martes, 31 de julio de 2012

LA PRIMA DE RIESGO.


                            LA PRIMA DE RIESGO.


¡Qué tormentas hubo durante esas semanas!, la gente estaba aterrorizada, no sabían qué hacer, ni a donde ir.
La prima de Arturo Riesgo perdió el trabajo, en cierta manera, ella era hasta entonces, la que aportaba la mayor parte de los ingresos a la familia. Este asunto, Arturo se lo reconoció en diversas ocasiones, pero el hecho de haberla llevado a la capital para desarrollar su potencial académico, y presentarla a la empresa en la que trabajó hasta entonces, compensaba con creces todo lo que ella les daba.
“Os lo debo todo primo, si no hubiera sido por vosotros estaría a día de hoy, recogiendo huevos en la granja de casa. Tú sabes bien, que esa vida no estaba hecha para mí, por otra parte ¿quién me hubiera acogido en casa como vosotros lo hicisteis?, nadie, porque el resto de la familia, se desentendió de mí como si fuera una leprosa”.
“Bueno bueno, no hay para tanto mujer, al fin y al cabo, para esto está la familia, y si los demás no te han atendido como hubiera sido de esperar, será porque tienen sus propios problemas, hay que ser tolerantes con la gente”.
El caso es que Fernanda la prima de Riesgo, les trajo además de dinero, un nieto, un nieto de padre desconocido pero precioso. Ya tenía seis años, y correteaba por la casa, como si fuera un auténtico tanto por ciento añadido, a lo que de por sí ya era. Más que vital, Amhed era hiperactivo, de pelo negro y ojos claros, ¡vaya mezcla que había sacado el chaval!.
Había perdido el trabajo, en pos de otras chicas, que eran mucho más activas que ella, en el campo de la prostitución. El dueño del local Las Campanillas, le dijo que ya estaba algo mayor para trabajar allí y que tenía que dejar paso a la juventud, chicas mucho más jóvenes que ella, y que además, estaban dispuestas a cualquier servicio sin discutir.
“Esas chicas no se quejan ni protestan por nada, ¡Fernanda, tus días de gloria ya han pasado!, lo siento peo este negocio es así de implacable. No me puedo permitir perder un duro si quiero mantener este local abierto”.
Ahora le tocaba buscarse la vida en cualquier otro lugar que admitieran a gente más mayor y más experimentada a la vez. Cuando su primo Arturo se enteró de esto, se entristeció mucho, toda la familia entró en un estado cataléptico durante unos días. Tenían que remodelar las vacaciones que ya tenía preparadas, y ajustarse a un estrecho presupuesto, algo duro de cocer, cuando ya tienes un sistema de vida asentado, desde hace años.   
“Fernanda lo siento mucho, no sabes, cómo nos apena esto. Creo que serás consciente de lo que representa para nosotros el que estés en este estado. En la imprenta no gano mucho, de manera que sin tú trabajo… ahora, tenemos que pensar en la familia y en tú hijo, a quién incluimos por supuesto. Mi recomendación es que te pongas a trabajar ya, de otro modo no podremos tenerte aquí, bajo nuestro techo. Me cuesta mucho decirte esto, que conste, pero es la realidad, tienes todavía mucha vida por delante, y ni que decir tiene, que todavía conservas un atractivo, que hace palidecer el de muchas jóvenes de hoy”.
“Gracias primo por tus consejos, os quiero mucho, no sé que habría sido de mí sin vosotros. No te preocupes, que ya estoy en contacto con dos personas, que me han ofrecido trabajar para ellos. Son buena gente, y me garantizan que puedo ganar mucho dinero si hago lo que ellos me dicen. Tienen muy buenos contactos con personas influyentes, que solicitan a personas como yo, quiero que sepas que he aceptado trabajar para ellos, mañana empiezo, espero que queden contentos conmigo”.
No se puede decir que asumieran demasiados riesgos con ella, era una de esas mujeres a las que no le cuesta nada superar obstáculos como aquel. Más que eso, ella esperaba que más temprano que tarde se vería en esta situación, su oficio desgasta mucho, una cosa es tener que hacer cinco servicios en una noche, y otra bien diferente hacer quince, como le había sucedido en ocasiones. Terminaba realmente agotada, insensible a cualquier afecto, hecha un guiñapo, como decía su madre haciendo referencia al trabajo del campo.
Caramba si trabajó desde entonces… nadie sabía de dónde sacaba el dinero para las joyas que se compraba, ni los abrigos de pieles que llevaba, -saber si que sabían, pero ahora estaba en otra dimensión-, nada comparable a los días en los que trabajaba para “el culebra”, -así es como todo el mundo llamaba a su antiguo patrón del lupanar-.
“Oye Carmiña, ¿Cómo es que todavía no me has recogido la ropa del sastre, no querrás que vaya yo verdad?”.   “Hay perdona hija, se me ha pasado, no te preocupes que ahora mismo voy por ella”.   “Pues venga que ya haces tarde. Habráse visto, encima que os he comprado una casa y os he sacado del piso infecto en el que vivíais…”.
Claro, se pierde el norte cuando a uno se le sube el pavo a la cabeza, Fernanda lo tenía subidísimo, estaba claro que no quería volver a respirar los mismos aires que anteriormente respiraba.
La prima de Riesgo, subía sin control alguno, ¿Quién podía pararle los pies ahora?. Cuestión de espera, nada más que eso, paciencia, esa cualidad es la única que podía hacer que la apuesta que habían hecho por ella, diera unos frutos apropiados, ¡porque si no…! podía pasar cualquier cosa.


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domingo, 29 de julio de 2012

TODO LO QUE NECESITAS.


                   TODO LO QUE NECESITAS.


Va contigo. Donde quiera que sea que vayas, te va impulsando, sea a izquierda o derecha, sea arriba o abajo, sea hacia adelante o hacia atrás.
No hay posturas intermedias, pues no hay medias razones para pagar el tributo de la vida. Si te adormeces en este valle perdido, que puede ser el desaliento, o en su defecto la euforia irreprimible, terminas por no necesitar nada.
Y es que siempre necesitamos, somos como un gran dragón, que a menudo necesita vivir del temor de los demás. Aunque los hay, que necesitan los elogios de la gente para poder sincronizar el respirar con el aliento ardoroso de las llamaradas que salen de su nariz.
Cientos de veces se pregunta la gente, que lo necesario para vivir es…igual a X. Es decir, que no se sabe a ciencia cierta que puede ser, aquello que nos haga felices.
Este es el primer error, ligamos siempre las cosas materiales a la felicidad, somos humanos, necesitamos palpar aquello que elegimos para darnos las satisfacciones convenientes. Pero no siempre es así.
No voy a entrar en tópicos sobre ejemplos de personas que han considerado que lo mejor, o lo necesario, es hacer felices a los demás, dando todo lo que tenemos. Eso no lo hace nadie, quizás porque no sabemos que dar, o simplemente, porque decidimos dar esto o aquello, pero eso otro no, nos costó demasiado esfuerzo.
Siempre hay barreras, cotos a la hora de dar. Es lo mismo en cierta manera, que las fronteras, aunque crueles a veces, se consideran necesarias, para arbitrar el paso por los países. En ese tránsito te encuentras con gentes muy plurales, o con otras que por razones políticas o de guerra, estrechan el paso de la gente, hasta que se cansan y se dan la vuelta a sus países de origen.
Todo lo que se necesita, es estar en deuda con los demás. Ser proclive siempre a extender la mano con algo dentro y abrirla, aunque a veces eso conlleva el sufrir algún que otro desmán. Permanecer ausente a todo lo que sucede a nuestro alrededor, es como ir a una estación de tren con el fin de que se nos transporte a algún lugar, y poner las manos detrás, esperando que alguien nos suba al tren que le venga en gana.
Lo que se reclama de nosotros es tener iniciativa, no ser exigentes, solo subir al tren que nos llevará a donde pensamos se cumplirán nuestros objetivos. Lo contrario, es acelerar nuestra muerte.
¿Dejaríamos acaso que alguien sin permiso entrara en nuestro hogar, que cualquiera tomara posesión de nuestros sentimientos y emociones sin oponer resistencia?. Esto sería negarnos a ser humanos, tengo el convencimiento, de que somos una excepción inteligente en el mundo que vivimos, ¡sabemos tantas cosas que no podemos dejar que se atrofien en nuestro interior!.
Arthur Schopenhauer dijo en una ocasión  “Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario”.
Para poder tener un comentario de nuestra vida, debemos saber usar, las fantásticas oportunidades que nos rodean de continuo. Es tanto y a tantos a quienes podemos ayudar, que en pleno invierno, podemos hacer crecer rosales en los jardines de nuestro prójimo.
En un mundo donde la ideologías y las políticas juegan con nosotros, hasta el punto de tratar de desordenar nuestras vidas, de desarticularlas, de hacernos ver una realidad que es realmente un espejismo en mitad del desierto, ver como necesarias las cosas más triviales, es muy peligroso, se podría decir que inhumano.
Echa mano del raciocinio, imponte como meta la reflexión, deja de lado en la mente las cosas que hasta ahora considerabas necesarias, muda la mente de objetivos viejos a otros nuevos, eso sí, con cautela, con cuidado, midiendo cada paso. Los seres humanos somos aprendices de la vida hasta la muerte, entonces verás que tus necesidades son pocas, y los que necesitan de ti son muchos.
Todo lo que necesitan los demás de nosotros es amor, solo eso. En consecuencia, es todo lo que necesitamos nosotros.


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AMIGOS.... AQUÍ ESTOY DE NUEVO.


                                AMIGOS… AQUÍ ESTOY DE NUEVO.


