LO QUE NOS FALTA
EN SABER, LO LLENAMOS CON DESCONFIANZA
Todos sabemos con
anticipación al tema del que se esté hablando, que a menudo del tema al que se
está refiriendo alguien, no lo sabemos todo. Es entonces cuando comienza,
nuestra sinrazón de las cosas, esa nos lleva a desviar el tema central del que
estaba hablando antes de llegar nosotros, o a refutar los argumentos que se
debaten en ese instante. De pronto somos dicharacheros y ruidosos
alborotadores, la razón es porque no sabemos, seguir la conversación. Puede que
sea más simple que todo eso, simplemente no nos interesa, la cosa de la que se está hablando.
Sea cual sea el
motivo de meter una cuña en el asunto que se discute, hay que pensar antes, que
es mejor dejar hablar a los demás, y si no nos conviene, por razones que
posiblemente no sepamos ni nosotros mismos, lo más digno es prestar oído
atento, con tal de aprender un poco. Eso sí, para eso es imprescindible negarse
a ser el protagonista, lo contrario, nos puede hacer seres desconfiados, y
quién piense que eso es así, que si no se habla de coches o motos, de fútbol o
de ligar con mujeres, o hombres, que de todo hay en los ambientes en los que
nos desenvolvemos, se vuelve un ser raro, de otra especie.
Hay muchas cosas
hermosas de las que se puede hablar, a veces me irrita un poco ver a un grupo
de jóvenes, entretenidos con sus móviles mientras están manteniendo una
conversación contigo. Estás en plena conversación, una que les interesa para su
futuro, que es importante, que necesitas compartir con él… y de pronto
escuchas… “Joder no logro pasar este nivel, me cago en la leche…” Por razón que
ves que no les interesa escuchar, tratas de hablar con otro miembro de la
familia, posiblemente de otro tema, o del mismo porque crees que es vital no
dejar ese asunto en el aire, entonces vuelves a oír la voz del desconfiado “¿Hay patatas fritas, o ganchitos me da lo
mismo?” puede parecer una exageración pero no lo es, es la pura realidad. Y
así, poco a poco, esa persona que no quiere ser estorbada de sus juegos, en
lugar de decirlo o pedir que si puede esperar la conversación, se aísla en su
mundo.
Quién se niega a
escuchar, a implantar su propia norma, va mal, se maleduca, cuando crece un
poco más, si no le interesa lo que se le diga, no obedecerá, puede que se
convierta en un embustero patológico, que haga de la mentira o de la falta de
la verdad su bandera. Pronto se puede encontrar, defendiendo un castillo él
solo, su vida, sus convicciones, sus verdades, su mundo que frecuentemente, no
es el mundo real.
Se sabe de gente
joven, que creen que ellos no han hecho nada para estar encerrados en una
cárcel, no saben cómo ha sido eso, se asuntan, de pronto los han desarraigado
de su ambiente. Estaban convencidos que ellos eran el ombligo del mundo, y
agarrados a los barrotes de una celda claman por su libertad, ellos no ha hecho
nada. Dicen bien, no han hecho nada bien, han pasado por alto las reglas
elementales que gobiernan a la humanidad, y ahora que están enjaulados, tengan
o no razón, la desconfianza se apodera de sus almas. Puedo haber sido un
descuidado, puede que mis mayores tengan algo de razón, pero no hay para tanto,
la presunción de inocencia existe para todo el mundo igual.
Pero en esto como
en tantas otras cosas, están equivocados, de alguna forma, han querido ser cómo
son, solo que el hacer las cosas a su manera, sin directrices, habiendo pasado
parte de su vida siendo desconfiados, por no escuchar a su debido tiempo, los
ha traído en este tren que por cierto pocas veces se equivoca de estación.
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