluí que salía poco o nada, que su vida se resumía al trabajo y la casa. Nada de diversión, ni de salidas a discotecas, nada de nada.
Me presentó como el amigo que estaba con ella, estuve de acuerdo con la definición que dio de mí. Nada más cierto ni más vago, simplemente acertado, tampoco es que esperes que te presenten con la  banda municipal detrás, a  bombo y platillo. Ya se sabe como son estas cosas, no son el ideal del amor romántico, casto, puro, eso ya pasó a los anales de la historia como uno de los fallos más grandes de la sociedad.
Mariló se sentó con nosotros, ¡vaya coñazo!, estoy seguro, que a quién primero le sobraba hablar, era a Rocío, y la otra, dale que te dale a la manivela. A veces  me pregunto, si no captan el mensaje algunas personas, Mariló desde luego, no quería verlo. Una voz masculina, la reclamó desde detrás de la barra, se despidió de nosotros y se fue, no sin antes, invitar a Rocío a que viniera más por allí.
Rocío en esos momentos, era como una barca mecida por las olas, no hablaba, ni siquiera sé si escuchaba lo que yo le decía, no era importante, pero de cualquier modo, podría haberla hecho participar más, de la conversación que yo trataba de establecer. Le estaba proponiendo hacer un viaje, al pueblo de mis padres. Cambiar de ritmo de vida unos cuantos días, en un entorno, que era poco menos que el paraíso.
“Piénsalo Rocío, solo cuatro días, a lo sumo cinco, me gustaría enseñarte como es todo aquello. Lleno de agua por todas partes, pequeñas cascadas que caen desde lo alto de las rocas, senderos donde casi le avergüenza a uno hablar, por no estorbar el canto de los pájaros. Sería una experiencia única para ti, estoy seguro. ¿Has estado en algún sitio de alta montaña? –ella negó con la cabeza-, pues ya va siendo hora de que conozcas Trablanca, te encantará, ¿qué dices?”.
Levantó la cabeza del café con leche y me miró  “Te quiero Josué, llévame donde tú quieras”. Me resultó un poco extraño que no pusiera condición alguna de días, desde hacía años, no había dejado de abrir la tienda. En cuanto a mí, no se puede describir lo que sentí en ese instante. Mi alma entera se llenó de gozo, creo que es diferente a alegría, el gozo, es un sentimiento más profundo. Terminamos el desayuno y cuando fui a pagar, el chico de la barra, me dijo que ya estaba pagado, le di las gracias a Mariló que estaba atendiendo a otra gente, y nos fuimos.
Cuando llegamos a casa de nuevo, Rocío habló de nuevo, me cogió por la pechera de la camisa y me dijo  “Por favor, nunca me pidas que haga el amor contigo, yo te lo diré, ¿aceptas esa condición?”. Levanté los brazos como si fuera un asaltado por la calle  “Lo que tú digas, acepto”. Me besó como nunca antes me había besado nadie, de forma tranquila al principio, después, obligándome a abrir la boca e introducir su lengua en la mía, me estremecí, luego tirando de mí, me tiró sobre el pequeño sofá de la casa, y practicamos el sexo hasta la extenuación.
“Es justamente así como yo imagino las relaciones, sin miedo y sin presiones, sin obligación, y cuando tengo ganas de él apasionadamente, pero sin compromiso alguno”. ¿Quién no puede estar de acuerdo con un argumento como ese?. Comencé a hacer arreglos para ir Trablanca, al móvil, durante media hora, no le di descanso. Hablé con Mercedes, una vecina medio francesa que se cuida de la casa en Trablanca. Mis padres le regalaron una vaca hacía años, ahora tenía cuatro, vivía de los productos que estas le daban.