“Valla valla, mira por donde, semanas sin saber de vosotros y por fin os veo”. Ese es Perucho, un pretendido amigo de Méndez, Botero y Gálvez.
Cuando lo ven le huyen, Perucho es un hombre pasional y entregado, en cualquier situación que se meten, sea esta la que sea, sale en su apoyo sin reparar en las consecuencias. Dos cuartas más les lleva de altura, parece que esto los ensombrece un poco ante él, la  verdad es que no encuentra camisas lo suficientemente largas para que tapen su ombligo. Sin embargo, para compensarlo, Perucho les ha sacado de mil apuros gracias a sus medidas casi colosales.
Siempre torpe, cuando no tropieza con un bordillo, se da contra los dinteles de las puertas con la cabeza, tiene los ojos bien posicionados, pero no es demasiado consciente de la altura que tiene. Botero lo ha visto en más de una ocasión, pero siendo como es un mujeriego de cuidado, lo ha evitado, a menudo cuando va en compañía de sirvientas y alguna que otra doncella, se cubre con el sombrero, e incluso se pone de lado con tal de no pararse a saludar a Perucho, no sea que las espante.  “¿Cómo me voy a parar cuando voy acompañado, os imagináis haciéndole un besamanos a una mujer con esas manazas que tiene?”, Méndez y Gálvez le dan la razón “Claro hombre, tienes razón, nosotros haríamos lo mismo, vaya que sí”.
Pero no es cierto, le dan la razón solo, porque les pasa a mujeres con las que él no puede salir, tal es su encanto. O sea que es una amistad interesada, además siempre paga los vinos que toman en las tabernas, y hasta en una ocasión en la que lo acompañaron a Cuenca, se hizo cargo de todos los gastos durante cuatro días. Al volver, se encontraron en el mercado, Perucho no es hombre que pase desapercibido, querían esquivarlo, pero para ello, tenían que saltar por encima de una parada de melones que estaban en el suelo, así que lo dejaron correr y se santiguaron  “Que sea lo que dios quiera dijeron los tres…”, un abrazo con un solo brazo de Perucho era como si te crujieran los huesos, pero lo superaron, el reía de gozo, por encontrarlos, pero su risa era tal, que se volvían todas las cabezas a lo largo y ancho del mercado.
En un abrir y cerrar de ojos, un hombre salió de entre la muchedumbre y tiró con fuerza de paquete que llevaba Gálvez, salió corriendo cual alma que lleva el diablo. Todos se asustaron, menos Perucho que con cuatro zancadas, alcanzó al malhechor rompiéndole la cara contra el suelo. Volvió con el paquete en alto  “Toma Gálvez tú paquete, ahí lo tienes”. Gálvez no pudo darle las gracias, con la vista vuelta hacia donde salió corriendo el ladrón, se veían diez o quince personas desparramadas por el suelo, alguna con huesos rotos. Parecía que hubiera pasado un carro a todo tiro, por el centro del mercado.
Se dieron la vuelta los tres y marcharon del lugar, mientras, Perucho con sus dientes ennegrecidos les decía adiós, y los emplazaba por la noche en la taberna de El Sol. En una España donde el trabajo no abundaba, a Perucho lo venían a buscar a su casa para darle trabajo a las órdenes del rey. Un primo suyo, hablaba de su valentía y su dedicación a las causas que defendía con pasión, la justicia y la patria. Aunque para aquel entonces, ninguna de las dos causas tenían demasiado peso, dados los acuerdos de estado con otras potencias que deseaban tener el control de las primeras.
Acuerdos franco españoles, pesaban mucho en el desarrollo de los acontecimientos futuros, esponsales recapacitados que hacían a los unos y los otros fuertes de manera alternativa.
Pero Perucho prefería dedicarse a limpiar establos, cosa que le era fácil, tenía el establo al lado de casa, era un buen herrador también, y aunque le pagaban poco, podía atender a su hermana inválida. No podía mover las piernas a causa de una caída cuando era pequeña, jugando en el campo, se empecinó en subirse adonde Perucho, a lo alto del árbol para coger higos, la rama no resistió el peso de los dos y cayeron, Perucho con raspaduras en los brazos y piernas y un tremendo chichón en la frente. Pero su hermana Herminia cayó de espaldas, se rompió la columna y las piernas se le quedaron inmóviles, inmóviles para siempre, entre gritos de dolor y el susto que tuvo, la pobre se quedó como muerta mientras Perucho le daba pequeñas bofetadas con el fin de que despertara.
Todo un tremendo drama que terminó cuando con una carreta, la llevaron a su casa. La madre no podía creerlo, cayó de rodillas ante la pequeña capilla que tenían en casa, con una figura de barro de la virgen de los desamparados. Se pasó semanas enteras rezando, mientras, Perucho se condenaba a sí mismo por haber subido a la higuera, de no haberlo hecho, su hermana estaría ahora caminando.
Desde entonces su carácter cambió, dormía sobre un saco a los pies de la cama de su hermana, vivía los sueños que ella tenía, a menudo eran pesadillas que ni siquiera él podía evitar, ¡cuánto hubiera deseado ser él que las sufriera, en lugar de su hermana Herminia!. Pero por lo menos podía estar a su lado cuando esto sucedía, ya era algo. A los diez años, con escasos medios de vida en la casa, comenzaron a haber goteras y se propuso ponerse a trabajar de ganapanes, de modo que ayudaba a un hombre, del que se apartaba todo el mundo, porque se dedicaba a recoger las mierdas de las casas. Hasta con la mierda había negocio entonces, cuando se llenara la cuba de madera tirada por un burro que tenía tres patas en el otro barrio, se la llevaban a vender a los campos como adobo para las verduras y hortalizas.
Así ahorró unos reales, para poder comprar tejas nuevas, con las que reparar la techumbre de la casa, jamás le tuvo miedo al trabajo fuera el que fuera este, hasta que encontró trabajo en la cuadra detrás de la casa.
¿Cómo no iban a despreciarlo o menospreciarlo aquellos tres estudiantes pillabanes, que llevaban sus monturas allí para ser guardadas, alimentadas y reparadas? Perucho no significaba nada para ellos, aunque para él, aquellos ilustrados estudiantes fueran su referencia. Con el paso del tiempo, le pasaron algunos libros de estudio, que guardaba celosamente envueltos en un buen vellón de oveja. No solo los guardaba, aprendió a leer con ellos con ayuda de su hermana, los libros y una losa de pizarra con un rayón de carboncillo, fueron excelentes elementos válidos para aprender a plasmar con muy buena letra lo que iba aprendiendo.
Cuando tenía catorce años, su madre enfermó de tisis, murió sola en su habitación después de pasar dos meses en cama. El médico que la visitaba, les dijo a los dos críos que debían sacar de casa las cosas que le pertenecieran a la madre, el contagio podría también acabar con sus vidas.
Desde entonces Perucho redobló sus esfuerzos para ser el líder de aquel pequeño rebaño que se circunscribía a Herminia y a él mismo. Era consciente, de que se tenían que apañar para crecer ante aquella desgracia.
¡Como se consolidan los caracteres ante los problemas!. Poco después de estos acontecimientos, su vida dio un giro total, la de Herminia no, para ella todo seguía igual que antes, su vida era una rutina casi cómoda, todo lo hacía su hermano, ir de compras, limpiar, cocinar, y sobre todo cuidar de ella. En más de una ocasión se dejaba ver por la casa durante el día, vestido con su ropa de trabajo, oliendo a humo y a hierros, para preguntarle si le hacía falta algo, ir al retrete o cualquier otra cosa.
No era consciente todavía, de que durante las horas de espera sola en casa, ella se espabilaba para bajarse de la silla un tanto especial que le construyó, e ir a rastras a solucionar sola, algunas de las urgencias que pudiera tener.
Botero le dijo un día, que podría presentarle a su hermana Herminia, ¡era tan hermosa!, de vez en cuando se la veía asomada al ventanuco de la casa, mirando como el resto de la población, andaba de acá para allá, sonreía al paso de las lavanderas que esperaban ser requeridas para esas labores, y a los soldados como las miraban, y les decían cosas, mientras ellas pasaban con los cestos de ropa sobre la cabeza camino del lavadero.
“Escucha bien Botero, mi hermana no es una furcia de esas con las que tú te haces, que te quede bien entendido, ¡será que no hay mujeres por ahí para satisfacer tus deseos!, no hagas que me enfade amigo, será mejor para todos que no me veas así”.  “Bueno hombre de dios, tómalo como un cumplido, te digo eso, porque cuando paso por debajo de vuestra ventana sonríe, debe ser una buena muchacha”.  “Pues bien, ya sabes hasta donde puedes llegar, no pases de esa línea, si no quieres que se acaben tus estudios de golpe”.
Méndez y Gálvez siempre le reían las gracias, pero en momentos así bajaban la cabeza y hundían un poco más sus sombreros emplumados sobre la cabeza. A los dieciséis años, Perucho ya medía poco más de un palmo que ellos, pero él no era consciente de las medidas que tenía, sería porque no tenía espejos en casa donde poder mirarse. Eso sí, se diferenciaba de ellos en sus dientes, parecían la boca de un lobo, con unos caninos extremadamente salidos, y el resto ennegrecidos por la mala alimentación que hasta entonces llevaba.
Pero cuando salía de casa un poco arreglado, se acercaba a la taberna El Sol, siempre encontraba allí a conocidos y más de una vez a los tres amigos referidos antes, quienes cuando llevaban más de cuatro vinos en la barriga armaban más ruido que una tropa entera del rey.
“Amigos… aquí estoy de nuevo, ¿qué vais a hacer hoy?, tengo un par de horas libres y me gustaría compartir ese tiempo con vosotros, además estoy contento, ya no limpio las cuadras, ahora soy herrador, y me encargo de casi todos los trabajos que llegan al establecimiento. ¿Sabéis…? me han subido el sueldo, y el señor Amador me ha encomiado por el trabajo que hago en su casa, de forma que la próxima ronda de vinos la pago yo”. Su boca se entreabrió sonriente y a los tres amigos les dio un giro el cogote, no querían ver aquel pozo negro que era la boca de Perucho.
“Pues mira, hoy nos puedes acompañar, vamos a una pequeña fiesta a casa de los judíos que viven en la hacienda junto al rio ¿nos acompañas?”.  “Sin duda alguna, vamos, oye, es que yo no voy vestido para la ocasión, si acaso subo a casa y me cambio, así de paso advierto a mi hermana que llegaré más tarde”.  “No hace falta hombre, si va a ser entrar y salir, tú te quedas al lado de una puerta que hay junto a la casa, esa da a las cocinas, nosotros te avisaremos de cuando puedes entrar”.  “Pues siendo así vamos, os sigo”.
Perucho no supo muy bien lo que pasó, hasta después de todo el revuelo. El caso es, que al poco de llegar a la casa de los judíos, se empezaron a oír voces, la gente comenzó a salir por todas las puertas habidas y por haber, a Perucho lo encontraron apoyado en la pared de las cocinas, esperaba el aviso para poder entrar.
“Ahí esta prendedlo, vamos que no se os escape ese bribón”. Perucho a pesar de sus dimensiones o ofreció resistencia, le llegó todo tan de sorpresa que apenas se escapó palabra alguna de su boca solo “Oídme brutos, os estáis equivocando…” Era la primera vez que alguien lo levantaba del suelo, eran seis o siete, y luego en un santiamén, ataron a un pilar de la casa, viéndose así se asustó, en sus ojos se reflejaba su angustia.  “Llamad al alguacil y que venga por él, que diga dónde está mi Raquel…”  “¿Qué decís os habéis vuelto locos?, yo no sé nada de vuestra Raquel”.
Llegado a la casa el alguacil con tres policías más, lo montaron sobre una mula y se lo llevaron al pueblo, el alguacil lo conocía bien, no podía imaginar que hubiera formado parte en un complot para raptar a Raquel, pero por el momento, todo lo señalaba como un medio necesario para hacerlo. Se enteró en prisión de que su hermana estaba bien, una vecina se había cuidado de cocinarle unas alubias con cerdo, por supuesto que las alubias y el cerdo los tuvo que coger de casa, en la alacena estaba todo ordenado, aunque se quejó de que estando tuerta le resultaba un sacrificio el hacerlo, se las tuvo que preparar mientras el marido estaba en el trabajo, recogiendo piedras por el campo para construir casas nuevas.
Al otro día, Amador se presentó en comisaría para prestarse como garante del muchacho, eso y quince reales, fueron suficientes para el alguacil, para dejarlo salir.  “¿En qué lío te has metido Perucho?”, dijo meneando la cabeza Amador.
Raquel apareció al día siguiente habiendo sido violada por los tres amigos que iban embozados. Aquel fue un día de luto para la familia judía, todos los vecinos de su misma comunidad, fueron a darle las condolencias. Pero la madre enfermó tan pronto supo lo ocurrido, de hecho, no le pusieron interés en encontrar al culpable o los culpables. Al fin y al cabo, a pesar de ser ciudadanos respetados, eran judíos, eso los convertía en personas, que no eran del todo ciudadanos dignos, de que se les aplicaran los mismos derechos que a los demás.

