martes, 12 de marzo de 2013



                              LA PROMESA DE VIVIR.


Es verano, el sol se hacía incómodo esta época, todo el mundo buscaba sombras, lugares donde refugiarse del calor, los que tenían la suerte de vivir cerca del rio, lo pasaban mejor que los urbanitas. Con tanto asfalto alrededor de ellos, con tanto cemento abrasado por el astro rey, con tantísima polución, en la ciudad se hace difícil vivir, es soportable, a la fuerza hay que aguantar en los quehaceres diarios, con el coste de sudar y sudar, continuamente.
Alejandro, que es un buen trabajador, este verano, no puede permitirse hacer vacaciones. Entró recomendado por su padre, el dueño del negocio y él, son amigos de la infancia. Fue Benito el que se ocupó de venderle dos vehículos comerciales que hay en la ferretería para la distribución del material. Su padre Benito, tiene el mismo sentido de la responsabilidad, en el taller de reparación de coches, jamás nadie ha tenido nada que decir de él. Es un tipo duro, exigente con los demás, como lo es consigo mismo, trabaja lo que nadie es capaz de trabajar, para eso es el dueño, como él mismo dice hay que estar siempre dando ejemplo a los trabajadores “el ojo del amo, engorda al caballo”.
Alejandro a veces, vuelve con su padre a casa, aunque eso conlleve tener que esperarlo un buen rato, lo admira, es un hombre que siempre va con su guardapolvo por el taller con papeles en la mano, organizando el trabajo de los diez obreros que tiene a su cargo. Eso sí, si tiene que arrimar el hombro para despejar el taller, se lo quita, y debajo, se deja ver el mono de trabajo, como los demás hombres que están allí. Se confunde con los demás, en ese momento es un mecánico más.
Hoy Alejandro ha pasado a recoger a su padre, cuando lo ve su padre se alegra, le pregunta que tal ha ido el día, hablan lo que le permiten las circunstancias. Por la puerta del taller, ya a punto de cerrar, cuando la mayoría de obreros se están lavando para volver a sus casas, entra un coche, es Alicia, compró el coche allí hace tres años, Benito se apresura hacia ella  “¿Qué tal guapísima, que podemos hacer por ti?”.  “La verdad es que todavía no lo sé, el coche hace extraños cuando cambio de velocidades, se acelera el motor, pero no camina más aprisa”.
Desde la puerta de la oficina, Alejandro no puede evitar mirarla, es una mujer bellísima, va ligeramente maquillada, con el cabello prendido en una cola de caballo.  “En mala hora vienes Alicia, vamos a cerrar. Bueno éntralo dentro que echaremos una hojeada”.  “Gracias Benito es usted muy amable”. Cierto, el coche se acelera de manera desmedida cuando pone la marcha para entrar. Alejandro piensa que es lo típico, una mujer que no sabe dejar a su tiempo el pedal del embrague.  “Tengo que entrar dentro Alicia, ¿puedes bajarte?”.  “Claro, sin ningún problema, un momento…”. Coge cada una de sus piernas y las saca del coche, tiene que cogérselas, primero una y luego la otra, se sujeta al techo del coche y abre la puerta de atrás, sus piernas son como un par de apoyos retorcidos, saca del interior del habitáculo trasero una silla de ruedas, la monta y se sienta en ella.
Alejandro debe de poner cara de tonto, de hecho se queda boquiabierto, su padre lo llama  “Alejandro ven a echarme una mano anda”. Acude a toda velocidad, pero estos escasos metros que los separan, el tiempo suficiente para que se pregunte, qué es lo que le ha pasado a esta pobre chica para estar en este estado.  “Vamos a acercarlo hasta esta luz del fondo”. Ella sonríe a Alejandro, él le devuelve la sonrisa  “Este es mi hijo Alejandro, cuando plega de la ferretería me recoge algunas veces, así se evita caminar hasta casa”.  “Mucho gusto Alejandro, tienes un padre que es un tesoro, ¡de cuantas me ha sacado con este demonio de coche!”.  “Un placer Alicia, mi padre es así, no sabe decirle a nadie que no”.  “A lo mejor es que se va de copas con los amigos…”.  “Que va, conozco a mi padre, y hasta para tomarse una caña, llama a mi madre para decírselo, está bien domesticado”.  “A  ver si te doy mocoso, menos guasa y ayuda”. Desde los vestuarios los mecánicos y chapistas se van despidiendo  “Hasta mañana jefe”.  “Hasta mañana, y andad por la sombra que al sol… ya sabéis”. Los chicos ríen, alguna que otra broma con el calor que hace viene bien para levantar el ánimo.