“¡Aló, bonjour monsieur, ¿qui sé?”. Comence a hablar con ella, y en la conversación después de preguntar por su familia y demás, le dije si podía tener la casa dispuesta para el sábado próximo.  “Me ouí muiseur, sans doute, on se verá le samedí alors”. Las gentes de montaña, son muy parcas en palabras, pero Mercedes, se quedaría en pelotas, con tal de que yo no pasara frio, estoy seguro. No hablan mucho, son más de acciones, de pruebas que manifiestan su talante. En Trablanca, todo el mundo depende de los vecinos, y no te digo nada cuando llega el invierno, entonces se defienden unos a otros con uñas y dientes. A algunos vecinos que no habitan en el núcleo del pueblo, durante esas fechas, les va la vida, si no tienen el auxilio de los demás.
Hablamos por el camino, en el coche, sobre esta circunstancia con Rocío, la quería meter en materia, para que no se asustase cuando viera el camino, y el destino, el paraíso, Trablanca.
“Saca los pies de la guantera loca, si nos para la poli, nos va a meter un puro. En los todoterreno vamos más altos se nos ve desde lejos, y esos fliks están en todo”. Paramos a comprar en un almacén, algo de ropa para estar bien abrigados allí arriba, mil novecientos metros de altitud, no son para tomarlo a broma ni en pleno verano. Cuando llegamos a destino, después de muchos “hay, hay, cuidado”, la carretera en algunos momentos no estaba para bromas, a golpe de claxon en cada curva, nos teníamos que hacer oír, en algunos tramos, no cabía más que un solo coche.
En la entrada de la aldea más que pueblo, paramos, teníamos que seguir a pie hasta la casa. Rocío se acercó a la balconada de piedra y madera, extendió los brazos, el viento movía su cabeza, la espesa melena casi pelirroja, le obligaba a hacer fuerza con el cuello.  “¡Estamos en el cielo Josué…!”.  “Así es, ¿qué te parece este panorama?”.  “Es perfecto, como tú decías, el paraíso”. Mercedes estaba al tanto de su llegada, para entonces, se había encargado ya, de hacer traer leña, para el hogar de fuego de la sala cocina. Ese espacio que ocupaba casi toda la planta baja, tenía solo dos habitaciones, un baño modesto pero muy bien instalado, y una alacena, donde estaban las mermeladas, las legumbres, el aceite, azúcar y otros complementos de cocina.
Rocío despojándose del chaquetón que llevaba, se acercó al fuego que crepitaba, la puerta de acero del kit de calefacción estaba abierta, Josué fue a cerrarla, pero Rocío detuvo su mano  “Espera un poco, no recuerdo haber visto un fuego tan hermoso”.  “Piensa que con la puerta abierta, no se calienta la parte alta de la casa…”.  “Lo tendré presente, descuida”.
Se la veía tremendamente feliz, pero demostrando cautela, de cualquier modo yo, sabía que había acertado con la elección de pasar allí unos días. A mí también me iría bien después del zarpazo que sufrí. No era grave, son cosas que pasan a diario, mi prometida, después de haber hecho los arreglos para la boda, me dejó sin decirme nada. No pude sacar nada en claro de nadie de su familia, parecía una confabulación a la que hubieran llegado de mutuo acuerdo. En mi casa, todo el mundo estaba derrotado, comenzaron a correr, mil y un latifundios diferentes sobre la causa de la suspensión de la boda. Esto me dejó muy tocado, mi negocio de informática comenzó a declinar, aunque mi socio David, me dijo que no me preocupara, que él se encargaría de todo con la ayuda de Baltasar, un ayudante que está con nosotros.
Sentía ahora, que tenía que echarle una mano al futuro de Rocío y en consecuencia, al mío. Estar unos cuantos días en mi pueblo, nos podría dar esa oportunidad, los dos, lejos de nuestro entorno. Mi trabajo estaba en Palma de Mallorca, y por el momento, en buenas manos, David es un tío responsable, si cabe, más que yo mismo, quien fue el que puso el dinero para que se abriera la tienda.