Pasó poco tiempo antes de que Razzi -la madre de Raquel muriera-, a lo ya acontecido, se añadió el duelo de tener que enterrar a la madre en el cementerio judío de la ciudad. No fue poco todo lo que pasó esa familia en tan poco tiempo, no era justo, aunque aquí la justicia propiamente dicha tiene poco que decir.
Perucho, en su interior, sabía casi con exactitud qué era lo que había pasado, quizás fuera torpe, probablemente algo bestia, pero no imbécil. Poco tardó en poner en claro los asuntos con sus “amigos” una vez hubo salido del embrollo, y aunque ellos lo negaron todo, él les advirtió de que fueran a hablar con el alguacil antes de que lo hiciera él.
“Pero… chico, ¿tú sabes lo que esto implicaría?, además tú has sido parte activa de este lance, vas a quedar como un ser despreciable delante de esta ciudad. ¿A quién crees que van a hacer caso, a personas como nosotros o a ti que eres un don nadie?” –el que hizo este apunte fue Gálvez-.  Pero Perucho percibió cierto grado de nerviosismo en su forma de hablar, síntoma seguro de que entre ellos habían preparado algún tipo de estratagema, aunque también se notaba, que no todos ellos tenían el mismo temple, para afrontar situaciones difíciles.
“Bien pues está claro entonces que tendré que ser yo el que ponga punto final a esta historia…”.  Salió de la taberna decidido a todo, los tres salieron tras él a toda prisa, Botero le dijo entonces… “Perucho espera hombre, vamos a ver como solucionamos esto”. A la vuelta de la esquina del bar pararon a Perucho, ese callejón estaba como casi siempre lleno de vómito de los clientes de la taberna que se excedían en echarse vinos al coleto. No pudo imaginar lo que sus amigos iban a hacer con él, cual si fuera Julio Cesar en el senado romano, sacaron sin piedad sus dagas y comenzaron a apuñalarlo.
El que más veces lo hizo fue Botero, Perucho cayó como un saco en el suelo en medio de convulsiones y lamentos sordos, solo salieron de su boca unas palabras  “Os ajusticiarán por esto amigos”. Se quedó allí temblando, solo pensó en su hermana en este momento, ¿qué iba a hacer ella sola?. No supo el tiempo que pasó allí, pero cuando despertó, estaba en casa del médico, tendido sobre una cama dura, notando los pinchazos de agujas que al parecer lo estaban remendando.
Al cabo de unos días, ya estaba en casa, parecía un muñeco de los que se hacían de trapo, lleno de cicatrices pero vivo.  “Ha sido un milagro que sobrevivieras a este descalabro Perucho, ¿quién te hizo esto?”.   “No lo sé señor licenciado, me hubiera gustado verles la cara, pero eran máscaras lo que llevaban puesto”. También Amador el dueño de las cuadras venía de continuo a verlos, les traía huevos, aceite y pan casi a diario, y eso sin ser amigos, hasta que pudo de nuevo empezar a herrar caballos, pasaron cuatro semanas, después se incorporó al trabajo como si tal cosa. Su hermana estuvo sufriendo mucho, no por como quedaría ella sin ayuda ni consuelo, sino más bien, en si saldría de esta su hermano, que era toda su vida.
Los tres amigos, Méndez, Botero y Gálvez continuaron con sus costumbres habituales. Una noche de invierno apareció por la puerta de la taberna Perucho, los tres se pusieron a temblar, se dirigió a ellos como de costumbre  “Amigos… aquí estoy de nuevo”.


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miércoles, 25 de julio de 2012

BAJANDO CUESTA ARRIBA.


                            BAJANDO CUESTA ARRIBA.


“Es extraño, se me hace difícil reconocer el camino, pero diría que he pasado por aquí otra vez, es como un “dejá vu”, una paramnesia que me asalta de golpe, quizás sea verdad, puede haber sido cualquiera de las dos cosas. ¡Yo estuve de vacaciones el año pasado por aquí cerca!”.
Adolfo es un tío con pocas ambiciones, ha estado tres años viviendo en una colonia hippie, pero en cambio, nadie sabe el porqué volvió de allí hecho un hipocondríaco. Dice su amiga Mara, que ella cree que fue porque ha visto morir a dos amigos de la colonia de VIH. El, que ha corrido delante de los toros en los Sanfermines, y se ha roto dos veces la misma pierna, ahora volvía de allí con dolores de cabeza a todas horas, y temiendo siempre que un simple resfriado le causara una pulmonía.
“Mara quiero marchar de aquí, este sitio me da escalofríos. Es algo así como si hubiera soñado esta misma situación, como si alguna fuerza me estuviera avisando de que aquí me va a pasar algo gordo, vámonos por favor”.   “Escucha Adolfo, y escucha bien por favor, este sitio es precioso, las gentes de por aquí son amables y hospitalarias, tenemos un lugar donde estar, quien sabe, a lo mejor decidimos quedarnos a vivir aquí después de estar dando tumbos durante años”.
Sin embargo Adolfo estaba deprimido, se le notaba porque no tenía ganas ni de lavarse cuando se levantaba de la cama. Un hombre que ya estaba muerto por causa de un accidente de tráfico, dejó la casa a sus hijos pero vivían en Francia, de modo que la casa estaba poco menos que abandonada, a la vuelta de un recodo de la cuesta del pueblo. El año anterior con las nieves un camión de gasóleo se empotró contra la esquina de la casa y dejó la pared maestra bastante dañada.
El maestro del pueblo, familia de los sucesores les dio permiso para vivir allí, la única condición era que repararan la casa, y ellos se pusieron manos a la obra y concluyeron la reparación con ayuda de un amigo que era ingeniero técnico. Las mismas piedras de exterior, las mismas tejas, la casa quedó igual que antes o mejor. Mara y Adolfo vivían en pareja, aunque esto no significaba que estuvieran enamorados, simplemente compartían el mismo techo.
Cuando Adolfo bajaba por la subida que llevaba a la otra mitad del pueblo, fuera verano o invierno, se ponía a sudar de mala manera. Mara no se podía explicar aquel fenómeno, Adolfo menos, no podía evitarlo. Llegaba a casa temblando, hasta que Mara le preguntó que le pasaba.
“Cuando bajo por la cuesta, retengo mis piernas, debo ponerles freno para no caer rodando. Pero es que cuando subo de vuelta a casa, debo hacer lo mismo, es una cuesta que hace bajada”.   “Eso es imposible Adolfo, cuando subes, subes, y cuando bajas, bajas, es de catálogo. No pueden pasar las dos cosas a la vez, o subes o bajas”.
“Vale lo que tú digas, pero te aseguro que no voy a volver a pasar por este trago, no lo soporto, me pongo enfermo te lo juro, me voy a volver loco. El caso es que esto ya lo he vivido antes, y en este mismo lugar, debe de ser alguna maldición”.   “No digas tonterías hombre, lo que pasa es, que te habrás obsesionado con esta paranoia”.
Al cabo de un par de meses los vaqueros bajaban al ganado de las montañas, todo el mundo colaboraba en este ejercicio de ir a buscar al ganado, los terneros habían engordado lo suyo con la leche de sus madres, pero ahora llegaba el invierno y había que recogerlos a todos. Ya se oían los silbidos por la carretera de los pastores, algunas mujeres colaboraban en este trabajo.
Un hombre de edad indefinida, con la boina calada hasta las cejas pasó junto a la casa de Mara y Adolfo, se paró un instante a contemplarla, estaba muy bonita, siguió con sus vacas y terneros, Adolfo remozando una de las paredes de la parte alta de la casa lo miró.
El hombre volvió de nuevo la cabeza a diez metros de la casa  “¿Qué hay Adolfo, como estás, todavía te da miedo la subida cuesta abajo?”. Él no conocía a aquel hombre, no tenía de él ninguna paramnesia ni nada por el estilo, bajó del rústico andamiaje y se metió en casa, ni siquiera lo saludó. Se puso a sudar de nuevo, las piernas comenzaron a temblarle, fue hasta la cocina donde Mara estaba haciendo el pan  “Mara me voy de aquí, no puedo soportarlo más tiempo, la gente me conoce, sabe de mis miedos, más incluso que yo mismo. Me voy de aquí pero por la parte alta del pueblo, no quiero volver a tener que bajar la subida”.
Cuando Mara dio con él después de más de un año, estaba ingresado en un parafrénico, nada de lo que nadie le pudiera hablar era lógico para él, ¿era parafrenia, o esquizofrenia?. El doctor que la atendió reconoció que estaban en pañales en lo que corresponde a estas definiciones, encontró a Adolfo tremendamente delgado dando cinco pasos adelante y cinco atrás. Pero vivió hasta los sesenta y cinco años, los médicos decían que tenía una mente sana.