“Alejandro, súbete al coche y aprieta el acelerador poco a poco, primero pon el coche en punto muerto, arranca y presiona el acelerador”.  “Vale”. Entra en el puesto del conductor y se da cuenta que aquello más que los mandos de un coche, es un puzle. Se pone a, mirar por todas partes, ve palancas y mandos alrededor del volante pero no sabe para qué sirve todo aquello. Alicia al pie del coche, se ríe cuando lo ve perdido entre tantas cosas raras que no lleva un coche convencional.  “Espera, yo te indico…”. Cuando todo está en orden y en marcha el motor, Benito sale de debajo del capó limpiándose las manos.  “Vas a tenerlo que dejar aquí, mañana ya lo tendrás listo, ya he visto lo que es. Hay un cable supresor que está deshilachado dentro de su funda, por eso aceleras y no te da respuesta, hay que cambiarlo. No te preocupes tengo el recambio aquí, será desmontar y montar el nuevo”.  “Bueno, voy a llamar a mi hermano  para que me venga a buscar, que le vamos a hacer…”.
“¿Y si la llevamos nosotros a su casa?”.  “Bueno supongo que puede ser, si tú quieres Alicia. No quiero que te sientas incómoda por acompañarte”.  “No que va, pero ya sabes donde vivo, . Nunca he contado los kilómetros que hay desde el taller, sería buena idea que lo hiciéramos hoy”.  “Hecho, pondré el parcial a cero”. Alejandro estaba más contento que unas pascuas, lo cierto es que daba gusto estar junto a aquella mujer, traspiraba bondad por cada poro de su piel, su perfume era cautivador, atractivo, no parecía que fuera uno de estos perfumes baratos, aunque cada perfume huele diferente en la piel de cada persona.
Esperaron un poco hasta que el taller estuvo completamente cerrado con la alarma puesta, Benito tenía la costumbre de mirar las persianas metálicas, tiraba de ellas hacia arriba para asegurarse de que no se podían abrir.  “Papá, siempre igual, ¡que estas puertas van con motor eléctrico hombre…!”.  “Oye Alejandro, yo sé lo que hago, no es la primera puerta que falla al cerrar”.  “Es verdad, a nosotros, en la agencia de viajes, nos pusieron una puerta, que cada dos por tres se estropeaba”. Alejandro levantando las manos como si lo fueran a atracar  “Vale, vale no he dicho nada, ¿qué nos vamos?”.
Ayudaron a Alicia a subir al todo terreno, cuando se ponían en marcha, Alejandro llamó a su casa, advirtió a su madre de lo sucedido, y que estaban en camino a casa del cliente. El camino fue un poco pesado, Benito era un hombre excesivamente prudente, Alicia y Alejandro hablaban animadamente en el asiento de atrás.  “¿Sabes?, ahora mismo, esto me recuerda a mi época de taxista, conduciendo toda la carrera oyendo a la gente hablar de sus cosas, y yo callado conduciendo”. Alejandro para poner un poco de salsa al viaje  “Por favor deje de hablar y conduzca, queremos llegar sin ningún percance, usted a lo suyo”. Alicia no pudo reprimir una carcajada, mientras Benito buscaba la cara de Alejandro por el espejo retrovisor.  “Chaval… me parece que vas a cobrar cuando lleguemos a casa”.  “¿Y quién le ha dicho a usted, que está invitado a mi casa?”. Alicia se desternillaba de risa, a Alejandro le complació verla disfrutar de aquella manera. Benito también entendió el mensaje de su hijo, estaba de cachondeo, le gustó que aflorara la simpatía innata en su hijo.
