LA OLA QUE PASÓ
Mira
la playa, observa las olas que llegan a la orilla, ninguna de ellas llega con
la misma fuerza, no hay ni una sola repetida, unas llegan bravas lanzando
espuma en su empuje, otras casi no se dejan ver, pero todas se arriman a la
misma playa para dar vida a las gentes que viven de la pesca. Los humanos somos
un poco como esas olas, más o menos grandes, llegamos con el mismo fin, alimentar
el litoral para el disfrute de aquellos que nos aprecien. Las olas, incluso las
grandes tormentas que saltan por encima de los límites establecidos por el
hombre y a menudo arrasan con las obras que los humanos han establecido, tienen
un motivo para hacerlo, no siempre lo comprendemos, pero si lo hacen es porque
así debe ser.
Las
gentes se quejan, piden ayuda a los órganos oficiales, viven de estos paseos
ahora hechos polvo y transformados en ruina. Sienten miedo porque los pronósticos
del tiempo les dicen que todavía van a haber más desastres de este tipo, no se
puede luchar contra los elementos que el cielo tiene establecidos. En el
interior de las montañas, el caso es diferente, las nevadas se prodigan hasta
el punto de dejar aisladas a muchas familias sin posibilidad de que ni siquiera
los niños puedan ir al colegio, que los mayores se vean obligados a quedarse en
casa porque no pueden sacar los autos de sus garajes.
Sí,
olas de frio o de calor ejercen una influencia en nosotros irresistible, no
podemos cambiar el rumbo de las cosas, solo protegernos y esperar. Cierto es
que todo esto pasa, en un momento u otro las cosas cambian, ahora disfrutamos
de las crecidas de los ríos, de la nieve que nos brinda la oportunidad de esquiar
y pasar momentos agradables junto a esos fenómenos.
Pero
en el recuerdo de la gente quedan marcadas esa riadas que se llevó coches hasta
dejarlos enterrados en las arenas del mar. La ola pasó, con ella la tormenta,
pero necesitamos pensar en el futuro como fuente de vida, somos sobrevivientes
de esos tragos amargos que en su día pasamos. Vivimos en otro lugar, en el que
estábamos era demasiado peligroso, el nivel de las aguas va creciendo de forma
inapreciable, pero antes, hace solo diez años atrás, vivíamos tranquilamente saliendo
de nuestra casa y tocando la arena de la playa, ahora la arena de la playa
junto con el agua del mar y sus pequeñas olas, se ha adentrado dentro de
nuestras casas.
Ahora
las olas se quedan a observar como vigías naturales, que es lo que hacemos con esta
bendición que hasta ahora teníamos, y nos lo muestran dejando delante de
nuestras puertas, plásticos y demás basuras arrojadas desde grandes buques
mercantes que las corrientes acercan a nuestras costas, y un sinfín de otros
artículos que deberían ir a lugares donde se pudieran reciclar.
Pero
pocas personas hacen esto, el océano es muy grande y es más fácil arrojar por
la borda de un barco estos elementos contaminantes, que arrastrarlos consigo en
las embarcaciones, aun a riesgo de que se les impongan multas penosas. Y
mientras los humildes humanos, sufriendo las consecuencias de estos marineros
sin cabeza. Las olas seguirán llegando a las playas, sin embargo cada vez más,
las banderas que antes eran azules, y permitían bañarse a los que realmente
quieren disfrutar de la playa en período de vacaciones, se les van retirando
las licencias para hacerlo.
Llegan
a las playas algas arrancadas de fondo marino, redes rotas de algunas barcas de
arrastre, baterías de coche, neumáticos gastados de coches, todos estos
elementos llegan a las playas, impidiendo que los veraneantes perciban el auténtico
sabor del mar.
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