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lunes, 23 de julio de 2012

¿LOS JUSTOS, SON BUENOS...


                       ¿LOS JUSTOS, SON BUENOS…


No es siempre así. La justicia no siempre está de acuerdo con la bondad, del mismo modo que la misericordia no siempre está ligada a la conmiseración. Es por eso que nuestro rico vocabulario nos marca pautas concretas acerca del uso de las palabras, y en consecuencia, de las acciones que se esperan de cada ser humano por separado.
Un juez está sujeto a unas pautas que están marcadas en el Código Penal, sin embargo, puede tomar decisiones que él interprete como justas al margen de la bondad. Penas de cárcel, multas o libertad provisional no son en absoluto el marco que rodea a estas personas.
Nada que opinar al respecto, aunque desde fuera de un tribunal, el público en general veamos en algunas decisiones de este tipo delitos flagrantes. Ese es caso aparte, los jueces deben a menudo someterse a juicios precisamente por decisiones que toman, y hasta eso es opinable.
Estrechando el círculo, nos centramos en las personas de la propia familia, si se siguen las pautas que ordena la lógica, cualquier miembro de una familia debería tratar de ser eso en principio, familia, mal vamos cuando queremos tomar el papel de jueces sin preparación alguna para ello, y consentimos que cualquier acontecimiento entorpezca nuestra relación.
En una sociedad plural y única en el estilo de ver y hacer las cosas, deberíamos ser prudentes y tratar de servir de apoyo incondicional a los nuestros. No es cosa fácil, muchos otros factores de estructura dentro de la propia familia, hacen que este esfuerzo sea redoblado con comprensión, y sobre todo con el uso de la palabra que utilizamos al principio “conmiseración”, esa es una expresión que nos obliga a actuar más que simplemente compadecernos, de aquel que está en determinado apuro.
La conmiseración no es expectación, es actuación, en todo caso, hasta que alguna regla superior  -por ejemplo hasta que la justicia determine cuál es la resolución que toma-, eso en el caso de que nuestra familiar haya cometido un delito que lo haga condenable.
Más allá de todo esto, debería seguir recibiendo apoyo, ayuda y atención plena de parte de la familia  -en el caso que recaiga sobre este miembro de “nuestra familia” una condena, como ejemplo para el resto de la sociedad-. Las cárceles están llenas de personas que periódicamente, van a visitar a los suyos. Están pagando su deuda con la sociedad, luego necesitan el apoyo de la familia.
Sustraerse a esto, es repudiar a esta persona, es como recibir dos condenas en lugar de una por una sola causa. Lo peor de todo este proceso, es que son los que se apartan los que ponen en evidencia, son ellos los que con su desprecio o indiferencia hacia la otra persona, dan fe de clase de personas son en su interior. No hay pecado que no se pueda redimir, ni falta que no se pague, es la justicia entonces, la que determina con leyes escritas en un fuero, cual es la pena a pagar.
Más haya de esto, es injusto y amoral prejuzgar a los demás o despreciarlos como algo que no merece atención en nuestras vidas. Así de sencillo es el pretender prejuzgar a alguien de nuestra familia y mantenerlo lejos de nosotros.
Entramos en una vía muerta como los trenes, y le mandamos a nuestra conciencia, que el vagón que llevábamos con alegría, ahora resulta que sin razón alguna, lastra nuestra marcha, ralentiza nuestro promedio, por eso mandamos desenganchar del convoy a este y lo dejamos a su suerte, cuando se reemprende la marcha, el tren sigue con el mismo promedio de velocidad hasta que llega a destino.
Ellos,  -los que abandonan a los suyos-, pueden tener mil razones diferentes para tomar esta postura, pero lo cierto es que en principio, es la más fácil, la que hace que menos salgan retratados en este posible problema que los puede estigmatizar como encubridores de todo este “problema”, al fin y al cabo, tienen novias, o esposas, hijos y muchos amigos a los que no quieren dar cuenta. Es mucho más fácil mantenerse en una postura de imparcialidad, sin saber que es en esta postura lo que los define como justos, pero no como buenos.
No se pretende juzgarlos con lo que se dice aquí, solo quiero que se sepa que hay una clara diferencia entre justo y bueno. El hombre es hombre para lo bueno y para lo malo, y hay evidentemente una clara diferencia entre hombre y mujer, -sin entrar en matices que ahora no vienen al caso-, en su deseo de agradar a esta última, se ven frecuentemente actuaciones poco ortodoxas, que en ningún caso excusan el comportamiento de nadie.
Un gran amigo mío, mi padre, me decía siempre que huyera de los que te estrechan la mano a menudo, porque esta misma mano, puede volverse contra ti para darte un puñetazo.
A los seres humanos se nos ha dotado de inteligencia, y capacidad de razonar, la discusión es una de las armas que está a nuestra disposición, para dar vida a la especie humana, a diferencia de los orangutanes o chimpancés. El ser humano no es así, o por lo menos no debería serlo. La falta de este diálogo, es el que a menudo nos lleva a que se abran brechas dentro de la familia, y esto es una lástima.
Pasear por una calle de la misma ciudad o pueblo, y ver pasar a tú familia a tú lado, como si fueran extraños, causa u dolor indescriptible. De hecho, más de una vez se ilustra esto con el corazón roto de pena.
Los jueces no tienen este problema, ellos interpretan la ley, y a su manera la aplican, la interpretan y en consecuencia condenan o absuelven. ¿Quiénes somos nosotros para ser como ellos?. Se espera de nosotros, que nos apoyemos mutuamente, al fin y al cabo, nunca se sabe donde pueden ir a parar las cosas en el futuro.
Sea quien sea el juzgado y la razón por la que sea, merece todo el apoyo posible con el fin de restaurarlo y reintegrarlo de nuevo a la sociedad, de hecho, eso es lo que se pretende cuando se encierra a alguien en la cárcel. Es más, ¿y si resulta que esa persona es inocente?, es de nuestra sangre, tiene nuestro cariño  -o por lo menos lo tenía-, ¿quién va a reparar ese daño?.
No nos precipitemos jamás, y en definitiva, pensemos, más que eso, reflexionemos en el efecto que esto puede causar dentro de nuestro corazón.


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sábado, 21 de julio de 2012

HISTORIA DE AMOR PERDIDO


                                  UNA HISTORIA DE AMOR PERDIDO.