En Trablanca, difícilmente tienes cobertura telefónica, y de internet, ya ni te cuento. Pero es un buen lugar para pasear, reflexionar, hablar, el monte invita a esto. Después de haber comido opíparamente, con platos de cocina de montaña que Mercedes nos preparó previamente, nos quedamos dormidos delante del fuego, sobre una gran colcha de piel de cabra cosida, estábamos en el cielo.
“Te quiero decir una cosa Josué”.  “Te escucho”.  “Durante dos años tuve una relación homosexual con una chica alemana que vino de vacaciones a la isla, no sé cómo nos enamoramos, tenía que marcharse de vuelta a Alemania, la convencí para que se quedara en España, hablaba muy bien español, siguió sus estudios aquí, fuimos muy  felices, pero de golpe, comprendí, que no estaba segura de continuar con esa relación, ella se dio cuenta de que mi interés por ella estaba menguando, y sin saber cómo, se marchó. No me dejó ni una nota, pero en el fondo se lo agradecí”.
“Bueno, tienes que tener la conciencia tranquila, no fuiste tú la que la echaste de casa…”.  “No, pero lo hubiera hecho, porque al mismo tiempo de estar con ella, me veía con un chico argentino, en fin, que follábamos”.  “Ya, bueno esta es una cuestión muy generalizada. ¡Si fuéramos a mirar con lupa a la gente que es fiel a su pareja, me da la impresión que se podrían contar con los dedos de las manos, es un decir claro”.
“¿Me serías fiel si te comprometieras conmigo”.  “¿Y tú”.  “Odio que me contesten con otra pregunta, no estamos hablando de mí sino de ti”.  “Rocío creo que es una cuestión bilateral…”.  “De eso nada, Josué, estamos hablando de aspectos concretos, para ver si podemos ser una pareja, de modo que esta pregunta que me haces, parece más una evasiva que otra cosa”.
Paramos la discusión, y Rocío, desnuda, se desperezó sentada sobre la piel de cabra.  “Ves, ahora me daría un baño en la playa”.  “Si quieres, podemos darnos un baño en el rio, conozco un par de lugares cerca de aquí, en la hay unas pozas divinas para nadar, y sin olas”.  “Vamos, venga”. Nos acercamos al rio por un sendero, allí las aguas bajaban bastante bravas, seguimos hacia arriba, el sol no da a esa hora en esta parte del rio. Después de vadear un par de rocas grandes nos encontramos con las hermosas piscinas de aguas color turquesa. Rocío se desnudó, bajo los vaqueros no llevaba ropa interior, metió los pies en el agua y aulló  “¡Me cago en todo, nos vamos a congelar…!”.  “Nada de eso mujer, tírate de cabeza y comienza a nadar, ya verás cómo no sientes el frio…”. Eso hizo, sin pensarlo dos veces se zambulló, incluso buceó debajo del agua hasta llegar al final, cuando salió, se le veía cara como de terror. Yo me reí, entonces, haciéndome un gesto con la mano sin dejar de moverse en aquella agua gélida, me invitó a que me tirara yo también. Al entrar en el agua pareció que me lavaran miles de agujas por todo el cuerpo, pero puse cara de póker y nadando me acerqué a ella, buscamos un lugar donde hiciéramos pie y nos abrazamos, fue un abrazo indescriptible. El frio de nuestros cuerpos, junto al deseo, hizo que estuviéramos frotándonos de ese modo unos minutos.
Después, pasó algo que no terminé de entender, estuvo empujándome hacia atrás con todas sus fuerzas, al principio creí que formaba parte de algún tipo de juego, pero no era así. Al no querer soltarla, se puso a darme de bofetadas de manera que la tuve que soltar, se acercó a la orilla jadeando por el esfuerzo y probablemente por el frio, rompió a llorar. La tapé de inmediato con una manta de viaje que  previamente saqué del coche, no quería mirarme, a pesar de que yo, con una mano, dirigía su mandíbula hacia mis ojos con delicadeza.
