EL ESPEJO DONDE
ME MIRO
En
mi casa hay muchos espejos, todos ellos dan una imagen distorsionada de como
soy, me pregunto cuál de ellos dan la imagen precisa, auténtica de mí, a veces
me pregunto si es el del baño, donde me afeito a diario, el que me dará razón
de quién es ese hombre que se mira en él. No puedo sacar una conclusión
acertada, otros muchos espejos que me miran, que me observan, puede ser que
sean más ecuánimes, más precisos de ese ser que pasa por delante y me dibuja.
Tengo tantos y tan diversos, que a menudo creo que ninguno de ellos tiene la
razón a la hora de reflejar mi imagen.
En
uno de los armarios me veo de cuerpo entero, parece decir ese, el que está anclado
en mi armario ropero, que ya está bien, que voy vestido de forma curiosa, que
nadie va a tener nada que decir de mí porque vista o no de determinada forma.
Cierto, cada espejo tiene su propio criterio y su propio análisis de cómo
debería ser yo, saca instantáneas en color cada vez que nos miramos a ellos,
pero jamás nos critica. No opina, no se ve tentado a ello porque al momento,
pasa alguien más delante de su contorno, oliendo a colonia cara aunque vaya
desnudo.
El
espejo está ahí unas veces para decorar, otras para hablarnos en silencio y
sembrar la duda de si vamos bien vestidos o nos olvidamos de algún elemento
clave que complemente nuestra apariencia, hay quién los hace añicos, le s
molesta que unos papeles superpuestos y pulidos, les digan lo que son en
realidad, sin embargo, los lucen cuando hay visitantes y los distinguen con
marcos de maderas nobles, realzando sus cualidades.
Los
espejos donde me miro no dan siempre la misma imagen, ellos retratan lo que
somos sin reparar en quién es el que se mira en ellos. Con ese propósito los
compramos, para que nos digan la vedad sin ambages, sean lo grande que sean y
el lugar donde los hayamos puesto. Son de alguna forma, ojos supletorios que
nosotros pusimos en lugares estratégicos y que iluminan las partes más oscuras
de nuestras almas.
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