El amor se gana o se pierde en función de quién es el actor de la pérdida o la ganancia.
En este caso en concreto, el amor se perdió sin saberse nada en concreto; es decir que los implicados, no saben a día de hoy que es lo que les separó, porqué riñeron, qué fue el acontecimiento o la circunstancia, que hizo que se desenamoraran.
Fue algo así, como intentar saber, de el porqué llega de pronto una nube, descarga toda su furia y de pronto desaparece. Esta historia va de dos personas, que después de separarse, se quieren más que antes, se auxilian, se llaman con más interés y dedicación que cuando estaban juntas.
Tal es el caso, que con ocasión del parto de la mujer, al primero que recurrió fue a su ex pareja segura de que él lo dejaría todo por estar a su lado en aquellas horas difíciles.
“Por favor Mario, creo que he roto aguas, necesito ir al hospital ya, ¿me puedes ayudar?”.
“En quince minutos estoy ahí, mamá ¿qué tiene que hacer Rosa en este instante, me dice que ha roto aguas?. Dice mi madre que te acuestes y te pongas una toalla entre las piernas, salgo para allá, no te pongas nerviosa”.
Mario le devolvió las llaves del piso cuando dejaron correr su relación, por eso cuando llega al inmueble llama al piso de enfrente de Rosa para que le abran la puerta. Deja el ascensor de lado y sube los dos pisos como una exhalación, ahora frente a la puerta piensa que deberá levantarse de la cama igualmente, no hay otra solución, llama a la puerta y desde fuera le dice
“No vayas deprisa ¿oyes?, poco a poco que hay tiempo”. ¿Qué sabe él de si hay tiempo o no?, se lo dice para tranquilizarla, nada más. Cuando oye el cierre de la puerta se precipita dentro y la abraza, Rosa está muerta de miedo, la conoce y sabe que es así porque lo lee en sus ojos. “Vamos no te preocupes, todo va a salir bien, ¿tienes las cosas preparadas?”.
Una bolsa en el fondo del pasillo dice que sí, que yo tenía todo previsto. Salen del piso, cierra la puerta y llama al ascensor, la vecina sale al descansillo para interesarse. Mario la saluda le da las buenas noches y las gracias por abrir la puerta. “Venga Rosa, tengo el coche en doble fila para que no tengas que andar”.  Lo próximo, tratar de que en el hospital haya gente competente y un buen médico obstetra, que se cuentan por ahí unas historias de partos raros que para qué y Rosa no está enferma ni tiene ningún problema que se pueda utilizar en su contra si algo sale mal.
“Buenas, oiga que mi mujer ha roto aguas y ya va de parto”.  “Bueno deme sus datos, pero ¿porqué han entrado por urgencias hombre a quién se le ocurre?”.  “No, si le parece nos iremos a tomar unas cervezas y vendremos cuando el niño haya nacido, no te fastidia…”
“Yo no digo esto señor, lo que quiero decir es que hubiera podido entrar por admisión y allí la hubiera examinado un médico”.
Todo esto lo hacen los nervios de unos y otros, urgencias está a rebosar de gente y quizás esto atrase todo el proceso de ingresarla si fuera necesario. Sin embargo hay algo que a cualquiera se le puede escapar, Mario no es el padre, y ni siquiera Rosa sabe bien quién puede ser, aunque ha sacado sus conclusiones. Mario piensa que la culpa ha sido suya por dejarla, si hubieran continuado juntos esto no habría pasado.
Empezó todo, cuando estando juntos como prometidos, él entra a trabajar de repartidor con un camión de pescado y va desde el mercado central a las tiendas que compran el material. Rosa no soporta el olor de pescado que siempre lleva encima Mario, tener que cargar y descargar las cajas, hacer viajes a pequeños pueblos vecinos, sin saber a qué hora regresa a casa, día tras día demasiado para ella.
Una chica joven de diecinueve años, con toda una vida por vivir… eso es excesivo para ella. Tiene que vivir, escuchar latir su corazón dentro de su pecho, practicar el sexo cuantas más veces mejor, nació para ello. Mario por su parte no le niega nada que estuviera en su mano, salvo estos excesos de salidas continuas a cines, teatros, conciertos y discotecas. Madruga mucho, eso quiere decir que casi cada día se levanta a las cinco de la mañana, coge el camión frigorífico y al mercado.
Cuando ella se despierta de madrugada y no siente su cuerpo y nota la almohada de al lado vacía, se desespera cada día un poco más. Por el contrario, el jefe de Mario y su esposa que no tienen hijos lo tratan como a un hijo más, además está bien pagado, saben que cumplirá con su trabajo y no volverá al almacén con pedidos sin repartir. Luego en la nave, coge la manguera y limpia la caja del camión meticulosamente con el detergente primero y luego con un buen aclarado.
Para cuando vuelve a casa a las seis o las siete de la tarde se encuentra una nota sobre la mesa: “Cariño he salido con Berta y Carmen, estamos en el centro comercial, las he acompañado, nos vemos más tarde, te quiero”. A veces se encuentra bajo la nota un beso transfigurado que ella ha dejado marcado con el carmín de sus labios. Cuando ella llega a las diez, Mario está en el primer sueño, después de haberse comido un bocadillo se ha quedado dormido en el sofá, ese magnífico invento sustituto perfecto de la cama, cuando te llega el sopor o el cansancio.
No lo despierta, Rosa apaga la tele, se da una ducha rápida y ya la están llamando sus amigas para quedar en tomar unas copas en tal lugar. Puede ser que no se haya dado cuenta todavía, de que es como si estuviera casada, que tiene sus responsabilidades y debe atenderlas. Lo cierto es que nadie le ha enseñado a hacerlo, en casa de sus padres pasaba más o menos lo mismo, pero en otras circunstancias. El padre de Rosa lo llevaba bien,  -el que su mujer se fuera con las amigas-, al fin y al cabo cuando llegaba la época de caza, se iba de casa los viernes por la noche, para no regresar hasta el domingo a última hora.
Rosa una de las veces que salió con Eva, -amiga íntima de ella desde el colegio-, fueron a un pub llamado El Camaleón Blanco, y allí le presento a un chico, que opositaba para notario en la universidad. No tardaron ni cinco minutos en conectar, -estás casada, no, yo tampoco, ¿quieres que vayamos a tomar algo a un lugar más tranquilo?, vale- así fue más o menos el tema, terminaron en el jacuzzi que él tenía en su casa, está claro que uno no se mete vestido en un jacuzzi, pues eso, lo demás queda en la imaginación de cada cual.
Creo que también Mario, después de ver que ella no se adaptaba a él, y en consecuencia él a ella, comenzaron a discutir sin sincerarse verdaderamente de cual eran sus inquietudes, y como resultado de sus exigencias mutuas. Mario conocía a no poca gente debido a su trabajo, y eso llevó unido a la falta diálogo entre la pareja, a que buscara comprensión en otros brazos. Esa hambre a menudo es mutua, la chica a la que conoció estaba en unas circunstancias parecidas, aunque diferentes.
En definitiva, después de nacer Ángel, las visitas a casa de Rosa se hicieron más frecuentes, a pesar de no ser hijo suyo, quería seguir de cerca su crecimiento, le compraba peluches y juguetes, pero también otras cosas de utilidad. Pero Rosa una vez hubo dado a luz a su hijo y pasada la cuarentena, se negó a darle de mamar, a pesar de las discusiones que mantuvo con su madre, no hubo forma de convencerla, que darle de mamar, resultaba en un ahorro y en un mejor desarrollo para la criatura.
Todo era poco para aquella criatura llena de vida y sin visas de tener una niñez tranquila. Aunque separados, ahora era él el que se adhería a ella, con el fin de ayudar de algún modo en la formación de aquel niño. Todos los hijos necesitan un padre, pero desgraciadamente no siempre eso es así.
Mario trató de buscar un momento para hacerle entender esto a Rosa, no tuvo éxito, ella esquivaba la conversación, hasta que una tarde después del trabajo lle habló francamente del asunto “Ya tiene a sus abuelos pesado, no has sido capaz de ser un buen marido y ahora resulta que quieres ser un buen padre, quien te entienda que te compre…”. Parecía que tenía todos los vientos en su contra Mario, hasta que se propuso volver a ser eso, un buen padre acercándose a ella. Quería proponerle volver a intentar que su relación marchara, pero para eso, tenía primero que dejar de ser un picaflores como hasta entonces era.
Aunque Mario en su interior la culpaba a ella por haberlo convertido en un crápula, de haber seguido con ella no habría llegado a estos extremos. A Rosa no le hacía falta ningún pretexto, estaba haciendo en aquel momento lo que de verdad le venía en gana, vivir la vida ausente de la responsabilidad del hijo que tenía.
“Mira Mario, deja las cosas como están, yo soy feliz así y tú por tú parte también, de modo que deja de darme la lata con volver, ya sabes cuál es mi respuesta, sin resentimientos ¿vale?”.
Resentimientos no iba a haberlos pero… no dejaba de pensar, principalmente en el niño. Ángel era encantador, siempre sonriente cuando estaba durmiendo, y cuando dormía era la personificación de la paz, todo un tesoro.
El domingo por la mañana se acercó sin previo aviso a casa de los padres de Rosa, la abuela le abrió la puerta y mientras se tomaba un café con ella se dio cuenta de que algo no andaba del todo bien.  “Rosa todavía no ha vuelto a casa  -le dijo la abuela-, salió el viernes por la noche y todavía no ha vuelto, ese pobre crio se va a criar sin madre, como si lo viera. Llamó por el móvil ayer por la tarde para decir que estaba bien, que estaba no sé donde con unos amigos, ¡abrase visto…!, como nosotros nos ocupamos de todo a ella ya le está bien, que pena Mario, no sé en qué estabais pensando cuando dejasteis correr lo vuestro”. Al poco se oyó a Ángel que arrancaba a llorar, Mario se quedó inmóvil, no podía hacer nada, solo mirar con tristeza el suelo apoyado en el canto de la mesa de la cocina con las piernas cruzadas.
“Si quiere que le diga la verdad Aurelia, no sé a ciencia cierta si estuvimos enamorados alguna vez, yo creía que sí pero después de pensarlo mucho… quizás fue mejor que nos separásemos. A lo mejor es que no teníamos los mismos objetivos en la vida, yo que sé”.
“Puede, pero ya ves tú el propósito que Rosa tiene ahora, el mismo que tenía entonces o peor, porque cualquier día de estos vendrá con otro paquete, y ya no estamos nosotros para desvelos a esta edad. Bastante desvelo tengo yo con tratar de averiguar si va a venir o no a casa para encargarse de su hijo”.
¡En cuantas casas pasan historias como esa!, cuanta gente sonríe de dientes para afuera cuando van acompañando a sus nietos a todas partes, pero la realidad, es, que por causa de esos amores que se pierden, sin quererlo, otras muchas personas sufren el desencanto, de ver como el ritmo natural de la vida sigue vivo.


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HISTORIA DE AMOR PERDIDO


                                  UNA HISTORIA DE AMOR PERDIDO.