Relacioné este asunto, con algún tipo de trauma que le dejó, la experiencia amarga que me contó de cuando era joven, y su padrastro la visitaba por las noches. Si ese era el problema, tenía una labor dura por delante, para lograr algún éxito.
Volvimos para casa, era la gloria bendita entrar en ella, y encontrarte caliente, recogido, seguro. Yo creo, que en mitad de la montaña, donde tienes espacios abiertos, al entrar en tú casa te sientes diferente a cuando lo haces en la ciudad, viviendo en medio de multitudes. A mí, siempre me sobrecogía ver desde lejos el pueblo, con las chimeneas de las casas echando humo, visto desde diferentes perspectivas, cada vista era una postal diferente.
Rocío, enfundada en un grueso jersey mío, que le cubría hasta mitad de los muslos, estaba calentándose delante de la chimenea, con las piernas encogidas sentada sobre la piel del suelo, tenía las piernas tapadas con el jersey, con la mirada fija en el fuego que no paraba de quemar. En el cobertizo de la entrada de la casa, tenía una buena provisión de leña, de modo que no faltaba comida para aquel mágico complemento de la casa.
Me senté a su lado, me había preparado un café con leche muy caliente en una taza con asa.  “¿Quieres?”. Le ofrecí la taza, ella negó con la cabeza.  “Te iría bien hablar Rocío”. Se lo dije como una súplica, sin asperezas, con la mayor dulzura que era capaz de expresar.  “No sé si me lo merezco, debes pensar que estoy loca o algo por el estilo”.  “Para nada, estamos los dos solos aquí, lo que sentimos, y hasta lo que nos pudiera atormentar, podemos compartirlo para seguir adelante ¿no crees?”.  “Ahora mismo no sé qué decir, me siento fatal, te e echo  partícipe de mis frustraciones, y eso… no es de justicia”.  “Son cosas que pasan… no debes sentirte mal por esto, reacciones que debemos esperar, cuando dos personas se están conociendo, no digo que debieras haber estallado de ese modo, no es recomendable bajo ningún aspecto, pero bueno, si sucede algo así, se habla y si cabe dar algún tipo de ayuda, se da. En ese caso concreto, aquí me tienes, para lo que haga falta, te quiero, y te quiero como eres”.
Después de tomar cada uno su bebida, Rocío dijo que no le apetecía subir a dormir arriba, que quería quedarse delante del fuego.  “Tú sube arriba y duerme Josué, por favor déjame sola aquí esta noche”. La miré con extrañeza, pero  me seguía con la vista, e iba acompañándome con la mirada, todo el recorrido hasta la escalera, con el rostro medio sonriente y los ojos como perdidos, sin mirar a ningún lugar en concreto. Lo cierto  es, que me asustó un  poco, aquella noche, la pasaría en vela, vigilándola por entre los barrotes de la escalera de vez en cuando, asistiendo a su descanso, procurando que nada la despertara, era evidente que estaba cansada. Entonces de pronto pensé en sus ojos , esos que me miraban  cuando subía a nuestra habitación, ¡eso es!, eran los ojos de una persona que de golpe había gastado toda su fuerza, como cuando un juguete que abre los ojos a fuerza del impulso de las pilas se quedan a medio abrir, o medio cerrar según se mire.
Al cabo de dos horas de estar completamente a oscuras, me asomé por entre los barrotes al salón, debía ir con cuidado, el suelo de la casa es de madera, de manera que como si fuera un ladrón, saqué la cabeza por la esquina de la baranda, no estaba allí, me sobresalté. Hoy ruido en la cocina, al cabo de dos minutos apareció con el jersey, estaba medio dormida, se volvió a acurrucar delante del fuego y al parecer se volvió a dormir. ¡Me habría gustado tanto ser pintor para poder retratarla como estaba…!. No podía tener frio donde estaba, a solo un metro del cristal del kit de la estufa, permanecía acurrucada, solo se le veía tapado medio cuerpo y las rodillas, el trasero desnudo y las piernas dobladas, le daban un aspecto que jamás había contemplado en una mujer. Estaba preciosa, medio hundida, en medio del pelo de la gruesa colcha de piel.