Tardaron veinte minutos en llegar al pueblo de Alicia, un bonito lugar donde vivir, con poca gente por la calle, solo eran cien y poco de habitantes, pero una urbanización de casas apareadas a la entrada del pueblo, daba a entender, que dentro de muy poco serían más. Benito aparcó delante de la casa de los padres de Alicia, de dentro de la casa, salió un chico de unos dieciocho años a toda prisa, cuando vio a Alejandro desplegar la silla de ruedas de su hermana.  “He, ¿tú quién eres?”. Se calmó cuando se abrió la puerta trasera y vio a su hermana, al mismo tiempo que reconoció a Benito  “Hola señor Benito, ¿qué ha pasado?”. Este le explicó el asunto, y que su hermana aceptó de buen grado que la acompañaran.  “Ha bueno, es que me ha sorprendido ver a este chico con la silla de mi hermana”.  “Este, es mi hijo Alejandro, se ha ofrecido a acompañarnos hasta aquí, ¿y tú que tal estás Juan?”.  “Ya ve, bien, me faltan horas para estudiar”.  “Eso es bueno hombre, muy bueno, hacen falta cerebritos como tú en este país”.
Alicia ya estaba alojada en su silla, su hermano la llevaba “Pasen un momento y tomen algo, que han hecho un buen camino y les queda la vuelta”.  “Bueno, un café y nos vamos”. Dentro de la casa, muy bien cuidada, estaba la madre de Alicia y otra chica, al parecer, amiga de Juan. La señora Leonor no se levantó, dos muletas denunciaban que tenía problemas para hacerlo con las piernas. De hecho, tenían las dos la misma enfermedad, poliomielitis, enfermedad casi desterrada, de la que todavía no se conoce un tratamiento definitivo. Los médicos concluyen que a menudo puede infectarse alguien por falta de higiene, por ejemplo, al estar cerca de personas sin una debida limpieza de manos, después de defecar por ejemplo. La polio, tiene periodos de incubación, dependiendo de cada persona. A Alicia le tocó, su padre era pastor, seguramente fue contagiada por él, ves tú a saber. Esta enfermedad, que a menudo se contagia por la falta de higiene de terceras personas, o uno mismo, causaba estragos antiguamente.
Al contrario de otras personas que se amargan la vida por encontrarse en esta circunstancia, Alicia era jovial, no había perdido la simpatía que la caracterizaba, aceptaba que no podía luchar contra una enfermedad, que era más fuerte que ella misma.
Al entrar en la casa, saludaron a la señora Leonor, esta se alegró mucho al verlos, no tenían demasiadas  visitas  “Caramba, cuánto tiempo señor Benito…, me alegra mucho verlo, ¿qué le trae por aquí?”.  “Que va a ser, el coche de su hija, que lo ha roto…”.  “Oiga Benito, que yo no he roto nada, Alejandro dile tú lo que ha pasado”.  “Es verdad, esta chica es un desastre, no sé cómo le ha durado tanto”.  “Abrase visto…, no les hagas caso mamá, ha sido un cable de no sé donde, que se ha deshilachado y por eso se acelera sin poder moverse”.  “Ha… creía que habías tenido un accidente, que susto”.
Juan mientras, sacaba una coca cola de la nevera, y hacía un café para Benito, en una máquina de hacer café instantáneo. Alejandro mientras se le acercó, le preguntó qué era lo que estudiaba  “Estudio magisterio para primer grado, cuando encuentre trabajo, si puedo, seguiré estudiando para grados superiores”.  “Buena carrera ¿no?, me refiero a que se debe saber mucho para llegar a ser maestro”.  “Mi tío me podría colocar en un colegio, pero claro, te lo tienes que currar, tienes que pasar oposiciones y demás. Lo malo, es que me consta que donde quiero ir a enseñar, hay un montón de enchufados que quieren pillar estos puestos. Es un nuevo colegio que están haciendo cerca de la ciudad, es una especie de ciudad de estudiantes”.  “Pues ánimo Juan, si los demás pueden hacerlo, tú también puedes, pueden estar orgullosas de ti tu madre y tú hermana, sí señor”.  “Y tú ¿cómo es que no estás trabajando con tú padre?, con el taller que tiene, y siendo concesionario… bueno te lo digo porque yo estaría ganándome la vida ahí, con él”.  “No creas que es tan fácil, mi padre y yo, nos llevamos estupendamente, pero estar todo el día trabajando juntos… sería como poner dos gallos en el mismo corral. Además, a mí, esto de la mecánica no me mola nada, prefiero estar en la ferretería, despachando a la gente”.