El amor se gana o se pierde en función de quién es el actor de la pérdida o la ganancia.
En este caso en concreto, el amor se perdió sin saberse nada en concreto; es decir que los implicados, no saben a día de hoy que es lo que les separó, porqué riñeron, qué fue el acontecimiento o la circunstancia, que hizo que se desenamoraran.
Fue algo así, como intentar saber, de el porqué llega de pronto una nube, descarga toda su furia y de pronto desaparece. Esta historia va de dos personas, que después de separarse, se quieren más que antes, se auxilian, se llaman con más interés y dedicación que cuando estaban juntas.
Tal es el caso, que con ocasión del parto de la mujer, al primero que recurrió fue a su ex pareja segura de que él lo dejaría todo por estar a su lado en aquellas horas difíciles.
“Por favor Mario, creo que he roto aguas, necesito ir al hospital ya, ¿me puedes ayudar?”.
“En quince minutos estoy ahí, mamá ¿qué tiene que hacer Rosa en este instante, me dice que ha roto aguas?. Dice mi madre que te acuestes y te pongas una toalla entre las piernas, salgo para allá, no te pongas nerviosa”.
Mario le devolvió las llaves del piso cuando dejaron correr su relación, por eso cuando llega al inmueble llama al piso de enfrente de Rosa para que le abran la puerta. Deja el ascensor de lado y sube los dos pisos como una exhalación, ahora frente a la puerta piensa que deberá levantarse de la cama igualmente, no hay otra solución, llama a la puerta y desde fuera le dice
“No vayas deprisa ¿oyes?, poco a poco que hay tiempo”. ¿Qué sabe él de si hay tiempo o no?, se lo dice para tranquilizarla, nada más. Cuando oye el cierre de la puerta se precipita dentro y la abraza, Rosa está muerta de miedo, la conoce y sabe que es así porque lo lee en sus ojos. “Vamos no te preocupes, todo va a salir bien, ¿tienes las cosas preparadas?”.
Una bolsa en el fondo del pasillo dice que sí, que yo tenía todo previsto. Salen del piso, cierra la puerta y llama al ascensor, la vecina sale al descansillo para interesarse. Mario la saluda le da las buenas noches y las gracias por abrir la puerta. “Venga Rosa, tengo el coche en doble fila para que no tengas que andar”.  Lo próximo, tratar de que en el hospital haya gente competente y un buen médico obstetra, que se cuentan por ahí unas historias de partos raros que para qué y Rosa no está enferma ni tiene ningún problema que se pueda utilizar en su contra si algo sale mal.
“Buenas, oiga que mi mujer ha roto aguas y ya va de parto”.  “Bueno deme sus datos, pero ¿porqué han entrado por urgencias hombre a quién se le ocurre?”.  “No, si le parece nos iremos a tomar unas cervezas y vendremos cuando el niño haya nacido, no te fastidia…”
“Yo no digo esto señor, lo que quiero decir es que hubiera podido entrar por admisión y allí la hubiera examinado un médico”.
Todo esto lo hacen los nervios de unos y otros, urgencias está a rebosar de gente y quizás esto atrase todo el proceso de ingresarla si fuera necesario. Sin embargo hay algo que a cualquiera se le puede escapar, Mario no es el padre, y ni siquiera Rosa sabe bien quién puede ser, aunque ha sacado sus conclusiones. Mario piensa que la culpa ha sido suya por dejarla, si hubieran continuado juntos esto no habría pasado.
Empezó todo, cuando estando juntos como prometidos, él entra a trabajar de repartidor con un camión de pescado y va desde el mercado central a las tiendas que compran el material. Rosa no soporta el olor de pescado que siempre lleva encima Mario, tener que cargar y descargar las cajas, hacer viajes a pequeños pueblos vecinos, sin saber a qué hora regresa a casa, día tras día demasiado para ella.
Una chica joven de diecinueve años, con toda una vida por vivir… eso es excesivo para ella. Tiene que vivir, escuchar latir su corazón dentro de su pecho, practicar el sexo cuantas más veces mejor, nació para ello. Mario por su parte no le niega nada que estuviera en su mano, salvo estos excesos de salidas continuas a cines, teatros, conciertos y discotecas. Madruga mucho, eso quiere decir que casi cada día se levanta a las cinco de la mañana, coge el camión frigorífico y al mercado.
Cuando ella se despierta de madrugada y no siente su cuerpo y nota la almohada de al lado vacía, se desespera cada día un poco más. Por el contrario, el jefe de Mario y su esposa que no tienen hijos lo tratan como a un hijo más, además está bien pagado, saben que cumplirá con su trabajo y no volverá al almacén con pedidos sin repartir. Luego en la nave, coge la manguera y limpia la caja del camión meticulosamente con el detergente primero y luego con un buen aclarado.
Para cuando vuelve a casa a las seis o las siete de la tarde se encuentra una nota sobre la mesa: “Cariño he salido con Berta y Carmen, estamos en el centro comercial, las he acompañado, nos vemos más tarde, te quiero”. A veces se encuentra bajo la nota un beso transfigurado que ella ha dejado marcado con el carmín de sus labios. Cuando ella llega a las diez, Mario está en el primer sueño, después de haberse comido un bocadillo se ha quedado dormido en el sofá, ese magnífico invento sustituto perfecto de la cama, cuando te llega el sopor o el cansancio.
No lo despierta, Rosa apaga la tele, se da una ducha rápida y ya la están llamando sus amigas para quedar en tomar unas copas en tal lugar. Puede ser que no se haya dado cuenta todavía, de que es como si estuviera casada, que tiene sus responsabilidades y debe atenderlas. Lo cierto es que nadie le ha enseñado a hacerlo, en casa de sus padres pasaba más o menos lo mismo, pero en otras circunstancias. El padre de Rosa lo llevaba bien,  -el que su mujer se fuera con las amigas-, al fin y al cabo cuando llegaba la época de caza, se iba de casa los viernes por la noche, para no regresar hasta el domingo a última hora.
Rosa una de las veces que salió con Eva, -amiga íntima de ella desde el colegio-, fueron a un pub llamado El Camaleón Blanco, y allí le presento a un chico, que opositaba para notario en la universidad. No tardaron ni cinco minutos en conectar, -estás casada, no, yo tampoco, ¿quieres que vayamos a tomar algo a un lugar más tranquilo?, vale- así fue más o menos el tema, terminaron en el jacuzzi que él tenía en su casa, está claro que uno no se mete vestido en un jacuzzi, pues eso, lo demás queda en la imaginación de cada cual.
Creo que también Mario, después de ver que ella no se adaptaba a él, y en consecuencia él a ella, comenzaron a discutir sin sincerarse verdaderamente de cual eran sus inquietudes, y como resultado de sus exigencias mutuas. Mario conocía a no poca gente debido a su trabajo, y eso llevó unido a la falta diálogo entre la pareja, a que buscara comprensión en otros brazos. Esa hambre a menudo es mutua, la chica a la que conoció estaba en unas circunstancias parecidas, aunque diferentes.
En definitiva, después de nacer Ángel, las visitas a casa de Rosa se hicieron más frecuentes, a pesar de no ser hijo suyo, quería seguir de cerca su crecimiento, le compraba peluches y juguetes, pero también otras cosas de utilidad. Pero Rosa una vez hubo dado a luz a su hijo y pasada la cuarentena, se negó a darle de mamar, a pesar de las discusiones que mantuvo con su madre, no hubo forma de convencerla, que darle de mamar, resultaba en un ahorro y en un mejor desarrollo para la criatura.
Todo era poco para aquella criatura llena de vida y sin visas de tener una niñez tranquila. Aunque separados, ahora era él el que se adhería a ella, con el fin de ayudar de algún modo en la formación de aquel niño. Todos los hijos necesitan un padre, pero desgraciadamente no siempre eso es así.
Mario trató de buscar un momento para hacerle entender esto a Rosa, no tuvo éxito, ella esquivaba la conversación, hasta que una tarde después del trabajo lle habló francamente del asunto “Ya tiene a sus abuelos pesado, no has sido capaz de ser un buen marido y ahora resulta que quieres ser un buen padre, quien te entienda que te compre…”. Parecía que tenía todos los vientos en su contra Mario, hasta que se propuso volver a ser eso, un buen padre acercándose a ella. Quería proponerle volver a intentar que su relación marchara, pero para eso, tenía primero que dejar de ser un picaflores como hasta entonces era.
Aunque Mario en su interior la culpaba a ella por haberlo convertido en un crápula, de haber seguido con ella no habría llegado a estos extremos. A Rosa no le hacía falta ningún pretexto, estaba haciendo en aquel momento lo que de verdad le venía en gana, vivir la vida ausente de la responsabilidad del hijo que tenía.
“Mira Mario, deja las cosas como están, yo soy feliz así y tú por tú parte también, de modo que deja de darme la lata con volver, ya sabes cuál es mi respuesta, sin resentimientos ¿vale?”.
Resentimientos no iba a haberlos pero… no dejaba de pensar, principalmente en el niño. Ángel era encantador, siempre sonriente cuando estaba durmiendo, y cuando dormía era la personificación de la paz, todo un tesoro.
El domingo por la mañana se acercó sin previo aviso a casa de los padres de Rosa, la abuela le abrió la puerta y mientras se tomaba un café con ella se dio cuenta de que algo no andaba del todo bien.  “Rosa todavía no ha vuelto a casa  -le dijo la abuela-, salió el viernes por la noche y todavía no ha vuelto, ese pobre crio se va a criar sin madre, como si lo viera. Llamó por el móvil ayer por la tarde para decir que estaba bien, que estaba no sé donde con unos amigos, ¡abrase visto…!, como nosotros nos ocupamos de todo a ella ya le está bien, que pena Mario, no sé en qué estabais pensando cuando dejasteis correr lo vuestro”. Al poco se oyó a Ángel que arrancaba a llorar, Mario se quedó inmóvil, no podía hacer nada, solo mirar con tristeza el suelo apoyado en el canto de la mesa de la cocina con las piernas cruzadas.
“Si quiere que le diga la verdad Aurelia, no sé a ciencia cierta si estuvimos enamorados alguna vez, yo creía que sí pero después de pensarlo mucho… quizás fue mejor que nos separásemos. A lo mejor es que no teníamos los mismos objetivos en la vida, yo que sé”.
“Puede, pero ya ves tú el propósito que Rosa tiene ahora, el mismo que tenía entonces o peor, porque cualquier día de estos vendrá con otro paquete, y ya no estamos nosotros para desvelos a esta edad. Bastante desvelo tengo yo con tratar de averiguar si va a venir o no a casa para encargarse de su hijo”.
¡En cuantas casas pasan historias como esa!, cuanta gente sonríe de dientes para afuera cuando van acompañando a sus nietos a todas partes, pero la realidad, es, que por causa de esos amores que se pierden, sin quererlo, otras muchas personas sufren el desencanto, de ver como el ritmo natural de la vida sigue vivo.