Así estuve contemplándola largo rato, mientas mi mente imaginaba, solucionaba teóricamente aspectos de su personalidad. Si poder evitarlo, me quedé dormido allí, con la cabeza apoyada en el antebrazo. Llegaron los sonidos de la mañana, con ellos la luz matutina, que se colaba por entre cortinas y ventanas. Me desperté sobresaltado, no sabía bien donde estaba, pero percibí el olor de café recién hecho. Retrocedí como si fuera un indio apache que estuviera vigilando a una presa, golpeé la puerta de la habitación, como para que se apercibiera de que salía de ella. Me metí en el cuarto de baño, y tomé una ducha sin jabón, cuando salí del baño ella se estaba vistiendo, había usado el baño de abajo.
“¿Qué gallito mío, has dormido a gusto en la escalera?, debes estar baldado, seguro que tienes las marcas de las tablas en el cuerpo”.  “Oye, ¿y tú cómo sabes…”. No terminé de hacer la pregunta, porque era evidente que me había visto, quizás cuando estaba dormido, subiera  arriba para algo y no quiso despertarme.  “Oye Rocío, al fin y al cabo he obedecido ¿no?”.  “Si claro, en esto no cabe discusión alguna, pero me pregunto por qué”.  “Pues porque te quiero y quería vigilar tú sueño”.  “Pues mira tú por dónde, he vigilado yo el tuyo”.  “Tú qué crees que significa esto”.  “¿Qué me quieres igual que yo te quiero a ti?”.  “Eso es, creo que has dado en el clavo”.  Trablanca ha sido una especie de misterio para mucha gente. Hay algunos vecinos que son jóvenes, se han instalado en el pueblo, para dar un golpe de timón a sus vidas, desafortunadamente, yo no puedo hacer lo mismo con mi negocio, no puedo estar ausente de forma indefinida.
“¿Qué pasaría si viniéramos a vivir aquí Josué?, podrías cambiar de oficio, a lo mejor resultaría en beneficio mutuo para ambos”.  “No estás hablando en serio”.  “Claro que sí, yo puedo vender mi local y la vivienda en un abrir y cerrar de ojos, podrías hacer tú lo mismo. Vendes la parte del negocio que te corresponde y comenzamos de cero aquí. No creas que es un capricho mío, ni algo que se me ha ocurrido a voz de pronto”.  “No sé, ¿y de qué viviríamos aquí?”.  “Pues de hacer cosas a mano, como las que hago en la isla, con otros materiales quizás, pero básicamente lo mismo. Tengo algunos contactos bastante importantes, a los que no les importaría que cambiara el catálogo de piezas”.
Ese día, comí mal, e hice la digestión peor aun. Me estaba hablando en serio, ella podría seguir poniendo su rótulo de handmade a los paquetes que enviaría por correo a los clientes, pero ¿y yo, que iba a hacer?.
“El trabajo que yo hago, también lo puedes hacer tú. Nos podemos complementar para que salga mejor y más rápido. Créeme, es cuestión de atención e imaginación, nada más”.  “No sé si serías capaz de soportar los inviernos que se pasan aquí, las gentes de montaña son como las propias cabras montesas, se adaptan a todo. Nosotros somos recién llegados, no podemos pretender ser como ellos de la noche a la mañana”.  “Pues nos adaptamos, no es imposible, es cuestión de establecer prioridades en la vida. Si nos lo proponemos, seguro que podremos”.
Estuve de acuerdo con ella, la quiero, eso significa en mi caso, que quiero terminar mis días a su lado, si las circunstancias lo permiten, siempre hay  peros, impedimentos, imponderables, cosas que surgen en la vida, pero que pueden surgir aquí o en la isla.