Mientras Juan se terminaba el emparedado en la cocina, Benito alertó a su hijo  “Venga chaval que nos vamos, ve despidiéndote que tenemos que volver a casa”.  “Bueno Juan, un placer conocerte, hasta otra”. Se dieron un apretón de manos y Alejandro salió al salón, señora Leonor, a sus pies, tiene usted una familia estupenda”. Alicia, en el rincón de espaldas al hogar de fuego, esperaba sentada en su silla  “¿De verdad que no hace falta que hagamos nada más por ustedes?”.  “Demasiado habéis hecho hoy, mañana será otro día, ahora a casa, a descansar”.
De Alicia se despidió con dos besos  “Supongo que mañana nos volvemos a ver, hasta entonces. Buenas noches a todos”.
“¡Que buena gente son!, ¿no os parece?”.  “Sí que lo son –apuntó Juan-, y Alejandro además es muy simpático, buen chaval, un hombre así te convendría Alicia”.  “Mira tú métete en tus cosas, no tienes ni idea de lo que a mí me conviene”. Hizo rodar su silla, y se metió en su habitación.  “Perdona Alicia no quería…”.  “Está perdonado, pero no vuelvas…”. -se oyó un leve llanto que llegaba desde el interior-. Mientras, Benito y Alejandro volvían de vuelta a casa, al principio, solo silencio fue lo que se escuchó, luego fue Benito el que habló  “Buena chica Alicia ¿verdad?, y su familia, muy buena gente”.  “Si que lo son, y que coraje tiene esta muchacha, otra estaría hecha una piltrafa, pero ella…, ahí la ves, tirando con todo lo que tiene encima hacia adelante. Es una chica muy valiente”.
Benito se ocupó personalmente de cambiar el cable estropeado, le puso otro de mejor calidad, a medida que pasa el tiempo, se descubren nuevos materiales, mejores compuestos que hacen que las cosas duren más, y que sean más prácticas. En solo una hora, ya estaba dispuesto el coche. La llamó por teléfono y se lo hizo saber, recibió la noticia con alegría.  “Me daba miedo quedarme sin coche durante un par de días”.  “Como se nota que no entiendes de mecánica, bueno, como era esto lo que pensabas, la reparación te costará un pico, eso por darle preferencia en el taller”.  “Lo que usted diga Benito, le pagaré lo que sea y luego le daré un par de besos”. Al otro lado de la línea se oía reír a Benito.
Por la tarde, a la hora acostumbrada de cierre, llegó Alejandro corriendo desde su trabajo  “¿Ha venido Alicia a recoger el coche papá?”.  “No, lo tengo en la puerta junto a los que están en venta, me ha dicho que llegará dentro de quince minutos más o menos”.  “¿No será que quieres aprender a conducir esta máquina…”.  “No, que va, la máquina me importa un rábano, a quién quiero ver es a Alicia”.  “A eso le llamo yo ser directo, ir al grano, vaya con Alejandrito, haber si se nos ha enamorado?”.  “No es eso hombre, es que me divertí con ella ayer, lo pasamos bien, reímos juntos, me da la impresión que no disfruta mucho de la vida esta chica”.  “Puede ser, de alguna forma está un poco limitada, pero fíjate en una cosa…, no tiene complejo ninguno, va a todas partes con su coche, no le digas que te lo he dicho yo… pero los fines de semana va de discoteca”.  “¿Cómo, que me dices?”.  “Lo que oyes chaval, se arregla a tope y coge su coche, luego se va a un restaurante, cena y acabada la cena se dirige a la discoteca”.  “¡Vaya con Alicia…!. Y a lo mejor liga y todo”.  “Este es otro capítulo –Benito se puso serio-, en una ocasión que yo sepa, un tío quiso aprovecharse de ella. Cogió una pequeña palanca que siempre lleva a mano, y le dio en toda la cara, el hombre salió corriendo como alma que lleva el diablo, echaba sangre por la nariz y la boca, luego se fue a la policía y lo denunció”.  “Si llego a pillar a este menda, lo mato. ¿Se pudo averiguar algo acerca de este individuo?”.  “No, solo que se llamaba Marcos, por lo menos ese fue el nombre que le dio a ella, pero una persona que va por ahí atacando a las mujeres, cambia de nombre como de camisa. Ves a saber quién era ese animal”.
