miércoles, 25 de julio de 2012

BAJANDO CUESTA ARRIBA.


                            BAJANDO CUESTA ARRIBA.


“Es extraño, se me hace difícil reconocer el camino, pero diría que he pasado por aquí otra vez, es como un “dejá vu”, una paramnesia que me asalta de golpe, quizás sea verdad, puede haber sido cualquiera de las dos cosas. ¡Yo estuve de vacaciones el año pasado por aquí cerca!”.
Adolfo es un tío con pocas ambiciones, ha estado tres años viviendo en una colonia hippie, pero en cambio, nadie sabe el porqué volvió de allí hecho un hipocondríaco. Dice su amiga Mara, que ella cree que fue porque ha visto morir a dos amigos de la colonia de VIH. El, que ha corrido delante de los toros en los Sanfermines, y se ha roto dos veces la misma pierna, ahora volvía de allí con dolores de cabeza a todas horas, y temiendo siempre que un simple resfriado le causara una pulmonía.
“Mara quiero marchar de aquí, este sitio me da escalofríos. Es algo así como si hubiera soñado esta misma situación, como si alguna fuerza me estuviera avisando de que aquí me va a pasar algo gordo, vámonos por favor”.   “Escucha Adolfo, y escucha bien por favor, este sitio es precioso, las gentes de por aquí son amables y hospitalarias, tenemos un lugar donde estar, quien sabe, a lo mejor decidimos quedarnos a vivir aquí después de estar dando tumbos durante años”.
Sin embargo Adolfo estaba deprimido, se le notaba porque no tenía ganas ni de lavarse cuando se levantaba de la cama. Un hombre que ya estaba muerto por causa de un accidente de tráfico, dejó la casa a sus hijos pero vivían en Francia, de modo que la casa estaba poco menos que abandonada, a la vuelta de un recodo de la cuesta del pueblo. El año anterior con las nieves un camión de gasóleo se empotró contra la esquina de la casa y dejó la pared maestra bastante dañada.
El maestro del pueblo, familia de los sucesores les dio permiso para vivir allí, la única condición era que repararan la casa, y ellos se pusieron manos a la obra y concluyeron la reparación con ayuda de un amigo que era ingeniero técnico. Las mismas piedras de exterior, las mismas tejas, la casa quedó igual que antes o mejor. Mara y Adolfo vivían en pareja, aunque esto no significaba que estuvieran enamorados, simplemente compartían el mismo techo.
Cuando Adolfo bajaba por la subida que llevaba a la otra mitad del pueblo, fuera verano o invierno, se ponía a sudar de mala manera. Mara no se podía explicar aquel fenómeno, Adolfo menos, no podía evitarlo. Llegaba a casa temblando, hasta que Mara le preguntó que le pasaba.
“Cuando bajo por la cuesta, retengo mis piernas, debo ponerles freno para no caer rodando. Pero es que cuando subo de vuelta a casa, debo hacer lo mismo, es una cuesta que hace bajada”.   “Eso es imposible Adolfo, cuando subes, subes, y cuando bajas, bajas, es de catálogo. No pueden pasar las dos cosas a la vez, o subes o bajas”.
“Vale lo que tú digas, pero te aseguro que no voy a volver a pasar por este trago, no lo soporto, me pongo enfermo te lo juro, me voy a volver loco. El caso es que esto ya lo he vivido antes, y en este mismo lugar, debe de ser alguna maldición”.   “No digas tonterías hombre, lo que pasa es, que te habrás obsesionado con esta paranoia”.
Al cabo de un par de meses los vaqueros bajaban al ganado de las montañas, todo el mundo colaboraba en este ejercicio de ir a buscar al ganado, los terneros habían engordado lo suyo con la leche de sus madres, pero ahora llegaba el invierno y había que recogerlos a todos. Ya se oían los silbidos por la carretera de los pastores, algunas mujeres colaboraban en este trabajo.
Un hombre de edad indefinida, con la boina calada hasta las cejas pasó junto a la casa de Mara y Adolfo, se paró un instante a contemplarla, estaba muy bonita, siguió con sus vacas y terneros, Adolfo remozando una de las paredes de la parte alta de la casa lo miró.
El hombre volvió de nuevo la cabeza a diez metros de la casa  “¿Qué hay Adolfo, como estás, todavía te da miedo la subida cuesta abajo?”. Él no conocía a aquel hombre, no tenía de él ninguna paramnesia ni nada por el estilo, bajó del rústico andamiaje y se metió en casa, ni siquiera lo saludó. Se puso a sudar de nuevo, las piernas comenzaron a temblarle, fue hasta la cocina donde Mara estaba haciendo el pan  “Mara me voy de aquí, no puedo soportarlo más tiempo, la gente me conoce, sabe de mis miedos, más incluso que yo mismo. Me voy de aquí pero por la parte alta del pueblo, no quiero volver a tener que bajar la subida”.
Cuando Mara dio con él después de más de un año, estaba ingresado en un parafrénico, nada de lo que nadie le pudiera hablar era lógico para él, ¿era parafrenia, o esquizofrenia?. El doctor que la atendió reconoció que estaban en pañales en lo que corresponde a estas definiciones, encontró a Adolfo tremendamente delgado dando cinco pasos adelante y cinco atrás. Pero vivió hasta los sesenta y cinco años, los médicos decían que tenía una mente sana.


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