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miércoles, 18 de julio de 2012

GIGANTES O ENANOS.


                                     GIGANTES O ENANOS.


Los gigantes siempre sorprenden, será porque siempre están por encima de nuestra vista, y cuando los vemos saltar y llegar todavía más arriba de lo imaginable, nos asombramos.
Dependiendo de donde nos encontremos deseamos ser gigantes, personas de esas que excepcionalmente, miden dos metros o más. Eventos deportivos, conciertos, por ejemplo, pero lo demás, es decir para la vida cotidiana ¿de qué sirve ser tan alto?.
Es más, en muchísimas ocasiones es preferible ser enano, pasar desapercibido, a los enanos casi nunca nadie se para a mirarlos, son más pequeños que nosotros, o sea la media normal de una persona, no se les debe menospreciar por eso, sencillamente son diferentes.
No es que sean personas que despierten curiosidad, son sencillamente personas que luce sus personalidades como cualquiera de nosotros, no están mermados de inteligencia, ni son tontos.
En muchos aspectos son mucho más listos que otros que van de sobrados en la vida, ¡como me gustaría ser enano!, si, lo digo con toda sinceridad, si tuviera que correr porque sucediera cualquier cosa, un terremoto por ejemplo ¿de qué me serviría tener las piernas más largas o ser más alto?, creo que de nada.
He estado pensando estos días atrás sobre si es mejor ser gigante o enano. Oye, ¿sabes que te digo?... que me han propuesto ser gigante y he dicho que no, que quiero seguir siendo enano, ¡ya ves tú lo que eso representaría para mí!, al principio era mi sueño, hasta visité a unos médicos que dicen que solucionaban algo respecto a eso, poniéndote no se qué aparatos en la rodillas para que crecieras un poco. Pues va a ser que no, lo prefiero así.
He visto a gigantes que cuando han caído lo han hecho con gran estruendo, se han roto la cabeza, luego, lo han lamentado el resto de sus vidas. Enano nací y enano me quedo, y si causo admiración… pues mejor, si es curiosidad también, los gigantes de dos metros o más, también causan el mismo efecto que yo por defecto, como es mi caso.
La noche del sábado pasado, puse a prueba mis ventajas, fui con mi mujer a un concierto de rock, el ambiente era bestial, la gente de pié se agolpaba alrededor del escenario, pasamos los dos cogidos de la mano entre toda la masa de gente. Sin dudarlo fuimos haciéndonos paso entre toda la gente que ya aplaudían a los teloneros, la gente, a nuestro paso, se movían como si algún resorte de su cuerpo los electrizara.
Recorrimos así todo el estadio de futbol, algunos miraban al suelo y nos veían pasar, indicaban a los que estaban delante que llegaban dos enanos, de ese modo nos pudimos colocar en primera fila, tocando las vallas que separaban a la gente de los artistas, incluso ayudaron a mi mujer a auparla hasta el borde de las vallas, ¡como disfrutamos de nuestros artistas preferidos!, en unos de los intermedios, volví la cabeza hacia atrás, no había ningún gigante a la vista, a estos, no los dejaron adelantar, estaban muy lejos, detrás de todo.
Esa noche me di cuenta que a los enanos se les respeta, a los gigantes no tanto. Por eso y por muchos detalles más que son difíciles de explicar prefiero ser enano  que gigante. Cuando salimos de allí, como nuestra piernas son más cortas, disfrutamos mejor del paisaje de la madrugada, tenemos otra perspectiva de las cosas.
La gente pasa veloz a nuestro lado sin fijarse en los jardines, en los paseos, en los árboles y los edificios, todo un lujo reservado a aquellos que van poco a poco, a los enanos, que por fuerza, si tú quieres, debemos llevar otro paso.
Si, es cierto que no podemos acceder a los mismos empleos que los gigantes, que con su sola presencia tienen más facilidades para trabajar de cualquier cosa a diferencia de nosotros. Pero no creas, tenemos creada una asociación, que se preocupa por el lugar que ocupamos en la sociedad, en cómo se nos discrimina, poco a poco vamos viendo los resultados.
En el Congreso de los Diputados, no se habla de nuestros problemas de integración, del mismo modo, que tampoco se hace mucho hincapié, en discutir cómo solucionar las barreras arquitectónicas que tienen los impedidos que transitan con sillas de ruedas, pero que se le va a hacer… Ahora lo importante es salir de la crisis al precio que sea.
Yo pienso, que si los políticos desde el principio se hubieran preocupado de todas estas nimiedades, y otras muchas que me dejo en el tintero, la sociedad estaría más dispuesta a hacer los sacrificios que fueran necesarios, con tal de apoyar a gente que se preocupa por ellos. “Oye, que os habéis preocupado en poner un ascensor en el edificio de casa y nos lo financiáis, pues venga, lo que haga falta, que esos señores han cumplido y ahora necesitan nuestra ayuda.” Quién dice esto, edificios que se caen por diversas razones y se les da acceso a las familias a viviendas dignas, “Señores, lo que haya que hacer se hace”.
Pero sembrando el descontento… ni gigantes ni enanos mueven un párpado. Entonces, cuando eso sucede, ni los enanos están contentos con su altura, ni los gigantes con la suya.
Sin embargo, escoger por escoger, elijo ser enano, que los gigantes se ven mucho, y a veces hasta demasiado.


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viernes, 13 de julio de 2012

... Y LE CORTARON LA CABEZA.


                               … Y LE CORTARON LA CABEZA.