Un pequeño utilitario blanco paró delante del taller, de él bajaron Alicia y Juan, este montó la silla para que su hermana pudiera andar a su lado  “Hola, ¿qué, cómo va todo?, -Juan es un poco parco  en palabras, dependiendo del ambiente donde está-, haber si recogemos el coche y nos vamos a casa, que esta chica me ha retrasado toda la tarde con el rollo del coche”. Cuando se quisieron dar cuenta Benito y Juan, Alicia y Alejandro, ya estaban hablando animadamente cerca del coche. A buen seguro que se habían caído bien, ¿hasta el punto de gustarse…?, no se sabía en ese momento, pero que se atraían era seguro.
“Tengo que aprender a llevar este coche Alicia”.  “A sí ¿y para qué, es que piensas quedarte inválido?”.  “No que va, es más bien por si algún día estás indispuesta o te da algún desmayo. Me compraré una moto, y patrullaré la carretera desde tú casa al trabajo, como un policía”.  “Mira que eres animal –le dio por reír, soltó una carcajada que resonó en todo el taller, a esa hora ya nadie trabajaba, todos estaban en sus casas-, o tomando alguna cerveza en el bar”.
“Hace mucho que no oigo reír así a mi hermana, mire que contenta está”.  “Alejandro es muy ocurrente, en casa, siempre está bromeando con su madre y conmigo, además, es un chico, que tiene un gran corazón”.  “Créame, a mí me gustaría tener su carácter, pero con tanto estudio y tanto quehacer en casa, no tengo la más mínima oportunidad de divertirme”.  “Pues no creas, él ayuda mucho a su madre, y en casa no pasa más de un año, que se encargue de pintar toda la casa, ¿qué te parece?”.  “Pues que me gustaría ser como él, ¿qué me va a parecer?”.
Alicia llegada la hora, se empeñaba en pagar la reparación, Benito se oponía  “Da por hecho que esta reparación entra en la garantía, algún otro pagará no te preocupes”.  “A eso no, dígame que es lo que debo Benito”.  “No me hagas caso tonta, aquí cada cual paga lo suyo. Digamos que es una deferencia de la casa, por ser tan buen cliente”.  “¿Te das cuenta Alicia?, ya te lo decía yo, y que conste que en esto, no nos hemos puesto de acuerdo”.  “Por algo lo escogían cada año en la ciudad como San José en el pesebre viviente”.  “Pero bueno ¿ya empiezas otra vez con este rollo?”.  “¿Qué pasa acaso no es verdad?, un hombre alto, guapo, resultón, el más codiciado entonces, y buena persona… no podían elegir mejor. Eso sí, me contaba mi madre, que cuando llegaba a casa, siempre decía, “el último año que lo hago, tengo las manos, la cara y los pies como el corcho oye, no me los siento, ¡que frio por dios!”. 
Alicia reía con todas sus ganas, Alejandro se contagiaba de su risa. Parecía que aquel chico la despertaría de su letargo, del tedio de la rutina del trabajo. Finalmente se despidieron con dos besos que a Alejandro lo vivificaron de nuevo.  “Si le parece bien a tú familia, podemos ir juntos a la disco este fin de semana, cenamos, paseamos un rato, y luego… a divertirnos”.  “Me parece bien, si hay algún cambio de planes te llamo y te lo digo”.  “Vale, espero que no sea necesario, hasta el viernes hermosura”.