Era consciente, de que a quién me costaría explicar todo este asunto era a mi padre Gonzalo, un hombre, que siempre nos había hecho andar como una vela, tanto a mi hermana Lourdes como a mí. Con ella era más condescendiente, la niña de sus ojos, que ya de pequeñita, le tiraba de la nariz, le cantaba canciones que había aprendido en el colegio, en fin, esas cosas, que a menudo hace que los padres establezcan preferencias de forma natural.
A la vuelta de esas mini vacaciones, con quién primero hable fue con él. Cuando se enteró de los pormenores del paso que iba a dar, no se le ocurrió más que decir  “Tú estás loco Josué, te has bebido el entendimiento, esto que me cuentas es demencial. ¿Cómo puedes pensar que este asunto te va a salir bien?. Si esperas que te dé mi beneplácito, estás equivocado. ¿Quién te ha metido una cosa así en la cabeza?, seguro que alguna mujer por la que has perdido el sentido, ¡santo dios…!”.
Por otra parte, Rocío dejó los cabos atados al cabo de un par de semanas. Apalabró la venta de su casa con una inmobiliaria, y me dijo que en un mes más, lo tendría todo dispuesto. Con la operación de la venta, ganaría del orden de trescientos mil euros limpios. Hay que ver como se cotizan las casitas de la isla. Y porque tenía algo de prisa en vender, si no, habría sacado más.
Me ha llamado por teléfono, me dice que ya lo tiene todo empaquetado, y me pregunta si a la casa de Trablanca, puede llevar un halcón que era de sus abuelos y un par de cosas más, le he contestado que sí, que no hay problema, espacio hay de sobras. Las negociaciones con David mi socio, son un poco más lentas, no tengo que vender una casa, tengo que vender un negocio, un negocio que arroja buenos dividendos, pero que por el momento David no tiene. Bueno, no tiene todo el dinero, en mis cuentas, me tiene que dar medio millón de euros, comprendo que esa es mucha pasta.
Quedamos en que me haría una transferencia bancaria por una cifra inicial, luego haría pagos sucesivos cada trimestre, dependiendo de la facturación que se hiciera, llegamos a un acuerdo. No era mucha presión para él, y a mí, me satisfacía el arreglo, por el momento dinero no me faltaba, podía permitirme pasar una buena temporada, ensayando con Rocío, mis habilidades, fabricando los complementos que ella hacía a mano.
Por fin estábamos iniciando nuestra nueva aventura, una vez instalados en la casa, cabía buscar un lugar donde poder estar tranquilos con todas las piezas de fabricación, y unas cuantas herramientas muy rudimentarias, que servían para ensartar las piedrecitas, asegurar los cierres, y luego colgarlas por medidas, en unos alambres de acero, que distinguían los largos y los colores. Rocío trabajaba deprisa, tanto, que me era difícil aprender. Yo miraba la mesa improvisada donde estaba el material, y me volvía loco. Miles de pequeñas piezas taladradas por el centro que ella cogía con ayuda de una aguja, con una destreza increíble, parecía una máquina. Estaba alucinado, trataba de seguirla en esa maniobra, pero solo conseguía irritarme.
“No te compares conmigo Josué, yo tengo práctica desde hace muchos años. No desesperes, fíjate la meta en perfeccionar una maniobra, las demás llegarán solas, hazme caso”. Me hablaba sin levantar la vista de lo que estaba haciendo, y yo me desesperaba más todavía. Al cabo de un par de meses, comencé a ver el provecho de este trabajo manual, comenzaba a respirar más tranquilo, las agujetas de las dorsales y los glúteos comenzaron a amortiguarse, entonces me di cuenta de la tensión con que había estado trabajando.
Sin recordar lo que en el principio me dejó claro acerca de las relaciones sexuales, esa noche la busqué apasionadamente, la necesitaba, quería sentir su calor en toda la dimensión posible. Me llevé un susto de muerte, se puso de pie sobre la cama, saltó como un muelle, se cuadró delante de mí como si fuera un sargento, con los brazos en jarras, los ojos inyectados en sangre  “¿Pero tú que te has creído…?. Eres un patán de mierda, no me mires más a la cara, y haz el favor de largarte ajora mismo de la habitación”.