En ningún lugar está castigado ser noble, caballero o mendigo. Aunque en honor a la verdad, lo último en algunos lugares está perseguido.
Es el caso de las tierras del gobernador Froilán de Ayala Monteviejo, muchos están a su lado a la hora de condenar esta maldita costumbre, la de pedir digo. Cada día halla mercado o no, cientos de mendigos, atraviesan las puertas de la ciudadela para poder pedir. Niños mujeres y ancianos, suplicantes con las manos, o con pequeñas escudillas con piedras para llamar la atención de los compradores o peatones y paseantes, recorren la pequeña ciudad de Los Azucares en busca de algo o alguien que les alivie su mal.
Comerciantes de diferentes gremios, lo menos hay cien, unos de lana, otros de loza, y a la salida de la ciudadela está instalado Marcos el talabartero. Menudo negocio tiene este, cada día más trabajo, además su hijo mayor Eleuterio es herrador, un buen complemento para el trabajo del padre.
Solo un maestro albañil hay en toda la ciudad, además de ser picapedrero. Tiene un par de bueyes a los que no hace falta herrar, Sócrates le puso su padre, y hace honor a su nombre, porque de listo tiene un rato largo. Tres casas ha hecho ya, a cuál de ellas más caras y más bonitas, piedra de Calatorao, provincia de Zaragoza, productora de piedra negra o mármol negro, que ya los romanos utilizaron, y antes de ellos, los árabes.
En una ciudad pequeña como esta pero gobernada con mano de hierro, por un gobernador que cuando no está de cacería está de banquetes, o de viaje a lugares lejanos, a castillos y casas señoriales de otros de su especie, su territorio queda en manos del mayordomo mayor, siendo el caso que su dueño es el condestable del rey.
Por orden de este último, nadie tiene que mendigar en sus tierras, trabajar sí, se le permite, pero mendigar no. El problema llega cuando muchos de los ciudadanos están impedidos, muchos son tullidos, perdieron algún miembro de su cuerpo en los campos de batalla, a la par que otros muchos murieron en esos lances y todo por orden del rey. Dejaron mujeres viudas, con muchos niños a su cuidado, que andorrean por las calles afanando lo que pueden, aun a riesgo de ser pillados y golpeados sin remisión alguna.
No es la primera vez que muchas familias enteras, han sido desterradas de estas tierras por faltas como esas de forma reiterada, o por simples denuncias sin fundamento, que han dado pié a esta resolución, sin tribunal alguno que los condene, solo por la palabra del gobernador, o en su defecto por la del mayordomo de este en su ausencia.
Chonás en aragonés,  -Jonás en castellano-, fue uno de esos desterrados por contestar a un oficial del gobernador. No estaba dispuesto a pagar más impuesto que el que merecía, en función de lo que recogía de su campo, que él también tenía familia y que se estaban muriendo de hambre, por causa de la exigencia de este. Unos días después, mientras todos faenaban en el campo, vieron a lo lejos fuego, era su casa, todos corrieron hacia ella, era demasiado tarde. Menos mal que los animales, una vaca, dos cabras, y unas cuantas gallinas fueron salvadas.
 Froilán de Ayala, firmó la orden del destierro, debían abandonar la tierra e irse a otro lugar fuera de su territorio. No llevaban encima más que lo puesto que era casi nada, pero cuatro lanceros les acompañaron hasta los límites de sus tierras no sin antes violar a la mujer y la hija mayor de catorce años. Agradecido tenía que estar  que fueran solo cuatro los que los acompañaran que si no…
A Chonás mientras eso sucedía lo ataron a un árbol, con los brazos hacia atrás para que observara con atención el pecado que cometió contra el gobernador. A los niños también los ataron con lazos alrededor del cuello junto a su padre, para que no se movieran de allí.
“Así aprenderás tarado, no se debe desafiar a quién te da de comer.” Le escupieron en la cara y se marcharon sobre sus caballos.
La provocación es mala consejera, también la venganza, entonces ¿qué hacer en esta circunstancia?. Chonás hizo lo mejor, marchar, seguir su camino parando cerca de un arrollo para que todos se pudieran lavar. En un pequeño claro del bosque, se puso a romper ramas pequeñas de álamos, con el fin de dar un poco de techo a su familia numerosa, allí pasaron la noche, escuchando los ruidos del bosque, con el padre en la improvisada puerta de la cabaña con un bastón afilado, haciendo guardia.
Cuando despuntó el alba, le dijo a su mujer que iba a buscar comida, quería encontrar un conejo despistado o cualquier otro alimento cárnico para dar algo a los suyos, sobre todo para los niños que llevan mal el asunto de pasar hambre, sin entender muy bien el porqué. En un pequeño descampado rodeado de zarzamoras vio a unos cuantos de ellos que comían entretenidos las plantas frescas por el rocío.
Tan buen punto estuvo a punto de alcanzar a uno de ellos, de algún lugar salió un guijarro que le dio en la cabeza al conejo. Tres hombres a medio vestir salieron de entre un cañizal próximo e increparon a Chonás con palos y cuchillos en mano.
“¿Qué es lo que haces aquí desgraciado?, este nuestro territorio, no se permite a nadie ir en pos de nuestros alimentos en nuestras tierras.”
“Excusadme señores, no sabía nada al respecto, solo trato de llevar algo a mi familia que está desfallecida después que el gobernador nos echara de mis tierras, tengo niños pequeños y están muertos de hambre.”
Aclaradas las circunstancias de cómo y porqué, don Froilán de Ayala le quemó la casa y se quedó con sus cosechas, entraron en razón y le dieron el conejo. Ellos sufrieron en sus carnes lo mismo que a él le sucedió, de manera que se solidarizaron con Chonás y lo invitaron a su pequeño campamento. Chonás lo comentó con Ísia su esposa, y por el bien de todos decidieron ir al lugar indicado, se había ocupado ya de talar unos cuantos árboles de alrededor y junto a unas grandes rocas del macizo de la montaña, levantaron un campamento más o menos estable.
Con el tiempo Chónas reconoció que aquellas gentes eran autosuficientes, y podían vivir aislados del resto de la población que hasta ahora, habían compartido más desgracias y fracasos que bienaventuranzas de la vida. Al poco tiempo se habían integrado en aquella pequeña comunidad de rechazados de otra forma de vida con otras miras y objetivos que los que aquellos tenían, la mera lucha por la supervivencia.
Hasta una maestra se cuidaba cada día de darles clases para  que supieran leer y escribir, es más les llegó a enseñar latín, lengua que no estaba al alcance más que de unos cuantos privilegiados. Pero Chonás tenía todavía en sus retinas el día en que llegaron los soldados del gobernador, de cómo ni siquiera los dejaron acercarse a su casa a recoger sus pertenencias, y luego de cómo los cuatro soldados ultrajaron a su mujer y su hija, dejando a esta última preñada con tan solo catorce años y sin desearlo.
Su mente maquinaba algún plan para vengarse de todo aquello. El caso era que conocían su cara, y que mientras llevaba a cabo su propósito, necesitaba estar cerca del gobernador para poder degollarlo, desde que fue desterrado esa era su obsesión.
“Papá  -le dijo su hijo Francho-  he conocido a dos hombres que son soldados, dicen los vecinos que han desertado del la guardia del gobernador, tienen caballos y todo, y espadas también.”
Chonás no contestó, y se fue derecho hacia donde estaban los soldados. Estos ya estaban al servicio de la comunidad por su experiencia y su oficio, uno era muy joven y alto, el otro más mayor, enjuto y curtido le hacía las veces de padre, el pobre muchacho todavía tenía cara de miedo, más que de miedo de terror, de saber que si alguien lo reconocía, podría dar con su cabeza por los suelos.
No dijo nada a nadie, pero con el comentario de su hijo Francho nació la idea de su venganza. Se le veía a menudo montando un borrico, y desmontándolo también, fue tantas veces por los suelos que uno de los días no tuvo fuerzas para levantarse de la cama, un mero jergón de paja que había habilitado para dormir. En cuanto tuvo fuerzas y una vez cumplidas las obligaciones de la comunidad, volvió a montar al animal, esta vez con un poco más de fortuna, de ese modo fue adquiriendo con paciencia la práctica necesaria para montar un caballo.
El caballo de uno de los soldados era muy dócil y de buena presencia, de manera que lo pidió prestado para un asunto del máximo interés. Batista  -el soldado-, le hizo saber los peligros que corría si pretendía llevar a cabo su misión. Chonás asintió, pero aun así insistió en que le dejara el caballo, la vestidura y su cota de maya y su espada.
No advirtió a nadie de su familia cual era su plan, tampoco se acercó a su zona de campamento con todos aquellos aperos, pero al alba siguiente, cambió su aspecto por completo, ahora se veía a sí mismo como un soldado de aquel malvado gobernador Froilán de Ayala. En cuanto perdió de vista el campamento tuvo que bajar de la montura y vomitar, hasta el caballo se asustó. No se sabe si eso era resultado de ir vestido como iba o… del trabajo que pretendía llevar a cabo.
Pasaron un par de horas hasta que se decidió a montar de nuevo y cabalgar hacia la ciudad, volvió su cabeza dando un fuerte tirón de bridas de su caballo prestado y el aire elevó a los cielos una especie de oración, conjuro, acompañado de un grito que llevó a los dos al galope hacia las torres de guardia de la ciudadela.
Cuando llegó al cuerpo de guardia, enseñó un documento plegado envuelto en un trozo de badana que dijo tenía que enseñar a modo de mensaje al gobernador.
“Dámelo dijo el oficial, desmonta y espera.”  “No, imposible, es un documento para entregar en mano, llevo tres días cabalgando con ese compromiso en la mano.”  “Bien, pues sigue a este soldado.”
Llegó a la puerta indicada y se le dijo que desmontara, que se cuidarían de su caballo. Tan pronto llegó a la antesala donde se hallaba el gobernador, se inclinó ante él, entonces le pasó el documento.  “Levántate soldado, ¿de dónde vienes?.”  “Del mismísimo infierno señor, he pasado allí cuatro meses, y no quiero volver.”
En el mismo instante que dijo esto, desenvainó la espada, dio tres pasos adelante y la clavó en el vientre de Froilán de Ayala y Monteviejo, de modo que este no pudo hacer nada más que mirar la hoja con cara de sorpresa, mientras sus tripas se desparramaban por el sillón sin poder hacer nada más, porque la hoja lo tenía sujeto al respaldo tapizado del tal sillón. Todos se quedaron mirando el suceso, nadie podía creer que aquello estuviera pasando.
Cuatro soldados aparecieron como por ensalmo en el salón, eran lanceros, lo apresaron y se lo llevaron entre la mirada de sorpresa de todos los presentes. El resto de acontecimientos de ese día, quedaron velados en la mente de Chonás, ni siquiera le hicieron un juicio, no hubo preguntas, no tuvo visitas en la antesala de la muerte, que a él se le antojaba como una liberación.
Al cabo de unas horas  -no pudo precisar cuántas porque el tiempo se detuvo-, lo sacaron a un patio interior, pusieron su cuerpo de rodillas y su cabeza sobre un tronco… y se la cortaron de un tajo con un hachón.


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lunes, 9 de julio de 2012

SEGUIR AMANDO, ESTA ES NUESTRA DEUDA.


                                     SEGUIR AMANDO ESTA ES MI DEUDA.


Soy deudor, de mi mismo, quienes me conocen dicen que soy buena persona pero… dudo de que esto sea del todo cierto.
Quiero significar con esto, que quien quiera que sea, es deudor, de modo que no se nos puede imputar infalibilidad ni perfección alguna. Es cierto que todos somos defectuosos y hasta malformados desde un punto vista escénico.
Los demás, que no nosotros mismos, son capaces de ver a menudo defectos que nos alejan de esta pauta de ejemplaridad.
De manera de algún modo siempre somos deudores de algo, por ejemplo, de dar una buena imagen, al margen de lo distorsionada que la vean los demás.
Para esto se requiere esfuerzo, esfuerzo continuado, tratar de evolucionar en la manera de hacer y decir las cosas. Aun y así, siempre somos deudores.
¿Cómo es eso posible?. Debemos, sin que deba ser un sacrificio, amar a todos aquellos que nos rodean. Esto significa por tanto, que implica a los que desconocemos. Los griegos llamaban a este amor, “Agape”, un amor que no entiende de fronteras, idiomas o razas, que tiene el significado de apreciar la vida de los demás, con el mismo aprecio que tenemos por la nuestra propia.
Un buen campo de ensayo para la práctica de esta idea es, la propia familia, pensar no solo en lo que nos vincula a ellos, más bien en lo que son, personas como nosotros. Para dar un tono de ejemplaridad por tanto, se debe seguir amando, es una deuda que adquirimos desde que nacemos, somos, a pesar de que los demás no lo vean así, arietes del buen hacer.
Desde el comienzo de nuestras vidas, heredamos defectos de forma en el carácter humano, somos egoístas y a veces hasta tiranos. Además formamos parte, de un sistema que nos impide a menudo desarrollar nuestras cualidades innatas, pero el hecho es que están ahí, debemos esforzarnos por escrutar en nuestro interior y hallarlas.
¡Qué mejor campo de ensayo que el mundo en el que vivimos!, todo lo que nos rodea debe hacernos reflexionar sobre los argumentos que particularmente veo que se han dado.
No es una doctrina, tampoco una religión, aquí no hay jerarquías que nos digan qué hacer ni como, ni las consecuencias de no hacerlo.
Queda de la mano de cada uno de nosotros mostrarnos como seres humanos dignos, si comprendemos y nos comprometemos por tanto a seguir amando a los demás. Solo porque es una deuda que tenemos con toda la sociedad.


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