Se contuvo de decirle “te quiero”, pero lo sentía profundamente, quizás estaba equivocado, “a lo mejor es que soy un idiota, o puede que me falte el entendimiento…”, sin embargo su corazón se aceleraba cada vez que veía a Alicia, y cada vez más, se le quedaba en la mente. Alicia se había apoderado de su razón y de su corazón, no era de estas personas que se caya nada de lo que siente, lo manifestaba, de manera que habló con sus padres.
Aprovechó el rato después de la cena para decirles lo que sentía  “Tengo que hablar con vosotros, desde que vi a Alicia en el taller, sueño con ella, creo que me he enamorado de esta chica”.  “Esto ya lo sé yo Alejandro, me di cuenta rápidamente, no es que sea un lince, pero he notado que tú comportamiento ha cambiado, y no digo que para mal, me parece bien, pero ten cuidado, que si esa relación progresa, no podrás dar marcha atrás fácilmente. Ten en cuenta en qué situación está”.  “Claro, eso ya lo he valorado, pero ¿qué le voy a hacer?, no puedo ir en contra de mis sentimientos, y son muy fuertes”. Angelita su madre, lo observaba con cara circunspecta.  “Hijo mío, piénsalo bien ¿oyes?, esta muchacha está impedida…”.  “No mamá, no sigas por ahí, ya conozco los contras a los que me enfrento. ¿Habrías dejado de casarte con papá si le hubiera faltado el brazo derecho?, creo que no, eres la mejor madre que he conocido jamás, y la mejor esposa, de modo que no me pongas su invalidez como pretexto para que deje de quererla”. Angelita tuvo que bajar la cabeza ante este razonamiento, la vida le había sonreído desde que se casó con Benito, un hombre honrado y trabajador, esto era a fin de cuentas lo que contaba.
“Por nuestra parte, tendrás todo el apoyo que necesites Alejandro, queremos que ante todo seas feliz”.  “Gracias papá, de todos modos, voy a dejar pasar un poco de tiempo, quiero saber lo que ella siente, si uniéramos pareceres os lo haría saber. De momento, este fin de semana vamos a salir juntos, a aceptado sin ninguna duda, ya veremos”. Se levantó y se fue a su habitación a tocar la guitarra un rato, luego paró y se acostó.
El jueves al mediodía, recibió un mensaje que le decía, que este fin de semana no podía salir con él.  “Hola, ¿cómo estás, te encuentras bien?, he leído tú mensaje y he pensado en llamarte, no fuera caso que estuvieras indispuesta…”.  “No que va, lo siento, es que este fin de semana vienen a casa unos parientes, el hermano de mi madre y demás familia, voy a estar muy liada, se van el domingo a mediodía, vienen de Murcia, hace dos años que no se ven, a mi madre se le caían las lágrimas cuando llamaron, yo me he enterado ahora mismo, lo siento, me hace mucha ilusión salir contigo, te lo digo de corazón”. Alicia esperaba alguna reacción de Alejandro  “¡Pues anda que a mí…!, pero bueno, tenemos más fines de semana, el próximo por ejemplo”.  “Claro, sin falta, de todas formas si quieres subir aquí algún día, serás bien recibido”. El lunes por la tarde, pidió una moto pequeña a un amigo, avisó en su casa que llegaría tarde y se fue a ver a Alicia. La sorpresa fue mayúscula, cuando salió a la puerta a recibirlo, estaba con los brazos extendidos, el corazón de Alejandro, se aceleró a mil por hora. Se dieron dos besos, pero esta vez acompañados de un abrazo, que manifestaba algo más que pura amistad.  “¡Me alegro tanto de verte…!, que lento ha pasado el tiempo este fin de semana”. Ella por su parte, lo miró con ojos definitivamente enamorados, fue un encontronazo de sentimientos, inevitable, total. Él arrodillado frente a Alicia  “¿Quieres salir conmigo de manera formal Alicia?, te quiero, y no puedo dejar que pase más tiempo sin decírtelo. Puede que te parezca precipitado, bueno, de hecho es precipitado en cuanto al tiempo que hace que nos conocemos, pero no puedo hacer nada para evitar este sentimiento”.  “No te disculpes, yo también te quiero”.