Tenía buenos motivos para pedirle perdón, y así lo hice, no me contestó, solo saltó de la cama y comenzó a tirarme lo que pilló a la cabeza. Fue un momento difícil, contarlo es una cosa, vivir una circunstancia así, es otra bien diferente. No se me ocurrió decirle nada en ese momento, ¿qué iba a hacer, pedirle perdón?, comenzaba a conocerla bien, y eso, habría estado de más. Cogí una manta del altillo del armario y me fui abajo delante del fuego, traté de imaginar cómo sería el día de trabajo siguiente, pero me lo quité de la cabeza, no valía la pena darle vueltas, así que me dormí escuchando música con los auriculares puestos.
“Tú y yo tenemos que hablar”. Ese fue mi despertar, sentada en el sofá, me miró fijamente. Cuando te pasa algo así, te coge a contrapié todo, en mis oídos todavía escuchaba la música de los auriculares, me los quité.  “Tienes razón Rocío, sé lo que me vas a decir, he metido la gamba hasta la rodilla…”. Se abalanzó sobre mí, y no paró hasta que reaccioné a sus deseos. Hicimos el amor durante un par de horas, besándonos y acariciándonos por  todo el cuerpo, ella quería más caricias, ofrecía su cuello para que lo besara, sus pechos para que los masajeara, una entrega completa. Al terminar, solo se me ocurrió decirle  “Rocío, sinceramente, no entiendo nada”.  “No hay nada que entender, así debe ser nuestra relación, ni más ni menos, te lo dije al principio y tú estuviste de acuerdo”.  “Si, ya, pero es que…”.  “No hay pero que valga, si no estás de acuerdo en cumplir lo que me prometiste, me lo dices y punto”. Viviendo en el culo del mundo, no me planteé que fuera a visitarla algún siquiatra, en primer lugar, porque no lo había, en segundo lugar, porque hubiera hecho falta su consentimiento para hacerlo.
Si nuestra relación tenía que basarse en el mando de uno de los dos, iríamos mal. Por eso con toda franqueza le hice saber mi parecer.  “No me puedo imaginar por lo que has pasado, debe de haber sido muy duro, pero por otra parte, pienso, que la relación de dos personas que se quieren, pasa por el respeto mutuo, es decir, por la consideración de ambos, de la tolerancia que dos personas deben de tener. En definitiva, pongo como ejemplo lo que acaba de pasar, ayer por la noche, si hubieras podido, me habrías trinchado, y sin embargo esta mañana, hemos ofrecido lo mejor de nosotros mismos en el plano sexual. Me parece un poco kafkiano”.
Sentada a horcajadas sobre mi torso…  “No hay nada de raro ni extraño Josué. En ocasiones, en mi interior, se encienden unas alarmas difíciles de explicar, se me hacen ingobernables, luego recapacito, y me doy cuenta de que he sido una estúpida. Sí, que me he portado como una niña pequeña, ten paciencia, trato de dominar ese comportamiento”.
No podía decirle que no, en el fondo, trataba de comprenderla, de asumir el sentimiento que sentía de que alguien la tocara sin quererlo ella.
Han pasado desde entonces, cinco años, a veces voy a visitarla, paga un alquiler por la casa, vive con una mujer algo mayor que ella, cuando me vuelvo a Palma, la hago algunos encargos que me pide, le hago llegar pedidos a clientes, que tiene en las islas desde hace años. La quiero con toda mi alma, jamás he podido salir con otra mujer, no sé si ella está estabilizada, yo no, a veces pienso, que me ha destrozado la vida. Pero no puedo evitar ir a verla a Trablanca, son mis vacaciones particulares.


                                                          -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
  







No hay comentarios:

Publicar un comentario