Ese, es unos de esos momentos de la vida en el que todo sobra, cualquier cosa que está a tú alrededor está de más, solo ves un corazón frente al tuyo que se confiesa, que comulga contigo, que se ofrece incondicionalmente, para que se usen las cualidades de uno y otro, para que comience la etapa del respeto mutuo, la comprensión y la tolerancia. Sin nada de todo esto, era imposible, que su relación llegara a buen fin. Ahora, ella tendría que mirar a través de los ojos de Alejandro, y él por su parte, mirarlo todo a través de los de ella.
En cuanto entraron en casa, reunieron a Leonor y a Juan, y les comunicaron su intención. Tanto la una como el otro, se mostraron discretamente contentos, Juan de manera seria le preguntó a Alejandro, si se daba cuenta de la responsabilidad que adquiría con esta relación  “Sí Juan, sé que es posible que penséis que es una especie de locura, no os quito la razón. Pero la quiero, sencillamente eso es así, por su parte, que ella misma hable”.  “Yo pienso igual, mamá, Juan, quiero saber que es el amor, que es capaz de hacer en una persona, hasta qué punto este sentimiento, puede darme más felicidad de la que ahora tengo a vuestro lado”.
Leonor levantó los brazos reclamando a su hija, esta fue hasta donde estaba ella, se fundieron en un abrazo incomprensible, para los dos espectadores que había en la sala.  “Vamos a celebrarlo, Juan pon una botella de cava en el congelador, a y saca la caja de pastas del armario de la alacena”. El resto de la velada, fue un intercambio de opiniones sobre asuntos intrascendentes, una especie de adorno en la conversación, para calmar la emoción que los embargaba a todos. Alicia sentada en su silla, cogió la mano de Alejandro, a él le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, que o pudo disimular, la primera mujer que entrelazaba los dedos con los suyos. De pronto fue como si alguien invisible le hubiera roto los esquemas, no pudo evitar mirarla mientras él la miraba a ella, Alicia lo miraba sonriendo tímidamente, Leonor los miraba a su vez con una mirada indefinible, también sonreía, pero de diferente manera a como lo hacían entre sí.
Juan en medio de la conversación, se dirigió a Alejandro  “Por favor, no le hagas ningún daño, no se lo merece, es todo lo que tenemos, personalmente, es lo que más quiero en este mundo aparte de mi madre”.  “No tenéis porqué sufrir, m compromiso con ella es del todo serio, la querré más que a mi vida”.
Esto lo demostró más que sobradamente con el paso del tiempo, ahora Alejandro ya tenía carné de conducir, su padre le proporcionó un pequeño utilitario, con el que iba y volvía del trabajo desde el pueblo de Alicia, pero vivían en su propia casa, un apartamento con casi todo puesto a medida, para que Alicia pudiera desenvolverse con holgura. El intercambio de visitas entre las dos familias, se hizo muy regular, compartían muchas cosas, entre ellas, los halagos que Angelita le dedicaba a Alicia, esforzada siempre por hacer feliz a su hijo, después de dos años de estar juntos, Alejandro demostraba quererla más. Su vida estuvo siempre a partir de entonces, dedicada a ella, a espaldas de Alicia, ahorró para poder conseguir una silla mecánica, una excelente obra de chapistería, hizo que le fuera más fácil poder acceder a la parte trasera del coche que conducía. Legalizar esto, les costó dios  ayuda para que pudiera pasar las revisiones de la I.T.V. pero se consiguió, no hay nada que pueda obstaculizar el trabajo concienzudo y bien hecho.
Se prometieron vivir el uno para la otra, y pesar de las dificultades que puedan surgir, cuando se vive así, se vive de verdad, con auténtico compromiso, con altruismo. Esto, a pesar de las dificultades que pueda haber en la vida, es lo que hace que uno crea en el amor.


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